FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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martes, 31 de mayo de 2016

TIERRA VERDE Jose Cruz Sainz Alvarez

Enviada por el autor
CANTO A BIZKAIA

Tierra amada, eterna tierra verde
Concedida por Dios en regalía
A gente noble, a gente que se yergue
Al sentir tu belleza cada día.

La del castaño, del cerezo, el roble..,
Del caserío,  con sus verdes prados,
Quizá añorando su ascendencia noble,
La de torreón enhiesto y  blasonado.

La de beso de mar en blancas playas
O de costas de abrupto acantilado,
De mar bravío bellas atalayas
Que contemplan su genio endemoniado.

De recoletos puertos de pescadores
De donde parten tus barcos y tu gente
A arrancar con peligro y con sudores
El alimento del mar y de su vientre.

La salpicada por cuantiosos montes
De donde nacen las aguas transparentes
Que cantarinas realizan su transporte
Saciando de sed a este mar imponente.


La que levanta, arrastra o perfora
Sus entrañas, las piedras que extrajera
Convirtiendo en deportes del ahora
El trabajo realizado en las canteras.

La del hierro, la de sus altos hornos,
Emblemas de riqueza y de trabajo,
Ahora condenados al adorno,
Galas que fueron y  ahora son andrajos.

La que reúne, en sabio mestizaje,
Tradiciones perdidas en el tiempo
Y todo lo moderno y su mensaje
De entender y aplicar el nuevo tempo.

La de marinos y de conquistadores
Que navegaron por mares extraños,
La de La Araña,  el Perro de flores
Y barco alicatado con titanio.

De pintores,  de  poetas y doctores
Que llevaron tu amor en sus entrañas,
De arquitectos, deportistas y escultores
Que llevaron su nombre a tierra extraña.



La del Athletic y su filosofía,
Que vive el fútbol de forma diferente,
Que te ofrece incontables alegrías
Con un equipo formado con tu gente.

La que todo celebra con comida,
La que canta en sus coro y orfeones,
La que vive la noche y su movida
En la Parte Vieja y sus rincones .

La de ancestral idioma y sus dialectos
Encumbrados por diestros  bertsolaris,
La que danza su fiestas y su contento
En biribilketa, jota y  arin-arin.

La del txistu, el irrintxi  y la alboka,
De la makila, la abarka y la txapela,
Esa del Euskalduna y de su Azoka,
La dela aizkora, el dalle y la txanela.

De Mari y de Begoña adoradora,
En su montaña la diosa en otro tiempo,
La Virgen, de imagen nadadora,
Afincada, por fin, en nuestro Templo.



País cargado de contradicciones,
De gente honrada, de gente luchadora,
Que ama a su tierra y a sus tradiciones,
De gente seria y muy trabajadora.

Yo te adoro, te rindo pleitesía.
Te amo desde el uno al otro extremo.
Si yo de ti me alejo un triste día,
Será por presentarme al Juez Supremo.

Mayo de 2016


El siglo XXI va ser el siglo de las mujeres Angel Gutierrez Sanz



La historia nos ha enseñado que las tardanzas pueden tener efectos desastrosos
No deja de ser preocupante que en el siglo XXI haya todavía quienes sigan poniendo trabas a que se abra un proceso para acabar con la discriminación que las mujeres vienen padeciendo y dejen de ser unos sujetos pasivos, aptos solamente para oír, ver y callar. En el seno de la propia Iglesia se necesita aclarar la función que les corresponde, a la luz de una “teología de la mujer”, que ponga de manifiesto su verdadero carisma, algo que el Papa Francisco viene repitiendo por activa y por pasiva y según ha dado a entender estaría dispuesto a emprender el camino para que esto se llevara a la práctica. De momento está previsto que el tema del diaconado femenino sea estudiado por un Comité Pontificio competente. Todo bastante lógico. ··· Ver noticia ···

El pastor y el rebaño, ¿una metáfora desafortunada? Antonio Gil de Zúñiga

Si el “lenguaje es la casa del ser”, según la máxima de M. Heidegger, hay que cuidarlo como tal, con esmero y con la intencionalidad de acercarse al referente, a la realidad, con la mayor exactitud posible. No en vano afirmaba la filosofía escolástica que la verdad es “adaequatio intellectus cum re”. Y para ello el ser humano posee una potente herramienta que es el signo lingüístico. Ahora bien, su objetivo primordial es captar la realidad que está fuera del sujeto para transmitírsela a otro, al receptor. Sin embargo, el lenguaje como producto humano, no siempre cumple con esa función primordial de transmitir la realidad tal cual; no siempre se comporta de manera inocente, sino que, a diferencia del lenguaje animal, como advierten CK. Ogden y IA. Richards, puede llegar a la perversión, a un intento de engañar al receptor mediante una “verdad” camuflada.

