FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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viernes, 27 de agosto de 2021

BERENICE, EL SILENCIO Y LAS LÁGRIMAS DE LAS MUJERES AFGANAS

Religión Digital 

col encina

El día de ayer a un grupo de amigas, de “Mujeres iglesia Santiago” el corazón nos dolía… durante la jornada fuimos compartido el cuerpo “turbado” por lo que acontece hoy en Afganistán, y surgió en nosotras la invitación a la oración… en ella el pensamiento que nos movió y que comparto con ustedes, fue la convicción de pequeñas luces e hilitos de aire en nuestras noches más oscuras, que seguramente podía ser la oración de alguna amiga, amigo… o alguien desconocido que rezaba por nosotras.

Jesús, amor de amores, ternura sin límites, podía llevar esa oración y convertirla en esos gestos pequeños que nos salvan la vida. A la luz de nuestras pequeñas velas encendidas frente a la pantalla, rezamos el texto de la mujer encorvada, y leímos este relato que hace algunos años nos acompañó para Semana Santa, con el deseo de transmitir esta oración, les compartimos el extracto de este relato: Se llama Berenice.

Muy temprano, al despuntar el alba, mi cuerpo cansado se arrastró desde el suelo y se intentó incorporar. Así, día tras día, sentía el movimiento de cada una de las partes de mi cuerpo como una tortura. Hace tanto tiempo había perdido las esperanzas, hubiera preferido la muerte, pero aquí estaba yo, Berenice, sin poder erguir mi espalda, sin poder mirar a otros a los ojos, sola con mi realidad estrecha que recordaba que mi suerte estaba echada, que Dios se había olvidado de mí, que yo no tenía la bendición de Yahvé.

Ni siquiera esa misericordia había tenido conmigo, como hubiese deseado que alguien me quitase el aliento y no tuviera que repetir día tras día la misma rutina que gritaba mi triste verdad: que soy una mujer desdichada, basura de Israel. Me levanté, intenté hacer algunos movimientos que me permitieran transitar de un lado al otro, me arreglé y me puse los velos, como lo hacía cada mañana para salir a la calle, a buscar de la misericordia de otros lo mínimo para vivir. Nada tenía de distinto aquella mañana, la mirada levantada un poco más allá del suelo, el dolor de la clavícula deformada, la cintura tirante, y los ojos en ese ángulo que se pierde entre el suelo y la cintura de la gente.

Sonó el ruido de la tetera, observé el humo del agua hirviendo, preparé lo mínimo que podía darle a mi cuerpo esa mañana y cerré la puerta de casa como lo había hecho tantas mañanas. Sí, la historia había sido así, mis huesos encorvados me hacían recordar el dolor que había tenido que vivir, los insultos que había tenido que escuchar, en silencio, con obediencia sumisa, me había acostumbrado a mirar el suelo, no podía mirar de frente, aquello era una afrenta, sólo podía callar. A los pocos años ese hombre me dejó, no tuvimos hijos, así es que quedé sola. No sé si era peor o mejor, por un lado, él ya no estaba, me había dejado, pero por otro ya no tenía familia, y estaba sola. Mi vida estaba tirada a la suerte, o a la misericordia que yo creía que Yavhé no tenía conmigo.

Salí, las calles estaban recién iluminándose, me dirigí hacia la sinagoga, para ver si algo de esas ofrendas para los pobres podía llegar hasta mi mano. Caminé las mismas calles, en absorto silencio, nadie me hablaba, nadie me miraba, para nadie existía. Las calles angostas, hacían que me acercara con mi mano a las frías paredes que se encontraban en mi camino. Finalmente llegué a las afueras del templo y me quedé ahí, como lo había hecho durante todos estos años. Me había convertido en una mujer mayor.

