FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

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lunes, 21 de enero de 2019

Simpliciter

ATRIO

En el día del martirio de la virgen y mártir Inés.
        La calle Norte, en La Atunara, da a la mar mediterránea, a levante, a la playa donde atracan los barcos y botes de los pescadores. En la esquina Este de la calle, el bar de Diego, que abre a las tres de la madrugada para el café, la copa, el sol y sombra de los pescadores que van a salir a navegar, tras ser despertados por el señor Salvador el paralelo. Tres golpes fuertes en cada puerta.
        La calle Norte, en la Atunara, tiene seis casapuertas. Una habitación de cuatro por nueve metros, con una cortina que separa las camas de dormir, del comedor, cocina, sala de estar, cómoda con fotos y la imagen de la Virgen del Carmen. No hay aseo, ni retrete, ni agua corriente. Un cubo tras la cortina sirve de retrete que se tira al alcantarillado público en un espacio medio tapiado. La puerta de cada casa solo se cierra de noche y cuando ninguno de los que viven en ella está en el pueblo. Se entra, se sale, se habla, se vive siempre en espacio abierto.
        En el 4 de la calle Norte, vive Inés, la señora Inés. Viuda de pescador, de quien parió once hijos. Diez varones, una hembra. Ahora todos casados, con hijos, nietos de la señora Inés, que algunos ya tienen hijos, bisnietos de la señora Inés. De momento alrededor de sesenta almas llevan su sangre bien agradecida. Leer artículo completo »

Francisco suprime la Comisión ‘Ecclesia Dei’, encargada del diálogo con los lefebvrianos


Jesús Bastante

Papa Francisco7SUS COMPETENCIAS PASARÁN A DOCTRINA DE LA FE, SEGÚN UN MOTU PROPRIO
Para Roma, el problema actual se debe plantear desde un punto de vista estrictamente doctrinal
Tras más de treinta años de trabajo, el Papa Francisco ha decidido echar el cierre a la Comisión ‘Ecclesia Dei’, creada en 1988 por Juan Pablo II para tratar de encauzar el diálogo con los lefebvrianos y otras ramas tradicionalistas··· Ver noticia

Peligra este bienestar

Gabriel Mª Otalora

 Redes Cristianas
Si echamos una rápida mirada a la situación geopolítica, es fácil comprobar que pocos lugares mantienen un alto nivel de competitividad e innovación y, a la vez tienen sus derechos políticos y sociales democráticamente avanzados. Uno de esos lugares es todavía Europa, al menos una buena parte de sus Estados y naciones, con indicadores de calidad de vida elevados como su fortaleza económico-financiera. Tan es así que las crisis en las diferentes partes del globo han despertado a millones de personas en países fuertemente pauperizados que ponen sus ojos fijos en nuestro bienestar mientras no acabamos de entender aquí que buena parte de sus dolores nacen en el Primer Mundo. Y para colmo, el Sistema no funciona bien. La consecuencia es que nuestras condiciones laborales y demás derechos básicos gratuitos, como la educación, la sanidad o las pensiones, estén en peligro ante los problemas económicos estructurales y la cada vez más desaforada codicia de los verdaderos poderes económicos.
Estamos en crisis, es cierto, con bolsas significativas de exclusión social, pero es una maravilla en comparación con lo que es la pobreza extrema y las muertes frecuentes por inanición en buena parte del Planeta. Buena parte de Canadá, Australia, Japón, Europa, Estados Unidos… lideran el mundo en dura competencia con Rusia, China y varios países emergentes, como India y Brasil; o Arabia Saudí, cuyos ciudadanos viven en régimen cuasi feudal. Son muy ricos pero una vergüenza humanamente hablando. Lo que resulta peculiar es que todas las economías boyantes, democráticas o totalitarias, compartan la globalización financiera en armonía dejando fuera a buena parte de los derechos básicos de las personas de tres cuartas partes del mundo. Una inmensa mayoría de los Estados del mundo con la mayoría de sus habitantes dentro. Lo relevante es que nos parece normal.
Ha llegado el momento en que nos sentimos rodeados, temerosos porque algunos problemas que antes los percibíamos lejos, están cada vez más cerca. El más cercano de todos, la inmigración a gran escala, habiendo optado por centrarnos en cómo nos lo quitamos de encima mirando a las “soluciones” de la extrema derecha, con sus votos en ascenso. No acabo de entender esta postura de atrincherarnos en nuestra torre de marfil cada vez más frágil, en lugar de programar una inteligente ofensiva humanitaria para bajar la presión de tan grandes desigualdades.
La novedad es que una minoría -todavía- de intelectuales trabaja para reavivar lo que propusieron muchos socialdemócratas nórdicos y centroeuropeos de los años sesenta, para quienes lo prioritario era aumentar la igualdad en la distribución primaria de la renta por delante del Estado del bienestar. Les parece necesario y además posible influir directamente en la distribución de la renta a priori, con políticas pre-distributivas, de forma que resulten innecesarias muchas de las correcciones re-distributivas posteriores ante el egoísmo de una élite codiciosa cosmopolita que comparte el eslogan del Tea Party frente a los desfavorecidos del Sistema: “no tenéis derecho a quedaros lo que yo me he ganado”.
Los gobiernos socialdemócratas europeos no han cumplido cuando pudieron con su tarea ética dejando espacio para los recortes y las conductas populistas y xenófobas que empujan para cruzar las líneas rojas que desinflarían el Estado del Bienestar. Se trataría de romper la dinámica mansamente asumida del planteamiento neoliberal de que todos los agentes sociales pueden actuar distributivamente como les plazca, pues ya vendrá el Estado, con el esfuerzo público que haga falta, a arreglar la injusticia: repartir beneficios y socializar las pérdidas sin actuar sobre la pobreza del Tercer Mundo y gestando un polvorín de cuidado.
Para algunos, corregir la desregulación excesiva del laissez faire capitalista, cuyo coste no lo pagan quienes lo generan, es una llamada a la revolución. Pero no es otra cosa que completar las acciones redistributivas clásicas interviniendo sobre las causas a modo de cirugía en evolución que evite precisamente una revuelta planetaria ante la codicia violenta e inmisericorde. Y además ya se aplica alguna medida predistributiva: las cotizaciones sociales sobre los salarios que el Estado obliga a pagar a trabajadores y empresas.
Si algo nos ha enseñado la historia del Estado del bienestar es que al desplazar toda la carga de la justicia social a los poderes públicos, los progresos distributivos no serán sólidos ni estables en el tiempo. Con más medidas predistributivas que eviten injusticias estructurales se podría revertir, en fin, que varios de los millones que ahora votan a tipos como Trump o Bolsonaro, y otros millones más que no pueden elegir a sus gobernantes, vean razones de peso para esperar algún cambio en el reparto de la riqueza mundial que propiciaría nuevos nichos sociales de dignidad humana en el mundo. Si esto parece una quimera es porque algunos se han encargado de construir un trampantojo sobre la realidad y sus posibilidades. El mito de la caverna de Platón en estado puro, ojo.

