FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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jueves, 16 de mayo de 2013

¿Es el papa Francisco una paradoja?

KüngJorge Bergoglio ha despertado la esperanza de que otra Iglesia católica es posible. Su estilo al asumir el pontificado, su lenguaje y su decisión de hacerse llamar Francisco remiten a la pobreza, humildad y sencillez que predicaba Francisco de Asís.

Francisco, el obispo de Roma

CastilloMucha gente se sigue preguntando si el papa Francisco va a ser el hombre que imprima un cambio, profundo y de consecuencias decisivas, en la Iglesia. Yo estoy convencido de que ese cambio no es que se va a producir, sino que ya se ha efectuado. Antes de empezar a cambiar los cargos de la Curia, por ejemplo, es más importante empezar a cambiar la teología del papado. Y eso, por más que muchos no hayan ni caído en la cuenta de ello, ya se ha hecho.
El nuevo papa, Francisco, ya lo hizo desde el momento en que apareció, una vez elegido Sumo Pontífice, en la logia de la basílica de San Pedro. Pero, como recuerda todo el mundo, desde su primera aparición en público, no se presentó como “papa”, sino como “obispo de Roma”. Y hasta, casi de forma provocativa, no se presentó bendiciendo al pueblo, sino pidiendo, como “obispo de Roma”, la bendición de sus diocesanos para él. No empezó como “papa”, sino como “obispo”. Y no empezó bendiciendo, sino pidiendo ser bendecido por el pueblo.
No estoy hablando de gestos sin importancia. Y, menos aún, de innovaciones superficiales, para llamar la atención o – lo que sería peor – para obtener las ventajas casi infantiles que proporciona el populismo barato de no pocos líderes populistas. Nada más lejos de toda esa quincalla estúpida que vienen usando los mediocres. Lo que ha ocurrido en la Iglesia, con los gestos iniciales del nuevo papa, tiene una importancia teológica que muchos no imaginan.
Me explico. Es sabido que el título de “Papa” empezó a quedar definitivamente reservado al obispo de Roma, con algunas excepciones,  a partir de la segunda mitad del siglo VII (Hinschius, KR, I, 1869, 207; P. De Labriolle, “Bull. Du Cange, 4, 65-75; F. Heiler, Alt. Aut. 261-263; Y. Congar, L’eccl. Du Haut Moyen-Age, 202). Es decir, durante más de quinientos años – los primeros 500 años de su historia – el papado no existió, tal y como ahora se le conoce. En aquellos siglos, existía el obispo de Roma. Y en paz. Además, aquella Iglesia era tan verdadera Iglesia como la actual.
Pero había algo más importante. Al menos desde el siglo V, el famoso texto de Mt 16, 13-19 (“Tú eres Pedro y sobre esta piedra…”) se leía como el evangelio propio de la misa para la ordenación de los obispos (A. Dold). Es más, en un texto, que se citó ampliamente durante toda la Edad Media, san Isidoro de Sevilla mostraba a los apóstoles recibiendo con el poder de “atar y desatar”, el mismo “honor” y la misma “potestas” que Pedro (“De Eccl. Off. II, 5, 5). Eran los términos que se venían utilizando desde San Cipriano de Cartago, a mediados del s. III. La convicción de fondo, que subyacía a este lenguaje, es que los obispos recibían el mismo poder que el obispo de Roma. Y todos, unidos a su cabeza (el obispo de Roma), gobernaban la Iglesia universal.
Por esto, entre otras razones, se comprende el rechazo tajante que  uno de los papas más importantes que ha tenido la Iglesia, san Gregorio Magno (s. VI), manifestó contra el título de “papa universal”. Este asunto capital ha sido objeto de estudio de uno de los más documentados historiadores de la Iglesia que conocemos, el profesor Manuel Sotomayor, que, en un estudio, publicado en la “Miscellanea Historiae Pontificiae” (1983), demostró, con una documentación exhaustiva, cómo san Gregorio Magno insistió en que el título de “papa universal” es una  expresión “altanera”, “soberbia”, “vanidosa”, “nefanda”, “supersticiosa”, “criminal”, “sacrílega”, “blasfema”, “propia del Anticristo”, “perversa”, “estúpida”, “temeraria”…., “contraria al Evangelio”, “contraria a Dios”.  El motivo clave, que aduce siempre Gragorio I, para tomar esta posición tan opuesta a la utilización de esa expresión es tan clara como fuerte es siempre el mismo. Para san Gregorio Magno, si cualquier obispo (aunque sea el de Roma) se apropia el título de “universal”, por eso mismo todos los demás obispos dejan de ser tales; el episcopado entero, de derecho divino, queda aniquilado (M. Sotomayor, o. c., p. 67).
¿Pierde el papado, si seguimos por este camino, poder o excelencia? Todo lo contrario. Un papa que aparece en la fachada de San Pedro, con este coraje, esta libertad y esta humildad, no pierde nada. Lo que hace simplemente es recuperar, para la Iglesia, aquella fuerza de atracción que tuvo en sus orígenes. Y que le dio la vuelta a la historia de Europa. Justamente lo que ahora mismo más necesitamos. Por muy sombría que sea la crisis, estamos viviendo un momento capital de esperanza.

