FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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miércoles, 17 de febrero de 2016

Migraciones, humanismo y civilización Adolfo Nicolás, S.J.

El 14 de enero de 2016, la iglesia del Gesù en Roma acogió, en un conmovedor clima de oración y de escucha, los testimonios vitales de numerosos refugiados. Se vivió así, desde la solidaridad y la cercanía, la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Reproducimos aquí la intervención improvisada del P. Adolfo Nicolás, Superior general de la Compañía de Jesús, durante su encuentro con los inmigrantes, refugiados y voluntarios del Centro Astalli, institución del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS).

Sin duda, tendríamos que estar agradecidos a los migrantes que llegan a Italia y a Europa por un motivo: nos ayudan a descubrir el mundo. He vivido en Japón durante más de treinta años y he trabajado cuatro años en un centro para inmigrantes. La mayoría de ellos no disponía de papeles en regla, así que puedo hablar por experiencia propia. Y, precisamente desde la luz de lo que he vivido, lo confirmo: las migraciones son una verdadera fuente de beneficios para el país. Lo han sido siempre, por encima de las dificultades y las incomprensiones.
La comunicación entre las diversas civilizaciones se alcanza, de hecho, a través de los refugiados y de los migrantes; así es como se ha formado el mundo que conocemos. No ha sido solo el hecho de sumar una cultura a otra: se ha producido una verdadera transformación. Eso es lo que nos enseña la Historia. También las religiones: el cristianismo, el islam y el judaísmo se han difundido por el mundo gracias a los migrantes que abandonaron su país y se desplazaron de un sitio a otro.
Por eso les debemos estar agradecidos, porque nos han “dado” el mundo. Sin ellos estaríamos encerrados dentro de nuestra propia cultura, conviviendo con nuestros prejuicios y con nuestras limitaciones. Un país siempre corre el riesgo de encerrarse en horizontes muy estrechos, muy pequeños. Pero gracias a ellos, nuestro corazón puede abrirse y también nuestro propio país puede abrirse a dinámicas nuevas.

Conocer y ser conscientes de los problemas comunes y cotidianos, caer en la cuenta de nuestra interdependencia, nos une en la tarea de llegar a ser hombres y mujeres. Son los migrantes los que han levantado un país como Estados Unidos en el que se ha desarrollado la democracia. Esto no es fruto del azar, se debe a ese melting pot que se ha producido, un crisol de culturas y de personas que ha dado origen a un país así. Hay otros muchos casos en el mundo: Argentina, por ejemplo, y muchos otros.
Así pues, los migrantes podrían ayudarnos a abrir el corazón, a ser más grandes que nosotros mismos. Y eso es un don extraordinario. Por tanto, no son solo huéspedes, son gente que puede alentar la vida civil, ofrecer una aportación notable a la cultura y a sus profundos cambios. Precisamente gracias a ellos continúa enraizándose el humanismo. Tendríamos que ser conscientes de eso.

Un obispo japonés, comentado el versículo del Evangelio “yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), decía que la enseñanza de Jesús se puede aplicar también a otras religiones. Yo mismo, como Superior general de los jesuitas, tengo que viajar con frecuencia por el mundo y constato que este obispo tenía razón. Asia en particular muy bien podría considerarse como “el camino”. En Asia el empeño constante es buscar el camino, el “cómo”: cómo hacer yoga, cómo concentrarse, cómo meditar. El yoga, el zen, las religiones, el judo ─que suele traducirse como “el camino del débil”, porque se sirve de la fuerza del otro─ son todos considerados como caminos. Sin entrar en comparaciones, habría que considerar que Europa y los Estados Unidos andan preocupados especialmente por “la verdad”; mientras que América Latina y África están preocupados por “la vida”; los valores relacionados con la vida son muy importantes.

