El Correo de Andalucía
miércoles, 8 de enero de 2025
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Trump airea sus anhelos expansionistas y no descarta emplear el Ejército para controlar el Canal de Panamá y Groenlandia
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EPIFANÍA PARA TERESA FORCADES: UNA GRATITUD VIVA
A propósito de la Epifanía, esa manifestación luminosa del amor que transforma, quiero dedicar este texto a Teresa Forcades y, en ella, a todas las religiosas del mundo. Mujeres que, guiadas por el Ruah, el soplo divino que da vida y mueve los corazones, nos recuerdan que el amor, la justicia y la libertad son caminos posibles para habitar este mundo de manera plena.
En Teresa he encontrado una revelación cotidiana de la fuerza del amor libre y fiel. Su vida, marcada por el compromiso con la justicia, la espiritualidad encarnada y el feminismo transformador, es un testimonio vivo de que la fe no es un refugio pasivo, sino un llamado activo a ensanchar el corazón y abrir los brazos.
Un encuentro que cambió mi vida
Conocí a Teresa en la profundidad de la pandemia, cuando el aislamiento me llevó a reencontrarme con mis libros de teología y con las teólogas que han iluminado mi camino. Llegué a Barcelona desde México, enfrentándome no solo a una pandemia mundial, sino también a un diagnóstico que limitaba mis días a solo tres meses más. En ese tiempo de incertidumbre y vulnerabilidad, los libros de Teresa y sus charlas en YouTube me salvaron.
No sabía si algún día podría decirle cara a cara cuánto su obra había sido un sostén para mi espíritu. Sin embargo, el universo tejió nuestro encuentro. Al terminar la pandemia, con un corazón lleno de gratitud y una voluntad inquebrantable, me presenté en el monasterio de San Benito, sin cita previa. Teresa, con su generosidad infinita, no solo me recibió, sino que me regaló un paseo por el jardín y me compartió su más reciente proyecto: la Escuela de Sincletica.
Desde ese día, su apoyo ha sido constante y profundo: me becó para una maestría en espiritualidad, escribió el prólogo de mi libro una lucha colectiva: Testimonios y me invitó a colaborar en la prestigiosa publicación Iglesia Viva. Cada gesto suyo, cada palabra, ha sido una revelación de lo que significa vivir plenamente en la gloriosa libertad de las hijas de Dios.
El misterio divino tras los muros del convento
En Teresa he descubierto que tras los muros aparentemente silenciosos de un convento sucede un misterio divino que pocas veces comprendemos desde afuera. Allí, en el ritmo pausado de la vida monástica, se genera una conexión profunda entre lo humano y lo divino. Pero con Teresa, este misterio toma una forma particular: es alegre, vivaz, contagioso.
Sus clases son increíbles, llenas de vida y profundidad. Teresa tiene el don de explicar los temas más complejos con una claridad deslumbrante y un entusiasmo que contagia. Es imposible no sentirse inspirada al escucharla: en su risa, en sus anécdotas, en la forma en que conecta lo cotidiano con lo trascendente, se percibe esa chispa divina que ensancha corazones.
Sin lugar a dudas, Teresa es una profetisa en nuestro tiempo. Sus palabras, su vida y su compromiso nos interpelan profundamente, revelando con valentía las injusticias y ofreciendo caminos de esperanza y transformación. Como las profetas de la Biblia, Teresa escucha el clamor del mundo y lo traduce en acción, mostrando que la fe puede y debe estar al servicio de la justicia y la dignidad humana.
La Epifanía de Teresa: El misterio que se comparte
Hoy, cuando Teresa celebra sus 25 años de vida religiosa, quiero tomar sus propias palabras como guía: “Es esto, mi alegría por el amor loco y fiel de Dios, lo que os invito a celebrar.” En ese amor, que no necesita ser merecido pero sí acogido, se encuentra el gran misterio divino.
Ese misterio no es algo lejano o inalcanzable. Teresa nos muestra que se encuentra en los gestos simples y cotidianos, en el acto de compartir el conocimiento, en su optimismo inquebrantable y en su generosidad sin límites.
Mi gratitud
Teresa, si alguna vez soñé con abrazar la vida religiosa, fue porque imaginaba que podría vivirla como tú: en libertad plena, como hija amada de Dios. Eres para muchas y muchos de nosotros la manifestación de lo divino en su forma más humana: cercana, vital y profundamente comprometida.
En esta Epifanía, celebro tu vida, tu misión y tu luz. Que sigas ensanchando corazones, como el mío, que nunca dejará de agradecer el regalo de haberte encontrado.
Con todo mi amor y gratitud.
Luz Estela -Lucha- Castro
Religión Digital
TIEMPO DE EPIFANÍAS
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar
Antonio Machado
Algunas iglesias celebran, el día 6 de Enero, la fiesta de la epifanía en la que se actualiza el sentido del texto de Mateo, según el cual unos sabios llegan de diversas partes del mundo al portal de Belén para reconocer al Mesías, guiados por una estrella. Desentrañar el sentido último de esta celebración y esta parábola nos lleva mucho más lejos de la anécdota. La palabra en sí, viene de dos raíces griegas: Epi, por encima y del verbo Phaínein, que se traduce como mostrarse o aparecer. El uso religioso más común es el de “manifestación”. Pero el término ha sido asimilado mucho más allá del ámbito eclesial, igualmente la experiencia que conlleva… y es entonces cuando podemos encontrar perspectivas más amplias que nos interpelan.
La epifanía nos connota un “correr el velo” que permite ver, descubrir, experimentar la LUZ. Los magos o sabios fueron guiados hasta el niño a través de una pequeña luz: la estrella que les mostró el camino. La epifanía se produce en el momento mismo en que el todo, la verdad, el más allá, se ve y se experimenta. Se trata de una experiencia fuerte que impacta a todo el ser, a toda la vida… Tiene como consecuencia un cambio de orientación, un cambio de ruta.
En el relato de Mateo, los magos caminantes (sólo se encuentra algo cuando se camina…) son llevados a través de rutas y países por una estrella que les permite llegar hasta la fuente misma de toda luz. Cuando llegan al portal “reconocen” en ese niño la manifestación de la verdad plena, de la Divinidad y entonces le ofrecen sus dones. Cuando los velos se descorren surge espontáneamente la oferta, es una consecuencia y un llamado de la grandeza.
Dice la narración que a continuación regresan a su tierra por otro camino. Ninguna epifanía deja las cosas como estaban, todo se reacomoda. La experiencia de la de-velación transforma porque muestra aristas ocultas antes a nuestros ojos. Las epifanías no se producen todos los días indudablemente… pero si tenemos los ojos abiertos podemos vivir epifanías en diversos ámbitos de nuestra vida… y las epifanías siempre nos abren a la LUZ. Es importante regresar a la parábola, porque ciñéndonos a ella el panorama es más claro, despojado de los muchos adornos posteriores.