La metáfora, como expresión semántica, corre el riesgo de que al ser una imagen espejo de algo que se pretende significar, el hablante la puede usar de modo torticero, engañoso. Es aquí donde hay que contextualizar la metáfora del pastor y el rebaño. Una bella metáfora que la emplea profusamente el Antiguo Testamento para significar la amorosa preocupación de Dios por sus criaturas, por el pueblo de Israel. Jesús de Nazaret la hace suya y la transmite a sus seguidores, hombres y mujeres, que después de Pentecostés conformarán una comunidad, la Iglesia del Resucitado.
Pero a lo largo de la historia de la Iglesia la hermenéutica de esta metáfora se interpreta literalmente y no como imagen de otra realidad, es decir, que alguien, el pastor, tiene la responsabilidad delegada para ponerse al servicio amoroso de otros, el rebaño, y todos forman una comunidad de iguales como creyentes en el Jesús resucitado. La interpretación literal, por el contrario, nos lleva a otra realidad muy distinta: el pastor es el dueño absoluto del rebaño; él está en un plano existencial y eclesial diferente, mientras que la oveja, como un ser distinto al pastor debe someterse sin rechistar, sin ni siquiera un débil balido. De ahí que la Iglesia la constituyen los pastores, mientras que las ovejas son meros apéndices de la misma, sin otra tarea que la sumisión, como resalta la encíclica de Pío X, Vehementer Nos. Ya Pablo de Tarso en sus cartas a Timoteo (I Tim 3,1-7) y a Tito (Tit 1,6-8) advertía de los riesgos de interpretar esta metáfora en un sentido literal: tanto el obispo como el presbítero han de ser ejemplares dentro de la comunidad, no altivos y poderosos.

Lo cierto es que la interpretación literal de esta metáfora se ha impuesto a lo largo de la historia de la Iglesia, llegando a situaciones insospechadas como las que he podido escuchar en estas semanas pasadas al recordarnos la liturgia la parábola del buen pastor. En una homilía, un sacerdote nos invitaba a amar a los pastores, porque éstos son “la Iglesia de Cristo”, remataba. De aquí hay un paso a la noticia de estos días en que un cura argentino ha prohibido entrar en el templo a mujeres con minifalda o con pantalón; supongo que este cura considera que el templo es suyo y puede establecer las normas que quiera y a su antojo. Esta noticia me lleva a la década de los setenta cuando en un viaje por Italia no pude visitar la catedral ni la torre de Pisa por llevar pantalones cortos.
La metáfora, pues, del pastor y el rebaño se ha ido desprestigiando con asombro y más si cabe en nuestros tiempos posconciliares, donde en la Lumen Gentium  se establecieron las bases de igualdad dentro del pueblo de Dios, la Iglesia; pero el lenguaje sigue siendo el mismo y con un significado muy diferente a la metáfora bíblica. Esta metáfora así desprestigiada se convierte en desafortunada por cuanto

1. Coarta la libertad dentro de la Iglesia, tan apreciada por Pablo de Tarso y para G. Bernanos, “el escándalo del universo”, al pretender la jerarquía un “rebaño de borregos sumisos”, donde la uniformidad sea el territorio de actuación. No cabe el pluralismo y, siguiendo con la metáfora, no se permite que alguna oveja se distancie del rebaño, pues de inmediato se azuza al “perro”, léase la norma y la ley, para integrarla de nuevo. Gregorio XVI (1831-1846) en su encíclica Mirari vos, condenó la libertad de conciencia como opinión absurda y errónea. ¿Dónde está la intimidad de la conciencia o aquel dicho de que “de internis, neque Ecclesia?,
2. Sin libertad no hay responsabilidad. La Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, mediante el agua y el Espíritu Santo, se constituye en “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa…” (I Petr 2,9-10). Por lo tanto, todos los miembros de este pueblo, mediante el bautismo, participan de un mismo sacerdocio, de la “función profética de Cristo” (Lumen Gentium, II, 12), de una misma fe y de un mismo Espíritu, que es quien otorga los diversos dones y carismas para “común utilidad” (I Cor. 12,7) del pueblo de Dios.

