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martes, 9 de abril de 2013

La troika: licencia para fracasar


Iñaki Gabilondo

Juan Rubio: “España necesita en su jerarquía un giro de talante, de estilo y de formas” José Manuel Vidal

Presenta ‘La viña devastada. De Benedicto XVI al Papa Francisco” (RBA)
“Estamos hartos de que tres movimientos tengan hipotecada a la Iglesia española”
“Es urgente que el cardenal Sodano salga del Vaticano”. Claro, directo y sin pelos en la lengua. Así se mostró Juan Rubio, director de Vida Nueva, en la presentación de su libro ‘La viña devastada. De Benedicto XVI al Papa Francisco’ (RBA). Amén de limpiar la Curia, el sacerdote jiennense señaló otras asignaturas pendientes del nuevo Papa: “Citar más el Concilio” y propiciar que la Iglesia española “deje de estar hipotecada por ciertos movimientos”.
En el ‘Hotel de las letras’ de Madrid, rodeado de compañeros, Juan Rubio tuvo la deferencia de citar y alabar el libro de José Manuel Vidal y Jesús Bastante ‘Francisco, el nuevo Juan XXIII’ (Desclée-RD), para asegurar que el suyo “no es ni mejor ni peor”. Pero sí diferente, en cuanto que se centra en el pontificado de Benedicto XVI, como “clave del actual pontificado”.
Y es que, a su juicio, con el Papa Francisco se cierra un ciclo largo, que comenzó con Juan Pablo II y concluyó con Benedicto XVI: “El mismo pontificado con dos caras”. Y tras ese largo pontificado, “la Iglesia, que es muy sabia” busca “un estilo nuevo de Papa, que devuelva la credibilidad perdida a la Iglesia”.
Este cambio de ciclo lo posibilita la renuncia del Papa Ratzinger. “El Papa de la palabra se convierte en el papa del gran gesto”. ¿Cuál es la razón fundamental de esa renuncia? Para Juan Rubio, se trata de “un renuncia por convicción del mayor intelectual que ha tenido la Iglesia como papa en los últimos tiempos”.
Una renuncia “por falta de fuerzas espirituales, más que físicas. Hay en el Papa Ratzinger un agotamiento espiritual, como el de tantos intelectuales actuales que no saben qué hacer”. De todas formas, para el autor del libro, “el gran vencedor del cónclave ha sido Benedicto XVI”, porque, con su renuncia, propició la llegada de un Papa renovador.

La viña devastada
El Papa Francisco se encontró, como dice el libro de Juan Rubio en su mismo título, “con una viña devastada por los jabalíes”, porque “los problemas de la Iglesia no están tanto fuera como dentro”. A esos problemas les irá hincando el diente el nuevo Papa que “va a conducir con luz larga, pero sin olvidar la luz corta del gobierno de la Curia”. Tal y como ha demostrado ya en su primer nombramiento, el del ourensano Fray José R. Carballo como secretario del dicasterio de la Vida Religiosa.
Según Rubio, el nuevo Papa no es de los jesuitas de Iñaki (Teología de la Liberación) ni de los de Don Ignacio (los más conservadores), sino de los de San Ignacio (los moderados de la Compañía, cuya clave es el discernimiento). De ahí que el nuevo Papa se vaya a dedicar, según el director de Vida Nueva, a llevar a la práctica el Concilio. Por eso, le extraña que cite poco el Vaticano II, “la gran asignatura todavía pendiente de la Iglesia”, a pesar de que su espíritu se trasluce en todas y cada una de las intervenciones papales. Tampoco cree Juan que el Papa Francisco vaya a convocar un nuevo Concilio.
A preguntas del corresponsal de La Nación sobre el título de nuestro libro ‘Francisco, el nuevo Juan XXIII’, Rubio reconoció que ambos Papas se parecen “en el aire de propiciar el camino para los cambios”.
¿Qué tipo de cambios? Rubio señaló algunos: “Un colegio cardenalicio y una Curia más abierta” o incluso podría suprimir el IOR, “lo mismo que hizo cuando llegó al arzobispado de Buenos Aires”, con el banco que administraba los dineros de la archidiócesis porteña.
U otras cuestiones más de fondo, como la infalibilidad o el papel del ministerio petrino. “La renuncia del Papa Ratzinger va a ser el punto de partida para replantearse la infalibilidad papal o la importancia de las Iglesias locales”, explica Rubio. Es decir, que los teólogos y los eclesiólogos “tendrán que redimensionar la figura del Romano Pontífice, como ya está haciendo en la práctica el Papa francisco”

La renovación, en España
Rubio está convencido de que la renovación promovida por Francisco llegará a España, donde el Papa tiene que hacer “dos cambios en breve, Madrid y Barcelona, que tienen sus dos cardenales con fecha de caducidad cumplida”.
Juan Rubio asegura que el Papa conoce perfectamente la situación española y le pide que, “no se precipite, aunque España necesita un giro en su jerarquía de talante, de estilo y de formas”.
Un giro que, a su juicio, se escenifica ya con la visita que Rajoy le va a hacer en breve al Papa, porque ” a pesar de ser una visita que el gobierno español ya tenía solicitada, no deja de ser una bofetada a la Conferencia episcopal española”. Y es que el Papa se va a ver antes con Rajoy que con Rouco, el presidente.
Para Rubio, el Papa sabe perfectamente que “tres nuevos movimientos tienen un poder absoluto y han copado distintos ámbitos, como la comunicación o la universidad”. Y añade el director de Vida nueva: “En España estamos hartos de que la Iglesia la hayan hipotecado ciertos movimientos que se creen los mejores y consideran al resto de la Iglesia como ‘clase de tropa’”. Y “eso es algo que no pasa en Italia, ni en Francia, ni siquiera en la propia Cataluña”.
De ahí que, a su juicio, “en España va a tomar fuerza a vida religiosa o los curas normales de parroquia”. Y, por supuesto, “en Barcelona y Madrid puede haber supresas, amén de una visita que el Papa hará a España”.

