FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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jueves, 29 de julio de 2021

La (im)posible familia cristiana

 


  • Bernardo Pérez Andreo

    Cristianismo y Justicia

    El Código de Derecho Canónico determina que los fines del matrimonio canónico (que no dice cristiano) son «el bien de los cónyuges y la procreación y educación de la prole». Lo dice con ese lenguaje leguleyo, antiguo y aséptico que hace del matrimonio un mero contrato, donde cada una de las partes se obliga a cumplir lo pactado. El problema central del derecho matrimonial canónico está en el consentimiento, pues de su libertad depende que el contrato tenga validez. Lo que importa es la validez del matrimonio, pues de ahí se deriva su perpetuidad.
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  • Desalojos en Jerusalén ocupada: ‘Si nos echan, nos sentaremos en las calles del pueblo y dormiremos sobre los escombros de nuestras casas’

     


    Duha Hmedan

    palestinalibre

    Palestinos y palestinas se enfrentan a la demolición de sus hogares y a su desplazamiento forzoso en Silwan, Jerusalén. Los tribunales israelíes niegan la documentación presentada por refugiados y refugiadas de Palestina sobre la propiedad de las tierras en las que construyeron sus casas
    Nidal Al-Rajbi frente a su casa en ruinas en Silwan. Foto cedida por la familia de Nidal Al-Rajbi.
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    El Papa: el hambre en el mundo es un escándalo y un crimen contra los derechos humanos

     


  • Vatican News

    hambre2

    En la Pre-Cumbre de la ONU sobre Sistemas Alimentarios, inaugurada hoy en Roma, Francisco recordó que es deber de todos “extirpar la injusticia” del hambre en el mundo mediante políticas valientes. El mensaje del Pontífice fue leído por Monseñor Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados.
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  • Un senegalés, buen samaritano, cubrió con su cuerpo a Samuel para tratar de salvarle la vida

     


    José Carlos Enríquez Díaz

    articulosincensura

    Buen Samaritano.jpg

    El joven se tiró al suelo y cubrió a Samuel con su cuerpo. Recibió golpes y patadas que iban destinadas a la víctima. Un segundo senegalés trató de ayudar apartando a los agresores.
    La única persona que no dudó en ayudar a Samuel de todas cuantas había —y eran muchas— a las tres de la madrugada del sábado en el paseo marítimo de Riazor, entre el Playa Club y la avenida de Rubine, es un chico senegalés que se encuentra en situación irregular en España.
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    La causa de la causa

     Redes Cristianas

    Jaime Richart, antropólogo y jurista

    Desde hace un tiempo están produciéndose catástrofes de toda clase, alteraciones súbitas o progresivas de las temperaturas en las distintas regiones del planeta, principalmente incrementos pero también descensos bruscos, corrimientos de tierras, inundaciones, incendios, ciclones, maremotos y toda clase de desastres en países, territorios y lugares donde desde hace mucho tiempo que no se producían, etc.

    Incluso he leído hace un par de días que las inundaciones de China no sobrevenían allí desde hace 1000 años; algo que me cuesta creer porque eso requiere mantener archivos que es difícil puedan seguir existiendo desde entonces o haberse transmitido por tradición oral, algo que también se presta a la deformación. Pero bien, en efecto, todos esos desastres son siempre.

    Y algunas mentes que pasan por despejadas arguyen que, siendo esos cataclismos de siempre, nada prueban al respecto del cambio climático. Y pasan a explicar “científicamente” los mecanismos que intervienen en los procesos desastrosos: embolsamientos de aire frío o caliente en las capas de la atmósfera, desvíos del curso habitual de los vientos, bajas o altas presiones conectadas a los embolsamientos, éste es otro ciclo más, etc. etc. Y con eso está todo dicho.

    No hay por qué preocuparse. Y consecuencia de ese razonar, el ser humano, por si fuese poca la basura la recibida por la atmósfera desde que empezó la Era industrial, no tiene motivos para no seguir lanzando millones de toneladas de más basura a la biosfera. Es decir, nada de su conducta en relación a la Naturaleza y al planeta Tierra que se le ha quedado pequeña, es preciso rectificar…

    El caso es que las explicaciones minuciosas sobre todos los fenómenos físicos, meteorológicos y atmosféricos son exhaustivas. Algo acorde con la psicología y la mentalidad de estos tiempos que se caracterizan por muchas cosas, y una de ellas es la remarcadísima inclinación del ser humano y principalmente el occidental, a darle a todo una explicación científica, médica, física, química.

    Bien con dos palabras, bien agotadora. Y es que el ser humano de hoy, la ciencia de hoy, lo sabe todo, cree saberlo todo. Nada hay fuera de su conocimiento, y tampoco de su control. Por eso a muchas otras mentes no tan despejadas pero guiadas por el más puro instinto, a menudo un guía más seguro que la razón, no nos extraña que detrás del clima, de las pandemias, de toda serie de desastres en espacios convertidos de la noche a la mañana en desiertos, esté también el ser humano.

    A nosotros nos llaman conspiranoicos o negacionistas. Pero eso es porque somos contumaces. No creemos que el ser humano lo sepa todo pese a darle a todo explicación, ni que no haya nada que se le resista. Por eso nos parece una barbaridad que siga lanzando sin cesar a la biosfera cantidades infinitas de partículas contaminantes y de gases infinitos para un volumen finito, el de la biosfera, cuya medición no sé si es posible calibrar pero desde luego ha de ser, por ser finito, necesariamente mensurable.

    Hay una obra magistral de un periodista norteamericano, Charles Fort, que en 1919 publicó un libro titulado “El libro de los condenados”, un compendio de hechos y sucesos naturales asombrosos, algunos de ellos espeluznantes, a los que los periódicos de todo el mundo daban respuestas simples (la mentira se distingue de la verdad porque no es compleja) despachadas con noticias y explicaciones peregrinas en los periódicos, de científicos. Pero de científicos no alejados del poder, no de otros muy alejados del mismo que los consideraban desde otra óptica muy diferente. En eso consiste el interés del libro…

    Sea como fuere, las señales de los estertores de la Naturaleza tal como la hemos conocido y vivido los octogenarios, son suficientemente abrumadoras como para desconfiar por completo de la inteligencia de “el hombre”. Pues su incapacidad de anticipación, es decir, para prever las consecuencias de su incesante comportamiento productivo, de fabricación de “cosas”, cegado su entendimiento por la “necesidad económica” del beneficio sin límites, y su ingenua o maliciosa tendencia a negar los efectos desastrosos de ese comportamiento, han llevado a la humanidad a un callejón sin salida. Ninguna de las diez o doce Cumbres del Clima han dado resultado hasta la fecha. Pero aunque se consiguiese algún resultado, ya es tarde.

