FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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martes, 14 de abril de 2020

Pascua en pandemia

José Arregui
José Arregui1
Adoro el misterio inmortal de la Vida en todos los vivientes, también en ti, amiga, amigo. La primera luna de la primavera aún está llena, el bosque reverdece, los lirios florecen, el cuco y el mirlo cantan. Levanta la vista y mira, abre los oídos y escucha. Es la Pascua de la Vida, tan débil y fuerte, vulnerable y poderosa. El misterio de la energía vital de la que venimos. De la Tierra venimos y de más allá de la tierra y del cosmos, del origen eterno de todo. Al Infinito presente volvemos.

Es la Pascua de la pandemia, pero dime: ¿no brota toda Pascua de alguna pandemia convertida en travesía fecunda, del arte de revertir el veneno en vacuna, la pasión en parto, la pérdida en libertad, el egoísmo en compasión, el yo en nosotros? Es la Pascua del confinamiento, pero observa: en el silencio de tu casa cerrada resuena y se revela el universo infinito, todo se abre. Es la Pascua de la alarma general, pero créeme: la Paz lo sostiene todo y lo fecunda, a pesar de todo.
Es la Pascua o el “Paso” de Jesús, que es mi manera de decir todas las pascuas: todas las cruces, todos los cantos, el respiro profundo de todos los seres, de todas las mujeres y hombres, de toda la tierra, de todos los astros, desde el primer cuanto de energía hasta la última galaxia. Todo y más allá de todo. Pero advierte: cuando digo Jesús, no me refiero al hombre divino y humano, sino al hombre divino en lo humano, como tú y como yo en la medida, humilde medida, en que somos de verdad humanos, humildes, hermanos. Jesús lo fue, sin tener que ser perfecto.
En su corta, intensa vida, conoció muchas pandemias: la miseria de los campesinos asfixiados por las deudas, enajenados de sus tierras por ricos latifundistas, la opresión romana, los impuestos abusivos de Herodes y del templo, el hambre y las enfermedades y la desesperación violenta del pueblo empobrecido. Y de esas pandemias hizo Jesús que brotara la vida, como brotan las yemas en las cepas dormidas. Se volverán sarmientos cargados de racimos y, cuando den su fruto, se dejarán podar. Pasó la vida haciendo el bien, denunciando el mal, curando heridas, comiendo con gente impura, arriesgando la vida ante el Pretorio y el Templo, dando su vida hasta exhalar su último aliento, uno con el Aliento primero, inmortal de la Vida.
Fue crucificado por su vida, y en su vida y en la Cruz resucitó. Lo primero es un hecho histórico, lo segundo es mi confesión cristiana desnuda, sin tumbas vacías ni apariciones “milagrosas”. Resucitó en su libertad profética, en su palabra provocadora, en su esperanza subversiva, en su praxis sanadora, en su comensalía transgresora, en su bondad feliz, en su bienaventuranza solidaria con todos los crucificados. Y así, el Hermano Herido se hizo, en lenguaje cristiano, primicia o anticipo, icono y sacramento, profecía y revelación de la Pascua universal. Dilo tú en tu propio lenguaje. Dilo.
Y déjame que insista: la resurrección que confieso no es una prerrogativa única y exclusiva de Jesús, sino mi manera de expresar –más allá de la ciencia y de toda filosofía y religión–, entre dudas y preguntas, como Santo Tomás o como el mismo Jesús, mi confianza última en esta pobre humanidad contradictoria, en la vida que era y será, en la Tierra que nos engendró, en el Cosmos infinito, en el Fondo del Ser, en el Aliento que todo lo anima eternamente: que todo se transforma en todo, como el grano de trigo que muere, que la llama de la vida es inextinguible, que solo el amor la mantiene encendida, que solo la bondad es invencible, que solo en la comunión universal de los vivientes hallaremos la dicha, y que podemos y merece la pena intentarlo cada día, aunque parezca que fracasamos, porque quien da la vida se hace uno con la Vida, y cada día es el primer día de la creación en que todo es bueno.
Cada día es el primer día de la Pascua, en el que Jesús se une a los incontables mártires o testigos de la vida, en medio de tanto panorama desolador, desde el fondo luminoso de sus llagas, se te acerca y te dice: “No temas. Seas quien fueres, estés como estés, creas o dejes de creer, acoge la Paz que te recrea, que todo lo crea. La Paz que hace que las criaturas se desahoguen y fluyan en el amor y se vuelvan cada una un sostén para la otra: compasión, proximidad, compañía. Entra más adentro y ensancha tu presencia. Más adentro, hasta abrazar el secreto de la Vida en su centro universal.