Por ello tenemos necesidad de todos, porque todos tienen una sabiduría y una contribución que hacer a la humanidad.
Ha llegado el momento en que debemos pensar en la humanidad como un todo y no como un conjunto de diversos países, separados unos de otros por sus tradiciones, sus culturas y sus prejuicios. Tendríamos que pensar en una humanidad que necesita a Dios, que necesita un modo de profundidad que solo puede venir de la unión de todos. Así que tendríamos que estar agradecidos por esta contribución de los migrantes y refugiados a esa humanidad integral. Ellos nos hacen caer en la cuenta de que la humanidad no está formada solo por una parte, sino que se forma con la contribución de todos.

Además, ellos son, al propio tiempo, la parte más débil y más fuerte de la humanidad. La más débil porque han experimentado el miedo, la violencia, la soledad y los prejuicios de los otros; todo esto forma parte de su experiencia, bien lo sabemos. Pero nos muestran también la parte más fuerte de la humanidad: nos hacen comprender cómo superar el miedo, con el coraje de afrontar los riesgos que no todos estaríamos dispuestos a afrontar. En sus esperanzas de futuro, han aprendido a no dejarse paralizar por las dificultades. Han sabido superar la soledad mediante la solidaridad, ayudando a los otros y han demostrado así que la humanidad es débil, pero puede ser fuerte. Nos han enseñado incluso que hay valores y realidades más profundas que las que habíamos perdido. Esto es habitual cuando se viven situaciones extremas.
Me acuerdo a este respecto de la experiencia de un hermano mío que vive en Estados Unidos. Mientras ardía una casa vecina, temió que el fuego llegase a su propia vivienda. Y me confesó que, mientras era presa del miedo, aprendió a distinguir lo que era importante de lo que no lo era. No corrió a poner a salvo el dinero, sino que agarró un fajo de fotografías que representaban sus raíces y su vida. En ese momento entendió que lo más importante es lo que guardaba dentro de sí mismo y no lo de fuera, ni siquera la propia casa. Todo eso lo experimentan también los refugiados: han visto el peligro de cara y lo han afrontado. Pensemos al menos por un momento: si no tuviésemos ya una casa, una familia, una lengua… si tuviésemos solo la vida y ésta incluso amenazada, ¿qué haríamos? ¿qué pensaríamos? ¿qué o a quiénes amaríamos?

Celebramos este año el Año de la Misericordia, un concepto central en muchas religiones. En el cristianismo, en el islam, en el judaísmo y en todas las grandes religiones, la misericordia es un concepto muy importante. Sin ella no se puede vivir y los migrantes y refugiados nos muestran precisamente uno de sus rostros. Cuando alguien lo tiene todo, puede ser misericordioso sin miedo, pero cuando una persona no tiene nada y, aún así, se muestra misericordioso con otra, está dando mucho más y el rostro de la misericordia se vuelve en este caso todavía más real.
De este modo, podríamos aprender de los migrantes y refugiados a ser misericordiosos con los otros. Aprendamos de ellos a ser humanos a pesar de todo. Aprendamos de ellos a tener como horizonte el mundo y no nuestra pequeña y estrecha cultura. Aprendamos de ellos a ser personas del mundo.

(“Migrazioni, umanesimo e civiltà”, alocución reproducida en La Civiltà Cattolica, nº 3976, 27/02/2016. pp. 313-315. Traducción: Juan V. Fernández de la Gala).