Harari: ¿somos libres?

José Arregi 
José Arregui1Yuval Noah Harari, brillante historiador y escritor judío, es también un pensador clarividente, muy informado de los últimos avances científicos y tecnológicos. En cada uno de sus libros (Homo Sapiens, Homo Deus, 21 Lecciones) exhibe una extraordinaria capacidad de análisis y de síntesis de la historia de nuestra especie y de nuestros retos de futuro, enormes, inminentes retos. Es un centinela atento que enciende señala peligros y las alarmas: ¿qué queremos que sea nuestra especie humana dentro de 50 o de 100 años?
Uno de nuestros mayores retos es la libertad. Pero ¿qué es la libertad? Casi siempre la identificamos con el “libre albedrío”, entendido como capacidad de tomar decisiones sin estar determinado por nada.
Desengañémonos, esa libertad del libre albedrío es una quimera, insiste Harari, y todos los datos –psicológicos, sociológicos, biológicos, neurológicos– me inclinan a darle la razón en eso. Tiendo a pensar, como él, que todas nuestras decisiones son producto de mecanismos bioquímicos, de una cadena de reacciones químicas que determinan el desarrollo de un organismo vivo.
Cuando en la cabina de los colegios electorales, a solas y sin testigos escogemos la papeleta de un partido y la introducimos en un sobre que nadie podrá identificar, pudiera parecer que lo hacemos por libre albedrío. No es así. Nuestro voto es en realidad el resultado de infinitos factores –ideas, sentimientos, hormonas y todas nuestras decisiones anteriores– que hacen que mis neuronas se inclinen por este partido más bien que por otro. Lo que no equivale a decir, cosa que Harari no explicita, que nuestras decisiones se reduzcan a mecanismos bioquímicos o a una serie de operaciones matemáticas llamadas algoritmos. Pero esa es otra historia: cómo todo lo que emerge es más que las condiciones –átomos, moléculas, neuronas, hormonas…– de las que emerge. De menos sale más, aunque el menos y el más son categorías nuestras más que discutibles. Digamos que de lo viejo brota lo nuevo, y así sucede sin fin.
Pues bien, todos los vivientes toman decisiones, y todas sus decisiones son el resultado de una complejísima red de causas, entre los que cuentan las decisiones anteriormente tomadas. Cada decisión es una especie de “efecto mariposa”, como lo es siempre el tiempo meteorológico, como esta fina lluvia fría que cae en Aizarna, efecto final del vuelo entrelazado de miles de millones “mariposas” o causas desde la Amazonía hasta el Cantábrico. Así es como toma decisiones la bacteria, procesando la información que es capaz de recabar. En su aparente simplicidad, se trata de una operación muy compleja. Pero mucho más complejas son las decisiones que adopta el ciclamen fucsia de la ventana. Y muchísimo más las del petirrojo que viene a picar las migajas de la terraza. Y mucho más aun las del perro: puede ladrar, atacar, acercarse y jugar, o huir….
Decidirá según le dicte el cerebro de acuerdo al sinfín de informaciones que procesar en un instante.
Nuestras decisiones son incomparablemente más complejas todavía, pero nuestro libre albedrío como tal es tan irreal como el de la bacteria, el ciclamen, el perro o el chimpancé. Solo que nuestras decisiones dependen de un conjunto infinitamente mayor de factores que en buena parte no hemos elegido nosotros. Yo no elegí a mis padres, ni mi ADN, ni a mis 13 hermanos, ni el caserío ni la tierra en que nací, ni la educación que recibí, ni una sola de mis neuronas, ni a ninguna de las personas cuya relación más me ha marcado, ni los pensamientos y emociones que brotan en mí mientras escribo esto. Mis 86.000 millones de neuronas conectadas a través de 430 billones de sinapsis procesan una ingente información en una fracción de segundo –es increíble– y “yo” decido; se puede decir que es mi cerebro, mi unidad central de información, el que decide.
No decido, ciertamente, por libre albedrío, aunque es verdad que también mis decisiones de hoy, al igual que actúan sobre mi cerebro y su organización concreta, determinan lo que soy y lo que seré, lo que decidiré mañana. ¿Por qué decidimos? Supongo que algún día se podrá construir el algoritmo matemático que da razón de cada decisión. Solo por nuestro desconocimiento seguimos pensando al ser humano como dotado de libre albedrío, a diferencia de los demás animales, aunque no es así en verdad. Nos diferencia el grado de complejidad, si bien cada grado de complejidad constituye un salto de “cualidad”: del átomo a la molécula, de la bacteria a la planta, de la planta al animal, etc. Pero pensar que el grado de complejidad actual del Homo Sapiens es la cima de la evolución y la finalidad última de todo el universo es un simple prejuicio o una presunción. Lo que es cierto es que todo está abierto, que la evolución sigue y que algún día el Homo Sapiens quedará atrás, muy atrás. Y con él todo lo que pensamos sobre nosotros mismos, sobre la realidad en su conjunto o sobre Dios.
