FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

ESTE ES EL BLOG OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DEL COLEGIO SAN PAULINO DE NOLA
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ATALAYA

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viernes, 23 de diciembre de 2022

Sor Lucía Caram: «Os lo pido, os lo suplico: aceleremos la llegada de la paz»

 Religión Digital

Relato del «infierno del dolor absurdo de la guerra de Ucrania»
«Los relatos son escalofriantes. Ver una madre que entierra a su hijo, y que ella misma tira la tierra sobre su sepultura; contemplar cómo semana tras semana crece de forma vertiginosamente triste el número de tumbas de jóvenes soldados, y escuchar el relato del horror y la crueldad; del miedo y la tensión, es algo que no se puede describir» … Ver noticia …

Los últimos estertores del golpe de Estado de 2010

 

¡FELIZ NAVIDAD!

religión digital

col emma

 

 

FELIZ NAVIDAD...  es el deseo más repetido en estos días.

¿Qué deseo yo para mí y para quienes deseo una feliz navidad?

Que celebrar el “cumpleaños” de Jesús sea una ocasión para recordar algunas de las lecciones de vida que podemos aprender del relato que de Jesús nos narran los evangelistas (más allá de que seamos o no creyentes, cristianos, católicos…)

Podemos aprender:

· Una manera de estar en la realidad con atención y lucidez a lo que pasa y descubrir por qué pasa lo que pasa.

· Una manera de mirar la realidad sintiéndose parte de ella, siendo con ella, sintiéndose parte de la humanidad: “lo que hagáis a los demás a mí me lo hacéis”, sintiéndose uno con el Misterio de Amor fundante de todo lo que es que Jesús nombraba como Abba.

· A subvertir el orden establecido cuando éste no es orden sino desorden establecido.

· Dejar que se conmuevan nuestras entrañas ante el grito de dolor de tantas personas apaleadas, saqueadas, “descartadas” y ese estremecimiento se convierte en misericordia operativa.

· A perdonar de corazón sin renunciar a la justicia.

· A amar sin condiciones, gratuitamente, y al tiempo con un amor preferencial hacia las víctimas del desamor.

· Estar en la vida no como maestr@s que lo sabemos todo sino como discípul@s de la vida, aprendiendo de las personas, de la realidad, desde su mirada contemplativa cotidiana.

· A mirar la realidad no como objetos a utilizar, acaparar, poseer sino como presencia reveladora de la fuente de la Vida.

· A vivir sobriamente descubriendo dónde está la verdadera riqueza que no está en el poseer sino en el ser.

· A pasar por la vida sencillamente haciendo el bien, echando una mano.

· A vivir siendo libre del “ego” (diríamos hoy) y poder ser libre para amar, liberar, empoderar.

· A no claudicar ante las amenazas, calumnias y la propia muerte porque amó más la fidelidad al proyecto de justicia y fraternidad (Rieno de Dios le llamó él) que su propia vida.

Si esto aprendiésemos sí podríamos de verdad vivir una Navidad que nos haga felices a todas las personas y salvaguarde la vida en nuestro planeta.

FELIZ NAVIDAD.

 

Emma Martínez Ocaña

Y SI NO HUBIESE LUCES DE NAVIDAD

fe adulta

col gerardo

 

He hecho un gran descubrimiento. Mirando en las calles de Logroño, llenas de luces, no se pueden ver las estrellas. Ahora me explicó por qué cuando los magos llegan a Jerusalén, dice el evangelio que la estrella se ocultó. Yo diría mejor, no se podía ver.

Y es que, si una luz nos ofusca, no nos deja percibir lo que hay detrás. Y el lujo, la arrogancia, el boato… obscurecían a la estrella.

¿Cómo va a saber un señor que vive entre millones de dinero, los apuros que supone pagar una bombona de gas? ¿Cómo va a experimentar un señor con tres pisos o chalets, lo que supone el embargo y el desahucio? Hay personas que se quedan asombradas porque ¿cómo puede una criada tener unas horas libres cada día y el fin de semana entero?

Herodes y los magos no pudieron ver al Niño porque su boato se lo impedía.

Y realmente es un problema de luces. Cuando tenemos tanto lanzamiento de luz, quedamos ofuscados. Las luces y los anuncios nos ponen en primer plano las ofertas y nos encierran en ellas hasta que las compremos.

Sobran luminarias, sobran anuncios, sobran falsas perspectivas de lujo. Nos ocultan la realidad. Y así no vemos la dureza, pero a la vez la vista tan natural, tan profunda de las personas.

