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jueves, 28 de febrero de 2013

El prelado Nicolás Castellanos apuesta por un pontífice pastor que meta en cintura a la Curia

Nicolas Castellanos: “La renuncia del Papa es un gesto humano, evangélico y profético”
“El nuevo Papa será crítico con la economía globalizada del mercado”
Nicolás Castellanos, 17 de febrero de 2013 a las 09:28
Como Pastor bueno y samaritano se pregunta todas las noches ¿Dónde van a dormir los pobres en esta excluyente civilización?
• Fundación Hombres Nuevos
• Resistencia profecía y utopía en la Iglesia hoy
(Nicolás Castellanos, obispo).- La renuncia del sucesor de Pedro, Benedicto XVI, es todoun gesto humano, evangélico y profético. Es reconocer la fuerza de Dios en su debilidad, congénita a los años. Es un gesto que le engrandece, lo mismo que las palabras, que nos ha regalado. Y ese gesto empequeñece las limitaciones que ha podido tener.
Puede haber otras razones, que le pesan, pero creo que deben pasar a un segundo plano. Me quedo que es una buena noticia para la Iglesia, para todo el Pueblo de Dios.
Creo que en este momento lo que nos incumbe a todos los creyentes es ORAR Y REZAR y estar abiertos a las sorpresas del Espíritu Santo.
Hoy me escribe un amigo,Miguel Angel Mesa:
“Dejo una puerta abierta
a la tenue lluvia de la sorpresa,
a las olas del recuerdo y del porvenir,
a la ceniza ardiente bajo las brazas”.
¿Cuál sería el perfil del nuevo Papa?
Lo rezaba esta mañana y me asaltaban algunas intuiciones.
Ser más joven, no se puede llevar el timón de la Iglesia de Pedro con una edad avanzada.
Retomar y aplicar el Concilio Vaticano II: el retorno a las fuentes, la eclesiología de comunión, mayor énfasis en la Colegialidad (los retos y problemas de hoy son de tal magnitud que tienen que ser abordados colegialmente) protagonismo de los laicos, que la mujer pueda intervenir a la hora de tomar decisiones en la Iglesia.
Recuperar la preocupación de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II de dialogar con el mundo, “coger al mundo en su carrera”.
Y en este diálogo con el mundo, la Iglesia tendría que hacer un discernimiento sobre los nuevos signos de los tiempos: la descentralización del poder, el ecumenismo, el diálogo interreligioso, la escasez de vocaciones sacerdotales, religiosas, de compromiso laical, servicio de la comunidad cristiana en el mundo moderno, ¿y de la parroquia, qué?
Desde el Concilio Vaticano II tenemos pendiente responder a esta pregunta ¿Iglesia que dices de Dios? La cuestión de Dios tiene que pasar al primer plano. Y la respuesta tiene que ser colegial desde toda la geografía eclesial.
La Iglesia creen algunos que no ha hecho todavía una hermenéutica integral del kerigma cristiano, desde el logos de la modernidad.
Desde el SUR estimo que un capítulo fundamental de la agenda pastoral y social del nuevo sucesor de Pedro tiene que ser la JUSTICIA EN EL MUNDO y el PROBLEMA PLANETARIO DE LA POBREZA, IGNOMINIA DE LA HUMANIDAD.
Aquí en América Latina, en donde hay más millones de católicos, también padecemos la severidad de una fuerte pobreza, que crece de día en día y los pobres son cada vez más pobres y los derechos humanos son violados impunemente. En América Latina pasan hambre 53 millones de personas, en el 2003 más de 15 millones de niños quedaron huérfanos a causa del Sida, en el mundo.
Como Pastor, le puede la “Salus animarum”, que empieza con la promoción integral, desde ahora y desde aquí, de TODO el hombre y de TODAS las mujeres y hombres y culmina en el cielo, pues la Iglesia vive su condición escatológica, que nos hace descubrir la presencia del Resucitado, la fuerza del Espíritu Santo y de la Palabra, en medio de estas transformaciones históricas.
Como Pastor bueno y samaritano se pregunta todas las noches ¿Dónde van a dormir los pobres en esta excluyente civilización? Y no puede menos de asumir y reafirmar la opción preferencial por los pobres del Concilio Vaticano II, Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida y repensar y asumir las teologías latinoamericanas, africanas, asiáticas y de la liberación, porque desde estos infiernos de la pobreza no hay otro modo de hacer teología.
Será crítico con la economía globalizada del mercado, con la violación de los derechos humanos y defensor del 75% de empobrecidos y excluidos. Todo esto exige ser audaz y valiente como María de Nazaret en el Magnificat.
Debe pesar más su densidad de Pastor que la burocracia de la Curia imponiendo un poder centralizador. Se espera que sea el Obispo de Roma, sucesor de Pedro, en colegialidad con todos los Obispos del mundo, que también son sucesores de los apóstoles.
Cuando se habla de la muerte de las utopías y el fin de la historia es la gran oportunidad de presentar la oferta gratuita no impuesta de la utopía de Jesús, que se contagia por la fuerza del Espíritu y de nuestro testimonio alegre y pascual.
La Iglesia hoy más que nunca en este mundo neoliberal, secularizado, empobrecido, ofrece la mística del Evangelio, libro abierto a la vida, a la personalización y a la más exquisita humanización, alma de esta sociedad de tecnologías punta.
El sucesor de Pedro puede y debe en el ámbito del Pueblo de Dios, comunión de comunidades crear espacios para la verdad ofrecida y compartida no impuesta y sobre todo la capacidad de compasión, ternura, entrañamiento, amistad, valores en desuso y de los que tiene hambre la mujer y el hombre de hoy.
Si el teólogo Metz cree que la compasión que busca la justicia es la palabra clave para el programa universal del cristianismo en la era de la globalización, con mayor razón esa “dote” bíblica de la compasión debe significarse y marcar al nuevo sucesor de Pedro, que el Pueblo creyente mariano y solidario esperan como Pastor solicito, profeta valiente y samaritano de toda dolencia.
No puede faltar en su agenda promover un ecumenismo real desde las bases eclesiales y en la cúspide, en donde se de un real diálogo de escuchar, compartir y decidir juntos. El diálogo con las grandes religiones puede servir de antídoto a algunos fundamentalismos reinantes. El ecumenismo ha de ser prioridad.
Un Papa libre, carismático con la libertad de los Hijos de Dios, en fidelidad al Evangelio, en esta sociedad cambiante no puede acosar a los teólogos sino instaurar un diálogo y comunión dialéctica, entrañable, crítica y profética. Los jóvenes de hoy le piden que preste atención a los cambios radicales y permanentes de la sociedad para que no se desenganchen de la Iglesia.
Al iniciar su itinerario apostólico tras las huellas de Pedro sería bueno recordar aquel axioma sabio del gran teólogo y Cardenal, Y. Congar: “La labor reformadora nace del amor a la Iglesia”.

