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miércoles, 19 de abril de 2023
La nueva religión y el nuevo dios
‘Masacre de viviendas’: Israel intensifica la demolición de casas palestinas en Jerusalén Este bajo ocupación militar
palstinalibre
El derribo de estructuras palestinas, sean casas o comercios, es una práctica regular de las autoridades israelíes, que a su vez imposibilitan que los residentes palestinos de la ciudad puedan obtener los permisos de construcción. Sin embargo, en apenas tres meses de Gobierno de Netanyahu –el más extremista en la historia de Israel– estas demoliciones se han disparado, acelerando los desplazamientos forzosos y los deseos anexionistas de la coalición Ver noticia
Conflicto armado en Sudán
editorial de El País
EL FUTURO DE LA RELIGIÓN SEGÚN JOSÉ MARÍA CASTILLO
El pasado jueves 13 de abril tuve la oportunidad de presentar junto a José Manuel Vidal el último libro de José María Castillo, "Declive de la Religión y futuro del Evangelio", en la iglesia de San Antón, ese espacio de libertad que mantiene vivo el padre Ángel. Un libro excelente sobre muchas de las contradicciones que vivimos en la Iglesia. Pero quiero ofrecer aquí el texto escrito y completo de mi intervención porque considero importante que se conozcan algunos matices que expuse allí, ya que, aunque comparto enteramente la tesis de Castillo, creo que se están produciendo otros hechos que quizás puedan complementar y ampliar cómo se vive hoy la Religión en sentido amplio en muchos puntos de nuestro mundo.
Hace un par de años, cuando José María Castillo, me concedió el privilegio de prologar sus Memorias escribí: tienes entre las manos la confesión de un profeta de nuestro tiempo, y, como tal de un hombre rompedor, libre, molesto para unos, providencial para otros, que a sus noventa y dos años de vida escribe sus memorias sin tapujos, con humildad y osadía, gracias a una prodigiosa mezcla de vida y pensamiento, que constituye todo un aldabonazo a nuestra sociedad y sobre todo a la Iglesia católica a partir de la centralidad del Evangelio.
La experiencia del profesor Castillo
Subrayaba entonces su experiencia humana e intelectual en los centros de estudio donde ha ejercido su profesorado como Córdoba, Granada, Roma, El Salvador y otros muchos lugares. Sobre ello Pepe afirma: “Esta Iglesia, a la que tanto debo, es la Iglesia que vive en una enorme y palpable contradicción. Es la contradicción que consiste en que la Iglesia enseña (o pretende enseñar) exactamente lo contrario de lo que vive. Y es el “clero”, lo digo sin rodeos, el que lleva la batuta de esta enorme orquesta ruidosamente desafinada”. Particularmente sensible a las contradicciones, estas estallan en su vida cuando se le prohíbe enseñar en Granada y al mismo tiempo se le admite, e incluso se le anima, a hacerlo en la UCA de San Salvador. “¿En Granada yo era peligroso y en El Salvador no lo era? ¿Cómo se explica esta contradicción?”. ¡Por lo visto la razón formal es que la de Granada era facultad eclesiástica y la de San Salvador civil! Como si la verdad dependiera de etiquetas.
Sea como fuere, la trayectoria teológica de Pepe Castillo, insuflada de una enorme cultura y cientos de libros asimilados y otros escritos por él, es una continua superación de censuras y de problemas de libertad de cátedra. Llega a afirmar que la Teología es “un saber sometido a censura”. Su clave para entenderla es la encarnación como humanización de Dios. Por eso afirma en una estrecha unión de inmanencia y trascendencia: “Si luchamos en serio por ‘humanizar’ esta sociedad y este mundo, entonces y sólo entonces, podremos pensar en serio que estamos luchando por ‘divinizar’ nuestra existencia”. Para señalar lo que distingue a un cristiano del que no lo es, afirma que se produce cuando “sólo queda en pie el amor, la bondad y el comportamiento que cada cual ha tenido en su vida con sus semejantes”.
Pues bien, en este libro que presentamos, titulado Declive de la Religión y futuro del Evangelio, Castillo ha desarrollado de una manera, si cabe más radical y apasionada, esta tesis tantas veces defendida, de que lo que más daño ha hecho al cristianismo y a la Iglesia es convertirse en Religión establecida y renunciar a vivir el Evangelio. Lo hace a través de 55 breves capítulos de fácil y amena lectura, donde expone esta contradicción desde muy diversos ángulos, como un berbiquí o vueltas de tornillo donde de forma histórica, exegética y teológica; lo que permite al lector taladrar de manera sencilla y a la vez implacable el fondo de estas contradicciones.
El Dios humanizado
Ya en sus Memorias y en sus otros libros Castillo defendía que el problema del hombre es Dios, y solamente en el Evangelio de Jesús, algo que en su opinión la Iglesia ha olvidado, volvemos a la centralidad. “Hizo falta pasar por la crisis religiosa, que provocó la Ilustración, para darnos cuenta de que a Dios no lo conocemos. Y ahora, que hemos entrado, en picado, en la crisis de la Religión y de Dios, empezamos a tomar conciencia de que al Dios trascendente solamente podemos conocerlo en la humanización de Dios, tal como lo vemos y lo palpamos en el Evangelio, en la vida y en las obras de Jesús”. De ahí la importancia que el profesor Castillo concede al Dios humanizado, que ve como única vía de hacer presente a Dios en nuestro lacerado mundo, y por una Iglesia que esté centrada en el Evangelio, porque “una Iglesia empeñada en observar fielmente la Religión es una institución que vive y comunica un Evangelio falsificado”.
No hace falta recordar que Pepe ha declarado en muchas ocasiones su amor a la Iglesia, “pero precisamente porque la quiero tanto -afirma-, por eso no me puedo callar lo que yo veo como el fenómeno de fondo que ha desquiciado lo que quiso Jesús, mi verdadero Señor, cuando se despojó de todo rango y dignidad, de toda posesión de bienes y grandeza”. Por eso la Iglesia no tiene futuro si no es desde el seguimiento de Jesús y recuperando como centro el Evangelio. En su opinión lo que la gente de hoy rechaza de La Iglesia no es la “maldad”, sino la “mentira”, la contradicción entre lo que predica y lo que vive, y será creíble cuando sea capaz de romper las fronteras discriminatorias entre el clero y el laicado, el hombre y la mujer, y no convierta los ritos en una forma de liberarse de los miedos o de enorgullecerse como el fariseo frente al pobre publicano.
Quizás la mayor novedad, que ya ha apuntado Pepe en otros escritos, es su sintonía con el papa Francisco. La humanidad de un papa que a duras penas tolera distinciones y superioridades y centra su pastoral en la cercanía con los pobres, los ancianos, los inmigrantes, los enfermos, los más pequeños. Quizás un aspecto que corrobora este talante de Francisco es que en los diez años de su pontificado no ha condenado a un solo teólogo, en contraste con lo que he señalado en un reciente artículo publicado en "Vida Nueva", Los años de la mordaza, una época donde casi a diario asistíamos a un episodio de censura, condena, represión o castrantes medidas contra la investigación y libertad teológica, de opinión, información y expresión, fenómeno que, como sabemos, experimentó, el profesor Castillo en propia carne.
Frente a la Religión, entendida como estructura de poderío, dinero y corrupción, que está propiciando la desafección y decadencia de la Iglesia, defiende como solución la vuelta al seguimiento de Cristo y su Evangelio. Comulgo enteramente pues con la tesis de este lúcido último libro de mi maestro y amigo, así como sus consecuencias finales que rozan la utopía: diócesis más pequeñas, obispos nombrados por participación de la base, actualización de la liturgia inspirada en la primera Cena, estudio bíblico por parte de los fieles del Evangelio, diálogo con las Conferencias Episcopales y el obispo de Roma, y sobre todo insistencia en el Evangelio sobre todo como una forma de vida y seguimiento de Jesús, más allá de ritos y ceremonias, “que se revela la humanización del Dios transcendente y en la que se humaniza el ser humano”.