En primer lugar el texto no habla de “reyes”, no traen séquitos… se dice que vinieron unos magos de oriente, siguiendo a la estrella. Los magos en el antiguo mundo que rodea la Biblia eran considerados fundamentalmente personas sabias e ilustradas que se dedicaban a la astronomía y astrología. El firmamento era estudiado como un mapa que permanentemente enviaba sus señales a la tierra y la historia. En ocasiones -gracias a su estudio- develaban misterios, interpretaban señales del cielo y hacían profecías. En algunos países eran igualmente sacerdotes, por ejemplo los sacerdotes de Zoroastro eran llamados magos.
Es importante para comprender esta conmemoración que quitemos de nuestra “enciclopedia” previa, toda cercanía con la magia como la entendemos hoy. Nos encontramos muy lejos de este ámbito. Los magos que visitaron el portal según el evangelio de Mateo eran sabios, estudiosos, que venían del Oriente hacia Palestina buscando la verdad, buscando el Mesías que traería la liberación a estos pueblos. En esa medida representan la sabiduría del momento. Y esa sabiduría reconoce en Jesús la manifestación plena de la Divinidad.
Entonces las epifanías en nuestra vida no se nos dan por arte de magia, improvisadamente, no nos llegan gratuitamente. Por el contrario las podemos vivir si tenemos un camino de búsqueda, de indagación permanente en nosotros mismos, si revisamos con frecuencia nuestros nortes y rutas. Si al visualizar una pequeña luz o una mínima intuición la seguimos, vamos tras ella y nos dejamos guiar. La epifanía o de-velación entonces puede transformarnos la vida siempre y cuando tomemos otra ruta, la ruta que esa misma estrella nos señala: encontraremos al otro lado la respuesta definitiva a nuestras búsquedas. La epifanía descorre velos y nos revela lo insospechado.
Que los magos de Oriente, nos inviten a sus caminos.
Carmiña Navia Velasco
En la Epifanía del 2025
EPIFANÍA: OTRA IMAGEN DE LA NAVIDAD
Partiendo de la base que la fiesta de los Reyes Magos (Epifanía) es parte sustancial de la Navidad, aprovecho para resaltar aspectos que no quedan resaltados suficientemente por el envoltorio glamuroso de los regalos en esta fecha tan singular. Miro la Natividad en su conjunto, y lo que veo es que alrededor del pesebre y el Niño, están María, José, un par de animales (según cuentan los evangelios apócrifos) … y una serie de personajes, todos ellos impuros, bien por su profesión, en el caso de los pastores; bien por ser extranjeros los magos de Oriente… en el caso de que históricamente existieran.
Pero el mensaje es claro: el Niño Dios, Emmanuel, nació en una cueva que servía de establo, y tuvo por toda compañía a personas que religiosamente se les consideraban excluidas por ser impuras. Casi tanto como a los leprosos según aquella escala de exclusiones. En Israel había una larga lista de "oficios impuros" que despreciaban y excluían a quienes los ejercían. En la lista estaban los pastores y asimilados (los arrieros de asnos, los camelleros, los cocheros), así como los marineros. Oficios especialmente vilipendiados porque se entendía que llevaban por sí mismos a la maldad.
Por lo tanto, lo que aquél niño representaba era todo lo contrario: la apertura fraterna a todos y para todos, ampliando el pueblo elegido a la humanidad toda, sin que tenga espacio religioso la exclusión purista a los extranjeros por este nuevo concepto de fraternidad universal. Y en segundo lugar, la impureza solo cabe dentro del ser humano, no en razón de la profesión, el sexo o cualquier otro atributo. Nada externo al ser humano puede hacerlo impuro. Lo que realmente hace impuro es lo que sale del corazón, resalta el evangelista Marcos (7,15). La diversidad, por tanto, debe ser respetada, asumida e integrada porque son espacios sagrados ante la uniformidad excluyente. Jesús va lejos cuando comienza a predicar al ponerse de ejemplo como “el buen Pastor” y elegir entre sus discípulos a varios marineros… de profesión también impura.
Una llamada de atención “intra muros”, ahora que tanto cristiano se rasga las vestiduras de pura intransigencia en cuanto el Papa Francisco se acerca a las periferias, como así parece indicar todo el Mensaje de los evangelios. Jesús de Nazaret, él mismo fue uno de esos impuros al nacer en un pesebre, es decir, el recipiente donde comen los animales. Y doblemente impuro porque sus padres también lo fueron al acoger y agradecer la alegría de los pastores en lugar de ahuyentarles; María y José entraron así en el círculo de la impureza, a ojos de cualquiera que se sintiera judío cumplidor de la Ley.
En todo ello resalta la humanidad por encima de la legalidad, e incluso de la ejemplaridad, tantas veces revestida de hipocresía -duramente criticada por el propio Jesús. Miremos, pues, la Navidad con otros ojos más inclusivos; admiremos de la audacia de la Encarnación ocurrida de manera inimaginable, rompedora por lo radicalmente inclusiva, difícil de asimilar también entre nosotros; en suma, difícil de practicar el espíritu navideño que atesora. Pero maravillosa Buena Noticia porque ¿Quién no se ha sentido alguna vez excluido?
Feliz jornada entrañable de “los reyes Magos”, y todavía mejor propósito de vivir el espíritu inclusivo y fraterno de la Navidad entre nosotros… durante todo el año. Ojalá así sea, al menos para que se nos note que creemos y acogemos en nuestra vida la Buena Noticia, la Plenitud, el gozo de sentirnos amador por Dios, da igual lo que nos hagan o cómo nos sintamos. Laus Deo.
CON LA VISTA EN EL BAUTISMO DE JESÚS, AMIGO DE PECADORES
Han pasado los días desde la Epifanía de Jesús a los Magos sabios, y la liturgia nos lleva en un salto cronológico que parece no atender al largo silencio sobre la infancia de Jesús. Según el Evangelio de San Mateo, transcurren treinta años y más desde Belén hasta su bautismo en el Jordán, sin que nos diga nada sobre sí mismo.
Nuestra curiosidad querría saber cómo vivió Jesús su juventud, quién le enseñó a leer y escribir, cómo llegó a ser un hombre maduro... Los Evangelios no nos dan respuestas. Sólo podemos decir que, en los años inmediatamente anteriores a su bautismo, Jesús fue discípulo del Bautista en el desierto de Judá, como nos atestigua el mismo Juan en su predicación mesiánica: «El que viene detrás de mí es más fuerte que yo» (Mt 3,11), por lo que Jesús bien puede contarse entre los discípulos del Bautista.