¿Para qué sirven hoy los cardenales y sus colas de seda? Juan Arias

Con Pío XII la cola de seda púrpura de la capa magna de los cardenales era de 12 metros. Los papas fueron acortándolas hasta llegar a cinco metros con Pablo VI, quien hubo de soportar rebeldía de muchos de los purpurados. “Es como si le cortaran las plumas al pavo real”, llegó a decirle, irritado, uno de ellos. Sedas, encajes, sombreros de 30 borlas, anillos de oro con escudos (por cierto, todo ello muy femenino) acompañarán también esta vez a los 115 cardenales que se encerrarán en el cónclave para elegir al nuevo pontífice.
Siempre con fuerte sabor medieval y renacentista.
Lo peor, sin embargo, no es toda esa parafernalia de vestiduras fuera del tiempo, sino su misma finalidad. Hay quién asegura que podría ser la última vez que sean los cardenales los que elijan al papa, dado el desprestigio en el que está cayendo dicha institución. Lo veo difícil, aunque no imposible. Sin duda, el cardenalato ha perdido su finalidad original. Ha pasado de ser una función a ser una “dignidad”, tanto personal como la de la sede que se le adjudica al purpurado.
Capa magna (2)
Ni siquiera la función de elegir al papa es ahora fundamental para el nombramiento de un cardenal ya que hoy sólo los que no han alcanzado los 80 años pueden ser electores. Y sin embargo se siguen eligiendo cardenales mayores de esa edad, solo como prestigio. De ser los sacerdotes romanos asesores y ayudantes del obispo de Roma, pasaron -cuando el Papa se convirtió también en rey y emperador- a ser los príncipes de su Corte.
Los reyes llegaron a tener a su servicio a un cardenal como “representante de Dios”, que le asesoraba. El cardenal, al servicio del rey era la expresión máxima de la elegancia y de la estética, con sus ropajes de seda y bordados. Eran llamados “príncipes”.
Sombrero con borlas
Desde el Concilio Vaticano II, los cristianos han continuado defendiendo que la elección del papa no debería ser restringida a ese grupo de “príncipes de la Iglesia”, casi a subrayar que el papa es más un rey y monarca absoluto que el “siervo de los siervos” del Evangelio. Podrían elegirlo las conferencias episcopales; las comunidades cristianas más empeñadas en la ayuda a los pobres y olvidados; podrían ser personalidades cristianas del mundo seglar de absoluta respetabilidad moral y riqueza humana e intelectual… Y el cardenalato podría ser abolido.
Conversando Jesús con los apóstoles sobre el profeta Juan Bautista les recordó que “los que visten de seda están en los palacios de los reyes” (Mt.11,7).

Gorros cardenalicios

Sin contar que hoy ni los reyes visten de seda ni llevan cola de púrpura y oro, lo cierto es que, como estamos observando en este cónclave, la institución misma del cardenalato está en profunda crisis: cardenales que se avergüenzan de ir al cónclave; cardenales condenados por sus mismas comunidades cristianas; cardenales que si se presentarán a Roma serían visto hasta por su colegas como un engorro por las acusaciones de carácter moral que pesan sobre ellos.
Cardenales que se han convertido en una especie de jarrones chinos preciosos de la Iglesia, que viven muchas veces más para sí mismos y para sus achaques que para la comunidad de fe cristiana.

Cardenales

Recuerdo en Roma cómo las monjitas que asisten a los cardenales de la Curia -todos ellos generalmente ancianos y jubilados- se expiaban unas a otras para ver donde cada cual compraba las mejores golosinas para “su cardenal”. Una de ellas me dijo que sabía donde comprar el “mejor solomillo” para el suyo, quien después alardeaba de tal cosa ante sus colegas.
No sin motivo se dice “boccato di cardinale”, porque en la mesa del cardenal tiene que llegar “lo mejor de lo mejor”. Me pregunto por qué nunca hicieron cardenal a personajes proféticos como a Mons. Oscar Romero, asesinado sobre el altar; al obispo Pedro Casaldaliga con una vida al servicio de los campesinos pobres de Brasil. O, también en Brasil, a un obispo como el fallecido Helder Cámara, cuya casa estaba acribillada por las balas de los militares que intentaban matarle.
Quizás porque la profecía no se encuentre a gusto entre sedas, borlas y encajes ni sea capaz de soportar el título de príncipe.
¿Será el próximo papa capaz de abrir las puertas de nuevo a la profecía en la Iglesia, para limpiarla de esos demonios que según el papa emérito Benedicto XVI se están apoderando de ella, empezando por sus mismos cardenales?

