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sábado, 19 de octubre de 2013

La salida de Bertone abre la puerta a la transparencia en el Vaticano Pablo Ordaz



El nuevo secretario de Estado, Pietro Parolin, no acudió a su toma de posesión por una operación menor
Francisco alaba su “capacidad de diálogo”
Los cuervos del Vaticano devoran a Tarcisio Bertone
Una pequeña, oportuna y muy diplomática intervención quirúrgica evitó ayer una fotografía muy esperada. La del papa Francisco despidiendo al hasta ahora poderoso cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano durante los últimos siete años, y dando la bienvenida a su sucesor, monseñor Pietro Parolin, un diplomático vaticano de 58 años, hasta ahora nuncio en Venezuela y elegido por Jorge Mario Bergoglio para cambiar la Iglesia católica de arriba abajo.

El momento, pues, tenía su morbo. Bertone representa, muy a su pesar, la noche más oscura del Vaticano, cuyas disputas por el poder provocaron la renuncia de Benedicto XVI. Parolin, en cambio, tiene la difícil misión de presidir el Gobierno de una Iglesia que Francisco desea clara y transparente como la luz del día, sin secretos inconfesables en lo que respecta a las finanzas y volcada a las periferias del mundo.
Pero la fotografía no se dio. Pietro Parolin, según explicó el propio Pontífice, se encuentra convaleciente de una “pequeña intervención” y no podrá incorporarse hasta “algunas semanas más tarde”.
La ceremonia, por tanto, no tuvo en sí más importancia, pero el relevo supone un cambio de época. Bergoglio y Bertone —un jesuita y un salesiano— se intercambiaron los cumplidos de rigor, aunque es público y notorio que durante estos últimos meses han tenido sus más y sus menos. El hasta ahora secretario de Estado considera, y así lo dejó patente el pasado verano durante un almuerzo en Castel Gandolfo, que el nuevo Papa no lo ha defendido de quienes lo acusan de no haber protegido adecuadamente a Joseph Ratzinger del escándalo Vatileaks —la filtración de la correspondencia privada de Benedicto XVI—.
La salida de tono de Bertone cuando se confirmó su sustitución —“he sido víctima de una red de cuervos y víboras”— no vino más que a confirmar las clásicas rencillas de un Vaticano ensimismado que el papa Francisco, como no se ha cansado de repetir durante los últimos meses, quiere erradicar a cualquier precio.
Para ello dispone de dos poderosas herramientas. Una, el llamado G-8 vaticano, la comisión formada por ocho cardenales de los cinco continentes, que ya funciona desde hace algunos meses y una de cuyas funciones principales es la de reformar la curia.
La otra herramienta es monseñor Pietro Parolin. Su primera misión será convertir la hasta ahora muy poderosa Secretaría de Estado en una muy eficaz secretaría del Papa.
Durante las congregaciones generales —las reuniones de los cardenales previas al cónclave—, se otorgó un mandato muy claro al Papa que saliera elegido: remodelar una Secretaría de Estado que, especialmente durante los últimos años, se había arrogado más competencias que el propio Pontífice. El cardenal Bertone fue, de facto, un vicepapa. Levantó en torno a Benedicto XVI una empalizada que prácticamente nadie podía salvar y se enredó en una pelea sin cuartel con el sector de la curia que lo consideraba un advenedizo. Así, aislado y solo, Joseph Ratzinger vivió los últimos meses de su papado, un pastor rodeado por lobos cuyo único y sorprendente acto de rebeldía fue su renuncia.
Al elegir a Pietro Parolin, el papa Francisco —un experto en lanzar mensajes muy claros— ha dejado diáfano que los tiros van en la dirección opuesta. Salvo en la nacionalidad —en el Vaticano existe la tradición no escrita de que un papa extranjero nombra a un secretario de Estado italiano—, el cardenal Bertone y monseñor Parolin se parecen como un huevo a una castaña.
Aunque con guante de seda, Jorge Mario Bergoglio lo puso de manifiesto ayer cuando dijo: “Doy, aunque in absentia, la más cordial bienvenida al nuevo secretario. Él conoce muy bien la Secretaría de Estado, donde ha trabajado tantos años, con pasión, competencia y con esa capacidad de diálogo y de trato humano que son sus características. En un cierto sentido es como un regresar a casa”.
Tal vez sin pretenderlo, al trazar el perfil de Parolin estaba también trazando el negativo de Bertone.