3. Sin responsabilidad no hay compromiso eclesial. La fe es compromiso eclesial hasta el punto de que en una parroquia, por ejemplo, que la fe se viva comunitariamente con las exigencias evangélicas es tarea de cada uno, no sólo del sacerdote. El laico no es, pues, un mero colaborador del sacerdote o del obispo. La vivencia de una fe comprometida y comunitaria, por ejemplo, es la que se lleva a cabo en un barrio barcelonés, donde, en una iglesia sin párroco, “abandonada” canónicamente, celebran la eucaristía los domingos, presidida por un cura de otra parroquia, los laicos programan y realizan catequesis de primera comunión y de confirmación, organizan cursos diversos, prestan ayudas a los necesitados del barrio, etc; en definitiva, viven su fe comunitaria desde la responsabilidad y el compromiso.
4. Sin compromiso eclesial no hay comunidad, en definitiva, no hay Iglesia. No en vano escribe JM. R. Tillard que la “naturaleza de la Iglesia, tal como la comprende la primera tradición se resume en la comunión, en koinonia… y este ser de comunión constituye su esencia”. Una koinonia que por la responsabilidad compartida desemboca en diakonia, en servicio y acogida.

Es cierto que hay otros aires renovadores en torno a la metáfora “pastor-rebaño” por parte del papa Francisco, quien pretende poner las cosas en su sitio, por más que algunos obispos y sacerdotes, tal vez demasiados, hagan mofa de su hermenéutica pastoral, como aquella del pastor con olor a oveja. Pero la posición del papa, por fortuna, es clara como la que sostiene en un escrito reciente enviado al cardenal Ouellet (uno de los curiales recelosos de las actuaciones del papa Francisco), presidente de la Pontificia Comisión para América Latina.

Destaco estos dos párrafos:
A) “Mirar al Pueblo de Dios es recordar que todos ingresamos en la Iglesia como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos, es el del bautismo. Por él y con la unción del Espíritu Santo,(los fieles) quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo (LG 10). Nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo. A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizado laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto acarrea varios riesgos y deformaciones tanto en nuestra propia vivencia personal como comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado. Somos, como bien lo señala el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, cuya identidad es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo”(LG 9).

B) “El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como “mandaderos”, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14). Y no solo a unos pocos elegidos e iluminados”.