El legado de un Papa Editorial de El País

Ratzinger ha tomado en poco días decisiones significativas sobre los escándalos de la Iglesia
Desde que el 11 de febrero anunciara su renuncia hasta hoy, día en que se hace efectiva, Benedicto XVI ha tomado decisiones cargadas de significado. Unas tienen relación con las finanzas y otras, con los escándalos de pederastia. Joseph Ratzinger advirtió esta semana que la oración no supone aislarse del mundo, sino reconducirse hacia la acción. A ello se ha entregado. En solo diecisiete días ha puesto de manifiesto, casi en tiempo de descuento, su determinación para marcar el camino a su sucesor y también allanarlo ante los dos problemas que más erosionan en este momento la credibilidad de la institución.
En estas dos semanas y media, el todavía Papa ha expulsado del Vaticano a dos estrechos colaboradores del poderoso secretario de Estado Tarcisio Bertone y ha cubierto el cargo, vacante desde hace casi dos años, de la presidencia del Instituto para las Obras de Religión, el banco vaticano. Durante este tiempo, además de alertar contra la corrupción, ha forzado la renuncia de uno de los cardenales electores, el escocés Keith O’Brian (denunciado por “conducta impropia”) y ha decidido mantener en secreto y entregar solo a su sucesor el informe de tres cardenales sobre el caso Vatileaks, la filtración masiva de documentos papales que, según lo que ha trascendido, pondría al descubierto intrigas y corruptelas que cercan a la curia.
La renuncia del Papa, un hecho que no se había producido en los últimos quinientos años, puede ser interpretada como una manera de humanizar el Pontificado, y estos últimos pasos de su mandato también podrían considerarse una reafirmación de que ya no hay lugar para el encubrimiento y el tabú en el seno de la jerarquía católica. Benedicto XVI fue el primero en reconocer públicamente los abusos sexuales en el seno de la Iglesia e iniciar una todavía tímida persecución. Ha sido también el Pontífice que intentó adaptar el banco vaticano a las normas internacionales contra el blanqueo de capitales.
Pero en su legado hay también evidentes muestras de impotencia frente una curia dispuesta a resistirse a los más pequeños cambios. Benedicto XVI ha calificado varias veces de graves estos momentos de transición. Desde abril del pasado año, los redactores del informe Vatileaks le han ido relatando sus descubrimientos, que él ha guardado celosamente. En el cónclave que elegirá a su sucesor participarán otros cardenales salpicados por los escándalos sexuales. Así que no es descartable que sus palabras de estos días sean mensajes a su sucesor sobre la ardua tarea que le espera en el caso de que intente continuar la obra que ni las intrigas intestinas ni su avanzada edad le permitieron culminar a Ratzinger. Ayer, en su última audiencia general, fue optimista, a pesar de lo que ha aprendido sobre la condición humana: “La Iglesia no es nuestra barca, sino la del Señor, y él no la deja hundirse”.

miércoles, 27 de febrero de 2013

La cercanía de la Iglesia al poder económico “quizá explique” su “retraimiento” ante la corrupción S.C.

Díaz Ferrán, Arturo Fernández o Miguel Villar Mir formaron parte de la comitiva que acompañó a Rouco a la Santa Sede para financiar la JMJ
El Foro Curas de Madrid es una plataforma progresista dentro de la Iglesia integrada por más de un centenar de sacerdotes de esta región. Defensores de recuperar las posturas tradicionales de la Iglesia de compromiso con lo social, se están mostrando muy críticas con el papel de la jerarquía católica española frente a la crisis y algunas de sus caras más dramáticas, como los desahucios.
Agudización de la crisis frente a más escándalos de corrupción
El colectivo ha difundido esta semana una declaración que denuncia que la situación de la “gente de clase media y baja, es cada vez más angustiosa y desesperante” mientras que “salen a la luz un día tras otro casos de corrupción política y económica a gran escala”. Advierten de que los casos de corrupción están “protagonizados con frecuencia por algunos de los que generaron la crisis o de los que se la están haciendo pagar a los más desfavorecidos de la sociedad, especuladores financieros, empresarios, gestores de lo público o banqueros, unidos por un mismo afán, el de ganar cuanto más dinero mejor pagando al Estado en impuestos lo menos posible”.
Los más ricos salen indemnes
La declaración insiste en que se imponen unas recetas de austeridad que “apenas afectan al restringido grupo de los más pudientes de la sociedad” sino que “recaen sobre el resto los ciudadanos, que constituyen la inmensa mayoría de la población”. Al tiempo, crecen los escándalos de corrupción: “compra y venta de favores políticos que, al margen de la ley, generan y proporcionan millones de euros de ganancias; gigantescas evasiones de impuestos; dilapidación de dinero público para costear gastos o caprichos privados o superfluos; sueldos, bonos y pensiones descomunales pagados a dueños o directivos de empresas, cajas de ahorro o bancos que por su descabellada gestión de créditos y de inversiones los han llevado a la quiebra y en auxilio de las cuales ha salido el Estado, aún a costa de incrementar enormemente la deuda pública y de quedarse sin fondos con los que mantener el grado de bienestar social”.

Echan en falta una “inequívoca condena” de la jerarquía

Ante este situación, el Foro Curas de Madrid apunta que “echamos en falta que la Jerarquía católica española realice gestos y pronuncie con claridad y constancia palabras que transmitan solidaridad y consuelo a las víctimas de tanto dolor y que contengan, a su vez, una dura e inequívoca crítica y condena hacia quienes, con nombres y apellidos o logos comerciales bien conocidos, lo están ocasionando”. “Su casi total y generalizado silencio de ahora contrasta con la locuacidad condenatoria de la que nuestros obispos han hecho gala en otras ocasiones en las que no era contra los poderosos sino contra gente cansada y agobiada contra quienes, incomprensiblemente, en vez de palabras de alivio, dirigían duras y generalizadas críticas”, advierten.
Amistades peligrosas
Y lanzan la siguiente reflexión sobre las reticencias episcopales a abordar la corrupción: “Recordamos la fotografía que en la página tres de su edición del 11 de julio de 2010 publicó L’Osservatore Romano, edición en lengua española. En ella, tras Benedicto XVI y Don Antonio María Rouco Varela, se ve a los componentes de una delegación de promotores de la Jornada Mundial de Juventud, empresarios y banqueros la mayor parte de ellos, miembros de la Fundación civil “Madrid vivo”, dispuestos, según dijo al Papa el Cardenal de Madrid, a ‘ofrecer los recursos humanos y materiales precisos para que sea todo un éxito (…)’”. Advierten de que “dos años y medio después de que se celebrara la audiencia pontificia en que fue tomada varias de las personas que aparecen en ella están imputadas en procesos judiciales en los que ha de dilucidarse si, como algunos indicios sugieren, están involucradas en la comisión de algunos de los delitos contra la Hacienda pública o contra la caja de la Seguridad social a los que nos hemos referido anteriormente”.