Lampedusa: perseguir a los vivos, premiar a los muertos Santiago Alba Rico, filósofo y escritor

Si hablamos de la tragedia de Lampedusa, hay poco que añadir a los hipócritas lamentos de las autoridades europeas y a las justísimas denuncias de activistas, organizaciones e inmigrantes. Hace años el teólogo costarricense de origen alemán, Franz Hinkelammert, resumió en dos palabras esta rutinaria abundancia de cadáveres cosechados en mares y desiertos en las fronteras de Occidente: “genocidio estructural”.
Esta idea de “genocidio estructural” implica, por supuesto, una acusación: las estructuras no se imponen solas sino que necesitan decisiones políticas que las mantengan en marcha, decisiones políticas que eventualmente podrían también desactivarlas. Cuando una estructura es incompatible en su raíz con la Declaración de los DDHH y la más elemental dignidad humana, las decisiones que se toman para mantenerla viva adquieren un aura necesariamente truculenta, un aire de lúdica crueldad infantil, la forma de un gran bostezo nihilista. Supongo que a Barroso y Letta no les habrá gustado ser recibidos en Lampedusa al grito de “asesinos”. No se sienten “asesinos” y probablemente les produce horror sincero la pila de cadáveres acumulados a sus pies. Pero tienen que tragarse los insultos y los remordimientos de conciencia y responder de manera responsable a sus compromisos con la “estructura”, de los que en alguna medida dependen también los votos de sus electores.
Lo cierto es que las medidas tomadas por la UE y el gobierno italiano convierten a nuestros gobernantes en una especie de imaginativos diseñadores de yincanas infantiles o, mejor, de trepidantes concursos de televisión. No seamos más piadosos que ellos. Aumentar el presupuesto para los CIEs, reforzar la vigilancia en el Mediterráneo y conceder la nacionalidad a los muertos -mientras se sigue persiguiendo a los supervivientes- nos conviene y es además divertido, pues transforma los desplazamientos migratorios en el más caro deporte de riesgo del mundo: pagad miles de euros por la inscripción, oh jóvenes aventureros, y lanzaos una y otra vez al mar sorteando tempestades y patrulleras; si tocáis tierra vivos, os devolveremos, como en el juego de la oca, al punto de partida, os encerraremos, como en el juego de la oca, en prisión u os obligaremos a trabajos forzados clandestinos, como en el juego de la oca, expuestos a toda clase de abusos y desprecios. ¿Y no se puede ganar? ¿Cómo se gana en este concurso? Muriéndose. Si morís en nuestras playas, jóvenes aventureros, un dulce manto de piedad universal cubrirá vuestros cuerpos y recibiréis además el gran premio, el sueño finalmente cumplido, la gran ambición de vuestra vida por fin satisfecha: la nacionalidad italiana.
Este juego macabro tiene que ver obviamente con la “estructura”. Tiene que ver, como dice Eduardo Romero citando a Marx, con nuestro “deseo apasionado de trabajo más barato y servil” -una selección “negrera”- y con nuestro escaso respeto por las fronteras ajenas: intervención económica en naciones saqueadas, acuerdos con dictadores y violación física de la soberanía territorial. Una buena parte de las víctimas de Lampedusa, por ejemplo, procedían de Somalia, en cuyas aguas nuestros barcos europeos depositan desechos contaminantes y roban el atún para nuestras mesas. No olvidemos que mientras decenas de somalíes morían ahogados en las costas italianas, un tribunal español juzgaba a algunos expescadores de ese expaís africano por “piratería”.
Pero esta idea de premiar a los muertos con la nacionalidad póstuma -mientras se castiga a los vivos por haber sobrevivido- entraña una declaración de guerra y un malentendido racista. A estos jóvenes aventureros que creen en la libertad de movimiento y en el derecho a una vida mejor se les está diciendo que sólo serán aceptados e integrados en Europa una vez muertos, como cadáveres hinchados por el agua, y sólo si mueren a la vista de todos y en número suficiente como para no poder ocultarlos bajo las alfombras. Os queremos muertos. O parafraseando un viejo dicho: el único inmigrante bueno, el único inmigrante asimilable es el inmigrante muerto.