Joxe Arregi

Francisco: “Es el momento de un salario universal para los trabajadores más humildes y sin derechos”


Abraham Canales, HOAC

El Papa escribe una carta a los movimientos populares de todo el mundo
“Los movimientos populares son un verdadero ejército invisible que pelea en las más peligrosas trincheras (…), sin más armas que la solidaridad, la esperanza y el sentido de comunidad”
Francisco defiende los “sagrados derechos a tierra, techo y trabajo”
“Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir” ··· Ver noticia ···

Carta del papa Francisco a los movimientos y organizaciones populares

Redes Cristianas
Papa Francisco27
A los hermanos y hermanas de los movimientos y organizaciones populares
Queridos amigos:
Con frecuencia recuerdo nuestros encuentros: dos en el Vaticano y uno en Santa Cruz de la Sierra y les confieso que esta «memoria» me hace bien, me acerca a ustedes, me hace repensar en tantos diálogos durante esos encuentros y en tantas ilusiones que nacieron y crecieron allí y muchos de ellas se hicieron realidad. Ahora, en medio de esta pandemia, los vuelvo a recordar de modo especial y quiero estarles cerca.

En estos días de tanta angustia y dificultad, muchos se han referido a la pandemia que sufrimos con metáforas bélicas. Si la lucha contra el COVID es una guerra, ustedes son un verdadero ejército invisible que pelea en las más peligrosas trincheras. Un ejército sin más arma que la solidaridad, la esperanza y el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva solo. Ustedes son para mí, como les dije en nuestros encuentros, verdaderos poetas sociales, que desde las periferias olvidadas crean soluciones dignas para los problemas más acuciantes de los excluidos.
Sé que muchas veces no se los reconoce como es debido porque para este sistema son verdaderamente invisibles. A las periferias no llegan las soluciones del mercado y escasea la presencia protectora del Estado. Tampoco ustedes tienen los recursos para realizar su función. Se los mira con desconfianza por superar la mera filantropía a través la organización comunitaria o reclamar por sus derechos en vez de quedarse resignados esperando a ver si cae alguna migaja de los que detentan el poder económico. Muchas veces mastican bronca e impotencia al ver las desigualdades que persisten incluso en momentos donde se acaban todas las excusas para sostener privilegios. Sin embargo, no se encierran en la queja: se arremangan y siguen trabajando por sus familias, por sus barrios, por el bien común. Esta actitud de Ustedes me ayuda, cuestiona y enseña mucho.
Pienso en las personas, sobre todo mujeres, que multiplican el pan en los comedores comunitarios cocinando con dos cebollas y un paquete de arroz un delicioso guiso para cientos de niños, pienso en los enfermos, pienso en los ancianos. Nunca aparecen en los grandes medios. Tampoco los campesinos y agricultores familiares que siguen labrando para producir alimentos sanos sin destruir la naturaleza, sin acapararlos ni especular con la necesidad del pueblo. Quiero que sepan que nuestro Padre Celestial los mira, los valora, los reconoce y fortalece en su opción.
Qué difícil es quedarse en casa para aquel que vive en una pequeña vivienda precaria o que directamente carece de un techo. Qué difícil es para los migrantes, las personas privadas de libertad o para aquellos que realizan un proceso de sanación por adicciones. Ustedes están ahí, poniendo el cuerpo junto a ellos, para hacer las cosas menos difíciles, menos dolorosas. Los felicito y agradezco de corazón. Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir.
Sé que ustedes han sido excluidos de los beneficios de la globalización. No gozan de esos placeres superficiales que anestesian tantas conciencias. A pesar de ello, siempre tienen que sufrir sus perjuicios. Los males que aquejan a todos, a ustedes los golpean doblemente. Muchos de ustedes viven el día a día sin ningún tipo de garantías legales que los proteja. Los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores informales, independientes o de la economía popular, no tienen un salario estable para resistir este momento… y las cuarentenas se les hacen insoportables. Tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos.
También quisiera invitarlos a pensar en «el después» porque esta tormenta va a terminar y sus graves consecuencias ya se sienten. Ustedes no son unos improvisados, tiene la cultura, la metodología pero principalmente la sabiduría que se amasa con la levadura de sentir el dolor del otro como propio. Quiero que pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y el acceso universal a esas tres T que ustedes defienden: tierra, techo y trabajo. Espero que este momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro.
Nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos, necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse. Ustedes son constructores indispensables de ese cambio impostergable; es más, ustedes poseen una voz autorizada para testimoniar que esto es posible. Ustedes saben de crisis y privaciones… que con pudor, dignidad, compromiso, esfuerzo y solidaridad logran transformar en promesa de vida para sus familias y comunidades.
Sigan con su lucha y cuídense como hermanos. Rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los bendiga, los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles esa fuerza que nos mantiene en pie y no defrauda: la esperanza. Por favor, recen por mí que también lo necesito.