Un Papa de frontera


Solidaridad.net,15 febrero, 2016
Al visitar Chiapas y Ciudad Juárez, Francisco hará visible el drama de millones de emigrantes
Se llamaba Gilberto Francisco Ramos Juárez. Tenía 15 años cuando apareció muerto en el desierto del valle del Río Grande, ya en territorio estadounidense. Sufrió un golpe de calor y su cuerpo, debilitado por las penalidades de la travesía desde Guatemala, no aguantó más. Llevaba el rosario que le había regalado su madrina por la Primera Comunión y el número de teléfono de su hermano en Chicago



Cada año aparecen unos 400 cadáveres en ese valle, muchos de los cuales nunca llegan a ser identificados, pero el jesuita José Luis González Miranda se resiste a que nombres como el de Gilberto Francisco se pierdan en el olvido. Él los recibe unos miles de kilómetros más hacia el sur, en la frontera que separa México de Guatemala, en «la Lampedusa mexicana», como llama él a Frontera Comalapa, en el estado de Chiapas. Allí coordina la atención del Servicio Jesuita a Migrantes, que pronto ampliará su atención con la apertura de la Casa del Migrante, uno de los dos albergues que se ayudará a financiar con la colecta de la Misa que celebrará el Papa en San Cristóbal el día 15.
Unas 400.000 personas (menos de 200.000, según las autoridades mexicanas) cruzan cada año México desde Centroamérica con destino a los Estados Unidos. Se trata, según los expertos, de la ruta migratoria más peligrosa del planeta. Es un negocio redondo para las mafias, que cobran entre 6.000 y 8.000 dólares por inmigrante a cambio de facilitarles el trayecto a lomos del tren conocido como La Bestia, como polizones, o por otros medios no menos peligrosos. Son frecuentes los robos, secuestros y asesinatos. Y se han detectado casos de extracción de órganos o rapto de chicas para obligarlas a prostituirse. Es el temible crimen organizado mexicano, al que hay que sumar lo que González Miranda llama el «crimen desorganizado»: vecinos y policías corruptos que viven de asaltar a estas personas.


La Iglesia, frente a las tinieblas
Frente a estas tinieblas, José Luis González Miranda resalta la luminosidad de la hospitalidad de los chiapanecos. En un ambiente de creciente criminalización de las migraciones (EE.UU. paga a México y a los países de América Central para que contengan los flujos migratorios por medios militares), «hay familias muy pobres que están hospedando en sus casas a quienes llegan huyendo de la violencia sistémica en Centroamérica».
Tres de cada cuatro personas en la diócesis de San Cristóbal de las Casas son indígenas de muy bajo poder adquisitivo, pero dispuestas a compartir lo que tienen. «Es así desde los años 80, cuando Chiapas acogió a miles de refugiados guatemaltecos que huían de las masacres del Ejército», recuerda González. «Ahí queda también el recuerdo de una Iglesia solidaria que los recibió de la mano de Samuel Ruiz [obispo entre 1959 y 1999]», cuya tumba visitará el Papa el próximo lunes.

Aquellos refugiados volvieron a sus casas tras la firma de los acuerdos de paz. Hoy llegan otros, a miles. «Son refugiados, pero no lo saben, y México hace todo lo posible para no reconocerles su situación. Tal vez vinieron en busca de un empleo mejor, pero la realidad es que hoy no pueden regresar, porque se expondrían a que les matasen las maras». O a que los recluten. «Si me quedo me matan o me tengo que hacer de la mara, y yo no quiero ensuciarme porque he aceptado a Cristo», le confesó un joven a José Luis González.
En San Cristóbal de las Casas, Francisco celebrará una Misa ante 90.000 personas. Si no se ha organizado «un acto multitudinario, como en Río», no es porque la gente no esté deseando ir a verle, sino porque «aquí le tienen miedo», y por eso «las autoridades han restringido la participación». «Hace 500 años los españoles les hicieron aquí la vida imposible a obispos como Bartolomé de las Casas o a Vasco de Quiroga, porque no les gustaba que denunciaran el maltrato a los indios». En Chiapas, la historia se resiste a pasar página.

Welcome to Tijuana
La estancia del Papa en México terminará en otra frontera, la norte, en Ciudad Juárez, la más transitada del mundo, con 30 millones de cruces al año. De allí acaba de volver Luz María Yepes, directora del colegio San Juan Bosco de Puertollano (Ciudad Real), que ha colaborado con algunos de los proyectos puestos en marcha por los salesianos para atender a las miles de personas atrapadas en la frontera con EE.UU.


