FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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sábado, 6 de mayo de 2017

¿Obispos investigados o imputados por la justicia?

Atrio 

Castillo            Se sabe que, en este momento, hay en España media docena de obispos investigados o imputados por los tribunales de justicia. No es mi intención pronunciarme sobre la verdad o falsedad de los hechos que investigan los jueces, fiscales y abogados, que intervienen en cada uno de estos casos. Lo que pretendo es plantear, con este motivo, una reflexión que me parece importante, no sólo para los encausados, sino para los cristianos en general y los ciudadanos interesados en estos asuntos.

Ante todo, es un hecho, afirmado como dato de la fe de la Iglesia, que los obispos son “los sucesores de los apóstoles”. Así consta desde el siglo primero hasta nuestros días. Teniendo en cuenta que esta sucesión no es un simple hecho de validez sacramental. Quiero decir, para que un obispo sea “sucesor de los apóstoles” no basta el hecho de la “ordenación sacramental”. O sea, no basta que haya recibido el rito o la ceremonia de su ordenación como obispo. Además de eso, se necesita que el que ha sido ordenado en una ceremonia religiosa, transmita – mediante sus enseñanzas y su forma de vida – la doctrina que nos enseñaron los apóstoles de Jesús (Y. Congar, E. Molland, V. Fluchs, G. Bardy…).
Por eso, la Iglesia, durante más de diez siglos, a los obispos (y clérigos en general) que tenían comportamientos escandalosos, les quitaba todos sus poderes y dignidades. Y les obligaba a vivir, el resto de su vida, como laicos (“laica communione contentus”), ganándose la vida como se la gana todo el mundo: ganándose un jornal para tener el pan de cada día (abundan estudios serios y documentados sobre esto: C. Vogel, P. M. Seriski, E. Herman, P. Hinschius, F. Kolber, K. Hofmann, J. M. Castillo…).
Pero hay algo más importante, que normalmente no se tiene en cuenta. Según los evangelios, lo primero que Jesús les exigió a los apóstoles no fue le “fe”, que creyeran en él, sino el “seguimiento”, que vivieran con él y como él. La teología, por desgracia, no ha tenido debidamente en cuenta este dato capital, a saber: que antes que las creencias, está la forma de vivir. Baste pensar que, en los evangelios sinópticos, mientras que la fe se menciona 36 veces, del seguimiento de Jesús se trata en 57 ocasiones.
No voy a hacer aquí un estudio sobre el “seguimiento” de Jesús. Me limito a señalar que los relatos de “seguimiento” destacan sobre todo esto: cuando Jesús llamaba a alguien a seguirle, no presentaba ningún programa de vida, ningún objetivo, ningún ideal. Sólo una llamada: “Sígueme”. Esto era todo (D. Bonhoeffer). Pero esto exigía dejarlo todo: familia, bienes, casa, trabajo… El que era llamado, perdía toda seguridad humana. ¿Por qué? ¿Para qué? Para ser libre de verdad. No estar atado a nada. Ni a nadie. Aunque quienes eran llamados no tuvieran claro lo de la fe, como queda patente en la cantidad de veces, que, según los sinópticos, los que le seguían fueron reprendidos, tantas veces, por el mismo Jesús, que les llamó “hombres de poca fe” (“oligo-pistoi”) o incluso les echó en cara su incredulidad (“a-pistía”).
Con el paso del tiempo, en la Iglesia se dio más importancia a la fe que al seguimiento, sin duda por la influencia creciente que tuvo la teología de Pablo, que, no conoció al Jesús histórico, ni menciona el seguimiento de Jesús. Pablo habla de la “imitación”, pero es para que le imiten a él (1 Cor 4, 16; Fil 3, 17), haciendo una vez referencia a Cristo (1 Cor 11, 1).
En cuanto a los obispos, en lo que más se ha insistido ha sido en la “autoridad”, que, desde el s. IX (con el papa Nicolás I), empezó a considerarse como “potestad”. Y que pronto fue calificada como “sagrada”. Así, el clero centró su interés, más en exigir sumisión a la fe, explicada por los propios clérigos, que en la libertad que nace del seguimiento de Jesús. La Religión, con sus ritos y observancias, le ganó (en importancia y presencia social) al Evangelio. Jesús fue objeto de culto, devoción y arte. De la vida de la gente, de los ricos y de los pobres, se encargaban los poderes públicos, con frecuencia en lucha, para ver quién mandaba más, si el poder civil o el poder sagrado.
¿Nos sorprende o nos escandaliza que haya obispos que se ven denunciados ante la Justicia? Yo no soy quién para decir si son o no son culpables. Lo que se puede – y se debe – decir es que en la Iglesia hay demasiada gente que la da más importancia a la Religión que al Evangelio. Porque es más fácil ir a misa o decir “yo creo en la fe que enseña la Iglesia”, que tomar en serio el seguimiento de Jesús. Quiero decir: lo que nos da miedo y no soportamos es pensar que, si queremos ser cristianos, tenemos que asumir, ante todo, el seguimiento de Jesús. Es decir, el proyecto de vida que nos plantea el Evangelio. Si no empezamos por ahí, ¿qué cristianismo es el nuestro?
Yo no quiero, ni tengo por qué, enjuiciar a los obispos. Muchos de ellos son excelentes personas y hombres ejemplares. Lo que me duele, y no puedo aceptar, es que la Iglesia que tenemos y su teología le hayan dado más importancia a lo que más valora la Religión: creencias, leyes, ritos y jerarquías. Mientras que la forma de vivir y el proyecto de vida, que nos marcó Jesús, tal como consta en los evangelios, no es precisamente ni lo determinante, ni lo que la gente ve y palpa en la vida y en la presencia de la Iglesia.
col koldo