    Porque dar respuesta a las causas inmediatas de un hecho, sea social sea natural, es ignorar la causa de la causa. Cuando a un anciano se le explora su organismo y se le detectan disfunciones en alguno o varios de sus órganos, no cabe duda de que no faltarán explicaciones médicas, científicas y exhaustivas. Esta sociedad humana tácitamente se considera a sí misma mágica y completa. Y nada se le resiste a darle explicación. Se niega a reconocer su ignorancia en los.términos del sabio que lo es porque sabe cuánto ignora… Sin embargo los profanos en ciencia pero duchos en filosofía de la vida sabemos que detrás de las explicaciones médicas, científicas, dadas a la causa de la disfunción está la causa de la causa: es decir, la vejez, el desgaste natural de los órganos vitales…

    Y lo mismo pensamos y decimos a propósito del clima. Una cosa es que una serie de fenómenos recientes tengan muchos precedentes, y otra que eso sirva para negar el cambio climático pese a haber subido la temperatura de la Tierra no sé cuántos grados, pese a estar derritiéndose los polos, pese a escasear cada vez más las precipitaciones y el agua potable a pesar de lluvias torrenciales en territorios que prácticamente no las conocían, pese a haber aparecido de repente un virus, natural o sintético que viene trayendo al mundo y al ser humano de cabeza. Por eso, muchísimas gentes del mundo nos conformaríamos con que siempre que cualquier clase de poder afirme algo categóricamente y a menudo con ampulosidad y estridencia acerca de hechos y sucesos biológicos o naturales, tuviese la humildad de expresar, aparte de la causa inmediata de los mismos, la causa de la causa: la entropía, la saturación de la atmósfera, los estertores de la biosfera. Pues si lo ven así, como el buen investigador del crimen al que enseguida le llega a la cabeza la famosa pregunta ¿quid prodest, ¿a quién beneficia el crimen?, nos quedarían esperanzas. De otro modo, no.

    Por enésima vez, el Consejo de Seguridad de la ONU verá las violaciones de la ocupación israelí

     


    palestina libre

    Palestina2

    Israel nunca acató resolución alguna de la ONU y tampoco de su Consejo de Seguridad. Seguir reuniéndose y emitir resoluciones a sabiendas que no serán respetadas es hipocresía y estar encubriendo los crímenes.
    Israel nunca acató resolución alguna de la ONU y tampoco de su Consejo de Seguridad. Seguir reuniéndose y emitir resoluciones a sabiendas que no serán respetadas es hipocresía y estar encubriendo los crímenes.
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    Malversación y sobornos: las cuatro claves del mayor juicio de corrupción del Vaticano

     


    Público / EFE

    Vaticano

    Son diez los imputados por delitos financieros en el proceso judicial más grande celebrado en la Santa Sede.
    El Vaticano celebra este martes la primera audiencia de un juicio histórico en el que se juzgará por primera vez a un cardenal, el exprefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Angelo Becciu, y a otras nueve personas por delitos relacionados con inversiones inmobiliarias.
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    “El infarto teológico” de la sinodalidad


    Jesús Martínez Gordo teólogo

    Religión Digital

    Sinodalidad

    “El teológico o dogmático pasa por superar la actual dependencia clericalista y paternalista -propia de una teología y eclesiología jerárquicas- en beneficio de otra en la que sea realmente posible una participación conjunta y corresponsable de todos los bautizados en la triple función de la celebración, de la enseñanza y, sobre todo, del gobierno”
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    Domingo 1 de Agosto 18º Ordinario Alfonso María de Ligorio, fundador (1787)

     ATRIO

    La primera lectura, del Éxodo, nos recuerda cómo el desierto es la carencia de todo. A toda persona le llega de vez en cuando su desierto: la situación crítica en la que parece que no se encuentran soluciones de ayuda para sobrevivir a tan crítica situación. Al pueblo de Israel le era muy provechoso el tener que estar en el desierto donde todo falta, para que pudiera experimentar el portentoso modo que Dios tiene para ayudar a los que en Él confían. En el desierto el Pueblo de dios aprende a experimentar la condición de “pobre”, de “necesitado de todo” del auxilio de Dios. Esto le será útil para el crecimiento de su fe y de su esperanza en las ayudas milagrosas. En la península del Sinaí hay un arbusto llamado “tamarisco”. Produce una secreción dulce que gotea desde las hojas hasta el suelo. Por el frío de la noche se solidifica y hay que recogerla de madrugada antes de que el sol la derrita. ¿Sería esto lo que Dios le proporcionó a su pueblo, multiplicándolo claro está, de manera prodigiosa? Lo cierto es que los israelitas consideraron siempre la aparición de este alimento como una demostración de la intervención milagrosa a favor de su pueblo. Lo llamaron “maná”, porque los niños al comerlo preguntaban: “¿qué es esto?, “lo que en su idioma se dice: “Man-ah?”. También es llamado por los salmos “pan del cielo” (Sal 78) y el libro de la Sabiduría dice que, “sabía a lo que cada uno deseaba que supiera” (Sab 16,20). Jesús dirá que el Verdadero Pan bajado del cielo será su cuerpo y su sangre. O sea que este maná milagroso del desierto era un símbolo y aviso de lo que iba a hacer Dios más tarde con sus elegidos, dándoles como alimento el cuerpo de su propio Hijo divino. IR A LA PÁGINA

    CÓMO CREER EN JESÚS 18 Tiempo ordinario – B (Juan 6,24-35)

     José Antonio Pagola


    Según el evangelista Juan, Jesús está conversando con la gente a orillas del lago de Galilea. Jesús les dice que no trabajen por cualquier cosa, que no piensen solo en un «alimento perecedero». Lo importante es trabajar teniendo como horizonte «la vida eterna».

    Sin duda es así. Jesús tiene razón. Pero ¿cuál es el trabajo que quiere Dios? Esta es la pregunta de la gente: ¿cómo podemos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere? La respuesta de Jesús no deja de ser desconcertante. El único trabajo que Dios quiere es este: «Que creáis en el que Dios os ha enviado». ¿Qué significa esto?

    «Creer en Jesús» no es una experiencia teórica, un ejercicio mental. No consiste simplemente en una adhesión religiosa. Es un «trabajo» en el que sus seguidores han de ocuparse a lo largo de su vida. Creer en Jesús es algo que hay que cuidar y trabajar día a día.

    «Creer en Jesús» es configurar la vida desde él, convencidos de que su vida fue verdadera: una vida que conduce a la vida eterna. Su manera de vivir a Dios como Padre, su forma de reaccionar siempre con misericordia, su empeño en despertar esperanza es lo mejor que puede hacer el ser humano.

    «Creer en Jesús» es vivir y trabajar por algo último y decisivo: esforzarse por un mundo más humano y justo; hacer más real y más creíble la paternidad de Dios; no olvidar a quienes corren el riesgo de quedar olvidados por todos, incluso por las religiones. Y hacer todo esto sabiendo que nuestro pequeño compromiso, siempre pobre y limitado, es el trabajo más humano que podemos hacer.

    Por eso, desentendernos de la vida de los demás, vivirlo todo con indiferencia, encerrarnos solo en nuestros intereses, ignorar el sufrimiento de la gente que encontramos en nuestro camino… son actitudes que indican que no estamos «trabajando» nuestra fe en Jesús.


    CULTURA DE LA PAZ

    ECLESALIA

    col otalora

     

    - Siendo Juan Mª Uriarte obispo de San Sebastián, se celebró la XIV Semana Social “Ricardo Alberdi” (2006) bajo el lema “pacificar-normalizar-reconciliar” como la triple tarea capital que la sociedad necesitaba para restañar los zarpazos de la violencia. Soy consciente de las graves resistencias que aún despiertan este tipo de iniciativas partiendo del concepto de reconciliación en el marco de la verdad, la justicia y el perdón. Resulta más fácil seguir en la línea de quien la hace, la paga; la reconciliación es innecesaria; es imposible; es una traición a los deudos de la violencia; es sospechosa de albergar otros intereses; etcétera.