Que el Homo Sapiens es una forma pasajera me parece indiscutible. La cuestión es el modo como eso sucederá. ¿Quedará atrás, por ejemplo, como tantas víctimas de la historia o de la evolución han quedado atrás al haber sido cruelmente exterminadas por los más poderosos, o como tantos humanos han sido exterminados por los más poderosos de nuestra propia especie? Aquí se plantea la tremenda cuestión sobre la que insiste Harari con mucha razón a propósito del libre albedrío: ¿qué pasará cuando alguna empresa o gobierno pueda disponer del algoritmo o del conjunto –aunque no sea absoluto– de las complejísimas operaciones que determinan mis emociones y decisiones? Alguien o algo podría conocer los motivos más ocultos de todas nuestras decisiones, y podríamos acabar siendo meros títeres en manos de no sabemos quién o qué. ¿Lo vamos a consentir? ¿No está pasando ya que los fake news –difundidos por los grandes medios, elWhatsApp, Facebook…– están determinando como nunca hasta hoy la decisión de los electores y haciendo que sean presidentes enemigos de la libertad, la libertad y la fraternidad? He ahí nuestra responsabilidad humana epocal y global.
Ahora bien, ¿tiene sentido apelar a la responsabilidad si acabo de negar el libre albedrío? Me parece que sí, en la medida en que, como pienso, libre albedrío y libertad no son de ningún modo sinónimos. Harari tampoco explicita esta diferencia, aunque no la niega. Justamente, apelo a una libertad entendida como responsabilidad, independientemente del libre albedrío.
La libertad no consiste en decidir sin condicionamientos que nos determinen, sino en ir aprendiendo a decidir mejor: por la educación, la vida sana, la reflexión y la meditación, la música y el silencio, la transformación de las estructuras sociales, y también, ¿por qué no?, la neuroterapia y las pastillas… La libertad no consiste en no estar determinado en nuestras decisiones, sino en ser conscientes –aunque sea parcialmente– de las condiciones que nos determinan, y en saber adoptar una buena decisión, “buena” en el sentido de aquella que nos permita ser más buenos y felices. La libertad no consiste en la facultad de elegir entre el bien y el mal sin determinismo, sino en querer y poder obrar el bien estando determinados.
La libertad consiste, diría San Agustín, en querer el bien y hacerlo porque lo queremos.
La libertad no consiste en poder elegir entre el bien y el mal sin que nadie ni nada nos empuje o coaccione, gracias a un supuesto “libre albedrío” neutro o gracias, al menos, a un supuesto resquicio no condicionado de dicho libre albedrío: eso no existe. Cuando deseamos algo pernicioso para nosotros mismos o los demás, no somos libres. Solo somos libres, seguiría diciendo con San Agustín, cuando deseamos lo bueno y el deseo del bien nos determina. Cuanto más positivamente estemos condicionados y determinados, más libres somos.
En conclusión, no poseemos el libre albedrío, pero podemos ser “libres”, no a pesar de los condicionamientos, sino a través de ellos. La libertad es la facultad de ser, de avanzar hacia la realización cada vez más plena de nuestro ser, nuestro ser bueno, en la incertidumbre y a tientas, en medio de todos los condicionamientos determinantes que ni siquiera conocemos. La libertad es el poder de ser más plenamente desde los propios condicionamientos o, dicho de otra forma, sin libre albedrío. La libertad es el Espíritu o la energía material-espiritual que habita en todos los seres, también en nosotros, y nos mueve a guiar nuestra vida en medio de los innumerables condicionamientos que somos y que en una medida que también desconocemos podemos transformar, de modo que nos ayudemos a nosotros mismos y ayudemos a los demás a ser más libres, a ser más.
No poseemos, pues, libre albedrío, pero aspiramos a ser libres, a realizar cada vez más nuestro ser verdadero, es decir: a ser más felices siendo más hermanos, prójimos, buenos. Es un aprendizaje vital. Esa libertad es nuestra vocación, y nos va en ello la vida común de la humanidad y de todos los vivientes