Antes que de derechas o de izquierdas somos humanos, a secas, sin necesidad de apellidos. Nuestra humanidad nos hermana por encima de cualquier otra consideración, por supuesto política. Esta condición humana entraña derechos y deberes que anteceden también a los de cualquier otro signo. Erramos cuando reducimos la esencia del humano a las siglas de su opción ideológica. Esta condición ideológica es pasajera, la humana no. 
Las ideologías fueron en su día necesarias para posibilitar los avances sociales en tiempos de serios quebrantos de derechos, pero hoy se han vuelto lastre en el progreso de la humanidad. La comunidad ideológica va cediendo a favor de una comunidad más universal e integradora. Las fuerzas de progreso verdadero, -la sociedad civil consciente e inquieta-, se van conglomerando, ayudadas por las nuevas tecnologías de la comunicación, en torno a valores transversales. El mañana reclama nuevas mayorías en torno a principios comunes, no vigencia de ideologías que parten las sociedades y que tan a menudo olvidan al humano. 
Va ya caducando el viejo y anacrónico esquema de derechas y de izquierdas, ahora tratamos de sumar mayorías inclusivas, multicolores, en pos de valores que aúnan, no de colores políticos que fragmentan y confrontan. Siempre estaremos en marcha en pos de sistemas más justos y solidarios, inspirados por el bien común, debiendo abandonar en ese progreso ideologías vinculadas a circunstancias e intereses temporales. No nos seduce la derecha. No estamos por atrincherarnos en un pasado que no fue mejor. No apostamos por conservar lo superado, lo anacrónico, por la defensa de sistemas desequilibrados, depredadores o injustos aún imperantes en muchas partes del mundo. Antes que los derechos de las minorías privilegiadas, los de las mayorías necesitadas. 
Tampoco nos hallamos al otro extremo del tablero. Antes que llamados a ser revolucionarios, lo somos a ser coherentes. Antes que materialismo histórico, moral evidente. Antes que la pugna por nuevas conquistas sociales, la lucha por la libertad y los derechos humanos, la firmeza ante quien quiera que los secuestre. Antes que cualquier empeño de emancipación humana, está el respeto elemental a ese humano. La comunidad ideológica obvió, cuando no fulminó en demasiadas ocasiones, la ética universal. El no tocar a los míos, aunque cometan barbaridades, ha sido letal para la izquierda. 
Hay silencios que matan por largos, por profundos, sobre todo por incomprensibles. Hay silencios tribales difíciles de entender. Se guardan cuando el atropello se comete en las propias filas. La solidaridad con quienes padecen persecución por causa de libre expresión, independientemente del color del discurso, es el "abc" de toda política progresista. Demasiado a menudo la izquierda radical ha callado y sigue callando, cuando el atropello es precedido de banderas rojas.
Lacerante ejemplo de todo ello es la postura del espectro radical español ante lo que ocurre al otro lado del Atlántico. La izquierda que no levanta la voz ante la diaria, bárbara y flagrante conculcación de las libertades y los derechos humanos en Venezuela es una izquierda sin coherencia y sin futuro. La "gauche divine" comenzó a morir, "vermouth" en mano en su mesa de cafetería, a golpe de sonrojantes silencios; silencios cuando Stalin, cuando Mao, cuando Fidel, Maduro..., y ya no hay quien la resucite.
En estos días especialmente críticos al tiempo que esperanzadores en Venezuela, no conviene obviar el reclamo de solidaridad, por parte de la ciudadanía movilizada en pos de las libertades. Este reclamo necesita especialmente del apoyo de todas aquellas gentes, que por su color político y sensibilidad para con los pobres, pudieron en el pasado inclinarse en favor del régimen bolivariano. Ahora es el momento de que quienes otrora simpatizaran con el chavismo den un paso adelante en responsabilidad y coherencia y clamen ellos también, "¡ya basta!".
La multiculturalidad, la solidaridad, el mutuo respeto, la tolerancia, la libertad en su más exigente expresión, el respeto exquisito a los derechos humanos, los derechos de la Tierra, los derechos de las nuevas generaciones..., son las banderas policolores que se levantan por las alamedas esperanzadas de un futuro que ya nos ha alcanzado.