    El objetivo prioritario de aquella iniciativa era restaurar la desgarrada humanidad con independencia del signo u origen de la violencia. Incluso hay víctimas que han sido a la vez agresores y agredidos. Y todas ellas necesitan ser atendidas de manera diferenciada y proporcionada. La verdad o la justicia de la causa de la violencia no es lo que les convierte en víctimas, sino el sufrimiento hondo y el daño irreversible. En el fondo anida una “cultura de paz” siendo conscientes de que el perdón y la reconciliación no restituyen al estado anterior a la confrontación violenta: el vacío y la herida están ahí. Pero con la reconciliación, los agresores y agredidos pueden operar un cambio decisivo al recuperar su humanidad y descubrir el respeto y la aceptación del diferente desde la generosidad para perdonar y aceptar el perdón. Y con ellos la sociedad toda.

    La idea es ofrecer a víctimas y victimarios la posibilidad de dialogar sobre el delito y sus consecuencias, profundizar en la asunción de responsabilidad de quienes lo cometieron y acordar la reparación del daño causado de forma real o simbólica. Según las experiencias realizadas en este ámbito, son múltiples los beneficios para las víctimas: posibilidad de explicar su vivencia del delito y sus consecuencias, facilitar la oportunidad de la petición de perdón, la reparación del daño o de cerrar el proceso interior. Todo ello supone un importante avance en el proceso de reinserción, objetivo clave en la legislación penal y el mensaje evangélico.

    Aquello se materializó, en parte, con la llamada “Vía Nanclares” para presos y víctima de ETA - interrumpida tras la llegada del PP al Gobierno. Ahora se ha retomado con un enfoque más amplio y con visos de que la iniciativa vaya calando mejor y logre mayores resultados al estar abierta a otro tipo de reclusos. Los talleres de justicia restaurativa se realizan desde 2016, aunque entonces se ofrecían solo a condenados que cumplían sus penas a través de medidas alternativas, no dentro de prisión. En estos otros diálogos 2021 que nacieron en enero de 2020, caben todos los penados a excepción de los condenados por violencia de género y delitos sexuales. Estamos hablando de justicia restaurativa como un derecho de las víctimas, pero también una oportunidad de reinserción para los condenados en general, y los presos de ETA y GAL en particular.

    En el caso de ETA, son 20 reclusos los que han solicitado participar en estos talleres. Se trata de sentarse cara a cara cada persona recusa con sus víctimas con un doble objetivo: que las víctimas consigan una reparación, al menos simbólica, por el daño sufrido y, a la vez, facilitar la reinserción de los presos haciéndoles conscientes del dolor que han causado. Que nadie se rasgue las vestiduras, que no habrá reducción de pena por adherirse a esta iniciativa, más allá de que los equipos de tratamiento de las cárceles sí tendrán en cuenta esta actividad a la hora de hacer las valoraciones para progresar al tercer grado o atender a permisos; medidas de reinserción legal nada excepcionales. No hay que desdeñar las peticiones de perdón y arrepentimiento por escrito que ya se han producido: ocho presos dieron este paso en 2018 (año del fin oficial de ETA), treinta en 2019 y más de cuarenta en 2020.

    Para algunos es una claudicación; para otros, una iniciativa inútil. Pero yo hablo en nombre de un número indeterminado de personas, muchas de ellas cristianas, que ven en este tipo de medidas algo revolucionario en el sentido de transformador y que forma parte de la esencia evangélica. Qué poco se ha informado de todo esto; y cuántos palos se han metido en las ruedas en forma de presiones de todo tipo para que este tipo de iniciativas no avancen.

    Pero hasta las piedras debieran gritar clamando la bondad y la necesidad de dichas iniciativas, fundamentales para una convivencia óptima en plena coherencia moral y ética. Señores obispos y arzobispos, les ruego que divulguen, apoyen y presionen para que esta iniciativa tenga el recorrido y el éxito que se merece, empezando por su divulgación y siguiendo por su adhesión comprometida como lo que ustedes son: pastores de la Buena Noticia. Que no se quede, en fin, en honrosas excepciones.

     

    LOLITA, EL PERDÓN QUE SE ABRE DESPACITO Y EL ÚTERO DE DIOS

    FE ADULTA

    col franco uribe

    Una de estas tardes en Medellín tuve la oportunidad de visitar a Lolita Londoño, ella estaba en su casa que es además taller de costura y almacén; sus relatos, de un dolor que se va volviendo alegría, siguen resonando a mis oídos como buena noticia y aquí se los comparto.

    Lolita me contó que hace unos años, al ver a dos hijos asesinados, al perder al tercero que nunca apareció, ella se sentía viviendo como una tortuga, arrastrándose pesadamente, con un caparazón de odio que la oprimía y que no le provocaba ni siquiera alzar la cabeza y prefería esconderse en su desespero y acabar hasta con su propia vida y la de los suyos que le quedaban. Todo fue así hasta que se encontró con otras mujeres, las madres de la Candelaria y empezó con ellas a resistir, a buscar no sólo a sus familiares desaparecidos sino también a recuperarles su dignidad. Y con esas mujeres, Lolita halló fuerzas para ir a la cárcel y encontrar allá a los victimarios que entonces se habían entregado a la justicia y que estaban dispuestos a decirles la verdad y facilitarles la búsqueda.

    Al principio, como ella lo relata, iban a esas visitas con miedo y llenas de desconfianza, pero en ese mucho escuchar, poco a poco, las cosas tomaron rumbo imprevisto y las mujeres pudieron llegar a los fondos de sus antiguos victimarios, de los que habían ocasionado el mal y la muerte a sus seres queridos, y se encontraron con la humanidad de estos hombres y mujeres que antes tenían por bestias; se asombraron de comprobar que echaban de menos a sus familias, que amaban, que sufrían, que se enamoraban, que se arrepentían, que se enfermaban, que soñaban. Lolita me habló de esos encuentros: -“comenzamos a escucharnos, a dialogar, a mirarnos frente a frente, a oír las historias de ellos y al oír ellos las nuestras nos sorprendimos llorando juntos, y fueron aflorando las verdades; esas historias fueron cambiando nuestros corazones hasta que nos dimos cuenta de que eran seres humanos iguales que nosotros y nos pusimos en los zapatos de ellos…”

    El perdón, como una flor, se fue abriendo despacito y sin que nadie lo forzara; decía también Lolita que fue un largo viaje, empezaron el camino odiando a los victimarios y terminaron llorando con ellos y sintiéndolos suyos. Ahora, Lolita y sus amigas, no quieren seguir diferenciándose de ellos poniéndose en grupos opuestos de víctimas y victimarios y han decidido que todos juntos se definan más bien como “sobrevivientes victoriosos”, y esto porque Dios les ha dado a ellas el valor de perdonar y a ellos la oportunidad para reinsertarse en la sociedad y empezar una nueva vida.