Aquella mañana había un ruido especial, a medida que avanzaban las horas la gente se comenzaba a congregar, los pies iban y venían, de a poco se iba levantando un bullicio único, el alboroto de pies hacía que hubiera mucho polvo y eso hizo que yo comenzara a toser con mucha fuerza. Sentía como mis pulmones de ahogaban. De pronto alguien se acercó a ayudarme, y le pregunté: “¿Qué pasa? ¿Por qué tanto alboroto?” Ella me miró y me dijo: “Mujer, ¿no sabes quién está aquí?” “No”, le contesté. Y ella me dijo: “En el templo está Jesús, el Nazareno. Se ha juntado mucha gente para escucharle y para ver si lo que otros dicen es verdad, dicen que hace milagros y que sana a la gente enferma”. Cuando ya me sentí mejor, aquella mujer se comenzó a alejar.

En mi silencio, en mi cárcel interior, me dije a mí misma: “Alguien que sana... ¿no será un nuevo profeta falso que se viene a reír de nosotros?” Es tanto el dolor que este pueblo sufre que ciertamente escuchamos a cualquiera.

El tumulto se acercaba entorno a mí, y los gritos de la gente cada vez se hacían más cercanos. La mujer que había estado conmigo, se agachaba para mirarme y de pronto dijo una frase: “El Maestro quiere verte”.  El corazón me palpitó por mil, no alcanzaba a entender el todo de esas palabras, y, ¿cómo lo vería? Yo no puedo mirarle a él. De pronto, una mano fuerte agarró la mía. Hace tantos años, hace dieciocho años que no sentía la mano de un hombre tocando la mía. Era mano grande, se sentía callosa, trabajada. De pronto sentí como se agachaba hasta a mí. Vi sus ojos. Tenía frente a mí a un hombre con unos ojos luminosos, su mirada era especial, alguien después de tantos años me miraba, de mis ojos empezaron a salir lágrimas, y él con su otra mano delicadamente las secaba. De pronto, el hombre se enderezo, su mano tocó mi hombro, y con voz firme, dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad…. Silencio…. Profundo silencio…. Nada se escuchaba, todos los ruidos se habían callado, y aun sin poder mirarlos, sabía que todos los ojos me estaban mirando. De pronto mi cuerpo se comenzó a mover, no podía hacerlo al instante, sentía miedo, miedo de lo que pasaba, mis hombros, mi cuello, mi cabeza, todo comenzó a soltarse, hasta que de pronto volví la mirada hacia arriba. Él me miró con ternura, y me dio la mano nuevamente para que yo pudiera pararme. Como corría la sangre y el oxígeno por el interior. Al comienzo me dolía y de pronto se transformó como en una vertiente de vida que todo lo llenaba y movía.

En esta mujer, Berenice, muchas mujeres Afganas salieron a nuestro encuentro, sin sus nombres y sus historias, pero con la fe profunda, que, en esa noche, un suspiro, un aliento, una luz, nos hizo en Jesús entrañablemente hermanas.

Les compartimos esta oración con el deseo de que muchos nos podamos seguir uniendo a un entramado de amores para contrarrestar el dolor horroroso que hoy días se está viviendo.

 

María José Encina Muñoz, Hermana comunidad Adsis

QUIÉNES SON, DE DÓNDE SURGIERON Y QUÉ BUSCAN: CLAVES PARA ENTENDER EL RÉGIMEN TALIBÁN

Religión Digital 

col pacheco

 

El mundo entero mira a Afganistán. Al colapso del gobierno afgano el domingo 15 de agosto y la retirada del país de las tropas estadounidenses tras dos décadas de ocupación, ha seguido la evacuación a marchas forzadas de miles de colaboradores, extranjeros y afganos, del derrocado gobierno encabezado por el presidente Ashraf Ghani, que se encuentra en Emiratos Árabes Unidos.

El aeropuerto de Kabul, donde miles y miles de personas se han agolpado a lo largo de los últimos días en un intento desesperado por salir del país, han registrado imágenes virales que han conmocionado a la opinión pública internacional. Al mismo tiempo, desde Europa ya empieza a temerse un intento de entrada masiva de refugiados que huyen del terror talibán.

