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miércoles, 16 de octubre de 2024

DESDE EL DESPACHO PARROQUIAL YA NO SE EVANGELIZA, SINO DESDE FUERA

col kowalski

 

El pasado 1 de octubre, los informativos de la televisión pública de Cataluña se hacían eco del drástico descenso de las comuniones en Cataluña durante los últimos seis años. "La Iglesia sale a la calle para encontrar creyentes", decía el titular de la noticia, que explicaba cómo, ante este contexto, las parroquias habían empezado a promocionar la catequesis en las redes sociales, repartiendo información o, incluso, con curas luciendo carteles en la salida de la escuela.

En la fotografía que ilustraba la publicación se podía ver al rector de Canet de Mar, Felip Hereu, apostado en la puerta de la escuela Turó del Drac con un cartel que decía: Catequesis parroquial. Inscripciones. “Cuando vi a una chica haciéndome una foto, pensé: 'Ya la hemos liado”, confiesa, divertido, el sacerdote desde su despacho del Santuario de la Virgen de la Misericordia.

Nacido en Banyoles en 1952, Felip Hereu ha estado siempre vinculado con la diócesis de Girona. Desde que fue ordenado en Sant Cugat de Salt, donde fue vicario, fue cura de las parroquias de Riudarenes, Sils, Pineda de Mar y Palafrugell, hasta que, en 2017, llegó a Canet de Mar, donde, con vistas al mar, hace de párroco, pero también de conserje e incluso de barrendero. “Los curas –asegura– también debemos coger la escoba”.

¿Cuándo empezó a ir a la puerta de los colegios a hacer publicidad de la catequesis y por qué?

Empecé a ir el año pasado, coincidiendo con el inicio del curso escolar. Éste ha sido el segundo año que lo he hecho. En un momento dado, me di cuenta de que no tenía otra forma de acceder a los niños. Siempre puedes llevar la propaganda de las inscripciones a los directores de las escuelas, pero una vez que lo haces, no te pueden garantizar que acabe llegando a los chavales, porque deben someter la decisión al voto del consejo escolar. Como consideraba que no era necesaria tanta complicación, decidí hacer el cartel e ir yo por mi cuenta a las escuelas por las tardes. Este año, antes de hacerlo, le comenté al señor obispo mi intención.

Y él, ¿qué le respondió?

Se echó a reír.

¿Por qué cree que se ha dado este progresivo descenso en el número de comuniones hasta alcanzar el nivel actual?

Hay varias razones. Una de ellas es que los sacerdotes hemos esperado demasiado tiempo en las rectorías, y allí ya no hacemos mucho más al margen de cuando nos vienen a pedir una misa o atendemos cuestiones ordinarias del día a día. Desde el despacho parroquial no se evangeliza, sino desde fuera, intentando hacer el bien, denodadamente y con la cruz. No con la cruz alzada, sino encomendándose al Señor antes de hacer las cosas. Porque el bien, sin este factor, ya pueden hacerlo muy bien las ONG con un buen programa.

El descenso en los bautizos y comuniones, así como el vaciamiento de las iglesias, ha venido propiciado en parte por la pérdida de confianza de la sociedad hacia la Iglesia. ¿Cree que esto podrá revertirse?

No lo dudo. La Iglesia está llevada por nuestro Señor, que la fundó y estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Él se espabila para hacer venir a personas singulares capaces de cambiar el rumbo de la historia, como ocurrió, por ejemplo, con la llegada del actual Santo Padre. Todos aquellos que llamamos santos, algunos más importantes que otros, nos han hecho ir inesperadamente por los caminos que debíamos ir.

En este sentido, ¿qué destacaría del papa Francisco?

Él dice lo que le sale de dentro y es capaz de darle la vuelta a todo sin pedir permiso. Lo que dice lo entiende todo el mundo. No hace lecciones teológicas, sino que da un testimonio del cristianismo vivido en el día a día, que ilumina los problemas cotidianos de la gente. Quien defiende la vida y la desea, hace esto. Nunca el mal ha sido atrayente, siempre queremos librarnos.

Antes ha mencionado al obispo fray Octavi Vilà. El clero de Girona, ¿está satisfecho?

Pienso que ha sido un acierto traerlo aquí. Me sabe mal que hayan tenido que desnudar a Poblet de su abad, pero un monje tiene cosas que no tiene un párroco al que hacen obispo. Nosotros acostumbramos a decir que nunca ningún párroco se acuerda de cuando era vicario y le hacían cargar con el trabajo más pesado. Esto, cuando es obispo, se acentúa aún más.

Cuando me encontré por primera vez con el señor obispo me preguntó: “¿Estás contento? ¿Qué quieres?”. Como abad, debía procurar que todos los monjes estuvieran contentos y que cada uno estuviera donde quería, velar por la comunión entre ellos y mantener el espíritu familiar; una persona con sensibilidad por hacer esto, es un don. Y aquí necesitábamos a alguien así. Cuando estuve con él por segunda vez, le dije que tenía que disfrutar haciendo de obispo, porque si él se lo pasa bien, los curas también se lo pasarán bien y sintonizarán con él. Los curas vivimos solos y nos va muy bien que venga un obispo que sea capaz de mostrarnos cariño y valorar nuestro trabajo.

Precisamente, fray Octavi Vilà habló en una reciente entrevista con Flama de la soledad como uno de los principales problemas entre los curas. ¿Usted se siente solo?

Actualmente, no. Pero en los primeros tiempos me costó. Sobre todo, cuando veía que a la hora del desayuno tenía que ir a un bar y allí sentarme solo en una mesa. Aquello era inasumible para mí y pensé que o me espabilaba para cocinar en casa o aquello no se aguantaba. Entonces me tragué muchos programas de Arguiñano, muchos. Porque los hacía al mediodía y yo, mientras comía, los veía. Todo lo que sé de cocina lo he aprendido de él y ahora me puedo cocinar cualquier cosa que me apetezca, porque llega un momento en que las recetas te las tienes que hacer tuyas.

¿Cómo el evangelio?

Claro, el evangelio también tienes que hacértelo tuyo. Y debes predicar lo que te ha dicho. Las homilías deben rogarse. Yo hago toda la homilía por escrito, suelo hacerla a inicios de semana y la dejo reposar, como el vino. Entonces, en las cinco misas que hago el fin de semana, dos de víspera y tres de día, salgo nervioso y voy al ambón a leer el evangelio todavía con la homilía en los dedos, pero a la hora de predicar, la guardo dentro del libro, me voy al escalón delante del altar, me encomiendo al Señor y me dejo llevar. La homilía no se lee, sino que debe decirse desde el corazón. ¡La homilía es vida!

  

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