Otra búsqueda de lo trascendente
Ahora bien, como Pepe es un hombre de diálogo y apertura humanista, tengo un par de dudas que me sugiere la lectura de esta obra profética y que ahora quiero proponerle:
Primero: La tesis de José María Castillo está dirigida al pueblo de Dios católico y cristiano. Pero ¿cómo proponer una liberación al que ya no lo es para un mundo secularizado, que más que anticlerical y ateo, da espalda definitiva a las religiones monoteístas y ante tanta angustia busca un camino, el que sea? ¿Se le puede ofrecer y presentar de forma ejemplar y creíble el estilo de Jesús a ese mundo? Pero ¿y si ya está, como sucede de hecho, de espaldas o indiferente a todo eso?
Segundo: Karl Rahner dijo antes de morir que “el siglo XX ha sido el siglo del Hombre, y el XXI será el siglo de Dios”. ¿Qué quería decir con esta osada afirmación? ¿Se puede decir que esta profecía se está cumpliendo? En mi humilde opinión, el hombre actual secularizado, desde la libertad y la mayoría de edad que arranca de su nueva autonomía alcanzada a partir de la Ilustración, busca, tomando de aquí y de allá, una vía propia de espiritualidad para relacionarse con la trascendencia por libre. Está, podríamos decir, en un proceso de acercarse a la divinidad o al fondo trascendente de la realidad desde una síntesis personal, donde hay mucha ganga, sí, pero también una búsqueda sincera desde “el sabor a más de este mundo”, a través de prácticas de oración de Oriente y Occidente, meditación, silencio, yoga, zen, contemplación o como se quiera llamarlo. Esto no es una elucubración, es un hecho hoy también constatable, junto al sin sentido y el deterioro de una sociedad dominada por la tecnocracia
Castillo dedica un párrafo en la página 217 a la “intensa y frecuente vida de oración que practicaba Jesús”. Pero ¿no es lo más central de su vida? ¿No era su unión con el Padre la fuente esencial, principal y continua de su vida? ¿No es su imagen de la vid y los sarmientos, junto al mandamiento del amor, el mensaje troncal a sus seguidores poco antes de morir?
Por supuesto que comparto enteramente, como imprescindible y urgente, la tesis de que el seguimiento ha de ponerse en la vida, los principios éticos que nos legó, que suponen primero dejar, renunciar a todo, sobre todo del propio ego, principal escollo de los apóstoles para entender el Reino anunciado a los pobres. Pero esto, ¿no lo llegaron a alcanzar sus seguidores más comprometidos solo plenamente al recibir, después unidos en oración con María, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés?
Y de aquí se deduce en consecuencia otra pregunta: ¿Qué hace un hombre perdido en una isla o en su mundo ajeno al mensaje del Evangelio o inmerso en tradiciones y religiones que nada tienen que ver con Jesús? A veces no tienen otro referente que su Religión, aunque sea primitiva y limitada ¿El concepto de Religión solo se puede circunscribir entonces a estructuras de poder, dinero y sometimiento? ¿No hay algo más? ¿No ha puesto Dios en el fondo del hombre una semilla de radical inquietud y búsqueda de lo transcendente, donde quiera que esté? ¿No ha llegado el momento de maduración de la humanidad que pueda acceder a cierta mística, aunque sea en calderilla?
La experiencia de lo Uno
El monje benedictino Willigis Jäger, maestro zen y autor de numerosos libros de espiritualidad, reconoce, a pesar de sus limitaciones, que las religiones han sido un factor importante en la evolución desde que el hombre se hace las preguntas “de dónde”, “hacia qué” y “por qué”, aunque concluye que la mística es al mismo tiempo el punto de partida y el fin de toda religión, y que es sobre todo una experiencia, la experiencia de lo Uno. “Lo Uno -exclama en su libro Sabiduría eterna- es mi verdadera naturaleza y la de todos los seres”. Una mística, una vivencia personal, que no deber ser una huida del mundo, sino la única fuente duradera de toda praxis.
A través de la oración o el silencio, un vacío, una nada ilimitados, no pocos hombres y mujeres buscan hoy su verdadera identidad. Ya lo dijo también Jesús: "Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6.6). Es lo que él mismo hacía tantas noches y amaneceres de su vida. La recompensa no es otra que la conciencia de pertenencia a un mar de amor del que somos olas, y, por consiguiente, como olas también somos Mar. De aquí que el mandamiento de Jesús sea amarnos los unos a los otros, el único imperativo que nos devuelve a nuestra auténtica naturaleza como pedazos que somos de ese Uno. Es lo que han vivido los grandes maestros también del cristianismo con San Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola. Por ejemplo, la gran palanca de este último, los Ejercicios Espirituales, que tantas veces el propio Castillo ha practicado y dirigido para interiorizar el seguimiento de Jesús. Y es que no hay Marta sin María. El propio Pablo, con todos sus defectos señalados por Castillo, era un místico.
Pepe Castillo en este libro testimonial, profético y necesario, pone el acento, con lenguaje asequible, datos irrefutables y fuerza radical, en la contradicción que hemos vivido en nuestras instituciones respecto a esa doctrina hecha vida en Jesús. Ese es su mérito. Para que fuera un aldabonazo y despertarnos de tópicos y conciencias dormidas, quizás era necesario que se centrara solo en eso, en el escándalo eclesial de la contradicción entre la doctrina y la práctica. Muchas gracias una vez más, Pepe, por tu valentía, tu profesionalidad teológica y denuncia iluminada, cuando defiendes una y otra vez al subrayar “lo determinante y decisivo en el cristianismo, y por tanto en la Iglesia: porque Jesús es la encarnación de Dios, es la humanización de Dios. Dios se ha revelado a la humanidad humanizándose Él”.
Para adquirir el libro de José María Castillo, "Declive de la Religión y futuro del Evangelio".
Pedro Miguel Lamet
Religión Digital
REENCARNACIÓN, ¡NO! ¡RESURRECCIÓN!
Estimadas y estimados. El corresponsal en Nueva York de La Vanguardia publicaba no hace mucho que, en esa localidad, se dio el visto bueno a la legislación que permite acelerar y convertir la descomposición del cadáver en fertilizante. No es el primer lugar en el que esta legislación se aprueba; ya había sucedido anteriormente en Washington (2019), Colorado y Oregón (2021), Vermont y California (2022).
Resulta que el «Recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás», ahora puede convertirse en: «Recuerda que eres materia orgánica, y que te convertirás en abono para la vida vegetal». Se trata de una forma de reencarnarse. Ya lo había cantado Joan Manuel Serrat en Mediterráneo: «Y a mí enterradme sin duelo / Entre la playa y el cielo / En la ladera de un monte / Más alto que el horizonte / Quiero tener buena vista / Mi cuerpo será camino / Le daré verde a los pinos / Y amarillo a la genista».
Los rituales funerarios han existido siempre en la historia de la humanidad. Son prácticas religiosas que han evolucionado con el tiempo, pero que han tenido siempre una relación con la vida de ultratumba: reflejan las creencias de los humanos en la vida del más allá. Según sea la creencia en el más allá, será el ritual. En el hinduismo, por ejemplo, siempre se han quemado los cadáveres y se han lanzado las cenizas al Ganges. Sólo se hizo una excepción con Gandhi, de quien se guarda una parte de las cenizas en un mausoleo en Nueva Delhi, por el prestigio y significado de su persona en la India. La cremación indica que el individuo vuelve al todo del que ha formado parte desde siempre.
También la incineración se ha impuesto entre nosotros desde hace unos años. Las cenizas son depositadas, a veces, en cementerios, como si fuera una tumba, aunque ocupando menos espacio. En cualquier caso, las cenizas depositadas en un cementerio, indican que son de alguien, como el cadáver de la tumba también era alguien, no sólo simple materia orgánica. Sin embargo, hoy se impone la tendencia a prescindir de las tumbas, como afirma Antoni Puigverd: se eliminan los cadáveres en los hornos de incineración y luego se esparcen las cenizas en cualquier lugar. Es la pérdida de la identidad. Formamos parte de un todo, al que retornamos una vez muertos.