“Quizá ello explica el retraimiento de los jerarcas a la hora de condenar 
públicamente estos desmanes. Tras haber buscado y obtenido el apoyo económico de los poderosos para dar brillantez a la JMJ de agosto de 2011, carecen de la libertad necesaria para alzar su voz contra los delitos que un buen número de ellos han venido cometiendo desde hace varios años”, apunta el Foro.
Rouco en El Vaticano con Díaz Ferrán, Fernández o Villar Mir
¿Quiénes formaban parte de esa comitiva? Pues entre otros, Gerardo Díaz Ferrán y Arturo Fernández, que han tenido que salir de la CEOE por la puerta de atrás por sus problemas económicos y con la Justicia –el primero juzgado por quiebra fraudulenta de sus empresas y el segundo imputado en el caso Bankia y cuestionado por presuntos pagos en negro a sus empleados-. Mientras, Villar-Mir, presidente de la constructora OHL, aparece en la supuesta contabilidad de Luis Bárcenas que publicó El País, como donante de 100.00 euros al PP el 19 de octubre de 2004. Apenas cuatro días antes el Ayuntamiento de Madrid, gobernado por el PP, había adjudicado a OHL la construcción de una nueva salida a la M-30, un contrato de 25 millones de euros.

“Me lo habéis quitado todo” Pedro Serrano Martínez

Enviado a la página web de Redes Cristianas
Llegados a este punto insoportable de corrupción, abusos, indecencia, ineptitud y tropelías que a diario salen a la luz, sugiero a los medios de comunicación que, antes de informarnos, nos prevengan con la siguiente advertencia: “Las informaciones que a continuación les vamos a ofrecer pueden herir su sensibilidad”.
Son tantos los asuntos trágicos, tristes, feos y desagradables que están ocurriendo en nuestro maltrecho país, que ya están poniendo en riesgo la salud mental de la ciudadanía y colmando su paciencia.
A no ser que seas un indolente, apático o indiferente, es difícil no sentir indignación, impotencia y estrés al ver, leer o escuchar los tejemanejes, artimañas, engaños y abusos de esta legión de cínicos, impúdicos y sinvergüenzas que estamos manteniendo o enriqueciendo entre toda la gente de bien.
“¡Me lo habéis quitado todo!”, decía en su lamento una mujer de 47 años que se ha prendido fuego en una sucursal bancaria en Almassora, Castellón. Separada, con tres hijos a su cargo y con posibles dificultades económicas relacionadas con un proceso de desahucio. ¡Cuántas penas! ¡Cuánta tragedia! ¡Significa tanto para las personas tener un cobijo! La vivienda es una necesidad básica, un derecho que proclama nuestra Constitución, pero que, para desgracia de muchos, no garantiza. ¿Por qué? Habrá que preguntárselo a nuestros banqueros y a nuestros políticos.
Valladolid

martes, 26 de febrero de 2013

Nombrado Obispo el salesiano navarro Miguel Ángel Olaverri

El viernes 22 de febrero se dio a conocer el nombramiento de Obispo del Salesiano Miguel Ángel Olaverri. Será ordenado Obispo para una de las Diócesis de la República del Congo, donde se encuentra como misionero desde hace varios años.
Texto: Iñaki Lete
Fotos: Iñaki Lete y Txemari Zuza 

Miguel Ángel es antiguo alumno de este Colegio de Salesianos Pamplona y estuvo también en el Cursillo Vocacional organizado por el P. Cándido antes de ir al aspirantado.
El domingo 24 llegó a Pamplona para ver a su familia, y concelebró en nuestra Iglesia de María Auxiliadora, ante la imagen de la Virgen que él conoció desde pequeño.
¡Enhorabuena, Miguel Ángel!

La renuncia del Papa JOSÉ ARREGI TEÓLOGO

EL BLOG DE ARREGI

20.02.13 | 08:38. Archivado en Vaticano, Benedicto XVI
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La Iglesia vuelve a ser espectáculo, no buena noticia. Y así seguiremos en los próximos meses. ¡Qué pena en un mundo tan necesitado de consuelo y esperanza! Que un papa, a los 85 años y enfermo, se despoje de la tiara y descienda del trono, renunciando al poder religioso más arbitrario y absoluto jamás imaginado, ¿qué tiene de extraño en los tiempos que corren? Tiene de extraño que se limite a eso: a una renuncia personal. Y, sin embargo, ha sido celebrada por clérigos y laicos bien intencionados como un gesto de libertad, valentía y dignidad, e incluso de humildad.
No niego que lo sea. Es digno y humano decir: “No tengo fuerzas, no puedo más”, o decir también: “Estoy harto de este mundo vaticano y me voy”. ¿Y quién sabe si no ha sido más lo segundo que lo primero? Ha sido valiente y libre al hacer frente a las presiones de muchos curiales que querrían seguir aprovechando la debilidad del pontífice para seguir ejerciendo su poder en la sombra. Pero ¿su renuncia no constituye a la vez un acto de rendición frente a esa oscura maquinaria de poder que es el Vaticano? Es humano que un papa anciano y enfermo se retire a un monasterio de clausura para dedicar sus últimos años a disfrutar en paz orando, leyendo, escuchando música y tocando el piano. Pero ¿no es también una dejación haberse retirado sin antes saldar de una vez las pesadas cuentas del papado ante la Iglesia y la historia?
No reprocho nada a su persona. Es un hombre de gran calidad humana. No hay más que mirar sus ojos limpios llenos de inteligencia, su sonrisa diáfana, su estilo discreto, su falta de ambición, su trato bondadoso y afable. Pero la persona es inseparable del papel que desempeña dentro de un sistema, y en el caso del papa es inevitable que la persona, por admirable que sea, quede aplastada por un papel y un poder desorbitado, dentro de un sistema perverso: un papa elige a los cardenales que elegirán al siguiente papa, el cual impondrá a todos como voluntad divina lo que son en realidad sus propios criterios personales. Así es como Benedicto XVI, primero por mano de Juan Pablo II y luego por su propia mano, ha enterrado lo mejor del Vaticano II y ha ahondado el abismo entre la Iglesia y el mundo de hoy. Todo por voluntad divina.
Ahora se va del Vaticano dejando intacto un sistema esencialmente corrupto. La tiara y el trono, la terrible infalibilidad, el terrible poder absoluto, siguen intactos, esperando al siguiente candidato. Y no faltarán aspirantes. Ya se traman oscuras estrategias, ya se urden alianzas, ya se hacen quinielas. Se maquina y se conspira. Es pura farsa mediática, pura pornografía religiosa. Y cuando salga la fumata blanca dirán: “El Espíritu Santo ha elegido”. Más obsceno todavía.
¿Qué ha sido de las palabras de Jesús, el profeta de Galilea libre, itinerante y compasivo, amigo de los últimos? “A nadie llaméis santo, a nadie llaméis padre, a nadie llaméis señor. Todos vosotros sois hermanos. Buscad cada uno el último puesto”.
Yo hubiera deseado que Benedicto XVI, antes de renunciar, hubiera hecho uso de sus poderes absolutos para poner fin a este sistema, promulgando un escueto decreto que rezara más o menos así: “En virtud de los poderes divinos que se han atribuido al obispo de Roma solo a partir del siglo XI y que el Concilio Vaticano I en el s. XIX elevó a categoría de dogma, yo, Benedicto XVI, un hombre como otro cualquiera pero papa todavía, defino solemnemente que el poder universal y la infalibilidad atribuidos al papa son doctrina humana y errónea. Y por este decreto declaro abolido el modelo monárquico del papado como contrario al Espíritu que animaba a Jesús de Nazaret y que sigue inspirando a hombres y mujeres de todos los tiempos y culturas, más allá de confesiones y religiones, para respiro y salud de la vida”.
Todo esto puede parecer un delirio. Pero la renuncia de un papa servirá de muy poco mientras siga en pie el modelo medieval del papado.
José Arregi