Pero, ¿en qué consiste este régimen que ahora irrumpe en el país asiático dominado por EEUU durante los últimos 20 años? Analistas y medios de comunicación de todo el mundo tratan de ofrecer una respuesta a esta pregunta al tiempo que se recrudece el drama humanitario del país y crecen los inquietud acerca del porvenir de su gente a corto plazo.

Caída y ascenso del régimen

Como es sabido, los talibanes que tomaron el domingo la capital de Afganistán, Kabul, gobernaron entre 1996 y 2001, un lustro que fue suficiente para imponer una rigurosa interpretación de la Sharia (ley musulmana). Su visión del islam, partidaria del retorno a las costumbres propias de los tiempos del Profeta, podría ser clasificada, salvando las distancias, junto a otras corrientes del islam político sunita como el wahabismo de las monarquías petroleras de los países del Golfo Pérsico o el islam de los Hermanos Musulmanes de Egipto.

El movimiento de los talibanes (“estudiantes en religión”) surgió en Afganistán allá por 1994, en medio de un contexto de devastación tras una guerra de una década contra los soviéticos y que enfrentaba una lucha fratricida entre muyahidines desde la caída del régimen comunista en Kabul dos años antes.

Refugiados previamente de los soviéticos en el vecino Pakistán, donde se habían formado, los miembros de esta corriente islamistas suní vieron morir a dos de sus líderes durante los años de invasión estadounidense. Mohammad Omar (2003) y Akhtar Mansur (2016).

Dirigido en la actualidad por Haibatullah Akhundzada, el movimiento talibán está encabezado políticamente también por Abdul Ghani Baradar, cofundador del movimiento. Como la casi totalidad de la población afgana, ambos son esencialmente pastunes, el grupo étnico que ha dominado el país casi ininterrumpidamente durante dos siglos.

Con la promesa de restablecer el orden y la justicia, los talibanes tuvieron un ascenso imparable gracias al apoyo de Pakistán y el beneplácito de EEUU. Así, en 1994 tomaron Kandahar, entonces capital del país. Entonces instauraron un régimen de terror propiciado por una estricta ley islámica que prohibía incluso juegos, televisión, fotografía y música y apartaron a las mujeres de la sociedad.

En marzo de 2001 dinamitaron los Budas gigantes de Bamiyán, dos monumentales y milenarias estatuas del arte greco-budista, por considerarlas contrarias al Corán. La opinión internacional se escandalizó y la sede del poder se trasladó a Kandahar, en una región cercana a la casa construida por el líder de Al Qaida, Bin Laden. La zona se convirtió desde entonces en un lugar de entrenamiento para islamistas radicales de todo el mundo. 

Unos meses después, el 11 septiembre, tuvieron lugar los atentados en EEUU que costaron más de 3.000 víctimas mortales. Acto seguido se produjo la respuesta del gobierno estadounidense, que inició la invasión militar de Afganistán después de que el régimen talibán se negara a entregar a Bin Laden, principal sospechoso de organizar los ataques terroristas. En diciembre los talibanes capitularon y volvieron a exiliarse en Pakistán.

Desde la invasión estadounidense hasta nuestros días

En las dos décadas transcurridas desde entonces, los ataques y emboscadas contra las fuerzas de ocupación occidentales han sido frecuentes y no fue hasta 2015 que, propiciadas por China y EEUU, tuvieron lugar las primeras conversaciones entre el gobierno afgano y los talibanes.

Los ataques contra las tropas estadounidenses no cesaron ni siquiera mientras tenían lugar las discretas negociaciones entre EEUU y los talibanes. Sin embargo, en febrero de 2020, ambas partes firmaron un acuerdo histórico que preveía la retirada de las tropas extranjeras a cambio de garantía de seguridad e inicio de negociaciones.

Un año y medio después, en julio de 2021, el presidente Joe Biden ordenó la retirada de las tropas que, como todo el mundo ha visto, se ha hecho finalmente efectivo. Sin la presencia norteamericana, los talibanes han impuesto su dominio de forma fulgurante en todo el territorio afgano, provocando la huida del presidente Ashran Ghani.