Ésta es la visión que el neopaganismo panteísta ha impuesto a nuestra cultura contemporánea como consecuencia de considerar la realidad desde un punto de vista estrictamente inmanente y cientificista, obviando que lo que nos identifica como humanos no es nuestra biología sino nuestra biografía. Los humanos no somos sólo materia orgánica, sino materia y espíritu.
Ésta es una de las novedades importantes que aporta el cristianismo: más que la vida después de la muerte, que siempre ha estado presente en las diversas religiones, es la identidad de la persona humana antes y después de la muerte. Esto es lo que nos dicen los relatos de las apariciones de Jesús: el Cristo resucitado es el mismo que el crucificado.
Jesús dice al incrédulo Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20,27). Creer en la resurrección no es sólo creer en la vida después de la muerte, sino creer en nuestra identidad antes y después de la muerte. Esto es lo que reflejan las tumbas de los cementerios: que no somos sólo materia orgánica, sino materia orgánica con una identidad propia. Y ésta es también la esperanza de la resurrección.
Por tanto, reencarnación y resurrección no son realidades homologables, por más que una determinada cultura contemporánea nos lo quiera hacer creer.
Joan Planellas
Religión Digital
DIETARIO PASCUAL Y FRATERNO: PEQUEÑO FESTÍN DE BABETTE
Los orígenes le marcan a uno aunque luego se aleje de ellos. Y la alimentación infantil parece que también. Quizá por eso la primera vez que leí Fratelli Tutti me vinieron a la cabeza dos formas de espiritualidad que pueden ser como los alimentos de la fraternidad y que están vinculadas a mis primeros sabores en las orillas del Turia. Con cierta ironía fallera voy a titularlas: espiritualidad del arroz y espiritualidad de la naranja.
1.- Espiritualidad del arroz
El arroz es quizá uno de los alimentos menos sabrosos: tiene color pero luego es casi como un agua sólida: inodoro e insípido. Y en mi infancia, comer un puro “arroz blanco” (que a lo mejor te lo daban porque andabas “descompuesto” o porque en aquella postguerra de los años cuarenta no había para más) era casi como un castigo.
Pero, no sé si precisamente por eso, el arroz es el alimento con más capacidad para asimilar los sabores de otros ingredientes. De ahí la variedad de arroces que pueden aparecer en cualquier menú: la paella puede ser de verduras, de carne, de pescado… Pero además está el arroz a banda, el arroz al horno, el arroz a la cubana: empapado en la yema de dos huevos fritos o en jugo de tomate, el “arròs en fesols i naps” (que según Joan Fuster era superior a la paella), el arroz caldoso con sus diversas variantes, el arroz a la italiana y hasta la posibilidad de convertirse en postre en el arroz con leche…
Pues bien: esa capacidad arrocera de recibir del otro, empaparse de lo que se recibe, darle sabor propio y comunicarlo es una buena forma de describir una espiritualidad de la fraternidad. Porque además, en todo ese proceso el arroz no desaparece sino que se revalúa. “Es la relación con el otro lo que nos constituye” como dice muy bien Francisco.
2.- Espiritualidad de la naranja
No hablamos ahora de fibras ni vitamina C, sino de que uno de los destinos de la naranja es ser exprimida. Y el zumo de naranja es una de las bebidas más solicitadas y más refrescantes.
También eso resulta una buena parábola de la fraternidad: no todo es fácil ni cómodo en ella, y habrá muchos momentos de esos en que puedes sentirte estrujado. Pero a veces no sospechamos la cantidad de alivio y de refrigerio que eso puede suponer para otros.
La única diferencia es que a la naranja se la exprime contra su voluntad y en la fraternidad todo brota de la libertad. Pero vale aquí el dicho latino de que “comparatio non tenet in omnibus”: la comparación no vale para todos los puntos de las cosas comparadas, como pasa con la alegoría. Basta un punto de coincidencia para que la comparación valga.
3.- ¿Y más?
Mientras escribía lo anterior he pensado que las comparaciones no tienen por qué ser exclusivas de mi particular geografía. Y esta Cataluña desde la que escribo me ha sugerido la imagen de las habichuelas: la famosa “botifarra amb mongetes”. Las mongetes son una guarnición típica en estos lares. Y eso sugiere otro rasgo muy característico y muy rico de la espiritualidad fraterna: el acompañamiento. Acompañar siempre, estar al lado siempre sin ser protagonista nunca. O al menos aspirar a eso en la medida que podamos conseguirlo no desde la imposición sino desde el cariño.
Queda para cada lector el intento de seguir tejiendo esa espiritualidad desde los sabores típicos de su tierra: desde el gazpacho andaluz, la fabada asturiana o las chuletas de Berriz… Tendríamos entonces que la fraternidad no es una mera imposición exterior sino un verdadero banquete. Como un pequeño “festín de Babette”: que requirió algún sacrificio tanto a la protagonista como al militar enamorado de ella y a aquella comunidad tan cerrada. Pero acabó descubriendo sabores tan inéditos y tan magníficos como el de las codornices en sarcófago.
4.- Espiritualidad de la playa.
La evocación de mi infancia me ha hecho recordar la playa valenciana de Las Arenas donde tanto me gustaba ser llevado porque, además, se decía entonces que era la mejor playa de Valencia: mejor que la Malvarrosa por sus arenas más finas (supongo que de ahí el nombre).
Y la imagen de la arena sugiere otra consideración muy importante para la fraternidad: los granos de arena son muchísimos pero lo importante es que cada cual sea solo un grano de arena. Si alguno se empeña en ser un poco más grande o más llamativo, y se convierte en piedra o en espina o se cubre con algas, ya no se podrá pasear cómoda y confiadamente por la playa: porque no será como aquella playa de Las Arenas de mi infancia y puede haber riesgos de tropiezos o de algún pinchazo o de ensuciarse los pies...
Es verdad que hay arenas más cercanas o más lejanas de la costa; pero eso es una mera eventualidad que no depende de cada grano. También sucede que hay momentos en que el sol incide más en algunos granos que por eso parecen más brillantes; pero ya sabemos que eso pasa pronto y luego el resplandor pasa a otros granos…
Lo mismo sucede con la fraternidad: todo ser humano es un simple grano de arena, igual a los demás, ni mejor ni peor. Pero si estamos todos unidos formaremos una playa hermosa y limpia, por donde la historia podrá discurrir mucho mejor de como lo ha hecho hasta ahora. La igualdad es indispensable para la fraternidad: es, a la vez, causa y efecto de ella.
Es verdad que hay otras dietas fraternas que consisten en abstenerme yo para que puedan comer otros. Pero eso es para ser tratado en cuaresma y ahora estamos en pascua. Así que: buen provecho (y buen baño) hermanos.
José Ignacio González Faus
Religión Digital 11.04.2023
LO QUE HOY LLAMAMOS PARAÍSO
fe adulta
Soy lector de muchos periódicos y rara vez se habla de ninguna de estas personas. Estoy esta semana santa en una comunidad de hermanos mayores de una congregación. Son personas que llevan más de 50 años sirviendo en la enseñanza. Y ahora, ya con sus ochenta años, se han jubilado. Es una maravilla. Han trabajado de lo lindo en clases, tutorías, campamentos, convivencias…. Y no han recibido por ello más que la estancia en un colegio.
No han cobrado nada, no les han dado más que a lo sumo un diploma. El servicio que han hecho a la sociedad es enorme. Los hermanos que residen aquí están ya con las debilidades propias de los ochenta años. Y les espera ya un cementerio que tienen aquí para los hermanos de la Congregación. Lo más admirable es la alegría y el gozo con que viven y cómo superan sus enfermedades.