Al mismo tiempo, el premio de la nacionalidad póstuma es un acto de propaganda racista, que presupone e induce la ilusión de que los somalíes, eritreos y sirios naufragados en Lampedusa quieren ser italianos. En un momento en el que cada vez hay más italianos -y españoles- que no quieren ser italianos -o españoles- y que abandonan a la fuerza su país, los muertos de Lampedusa, vencedores de esta yincana nihilista, iluminan una falsa Italia (o España) deseable, apetecible, rica y democrática, a cuyas bondades aspirarían millones de personas en todo el mundo.
Es mentira: no quieren ser italianos (o españoles). Uno de los periodistas a los que más admiro, el italiano Gabriele del Grande, lleva años numerando y, sobre todo, nombrando las víctimas de este “genocidio estructural”. Mamadou va a morir es el título elocuente de uno de sus libros. Pues bien, Del Grande recordaba tras la masacre de Lampedusa algunos datos elementales: que la mayor parte de los inmigrantes no entran por mar, que muchos de ellos han intentado entrar antes por la vía legal, que son ya muchos más los que salen que los que entran y que, en efecto, la única forma de pararlos es matarlos (en origen, en camino o en destino). Y se lamentaba con amargura del papel de los medios de comunicación, que los tratan, al igual que los políticos, como meros “objetos” de un debate o de una imagen, de manera que “los verdaderos protagonistas”, los inmigrantes vivos y los inmigrantes muertos, no tienen nunca voz ni nombre ni razones. Del Grande, que ha viajado y compartido con ellos los trabajos y los placeres, describe esta insistencia de tantos africanos en atravesar nuestras fronteras como “el mayor movimiento de desobediencia civil contra las leyes europeas” y considera que “si vuelve algún día la paz al Mediterráneo y hay libre circulación, los muertos de hoy se convertirán en héroes del mañana y se escribirán novelas y se harán películas sobre ellos y su coraje”.
No quieren ser italianos ni españoles ni griegos. Conservan sus vínculos afectivos y culturales y con mucho orgullo, como lo demuestran las remesas mandadas a los países de origen (o el hecho de que sean las familias las que ahorran el dinero que permitirá al más joven y valiente de sus miembros pagar al mafioso local y embarcarse hacia Europa). No quieren ser italianos ni españoles ni griegos, aunque sí quieren tener algunos de los derechos que los italianos y españoles y griegos están a punto de perder. Reclaman el derecho a ir y venir y el derecho a quedarse en sus casas: a viajar y a no viajar, a trabajar, a correr aventuras, a conocer otros lugares, a amar otra gente y a su propia gente. No son distintos de nosotros y, si a veces tienen una vida mucho más difícil, también son más valerosos, más “emprendedores”, más vitales, más hábiles y menos cínicos. Puede que haya buenas razones -económicas y ecológicas- para limitar los desplazamientos, pero entonces habrá que empezar por las mercancías y los turistas: se mueven mucho más los europeos que los africanos y con un coste mucho más alto. Y en todo caso, el derecho universal al movimiento, que implica también el derecho a no moverse y el derecho a regresar, no puede aplicarse selectivamente con criterios étnicos, raciales o culturales, y menos imponerse o prohibirse por la fuerza. Cualesquiera que sean las coartadas “estructurales”, Europa jamás podrá pretender ser democrática e ilustrada mientras la denegación de auxilio, la selección “negrera”, la financiación de campos de concentración y la criminalización de la simple supervivencia constituyan la normalidad antropológica y jurídica de sus poblaciones y sus leyes.