Un lugar para un papa emérito

    Al empezar esta semana en que se va a culminar el hecho insólito de que que se declare en la Iglesia Católica la Sede Vacante, sin que haya precedido la muerte previa del Papa, dejamos constancia en nuestra página del comentario de un filósofo italiano, Paolo Flores D’Arcais, que en el año 2000 sostuvo un contraste público muy famoso con el cardenal Ratzinger. De él habla con respeto, pero poniendo de relieve el profundo significado que implica su gesto de renuncia. Gesto que Ratizinger acaba de definir consecuencia de una invitación de Dios a “subir al monte“.

Un lugar para un papa emérito

El gesto de Ratzinger es de un coraje tal que muchísimos purpurados y poderosos monseñores de la curia lo consideran más bien temeridad


Vista del monasterio Mater Ecclesiae, la residencia que Benedicto XVI ha elegido para vivir tras su renuncia, y de la Basílica de San Pedro. /SAMANTHA ZUCCHI (EFE)
“No hay lugar para un papa emérito”, declaraba secamente Karol Wojtyla en una fecha tan cercana como 1994; por el contrario, resulta que va a haber un papa emérito, a partir de las 20 horas del 28 de febrero de 2013, con efectos en cadena para la Iglesia católica cuyo alcance resulta imposible calibrar. El gesto realizado por Joseph Ratzinger, que dentro de dos semanas será simplemente ex Benedicto XVI, es de un coraje tal que muchísimos purpurados y poderosos monseñores de la curia lo consideran más bien temeridad, y algunos incluso una señal de debilidad rayana en la ligereza.
Se trata, en efecto, de un gesto que tendrá el excepcional efecto histórico de desacralizar la figura del pontífice, equiparándola, en el futuro próximo del imaginario de los fieles, con la de un gran jefe religioso pero nada más. Paradójico resultado de la decisión de un papa que puede presumir, en cambio, como máximo logro (desde su punto de vista, obviamente), de haber llevado a cumplimiento la normalización de la Iglesia postconciliar en sentido tradicionalista, ya iniciada por Wojtyla.
El Papa, en efecto, no es solo, como se dice a menudo, el último soberano absoluto, porque no han faltado soberanos absolutos que hayan abdicado. El Papa es o, mejor dicho, era hasta ayer, un soberano absoluto dotado para sus creyentes de un carisma radicalmente incomparable, el de ser el vicario de Cristo en la Tierra, el sustituto en el más acá de la segunda persona de la Santísima Trinidad, un vice-Dios, en definitiva. Pero un ex vice-Dios es un contrasentido, y el papa de Roma acabará por convertirse, de forma inevitable, tan solo en el “primado” de una Iglesia, exactamente igual al arzobispo de Canterbury, que es “primus inter pares”, si bien con un número de fieles infinitamente mayor.
Doble paradoja, porque de esta manera viene a dar la razón a su antagonista histórico, Hans Küng, y a los más progresistas de los padres del Concilio Vaticano II, cuyo influjo y recuerdo Ratzinger ha conseguido borrar, pero sobre todo porque con su dimisión ha infundido en el solio de Pedro ese “desencanto del mundo” que caracteriza a la modernidad secularizada y que su pontificado, bien al contrario, se ha esforzado desaforadamente por combatir, y con significativos éxitos oscurantistas incluso (el reconocimiento de un Habermas, por ejemplo).
En definitiva, de ahora en adelante podrán convivir en la Iglesia católica un papa emérito y un papa-papa, este último en la plenitud de sus funciones, desde luego (dando por buena la hipótesis de que el expapa lleve realmente una vida de clausura), pero desprovisto ya de su carisma de entidad sacra, perdida para siempre.
¿Por qué ha optado, pues, Benedicto XVI por un gesto tan radical, de cuyas consecuencias no podía no ser plenamente consciente? ¿Qué le ha llevado a subvertir la solución tradicional, que parecía inquebrantable, de “encomendarse a Dios” incluso en la más extrema debilidad física, con la certeza de que el Espíritu Santo supliría las incapacidades humanas del Pastor? La larguísima agonía de Wojtyla —decisiva en el proceso excepcional para hacerlo “¡santo de inmediato!”— fue un ejemplo radical y recientísimo de tal confianza estándar en el auxilio de la divina providencia, que parecía irrevocable.
Al subrayar, en cambio, su propia incapacidad, Ratzinger ha introducido en la valoración de lo que supone “el bien de la Iglesia” un humanísimo cálculo racional que replantea de hecho la sobreabundancia de los dones del Espíritu Santo, cuya especialísima asistencia al Sumo Pontífice garantiza nada menos que su sobrenatural infalibilidad cuando habla ex cathedra. Con la ulterior paradoja de que este rasgo de sensatez mundano ha sido tachado, a media voz, de cobarde fuga de sus responsabilidades precisamente por parte de Sus Eminencias más mundanas y “chanchulleras”.
Y eso sin olvidar, en passant, que si el gesto de Ratzinger manifiesta modestia, habría que juzgar como arrogancia el comportamiento ostentosamente opuesto de Wojtyla, dilema que solo puede evitarse con el recurso hipócrita al pensamiento único, que cuando se trata de un papa cualquiera da rienda suelta a su aliento solo para el servil encomio y como sucedáneo del beso en la zapatilla, pero que no podrá esquivarse eternamente.