Cuando se habla tanto de la pederastia, hay que reconocer la labor inmensa que han hecho en la formación de los jóvenes y a cuántas personas han formado para profesiones y trabajos.
Tienen unos hermosísimos jardines y cada hermano realiza algún servicio en la comunidad.
Pienso cuántas personas hay así en la sociedad y en concreto en la iglesia: trabajando a fondo perdido. Es más, la mayoría de ellos han servido en otros países fuera del nuestro. Hoy viven sencillamente de sus pensiones y jubilaciones.
Niños que a sus diez o doce años salieron de sus casas y han entregado sus vidas totalmente a la formación y enseñanza. Miles de jóvenes han pasado por sus clases y por su educación, gracias a que existen personas anónimas como estas, gracias a su entrega, gracias a su vocación, gracias a que viven su fe en Jesús.
Van sintiendo y viviendo sus enfermedades y unos ayudan a otros. Generosidad, alegría y a eso yo lo llamo Amor. Son vidas que merecen la pena. Un Gracias de corazón por ellos.
Su huerta y sus jardines son una maravilla. Ellos lo trabajan, lo cuidan, y así viven en un vergel.
Un canto a la esperanza, a la fraternidad, a la paciencia y a la fe en Jesús Resucitado.
LA RESPUESTA ECLESIAL MÁS REVOLUCIONARIA Y AUDAZ JAMÁS VISTA: JACQUES GAILLOT, OBISPO DE PARTENIA
A la edad de 87 años, falleció en Francia el querido obispo de Partenia, Jacques Gaillot; emérito de Evreux como dice la Conferencia Episcopal de Francia en su escueta nota.
Fue ordenado sacerdote en 1961 en Langres. Como seminarista conoció la crueldad de la guerra en Argel, donde cumplió con el servicio militar. Esa experiencia lo llevó por los caminos de la no violencia, así como la Iglesia lo convirtió en un fiel heredero del Concilio Vaticano II. En 1982 fue nombrado obispo de Evreux por Juan Pablo II, a la edad de 47 años.
En el ejercicio del ministerio episcopal testimonió una radicalidad evangélica inusual, que fue incomodando progresivamente a sus colegas obispos, así como a la élite política de su país. Sus transgresiones le ganaron fama de “obispo rojo”, con lo que prontamente, en el año 1995, el mismo Papa que lo nombró lo destituyó de la diócesis de Evreux, confiándole un territorio eclesial inexistente que se extinguió en el siglo V, bajo las arenas del desierto del norte de África. Ungido obispo de un lugar inexistente, fue convertido en pastor sin rebaño, sin nadie a quien acompañar y con quienes caminar.
(En este punto, cabe recordar que en esos años noventa, mientras la curia romana desplegaba ingeniosas formas de castigar obsequiosamente a los clérigos insubordinados; también hacía gala de artificiosas maneras para ocultar delitos y a delincuentes responsables de abusos contra menores; en fin.)
Los excesos de monseñor Gaillot eran acompañados de una aguda inteligencia, así como de un celo apostólico insobornable, que lo llevó a proclamar el Evangelio en las penumbras de una sociedad que esperaba el acostumbrado boato y servilismo episcopal. Contra tales expectativas, Jacques Gaillot optó por seguir las huellas de Jesús, haciéndose servidor de los marginados sociales, tarea en la que abrió sendas insospechadas, que el Evangelio no había recorrido aun con la parresía profética de un auténtico pastor.
Así como antaño Jesucristo se hizo encontrar por enfermos, ciegos, endemoniados, leprosos, prostitutas, pobres, huérfanos, esclavos, viudas y mujeres; monseñor Gaillot siguió su ejemplo, actualizando a los marginados de ayer, con los rostros ultrajados de aquel presente, cuyas sendas insospechadas abrió en los años ochenta, cuando muchas de esas marginaciones aun no era globales. Así, refugiados, migrantes, sin papeles, musulmanes europeizados, esclavas sexuales, curas casados, homosexuales, los sin casa, los negros del apartheid, los palestinos y kurdos se volvieron sus amigos y compañeros, a quienes protegió hasta conflictuarse con los poderosos de siempre.
Siendo pastor de un pueblo inexistente y de un territorio extinto, reveló esa agudeza cartesiana con un lúcido discernimiento profético. Así, vio en la exclusión de la que él era objeto, un signo evangélico que lo llamaba a convertirse en obispo de los excluidos y marginados del mundo, quienes, al no estar en un territorio físico, conformaban el pueblo encargado a un episcopado virtual, integrado por quienes encarnan las nuevas exclusiones (despojados de sus derechos esenciales), pero acompañados de un obispo real y leal.
La puesta en marcha de la mayor diócesis del mundo, Partenia, cobró fuerza y sentido con la misma energía que supone la gravedad de los derechos humanos conculcados que arrastran en sus vidas los excluidos. El centro de operaciones de esa gigantesca aventura quedó simbolizado en un portal electrónico situado en Zúrich, Suiza; donde llegó un equipo de voluntarios de distintas latitudes, para comunicar esperanza y Evangelio en una multiplicidad de idiomas, en los albores de un mundo globalizado.
Desde ese centro vital, surgió la respuesta eclesial más revolucionaria y audaz jamás vista, que concilió la tecnología con la capacidad humana de servir y acompañar a quienes tienen profundas necesidades, porque como bien se titula uno de sus libros: “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”.
Como buen profeta, hace ya casi cuatro décadas, Jacques Gaillot puso en la conciencia del mundo, y en el corazón de la Iglesia, los grandes desafíos del presente y del futuro, denunciando la inhumanidad de la guerra, el derecho al asilo de los migrantes, la amenaza nuclear y las nuevas esclavitudes.
Ese mismo portal resume en una frase elocuente, la vida y obra de un obispo marginado, que en 2015, fue rehabilitado por el Papa Francisco, en cuya tarea episcopal asumió la suerte de todos los excluidos: “Puesto que Partenia ya no existe, se convierte en el símbolo de todos aquellos que tienen la impresión de haber dejado de existir, tanto en la Iglesia como en la sociedad. Es una inmensa diócesis sin fronteras donde el sol nunca se pone”.
Cuando desde Roma el Papa Francisco urge a la Iglesia para ir a las Periferias Existenciales, queda la esperanza que el grito de Jacques Gaillot sigue movilizando voluntades. Es la respuesta a la voz de un Profeta.
Marcos Velásquez Uribe
Religión Digital
TEOLOGÍA COMPARADA DE LAS RELIGIONES
Desde finales del siglo pasado, algunas Universidades están introduciendo una Facultad de Teología Comparada. No se trata de mostrar una paleta de pintor para que cada uno elija el color o los colores que más le gusten. Se trata de partir de la teología de la propia religión y compararla con la visión correspondiente de otras religiones Dios, salvación, muerte, vida eterna, pecado, castigo) para contrastarla con soluciones que amplían o matizan el propio punto de vista. Para ello, el profesor de cada tema teológico debe conocer bien otras religiones además de la propia.
Se ha superado la creencia de que la propia religión representa la verdad total y ofrece el único camino de salvación. Extra ecclesia, nulla salus, Fuera de la Iglesia no hay salvación, decía todavía Benedicto XVI.
El pensamiento actual es que cada cultura, en sus circunstancias particulares, ha ido plasmando y socializando su espiritualidad, en sus creencias, ritos y preceptos. Dios se ha manifestado a cada pueblo por medio de personas especialmente sensibles y abiertoas a la escucha. “Dios habló en otro tiempo a nuestros antepasados por medio de los profetas, y lo hizo en distintas ocasiones y de múltiples maneras” (Hebreos 1,1) aunque el autor de este texto sólo pensara en el pueblo judío.
En consecuencia, cada religión es camino de salvación para cada pueblo. Entonces ¿dónde quedan los textos paulinos que presentan a Jesús como único camino de salvación? Los teólogos han tratado de compatibilizar estos textos con la evidencia actual del pluralismo religioso; y propusieron el “inclusivismo”, según el cual los creyentes de otras religiones se salvarían también en Cristo; serían como “cristianos anónimos”.