Fraternalmente, Francisco

Encuentro de las mujeres con el Resucitado

Redes Cristianas
Juan José Tamayo
María Magdalena primera testigo del Resucitado
Las distintas tradiciones evangélicas coinciden en presentar a las mujeres como las primeras personas que se encontraron con el Resucitado. Los sinópticos narran esta experiencia con distintos matices a cuál más ricos. Según Mateo, cuando las mujeres visitan el sepulcro el primer día de la semana, un ángel les comunica que el Crucificado ha resucitado y les pide que vayan a anunciar la noticia a los discípulos (Mt 28,2-8). Inmediatamente después es Jesús Resucitado quien les sale al encuentro y les hace la misma petición: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28, 9-10). El matiz de Marcos es que el ángel manda a las mujeres que lo comuniquen “a sus discípulos y a Pedro” (Mc 16,7).

Tradiciones divergentes coinciden en presentar a María Magdalena como la primera testigo del Resucitado. Parece tratarse de una tradición muy antigua. El “final de Marcos” (Mc 16, 9-20) -añadido tardío al evangelio- afirma que Jesús “se apareció primero a María Magdalena, de quien había echado siete demonios” (Mc 16,9). Es ella la que transmite la noticia a los discípulos que habían compartido su vida con él (Mc 16,10). La reacción de éstos ante el anuncio de María Magdalena es de incredulidad. El testimonio de las mujeres carecía de valor entonces. ¡Cuánto más en un asunto de tanta trascendencia!
El Evangelio de Juan también presenta la aparición de Jesús a María Magdalena como la primera. La principal discípula y seguidora de Jesús se convierte en la persona que se encuentra con el Resucitado antes que los propios discípulos varones. El primer dato a tener en cuenta en este relato es que, al hallar el sepulcro vacío, Pedro y Juan se retiran, mientras que María Magdalena, según un sermón francés del siglo XVIII descubierto por el poeta Rainer María Rilke en 1911, “busca por doquier a su único, al único objeto de su amor, al único e inalterable apoyo de su corazón exánime”1.
En ese encuentro hay una tonalidad íntima que no aparece en el evangelio de Marcos. Jesús llama a María por su nombre. Ella lo reconoce al instante y le llama “Rabbonní”, que es la forma de dirigirse los discípulos más cercanos al maestro (Jn 20,16-17). El breve diálogo que se entabla entre ambos brota de la confianza que había caracterizado sus relaciones anteriores. Como observa Schillebeeckx, entre María y Jesús sigue dándose la misma “comunicación vital” que mantuvieran en vida. Más aún: María experimenta a Jesús como Viviente, afirma2.
Pero ahí no termina todo. Por indicación de Jesús, María comunica a los discípulos su experiencia del Resucitado: “He visto a Jesús” (Jn 20,18). Ella cumplió las tres condiciones para ser admitida en el grupo apostólico: haber seguido a Jesús desde Galilea (Lc 8, 2-3); haber visto a Jesús resucitado (Jn 20,18); haber sido enviada por él a anunciar la resurrección a sus hermanos (Jn 20,17).
El evangelio de Lucas es especialmente significativo a este respecto, ya que mantiene una línea de continuidad en lo que se refiere a la actitud de las mujeres en tres momentos fundamentales y fundantes del movimiento de Jesús: durante la vida pública de Jesús, ante la cruz y en la resurrección. En relación a la presencia y participación de las mujeres en el movimiento de Jesús, leemos en Lucas: “Le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras que le servían con sus bienes” (Lc 8,3).