¿Por qué, pues, este gesto de inenarrable riesgo y peligrosidad? Benedicto XVI lo ha dicho con una claridad que prefiere obviarse: para ser papa “también es necesario el vigor, tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”. Subrayo “espíritu”, porque es la clave de la renuncia de Ratzinger, que se declara “muy consciente de la gravedad de este acto”.
¿En qué sentido puede estar declarándose Benedicto XVI “incapaz de ejercer” el ministerio de san Pedro hasta tales extremos? Bajo su guía, la Iglesia jerárquica ha adquirido mayor unidad que nunca, alejándose de desgarros entre “progresistas” y “conservadores” —la última voz ajena al coro ha sido la del cardenal Martini—, y la homogeneidad doctrinal de los episcopados nunca ha sido tan inoxidable. Y también en lo referente el “mundo” puede presumir el Papa teólogo de logros no desdeñables. Ya hemos citado los elogios de Habermas (hoy por hoy el filósofo laico por excelencia), y podríamos añadir la fascinación que despierta en intelectuales à la page de la muy laica París, Julia Kristeva in primis (pero la lista es larga y deprimente), así como el inesperado éxito que ha alcanzado la crítica antiilustrada de Ratzinger cuando ha propuesto a los no creyentes que acepten el principio “sicut Deus daretur” —que todos se comporten como si Dios existiera— porque sin Dios, y sin el fundamento ético que a él subyace, es la sociedad occidental entera la que se encamina hacia el colapso.
Queda por lo tanto una sola “incapacidad” por la que Benedicto XVI puede haber recitado el “mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa”: la administración de la Iglesia en el sentido más estrictamente curial del término. Las reyertas entre cardenales que han trasformado las galerías del Vaticano en un nido de víboras, la guerra entre facciones que, entre los frescos de Miguel Ángel y de Rafael, hace que reluzcan los puñales y actúen los venenos, bajo la forma letal de los dosieres y de eminentísimas maquinarias de enfangar.
Dos son, sobre todo, las “suciedades” de la Iglesia (por usar el término de Ratzinger en el vía crucis de 2005) que alimentan las pugnas entre los birretes rojos: el escándalo de los curas pedófilos y el de la banca vaticana (IOR). Sexo y dinero, “auri sacra fames” y “hominum divomque voluptas”, las sempiternas seducciones de Mammón, ante las que la púrpura, símbolo de disponibilidad al martirio, debería suponer una perfecta inmunización.
Y fue precisamente la decisión de Ratzinger, por mucho que se planteara de forma circunspecta y gradual, de destapar el bote de iniquidad de la pedofilia, y la más cauta incluso y apenas esbozada de sustraer el IOR al circuito de la “finanza canalla” (la coraza de corrupción y reciclaje mafioso) lo que desencadenó monstruosas resistencias que dieron vía libre al molinete de las maquinaciones. Por lo demás, el único motivo de desacuerdo que Ratzinger tuvo con Wojtyla se refería precisamente a la pedofilia (y al caso, no idéntico aunque estrechamente relacionado, de los potentísimos Legionarios de Cristo y de su jefe, el tristemente famoso Marcial Maciel Degollado, a quien no por casualidad “fulminó” Ratzinger nada más subir al solio pontificio), asunto sobre el que el cardenal del ex Santo Oficio insistió al papa polaco para llevar a cabo un radical giro copernicano en aras de la severidad y la transparencia. Sin éxito, derrotado por una curia que, a esas alturas, tenía a su merced a un papa en sus últimos años, incapaz de gobernar debido al agravamiento de su enfermedad. Espectro que sin duda ha jugado a favor de la decisión actual de Benedicto XVI.
Vatileaks, el escándalo de filtraciones de documentos reservados, no es más la punta del iceberg, lo que hemos podido llegar a conocer nosotros, los comunes mortales, pero Benedicto XVI ha podido abrazar el iceberg por entero, en su devastadora amplitud, y el informe de los cardenales Herranz, Tomko y De Giorgi debe haberle dejado literalmente desolado. Sobre todo porque en todas las nauseabundas intrigas que “desfiguran el rostro de la Iglesia” está siempre metido hasta el cuello su más estrecho colaborador desde los tiempos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Tarcisio Bertone, potentísimo secretario de Estado, que en cuanto a “individualismos y rivalidades” y vano orgullo de quienes “buscan el aplauso y la aprobación”, otras “suciedades” estigmatizadas por Benedicto XVI durante su reciente homilía del Miércoles de Ceniza, no conoce rival en los palacios apostólicos. Hasta tal punto de que ha asumido el pleno dominio de las finanzas vaticanas, desbancando de la comisión que lo controla al cardenal Attelio Nicora, el hombre de la apertura (por tímida que fuera) hacia la transparencia, colocando así con inaudita arrogancia al próximo papa frente al hecho consumado.
En el destructivo enfrentamiento en curso entre facciones prelaticias Benedicto XVI no se ha sentido capaz de escoger. Entre otras cosas, porque no es que las “consorcios” rivales de Bertone brillen por su santidad (su predecesor y archienemigo, el cardenal Sodano, ha sido uno de los protectores históricos de Maciel, por ejemplo). Benedicto XVI, frente a tal desbordamiento subterráneo de la “suciedad” de la Iglesia se ha rendido, confesando su propia incapacidad, escogiendo la única vía que sigue pareciéndole eficaz, la oración.