El narcotráfico, la extorsión y los secuestros son las formas de financiación de quienes hoy ostentan el poder en Afganistán. Pese a que uno de los portavoces talibanes ha asegurado esta misma semana que “Afganistán no será más un país de cultivo de opio”, la afirmación parece poco viable en un país en país que, actualmente, produce el 80% del opio mundial.

El nuevo desorden mundial 1

Jaime Richart jurista y antropólogo 

 Redes Cristianas 

La paz perpetua es una obra política del filósofo alemán Immanuel Kant publicada en 1795, que antes o después hubieran debido tenerla en cuenta los gobiernos de las naciones.

La sociedad del milenio que hemos empezado a vivir, bien merece pasar a otro escalón.

Pero se ve que los gobiernos no quieren saber nada de filósofos ni de filosofías.
En Oriente han hecho siempre bastante más caso a sus filósofos, pero en
Occidente el sustrato moral que hay bajo el pragmatismo
extremo de unas minorías, que es lo que al final siempre se
impone, viene de dos textos sagrados, suplementarios y en
numerosos casos contradictorios: Antiguo y Nuevo Testamento.
Lo que explica en buena medida el por qué de tanto desatino y
de tanta confrontación en la moral y la ética civil de las naciones
que informa, en teoría, la gobernación de siempre.
El caso es que el “orden mundial” es una clase de orden
sociopolítico convencional que siempre ha estado tachonado de
guerras, de barbarie y de barbaridades. Y si no, de graves abusos
de las élites y las consiguientes convulsiones sociales
reprimidas.

Digamos que la referencia para lo que llamamos
ahora orden mundial siempre fue el orden político, social y
económico de los países occidentales, excluido el continente
africano que también se encuentra en el hemisferio occidental.
Las guerras han tenido por norma una motivación aparente y
otra real. Sin ir a la prehistoria, primero fueron dinásticas, luego
de religión, de independencia, ideológicas, y siempre con un
trasfondo económico de mayor o menor envergadura, aunque el
pretexto con que intentan sus provocadores justificarla sea lo
que queda en el imaginario popular y en los textos que,
buscando el éxito editorial, se quedan en la superficie de las
cosas.

Pues bien, ahora no se habla de orden mundial, sino del
llamado pomposamente “un nuevo orden mundial”. Un nuevo
orden que en realidad es un conglomerado de disparates que
sugiere una trama en forma de metáfora: la de una guerra
armada que no se ha declarado pero cuyo espíritu ha calado en
forma de inquietud, de desasosiego y de amputación de la
esperanza en gran parte de las poblaciones que ya carecían de
recursos.

Pues la guerra, declarada o no, por sí misma es un
disparate, el mayor disparate. Y con mucho mayor motivo nos lo
parecerá, si pensamos en el hecho de que en el corto espacio de
tiempo de poco más de treinta años hubo dos que involucraron a
prácticamente todas las naciones del planeta. Y aún más nos lo
parecerá, si recordamos la obra citada, La paz perpetua de Kant,
habida cuenta el nulo caso que han hecho los sucesivos
gobiernos desde entonces a sus sabias propuestas…
Pero el sucedáneo silencioso de una guerra que es la
deconstrucción calculada, con sus muertos directos y sus
muertos indirectos consecuencia de tal deconstrucción, para
millones de personas ha de generar un sentimiento trágico
cercano al de una guerra, al que se suma la desesperanza de otra
cosa que no sea la supervivencia. Como en las guerras.

Porque, aunque ya sabemos que era la paz de las metrópolis a costa de
las guerras llevadas por los dirigentes de todas clases a diestro y
siniestro a otras latitudes, Occidente llevaba viviendo una paz
auténtica los años de vida de quien firma este texto; y, cuando
más acostumbrados estábamos a esa paz, hace más de año y
medio, de pronto, el mundo entero sufrió una sacudida atroz,
una convulsión similar a la que ha de sentir quien pasa por un
seísmo prolongado. Aunque en realidad fue una suerte de
revolución, pero una revolución “por arriba”, anticipándose los
poderes del mundo a la que temían “por abajo”.