¿Fin de la impunidad de la pederastia clerical?

Juan José Tamayo

Redes Cristianas
Tamayo3Gracias al excelente trabajo de investigación e información de los medios de comunicación no eclesiásticos vamos conociendo la magnitud y gravedad de los casos de pederastia clerical, que son tan universales como lo es la propia Iglesia católica. Dichos medios están haciendo la labor que correspondería a las instituciones y a los medios de comunicación católicos. Han abierto sus páginas a los relatos estremecedores de las víctimas que sufrieron agresiones sexuales en la más absoluta indefensión, y han dado voz y credibilidad a quienes la jerarquía católica se las negó durante décadas. Trabajo que contrasta con el silencio generalizado de los medios de comunicación en manos de la Iglesia.
A partir de las informaciones ofrecidas por los medios de comunicación laicos sobre la pederastia clerical se están produciendo avances muy importantes en la materia. El primero es la pérdida del miedo de las víctimas, que han empezado a hablar, a denunciar y a señalar a los pederastas con nombres y apellidos y a ubicar los escenarios en los que se producían las agresiones sexuales: parroquias, colegios religiosos, seminarios, noviciados, casas sacerdotales, etc. Tal modo de proceder está animando a otras personas que sufrieron agresiones similares a exponer públicamente sus casos y a denunciar a los culpables. Lo deseable es que se produzca un Metoo generalizado.
El segundo cambio son las constantes denuncias ante la jerarquía eclesiástica y los tribunales de justicia, que suponen el fin de la impunidad de las personas consideradas sagradas. El tercero es el procesamiento no solo de los responsables de tan viles crímenes, como los ha calificado el Papa Francisco, sino también de los encubridores, fueren cardenales, arzobispos, obispos, que han tenido que sentarse en el banquillo de los acusados. Dos casos cabe destacar: el del cardenal Phillipe Bambarin, arzobispo de Lyon (Francia), que ha tenido que comparecer ante la justicia acusado de guardar un silencio cómplice y encubridor ante la pederastia; el del cardenal Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago de Chile, citado por el Ministerio Público como imputado por no denunciar casos de agresión sexual de varios sacerdotes. La Justicia ha ido todavía más lejos en el caso del cardenal George Pell, ex Prefecto de la Secretaría de Finanzas del Vaticano, condenado por agresiones sexuales a dos menores de edad y por haber encubierto otros casos de pederastia siendo obispo en Australia.
El cuarto avance ha sido la creación de asociaciones de víctimas para llevar los casos de tan horrendos crímenes a los tribunales. El quinto, la expulsión, por parte del Papa Francisco, de cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes de sus cargos y funciones religiosas. Tal actuación contrasta con la de los papas anteriores que, como mucho, se limitaban a recluir a los pederastas en monasterios para dedicarse a la oración y a purgar sus pecados. Es lo que hizo Benedicto XVI con el fundador de los Legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel, pederasta durante décadas con total impunidad y permisividad. ¿Estamos llegando al final de la impunidad de la pederastia clerical?