    Lolita además decidió adoptar a tres de los antiguos victimarios y así recuperar en ellos a sus hijos perdidos. A Oscar, tocayo de su hijo desaparecido y a quien la violencia había dejado huérfano desde niño, le propuso cuando iba a salir de la prisión: -“de ahora en adelante no buscaré más a mi hijo, cuando salgas de aquí ocuparás su lugar y yo seré tu mamá”. Eso de adoptarlos brotó así no más, ella dice que no lo planeó, que simplemente se le salió del corazón, “-es cosa de Dios”, añade ella.  A ese punto, Lolita también me lo confesó, no se sintió más como una tortuga, y sí como una iguana, no con caparazón duro y sí con piel sensible, capaz de treparse alto y llena de dignidad, lista para levantar la cabeza y luchar por sus derechos y los de tantas otras personas que han sufrido la guerra y que vienen a su casa a encontrar consuelo y sanación.

    Me llena de alegría todo esto que me contó Lolita; y es que ella se volvió para mí símbolo de Dios que es mamá y que ama incondicionalmente no sólo a su único Hijo, Jesucristo, sino a todos nosotros en Él; en el corazón de Dios, o mejor en su útero, todos tenemos espacio y todos somos gestados; Lolita se parece a Dios porque, así como Él, ella también da vida incluso a los que dieron muerte a sus hijos. Qué bueno que la Iglesia, así como Lolita, fuera en el mundo como el útero de Dios y guardara a todos en su intimidad sin moralismos ni prejuicios y, especialmente a los descartados, darlos a luz para vida plena. Gracias a Lolita y a las madres de la Candelaria, evangelio puro de esta Colombia que quiere la reconciliación. Gracias también a la Iglesia Esperanza de Vida, la comunidad cristiana con la que se reúne Lolita para celebrar su fe.

    UNA FE CRISTIANA SIN THEOS

    atrio

     

    La publicación de este artículo en la revista más progresista de Francia, nos reafirma en que el debate que hemos acogido en ATRIO sobre No-teísmo y fe cristiana. Estamos publicando todo lo que sobre este vanguardista movimiento nacido en España que está captando la atención en revistas italianas –Adista– y ahora en la francesa Golias. Un resumen de este texto de Alain Durand se presentó en la reunión del domingo pasado a la que se refiere Arregi y a la que asistí. Me cuesta exponer y razonar por escrito mi posición. Pero sí que la expresé de palabra: este paradigma de no teísmo y no dualidad, si llegara a dominar en las bases progresistas cristianas, desinflaría la fuerza que puede aportar la fe cristiana a un futuro mejor para la humanidad. AD.  

    Léon Gambetta declaró en la Cámara de Diputados el 4 de mayo de 1877 en Francia: «Clericalismo, ahí está el enemigo». Hoy, algunos creyentes y algunos teólogos se atreven a declarar pacíficamente: «Teísmo, aquí está el enemigo».

    Ésta es la convicción fundamental de toda una corriente teológica, minoritaria pero vigorosa. John Shelby Spong, ex obispo episcopal de Newark, es sin duda el más conocido en Francia entre los representantes de este movimiento, ya que varios de sus libros están ahora disponibles en francés. La misma corriente también minoritaria, se está estructurando en América Latina, de una manera más radical me parece, en torno a una teología inspirada en los descubrimientos arqueológicos sobre la cuestión de dios. Últimamente, comienzan a producirse debates sobre este tema en España e Italia.

    ¿Qué es el teísmo? Según John Shelby Spong, «llamamos ‘teísmo’ a la teoría que concibe a Dios como un Ser fuera del mundo, con poder sobrenatural, que actúa sobre el mundo para llevarlo a la obediencia y abrirlo a su Presencia». Dios es un Ser celestial y exterior al que tradicionalmente se le atribuyen acontecimientos que escapan a nuestra comprensión. Por tanto, existe simultáneamente la creencia en una división de lo real entre un “arriba” que habita este dios, y un “abajo” donde residimos (sin mencionar un posible tercer nivel correspondiente a los infiernos debajo de la tierra). Como el progreso de la ciencia nos permite ahora explicar los acontecimientos de nuestro mundo sin recurrir a tales representaciones, ya no habría necesidad de recurrir tampoco a tal dios.

    Un mundo dividido y jerárquico

    Según uno de los defensores de esta corriente en América Latina, José Maria Vigil, ya conocido por sus posiciones a favor de las teologías de la liberación, el rasgo principal del teísmo es esta división de la realidad entre un arriba y un abajo, es decir, que estamos tratando, al menos desde los trastornos culturales vinculados a la revolución agraria del Neolítico, con una realidad en dos niveles, a diferencia de la unidad primordial anterior del “huevo cósmico”, del “sagrado útero maternal”, y con una asimetría radical, ya que hay un poder jerárquico del mundo de arriba sobre el de abajo, y por lo tanto con una desigualdad fundamental entre la realidad visible en la que estamos y la invisible donde reside Theos. Éste, supremamente inteligente y todopoderoso, crea todo, interviene en el mundo, cura o castiga, etc. Este todopoderoso se ha revestido, al menos hasta ahora, de rasgos exclusivamente masculinos; pero esto está cambiando actualmente, gracias al nuevo lugar reconocido para la mujer en la modernidad.

    El teísmo, que corresponde a una fase en la evolución de nuestro desarrollo cognitivo, es una “creación cultural”. Para una persona moderna es inaceptable es que tal Theos nos exija sumisión, entre en competencia con la humanidad; igualmente resulta inaceptable para cualquier persona que sea consciente de los derechos y la dignidad de los seres humanos.

    El interés del enfoque

    Antes de expresar algunas reservas, conviene subrayar, en primer lugar, el interés de su enfoque, porque pretende confrontar profundamente nuestra fe con la modernidad y decir lo que debería ser la fe cristiana si se tiene en cuenta la aproximación a lo real que hacen las ciencias. Es un hecho que el cristianismo se hunde hoy, porque su forma de mirar la realidad parece obsoleta o irrelevante. Por tanto, es urgente un examen detenido de nuestra fe en el marco de la cultura actual, sin miedo ni vacilaciones. Eso es lo que hacen estos autores.

    Los protagonistas de esta corriente se inspiran en la fe cristiana para formular lo que ahora creen. Es para nosotros una invitación a aceptar la diversidad de corrientes posibles que se reclaman al Evangelio, aunque no compartamos su punto de vista. También ellos deben tener su parte de verdad. En cierto modo, esta actitud es un a priori necesario de cualquier enfoque integral. La benevolencia es esencial, y esencial incluso cuando está atravesada por desacuerdos.

    Finalmente, es importante reconocer hoy que nadie tiene un punto de vista que pueda poner fin a los debates en curso porque habría accedido a la Verdad. Los desafíos a las expresiones habituales de fe que hacen estos autores deben recordarnos que ningún lenguaje es adecuado cuando buscamos hablar de Dios. Por tanto, es en este contexto en el que formularé algunas críticas y preguntas.

    Preguntas a los autores

    Estos autores identifican a Dios con una cierta forma de referirnos nosotros a él. Según eso, si dejo de rezarle/pedirle a este dios salud o algún milagro, habría que concluir de ello –pues obviamente no funciona– que este Dios es ilusorio. Pero, ¿es Dios o mi representación de Él lo que es ilusorio? ¿Por qué no concluir que es mi relación con Dios y mi representación de Dios lo que debe cambiar? La pregunta que se hace no es principalmente la de Dios mismo, sino la relación que declaramos tener con él. No es porque tengamos una relación infantil con Dios que Dios tenga que corresponder a esa imagen.