Cuerpo de Dios José Arregui, teólogo


Día del Corpus en la Iglesia católica, tan popular en Europa y América. Fiesta del cuerpo de Jesús y de todos los cuerpos. Del pan y del vino, fruto de la tierra y de la comunión de todos los seres. La Tierra es un gran organismo viviente. El universo, con sus estrellas y galaxias, sus agujeros negros y sus vacíos, es un cuerpo inmenso.
Mira más cerca. Cada átomo es un cuerpo en que se despliega el universo de inmensamente pequeño. Nuestras imágenes y conceptos se desvanecen: lo que imaginamos como partícula o corpúsculo puede comportarse como onda incorpórea y, a la inversa, la onda incorpórea puede adoptar la forma de partícula. ¿Qué es qué?
Yo me pierdo, pero me alegro de perderme, me lleno de asombro ante el enigma de esa configuración “material” que es cada cuerpo. Nuestros esquemas y fronteras de materia-espíritu, espacio-tiempo, pasado-futuro, lejano-cercano, parecen diluirse. Todo cuerpo está “animado”, y toda “alma” está siempre “incorporada”: emerge de un sustrato “corporal” y se manifiesta en una forma “corporal”. La vida emerge de una aglomeración de materia y se manifiesta en la bacteria o en la flor. La conciencia emerge del cerebro y se manifiesta en la mirada.
Somos cuerpo en relación con todo lo que es. Somos nube, agua, aire. Somos larva y mariposa. Y morera, y pájaro que comió su semilla, o el hombre o la mujer que la plantó, y toda la humanidad. Somos átomos que se preparaban en aquel Big Bang o en otros desde siempre. Somos neuronas formadas de cientos de miles de millones de átomos en relación. Somos partículas de materia abierta, fuente inagotable de posibilidades. Somos espíritu. Somos milagro.
La vida está hecha de materia “inerte”, pero es como si la materia inerte estuviera hecha de aliento vital eterno. Como si la materia fuera espíritu y el espíritu fuera materia, madre de todo lo que es, santa ruah o aliento o espíritu, alma de todos los seres: del aire y del agua que corren, del geranio en flor, del pájaro carbonero que canta, de estos pobres y maravillosos seres humanos en camino que somos, savia, fruto y semilla de la evolución universal. Me postro en el templo del mundo, en el umbral del Misterio que envuelve y anima al universo y a cada cuerpo.
Cuando se instituyó la Fiesta del Corpus Christi hace casi 800 años, no existían todavía las ciencias modernas, ni en la Iglesia católica se toleraba la libertad de opinión. Pensaban que Dios era un Ente Supremo, otro y distinto de todos los entes del Cosmos, y que el cuerpo de Jesús de Nazaret era, en todos los tiempos de todo el universo, el único cuerpo o la única encarnación verdadera de Dios. Y creían que “el cuerpo y la sangre” de Jesús se hacían milagrosamente presentes en el pan y el vino transustanciados gracias a las palabras de consagración pronunciadas en la misa por el sacerdote. Y se contaban leyendas de hostias consagradas de las que brotaba sangre. Honraban el cuerpo de Jesús, pero despreciaban el cuerpo humano, su “carne pecadora”. Condenaban sus pobres placeres, sobre todo los de la gente más pobre.
Celebremos el Corpus de otra forma. Celebremos nuestro cuerpo, tan maravilloso y vulnerable. Cuidemos el cuerpo, sin torturarlo con nuestras obsesiones, sin someterlo a la esclavitud de nuestras modas y miedos. Respetemos como sagrado el cuerpo del otro, sin apropiarnos de él. Sintamos como propio el cuerpo del hambriento, del torturado, del refugiado enfangado o repatriado o ahogado en el mar, de la mujer violada, maltratada, asesinada. Es nuestro cuerpo. Es el cuerpo de Jesús. Es el cuerpo de Dios.
Sí, cuerpo de Dios. Dios no es un ser incorpóreo separado del mundo. No es mundo, pero no es sin mundo. Dios es como el latido íntimo, la energía originaria, la creatividad inagotable, la posibilidad infinita, la luz de la conciencia, el poder del bien, la comunión universal, la Presencia plena en cada parte en un mundo en eterna evolución. Dios es como el Alma o la Conciencia o el Todo o el Infinito emergente, que es infinitamente “más” que la suma de todas las partes que forman el mundo.
Pero no fue primero Dios y luego el mundo, como no es primero la conciencia y luego el cerebro. Son y crecen juntos. ¿Crece Dios? Es una forma de decir. El mundo es realidad abierta a posibilidades infinitas. Y Dios es la apertura del Infinito en un mundo abierto. O el Futuro Infinito presente más allá de nuestras categorías espaciales y temporales. Es. Son metáforas de Dios. Dios es como el alma del mundo y todo el mundo es como cuerpo de Dios. No hay Dios sin cuerpo, ni cuerpo sin Dios. Somos en El/Ella. Es en nosotras/os, infinitamente más que un Tú separado. Toma cuerpo en el trigo que espiga o en la viña que florece en los campos de Olite, en la promesa de amor o en la oración del peregrino en la ermita de Eunate.
Y en ti, amiga, amigo, en tu cuerpo que eres tú, tan efímero pero habitado por el Infinito, el Eterno. Tú también, como Jesús, en comunión con todo el universo en movimiento y evolución, eres cuerpo de Dios. El Infinito se manifiesta y emerge de ti. Acoge su misterio, déjate acoger por el Infinito en ti, deja que suba desde el fondo de ti la voz que te dice: “Te amo”. Haz que Dios sea y entonces serás. Sé cuerpo, metáfora de Dios. Celebra, cuida, sé cuerpo de Dios, epifanía carnal de la Ternura infinita.