Estas explicaciones nos resultan hoy un tanto farisaicas; preferimos decir que Pablo habla en el ambiente judeocristiano y su teología es válida para los que pertenecen, o eligen pertenecer; a esa cultura. Su teología se compone de teselas para conformar el puzle cristiano, pueden no encajar en el puzle hinduista o musulmán. Así como algunas teselas no encajarán en el puzle cristiano.
Dios es un Misterio inabarcable por el hombre. Nosotros sólo captamos algunos aspectos que nos resultan comprensibles, porque se parecen (mejor dicho, fundamentan) nuestros mejores valores éticos. Pero según sus propias experiencias cada religión destaca algunos aspectos menos aceptables para otras.
El Islam, como su mismo nombre indica, destaca la sumisión a Dios. El cristianismo está más condicionado por el niño de Belén y por la invocación Abbá, papaíto, y olvida esa sumisión (hoy incluso parece que la rechaza).
El cristianismo de gran importancia a un Dios personal, mientras que las religiones orientales creen en un Dios impersonal, que explica mejor la experiencia mística de la identificación del hombre con Dios. Los místicos cristianos reconocen esa ientificación pero han tenido que contentarse con una especie de unión conyugal con Dios.
En la práctica, la cultura de nuestro mundo occidental, desde el que estamos dialogando, nos lleva a considerar las diversas religiones como verdaderas relaciones con Dios, igualmente salvíficas. Sus creencias, ritos y preceptos son parcialmente válidos, como los nuestros; aunque si prescindimos de los detalles y vamos solamente al fondo encontraremos una espiritualidad común arraigada en la conciencia.
El diálogo interreligioso nos muestra aspectos de Dios menos apreciados en nuestra religión, nos permite apreciarnos como hermanos, y multiplica la eficacia para superar las grandes injusticias que se cometen (que cometemos) en nuestro mundo actual.
Gonzalo Haya
NADIA COPPA: “TENEMOS QUE REFUNDAR LA VIDA CONSAGRADA, CON VALENTÍA Y CREATIVIDAD”
"La vida consagrada no puede renunciar a soñar y a invertir sus energías en el testimonio y en el compromiso de 'despertar al mundo', como ha indicado el papa Francisco a todos los consagrados y consagradas". Con esta premisa ha comenzado su ponencia Nadia Coppa, la presidenta de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), en la jornada de clausura de la 52ª Semana Nacional de Vida Consagrada, que, organizada por el ITVR, ha congregado, desde Madrid, a 600 representantes de la Vida Religiosa, en modo presencial y online bajo el lema ‘Entretejer itinerarios de Esperanza”.
“Deseamos una vida religiosa generadora, capaz de dinamismo, de transformación, dispuesta a generar un cambio real en sí misma y en la Iglesia, pero para ello es necesario partir de regenerarnos nosotros mismos, como personas y como comunidad, abiertos al Espíritu Santo que es fuente de vida nueva y de auténtica transformación”, señaló la religiosa en su ponencia, titulada “Ser vientre generador. Para una Vida Consagrada profética”.
“Todos nosotros, personas consagradas, sentimos la necesidad de una renovación profunda que devuelva autenticidad a nuestras vidas, vitalidad a nuestras fraternidades/sororidades y fecundidad a nuestra misión. Somos conscientes de que las estrategias, los programas y los proyectos son importantes, pero parece que se nos pide algo más. Se requiere una escucha más dócil del Espíritu de Dios para estar disponibles y abiertos a su acción transformadora en nuestras vidas, en la Iglesia y en el mundo”.
Reavivar la frescura
En este sentido, la superiora se preguntó -y preguntó al auditorio”- cómo reavivar “en las comunidades la frescura de la fecundidad vocacional, la alegría y la apertura misionera de los orígenes”, subrayando que, para ello, “el carácter profético de la vida consagrada sigue siendo el elemento esencial" frente a ese “gris pragmatismo en la vida cotidiana de la Iglesia, en la que aparentemente todo procede con normalidad, mientras que en realidad la fe se desgasta y degenera en mezquindad. Se está desarrollando la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo” señaló citando al papa Francisco.
Por ello, y en medio de “tiempos difíciles”, porque “parece que vivimos una crisis tras otra”, Nadia Coppa invitó “transformar la vulnerabilidad en un recurso, reconociendo humildemente que la limitación y la debilidad pueden ser posibilidades y potencialidades para una nueva síntesis personal y comunitaria y para proyectos de humanización del mundo”.
“La persona consagrada es un signo que suscita interrogantes en la vida de los demás. Él, con su vida, propone un estilo de discernimiento y de esperanza que cuestiona y, sobre todo, favorece nuevas y significativas relaciones a nivel humano y un auténtico encuentro con los pobres”, señaló Coppa.
Un viaje hacia los fundamentos
Por ello, mostró la necesidad de un "viaje en profundidad, hacia los fundamentos”, porque “volver a lo esencial de la experiencia de fe significa, en cierto modo, refundar la vida consagrada, con valentía y creatividad”.
“La fidelidad al carisma debe mirar al pasado, pero también debe tener en cuenta el presente y anticipar el futuro, con una reinterpretación del propio carisma que sepa reencarnarse en la realidad presente, en la dimensión espiritual y misionera”, incidió la religiosa.
Consiciente de la necesiadad de una “generatividad” para, en línea con el lema de la Semana, entretejer esperanza, lo que “supone un conflicto entre lo viejo que se resiste y lo nuevo que se impone con su fuerza de cambio”, Coppa pidió “a quienes se enfrentan a esta dinámica que habiten una sana tensión entre el miedo a perder lo que se era, o se tenía como certeza, y un renovado compromiso con nuevos estilos de vida, más humanos y, por tanto, proféticos”.
“Llegar a ser generativos desplaza la atención del hacer al ser y requiere un corazón enamorado, apasionado, lleno de deseo, dispuesto a jugarse y a entregarse. La vida consagrada debe aprender cada vez más el lenguaje de la comunión”, indicó.
De la comunidad de vida a la comunión de vida
Desde aquí, la presidenta de la UISG desgranó una serie de desafíos que debe afrontar la Vida Consagrada, señalando que sus miembros “deben participar del modus vivendi et essendi de Cristo; deben devolver la primacía a la Palabra; hacer sitio cada día a la Palabra de Dios y hacer nacer la Palabra de Dios en el corazón de las personas; abrir la mente para expresar atención y para entrar en relación con un Otro que nos habla”.
Igualmente, añadió Coppa, las comunidades de Vida Consagrada “deben convertirse en lugares donde se genera vida: comunidades o, mejor dicho, koinonías, lugares donde a través del compromiso cotidiano se llega a ser artífice de comunión y se pasa de la comunidad de vida a la comunión de vida”.
Junto a ello, la religiosa propuso “recuperar la dimensión mística de la vida religiosa, volver a la pequeñez y minoridad de los orígenes, hacerse hospitalaria, vivir en la gratitud” y practicar “el arte del cuidado”, “la custodia y la autencidad”.
Madurar un estilo sinodal
Igualmente, instó a “madurar y mejorar un estilo sinodal”, que “es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio", perspectiva en la que “también la vida religiosa debe entrar”, lo que “implica que dejemos atrás privilegios y aristocracias económicas, culturales y espirituales, para pasar a formar parte del pueblo santo de Dios que ha recibido el Espíritu. No se trata de renunciar a nuestra identidad carismática, sino de compartirla con los demás, sin sectarismos, sin elitismos”.
"Del altar a la calle"
En este misma línea, totalmente imbuida del magisterio del papa Francisco, Coppa invitó a la Vida Consagrada a ir también “del altar a la calle: una Iglesia en salida, abierta al compromiso caritativo y misionero”, subrayando, además, que “en un contexto cultural que pisotea el valor de la solidaridad y del compartir hacia todo ser humano, nuestras comunidades no pueden ser indiferentes y deben actuar para apoyar verdaderos itinerarios educativos”.