«A Tijuana y Ciudad Juárez llega mucha gente de todo México y de Centroamérica. La mayoría vienen en familia con la esperanza de alcanzar el sueño americano», explica Yepes. «Han cruzado el país con muy pocas provisiones. Al llegar a la frontera, no les queda ya dinero para pagar a las mafias su ayuda para cruzar la frontera. Y las ciudades fronterizas, en las que pretendían pasar solo unos pocos días, se terminan convirtiendo muchas veces en su nuevo hogar, donde no les queda otra opción que sobrevivir».
En la frontera norte mexicana, «las mafias campan a sus anchas. Se palpa el ambiente de peligrosidad, de drogas, de prostitución. La muerte se hace presente con una naturalidad que asusta» y «mucha gente se dedica al tráfico de personas».


La presencia de Francisco en la Ciudad Juárez –concluye la directora del San Juan Bosco de Puertollano– «va a dar visibilidad al drama que se vive en la frontera. El Papa puede conseguir que se despierten las conciencias. Y hace mucha falta, porque la situación es insostenible».
Autor: José Calderero y Ricardo Benjumea
José Luis González Miranda (Blimea –Asturias–, 1963) llegó a Honduras como médico en 1990, enviado por el Movimiento Cultural Cristiano. Tres años después ingresó en la Compañía de Jesús (1993). Trabajó ocho años en Guatemala con retornados y con las llamadas Comunidades de Población en Resistencia. Actualmente es profesor de Ética en la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador y coordinador del Proyecto Frontera Sur del Servicio Jesuita a Migrantes en Frontera Comalapa (Chiapas).

El papa denuncia en Chiapas cómo se ha despojado y excluido a los indígenas

 

San Cristóbal de las Casas (México), 15 feb (EFE).- El papa Francisco denunció hoy con palabras muy duras en su misa en San Cristóbal de las Casas (México) el trato a las comunidades indígenas que han sido “mareadas por el poder”, “despojadas de sus tierras” y excluidas de la sociedad”. ··· Ver noticia ···

El Papa clama en Chiapas: “Vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad” José Manuel Vidal

 

Papa Francisco7
El Papa pide perdón a los indios chiapanecos: “Dios dice basta, no más”
“Nuestra oprimida y devastada tierra, que gime y sufre dolores de parto”
Sus pueblos abren relacionarse armónicamente con la naturaleza, a la que respetan como casa común, fuente de alimentos y altar del compartir humano
De la periferia obrera de Ecatepec a la de los indígenas de Chiapas. Al aire libre, tras un decorado indígena, el Papa Francisco clama y denuncia: “Vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad”. Y dice que “basta ya”, que sus clamores han llegado a los oídos de Dios. Para asegurar que los pueblos originarios no sólo no son inferiores, sino que los necesitamos, para restablecer la armonía con “uestra tierra oprimida y devastada, que fime y sufre”. ··· Ver noticia ···

Dios y lo humano José M. Castillo, teólogo


Castillo1El cristianismo enseña que a Dios sólo podemos encontrarlo en lo humano y desde lo humano. Porque lo divino es precisamente lo que nos trasciende y, por tanto, lo que no está a nuestro alcance. A Dios, nadie lo ha visto (Jn 1, 18). A Dios nadie lo conoce (Mt 11, 27; Lc 10, 22). Lo que nosotros podemos saber y decir de Dios, no son sino las “representaciones” humanas que nosotros, los humanos, nos hacemos de Dios. Pero nada de eso es Dios “en sí mismo”.