Y es precisamente como discípulo que Jesús pide a Juan, su rabino, recibir la inmersión en las aguas del Jordán, colocándose en la fila de los pecadores que desean profesar un deseo de conversión, un retorno a Dios. Es la presentación del Jesús adulto, su primer acto público. Él que es el Mesías, el Ungido del Señor, el Salvador de Israel, el Hijo de Dios que vino al mundo... se presenta en una fila con pecadores, una presentación que persigue ese rebajamiento, esa humilde sencillez que desde su nacimiento prefiere no exhibir sus prerrogativas divinas, o al menos lo que suponemos que son sus prerrogativas divinas.
Él, el Cristo de Dios que no necesita el bautismo para la remisión de los pecados, estando libre de pecado, no sólo está en la fila, a la cola, sino que pasará el resto de sus años siempre entre pecadores, hasta el último día en que incluso su muerte en la cruz será entre malhechores. Los fariseos le llamaban, no por casualidad ni mucho menos como un cumplido, «el amigo de los publicanos y de los pecadores» (Mt 11,19). Sin embargo, todavía hoy nos cuesta aceptar tal manifestación, basta pensar en los títulos con los que reconocemos a Jesús, su concepción, su nacimiento, sus naturalezas... ¡hasta «Cristo Rey»!
Es curioso que la tradición cristiana nunca haya pensado que «amigo de los pecadores» pudiera ser un título cristológico. Y, sin embargo, ésta es la primera salida pública que marca las intenciones del hombre, es decir, que dice su programa de vida.
Por eso Jesús es sumergido por Juan en el Jordán. Jesús hace un gesto pascual de descenso al río de una humanidad perdida, descorazonada, cansada, y luego se levanta, no se queda en esas aguas, sale de ellas, profecía de su resurrección a una vida nueva, y con Él nos arrastra a todos nosotros fuera de esa esclavitud, de ese miedo al pecado que siempre nos mantiene esclavizados.
En ese momento se abren los cielos, signo que en el lenguaje bíblico sugiere la reapertura de una comunicación entre Dios y la humanidad, y el Espíritu Santo desciende como una paloma, suavemente, sobre él y una voz proclama: «Este es mi Hijo, el Amado: yo le amo». Palabras que acompañan la vida como una caricia.
Y uno se da cuenta enseguida cuando una vida no ha sido acompañada por la caricia de la palabra que dice “te amo”. Es la historia de la humanidad, es la historia de Adán y Eva, de siempre... por eso en el relato el evangelista trata de evocar el comienzo, el principio, para decir que en Jesús se inaugura una nueva creación, Él es el nuevo Adán, el nuevo tipo de hombre, que es acariciado por el Espíritu, con toda la dulzura de la Palabra de Dios y sólo un hombre así será capaz de amar.
Consideremos cómo Jesús cambia profundamente el significado del bautismo. Hubo abluciones, baños purificadores antes de Él y habrá más después de Él, pero la transformación que tiene lugar en el Jordán es única: la Palabra de Dios transforma el bautismo de un acto de penitencia en una proclamación de amistad. En la inmersión en el Jordán, la penitencia deja paso a la declaración de un Dios que se hace nuestro amigo, nuestro compañero de viaje. Y la prueba viene del hecho de que los fariseos, cuando quieran criticar a Jesús y burlarse de él, le llamarán precisamente eso “¡Aquí hay un comilón y un borracho, un amigo de publicanos y pecadores!”, Sí, lo somos. Somos pecadores, pero en buena compañía, Jesús es nuestro amigo.
Cuando las primeras comunidades volvieron a proponer el bautismo a los nuevos cristianos, cada pila bautismal se convirtió de nuevo en una especie de Jordán, por cuyas aguas el adulto descendía al estanque, como Jesús había descendido al Jordán, para que le dijeran: te quiero de verdad, tú eres mi amigo, tú eres mi hijo.
El bautismo expresaba así el deseo de asociarse a Jesús, de sumergirse en este amor. Por eso nadie se bautiza a sí mismo. Se puede decir que se ama a Dios, que se ama a Jesús, que se hace esto y lo otro... pero el Bautismo se recibe -como los sacramentos de la Iglesia-, lo que dice una verdad tan importante como olvidada, que no somos nosotros los que entramos en la amistad y en la comunidad de Cristo, sino que el hecho de ser acogidos en la comunidad y en la amistad con Jesús, es un don, que por supuesto exige nuestra respuesta, pero al principio es la amistad de Jesús con nosotros, pobres y confundidos.
Es la misericordia de Dios la que viene a nosotros, no el despliegue de nuestros méritos lo que nos hace agradables a Dios. Y la Iglesia, si quiere ser fiel a la amistad de Jesús, está llamada a ser amiga de los pecadores, no para justificar sus pecados, sino porque Ella misma ha tenido la experiencia de que la Palabra, que transforma el agua del pecado en manantial de vida que regenera, es ser amada. Sólo el amor regenera al hombre nuevo.
Pasar de una idea de Iglesia a la que hemos estado acostumbrados durante siglos, y que a pesar del Concilio Vaticano II, de la colegialidad, de la sinodalidad,…, seguimos teniendo en la cabeza y en los hábitos como el modelo de Iglesia gregoriano y tridentino, no es fácil.
Tenemos en la mente un modelo fundado en tres pilares: seminario, sacramentos y catecismo, un modelo que privilegia precisamente la sacramentalización en detrimento de los itinerarios de formación bíblica; un modelo centrado en los niños y en la cura animarum y en la conducta moral de los adultos, y fundado en relaciones comunicativas unidireccionales: del clero a los laicos, del adulto al niño, del varón a la mujer... Un modelo enjuiciador porque se cree el único portador de valores, investido de la misión de moralizar la moral.
Si no cambiamos, en nuestro país, en pocas décadas la realidad subvertirá esa idea y figura de la Iglesia que se ha presentado durante siglos como una institución omnipresente, superorganizada, centralizada en sus procedimientos formativos y decisorios y rígida en sus formas rituales iguales en todas partes... y surgirá finalmente una figura de Iglesia más sinodal y dinámica.
No se trata tanto de un nuevo modelo al que hacer adherir la realidad, sino que se trata precisamente de relativizar todo modelo y, manteniendo un mínimo de estructura, dar vida a pequeñas comunidades capaces de verdadera fraternidad que compartan el Evangelio y sean capaces de expresar carismas y ministerios internamente, en el territorio donde viven.
No es trivial, pero una Iglesia con rostro amable, una Iglesia que sea capaz de decir palabras que acaricien la desesperación del mundo, que sumerja no todavía en un bautismo de purificación para renovar culpas, sino que sumerja en la estima, en el amor, en el valor que cada uno es y aporta... no se improvisa.
