FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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viernes, 9 de marzo de 2012

Bajarlos de la Cruz


Benjamín Forcano, teólogo

Los Viernes Santos en muchas ciudades de España alzamos la vista para contemplar las imágenes de nuestros Cristos Crucificados.
¿Y qué, si junto al Cristo Crucificado (“Cuanto hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo los hi cisteis”) desfilasen por nuestras calles las imágenes de los pueblos crucificado del Sur? ¿Qué, si en nuestras liturgias contemplásemos rotos por el dolor las heridas, humillaciones y muertes que viene arrastran do desde siglos?
Teólogos de la liberación afincados en el Tercer Mundo, insignes, y mártires algunos como Ignacio Ellacuría, nos han hablado de este hecho evidente y lo han hecho desde una perspectiva cris tiana: estos pueblos crucificados son la actualización de Cristo Crucificado. Decía Monseñor Romero: “Ustedes son la imagen del divino traspasado”.
Estos pueblos crucificados son víctimas, no caídas del cielo, sino produci das por los sucesivos imperios, por el sistema económico dominante y por las multinacionales. Son estos verdugos los que imponen la injusticia, los que la defienden violentamente si hace falta, y hasta con terror. Cuenten en esa pro cesión inmensa a los miles y miles de hermanos matados en estas últimas décadas en Centroamérica, y… alarguen la vista y verán pueblos masa crados, movimientos reprimidos, líderes desaparecidos, gentes de pueblo perseguida, torturada, desaparecida. Verán las argollas que los poderes del FMI, del BM y de la OMC siguen poniendo para que esos pueblos no levan ten cabeza y puedan disponer impunemente de sus ma terias primas.
Estos pueblos, en un mundo donde la riqueza nunca ha sido tanta, ven como los poderosos les roban, les ponen condiciones comerciales inicuas, acumulan cada vez más riqueza, sin importarles el hecho de que la dis tancia de ingresos entre unos y otros crece sin cesar, de modo que si en el año 1820 era de 1 a 3, hoy es de 1 a 70. La mitad de África, unos 400 millones, vive con menos de 1 dólar diario y está desnutrida. EE.UU. tiene una deuda externa de 6 billones de dólares, doble que la de todos los países pobres, pero a él nadie le exige que la devuelva, en tanto que a los po bres se les obliga con un cuchillo en la garganta.
Con razón, el Cristo y estos pueblos Crucificados son la expli cación el uno de los otros. Son el Siervo de Yahvé “sin fi gura, sin belleza, sin rostro atrayente”. Son pobres y, además, aplastados y torturados. Y así son como el Sier vo “que no parecía hombre ni tenía aspecto humano y producía espanto”. Y mientras sufren en paciencia y re signación, se los alaba, pero si se deciden invocar al Dios que los defiende y libera, entonces son subversivos, terroristas, comunistas.
Y no tienen quien los defienda, “son lle vados a la muerte, sin justicia”. Con razón escribía el obispo Pedro Casaldáliga “ Es hora de martirio en nuestra América Latina”. ¡Cuántos campesinos, sindicalistas, maestros, cate quistas, religiosas y religiosos, líderes po pulares, obispos engrosan esa procesión de crucificados! Ellos son el siervo sufrien te de Yahvé. “Les han dejado -escribía Ella curía- como a un Cristo”.
Paradójicamente, estos Crucificados son “luz de las naciones” ,es decir, ponen al descubierto la pecaminosidad fundamental del Primer Mundo , que es la injusticia. Y señalan como mala éticamente la solución que están dando al mundo, pues deshumaniza a unos y a otros.
Y, además, ofrecen salvación, por ser portadores de los “valores evangélicos”: solidaridad, servicio, sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios. Y ofrecen un potencial inmenso de es peranza, una y otra vez ahogada por el mundo occiden tal, pero sigue ahí contra toda esperanza, para poner en evidencia su fracaso. Y ofrecen amor, porque así lo han demostrado innumerables mártires de América Latina y de otras partes. Y ese amor es una gran oferta de huma nización.
Al final de la Cuaresma, seguirán esas procesiones del Cristo Crucifi cado y de tantos otros “Cristos históricos crucificados” que no estarán visibles en nuestras calles.
Tenemos un compromiso: bajarlos de la cruz. Es una manera muy correcta de celebrar la muerte del Señor.