Desde aquí, afirmó que “la atención al mundo y a los demás no es un imperativo moral, en la perspectiva de la misericordia, sino la consecuencia de una solicitud, un afecto, un deseo, un tener en el corazón: es un ‘enamorarse del mundo’”.
José Lorenzo
15.04.2023 Religión Digital
LA VIDA ES UNA ENFERMEDAD MORTAL DE TRANSMISIÓN SEXUAL
La "búsqueda de la inmortalidad" es una de las aspiraciones más antiguas del ser humano, y se encuentra presente en muchas culturas y civilizaciones desde tiempos ancestrales en diferentes formas y expresiones. En la mitología griega, los dioses olímpicos eran retratados como seres inmortales, y los faraones egipcios se creían semidioses que tenían la capacidad de vivir para siempre en el más allá. En la filosofía antigua griega, también se reflexionaba sobre la inmortalidad del alma, y se buscaba encontrar la clave para lograr la eternidad.
En la actualidad, aún existen diversas corrientes espirituales y religiosas que prometen la inmortalidad del alma o la resurrección después de la muerte, entre ellas la cristiana. Sin embargo, es importante destacar que la búsqueda de la inmortalidad ha sido cada vez más asociada a la ciencia y la tecnología en el siglo XXI, con teorías que proponen la extensión de la vida a través de la biotecnología o la criogenización, entre otros métodos… Estamos ante algo tan antiguo que se llamó el “Elixir de la eterna juventud” y que hoy suena tan nuevo en nuestra sociedad desacralizada, donde el hombre ₋al igual que el mismísimo capitalismo₋ pone todos los rituales y esfuerzos de su parte para intentar perpetuarse y no cesar jamás. Estamos ante un mito científico al que queremos llegar a cualquier precio, una nueva religión.
Pero, ¿quién, si pudiera, no daría todo lo que tiene para conseguirlo?
El elixir de la eterna juventud es una leyenda que ha existido desde hace siglos en diversas culturas y mitologías. Según la leyenda, este elixir es una sustancia mágica que tiene la capacidad de detener el proceso de envejecimiento y mantener a quien lo consume joven y saludable por siempre. En la cultura china, existe la leyenda del "Elixir de la Vida", que se originó en la dinastía Han (206 a.C.-220 d.C.) y afirma que el emperador Qin Shi Huang buscó la fórmula del elixir para prolongar su vida. También en la cultura persa, se habla del "Agua de la Vida" que concedía la juventud eterna… Me parece un dato no menos que curioso, al hilo de lo que estamos reflexionando, el diálogo y la escena de Jesús mantiene con la samaritana a la que le ofrece el agua con la que jamás volverá a tener sed, pero lo dejaré para otra ocasión porque esta cuestión se saldría de la intención primaria de este escrito: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn 4,13-14).
En la actualidad, la ciencia ha avanzado en el estudio del envejecimiento y la búsqueda de métodos para prolongar la vida, pero aún no existe un elixir mágico que garantice la eternidad, quizá sí evitar el dolor, luchar contra la enfermedad y retrasar la llegada del envejecimiento, “enfermedad” que muchos tendremos la suerte de vivir. En todo caso, nuestra sociedad del siglo XXI lo que intenta es eludir las leyes y categorías espacio-temporales que nos gobiernan, aunque sea enmascarándolas, como lo hacen los filtros y programas de belleza en las redes sociales.
Por otro lado, todos queremos perpetuarnos, no caer en el olvido, en el sin-sentido de nacer para morir y después acabar en la nada. En este sentido, hace poco (no sé dónde lo vi, creo que en un programa de tv) una anciana dejó grabado antes de morir un vídeo-mensaje, creo que en las redes sociales, pidiendo que no la olvidaran, tal y como nos transmite de forma insuperable la película Coco, pues existe una muerte que podemos llamar “la muerte última”, la que te hace desaparecer para siempre, la del olvido, precipitando la gravosa pregunta de cuál ha sido el sentido que ha tenido mi efímera existencia y, sobre todo, qué huella ha dejado en los demás. Algunos dicen que escribir un libro, hacer historia, patentar un invento o hacer un descubrimiento, incluso tener un hijo son destellos de una búsqueda insaciable del ser humano que, de alguna forma, no quiere cesar jamás.
La mayoría de los científicos trabajan en proyectos para mejorar la calidad de vida y prevenir enfermedades relacionadas con el envejecimiento, y esto está bien pero no podemos olvidar tan pronto el deseo de inmortalidad y las horribles consecuencias que aparecen en Frankenstein, la in-olvidable obra de Mary Shelley escrita en el s. XIX. Está claro que hoy día tenemos más a mano la oportunidad, no de ser eternos pero sí de ampliar nuestra posibilidad y mejora de vida.
Esto, aunque es justo y necesario, un deber de la ciencia, no es nuestra salvación, ya que olvidamos -aquella frase que muchos atribuyen a Sartre en la que se afirma que “LA VIDA ES UNA ENFERMEDAD MORTAL DE TRANSMISIÓN SEXUAL”, al menos la vida humana.
¡Qué se lo pregunten a ANA OBREGÓN con todo el debate ético y legal que ha abierto sobre la gestación subrogada y el nacimiento de su hijo-nieto! …Y es que, si todavía no está a mi alcance hacer un replicante exacto de la persona amada (recordemos el debate bioético en la película de El sexto día, protagonizada por Arnold Schwarzenegger), al menos podré calmar (sólo temporalmente) mi deseo reviviéndolo en Ana Sandra, hija póstuma de su hijo y nieta-hija de su abuela. Pero… ¡no le podía fallar…! Le prometió que saldría de la enfermedad, y le falló. Pero, ¿es que acaso estaba en su mano que viviera o no? No quiero trivializar, mucho menos ridiculizar la cuestión. Se entiende que la pérdida de un ser querido es un acontecimiento existencial traumático que mueve todos los resortes en los que nos apoyamos.
La verdad es que desde que nacemos, como de alguna manera advertía Martin Heidegger, somos lo suficiente mayores como para morir. Esta es la verdad, la realidad que no queremos asumir. Por ello nuestra vida, en cierto modo, es inauténtica, ya que queremos evadirnos de esta espada de Damocles que todos tenemos encima y que es, junto al sufrimiento, la otra cara de la moneda de la vida-felicidad. Por ello la vida se vive con angustia. Por ello la vida se pierde de sentido y se desorienta en el bosque de la existencia. Por ello vivimos distraídos, descentrados y olvidándonos de que somos seres finitos en busca de infinitud. Por ello nos aterroriza morir, cesar, dejar de existir, pero ¿también de ser? Aquí la fe tiene cabida y no creo que solamente sea como pura ilusión o salida, como escapatoria.
Quiero entender que ese futuro posible no será como en las mejores series de zombies, ni como las mejores películas pías. Honestamente no sé cómo será pero sí cómo no será. Intuyo que llegará de una forma espiritual, incluso ₋podíamos decir₋ cósmica, pues somos tierra, somos polvo de estrellas, pero dudo mucho de que sea un revivir la misma carne, más de lo mismo. No me preguntéis por qué lo sé. No lo sé. Sólo sé que no lo puedo saber. Lo que sí sé es que todos nos negamos a aceptar esta clase de suerte.
Vivimos como si fuésemos eternos e inmortales o, mejor dicho, queriendo olvidar de que la vida tiene límites. No, no podemos conseguir todo lo que deseamos, el deseo juega en otra liga... En este sentido, recuerdo las palabras de Jesús a Nicodemo: lo nacido de la carne es carne, mas lo del espíritu no. Entiendo que, si quiero tener futuro, debo alimentar el espíritu, esa otra parte de mí que me identifica como único e intransferible y que da sentido a mi existencia y a la de los que me rodean en mi co-existencia. Como afirma Leonardo Boff, "Siempre que triunfa la justicia sobre las políticas de dominación, siempre que el amor supera la indiferencia, siempre que la solidaridad salva vidas en peligro ahí está ocurriendo la resurrección, es decir, la inauguración de aquello que tiene futuro".