Mientras tengamos un laicado predominantemente pasivo, mal formado, desconocedor de sus derechos y deberes, dependiente del clero, y una teología débil marginada por dinámicas censoras o autocensuradoras.... Pero es sobre todo en torno a las figuras de Obispos y sacerdotes donde se coagulan las posibilidades y las resistencias al cambio: son los sujetos centrales de la Iglesia tridentina y quienes tienen el poder de cambiar, pero no tienen -normalmente- el sueño de lo alternativo que es el cambio y la novedad.
No es el modelo lo que nos interesa, es el proceso lo que cuenta, un proceso que parte de la inmersión en el Jordán, un proceso que, como escribe Pablo a los cristianos de Éfeso, sigue el ejemplo de Cristo, de aquel que derriba muros, que derriba esos muros construidos con culpas, con prescripciones, con juicios hipócritas.
Bendito será el día en que la gente, nuestros contemporáneos, dejen de decir que los cristianos son «los que van a misa»... para decir como se dijo de Cristo, ¡aquí están los amigos de los publicanos y de los pecadores!
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Misioneros Claretianos
EL BAUTISMO DE JESÚS. HUMANIZAR Y BUENEAR LA VIDA 12 de enero 2025 Lc 3,15-16.21-22
fe adulta
El Evangelio de este domingo nos narra el bautismo de Jesús y con ello el inicio de su misión, es decir, su decisión de comprometer su vida con las esperanzas de aquellos y aquellas que soñaban una realidad y una religión diferente, liberada de la opresión de las leyes injustas y de los valores del imperio, centrada en el amor, y la misericordia, Un proyecto vital basado, como nos dice la segunda lectura en “pasar por la vida haciendo el bien”. En buenear la vida, en humanizarla.
La primera frase con que se inicia el relato es muy importante, pues lo sitúa en un contexto de expectación, de anhelo de nuevas referencias y sentido, de esperanzas necesarias que no terminan por hacerse históricas, y por tanto también de frustraciones y desánimos. Jesús es hijo también de ese contexto, como nosotros hoy lo somos del nuestro, y acude al valle del Jordán movido por el interés a participar de los acontecimientos que allí están ocurriendo y el movimiento espiritual liderado por Juan Bautista.
Si el contexto es importante también lo es la referencia geográfica: el valle del Jordán es el lugar por el que el antiguo Israel entró en la tierra de la Promesa después de la esclavitud en Egipto. Un lugar por tanto que evoca, desde la memoria colectiva del pueblo, que las cosas pueden cambiar, que creer en Dios no es asumir la realidad resignadamente, sino ponerse en camino atravesando incertidumbres, sostenidos en una esperanza capaz de engendrar futuros inéditos y comprometida con la liberación del sufrimiento y la injusticia.
Pero si Jesús es atraído inicialmente por el movimiento reformador y el profetismo de Juan Bautista, Juan reconoce y proclama públicamente la novedad radical, el cambio de paradigma que encarna Jesús: El amor y la compasión como única ley, la projmidad como el culto que agrada a Dios más que que ningún sacrificio ni ofrenda. El Dios samaritano, todo cuidadoso e inclusivo que revela en sus palabras, gestos y prácticas. La Buena Noticia esperada por los más olvidaos y olvidadas.
Jesús queda afectado por lo que acontece en el Jordán, por la expectación del pueblo, por sus deseos de cambio, de búsqueda de una espiritualidad y una religión más auténtica, por el anhelo de justicia y liberación y como ellos, pide ser bautizado. El bautismo de Jesús es un también gesto con el que Jesús expresa su deseo de identificarse y sentirse pueblo y comunidad buscadora.
Pero también más allá de cualquier interpretación mítica el bautismo de Jesús constituye una de sus experiencias de filiación más significativas, en la que experimentó la fuerza de Dios en su vida: su Espíritu, reconociéndole y confirmándole en su deseo de ser cauce de su solidaridad amorosa con una humanidad ávida de otro mundo posible, de vida en abundancia, de vidas que merezcan el sentido y la alegría plena de ser vividas.
¿Dónde experimentamos nosotras y nosotros hoy la fuerza y la confirmación del Espíritu de Dios urgiéndonos y confirmándonos a humanizar y buenear la vida?
TÚ ERES MI HIJO AMADO, EN TI ME COMPLAZCO
fe adulta
Aunque leamos muchas veces un texto evangélico, siempre podremos sacarle partido para alimentar nuestra espiritualidad cristiana. Si reflexionamos un poco y nos detenemos con paz.
En esta escena del bautismo del Señor, momento decisivo en la vida de Jesús, se confirma su decisión de entregarse a los humildes con una frase que se toma de los viejos cantos del siervo de Isaías (42,1): TÚ ERES MI HIJO AMADO, EN TI ME COMPLAZCO. ¿Qué quiere decir esto?
Nosotros los cristianos no creemos en Dios en general, sino de un modo particular y concreto: creemos en el Dios de Jesús, el que Jesús nos ha desvelado, el que aparece en los evangelios: el Dios del perdón generoso, de la paz sosegante, de la acogida sin exigencias, de la generosidad probada, de la ternura que va más allá de las leyes, etc. En ese Dios creemos.
Ese Dios es Dios de todos, pero no del mismo modo: se pone del lado del pobre para sostenerlo y, desde ahí, conmina al poderoso para que se apee de su superioridad a que causa tanto dolor a los humildes. Aunque nos parezca inapropiado decirlo, el de Jesús es un DIOS PARCIAL, la parcialidad de uno que, en las duras palabras de María que no podemos edulcorar, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.
Si entendiéramos bien esto podríamos animarnos a unos comportamientos contraculturales, proféticos, sugerentes:
· Nos desplazaríamos hacia las pobrezas: porque podemos desplazarnos desde la posición en la que ahora mismo estamos, sea cual sea. Preguntémonos hacia dónde nos inclinamos, si hacia el brillo y el poder o hacia la sencillez y la entrega. “Que os tire lo humilde” dice san Pablo (Rom 12,16).
· Soñaríamos un mundo de igualdad real: de fraternidad igualitaria, de economía equitativa, de relación justa. Descreer de estos sueños es arrinconar las utopías de Jesús.
· Nos implicaríamos en causas que parecen perdidas: pero que están el corazón de las personas. Aunque no hayamos llegado a ellas, no están perdidas: la causa de la casa común, de la fraternidad social, de la justicia universal, de la reparación debida a las víctimas, etc.
El viejo cantor Labordeta decía sobre la injusticia social en sus jotas de ronda que «Si esto es lo que manda Dios,/ que venga santa Lucía / y cure a Nuestro Señor / de tan tremenda miopía». Dios no tiene miopía para ver la injusticia y ponerse de su lado. Está siempre ahí porque ve y se duele de la lentitud con la que la humanidad progresa en el camino de la justicia.
No seamos excluyentes: todo el mundo puede acceder a la propuesta de Jesús. Pero eso sí, hay que situarse, como el Dios de Jesús, en el lado de las pobrezas. Quitarle este potencial “revolucionario” al Evangelio, por trasnochado que parezca, es matarlo.
