Cada 11 de octubre la Iglesia celebra la memoria del santo Juan XXIII. Una fecha importante para recordar su figura extraordinaria. Bien mirado, enlaza con el liderazgo ecuménico de Francisco en torno al sínodo de la sinodalidad; y ambos coinciden en que lo importante es poner en marcha sus dos grandes apuestas -Concilio y sinodalidad- sin importarles si lo pueden finalizar ellos o sus sucesores. Se saben sembradores más que recolectores…
Recordemos pues tres detalles de la importancia de la figura del Papa bueno, verdadero profeta de Dios. El primero es la noche del llamado Discurso a la luna por parte del Papa Juan XXIII que también coincide la fecha del 11 de octubre. Al atardecer de aquél jueves, hace ahora 62 años, cien mil personas con antorchas se reunieron en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los gritos de la gente convocada por Acción Católica llegaron hasta la habitación del Papa, ya enfermo, que impresionado se acercó a la ventana y desde allí les dirigió unas sentidas palabras a pesar de que le gustaba hablar poco.
Cuentan que había luna llena; de ahí el nombre que ha pasado a la historia el contenido de sus palabras improvisadas, ahora resumidas: “Queridos hijitos, queridos hijitos, escucho vuestras voces. La mía es una sola voz, pero resume la voz del mundo entero. Aquí está representado todo el mundo. Se diría que incluso la luna se ha apresurado esta noche, observadla en lo alto, para mirar este espectáculo. Es que hoy clausuramos una gran jornada de paz; sí, de paz: Gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad”.
“Es necesario repetir con frecuencia este deseo. Sobre todo cuando podemos notar que verdaderamente el rayo y la dulzura del Señor nos unen y nos toman, decimos: He aquí un saborear previo de lo que debiera ser la vida de siempre, la de todos los siglos, y la vida que nos espera para la eternidad. En estas palabras está la respuesta a vuestro homenaje”.
Él no necesitaba homenajes para ese aire fresco que imprimió a la Iglesia desde el primer minuto de su pontificado. Lo cierto es que aquél gentío bajo su ventana significaba que había acertado. Y cada 11 de octubre lo recordamos.
El segundo detalle es su implicación salvando judíos de la persecución nazi. Cuando estuvo destinado en Sofía (Bulgaria) representando a la Santa Sede, y en su destino posterior en Estambul (Turquía), miles de judíos salvaron la vida gracias a su mediación en lo que se llamó Operación Bautismo. Este plan de bautizos masivos a judíos evitó que fueran enviados a los campos de concentración. Además, el que llegaría a ser Juan XXIII, emitía certificados de inmigración a través del correo diplomático del Vaticano. Según las investigaciones, alrededor de 24.000 judíos pudieron refugiarse en territorios neutrales como Turquía salvándose del Holocausto; algo similar logró con decenas de judíos en Grecia utilizando entonces visados de tránsito de la Delegación Apostólica vaticana.
El tercer detalle y más conocido, fue la convocatoria inesperada del Concilio Ecuménico del Vaticano II. El objetivo era reflexionar, a fondo, sobre la doctrina y adaptar la evangelización a la las exigencias de ese tiempo. Proporcionó una apertura dialogante con la modernidad ya postrera, con un nuevo lenguaje que se echaba en falta. El Concilio dejó muy claro que la autoridad es un servicio y el obispo, un pastor más que un jerarca. Se abrió al ecumenismo, a la libertad religiosa, a vivir la Iglesia en común unión (comunión), sin olvidar el espinoso tema del papel del laicado que hasta entonces había sido secundario sin valorar su misión específica dentro y fiera de la Iglesia. Y así en otras muchas cuestiones capitales.
Espero y deseo que el tiempo nos muestre la hilazón profunda que entreveo entre Juan XXIII y Francisco, líderes de servicio y verdaderos revolucionarios en el sentido de agentes transformadores de tantas inconsecuencias institucionales que apartan la Buena Noticia de millones de personas.
Posdata: mi recuerdo para la Iglesia de Bizkaia en el día de nuestra querida patrona, la amatxu de Begoña, que es también el 11 de octubre.
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