El Mediterráneo une las costas y separa a sus habitantes. No nos dejemos engañar por la trágica imagen de esta grieta llena de agua y de muertos; ni por la dirección de los flujos humanos. El norte y el sur del Mediterráneo cada vez se parecen más. Mientras tenemos la impresión de que ellos vienen hacia nosotros, en realidad nosotros estamos yendo hacia ellos. Muy deprisa. Y convendría que, de un lado y de otro, encontrásemos juntos alguna solución, y nos volvamos por propia voluntad un poco africanos, antes de que nuestros gobiernos empiecen a aplicar las leyes de extranjería -como ya empieza a ocurrir- a sus propios ciudadanos. Extranjeros, terroristas, pobres, enfermos, España -e Italia y Grecia- se están llenando de españoles póstumos; es decir, de españoles virtualmente muertos.
(*) Santiago Alba Rico es .

Obispos con Olor a Oveja Marco Antonio Velásquez Uribe



La demora en los nombramientos despierta expectativas y, por cierto, da motivo de comentario y reflexión…(Marco Antonio Velásquez).
No es misterio que en Chile faltan obispos. Actualmente hay 2 diócesis en sede vacante (Arica e Iquique) y 3 episcopados donde sus titulares están en edad de renunciar (Copiapó, La Serena y Melipilla). A ello se agrega la vacancia de obispos auxiliares en Concepción y Santiago.

En suma, pronto faltarán 7 obispos, considerando que en La Serena, además del titular, su obispo auxiliar también espera acogerse al merecido retiro. Esto significa que el 28% de los miembros en ejercicio del Colegio Episcopal de Chile debe renovarse próximamente.
La demora en los nombramientos despierta expectativas y, por cierto, da motivo de comentario y reflexión. El hecho deja en evidencia que para el Pueblo de Dios no es irrelevante quien sea su obispo. Y lógico, el pastor está llamado a guiar al Pueblo que peregrina en la esperanza.
Los alentadores cambios que se viven en Roma, y que no han tenido suficiente eco en algunas Iglesias locales de nuestro país, constituyen un serio desafío para el Nuncio del papa Francisco en Chile, a la hora de proponer candidatos al episcopado. No hay duda que estos hombres del papa se enfrentan, en todas partes, a múltiples presiones jerárquicas para incluir a unos y vetar a otros. En esos avatares, ha de resonar en la conciencia del Nuncio el mensaje que el 6 de Junio pasado les transmitiera el papa en la Sala Clementina, donde les confió consejos sabios para conformar las ternas de hombres idóneos:
“Estad atentos a que los candidatos a obispos sean pastores cercanos a la gente, padres y hermanos, que sean amables, pacientes y misericordiosos. Que amen la pobreza, tanto la interior como libertad para el Señor como la exterior que es sencillez y austeridad de vida, que no tengan una psicología de príncipes”. “Estad atentos a que no sean ambiciosos, a que no busquen el episcopado – volentes nolumus- y a que sean esposos de una Iglesia, sin estar constantemente buscando otra. Que sean capaces de ´cuidar´ el rebaño que les ha sido confiado, de tener cuidado de todo lo que les mantenga unidos; de ´vigilarlo´, de prestar atención a los peligros que amenazan. Pero por encima de todo que sean capaces de ´velar´ el rebaño, de cuidar la esperanza, de que haya sol y luz en los corazones, de apoyar con amor y con paciencia los planes que Dios tiene para su pueblo.”