La Iglesia no se arregla sólo cambiando de zapatos José M. Castillo, teólogo

En todo el mundo han sido noticia las nuevas costumbres que el papa Francisco ha introducido en la imagen pública que el sucesor de Pedro ofrece ante el mundo.
Nadie duda ya que el papa se parece cada día más a un hombre normal, sin los zapatos rojos de Prada y cada vez con menos indumentarias de ésas, tan llamativas como trasnochadas. Por supuesto, esto es de elogiar, Y expresa que este papa tiene una personalidad fuerte, original, ejemplar.
Un papa es importante, no por su imagen pública, sino por su ejemplaridad. Es evidente que el papa Francisco tiene esto muy claro. Por eso lo admiramos, lo aplaudimos, lo sentimos más cerca. Y esperamos mucho de él.
Por supuesto, yo no soy quién para decirle al papa lo que tiene que hacer. ¿Quién soy yo para eso? De todas maneras, y con toda la modestia y humildad que me es posible, me atrevo a sugerir que solamente con simplificar la vestimenta y modificar algunas costumbres, se puede pensar que la Iglesia no se arregla. Será noticia, eso sí. Sobre todo entre personas y grupos más tradicionales. Algunos ya han puesto el grito en el cielo porque, el pasado jueves santo, el papa Francisco se atrevió a lavar los pies de dos mujeres. Da pena pensar que haya gente que, por semejante cosa, se alarmen tanto. ¿No sería más razonable pensar a fondo dónde está la raíz de los verdaderos problemas que sufre la Iglesia? Y, sobre todo, los problemas que sufre tanta gente desamparada, marginada y sin esperanzas de futuro?
Pues bien, planteada así la cuestión, lo que yo me atrevo a sugerir es que el la raíz de los problemas, que arrastra la Iglesia, no está en la imagen pública que ofrece el papa. La raíz está en la teología que enseña la Iglesia. Porque la teología es el conjunto de saberes que nos dicen lo que tenemos que pensar y creer sobre Dios, sobre Jesucristo, sobre el pecado y la salvación, etc, etc. Ahora bien, como sabe cualquier persona medianamente cultivada, la teología sigue siendo un conjunto de saberes que se han quedado demasiado trasnochados. Porque son ideas y convicciones que se elaboraron y se estructuraron hace más de ochocientos años.
Y, como es lógico, en una cultura como la actual, cuando la mentalidad de la casi totalidad de la gente tiene otros problemas y busca otras soluciones, ¿nos vamos a extrañar de que las enseñanzas del clero interesan poco y cada día a menos personas? Yo estoy de acuerdo en que Dios es siempre el mismo. Y no se trata de que la gente de cada tiempo se invente el “dios” que le conviene a la gente de ese tiempo. Nada de eso. Se trata precisamente de todo lo contrario. Se trata de que nos preguntemos en serio si lo que enseñamos, con nuestras teologías y nuestros catecismos, es lo que Dios nos ha dicho. O más bien lo que enseñamos es lo que se les ha ido ocurriendo a una larga serie de teólogos, más o menos originales, que, en tiempos pasados, dijeron cosas que hoy ya sirven para poco.
Termino poniendo un ejemplo, que ilustra lo que intento explicar. En el “Credo” (nuestra confesión oficial de la fe), empezamos diciendo: “Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso”. Eso es lo que enseñó el primer Concilio ecuménico, el de Nicea (año 325). De otros calificativos, que se le podían haber puesto al Dios de nuestra fe, se escogió el de “todopoderoso”, Es decir, si optó por el “poder”, no por la bondad o el amor, que es como el Nuevo Testamento define a Dios (1 Jn 4, 8. 16). Pero no es esto lo que ocasiona más dificultades. El problema principal está en que, si se lee el texto original del concilio, el griego, lo que allí se dice es que los cristianos creemos en el “Pantokrátor”, que era el título que se atribuyeron a sí mismos los emperadores romanos de la dinastía de los “antoninos” (del 96 al 192), que dominaron la edad de oro del Imperio, y se igualaron a los dioses.
Ahora bien, el “Pantokrátor” era el amo del universo, el dominador absoluto del cosmos. Una manera de hablar de Dios que poco (o nada) tiene que ver con el Padre que nos presentó Jesús. Y conste que este ejemplo, siendo importante, es relativamente secundario. Sin duda alguna, la teología necesita una puesta al día, que implica problemas mucho más graves que los zapatos del papa. Vamos a intensificar nuestra fe y nuestra esperanza en que el papa Francisco va a dar pasos decisivos en este sentido. En ello, los creyentes nos jugamos más de lo que seguramente imaginamos.