Indignados, la lucha continúa

Atrio

esther-VivasPúblico, 15-05-2013
“No somos mercancía en manos de políticos y banqueros” fue la consigna que abrió las manifestaciones del 15 de mayo del 2011 en muchas ciudades del Estado español y que dieron lugar al movimiento del 15M. Un grito de indignación contra aquellos que venden nuestros derechos al mejor postor. Hoy, dos años después, un nuevo eslogan, de la mano de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), se impone: “Si se puede”. Hemos pasado de la indignación a la toma de conciencia del poder del nosotros.
El mayor logro de este movimiento de la indignación colectiva ha sido el de cambiar la percepción del mundo que nos imponen. En el teatro de la vida, se han encendido de golpe las luces que anuncian el fin de la función. La fiesta se ha terminado. Y entre atónitos y ofuscados observamos que somos víctimas de un saqueo a gran escala. Ya no son los mismos de siempre quienes gritan contra el capital. Ahora, son muchos los que se sienten robados por el expolio colectivo que significa la crisis.
Tomar conciencia de que “no es una crisis es una estafa” es el primer paso para cambiar las cosas. Como decía el filósofo francés Daniel Bensaïd: “La indignación es un comienzo. Una manera de levantarse y ponerse en marcha. Uno se indigna, se subleva, y después ya ve”. Y, dos años después, vemos más robo, más saqueo y más pillaje. Vemos cómo se sigue rescatando a la banca, mientras se nos hunde en la miseria. Vemos a ricos más ricos y a pobres más pobres. Y nos damos cuenta de que la respuesta pasa por solucionarlo nosotros.
La PAH ha sido el máximo exponente de este cambio de percepción de los de abajo. Frente al desamparo gubernamental y la impunidad de la banca, auto-organización y desobediencia. Huérfanos de victorias, la PAH ha significado esperanza para quienes sufren el drama de los desahucios e inspiración para los que luchan. Desalojos parados, ILP en el Congreso, escraches, “obra social”… son pequeñas grandes victorias que demuestran que pelear sirve. Imprescindibles cuando estamos hambrientos de triunfos, ante un malestar creciente, pero, incapaz de frenar unos ajustes sinfín.
El 15M ha mutado en innumerables frentes contra la crisis. Se ha transformado en un mar de mareas de infinitos colores. Quienes ocuparon plazas, actualmente, ocupan viviendas vacías, bancos, universidades, hospitales. Desobedecen, no queda otra. Y la PAH ha crecido gracias a muchos activistas que salieron por vez primera a la calle un 15 de mayo, o volvieron a ella tras largos años de letargo. Y una vez las asambleas de barrio fueron menguando, la PAH se convirtió en un referente de lucha, como también las mareas en sanidad, educación, cultura y cada vez en más ámbitos. Ante la tragedia de los desahucios, soluciones reales. Ante la realidad de los recortes, resistencias concretas.
Pero el 15M, también, ha dado lugar a multitud de iniciativas a pequeña escala: huertos urbanos, redes de intercambio, grupos y cooperativas de consumo ecológico, ateneos populares, que señalan que otro mundo no sólo es imprescindible sino posible. El movimiento de los indignados ha creado espacios de encuentro, de ayuda mutua, redes de resistencia… Y nos ha enseñado a empezar a cambiar el mundo aquí y ahora, no sólo en los discursos, sino, sobre todo, en las prácticas.