    La corriente no-teísta rechaza lo que corresponde al universo de los dogmas cristianos, pero conserva ciertos principios morales fundamentales del cristianismo, sobre todo los que se resumen en el precepto del amor al prójimo. Reconozcamos que se trata efectivamente de una herencia esencial, sin duda más importante que la expresada en la dogmática, aunque la arquitectura de la fe no aísla el amor del hermano del amor de Dios. Desde este punto de vista, los no-teístas aceptan una parte muy esencial de la herencia cristiana.

    La negación de un Dios personal obviamente es un problema. Es cierto que bajo esta palabra, «persona», ponemos una realidad que no necesariamente tiene mucho que ver con el Dios de la fe cristiana. Además, Dios fue identificado como persona en la dogmática cristiana en el sentido que el lenguaje metafísico dio a esta palabra durante las primeras definiciones conciliares, mientras que en la actualidad la palabra persona ha adquirido un significado predominantemente psicológico. Sea como fuere, el hecho es que la noción de persona no se identifica necesariamente con la de un dueño todopoderoso como lo hace la teología teísta.

    Su investigación claramente dirige a los autores en la dirección de un trasfondo último del universo, impersonal y universalmente presente, de un centro que es simultáneamente la fuente de todo y la expansión de uno mismo en todo, una realidad última, sin un rostro identificable, presente en el corazón de todo lo que es, o que incluso eso es el Todo. Estas expresiones recuerdan la realidad última vista por el budismo o el hinduismo. Algunos incluso lo aluden. Esta nueva formulación de la fe, lejos de subrayar cualquier originalidad del cristianismo, se desarrolla en beneficio de una visión impersonal de un dios singular sin rostro, una visión aún difusa que, a sus ojos, estimula. Este cristianismo no-teísta se acerca a esas grandes religiones que se desarrollaron en Asia, en las que tampoco se puede hablar de fe en un Dios personal.

    Por otro lado, afirmar a Dios como distinto del mundo –como lo hace la fe cristiana tradicional– no lo transforma necesariamente en un ser dominante que ejerza una omnipotencia indiscriminada sobre nosotros y sobre toda su creación. Muchas expresiones teológicas o espirituales actuales (como cuando se habla de un Dios humilde, pobre y compasivo), o expresiones literarias (como la que designa a Dios como el Más Bajo), merecen ser tenidas en cuenta por los autores.

    Jesús y su evangelio

    ¿Y Jesús? Si aceptamos que la negación del Dios trascendente, amo del universo se hace en beneficio de una realidad última, inmanente, presente en todo, incluso identificada con el Todo, es necesario modificar profundamente la identidad que tradicionalmente los cristianos le atribuyen a Jesús.

    En primer lugar, debemos reconocer que Jesús era un creyente en un Dios teísta, que debe ser superado por completo. No es hijo de un dios personal que, además, lo hubiera enviado a la tierra. ¿Qué lugar ocupa Cristo? En su respuesta a las críticas del teólogo español José María Castillo, uno de los partidarios de este cristianismo sin teísmo, José Arregi, escribe sobre este tema: “Nos reafirmamos como discípulos de Jesús, y queremos vivir en el siglo XXI su Evangelio liberador, su espíritu que vive más allá de la letra y las instituciones religiosas católicas que sofocan la vida. Y tratamos de decirlo, sabiendo que nunca lo lograremos, con palabras y paradigmas compatibles con la cosmovisión, la ciencia y la cultura de hoy. ”

    Otro punto que me cuestiona en esta nueva corriente de teología sin Theos, es la ausencia de reflexión filosófica, o, en todo caso, su bajísimo nivel de elaboración. El único referente en el que se basa, al menos me parece, es la ciencia y la cultura científica. ¿Podemos pasar de la ciencia a la religión tan rápido? Si nuestra mente moderna, profundamente marcada por el modo de pensamiento científico, en verdad hace difícil interpretar literalmente ciertas afirmaciones, como el nacimiento virginal, la ascensión corporal de María, un estado primitivo paradisíaco de la humanidad, los milagros, la resurrección concebida como la revivificación de un cadáver, la infalibilidad de un hombre, la conducta providencial de los acontecimientos de este mundo por una divinidad residente en el cielo, etc., sigo convencido de que no corresponde a la cultura científica pronunciarse sobre la existencia o no de un Dios personal, mucho menos sobre un Dios que no fuese personal.

    Según Santiago Villamayor, para designar lo que los hombres han llamado Dios, sólo es posible el lenguaje simbólico, pero despojado de todas las “pretensiones ontológicas”. Por tanto, podemos hablar de Dios simbólicamente, pero este lenguaje “no presupone la existencia de lo que él simboliza”.

    Liberar al hombre

    El enfoque de los autores se sustenta en una actitud fundamental: una perspectiva de liberación del ser humano de todo lo que lo oprime, lo disminuye, lo debilita. Por lo tanto, debemos reconocer la relevancia de los autores, la grandeza del propósito perseguido, aunque no compartamos todo su enfoque.

    Comencé este artículo refiriéndome al teólogo John Shelby Spong y, a partir de entonces, dejé espacio principalmente para las otras expresiones menos conocidas de esta corriente teísta, y quizás sin dar suficiente espacio y hacer justicia al pensamiento de Spong. Las investigaciones y propuestas de este último (más centradas en una obra de “desmitologización”) son ciertamente más accesibles para un cristiano que aquellas, más radicales, a las que me refería. Spong, a través de los textos de los Evangelios, a menudo resalta con fuerza el significado de estas historias para nuestras vidas. La principal crítica que haré a su enfoque es dar a entender que el acceso al significado simbólico de una historia pasa sistemáticamente por la negación de su historicidad. Puede, pero no siempre es necesario. Hay algún exceso en el método. La oposición entre historia y símbolo no puede ser tan sistemática. Spong comparte puntos importantes con los teólogos no-teístas aquí considerados. Pero, en lo que a él respecta, estoy totalmente de acuerdo con lo que escriben los prefacios franceses en uno de sus libros: “Él [John Shelby Spong] está reconstruyendo una fe cristiana que puede dar sentido a la vida de cristianos y humanos plenamente insertos en la cultura de nuestro tiempo, deseosos de desarrollar su potencial humano y, por tanto, de participar activamente en la construcción de un mundo más justo y fraterno”.

    Reforma de la teología

    Hace más de medio siglo, Estados Unidos fue el lugar de nacimiento de un movimiento teológico que se llamó “teología de la muerte de Dios”. Hay varios puntos de convergencia con esta nueva teología sin Theos. Por eso tomaré prestada mi conclusión provisional de André Gounelle, quien así concluyó un artículo (sin fecha) sobre la “teología de la muerte de Dios”: “A través de nuestra educación y nuestra cultura, llevamos dentro de nosotros un conjunto de imágenes religiosas e ideas filosóficas que esconden o distorsionan al Dios vivo. Deben desaparecer para que aparezca. Aquí se cree que, al proclamar la muerte de Dios, no vemos la muerte del mismo Dios, sino la quiebra de cierta forma de pensar, hablar y vivir. El fracaso de una forma histórica del cristianismo no es el fracaso del cristianismo. Que un discurso sobre Dios sea falso no significa la imposibilidad de hablar de él con precisión. Debemos disociar a Dios de las representaciones absurdas, asfixiantes y odiosas que nos hemos formado de él. Según la expresión de Tillich, necesitamos descubrir que Dios está por encima de Dios, es decir, por encima de lo que decimos y pensamos sobre él, con tanta frecuencia. Es necesaria una reforma de nuestra teología”.