Las mujeres siguen a Jesús también camino del Gólgota: “Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y lamentaban por él” (Lc 23,27). Las mismas mujeres que le habían acompañado desde Galilea asisten con José de Arimatea al entierro (Lc 23,55). El primer día de la semana, cuando van al sepulcro con aromas, reciben la noticia del ángel de que Jesús ha resucitado.
En la explicación de la noticia, el ángel les comunica la relación entre la cruz y la resurrección, apelando al propio testimonio de Jesús de Nazaret: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, pero al tercer día resucitará” (Lc 24,7). Como sucede en el “final de Marcos”, cuando las mujeres dan la noticia “a los Once y a todos los demás”, estos consideran su testimonio como desatino (Lc 24,11).
Según Schillebeeckx, “parece que las experiencias de estas mujeres contribuyeron a que la causa de Jesús se pusiera en movimiento”3. Opinión compartida y sólidamente fundamentada por la hermenéutica bíblica feminista4. En concreto, el reconocimiento de María Magdalena como primera testigo del Resucitado explica su protagonismo en el cristianismo primitivo5. Hipólito de Roma le reconoce la condición de apostola apostolorum. Gregorio Magno la llama “nueva Eva” en cuanto anuncia la vida. León Magno la califica de persona Ecclesiae gerens.
Sin embargo, en las cartas paulinas y otros escritos del Nuevo Testamento el testimonio de las mujeres sobre Jesús resucitado no aparece y María Magdalena es sustituida por Pedro. Ello se debe, cree Lorenzen, “a la situación jurídica, unida a una Iglesia bajo el dominio masculino que muy pronto comenzó a suprimir el importante puesto que Jesús dio a las mujeres”6.
A pesar del silencio de Pablo y de otros escritos neotestamentarios, comenta con razón Suzanne Tunc, las mujeres constituyen el eslabón indispensable de la transmisión del mensaje evangélico, más aún, el eslabón esencial para la fe en Cristo resucitado y el nacimiento de la comunidad cristiana7. Sin el testimonio de las mujeres quizá hoy no habría Iglesia cristiana. ¿Quién podría narrar en las primeras asambleas eucarísticas las experiencias de la muerte y de la resurrección de Jesús, sino las mujeres, sus principales testigos? Ellas fueron testigos de cómo una víctima era rehabilitada y el Crucificado vence a la muerte por la fuerza del Dios de la vida.
¿Legitimación de la autoridad de los Doce?
¿Constituyen las apariciones una legitimación de la autoridad de aquellas personas a quienes se cita expresamente en los relatos y fórmulas de fe sobre la resurrección de Jesús?

Varias y divergentes son las opiniones de los especialistas al respecto. A favor de considerar el encuentro con el Resucitado como reconocimiento de la autoridad de los responsables del movimiento de Jesús se definen autores como U. Wilckens, W. Marxsen y Th. Lorenzen. U. Wilckens cree que se trata de “fórmulas de legitimación” cuyo objetivo es mostrar que a través de las apariciones los dirigentes de la comunidad se sentirían legitimados desde el cielo8. Interpreta el anuncio de una aparición de Jesús “a sus discípulos y a Pedro”, que hace el ángel sentado sobre la tumba vacía (Mc 16, 7), como una llamada a predicar la Buena Noticia de la salvación. La misma intención descubre en el relato tardío de Jn 21, que narra la aparición en Galilea y el encargo a Pedro de apacentar “mis ovejas” (Jn 21,16-17).

El mismo Pablo confirma este planteamiento cuando reivindica su condición de apóstol en función de la visión de Jesús resucitado: “¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (1Cor 9,1). La dificultad surge a la hora de explicar la aparición a “más de 500 hermanos” (1Cor 15, 6). Pero Wilckens despeja la duda diciendo que parece tratarse de una noticia ofrecida de manera más libre y no de una fórmula acuñada definitivamente.