NO AHOGAR EL AMOR SOLIDARIO José Antonio Pagola
El amor es la energía que da verdadera vida a la sociedad. En toda civilización hay fuerzas que generan vida, verdad y justicia, y fuerzas que provocan muerte, mentira e indignidad. No siempre es fácil detectarlo, pero en la raíz de todo impulso de vida está siempre el amor.
Por eso, cuando en una sociedad se ahoga el amor, se está ahogando al mismo tiempo la dinámica que lleva al crecimiento humano y a la expansión de la vida. De ahí la importancia de cuidar socialmente el amor y de luchar contra todo aquello que puede destruirlo.
Una forma de matar de raíz el amor es la manipulación de las personas. En la sociedad actual se proclaman en voz alta los derechos de la persona, pero luego los individuos son sacrificados al rendimiento, la utilidad o el desarrollo del bienestar. Se produce entonces lo que el pensador norteamericano Herbet Marcuse llamaba «la eutanasia de la libertad». Cada vez hay más personas que viven una «no libertad confortable, cómoda, razonable, democrática». Se vive bien, pero sin conocer la verdadera libertad ni el amor.
Otro riesgo para el amor es el funcionalismo. En la sociedad de la eficacia lo importante no son las personas, sino la función que ejercen. El individuo queda fácilmente reducido a una pieza del engranaje: en el trabajo es un empleado; en el consumo, un cliente; en la política, un voto; en el hospital, un número de cama… En esta sociedad, las cosas funcionan; las relaciones entre las personas mueren.
Otro modo frecuente de ahogar el amor es la indiferencia. El funcionamiento de la sociedad moderna concentra a los individuos en sus propios intereses. Los demás son una «abstracción». Se publican estudios y estadísticas tras los cuales se oculta el sufrimiento de las personas concretas. No es fácil sentirnos responsables. Es la administración pública la que se ha de ocupar de esos problemas.
¿Qué podemos hacer cada uno? Frente a tantas formas de desamor, el Bautista sugiere una postura clara: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo». ¿Qué podemos hacer? Sencillamente compartir más lo que tenemos con aquellos que viven en necesidad.
BAUTISMO DE JESÚS Ciclo C
fe adulta
Hace seis días celebrábamos la visita de los Magos de Oriente, cuando Jesús tenía unos dos años de edad, según Mateo. Hoy celebramos su bautismo, cuando tenía unos treinta años, según Lucas. Si exceptuamos la visita al templo de Jerusalén con doce años, de la infancia, adolescencia y vida adulta, hasta el bautismo, no sabemos nada.
El silencio de los evangelistas se hace especialmente duro en este momento. ¿Por qué Jesús decide ir al Jordán? ¿Cómo se enteró de lo que hacía y decía Juan Bautista? ¿Por qué le interesa tanto? Ningún evangelista lo dice.
El bautismo de Jesús (Lucas 3,15-16.21-22)
Lucas sigue muy de cerca al relato de Marcos, pero añade dos detalles de interés: 1) Jesús se bautiza, “en un bautismo general”; con ello sugiere la estrecha relación de Jesús con las demás personas; 2) la venida del Espíritu tiene lugar “mientras oraba”, porque Lucas tiene especial interés en presentar a Jesús rezando en los momentos fundamentales de su vida, para que nos sirva de ejemplo a los cristianos.
Por lo demás, Lucas se atiene a los dos elementos esenciales: el Espíritu y la voz del cielo.
La venida del Espíritu tiene especial importancia porque, entre algunos rabinos, existía la idea de que el Espíritu había dejado de comunicarse después de Esdras (siglo V a.C.). Ahora, al venir sobre Jesús, se inaugura una etapa nueva en la historia de las relaciones de Dios con la humanidad. Porque ese Espíritu que viene sobre Jesús es el mismo con el que él nos bautizará, según las palabras de Juan Bautista.
La voz del cielo. A un oyente judío, las palabras «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» le recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Sal 2,7: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», e Isaías 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero». El primer texto habla del rey, que en el momento de su entronización recibía el título de hijo de Dios por su especial relación con él. El segundo se refiere a un personaje que salva al pueblo a través del sufrimiento y con enorme paciencia. Lucas quiere evocarnos las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento.
El lector del evangelio podrá sentirse en algún momento escandalizado por las cosas que hace y dice Jesús, que terminarán costándole la muerte, pero debe recordar que no es un blasfemo ni un hereje, sino el hijo de Dios guiado por el Espíritu.
El programa futuro de Jesús (Isaías 42,1-4.6-7).
Las palabras del cielo no sólo hablan de la dignidad de Jesús, le trazan también un programa. Es lo que indica la primera lectura de este domingo.
El programa indica, ante todo, lo que no hará: gritar, clamar, vocear, que equivale a amenazar y condenar; quebrar la caña cascada y apagar el pabilo vacilante, símbolos de seres peligrosos o débiles, que es preferible eliminar (basta pensar en Leví, el recaudador de impuestos, la mujer sorprendida en adulterio, la prostituta…).
Dice luego lo que hará: promover e implantar el derecho, o, dicho de otra forma, abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión; estas imágenes se refieren probablemente a la actividad del rey persa Ciro, del que espera el profeta la liberación de los pueblos sometidos por Babilonia; aplicadas a Jesús tienen un sentido distinto, más global y profundo, que incluye la liberación espiritual y personal.
El programa incluye también cómo se comportará: «no vacilará ni se quebrará». Su misión no será sencilla ni bien acogida por todos. Abundarán las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). Pero en todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte.
Misión cumplida: pasó haciendo el bien (Hechos 10,34-38)
En la segunda lectura, Pedro, dirigiéndose al centurión Cornelio y a su familia, resumen en pocas palabras la actividad de Jesús: «Pasó haciendo el bien». Un buen ejemplo para vivir nuestro bautismo.
HOY CELEBRAMOS QUE JESÚS NACIÓ DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU DOMINGO 1º BAUTISMO DE JESÚS (C) Lc 3,15-22
fe adulta
Comenzamos el “tiempo ordinario”. El bautismo es el primer acontecimiento que los evangelios nos narran de la vida de Jesús. Es, además, el más significativo desde su nacimiento hasta su muerte. Lo importante no es el hecho en sí, sino la carga teológica que el relato encierra. El bautismo y las tentaciones hablan de la profunda transformación que produjo en él una experiencia que se pudo prolongar durante años. Jesús descubrió el sentido de su vida, lo que Dios era para él y lo que tenía que ser él para los demás.