JOSÉ ANTONIO PAGOLA TERCERO 2012


El celo de tu casa me devora
 
Cada vez son más los que toman nota de ese dato que ponía de relieve hace unos años P. Richard: Dios está presente en los pueblos pobres y marginados de la Tierra, y se está ocultando lentamente en los pueblos ricos y poderosos. Los países del Tercer Mundo son pobres en poder, dinero y tecnología, pero son más ricos en humanidad y espiritualidad que las sociedades que los marginan.
Tal vez, el viejo relato de Jesús expulsando del Templo a los mercaderes nos pone sobre la pista (no la única) que puede explicar el porqué de este ocultamiento de Dios precisamente en la sociedad del progreso y del bienestar. El contenido esencial de la escena evangélica se puede resumir así: allí donde se busca el propio beneficio no hay sitio para un Dios que es Padre de todos los hombres. (LEER EVANGELIO)
Cuando Jesús llega a Jerusalén no encuentra gente que busca a Dios, sino comercio. El mismo Templo se ha convertido en un gran mercado. Todo se compra y se vende. La religión sigue funcionando, pero nadie escucha a Dios. Su voz queda silenciada por el culto al dinero. Lo único que interesa es el propio beneficio.
Según el evangelista, Jesús actúa movido por «el celo de la casa de Dios». El término griego significa ardor, pasión. Jesús es un «apasionado» por la causa del verdadero Dios y, cuando ve que está siendo desfigurado por intereses económicos, reacciona con pasión denunciando esa religión equivocada e hipócrita.
La actuación de Jesús recuerda las terribles condenas pronunciadas en el pasado por los profetas de Israel. Sólo citaré las palabras que Isaías pone en boca de Dios: «Estoy harto de holocaustos... No me traigáis más dones vacíos ni incienso execrable... Yo detesto vuestras solemnidades y fiestas; se me han vuelto una carga que no soporto. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar el mal, aprended a obrar el bien. Buscad la justicia, levantad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid» (Isaías 1, 11-18).
No es extraño que en la «Europa de los mercaderes» se hable hoy de «crisis de Dios». Allí donde se busca la propia ventaja o ganancia sin tener en cuenta el sufrimiento de los necesitados, no hay sitio para el verdadero Dios.
Allí el anhelo de la trascendencia se apaga y las exigencias del amor se olvidan. Esta Europa del bienestar donde la crisis de Dios está ya generando una profunda crisis del hombre, necesita escuchar un mensaje claro y apasionado: «Quien no practica la justicia, y quien no ama a su hermano, no es de Dios»

 No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

En la década de los años 60, los llamados «teólogos de la muerte de Dios» profetizaron la rápida desaparición de la fe en Dios y el espectacular derrumbe de lo religioso en la sociedad moderna.

Apenas han pasado unos años, y ya ha perdido toda actualidad aquella moda teológica. Dios no ha muerto. Lo religioso sigue persistiendo, y la fe no parece abocada a una rápida desaparición.


Sin duda, la crisis religiosa es profunda y se plantea en las raíces mismas de nuestra civilización. Pero no se puede afirmar ligeramente que lo religioso esté desapareciendo para siempre. Si se escucha el parecer de sociólogos y teólogos, se diría casi lo contrario. «Desde el punto de vista de los datos reales, no hay razones para pensar que la religiosidad en general, y la práctica religiosa en concreto, estén en vías de desaparición, sino más bien de todo lo contrario». 

El interés por el misterio, la atracción por ciertas prácticas de piedad, el acercamiento a los sacramentos en los momentos más decisivos de la vida (Bautismo, Matrimonio, funeral) no han descendido como se esperaba.

Pero, uno no puede menos de hacerse la pregunta: ¿qué hay tras esa religiosidad? ¿qué se esconde en esa liturgia? ¿qué se busca a través de ese culto? ¿con qué Dios se encuentran estos hombres y mujeres en el templo?

La actuación de Jesús en el templo de Jerusalén nos pone en guardia frente a posibles ambigüedades, ambivalencias y manipulaciones de lo cultual.

También nosotros hemos de preguntarnos en qué hemos convertido «la casa del Padre». ¿Son nuestras iglesias lugar donde nos encontramos con el Padre de todos, que nos urge a preocuparnos de los hermanos, o el lugar en que tratamos de poner a Dios al servicio de nuestros intereses egoístas?

¿Qué son nuestras celebraciones? ¿Un encuentro con el Dios vivo de Jesucristo que nos impulsa a construir su reino y buscar su justicia, o la puesta en práctica de unos mecanismos de los que esperamos obtener efectos tranquilizadores?


¿Qué son nuestros encuentros dominicales? ¿Una escucha sin-cera de las exigencias y las promesas del evangelio y una celebración de nuestro compromiso de fraternidad, o el cumplimiento de una obligación rutinaria y aburrida que nos permite una «cierta seguridad» ante Dios?

Sólo hay una manera de que nuestras iglesias sean «casa del Padre»: celebrar un culto que nos comprometa a vivir como hermanos.

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