Si la muerte, la enfermedad, el tiempo y el espacio y la naturaleza nos limita (y debe ser así, si no queremos usurparle el puesto a Dios), el amor milita y vive para siempre.
¿SEGUIMOS CAMINANDO HACIA EMAUS O ESTAMOS VOLVIENDO A JERUSALÉN?
fe adulta
Lc. 24, 13-35
Estamos de nuevo en el tiempo pascual. El tiempo de recordar y experimentar que Jesús VIVE entre nosotros, con nosotros, ahora y ya para siempre. Es el tiempo del Espíritu que nunca abandonará a su pueblo. Antes de nada vamos a tratar de respondernos con sinceridad: vitalmente ¿en qué tiempo vivimos, en que tiempo vivo yo? O dicho en clave del evangelio de este domingo, ¿seguimos caminando hacia Emaús o estamos volviendo a Jerusalén?
Nos encontramos hoy con la aparición a los discípulos de Emaús. Un texto precioso de Lucas, una de las grandes catequesis pospascuales del NT. Una catequesis que resuena con fuerza en nosotros y que nos puede ayudar a descubrir si estamos realmente viviendo como discípulos y discípulas de Jesús Resucitado o simplemente seguimos llorando y añorando al crucificado.
Porque, como todo el evangelio, este texto tan conocido e impresionante, habla de nosotros. Quizá por eso uno de sus personajes no tiene nombre. ¿No podemos ser nosotros/as el discípulo o discípula sin nombre que acompaña a Cleofés? Pongámosle nuestro nombre y sintámonos protagonistas de esta escena. Sin duda lo somos y lo hemos sido en muchas ocasiones.
Varios rasgos definen al discípulo que acompaña a Cleofés, a ese que lleva nuestro nombre. Parece una persona:
- Que camina cabizbaja y desanimada, conversa y discute, que esperaba, pero que ahora parece que ya no espera “Creíamos…”
¿No caminamos así alguna vez? ¿No nos hemos ido del grupo, alejado de todo? ¿No seguimos “tirando” porque esto es lo que hay y no más? Y a veces, ¿no discutimos y damos vueltas pero seguimos viviendo nuestra fe y nuestra vida, con ese andar cansino de quien no espera que las cosas cambien?
- Que sus ojos son incapaces de reconocerlo a pesar de que camina a su lado, de que los escucha sin reproches, de que les explica el sentido de los acontecimientos…
¿Qué nos impide reconocer a Jesús? ¿Qué cataratas difuminan u ocultan tantos signos de vida que suceden cada día a nuestro lado? ¿Qué cierra los ojos de nuestro corazón cuando leemos las escrituras?
- Que en el fondo sigue buscando pero duda, le cuesta confiar en el testimonio de los demás y, a pesar de sus deseos, sigue diciéndose: “Si, vale, hay rasgos positivos, algo parece que va a cambiar, pero “A Él no lo vieron”
¿Cuándo fue la última vez que afirmamos algo así? ¿Cómo buscamos a Jesús, en qué se ha convertido Él para nosotros? ¿Cuándo dijimos de alguien que generosamente sirve o se sacrifica por los demás, “Sí, a saber lo que busca detrás de eso”? ¿O lo desautorizamos diciendo “son mujeres, son curas, son… qué van a decir?
- Una persona que a pesar de todo se siente atraída por este caminante, que de alguna forma ha conectado con el deseo profundo de su corazón, aunque ni él /ella misma es consciente, y le pide: “Quédate con nosotros”. No porque te haya reconocido… simplemente porque algo me hace desear tu presencia, aunque lo exprese tan pobremente: va a anochecer, falta mucho camino, aquí tenemos nuestra casa…
¿Cuándo hemos vivido algo parecido? ¿A quién hemos invitado a nuestra vida que nos ha abierto los ojos y el corazón? El desanimo no suele ser proactivo, no suele llevarnos a dar el primer paso, pero la compañía, el sacar de nosotros lo que nos va doliendo y la escucha atenta del otro nos ayuda a romper el cerco en la que la tristeza nos ha encerrado. Y por ese resquicio entra el Resucitado y se sienta a la mesa, nos mira a los ojos y nos da su pan. Y ese gesto que, ahora sí, nos recuerda al Maestro a quien queremos, en quien habíamos puesto nuestra esperanza, abre por fin nuestros ojos y nuestro corazón.
Y a partir de este momento los rasgos que definen a este discípulo o discípula que lleva nuestro nombre, que somos nosotros son totalmente distintos:
- Es la persona que reconoce con sus ojos a Jesús en un gesto sencillo y un objeto común, el pan que se bendice y se reparte.
- La que es consciente de que su corazón ardía mientras le escuchaba por el camino aunque no se hubiera dado cuenta, y ahora ya no lo duda a pesar de que es de noche y de que Jesús ha desaparecido.
- Es la que levantándose se pone a caminar hacia Jerusalén, a desandar el camino, ahora con ánimo alegre y deseoso de encontrarse con los demás.
- Es la que comparte con los demás su experiencia de encuentro con el Resucitado y goza con las experiencias expresadas por los Once, por los amigos, por los compañeros….
Y lo mejor es que sin duda también podemos reconocernos en estos rasgos. Somos la persona que acompaña a Cleofés camino de Emaús, la que regresa con él a Jerusalén en plena noche y la que anuncia con valentía que Jesús vive y los ha acompañado por el camino. Porque a Jerusalén no se va, según Lucas “se vuelve”.
Solo volvemos a Jerusalén si nos hemos encontrado con el maestro en cualquier camino a Emaús, solo nos experimentamos como personas nuevas si hemos sido conscientes de nuestra realidad de caminantes a Emaús. Y este camino no se recorre de una vez para siempre, es una buena imagen de toda nuestra vida, siempre amenazada por el desanimo y el cansancio, por una fe raquítica y circunstancias externas que la ponen a prueba; pero una vida animada y sostenida por el Espíritu y la presencia de Jesús Resucitado que siempre camina con nosotros y se nos hace presente en tantos signos de vida y esperanza que se dan en nuestro mundo si dejamos que El mismo nos abra los ojos para reconocerlos.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
NO HUIR A EMAÚS DOMINGO 3º DE PASCUA (A) Lc 24,13-35
JOSÉ ANTONIO PAGOLA
No son pocos los que miran hoy a la Iglesia con pesimismo y desencanto. No es la que ellos desearían. Una Iglesia viva y dinámica, fiel a Jesucristo, comprometida de verdad en construir una sociedad más humana.
La ven inmóvil y desfasada, excesivamente ocupada en defender una moral obsoleta que ya a pocos interesa, haciendo penosos esfuerzos por recuperar una credibilidad que parece encontrarse «bajo mínimos». La perciben como una institución que está ahí casi siempre para acusar y condenar, pocas veces para ayudar e infundir esperanza en el corazón humano. La sienten con frecuencia triste y aburrida, y de alguna manera intuyen –con el escritor francés Georges Bernanos– que «lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste».
La tentación fácil es el abandono y la huida. Algunos hace tiempo que lo hicieron, incluso de manera ruidosa: hoy afirman casi con orgullo creer en Dios, pero no en la Iglesia. Otros se van distanciando de ella poco a poco, «de puntillas y sin hacer ruido»: sin advertirlo apenas nadie se va apagando en su corazón el afecto y la adhesión de otros tiempos.
Ciertamente sería un error alimentar en estos momentos un optimismo ingenuo, pensando que llegarán tiempos mejores. Más grave aún sería cerrar los ojos e ignorar la mediocridad y el pecado de la Iglesia. Pero nuestro mayor pecado sería «huir hacia Emaús», abandonar la comunidad y dispersarnos cada uno por su camino, hundidos en la decepción y el desencanto.