Sin embargo, la crisis social y económica se ha profundizado. La ofensiva del capital por acabar con nuestros derechos ha ido a más. La pobreza, el hambre, el paro, los desahucios… son una realidad que afecta cada vez a un mayor número de personas. La crisis se extiende como una mancha de aceite, mientras los mismos de siempre continúan haciendo negocio con el dolor de los otros. Los grandes empresarios y la banca se frotan las manos ávidos de más tijeras y recortes, entretanto los políticos de turno les allanan el camino, y se colman, de paso, los bolsillos. La indignación y la desobediencia no ceden, pero son insuficientes para detener la tromba de ajustes, y sufrimiento. La resistencia a la crisis remontó hace dos años desde muy abajo y tras décadas de derrotas.
Al mismo tiempo, asistimos a una crisis política y de régimen, impensable poco tiempo atrás. El bipartidismo que gobernaba el país se hace, afortunadamente, añicos. Y mientras el PSOE se hunde incapaz de levantar cabeza, el PP sufre la erosión del gobierno y de la crisis. A la monarquía, intocable entre los intocables, se le pierde todo el respeto y el rey se convierte en el hazmerreír de la calle. Y a pesar de la injusticia de la justicia, que en palabras del fiscal general del Estado Eduardo Torres-Dulce, se “congratula” de la suspensión de la imputación de la infanta Cristina por el caso Nóos, el pueblo ya los ha juzgado.
En Catalunya, a golpe de sentencia del Tribunal Constitucional aumentan las aspiraciones soberanistas, y el corsé de la Constitución se vuelve insoportable. El españolismo más rancio insta a la “unidad del reino”, y la caverna a la “una, grande y libre”. Vuelven los ruidos de sables. Y un general en la reserva, Juan Antonio Chicharro, justificaba, a principios de año, una intervención militar en Catalunya ante una posible ruptura con el Estado. En sus palabras, “la patria es más importante que la democracia”. Asimismo, la Asociación de Militares Españoles, a finales del 2012, instaba a declarar “el estado de guerra, el estado de excepción o el estado de sitio” en Catalunya, “en caso de fractura o separatismo”. Visto lo visto, Franco no ha muerto.
Y, mientras, quienes mandan corren a criminalizar y a reprimir a los que luchan, muestra de la desesperación y el miedo de un poder al que se le mueven los cimientos. Frente a la imposibilidad de aplicar los recortes por las buenas, se opta por imponerlos a las malas. Detenciones preventivas, balas de goma, páginas web para delatar a manifestantes, endurecimiento del Código Penal, sanciones administrativas y mucho más. La represión y la violencia de Estado es un síntoma claro del temor de los de arriba. Su mundo se tambalea, pero sus cimientos, muy a nuestro pesar, continúan fuertes.
La necesidad de la política se hace evidente. Y los tiempos de Toni Negri y John Holloway, de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, caen lejos. Hoy se constata, amargamente, cómo el poder nos afecta, la Ley Hipotecaria nos echa de casa y la reforma laboral nos deja sin empleo. Hay que aprender del que “se vayan todos” en Argentina, el 2002, y cómo luego volvieron los mismos de siempre, con la familia Kirchner al completo. O ahora en Islandia, cómo después de una revuelta social y de una nueva constitución ciudadana, la socialdemocracia y los verdes traicionaron las aspiraciones emancipatorias de la gente y volvió la derecha. Si no somos capaces de construir, entre todos, un nuevo instrumento político y social por y para los de abajo, respetando la autonomía del movimiento y sin olvidar la centralidad de la calle, continuaremos siendo “mercancía en manos de políticos y banqueros”. El debate sobre la perspectiva política de cambio está siendo, actualmente, más discutida que nunca en organizaciones, movimientos y activistas sociales. Buena noticia.
Hace dos años decíamos que el 15M era sólo el principio. Y así es. La lucha continúa.