Los cuatro evangelistas resaltan la importancia que tuvo para Jesús el encuentro con Juan el Bautista y el descubrimiento de su misión. A pesar de que es un reconocimiento de cierta dependencia de Jesús con relación a Juan. Ningún relato nos ha llegado de los discípulos de Juan. Todo lo que sabemos de él lo conocemos a través de los escritos cristianos. Si a pesar de que se podía interpretar como una subordinación, lo han narrado todos los evangelistas, quiere decir que tiene grandes posibilidades de ser histórico.
Celebramos hoy el verdadero nacimiento de Jesús. Él mismo nos dijo que el nacimiento del agua y del Espíritu era lo importante. Si seguimos celebrando con mayor énfasis el nacimiento carnal, es que no hemos entendido el mensaje evangélico. Nuestra religión sigue empeñada en que busquemos a Dios donde no está. Dios no está en lo que podemos percibir por los sentidos. Dios está en lo hondo del ser y allí tenemos que descubrirlo. El bautismo de Jesús tiene un hondo calado porque nos lanza más allá de lo sensible.
Lucas no da ninguna importancia al hecho físico. Destaca los símbolos: Cielo abierto, bajada del Espíritu y voz del Padre. Imágenes que en el AT están relacionadas con el Mesías. Se trata de una teofanía. Según aquella mentalidad, Dios está en los cielos y tiene que venir de allí. Abrirse los cielos es señal de que Dios se acerca a los hombres. Esa venida tiene que ser descrita de una manera sensible para poder ser percibida. Lo importante no es lo que sucedió fuera, sino lo que vivió Jesús dentro de sí mismo.
El gran protagonista de la liturgia de hoy es el Espíritu. En las tres lecturas se hace referencia directa a él. En el NT el Espíritu es entendido a través de Jesús; y a la vez, Jesús es entendido a través del Espíritu. Esto indica hasta que punto se consideran mutuamente implicados. Comprenderemos esto mejor si damos un repaso a la relación de Jesús con el Espíritu en los evangelios, aunque no en todos “espíritu” significa a lo mismo.
Marcos: (1,10) Vio rasgarse los cielos y al Espíritu descender sobre él.
(1,12) El Espíritu lo impulsó hacia el desierto.
Mateo: (3,16) Se abrieron los cielos y vio el Espíritu de Dios que bajaba como paloma.
Lucas: (3,22) El Espíritu Santo bajó sobre él en forma corporal como una paloma.
(4,1) Jesús salió del Jordán lleno del Espíritu Santo.
(4,14) Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a galilea.
(4,18) El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Juan: (1,32) Yo he visto que el Espíritu bajaba del cielo y permanecía sobre él.
(1,33) Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu, es quien bautiza con E. S. y fuego.
(3,5) Nadie puede entrar en el Reino, si no nace del agua y del Espíritu.
(6,63) El Espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada.
Hay que recordar que estamos hablando de la experiencia de Jesús como ser humano, no de la segunda o de la tercera persona de la Trinidad. Lo que de verdad nos debe importar a nosotros es el descubrimiento de la relación de Dios para con él, como ser humano, y la respuesta que el hombre Jesús dio a esa toma de conciencia. Lo singular de esa relación es la respuesta de Jesús a esa presencia de Dios-Espíritu en él. El bautismo no es la prueba de la divinidad de Jesús, sino la prueba de una verdadera humanidad.
En el discurso de Juan en la última cena, Jesús hace referencia al Espíritu que les enviará, pero también les dice que no les dejará huérfanos, volveré. Esas dos expresiones hacen referencia a la misma realidad. También dice que el Padre y él vendrán y harán morada en aquel que le ama. Jesús se siente identificado con Dios, que es Espíritu. No tenemos datos para poder adentrarnos en la psicología de Jesús, pero los evangelios no dejan ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios. Fue una relación mucho más que personal. Se atreve a llamarle Abba, (papá) cosa inusitada en aquella época y aún en la nuestra.
Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios. El único objetivo de su predicación fue que también nosotros lleguemos a esa misma experiencia. La comunicación de Jesús con su "Abba", no fue a través de los sentidos ni a través de un órgano portentoso. Se comunicaba con Dios como nos podemos comunicar cualquiera de nosotros. Tenemos que descartar cualquier privilegio en este sentido. A través de la oración, de la contemplación, el Hombre Jesús descubrió quién era Dios para él. En este caso, Lucas dice que esa manifestación de Dios en Jesús se produjo “mientras oraba”.
El descubrimiento de esa presencia nace sencillamente de su conciencia de criatura. Dios como creador está en la base de todo ser creado, constituyéndolo en ser. Yo soy yo porque soy de Dios. Todo lo que tengo de positivo me lo está comunicando Dios; es el mismo ser de Dios en mí. Solo una cosa me diferencia de Dios; mis limitaciones. Esas sí son mías y hacen que yo no sea Dios, ni criatura alguna pueda identificarse absolutamente con Dios. Lo importante para nosotros es intentar descubrir lo que pasó en el interior de Jesús y ver hasta qué punto podemos nosotros aproximarnos a esa misma experiencia.
La experiencia de Dios que tuvo Jesús no fue un chispazo que sucedió en un instante. Más bien tenemos que pensar en una toma de conciencia progresiva que le fue acercando a lo que después intentó transmitir a los discípulos. Los evangelios no dejan lugar a duda sobre la dificultad que tuvieron los primeros seguidores de Jesús para entender esto. Eran todos judíos y la religiosidad judía estaba basada en la Ley y el templo, es decir, en una relación puramente externa con Dios. Para nosotros esto es muy importante. Una toma de conciencia de nuestro verdadero ser no puede producirse de la noche a la mañana.
¿Cómo interpretaron los primeros cristianos, todos judíos, este relato? Dios, desde el cielo, manda su Espíritu sobre Jesús. Para ellos Hijo de Dios y ungido era lo mismo. Hijo de Dios era el rey, una vez ungido; el sumo sacerdote, también ungido; el pueblo elegido por Dios. Lo más contrario a la religión judía era la idea de otro Dios o un Hijo de Dios. ¿Cómo debemos interpretar nosotros esa interpretación? Hoy tenemos conocimientos suficientes para recuperar el sentido de los textos y salir de una mitología que nos ha despistado durante siglos. Jesús es hijo de Dios porque salió al Padre, imitó en todo al Padre, le hizo presente en todo lo que hacía. Pero entonces también yo puedo ser hijo como lo fue Jesús.
EL CIELO ABIERTO Bautismo del Señor 12 de enero Lc 3, 15-16.21.22
fe adulta
En la simbología mítica, la imagen del “cielo abierto” era una forma de expresar la comunicación entre los dioses y los humanos. Seguían siendo dos planos netamente diferenciados -cielo y tierra-, pero habían entrado en contacto. A partir de ahí, los humanos podían beneficiarse de los favores divinos.