La Iglesia-institución como ‘casta meretrix’

ATRIO

BoffQuienes han seguido las noticias de los últimos días acerca de los escándalos en el Vaticano, dados a conocer por los periódicos italianos La Repubblica y La Stampa, refiriéndose a un informe de 300 páginas sobre el estado de la curia vaticana, preparado por tres cardenales designados a tal efecto, naturalmente han debido quedar horrorizados. Me puedo imaginar a nuestros hermanos y hermanas piadosos que, fruto de un tipo de catequesis exaltatoria del Papa como “el dulce Cristo en la Tierra”, deben estar sufriendo mucho, porque aman lo justo, lo verdadero y lo transparente y jamás desearían vincular su figura a las notorias fechorías de sus ayudantes y colaboradores.
El gravísimo contenido de estos informes reforzó, en mi opinión, la voluntad de renunciar del Papa. En ellos se comprobaba un ambiente de promiscuidad, de luchas de poder entre “monsignori”, una red de homosexualidad gay en el Vaticano y desvío de fondos del Banco Vaticano. Como si no bastasen los crímenes de pedofilia en tantas diócesis, que han desmoralizado profundamente a la Iglesia-institución.
Quien conoce un poco de historia de la Iglesia ̶ y los profesionales del área tenemos que estudiarla en detalle ̶  no se escandaliza. Ha habido momentos de verdadero desastre del Pontificado con Papas adúlteros, asesinos y traficantes. Desde el papa Formoso (891-896) al papa Silvestre (999-1003) se instaló según el gran historiador cardenal Baronio la «era pornocrática» de la alta jerarquía de la Iglesia. Pocos papas escaparon de ser derrocados o asesinados. Sergio III (904-911) asesinó a sus dos predecesores, Cristóbal y León V.
La gran transformación de la Iglesia como un todo sucedió, con consecuencias para toda la historia posterior, con el papa Gregorio VII en 1077. Para defender sus derechos y la libertad de la Iglesia-institución contra los reyes y príncipes que la manipulaban, publicó un artículo que lleva este significativo título «Dictatus Papae», que traducido literalmente significa «la dictadura del Papa». En este documento, él asumía todos los poderes, pudiendo juzgar a todos sin ser juzgado por nadie. El gran historiador de las ideas eclesiológicas Jean-Yves Congar, dominico, la consideraba la mayor revolución que ha habido en la Iglesia. De una Iglesia-comunidad se pasó a una institución-sociedad monárquica y absolutista, organizada en forma piramidal, que ha llegado hasta nuestros días.
Efectivamente, el canon 331 del actual Derecho Canónico se une a esta comprensión, atribuyendo al Papa poderes que en realidad no corresponderían a ningún mortal, sino sólo a Dios: «En virtud de su oficio, el Papa tiene el poder ordinario, supremo, pleno, inmediato y universal» y en algunos casos específicos, «infalible».
Este teólogo eminente, tomando mi defensa contra el proceso doctrinal impulsado por el card. Joseph Ratzinger por mi libro Iglesia: carisma y poder, escribió un artículo en La Croix (09.08.1984) sobre “El carisma del poder central”. En él decía: «El carisma del gobierno central es no tener ninguna duda. Pero no tener dudas acerca de uno mismo es, a la vez, magnífico y terrible. Es magnífico porque el carisma del centro es precisamente mantenerse firme cuando todo vacila a su alrededor. Y es terrible, porque los hombres que están en Roma tienen límites, límites en su inteligencia, límites en su vocabulario, límites en sus referencias, límites en su ángulo de visión». Y yo añadiría límites en su ética y en su moral.
Siempre se dice que la Iglesia es «santa y pecadora» y debe ser «reformada siempre». Pero eso no es lo que sucedió durante siglos, ni después del deseo explícito del Concilio Vaticano II y del actual Papa Benedicto XVI. La institución más antigua de Occidente incorporó privilegios, hábitos, costumbres políticas palaciegas y principescas, de resistencia y de oposición que prácticamente impidieron o desvirtuaron todos los intentos de reforma.
Sólo que esta vez se ha llegado a un punto de altísima desmoralización, con prácticas incluso criminales, que ya no puede ser negada y que requiere cambios fundamentales en el viejo aparato de gobierno de la Iglesia. De lo contrario, este tipo de institucionalidad tristemente envejecida y crepuscular se debilitará hasta llegar al ocaso. Los escándalos actuales siempre han existido en la curia vaticana sólo que no había un providencial Vatileaks para hacerlos públicos e indignar al Papa y a la mayoría de los cristianos.
Mi sentimiento del mundo me dice que estos males en el espacio sagrado y centro de referencia para toda la cristiandad -el Papado- (donde debería sobresalir la virtud y la santidad) son consecuencia de esta centralización absolutista del poder papal. Él hace a todos vasallos, sumisos, ávidos de estar físicamente cerca del portador del poder supremo, el Papa. Un poder absoluto, por su naturaleza, limita y hasta niega la libertad de los demás, favorece la creación de grupos de anti-poder, camarillas de burócratas de lo sagrado unas contra otras, practica ampliamente la simonía, que es la compra y venta de favores, promueve la adulación y destruye los mecanismo de transparencia. En el fondo, todos desconfían de todos. Y cada uno busca su satisfacción personal como puede. Por eso siempre ha sido sido problemática la observancia del celibato dentro de la curia vaticana, como se está viendo ahora con la existencia de una verdadera red de prostitución gay.
Mientras ese poder no se descentralice y no dé más participación a todos los sectores del pueblo de Dios, hombres y mujeres, en la conducción de los caminos de la Iglesia, el tumor que causa esta enfermedad perdurará. Se dice que Benedicto XVI pasará a todos los cardenales el mencionado informe para que cada uno de ellos sepa los problemas a los que tendrá que enfrentarse caso de ser elegido Papa, así como la urgencia de introducir cambios radicales. Desde la época de la Reforma se oye el grito: “Reforma en la cabeza y en los miembros”. Porque nunca ocurrió, surgió la Reforma como un gesto desesperado de los reformadores de realizar por su cuenta tal empresa.