Por esto, y porque el cristianismo ha tomado esto en serio, por eso el cristianismo afirma que, en Jesús de Nazaret, Dios se nos ha dado a conocer, se nos ha revelado, se nos ha manifestado, en un hombre, Jesús. Es decir, el cristianismo enseña, como punto de partida de su existencia y de su razón de ser, que Dios se nos da a conocer y se nos revela en lo humano. Lo cual quiere decir que solamente alcanzaremos la plenitud de lo divino, en la medida en que lleguemos a alcanzar la plenitud de lo humano.

De ahí que lo específico del cristianismo radica, no en la sumisión a lo divino, ni en la exactitud de lo religioso o de lo sagrado, sino en la defensa de lo humano, en el respeto a lo humano, en la promoción y el fomento de todo lo verdaderamente humano, en el cariño y hasta el exceso de la demasiada ternura con lo humano.
El problema que, sin embargo, todo esto representa, radica en que lo humano, químicamente puro, no existe. Lo humano es el resultado de un proceso de evolución, increíblemente prolongado y largo, de miles de siglos. Un proceso que sigue adelante en la historia. Y que consiste en la superación constante y creciente de lo inhumano que llevamos inscrito en la sangre misma de nuestro ser.

Ahora bien, esta superación, esta liberación, de lo inhumano es la tarea más dura y más costosa que todos tenemos que afrontar. Por eso es la tarea a la que más nos resistimos. Y es tanto lo que nos resistimos a esta tarea – de constante y creciente humanización – que hasta echamos mano de lo divino, de lo sagrado y de lo religioso para justificar criterios y comportamientos criminalmente inhumanos. Por esto, en nada nos tiene que extrañar que, en la historia y en la presencia actual del cristianismo en el mundo, lo más complicado de aceptar y lo que más se ha resistido a admitir esta Iglesia (con sus jerarquías a la cabeza), no ha sido lo divino de Jesús y de la vida cristiana, sino precisamente lo humano de Jesús y del comportamiento cristianismo. ¿Cómo se explica – si no – que en la Iglesia se haya visto, como lo más excelso que, para amar más a Dios, tengamos que amar menos o negar el cariño, la bondad, el respeto y la ternura a seres de carne y hueso que son tan humanos como nosotros?
Yo creo en Dios, busco a Dios y tomo en serio el problema de Dios. Pero, precisamente por eso tomo en serio lo humano, a todo ser humano. Y por eso igualmente no me cabe en la cabeza que haya tanta gente – de religión y de Iglesia – que se amparan en lo presuntamente divino, para justificar comportamientos que son intolerablemente inhumanos. ¿Qué explicación tiene que en Estados Unidos, los republicanos aparezcan como los más religiosos y, al mismo tiempo, los defensores de la pena de muerte, de la venta de armas y del rechazo total a los homosexuales? ¿Cómo se puede entender que, en ambientes clericales, donde tanto se predica de pureza y de puritanismo, no se puedan ya seguir ocultando tantos y tantos escándalos de todo tipo que avergüenzan a cualquiera? ¿Y qué decir del incomprensible silencio de nuestros obispos ante tanta corrupción y tanto sufrimiento de los más indefensos? ¿Por qué será que donde hay tanta religión anda tan escasa la verdadera humanidad? Sea por lo que sea, una cosa es cierta: es inimaginable la cantidad de los que se creen creyentes que en realidad son ateos sin saberlo. “Ateos anónimos”. Pero, a fin de cuentas, ateos auténticos.

Los marginados de México también esperan al Papa Jan Martínez Ahrens

 


Prostitutas y toxicómanos de Ciudad Juárez hablan de la llegada de Francisco a la castigada localidad mexicana
El Papa visita Ciudad Juárez
Los olvidados también rezan
Prostitutas y toxicómanos de Ciudad Juárez hablan de la llegada del Papa
China, Rosario y Lupillo habitan el territorio preferido del papa Francisco: las periferias existenciales. Los tres viven en Ciudad Juárez, creen en Dios y muchos días pasan hambre. El Santo Padre visitará este miércoles su ciudad. Esto es lo que esperan de él. ··· Ver noticia