     

    Redacción de Atrio, 03-julio-2021

    NO TE DA VIDA COMER EL PAN SINO EL DEJARTE COMER Jn 6,24-35

    FE ADULTA

    col fraymarcos


    Seguimos en el c. 6 del evangelio de Juan. La lectura de hoy afronta directamente la discusión con los judíos. En todo caso, este capítulo plantea una discusión larga y dura, en la que Jesús va concretando y profundizando las exigencias del seguimiento. Se va acentuando la distancia a medida que Jesús va aquilatando el discurso. El proceso será: Entusiasmo, duda, desencanto, desilusión, oposición, rechazo, abandono.

    El diálogo es un montaje que permite a Juan poner en boca de Jesús lo que aquella comunidad consideraba las claves del seguimiento. No contesta a la pregunta: ¿cómo y cuándo has llegado aquí?, sino a las verdaderas intenciones de la gente, llevando el diálogo a su terreno. Lo que tiene importancia es el compromiso de entrega, al que quiere llevarlos.

    Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. La “señal” era una invitación a compartir, pero ellos vieron en ella solo la satisfacción del apetito. Esa búsqueda de Jesús no es correcta, solo pretenden seguridades. Jesús va directamente al grano y desenmascara su intención. No le buscan a él sino el pan que les ha dado. No le buscan por conseguir un futuro más humano. Esas palabras critican la religión de todos los tiempos. Todas las religiones manipulan a Dios para ponerlo a su servicio.

    Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura dando Vida definitiva. Esta propuesta de trabajar por la Vida, es el resumen de todo su mensaje. Vale lo mismo para aquel tiempo que para hoy. Trata de advertir de la facilidad que tiene el hombre de malograr su vida enredándose en lo puramente material o dejándose llevar por lo sensible. La búsqueda del verdadero pan exige esfuerzo. Es un camino de lucha, de superación, de purificación, de regeneración, de muerte y de nuevo nacimiento (bautismo).

    El alimento que perdura lo da Dios gratuitamente. Jesús descubrió ese don y desplegó su verdadera Vida. Sin alimento no puede haber vida. Por eso hay que escucharle cuando habla de otro tipo de comida, que es la que nos salva. También hay que trabajar por el alimento que perece, pero no debe ser el objetivo único de nuestra vida. Los judíos muestran un cierto interés, pero es puramente superficial. Acostumbrados a moverse a golpe de preceptos, preguntan a Jesús por las normas, incapaces de imaginar a Dios que da todo gratis.

    Éste es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. Conocer lo que Dios espera de nosotros parecería el verdadero camino, pero ese interés es solo aparente. En realidad no nos interesa demasiado lo que Dios quiere. Lo que de verdad nos interesa es lo que nosotros queremos. Para garantizar seguridades, hemos fabricado un Dios a medida. De todas formas Jesús les dice lo que Dios espera de ellos: que le presten su adhesión. La discusión entre fe y obras queda superada drásticamente: confiar en Jesús.

    Pero inmediatamente viene la institución y nos dice: lo que Dios quiere es esto y aquello; que no es más que lo que les interesa a los dirigentes de turno. Jesús no vino a dar nuevas normas morales sino a enseñarnos el camino de la verdadera Vida. Lo que tengo que “hacer”, lo tengo que descubrir yo, no me tiene que llegar de fuera como programación, no tengo que ser un robot al que le han introducido un programa. Lo que Dios quiere es que lleguemos a nuestra plenitud, y el “mapa de ruta” está en nuestro interior, no fuera.

    A Dios le importa más lo que somos que lo que hacemos. Mostramos nuestra ceguera cuando estamos preocupados por lo que Dios quiere que hagamos o dejemos de hacer. Solo una cosa es fundamen­tal: confiar. Creer no es aceptar una serie de verdades teóricas y quedar tan tranquilos. Esto es lo que pide Jesús a sus oyentes. Tergiversamos esa confianza cuando la convertimos en esperanza de que Dios cumpla nuestros deseos. Confiar es aceptar la voluntad de Dios, no venida de fuera, sino como inserta en la raíz de nuestro ser.

    ¿Qué señal realizas tú para que viéndola te creamos? La exigencia de una señal es la demostración de que no creen. Estarían dispuestos a aceptar un Mesías, semejante a Moisés, que demostrara su valía a base de prodigios. El maná estaba considerado como el mayor de los milagros. Exigen de Jesús que legitime sus pretensiones con otro prodigio igual o mayor. Pero la Vida que Jesús promete no viene de fuera y espectacularmente; está en cada uno y se manifiesta en lo cotidiano como amor desinteresado, como preocupación por el otro.

    No os dio Moisés el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Aquello no era más que un símbolo. La realidad está en Jesús, verdadero pan del cielo, que alimenta la verdadera Vida. Recordemos que los rabinos consideraban la Torah como el pan que Dios les había otorgado. Ahora es Jesús la única Ley que salva. Danos siempre pan de ese. Reacción aparentemente sincera, pero equivocada. Le llaman Señor; creen en sus palabras; esperan que satisfaga sus anhelos; pero no le dan su adhesión sincera.

    Yo soy el pan de Vida. En todos los discursos que encontramos en este evangelio, se hace referencia a la Vida. Se trata de una realidad que no podemos explicar con palabras, ni meter en conceptos humanos. Solo a través de símbolos y metáforas podemos indicar el camino de una vivencia, que es lo único que nos llevará a descubrir de qué se está hablando. “Yo soy” en Juan es la suprema manifestación de la conciencia de lo que era Jesús. Cada uno de nosotros debemos descubrir lo que verdaderamente somos, como lo descubrió Jesús.

    El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed. ¿Qué significa, “ir a él, creer en él”? Aquí radica todo el meollo del discurso. No se trata de recibir nada de Jesús, sino de descubrir que todo lo que él tenía lo tengo yo. Lo que Jesús propone es que los seres humanos descubran que se puede vivir desde una perspectiva diferente, que alcanzar la plenitud humana significa descubrir lo que Dios es en cada uno y una vez descubierto ese don total (Vida), respondamos como respondió Jesús.

    Lo que propone Jesús está en contra de toda lógica. Está diciendo que el pan que da Vida no es el pan que se come, sino el pan que se da. Si te conviertes en pan como él, entonces, ese darte se convertirá en Vida. Jesús no invita a buscar la propia perfección, sino a desarrollar la capacidad de darse a sí mismo. Solo dándote, superarás el egoísmo y alcanzarás la plenitud. “Yo soy” es la clave de la comprensión de Jesús en el evangelio de Juan. Lo que pongamos después del ‘yo soy’ no tiene importancia. Aquí añade… pan, VIDA.

     

    Meditación

    La Vida espiritual también necesita de alimento.
    Jn presenta a Jesús como el alimento que da Vida.
    Para que alimente, tengo que asimilarlo.
    Como Jesús, tenemos que descubrir esa Vida
    y dejar que nos atraviese desde lo hondo del ser.