Para ilustración de los cristianos y de aquellos interesados en los asuntos eclesiásticos, volvamos a la cuestión de los escándalos. La intención es desdramatizarlos, permitir que se tenga una noción menos idealista y a veces idólatra de la jerarquía y de la figura del Papa y liberar la libertad a la que Cristo nos ha llamado (Gálatas 5:1). En esto no hay ningún gusto por lo negativo ni el deseo de añadir desmoralización sobre desmoralización. El cristiano tiene que ser adulto, no puede dejarse infantilizar ni permitir que le nieguen conocimientos de la teología y de la historia para darse cuenta de lo humana, y demasiado humana, que puede ser la institución que nos viene de los Apóstoles.
Hay una larga tradición teológica que se refiere a la Iglesia como casta meretriz, tema abordado en detalle por un gran teólogo, amigo del Papa actual, Hans Urs von Balthasar (ver Sponsa Verbi, Einsiedeln 1971, 203-305). En varias ocasiones el teólogo J. Ratzinger se ha referido a esta denominación.
La Iglesia es una meretriz que todas las noches se entrega a la prostitución; casta porque Cristo se compadece de ella cada mañana, la lava y la ama.
El habitus meretrius de la institución, el vicio del meretricio, fue duramente criticado por los Padres de la Iglesia como san Ambrosio, san Agustín, san Jerónimo y otros. San Pedro Damián llega a llamar al mencionado Gregorio VII “Santo Satanás” (D. Romag, Compendio de historia de la Iglesia, vol 2, Petrópolis 1950, p.112). Esta dura denominación nos remite a aquella de Cristo dirigida a Pedro. Por su profesión de fe lo llama “piedra”, pero por su poca fe y por no entender los designios de Dios lo califica de “Satanás” (Evangelio de Mateo 16,23). San Pablo parece un hombre moderno hablando cuando dice a sus opositores con furia: “Ojalá sean castrados todos los que os pertuban” (Gálatas 5,12).
Por tanto, existe espacio para la profecía en la Iglesia y para las denuncias de irregularidades que pueden ocurrir en el medio eclesiástico y también entre los fieles.
Me gustaría mencionar otro ejemplo tomado de un santo muy querido de la mayoría de los católicos por su candor y su bondad: san Antonio de Padua. En sus sermones, famosos en su tiempo, no es nada dulce y suave. Hace fuertes críticas a los prelados derrochadores de su tiempo. Y dice: «los obispos son perros sin ninguna vergüenza, porque de frente tienen cara de meretriz y por eso mismo no quieren avergonzarse» (uso la edición latina crítica publicada en Lisboa, 2 vol, 1895). Este fue el sermón del cuarto domingo después de Pentecostés (p. 278). En otra ocasión, llama a los obispos «monos en el tejado, presidiendo desde ahí el pueblo de Dios» (op cit p. 348). Y continúa: «el obispo de la Iglesia es un esclavo que pretende reinar, príncipe inicuo, león rugiente, oso hambriento de presa que despoja a los pobres» (p.348). Por último, en la fiesta de san Pedro levanta la voz y denuncia: «Miren que Cristo dijo tres veces: apacienta, y ninguna vez esquila y ordeña… Ay de aquel que no apacienta ninguna vez y esquila y ordeña tres o más veces… es un dragón al lado del arca del Señor, que no tiene más que apariencia, no la verdad» (vol. 2, 918).
El teólogo Joseph Ratzinger explica el sentido de este tipo de denuncias proféticas: «El sentido de la profecía en realidad reside menos en algunas predicciones que en la protesta profética: protesta contra la auto-satisfacción de las instituciones, que sustituye la moral por el rito y la conversión por las ceremonias»(Das neue Volk Gottes, Düsseldorf 1969, 250, existe traducción en español: El nuevo pueblo de Dios, 1972).
Ratzinger critica haciendo hincapié en la separación que hicimos con referencia a la figura de Pedro: antes de la Pascua, el traidor, después de Pentecostés, el fiel. «Pedro sigue viviendo esta tensión del antes y del después, sigue siendo las dos cosas: piedra y escándalo … Eso no sucedió a lo largo de toda la historia de la Iglesia, que el Papa fuese a la vez el sucesor de Pedro, la “roca” y el “escándalo”» (op.cit. 259)?
¿Adónde queremos llegar con todo esto? Queremos llegar a reconocer que la Iglesia institución de papas, obispos y sacerdotes, se compone de hombres que pueden traicionar, negar y hacer del poder religioso negocio e instrumento de autosatisfacción. Reconocer esto es terapéutico pues nos cura de una ideología idólatra en torno a la figura del Papa, considerado prácticamente infalible. Esto es visible en los movimientos conservadores y fundamentalistas laicos católicos y también en grupos de sacerdotes. En algunos existe una verdadera papolatría que Benedicto XVI ha tratado siempre de evitar.
La crisis actual de la Iglesia ha llevado a la renuncia a un Papa que se dio cuenta de que ya no tenía la fuerza necesaria para sanar escándalos tan graves. «Impotente, tiró la toalla» con humildad. Que venga otro más joven y asuma la tarea ardua y difícil de limpiar la corrupción de la Curia vaticana y del universo de los pedófilos, y eventualmente sancione, destituya y envíe a los más obstinados a un convento para hacer penitencia y enmendar su vida.
Sólo alguien que ama a la Iglesia puede hacer las críticas que hemos hecho, citando textos de autoridades clásicas del pasado. Quien ha dejado de amar a la persona amada, se vuelve indiferente a su vida y su destino. Nosotros, por el contrario, nos hemos interesado al igual que el amigo y compañero de tribulación Hans Küng (que fue condenado por la ex-Inquisición), quizás uno de los teólogos que más ama a la Iglesia y por eso la critica.
No queremos que los cristianos cultiven ese sentimiento de abandono e indiferencia. Por malos que hayan sido sus errores y equivocaciones históricas, la Iglesia-institución guarda la memoria sagrada de Jesús y la gramática de los evangelios. Ella predica la liberación, sabiendo que son otros los que liberan y no ella.
Así y todo vale la pena estar dentro de ella, al igual que San Francisco, Dom Helder Câmara, Juan XXIII y los notables teólogos que ayudaron a hacer el Concilio Vaticano II, y que antes de eso habían sido condenados todos por la ex-Inquisición, como de Lubac, Chenu, Congar, Rahner y otros. Hay que ayudarla a salir de esta vergüenza, alimentando más el sueño de Jesús de un Reino de justicia, paz y reconciliación con Dios y de seguimiento de su causa y su destino, que la simple y justificada indignación que fácilmente puede caer en el fariseísmo y en el moralismo. La Iglesia-institución tiene que volver a ser el hogar espiritual de todos los fieles.
Nota: Más reflexiones de este orden están en mi libro Iglesia: Carisma y Poder (Record 2005), especialmente en el apéndice, con todas las actas del proceso habido al interior de la ex-Inquisición en 1984.
Traducción de Mª José Gavito