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sábado, 8 de septiembre de 2012

Comienza un nuevo curso y la Conferencia episcopal sigue muda


Religión Digital
José Manuel Vidal


Comienza un nuevo curso. Triste y negro para todos, pero especialmente para los desheredados y los inmigrantes que hasta se quedan sin atención sanitaria. Proliferan los recortes de los derechos sociales y el país se sume en el desencanto, en el desaliento y en la desesperanza rayana en al desesperación. Y así llevamos ya 5 años. Y la Conferencia episcopal sigue muda. Como si no le doliese el llanto del pueblo. Como si no lo escuchase. Como si no fuese con ella.

Muda ante los gritos del pueblo, una institución siempre presta y dispuesta a publicar notas, mensajes y documentos sobre cualquier cosa. Siempre dispuesta a desenfundar, cuando se trata de defender la moral saexual. Renuente y ‘rouca’ a la hora de defender, con el mismo vigor y rapidez, la moral social.

Pero no tendrá más remedio que hacerlo. No tendrá más remedio que publicar una nota sobre la crisis a lo largo de este año que se espera crucial. Y tremendamente duro. Lo hará, obligada por los acontecimientos y por la presión del pueblo de Dios. Pero, cuando lo haga, ya será tarde, demasiado tarde. “A buenas horas…”, dirá la opinión pública y la opinión publicada. “¿Dónde estaban ustedes hasta ahora?”, le preguntarán a la CEE.

Y la CEE tendrá que callar. O no. Porque seguramente Martínez Camino, su secretario general, se sacará de la manga uno de sus argumentos “apodícticos”, una de sus rebuscadas justificaciones, para justificar lo injustificable y, de esa forma, provocar un descrédito mayor de la institución.

Si la CEE no ha tenido nada que decir hasta ahora sobre la crisis, mejor que la supriman, dicen algunos. O no, porque eso es lo que están buscando los máximos estrategas de Añastro: desactivar uno de los pocos organismos de corresponsabilidad puestos en marcha por el Concilio. Para que no acaben con ella, lo que deberían hacer los obispos (si quieren conservarla libre y potente) es cambiar a su cúpula dirigente.

Mientras tanto, la actitud de silencio de la CEE contamina y deprecia la ingente labor que las iglesias diocesanas, las parroquias, las órdenes religiosas y tantos católicos de a pié vienen haciendo. Como auténticos samaritanos.

Es verdad que, a estas alturas, ya son muchos lo prelados españoles que han dicho una palabra sobre la crisis. De denuncia y de anuncio. Desde el cardenal Sistach, a monseñor Iceta, pasando por los obispos vascos, los catalanes, monseñor Barrio, monseñor Osoro…Y tantos otros.

Es verdad (gracias a Dios) que han hablado alto y claro y contundente y profético sobre la crisis muchas entidades y organizaciones de Iglesia. Desde Cáritas a la Hoac, la Joc o los secretariados de pastoral social de algunas diócesis…O la propia CONFER.

Pero, por eso mismo, la CEE queda en evidencia todavía más. Es la única instancia que queda por hacerlo. Y, mientras ella no lo haga (como ya hemos dicho desde aquí en varias ocasiones), la opinión pública pensará que la Iglesia católica española sigue muda. Por la sencilla razón de que la voz de cada obispo suele resonar en su diocesis o, como mucho, en los periódicos de su autonomía. Sólo la voz de la CEE alcanza difusión nacional. Cuando habla la CEE habla la Iglesia católica española.

Sólo cuando hable la CEE, se pondrá fin a la idea, cada vez más asentada, de una Iglesia muda ante la crisis, de una Iglesia connivente con la derecha, de una Iglesia siempre dispuesta a atacar a ZP y quieta-parada contra Rajoy. De una Iglesia incapaz de caminar al lado de su pueblo y de ser mensajera de esperanza en el momento en que la gente más lo necesita.

Y da rabia que la callada labor samaritana del pueblo de Dios quede en la sombra y oscurecida, porque alguien ha decidido que la CEE, el organismo colegiado del episcopado, guarde silencio. Y ese alguien es su presidente, el cardenal Antonio María Rouco Varela. Y sus compañeros de comité ejecutivo, de comisión permanente y de plenaria deberían pedirle cuentas. Y explicaciones convincentes. Quizás tenga razones de peso para justificar este silencio que tanto daño está haciendo a la institución. ¿Se atreverán? Creo que sí. Está mucho en juego para el honor y la buena imagen de la Iglesia.

José Manuel Vidal