    ¿CREER? Domingo XVIII del Tiempo Ordinario 1 de agosto Jn 6, 24-35

    col lozano art

    FE ADULTA 


    Tal como suele entenderse en este evangelio, creer no significa tanto adhesión mental cuanto confianza inquebrantable. Y, en este mismo evangelio, se invita a creer en Jesús -más aún, se afirma que en eso se resume la voluntad de Dios-, con la promesa de que la confianza en él saciará toda hambre y toda sed.

    En el texto encontramos dos afirmaciones que, por más que se les haya concedido una validez durante siglos, entran en fuerte disonancia con la consciencia moderna y son superadas en una mirada transpersonal. Las dos afirmaciones a las que me refiero pueden sintetizarse de este modo: la salvación viene de “fuera” y se juega decisivamente en la figura de Jesús. Analicemos ambas creencias.

    Las religiones ofrecen una salvación que viene de “fuera”. Es precisamente ese “fuera” el que hoy se cuestiona: fuera, ¿de qué?; fuera, ¿dónde?; ¿acaso puede haber algo “fuera” de lo real? A medida que nos hacemos más conscientes de la capacidad proyectiva de la mente, nos resulta más fácil entender su tendencia a colocar “fuera” -o viniendo de fuera- aquello que más anhelamos. Desde la percepción de su propia necesidad e inseguridad, el ser humano dirigió su mirada hacia “algo” más grande que él que nombramos como “trascendencia”.

    Sin embargo, como los místicos han sabido ver, la trascendencia no se halla fuera, ni siquiera lejos, sino en nuestra más íntima profundidad. Hasta el punto de poder afirmar que constituye aquello que realmente somos. Con lo que venimos a descubrir que aquello que nuestra mente había proyectado en el exterior no es sino nuestra identidad habitualmente ignorada.

    Por su parte, la religión cristiana -a partir de Pablo de Tarso- otorgó a Jesús el rango de “salvador”, haciendo de él un ser radicalmente diferente de todos los demás. En consonancia con el momento histórico en que aparece, convierte a Jesús en un Dios “separado”, con cualidades y poderes únicos.

    Sin embargo, bien pudiera ser que se tratara solo de una lectura realizada desde la fe -de un “mapa creyente”-, que se desvela con nitidez al hacernos conscientes que aquello que se afirma de Jesús vale en realidad para todos nosotros.

    ¿Qué significa, por tanto, creer en Jesús y ver saciado nuestro anhelo? Por decirlo brevemente: comprender lo que realmente somos. Como el Jesús del cuarto evangelio, todos nosotros podemos decir: “El Padre y yo somos uno”, “Yo soy la vida” o, sencillamente, “Yo soy”. Y no hablo lógicamente del yo particular o ego, sino de aquella identidad profunda que compartimos con Jesús y todos los seres. Así entiendo por qué en eso se condensa todo: cuando se comprende experiencialmente lo que somos, se ha encontrado el tesoro.

    ¿Dónde busco la respuesta a mi anhelo más profundo?

    EUCARISTÍA E INMORTALIDAD DOMINGO XVIII

    col sicre art

    FE ADULTA

    Este domingo y los tres siguientes se lee el «Debate sobre el pan de vida», que continúa el tema de la multiplicación de los panes y los peces (el domingo pasado no se leyó por coincidir con la fiesta de Santiago). El inconveniente de dividir el debate y sus consecuencias en cuatro domingos es que se pierde su fuerte tensión dramática. Considero importante ofrecer una visión de conjunto, aunque haya que anticipar datos de los próximos domingos.

    Los interlocutores del debate

    Los interlocutores de Jesús, aunque resulte extraño, cambian: al principio son los galileos que se beneficiaron del milagro de la multiplicación de los panes; cuando el debate adquiere un tono polémico, son los judíos quienes «critican» a Jesús y «discuten entre ellos». Pero su reacción final, cuando termina de hablar Jesús, no se cuenta. El protagonismo pasa a muchos de sus discípulos [de Jesús], que «se escandalizan» y lo abandonan. Al final, solo quedan los doce.

    Los tres puntos principales del debate

    Los debates y discursos de Jesús en el evangelio de Juan, aunque largos y complicados, se pueden resumir en pocas ideas. En este podemos distinguir tres, estrechamente relacionadas.

    1. La «vida eterna» (vv.27.40.47.54), «la vida» (v.33.53), «vivir para siempre» (v.51.58). Es un tema obsesivo del cuarto evangelio, que comienza afirmando que «el Verbo era vida» y lo ejemplifica en la resurrección de Lázaro, donde Jesús se muestra como «la resurrección y la vida». Recuerda lo que decía Miguel de Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la gana de morirme».

    2. Esa vida eterna se consigue comiendo «el pan de la vida» (v.35.48.51), «el verdadero pan que da la vida al mundo» (v.33.51), «el pan que ha bajado del cielo» (v.41.50.58). Al que come de ese pan, Jesús «lo resucitará en el último día» (vv.39.40.44.54).

    3. Los dos temas anteriores están muy vinculados al de la fe en Jesús: «lo que Dios quiere es que creáis en el que ha enviado» (v.29); «el que cree en mí nunca tendrá sed» (v.35); «el que cree en mí tiene la vida eterna» (v.47). Por eso, los discípulos que abandonan a Jesús lo hacen porque «no creían» (v.64); en cambio, los Doce, como afirma Pedro, «hemos creído y sabemos que tú eres el santo de Dios» (v. 69).

    Por consiguiente, al hablar del «pan de vida», la fuerza capital recae en «la vida», esa vida eterna a la que Jesús nos resucitará en el último día. Igual que la comida no es un fin en sí misma, sino un medio para subsistir, el pan eucarístico está directamente enfocado a la obtención de la inmortalidad. Quien comulga, como algunos corintios, sin creer en la otra vida, no es consciente de la estrecha relación entre eucaristía y vida eterna.

    El desarrollo del debate y sus consecuencias

    En el texto litúrgico (que suprime el pasaje 6,36-40) podemos distinguir tres grandes partes (domingos 18, 19, 20), centradas en el diálogo entre Jesús y los presentes en la sinagoga de Cafarnaúm. Todo termina con la reacción tan distinta de muchos discípulos y de los Doce (domingo 21).

    La primera parte (domingo 18), que desarrollaré luego, termina con una revelación inimaginable por parte de Jesús: «Yo soy el pan de vida», «el que baja del cielo y da la vida al mundo».

    La segunda (domingo 19) comienza con la reacción crítica de los judíos ante la pretensión de Jesús de haber bajado del cielo. Imposible: conocen a su padre y a su madre. Pero él termina con una afirmación más desconcertante aun: «el pan que yo daré es mi carne».

    La tercera (domingo 20) empalma con la afirmación anterior: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Los judíos llevan razón. Parece imposible, absurdo. Jesús no lo explica ni matiza. Insiste en que comer su carne y beber su sangre es la única forma de conseguir la vida eterna.

    Con lo anterior termina del debate, sin que se diga cómo reaccionan los judíos. Pero sí se indica la reacción de los discípulos (domingo 21), distinguiendo entre el escándalo de mucho de ellos y la respuesta positiva de los Doce. 

