La primera reflexión para este tiempo que llega de Cuaresma es que no somos lo suficientemente conscientes de, hasta qué punto, estamos abducidos por la cultura del consumismo y laminados por su consecuencia más letal: la crisis espiritual junto a la indiferencia hacia todo lo solidario y lo que suene a religioso. El ser humano está en una nube de soberbia por los logros increíbles que la ciencia le otorga cada vez con mayor tendencia al consumo y la comodidad. Por tanto, cualquier mensaje de salvación y conversión, al menos en esta cultura hedonista, tiene muchas papeletas de no tener respuesta.
Nos decía el cardenal Martini: “Una espiritualidad cristiana no basada en la Escritura, difícilmente podrá sobrevivir en un mundo complejo, difícil fragmentado y desorientado como el moderno”. Curiosamente, en otras latitudes como la India, América latina o el Extremo Oriente crece el interés de la Palabra bíblica, atraídos por su mensaje de amor, fraternidad y liberación gestado en el rabioso día a día aunque se trate de un Reino que no es de este mundo.
La lectura de la Biblia apunta directamente a cada persona y a cada comunidad eclesial para entender los signos de los tiempos: qué nos dice Dios a cada uno, aquí y ahora, para escucharle y orientar la vida desde la voluntad del Padre. No se trata de una lectura plana de la Palabra, rutinaria e individualista, como hemos socializado en muchas de nuestras celebraciones eucarísticas. Se trata, de acceder al texto sagrado desde la vida y para vida, desde la escucha. Una lectura y relectura del texto elegido, una sencilla meditación en escucha activa para discernir qué me dice Dios. Con esta actitud propiciamos el descanso en Dios y nos fortalecemos en Él sacando conclusiones en forma de compromiso práctico para nuestra vida entre hermanos.
Por tanto, la Palabra nos lleva a la acción como bellamente lo resumió la madre Teresa de Calcuta mostrando un sencillo y profundo camino de conversión liberadora de manera admirable: “El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; el fruto del servicio es la paz”.
Necesitamos con urgencia, la Iglesia toda, especialmente la de los países más ricos y poderosos, proclamar la Palabra con nuestras obras. Primero, recuperando su lectura y escucha; y en segundo lugar, llenos del Espíritu, dar ejemplo con nuestras obras. A la visa de nuestro entorno, quizá lo veamos imposible, pero no lo es para Dios. Depende de nuestra voluntad de conversión. Y la Cuaresma ya nos interpela.