Si se agregan los consejos del Código de Derecho Canónico, que; “Para la idoneidad de los candidatos al Episcopado se requiere que el interesado sea: … doctor o al menos licenciado en sagrada Escritura, teología o derecho canónico, por un instituto de estudios superiores aprobado por la Sede Apostólica, o al menos verdaderamente experto en esas disciplinas.”(CIC 378 § 5), queda en evidencia la compleja tarea del Nuncio, que debe compatibilizar unas y otras virtudes en los candidatos.
El Código no deja espacio de acción directa al sensus fidelium en la conformación de las ternas para la elección de obispos, como era la antigua costumbre heredada de la tradición bíblica motivada por el reemplazo de Judas Iscariote, cuando Pedro presidió una asamblea de unas ciento veinte personas, que “Echaron suertes, y la elección cayó sobre Matías, que fue agregado a los once Apóstoles” (Hech 1, 26). Así, el Nuncio tiene la ardua tarea de captar esa sensibilidad en consulta a otros obispos y eventualmente con el “parecer de uno y otro clero, y también de laicos que destaquen por su sabiduría” (CIC 377 § 3).
Como una expresión del sensus fidelium, es oportuno recordar que la Iglesia chilena (jerárquica), en su larga historia ha dado testimonio admirable de fidelidad al Evangelio. Desde su actuación profética en defensa de los derechos indígenas vulnerados por los conquistadores, pasando por su influencia en la organización social en los tiempos de la Acción Católica, y más recientemente disponiendo a sus mejores hombres en la primera línea de la defensa de los Derechos Humanos durante la dictadura; por nombrar algunos hechos más emblemáticos. Son tiempos en que el Pueblo de Dios ha unido su destino junto al del pueblo chileno. En cada una de esas etapas hubo presbíteros y obispos que tuvieron la visión de comprender con radicalidad el servicio a los más vulnerables, a los pobres y perseguidos. Queda así la huella fecunda del carisma eclesial, en general, y episcopal, en particular, de servicio a toda la sociedad.
Así también, está presente como un estigma doloroso el tiempo actual, en que parte relevante de la Iglesia chilena se alejó de los pobres, abandonó a los trabajadores, se replegó en posiciones sociales de privilegio y unió su suerte a sectores vinculados al poder político y económico. El resultado fue un peligroso distanciamiento social, que ha llevado a una recíproca y abismante incomprensión. Y vino como una maldición la vergüenza y la lacra de los abusos a menores provocados y ocultados por clérigos, destruyendo la fragilidad de la confianza sobre la cual se funda la tarea esencial de la Iglesia, cual es evangelizar. Todo el bien realizado fue olvidado por la gravedad de los hechos conocidos. Con tristeza la Iglesia chilena ha venido a ocupar uno de los sitiales de mayor impacto en el concierto mundial en estos delitos. Habiendo sido mancillada la reputación eclesial, queda una estela de sufrimiento provocado por silencios, secretismos, errores, impericia y hasta una indebida activación de redes de protección en las que se han involucrado algunos obispos.
Un contexto como el descrito plantea una delicada tarea para el episcopado chileno del futuro, cual es reconstruir la credibilidad y confianza perdida, para favorecer la re-inserción de la Iglesia como un actor social; sólo así la sociedad chilena podrá seguir siendo acreedora del innegable bien que realiza la Iglesia. Para abordar con éxito este desafío, los consejos del papa Francisco a los nuncios parecen ser el mejor camino.
Visto así el proceso de renovación episcopal, el Nuncio del papa Francisco en Chile, don Ivo Scapolo, tiene en sus manos una tremenda tarea, en la que el pueblo chileno tiene puesta toda su confianza.
www.reflexionyliberacion.cl