En efecto, vivíamos en paz, y con ella, en unas naciones más y en otras
menos, en conjunto se vivía una significativa estabilidad del
espíritu, de la mente y de las emociones controladas donde se
esconden las fuentes de la creatividad y de la ascensión de la
sociedad a esa clase de grandeza que no se levanta
necesariamente sobre la tragedia y las ruinas de la propia
sociedad. Y en aquellas circunstancias dignas de agradecerse al
destino, de pronto el mundo se vino abajo. Y ahí estamos, ahí
seguimos. Lo que no impide que las gentes ordinariamente
avisadas no olvidamos que esta situación extraordinaria tiene
sus antecedentes y también sus profetas…

Porque hace aproximadamente doce años, las trompetas del
Apocalipsis sonaron en todos los medios de comunicación con
la estridencia y consecuencias de las hecatombes económicas: la
vida larga de las personas representa un grave peligro. Esa
longevidad por la que tanto se trabaja en gerontología, de
repente se convierte en una grave amenaza para la propia
sociedad y para el sistema económico global basado en el libre
mercado, el libre mercado sólo en teoría, pues los bienes
principales están intervenidos. Consecuencia de una serie de
factores, incluida la ausencia del principal regulador de la
población que son las guerras y las grandes epidemias, el
sostenimiento de un segmento anchísimo de la población
envejecida, la pasiva, impedirá el desarrollo y la expansión
constantes que el capitalismo, ahora en forma neoliberal, precisa
según aquellos vaticinios y la realidad inmediata que se observa
y lo confirma…

De ese peligro es advertido el mundo hace una década. La
advertencia la hacen, urbi et orbe, por un lado, una distinguida
funcionaria del máximo organismo monetario internacional y,
por otro, un ministro nipón de finanzas. Pues bien, doce años
después esa revolución “por arriba” de la que hablaba, la
confirma y prueba la reacción de los poderes de las naciones
frente a la amenaza cuyo aviso adquirió tintes proféticos,
declarando una pandemia universal.

Así están las cosas. La advertencia primero y la cristalización
ladina del peligro que subyace en el “nuevo orden mundial” dan
lugar a la conjetura y a las hipótesis sobre lo que empezó a
suceder y está sucediendo. La sospecha, ante la imposibilidad de
lograr pruebas en contrario, recae sobre la verosimilitud de lo
que se está haciendo de acuerdo a unas decisiones médico-
políticas de alcance planetario. Y la hipótesis es que “alguien”
intenta conjurar ese peligro con procedimientos de ignominia, a
lo que se suma el no menos grave y brutal cambio climático que
viene perfilándose desde hace tres o cuatro décadas; peligros
que, combinados entre sí, hacen temblar al sistema nervioso del
mundo y de cada ser humano por separado, lo reconozca o no.
Vivimos pues debido a eso, el síndrome de una histeria también
universal; una histeria acompañada de tal incertidumbre acerca
no de un futuro sin nosotros, sino del futuro de mañana que las
cabezas pensantes, sus proyectos, planes e iniciativas de toda
clase no tienen otra opción que ignorar, porque el mercado que
lo rige todo en el sistema se basa a su vez en la confianza.

En una confianza que ya no existe, que ha desaparecido, como no
existe ya un futuro feliz para miles de millones de humanos que
lo acariciaban; impensable más allá de lo que los cándidos
deseen imaginar. Y rota la confianza, sea en el mundo mercantil
y en el de las finanzas, sea en el del trabajo, en el de la
remuneración y en tantos otros ámbitos de la vida social y
particular, precisamente porque hay motivos abrumadores para
no alimentar la confianza, al menos en el sórdido marco de la
economía y en el encantador de la esperanza, las almas no
podrán pasar de esforzarse en inventarla.
Nota. Esta primera parte del estudio contiene los ingredientes del análisis. La
segunda contendrá los del augurio.

23 Agosto 2021