    Notas al debate

    1. Aunque las ideas puedan resultar claras, son difíciles de aceptar. La reacción normal de los oyentes es que les están tomando el pelo, que Jesús está loco, o que es un blasfemo. Una persona a la que conocen de pequeño, igual que a su familia, tiene que haberse vuelto loca para decir que ha bajado del cielo, que es superior a Moisés, que quien viene a él no tendrá nunca hambre ni sed, que es preciso comer su cuerpo y beber su sangre, como si ellos fuesen caníbales.

    2. Jesús recurre a la ironía («me buscáis porque os hartasteis de comer»), al escándalo (rebajando la importancia del maná) y a expresiones simbólicas desconcertantes (comer su carne y beber su sangre). Con ello pretende lo contrario que los políticos actuales: que solo lo siga un grupo selecto, aquellos que «le trae el Padre». Este enfoque desconcertante del cuarto evangelio se basa probablemente en la experiencia posterior a la muerte de Jesús, y pretende explicar por qué la mayoría de los judíos no lo aceptó como enviado de Dios.

    3. El debate no reproduce lo ocurrido al pie de la letra, es elaboración del autor del cuarto evangelio. Él sabe que sus lectores, su comunidad, entenderá rectamente los símbolos. Cuando Jesús dice que «mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida», que hay que comer su cuerpo y beber su sangre, saben que no se trata de comer un trozo de su brazo o beber un vaso de su sangre; se refiere a la eucaristía, al pan y la copa de vino que comparten.

    4. Desde un punto de vista pastoral, si el tema ya era complicado y escandaloso para muchos discípulos, los teólogos se han encargado de complicarlo aún más con el concepto de «transubstanciación». El que tenga dificultades sobre este punto podría acogerse a las palabras finales de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios». Y que los teólogos sigan discutiendo.

    La versión milagrosa del maná (Ex 16, 2-4.12-15)

    Ya que el evangelio hace referencia al don del maná, se lee la versión del libro del Éxodo, que lo une al de las codornices (pan y carne). Hay otra versión muy distinta del maná, nada milagrosa, en el libro de los Números 11,7-9. En este relato, el pueblo está harto de no comer más que maná. Y se añade: «El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él, el maná».

    Sin embargo, la versión que terminó imponiéndose fue la milagrosa, de un alimento que envía Dios desde el cielo, no cae los sábados para respetar el descanso sabático, todos recogen lo mismo, sabe a galletas de miel, y es tan maravilloso que hay que conservar dos litros en el Arca de la Alianza. Estos detalles han sido suprimidos en la versión litúrgica, que, sin embargo, mantiene a las codornices; podría haberlas dejado volando y nadie las echaría de menos.

    El maná y el pan de vida (Jn 6, 24-35)

    La introducción ha suprimido muchos datos. Después de la multiplicación de los panes y los peces, los discípulos se marchan en la barca mientras Jesús se retira al monte huyendo del deseo de la gente de hacerlo rey. Por la noche, cuando la barca está en peligro por un viento en contra, Jesús se aparece caminando sobre el agua, sube a la barca y al punto llegan a tierra. Lo anterior se ha suprimido. El relato comienza cuando la gente advierte la ausencia de Jesús y de los discípulos y va a Cafarnaúm en su busca.

    Empieza entonces el largo debate. La sección de hoy consta de cuatro intervenciones de la gente (tres preguntas y una petición), seguidas de cuatro respuestas de Jesús.

    Todo comienza con una pregunta muy sencilla: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús, en vez de responder a la pregunta, hace un suave reproche («me buscáis porque os hartasteis de comer») y les habla del alimento que dura hasta la vida eterna. Lo lógico sería que la gente preguntase cómo se consigue ese alimento; en cambio, pregunta cómo pueden hacer lo que Dios quiere. Y Jesús responde: lo que Dios quiere es que crean en aquel que ha enviado. Los galileos captan que Jesús habla de creer en él, y adoptan una postura más exigente: para creer en él deberá realizar un gran prodigio, como el del maná. Con la referencia al maná le ponen a Jesús el tema en bandeja. Enfrentándose a la tradición que presenta el maná como «pan del cielo» y «pan de ángeles», Jesús dice que el maná no se puede comparar con el verdadero pan del cielo, que no se limita a saciar el hambre, sino que da la vida al mundo. Los galileos reaccionan de forma parecida a la samaritana: «Señor, danos siempre de ese pan». La respuesta de Jesús no puede ser más desconcertante: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.» ¿Cómo reaccionará la gente? La solución el domingo próximo.

    «El hombre comió pan de ángeles» (Sal 77)

    El salmo alaba al Señor por su poder al alimentar al pueblo con el maná e introducirlo en «las santas fronteras» de la tierra prometida. Pensando en las palabras de Jesús, debemos alabarlo, no por aquel milagro pasado, sino por darnos cada día el verdadero pan del cielo.

    LA SEÑAL Jn 6, 24-35

    col munarriz

     

     


    «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obras realizas?...»

    Muchos de los que escucharon a Jesús no creyeron en él y no le siguieron. Los doctores lo tenían por impostor. Los fariseos por un impío que no guardaba el sábado, ni ayunaba ni se recataba de comer con pecadores. Los sacerdotes se sintieron tan amenazados por su doctrina y el entusiasmo que causaba en la gente, que cuando subió a Jerusalén lo quitaron de enmedio en menos de una semana. Sus familiares lo tenían por loco. Los que en principio le siguieron porque vieron en él la mejor versión del mesías libertador de Israel que esperaban, le abandonaron cuando quisieron hacerle rey y él los dejó plantados.

    Pero hubo mucha gente que le siguió hasta el final; que abandonó sus tradiciones milenarias más sagradas (como la circuncisión o el sábado) y se dejó embriagar por su vino nuevo y poderoso. Y nos podemos preguntar: ¿Qué señales vieron en él para que rompiesen con el pasado y le siguiesen, con tal entusiasmo, que no le dejaban descansar y hasta se olvidaban de comer por escucharle?...

    La respuesta es que Jesús les fascinaba porque les hablaba de Dios como jamás nadie les había hablado. Y le seguían, porque nunca se cansaba de hacer el bien y liberar a los oprimidos por el mal; porque les prestaba toda su atención; porque daba esperanza a los marginados a quienes todos consideraban aborrecidos de Dios por sus pecados... y por tantas cosas más.

    Ésas eran sus señales.

    La señal de las primeras comunidades nos la desvela Lucas en “Hechos” cuando dice que en ellas no había pobres. Estaban tan comprometidas con el evangelio, tan empapadas de evangelio, que no podían permitir que alguno de sus hermanos pasase necesidad. Y aunque las autoridades les perseguían, la gente les respetaba y les admiraba... y no dejaban de crecer.

    A nosotros nos está tocando vivir en un mundo sumido en una profunda crisis de sentido; un mundo necesitado de unos valores que lo humanicen. Y en este contexto nos podemos preguntar, ¿qué testimonio estamos dando “nosotros la Iglesia”? ¿cuál es nuestra señal?... Quizá la mejor señal sería que el mundo viese que allí donde hay cristianos hay más justicia y honestidad, y aunque esto nos pueda parecer una utopía, es en realidad el compromiso que se nos supone a quienes tenemos la osadía de llamarnos cristianos.

    La clave es el compromiso. Decía Ruiz de Galarreta que el lema del cristiano podría ser «máximo compromiso, máxima confianza». Máximo compromiso con la misión, y máxima confianza, porque quien juzga nuestros fallos es nuestra madre.