En busca de silencio

ArregiHace unos meses, los franciscanos de Washington abrieron allí un “Albergue para ermitaños de la ciudad”, una casa de retiro sin tinte confesional ni religioso, para gente que simplemente busca silencio. No una mera ausencia de ruidos, sino el silencio interior en el silencio exterior, la serenidad del espíritu en la serenidad del espacio, la paz del corazón en la paz del lugar.
El inconveniente es que cuesta 70 $ al día (unos 50 €), una suma considerable para los tiempos de crisis que corren también por allí. El caso es que la casa –como otras muchas de este estilo en Estados Unidos– está permanentemente solicitada.
Y en lo que a pagar se refiere, el caso es que también la falta de silencio la pagamos, y bien caro, en forma de diversas dolencias físicas, psíquicas y espirituales. De todos modos, 70 dólares por día para estar en silencio… es para pensárselo dos veces. ¿No habrá manera de encontrar el anhelado silencio algo más barato? Pues sí. Está al alcance de todos.
Y pienso que el silencio es un asunto de alcance social, como el aire que respiramos o el agua que bebemos, y que en ello nos jugamos en parte nuestro bienestar personal y colectivo. Yo desearía que nuestros pueblos y ciudades dispusieran de albergues de silencio bien cuidados y atendidos, al igual que disponen de cines, centros culturales y polideportivos, o de escuelas y jardines. ¿Es un desatino?
¿Qué eran en otros tiempos todavía recientes nuestras iglesias sino espacios de calma y de aliento? (O debían haberlo sido, pues la pobre gente salía con frecuencia de las iglesias con más congoja y angustia que a la entrada). Ahora que muchas iglesias se vacían y se cierran, no estaría mal que algunas de ellas se transformaran en espacios laicos de silencio y de paz. He dicho “laicos”, pero ¿qué hay de más sagrado?
El ruido nos asfixia. Y no hablo en primer lugar del agobiante fragor del tráfico que nos envuelve, que también. Pero hay ruidos peores: libros, tertulias, anuncios, mensajes, móviles, iPhones, iPads… acaban siendo más atronadores que el tráfico más atronador. Y el peor de los ruidos, con mucho, es el más callado, el que todos llevamos dentro. Este torbellino incesante de nuestra mente. Esta extenuante baraúnda de nuestros pensamientos, que nos tiene en permanente estado de dispersión y desazón, de pesar del pasado, de miedo del futuro, de agotador empeño de ser lo que no somos y tener lo que no tenemos.
No podemos vivir así. Necesitamos espacios de silencio externo, y mucho más aun espacios y tiempos de silencio interior. El silencio y la paz exteriores son muy beneficiosos, pero no garantizan nada por sí mismos, pues los ruidos más perniciosos los llevamos dentro. “Hay personas que guardan silencio, pero su corazón no cesa de condenar a los demás”, enseñó un monje cristiano de los primeros siglos, y nos interpela a los que, aparentemente guardamos más silencio. No guardamos silencio si no vivimos en paz.
Busca más adentro la paz y el silencio. Dedica a ello 20 minutos al día por lo menos. Siéntate, siéntete, respira. Respira sin hinchar el pecho, llenando tus pulmones de modo que empujen el abdomen hacia abajo, cuanto más abajo posible. Estate así, inspirando, espirando, en silencio. En el silencio hay Paz, todo está en paz. Estate en paz. Deja que tus miedos, rencores, deseos se disuelvan y desvanezcan poco a poco, y que no te importe si persisten ahí. Está en tu mano. Pon disciplina y empeño, pero en paz, como el agua, sin “empeño”.
En todo lugar podrás hallar un albergue de silencio: en una iglesia o junto al mar, en el monte, en el salón de tu casa, en medio de una plaza, en el coche, en el trabajo. Es tan beneficioso, y tan barato…