Marxsen cree que la insistencia en presentar a Pedro como la primera persona a quien se le aparece Jesús resucitado (1Cor 15,5; Lc 24,34) pudo tener como objetivo el fundamentar su función directiva en la comunidad cristiana primitiva. Lo mismo puede decirse de la referencia explícita a la aparición a Santiago (1Cor 15,7)9.

Th. Lorenzen considera que algunas de las personas que vivieron la experiencia pascual adquirieron una categoría especial. Éste fue el caso de Pedro, Santiago, Pablo y los Doce, que vieron legitimadas así sus funciones de liderazgo y autoridad espiritual en la comunidad. En consecuencia, el silenciamiento, por parte de Pablo y de otras tradiciones neotestamentarias, de la aparición de Jesús a María Magdalena y a otras mujeres supuso la exclusión de estas de los ámbitos de responsabilidad comunitaria.
Con la pronta instauración de estructuras patriarcales y de la teología androcéntrica en la vida y organización de la comunidad cristiana se interrumpieron las posibilidades y expectativas que se abrían con el reconocimiento de las mujeres como primeras testigos del Resucitado.

Schillebeeckx indica a este respecto que los relatos evangélicos de las apariciones presuponen ya “una Iglesia ya jerárquica”. Sólo los Doce, los jefes de las primeras comunidades cristianas son favorecidos con apariciones “oficiales”. Al testimonio de las mujeres no se les da crédito hasta contar con el reconocimiento apostólico oficial.


Otro es el parecer de H. Kessler, para quien las afirmaciones sobre las apariciones no pueden reducirse a meras “fórmulas de legitimación” literaria de quienes ejercían el poder en el cristianismo primitivo. Prueba de ello es que Pablo refiere la aparición a más de 500 hermanos (1Cor 15,6), que no parece ejercieran funciones directivas en la comunidad10.

Moltmann introduce un matiz que me parece importante en la discusión: la expresión “Pedro y los Doce” utilizada en los relatos de las apariciones, “posee una significación meramente simbólica”11, pues no parece que Pedro ejerciera una función rectora en la comunidad, y si la ejerció, quizá no fuera de forma duradera.
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Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro es Hermano Islam (Trotta) 