En el relato de su bautismo, se da a entender que, para la creencia cristiana, el cielo “se abre” definitivamente con Jesús, que es confirmado como “el hijo amado, el predilecto”.
Desde nuestra comprensión, esas palabras van dirigidas a todo ser humano. Abrirse el cielo significa acceder a aquello que somos en profundidad, vivir en conexión con nuestra verdadera identidad. Y, al hacerlo, descubrimos que cada uno y cada una somos “hijos/as” amados, que equivale a decir que somos hijos e hijas del Amor, en cuanto naciendo del mismo y único Fondo de donde brota todo lo que es.
Al “abrirse el cielo” -al vivir conscientes de nuestra verdadera identidad y en conexión con ella-, todo se llena de luz, de gozo y de amor. Se siguen notando los límites y fragilidad de nuestra forma impermanente, pero también todo eso se vive desde la nueva comprensión.
EL ESPÍRITU
Lc 3, 21-22
«Tú eres mi hijo amado; en ti tengo complacencia»
Lo que vieron los ojos fue un galileo entrando en las aguas del Jordán y siendo bautizado por Juan el Bautista. El cielo abierto, la paloma, la voz… son fruto de la fe de sus autores, y solo con los ojos de la fe pueden ser percibidos. Los evangelistas van a iniciar el relato de la vida pública de Jesús, y quieren dejar claro desde el inicio quién es su protagonista.
Las comunidades a las que va dirigido su mensaje definen a Jesús como “El hombre lleno del Espíritu”; una cristología muy prudente comparada con la de la comunidades de Juan, que se basa en el capítulo segundo del Génesis donde se describe así la creación del primer hombre: «Modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla y le sopló en el rostro aliento de vida»
Barro con aliento de Dios; con espíritu de Dios. Excelente definición de ser humano. En todo ser humano sopla el viento de Dios, su espíritu, aunque en algunos este soplo sea imperceptible, y en la mayoría de nosotros no pase de ser una brisa que solo en ocasiones pone de relieve nuestra humanidad.
Pero a lo largo de la historia, ese soplo, ese aliento, esa acción de Dios en definitiva, se ha manifestado de forma poderosa en muchos hombres y mujeres de cualquier tiempo, lugar o condición. Y no es preciso acudir a la biografía de los grandes santos para sentir el soplo de Dios en los seres humanos; basta con que miremos a nuestro alrededor para que lo veamos en ese pariente, o ese amigo, o aquel compañero de trabajo... Es muy difícil sustraerse a esta realidad si uno va un poco atento por la vida.
Ahora bien, por encima de todos, hay un hombre en quien el espíritu de Dios se manifiesta de una forma tan extraordinaria, que somos incapaces de entenderla o formularla; un hombre tan lleno del Espíritu que se le transparenta; al que basta con mirar para conocer el corazón de Dios y para conocer también al ser humano en plenitud; libre de la opresión del pecado.
En él, en Jesús, hemos visto cuáles son los frutos del espíritu de Dios. Hemos visto a un hombre compasivo en extremo; que toma siempre partido por los necesitados, que se le revuelven las entrañas ante el sufrimiento ajeno, que está siempre rodeado de enfermos, lisiados, pobres y pecadores, que se compadece de ellos, los sana, les enseña y les devuelve la esperanza que habían perdido… Que les dice que no son unos pobres desgraciados como todos aseguran, sino los más importantes a los ojos de Dios.
Y éste es nuestro modelo, y también es una excelente piedra de toque para analizar mi vida de cristiano, porque si me siento movido a compadecer, a servir, a sanar, a enseñar, a dar esperanza… será el espíritu de Jesús el que sopla en mí… y si no, será otro espíritu el que dirige mis pasos.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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EL RUMBO PERDIDO DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
José Miguel Rodríguez, de la Universidad de Valladolid y compañero mío durante muchos años en el Consejo de Dirección de Iglesia Viva, acaba de publicar esta magnífica síntesis de los cambios de rumbo de la CEE. Coincido plenamente en lo que dice, de lo que he sido testigo muy directo desde los años cincuenta del siglo pasado. Creo que es importante en estos tiempos de cambios profundos en la Iglesia y en la sociedad, en España y en el mundo entero, ser conscientes de hacia donde se orientan las iglesias. En época de restauracionismo (véase Notre Dame como símbolo) hay que ser a la vez realistas y críticos. Por eso recomiendo la lectura completa de ese texto en la revista política&prosa que lo publica en su web tanto en catalán como en castellano. Para animar al lector, extraigo y comento aquí algunos párrafos. AD.
Del nacionalcatolicismo a las actuales guerras culturales reaccionarias
El neoconservadurismo de la actual jerarquía episcopal española es heredero de una larga tradición histórica, ahora con combates sociopolíticos en parte similares a los desarrollados en otros países. Sólo durante un breve periodo del siglo XX los prelados salieron de su Iglesia-fortaleza para afrontar los retos de una sociedad más diversa.
Del latido nacionalcatólico a una fugaz primavera eclesial
La Iglesia de la España “evangelizadora de la mitad del orbe, martillo de herejes, luz de Trento” -según escribió en 1882 Marcelino Menéndez y Pelayo, quien unía catolicismo con hispanidad-, transitó del siglo XIX al XX siendo religión oficial del Estado. Con clérigos muchas veces funcionarios de lo sagrado y fieles laicos cristianos por tradición, únicamente determinadas iniciativas sociales alumbraban la oscuridad.
Estuvo al margen del movimiento teológico “modernista”, que entonces sacudió a la Iglesia romana en algunos países europeos. Frente al integrismo, proponía adaptar el cristianismo a la evolución de las ciencias y del pensamiento, recibiendo la condena papal. Así, la visión nacionalcatólica de D. Marcelino continuó adelante, con su máxima expresión en una postguerra reflejada por el jesuita Alfonso Álvarez Bolado en El experimento del nacionalcatolicismo (1976).
En los pasados años cincuenta, el episcopado español también estuvo al socaire de las novedades procedentes de la teología y de los estudios bíblicos en Bélgica, Francia,Suiza o Alemania […]
El concilio Vaticano II (1962-1965) intentó afrontar los cambios en una sociedad diversa, con la casi totalidad de la Iglesia hispana a contrapelo y en simbiosis con el franquismo. La inmensa mayoría del episcopado se opuso a la declaración conciliar Dignitatis Humanae, sobre la libertad religiosa. […]
[…] Desde finales de los años sesenta y durante los setenta, hubo cambios externos visibles y cierto grado de aggiornamento doctrinal, dentro de una ligera primavera eclesial, con el cardenal Vicente Enrique y Tarancón al frente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) entre 1971 y 1981.