Para descubrir la estrella, para conocer al niño Jesús, hay que estar al raso, al aire libre, sin intereses económicos, sociales, religiosos o políticos. Como los magos. Y entonces encontramos la Luz, la Paz. Si somos buscadores, nos encontraremos con Dios.

A veces me explico porque algunos pobres quieren vivir fuera de la ciudad, al aire libre. San Francisco descubrió al recién nacido siempre y lo plasmó en un sencillo belén.

Nos lo dijo ese niño cuando creció: “felices los pobres porque verán y captarán el Reino de Dios”. Quiero celebrar la presencia siempre de Jesús en nuestra vida. Para ello apagaré muchas luces de propaganda.

“RENACER” O NACER DE OTRA MANERA

 

col zapatero

 

Es habitual que las sociedades civiles se preocupen por conocer la vida de las personas, desde principio a fin, cuando las considera célebres, ilustres o importantes. Pone encima de la mesa preguntas tales como "dónde, cuándo, cómo, por qué, etc.", con el propósito de indagar o esclarecer los aspectos más importantes de sus vidas. También se hace lo mismo en el campo de las religiones, como han sido, entre otros, el caso de Buda y Mahoma, por citar algunos de los más relevantes. Ni que decir tiene que, en este sentido, Jesús de Nazaret se ha venido llevando la palma desde hace veinte siglos, diecisiete para ser más exactos, en el mundo occidental de manera especial.

Primero los evangelistas, Lucas principalmente, y después la Iglesia a través de los siglos, se han ocupado de presentarnos aspectos importantes de la vida de Jesús. Si bien es verdad que los primeros no pretendieron ofrecer historia, sino catequesis sobre sus orígenes mesiánicos y su misión salvadora; no fue así el caso de los cristianos que, a través de los siglos, fueron dando valor histórico a lo narrado en los evangelios. En el caso de la pasión y muerte fomentaron, y de qué manera, sentimientos de culpa por parte de la propia persona y de compasión a la vez hacia el crucificado. Las procesiones de Semana Santa son la mejor muestra. De igual manera, la narración de la infancia de Jesús, su nacimiento principalmente, imbuyeron en la gente desde muy temprano sentimientos de profunda ternura hacia un Dios, hecho niño, que se hace presente a través de una humanidad débil y necesitada. En este caso fueron los belenes, montados en iglesias, conventos, casas particulares y en plazas y calles incluso, los que nos lo fueron mostrando de manera más que palpable.

En general, excepto en el caso de algunas personas y de pequeños grupos, todo quedó, en ambos casos, en puro sentimiento, cuando no sentimentalismo, muy lejos de las llamadas a la conversión y al cambio profundo que Jesús exigirá durante su vida pública, de manera insistente, a quienes pedían seguirlo. Sus palabras referidas a la necesidad de renunciar y morir para poder dar fruto (“Si el grano que cae en tierra no muere…”) sonaban a comparaciones de una belleza poética sin parangón, pero nada más. Incluso sus más íntimos llegaron a decirle “Duras son estas palabras”. Aun así y a pesar de los consiguientes abandonos, Él nunca se arremedó ni bajó las exigencias.

De hecho en la conversación que mantuvo con Nicodemo no se salió por la tangente ni se fue por las ramas “En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Ju 3,3). Jesús, como bien sabemos, se refería al otro nacimiento que no entiende de lugares, de tiempos ni de otras anécdotas que a la postre no inciden para nada en la plenitud de uno mismo ni en la felicidad de los demás. Jesús se refería al cómo, o lo que es lo mismo, a nacer de otra manera. Esa manera, precisamente, que acostumbra a molestar demasiado a propios y a ajenos, razón por la cual no dudamos, ya desde los comienzos, en aplicarla todos los eximentes posibles con tal de que dejase de incomodarnos y complicarnos la vida. Era y sigue siendo mucho más atractivo, qué duda cabe, un cielo con angelitos revoloteando que proclaman por doquier paz, que denunciar la injusticia de cerca y de lejos como la causante de tanta destrucción material y eliminación de vidas. Cómo no va a ser mucho más enternecedor contemplar a un recién nacido, postrado en un pesebre, mientras lo lamen el buey y la mula, que tener que arremangarse con la acción y la palabra para evitar desahucios, por ejemplo, o cualquier otro tipo de atropello. “Renacer” o lo que es lo mismo, desmontar todo un tinglado de estructuras religiosas, que no evangélicas, es harina de otro costal que conviene dejar aparcado para tiempos mejores. Ahora es tiempo de conformarse con el nacimiento, el propio y el ajeno, y agradecer de palabra, para qué más, que Dios se haya encarnado en un recién nacido. Proponiéndonos ser buenos, claro está, con los de cerca y los de lejos, por un tiempo al menos. Dejemos el “renacer” para tiempos mejores. Cantemos ahora esos cantos celestiales que tanto nos enternecen, mientras confraternizamos alrededor de la mesa con familiares y amigos. Y mañana, Dios dirá. Ya le agradeceremos, si acaso, todo lo que Él nos da, a la vez que le pediremos que se lo dé también a quienes lo puedan estar necesitando.