Hemos de aprender la «lección de Emaús». La solución no está en abandonar la Iglesia, sino en rehacer nuestra vinculación con algún grupo cristiano, comunidad, movimiento o parroquia donde poder compartir y reavivar nuestra esperanza en Jesús.
Donde unos hombres y mujeres caminan preguntándose por él y ahondando en su mensaje, allí se hace presente el Resucitado. Es fácil que un día, al escuchar el Evangelio, sientan de nuevo «arder su corazón». Donde unos creyentes se encuentran para celebrar juntos la eucaristía, allí está el Resucitado alimentando sus vidas. Es fácil que un día «se abran sus ojos» y lo vean.
Por muy muerta que aparezca ante nuestros ojos, en esta Iglesia habita el Resucitado. Por eso también aquí tienen sentido los versos de Antonio Machado: «Creí mi hogar apagado, revolví las cenizas... me quemé la mano».
A JESÚS VIVO DEBO ENCONTRARLO EN EL OTRO DOMINGO 3º DE PASCUA (A) Lc 24,13-35
fe adulta
Por tercer domingo consecutivo se nos propone un relato enmarcado en el “primer día de la semana”. Estos dos discípulos pasan de creer en un Jesús profeta, pero condenado a una muerte destructora, a descubrirlo vivo y dándoles Vida. De la desesperanza pasan a vivir la presencia de Jesús. Se alejaban de Jerusalén tristes y decepcionados; vuelven a toda prisa, contentos e ilusionados. El pesimismo les hace abandonar el grupo, el optimismo les obliga a volver para contar la gran noticia (todo según el relato).
El encuentro de los dos discípulos de Emaús con Jesús es un prodigio de teología narrativa. En ella podemos descubrir el verdadero sentido de los relatos de apariciones. El objetivo de todos ellos es llevarnos a participar de la experiencia pascual que los primeros seguidores de Jesús vivieron. En ningún caso intentan dar noticias de acontecimientos puntuales. Los discípulos de Emaús no son personas concretas, sino personajes. Lucas no quiere informarnos de lo que pasó una vez, sino de lo que está pasando cada día.
Es Jesús quien toma la iniciativa, como sucede siempre en los relatos de apariciones. Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén decepcionados por lo que había pasado a Jesús. Solo querían apartar de su cabeza aquella pesadilla. Pero a pesar del desengaño sufrido por su muerte y muy a pesar suyo, llevan a Jesús en su corazón y van hablando de él. Lo primero que hace es invitarles a desahogarse, les pide que manifiesten su amargura. La utopía que les había arrastrado a seguirlo, había dado paso a la más absoluta desesperanza. Pero su mente todavía estaba con él, a pesar de su horrible muerte.
En este sutil matiz podemos descubrir una pista para explicar lo que sucedió a los primeros seguidores. La muerte les destrozó, y pensaron que todo había terminado; pero a nivel subconsciente, permaneció un rescoldo que terminó siendo más fuerte que las terribles evidencias tangibles. En el relato de la conversión de Pablo podemos descubrir algo parecido. Perseguía con ahínco a los cristianos, pero sin darse cuenta, estaba subyugado por la figura de Jesús y en un momento determinado, cayó del burro.
La manera en que el relato describe el reconocimiento (después de haber caminado y discutido con él durante tres kilómetros) y la instantánea desaparición, nos indican claramente que la presencia de Jesús, después de su muerte, no es la de una persona normal. Algo ha cambiado tan profundamente, que los sentidos ya no sirven para reconocer a Jesús. Estos detalles nos vacunan contra la tentación de interpretar de manera física los relatos que nos hablan de Jesús después de su muerte.
Nosotros esperábamos… Esperaban que se cumplieran sus expectativas. No podían sospechar que ya se habían cumplido. Fijaos bien cómo refleja esa frase nuestras propias decepciones. Esperamos que la Iglesia... Esperamos que el Obispo... esperamos que el concilio... Esperamos que el Papa... Esperamos lo que nadie puede darnos desde fuera y surge la desilusión. Lo que Dios puede darnos ya lo tenemos. El desengaño es fruto de una falsa esperanza. Por seguir esperando lo que Jesús ya nos está dando, llega la desilusión.
Según el relato, no es Jesús el que cambia para que le reconozcan, son los ojos de los discípulos los que se abren y se capacitan para reconocerle. No se trata de ver algo nuevo, sino de ver con ojos nuevos lo que tenían delante. No es la realidad la que debe cambiar para que nosotros la veamos. Somos nosotros los que tenemos que descubrir la realidad de Jesús Vivo, que tenemos delante de los ojos, pero que no apreciamos. Hay momentos y lugares donde se hace presente Jesús de manera especial, si sabemos mirar.
1) En el camino de la vida. Después de su muerte, Jesús va siempre con nosotros en nuestro caminar. Pero el episodio nos advierte que es posible caminar junto a él y no reconocerlo. Habrá que estar más atento si, de verdad, queremos entrar en contacto con él. Es una crítica a nuestra religiosidad demasiado apoyada en lo externo. A Jesús no lo vamos a encontrar en el templo ni en los rezos ni en los ritos sino en la vida real, en el contacto con los demás. Si no lo encontramos ahí, cualquier otra presencia será engañosa.
La concepción dualista que tenemos del mundo y de Dios nos impide descubrirlo. Con la idea de un Dios creador que se queda fuera del mundo, no hay manera de verle en nuestra realidad cotidiana. Pero Dios no es lo contrario del mundo, ni el Espíritu es lo contrario de la materia. La realidad es sensible, pero en la realidad podemos distinguir otro aspecto. Desde el deísmo que considera a Dios como un ser separado y paralelo de los otros seres, será imposible descubrir en las criaturas la presencia de la divinidad.
2) En la Escritura. Si queremos encontrarnos con el Jesús que da Vida, tenemos en las Escrituras un eficaz instrumento. Pero el mensaje de la Escritura no está en la letra sino en la vivencia espiritual que hizo posible el relato. La letra, los conceptos no son más que el soporte en el que se ha querido expresar la experiencia de Dios. Dios habla únicamente desde el interior de cada persona, porque el único Dios que existe es el que fundamenta cada ser. Dios solo habla desde lo hondo del ser. Esa experiencia, expresada, es palabra humana, pero volverá a ser palabra de Dios si nos lleva a la vivencia.
3) Al partir el pan: No se trata de una eucaristía, sino de una manera muy personal de partir y repartir el pan. Referencia a tantas comidas en común, a la multiplicación de los panes, etc. Sin duda el gesto narrado hace también referencia a la eucaristía. Cuando se escribió este relato ya había una larga tradición de su celebración. Los cristianos tenían ya ese sacramento como el rito fundamental de la fe. Al ver los signos, se les abren los ojos y le reconocen. Fijaos, un gesto es más eficaz que toda una perorata sobre la Escritura.
4) En la comunidad reunida. Cristo resucitado solo se hace presente en la experiencia de cada uno, pero solo la experiencia compartida me da la seguridad de que es auténtica. Por eso él se hace presente en la comunidad. La comunidad (aunque sean dos) es el marco adecuado para provocar la vivencia. La experiencia compartida empuja al otro en la misma dirección. El ser humano solo desarrolla sus posibilidades de ser, en la relación con los demás. Jesús hizo presente a Dios amando, es decir, dándose a los demás. Esto es imposible si el ser humano se encuentra aislado y sin contacto alguno con el otro.
El mayor obstáculo para encontrar a Cristo hoy es creer que ya lo tenemos. Los discípulos creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él; pero aquel Jesús, que creían ver, no era el auténtico. Solo cuando el falso Jesús desaparece, se ven obligados a buscar al verdadero. A nosotros nos pasa lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no necesitamos buscarle. El verdadero Jesús es nuestro compañero de viaje, aunque es muy difícil reconocerlo en todo aquel que se cruza en nuestro camino.