Elegido el papa Juan Pablo II en 1978, el nacionalcatolicismo polaco acudió en auxilio de las resistentes huestes de su homónimo español, capitaneadas desde Toledo por el cardenal Marcelo González, antes arzobispo de Barcelona. Convertido su seminario en baluarte de la formación sacerdotal tradicional, durante su homilía funeraria de exaltación de Francisco Franco, en 1975, señaló el punto clave aún hoy: exigió mantener la “civilización cristiana”.
La involución: impulso desde Roma y colaboradores hispanos
En los primeros años ochenta, se notó la restauración por Juan Pablo II de contenidos doctrinales, prácticas pastorales o devocionales y -muy importante- un estilo de gobierno tipo “ordeno, mando y condeno”. Era una revisión indietrista (hacia atrás) del concilio. Juan Pablo II contó con el cardenal Joseph Ratzinger, quien, tal vez por la dura contestación estudiantil siendo profesor en Alemania durante el Mayo del 68, pasó desde aportaciones teológicas innovadoras a posiciones involucionistas, regresando a una Iglesia-fortaleza, encerrada en sí misma frente a los enemigos exteriores, y sosteniendo las llamadas “verdades innegociables”: la familia tradicional, un hombre y una mujer; el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus creencias religiosas y morales; o la defensa de la vida humana, rechazando el aborto y la eutanasia.
La gran mayoría de obispos se reacomodaron ante el nuevo poder. Por convicción, por miedo o por posibles futuros ascensos en la “carrera eclesial”. Juan Pablo II aceptó la renuncia de Vicente Enrique y Tarancón al cumplir 75 años, previa reprimenda por la pérdida de protagonismo de la Iglesia española.
En 1983 se inicia la liberación de España de los “excesos renovadores” e “interpretaciones conciliares en ruptura con la Tradición”, trasladando a Ángel Suquía, arzobispo de Santiago de Compostela, a Madrid, para luego presidir la CEE (1987-1993). Y a partir de 1999, con los presbíteros toledanos repartiéndose por diversas diócesis, un verdadero príncipe de la Iglesia, Antonio María Rouco, arzobispo de Madrid desde 1994, fue elegido presidente de la CEE y aceleró la restauración deseada por Roma. Probablemente, en el peor momento, pues los cambios sociopolíticos impulsaban de por sí una secularización que dicha contrarreforma sólo podía reforzar.
Hasta la jubilación de sus cargos en 2014, Rouco fue el virrey del Vaticano para España. Al controlar los nombramientos episcopales, diseñó una CEE muy mayoritariamente formada por obispos meros repetidores del ideario contrarreformista, centrados en prácticas tradicionales y piadosas. […]
Del síndrome de la incomprensión a las coincidencias peligrosas
La impronta de Rouco persiste en la mayor parte de los obispos. Por ello, el grueso de la CEE se situó ante Francisco con un “esperar y ver”, dada su avanzada edad. En la práctica, una resistencia pasiva, pero sin estridencias públicas, aunque Rouco reconoció que la elección de Francisco en 2013 no era su opción. Sólo unos pocos obispos integristas estruendosos continuaron con proclamas muy ardientes, evidenciando que su prepotencia supera su inteligencia. Mientras, el resto de los obispos se limitó a resaltar la incomprensión de muchos medios de comunicación, del Gobierno socialista y, en general, de una sociedad compleja, alejada de su concepto de Dios y de sus criterios morales.
Este “síndrome de la incomprensión” se ha potenciado durante las presidencias de la CEE por Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid (2014-2020), y Juan José Omella, arzobispo de Barcelona (2020-2024). Y, desde marzo de 2024, con la presidencia de la CEE en manos de Luis Argüello García, sucesor de Blázquez como arzobispo de Valladolid y quien merece aquí una pequeña reseña.
Luis Argüello es un conservador listo, más bien que éclairé o enlightened. Políticamente hábil, sencillo, de trato agradable, trabajador, con capacidad ejecutiva, gran lector y con “una mentalidad muy laica”, según quienes le conocen bien. Esto último le anima a la guerra cultural en diversos temas e, inevitablemente, con cierta carga ideológica -que, a su vez, atribuye a los demás-. Fue cocinero (activista en la universidad, compañero conductor en el PCE y asesor del PSOE) antes que fraile (sacerdote, ordenado ya con más de treinta años, y obispo) y mentor del Movimiento Cultural Cristiano (MCC) y de su escisión Encuentro y Solidaridad (ES), a su vez impulsores del partido SAIn (Solidaridad y Autogestión Internacionalista). […]
Retomando las declaraciones de incomprensión, en paralelo encontramos en los últimos tiempos una consolidada “coincidencia” de la mayoría de la CEE con el Partido Popular e incluso con Vox, debido al sentir de los obispos ante el procés català y frente a las políticas del Gobierno de Pedro Sánchez en materia de “verdades innegociables”. Esta “coincidencia” no puede ser negada: basta repasar documentos de la CEE y de las diócesis, o cartas pastorales, declaraciones, entrevistas, etc., de los obispos, sin olvidar la novedosa vía de las redes sociales y plataformas digitales. Muy en especial, Twitter/X, donde el rigor intelectual es imposible y resulta alto el riesgo de mensajes con refritos de ideas indebidamente combinadas.
[…]
Esto lleva a la otra cara de la moneda, que se perfila políticamente como una especie de “catolicismo evangelicalista”. Encabezados por su presidente, diversos obispos españoles parecen compartir algunas de las preocupaciones de los teocons, neocons y hasta determinados puntos de la alt-right de Estados Unidos -con gran peso del evangelicalismo-, concordando con ciertas guerras culturales allí y en algunos otros países de Europa, América del Sur, etc. Como ha escrito Nate Hochman, el declive de la religión organizada dentro de la derecha, ha sobrealimentado la guerra cultural.
Los citados obispos siguen la moda de la cultura anti-woke; algunas de sus declaraciones tienden al “anti-puritanismo” -como Noah Rothman en su libro The Rise of the New Puritans (2022)-; son reticentes ante el indigenismo o el movimiento Black Lives Matter; y marcan distancia con los nacionalismos dentro del Estado español -valorando la monarquía y la Constitución, junto con la unidad de España como “bien moral”, mientras, paradójicamente, la propia Constitución admite ideologías en sentido contrario-. […]
En el fondo, la CEE tiene unas preocupaciones con un núcleo común: el temor a perder poder e influencia dentro de una sociedad plural, con lo cual parece que a veces anhela un régimen de neocristiandad. Se olvida de unas sabias palabras del “aperturista” Alberto Iniesta, obispo auxiliar de Madrid, en 1976:
Este pluralismo se impone tanto desde la realidad de la vida de España en estos momentos como desde los principios recibidos del Vaticano II […]. [La Iglesia debe anunciar] su ideal cristiano, y ello más con obras que con palabras, pero sin imponerlo a nadie que no sea creyente ni buscar adhesiones forzadas [y] no apoyándose en fuerzas y poderes del mundo.
Atrio