11M: el gran naufragio de Pedro. J Ramírez Eulogio Paz Fernández


El 11-M ha sido la gran apuesta periodística de Pedro J. Ramírez y ha terminado por ser su gran fracaso. Pero no está solo en este su gran fracaso. Ha sido también el gran fracaso de su periódico El Mundo y de otros periodistas y medios de comunicación, como la Cope o Telemadrid. Y ha sido también el gran fracaso del Partido Popular y otras formaciones políticas afines que se han sumado a las teorías conspirativas de Pedro J. Ramírez o bien han sido las encargadas de generarlas.
Tal vez para algunos todo lo escrito y dicho por El Mundo y el PP y sus respectivos satélites mediáticos y políticos pueda parecerles ya algo lejano, algo a dejar de lado y a quitar importancia. Pero hay que ver lo que ha supuesto y supone la casi permanente martingala manipuladora y falaz practicada por El Mundo con el 11-M durante cerca ya de diez años.
El gran fracaso de Pedro J. Ramírez puede que explique que José Luis Rodríguez Zapatero, su “gran enemigo”, denigrado en El Mundo por la conspiranoia, escriba ahora en dicho periódico –sería interesante saber cuáles han sido las razones del “milagro” alcanzado– sin que, hasta ahora Zapatero haya mencionado para nada el 11-M en ninguno de sus artículos. Así escribía Pedro J. Ramírez sobre Zapatero en la carta del director de marzo del 2011 titulada “Zapatero y/o Rubalcaba”: “¡Caray con el buen encajador! A Bambi le salieron el pasado fin de semana garras de pantera. Que si ese titular es intolerable, que si cómo puede decirse eso a cuatro columnas, que si este videoblog que acabáis de colgar en elmundo.es me parece lamentable, infumable, de mal gusto… Llevo ya la suficiente mili a las espaldas como para saber que hasta el gobernante más templado se transfigura en fiera corrupia el día que por cefas o nefas se le atraganta la ración diaria de sapos que llega con el resumen de prensa del desayuno. No debería sorprenderme pues que un lector, oyente y espectador tan ávido como Zapatero tuviera ese brote de indignación e ira cuando hace tiempo que no hay medio de comunicación que no lo ponga a diario entre guapo y bonito”.
El gran fracaso de Pedro J. Ramírez puede que se explique por los distingos entre lo dicho por Pedro J. Ramírez (director de El Mundo) en junio de 2012 “Hace un par de semanas un miembro del Gobierno… me confesó… que estaba “cambiando de opinión” sobre lo ocurrido… y para él empezaba a ser evidente que los “suicidas de Leganés” y quienes fueron condenados en el juicio tuvieron que tener algún tipo de asistencia o tutela de carácter mucho más profesional –servicios secretos–, o algo parecido para consumar los atentados” (a fecha de hoy nada ha vuelto a escribir sobre esto) y lo dicho recientemente por el vicedirector de El Mundo Casimiro García-Abadillo: “Después de muchos años de investigación, no tengo prácticamente ninguna duda de que sus autores (al menos, parte de ellos) fueron los llamados suicidas de Leganés. Es decir, que el atentado (con colaboración o no) fue obra de un grupo yihadista”.
El gran fracaso de Pedro J. Ramírez puede que explique que él mismo diga: “…Pese a que una eventual exoneración de Zougam en un hipotético juicio de revisión no tendría por qué afectar al resto de la sentencia del 11-M…”, lo que equivale a validar la sentencia que reconoce la autoría del terrorismo islamista en el 11-M.
El gran fracaso de Pedro J. Ramírez puede que se explique por la incumplida solemne promesa del vicesecretario de comunicación del PP, Esteban González-Pons, de que “el PP desclasificará todos aquellos documentos que sirvan al esclarecimiento judicial del 11-M”. A fecha de hoy, nada de nada, un farol de González Pons.
El gran fracaso de Pedro J. Ramírez puede que se explique por la incumplida promesa de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, que en octubre de 2010 entrevistada por el propio Pedro J. dijo: “Cuando el PP llegue al Gobierno va a ‘ayudar a que se conozca toda la verdad’ sobre el 11-M”. Dos años después de estar en el Gobierno –nada de nada, otro farol más– dice que en su partido “seguirán estando porque se conozca toda la verdad”. Dos años después de estar gobernando ya ha tenido tiempo el Gobierno del PP de “dar a conocer la verdad”. Lo raro es que Cospedal no haya explicado el 11-M como un “atentado en diferido en forma de simulación”.
El gran fracaso de Pedro J. Ramírez puede que explique lo que dice acerca de su “gran amigo” José Mª Aznar: “…Con el caso Gürtel concluye un ciclo iniciado en el Congreso de Sevilla del 90…” (Se está refiriendo al PP). “…El punto de inflexión se produjo con la mayoría absoluta del 2000. Todas las expectativas sobre cambios en las reglas del juego, más democracia interna y más control de la sociedad sobre el poder –aplazadas durante la anterior legislatura por falta de apoyos parlamentarios– decaen definitivamente entonces, en la medida en que Aznar considera que al cumplir la promesa de permanecer sólo ocho años en La Moncloa queda exento de todas las demás. Es el momento de levantar el pie del freno y disfrutar conduciendo el bólido sin miramientos ni restricciones. Por eso se despeña en el barranco de Irak y la gestión del 11-M…”.
El gran fracaso de Pedro J. Ramírez puede que se explique por lo dicho por el propio Aznar algún tiempo después de los atentados, siendo ya expresidente: “Debo reconocer que tal vez la opinión pública española no era lo suficientemente consciente, hasta el 11 de marzo, del alcance de la amenaza del terrorismo islámico, o por lo menos, no tanto como lo ha sido del terrorismo de ETA. Si es así, el Gobierno tiene sin duda una responsabilidad que asumir. Quizá los propios éxitos conseguidos en la lucha contra ETA en los últimos años nos ha llevado a bajar la guardia ante la amenaza fundamentalista”… “Las redes del terrorismo fundamentalista islámico están extendidas por todo el mundo y también por Europa y nuestro país. En algunos casos, hemos sido capaces de detectar sus movimientos a tiempo. El 11-M, desgraciadamente, no supimos hacerlo”.
Y es que por muchas lisonjas tuiteras con que Pedro J. Ramírez se desayune y por más que trate de sumergirse en la Historia, el 11-M ha sido su fosa periodística, su hundimiento. Ni siquiera el Gal, ni el Faisán, ni el caso Bárcenas, ni los ERE… El 11-M ha sido su gran empeño y también su gran embarrancamiento. No sé si el 11-M ha sido su primer fracaso; lo que sí es seguro es que el 11-M, su gran apuesta, ha terminado siendo su gran naufragio.