La pascua en un prolongado viernes santo

Leonardo Boff
Boff¿Cómo celebrar la pascua, la victoria de la vida sobre la muerte, y más aún, la irrupción del hombre nuevo, en el contexto de un viernes santo de pasión, dolor y muerte, que no sabemos cuándo termina, bajo el ataque del coronavirus sin distinción a toda la humanidad?
Apesadumbrados, incluso en esta pandemia es apropiado celebrar la pascua con una reservada alegría. No es sólo una fiesta cristiana, responde a una de las más antiguas utopías humanas: la irrupción del hombre nuevo.
En todas las culturas conocidas, desde la antigua epopeya mesopotámica de Gilgamés, pasando por el mito griego de Pandora, hasta la utopía de la Tierra sin Males de los Tupí-Guaraní, existe la percepción de que el ser humano tal como lo conocemos debe ser superado. No está listo. Aún no ha acabado de nacer. El verdadero hombre está latente en los dinamismos de la cosmogénesis y la antropogénesis. Aparece como un proyecto infinito, portador de innumerables potencialidades que forcejean por irrumpir. Intuye que sólo será plenamente hombre, el hombre nuevo, entonces, cuando tales potencialidades se realicen plenamente.
Todos sus esfuerzos, por grandes que sean, se topan con una barrera insuperable: la muerte. Incluso la persona más vieja llegará un día en que también morirá. Alcanzar una inmortalidad biológica, conservando las actuales condiciones espacio-temporales, como algunos proponen, sería un verdadero infierno: buscar realizar el infinito dentro de sí y encontrar sólo finitos que nunca lo sacian. Siempre está a la espera. Tal vez el espíritu mataría al cuerpo para realizar lo infinito de su deseo.
Pero he aquí que un hombre se levanta en Galilea, Jesús de Nazaret, y proclama: “El tiempo de espera ha terminado. Se acerca el nuevo orden que va a ser introducido por Dios. Revolucionad vuestra forma de pensar y de actuar. Creed esta buena noticia” (cf. Mc 1,15; Mt 4,17).
Conocemos la trágica saga del profético Predicador: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). Él que “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hch 10,39) fue rechazado y terminó clavado en la cruz.
Pero he aquí que tres días después, las mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro y oyeron una voz: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Jesús no está aquí. Ha resucitado” (Lc 24,5; Mc 16,6).
Este es el hecho nuevo y siempre esperado: la buena noticia se ha hecho realidad. De un muerto surgió un resucitado, un ser nuevo. Este es el significado de la Pascua, la fiesta central del cristianismo. Sus seguidores pronto entendieron que el Resucitado era la realización del sueño ancestral de la humanidad: la espera ha terminado. Ahora es el tiempo de la vida plena sin muerte. Liberado del espacio y del tiempo y de los condicionamientos humanos, el Resucitado aparece, desaparece, se hace presente con los caminantes de Emaús, se presenta en la playa y come con los apóstoles y se le reconoce al partir el pan.
Los Apóstoles no saben cómo definirlo. San Pablo, el mayor genio del pensamiento cristiano, eligió la palabra correcta: “Él es el novísimo Adán” (1Cor 15,45). El Adán no sometido ya a la muerte, el que dejó atrás al viejo Adán mortal.
Como si se burlara, provoca San Pablo: “Oh, muerte, ¿dónde está tu victoria? ¿Dónde está el aguijón con el que asustabas a los hombres? La muerte ha sido tragada por la victoria de Cristo” (1Cor 15,55). Y lo define como “un cuerpo espiritual” (1Cor 15,44), es decir, es concreto y reconocible como cuerpo humano, pero de una manera diferente, con las cualidades del espíritu. El espíritu tiene una dimensión cósmica. Está en el cuerpo, pero también en las estrellas más distantes y en el corazón de Dios. Lo espiritual también se entiende como la forma de ser propia del Espíritu Santo. Está en todo, mueve todas las cosas y llena el universo.
Un antiguo texto, de los años 50, del Evangelio de Santo Tomás dice bellamente: “Levanta la piedra y estoy debajo de ella; parte la leña y estoy dentro de ella, porque estaré con vosotros todos los días hasta la plenitud de los tiempos”. Levantar una piedra requiere fuerza, cortar leña requiere esfuerzo. Incluso ahí está el Resucitado, en las cosas más cotidianas.
En sus epístolas, especialmente a los Efesios y a los Colosenses, San Pablo desarrolla una verdadera cristología cósmica. Él “es todo en todas las cosas” (Col 3,12); “la cabeza de todas las cosas” (Ef 1,10). En el lenguaje de la cosmología moderna, el paleontólogo y pensador Pierre Teilhard de Chardin dirá lo mismo en el siglo XX.
Tenemos que entender la resurrección correctamente. No es la reanimación de un cadáver, como el de Lázaro que volvió a ser lo que era antes y terminó muriendo. La resurrección es la plena realización de todas las potencialidades escondidas dentro de la realidad humana. La muerte ya no ejerce dominio sobre él. Es efectivamente el nacimiento terminal del ser humano, como si hubiera llegado a la culminación del proceso evolutivo o lo hubiera anticipado. En la fuerte expresión de Teilhard de Chardin, el Resucitado explosionó e implosionó en Dios.
La pascua es la inauguración del hombre nuevo, plenamente realizado. Es aplicable para todos los seres humanos. Por lo tanto, tal bendito evento no es exclusivo de Jesús. San Pablo nos asegura que participamos de esta resurrección: “Él es la primicia (la anticipación) de los que mueren” (1Cor 5,20), “el primero entre muchos hermanos y hermanas” (Rm 8,29).
A la luz de esta fiesta pascual podemos decir que la alternativa cristiana es ésta: la vida o la resurrección. Afirmamos y reafirmamos con alegría: no vivimos para morir, sino para resucitar.
Leonardo Boff es teólogo y ha escrito: La resurrección de Cristo y nuestra resurrección en la muerte, Vozes, muchas ediciones, 2012.

Traducción de Mª José Gavito Milano