Y, cómo no, que siga naciendo como hasta ahora. ¿Acaso no es bonito? ¿Para qué cambiar las cosas? Dejemos eso del “renacer”, o nacer de otra manera, para ocasiones más propicias.

LAS IGLESIAS VACIADAS O LA IGLESIA VACÍA


col moreno fuente

 

La revista Tiempo de Hablar, Tiempo de actuar, de la web MOCEOP, dedica su nº 170 de este año que termina, al fenómeno de las Iglesias españolas vaciadas, sobre todo de jóvenes e incluso de personas menores de cuarenta años, a no ser mujeres. Pero puede afirmarse, que no solo los edificios de las Iglesias se están despoblando, sino que también la misma Iglesia, en sentido propio, se está quedando vacía. Y es que la palabra "Iglesia"  causa hoy  un rechazo casi visceral, no solo por su antiguo apoyo a la dictadura franquista, sino sobre todo, por su conservadurismo actual, respecto al aborto, al divorcio, la homosexualidad y por su oposición al colectivo LGTBI, respecto al que  se mantienen aún terapias de conversión en  las diócesis de Alcalá de Henares, Granada y otras, creyendo que con estos cursos terapéuticos pueden cambiar su orientación sexual. A todo lo cual hay que añadir los casos de pederastia, inmatriculaciones, etc.

Es cierto, hoy se percibe a la institución de la Iglesia como una Iglesia de poder, especialmente entre nosotros. Iglesia S.A, como el periodista Angel Munárriz titula su libro: Iglesia S.A: Dinero y poder de la multinacional vaticana en España. Por  lo que puede afirmase que hoy, tanto la Iglesia católica, como la evangélica o protestante en España, están sufriendo una crisis tremenda, al estar quedándose vacías por el abandono de sus fieles. Según una reciente encuesta del CIS, ya sólo el 57% de los españoles se declaran católicos, diez puntos menos que cuando, hace apenas un par de décadas, la cifra estaba en torno al 90%. Y en los tres años escasos que ha durado la pandemia,  el  número de agnósticos y ateos ha crecido en España, del 27,5 % en 2019 al 37,1 % en 2021 (Agencias).

Todo esto es innegable, pero al hablar así, en principio nos estamos refiriendo  a la Iglesia como institución eclesiástica,  a la Iglesia identificada con la Jerarquía, lo que es legítimo porque, tanto hoy como en siglos anteriores,  entendemos que cuando habla o actúa el Papa, la Conferencia Episcopal Española o cualquier obispo, es la Iglesia la que habla o actúa.  Pero la Iglesia ¿es solo la jerarquía eclesiástica?  Parece una pregunta tonta, porque esto es lo que siempre hemos creído. Pero hoy no es ocioso preguntar ¿La jerarquía es la única Iglesia que existe?

La respuesta que damos hoy es que NO. Que la creencia tradicional de que la Iglesia es la jerarquía, se debía a influencia de los Concilios de Trento y del Vaticano I, pero esto ha cambiado después de la celebración  del Concilio Vaticano II. Efectivamente, según la Constitución sobre la Iglesia, la Lumen Gentium (Luz de las gentes o de los pueblos=LG) de este Concilio, la Iglesia, en sentido propioantes de ser la institución eclesiástica o la jerarquía, es  el Pueblo de Dios. Asi se afirma en el cap. 2º, nº 9 de la LG, que dice: "Como al pueblo de Israel... a la congregación formada por Dios de los que creen y ven en Jesús al autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, la constituyó en Iglesia, a fin de que fuera sacramento visible de esta unidad salutífera". Y a esta Iglesia nos incorporamos todos por el bautismo: "Los bautizados son consagrados por la regeneración  y la unción del E. Santo como casa espiritual y sacerdocio santo" (LG 10). Por el bautismo, pues, todos formamos la Iglesia o Pueblo de Dios, en la que todos somos iguales.   Las diferencias vendrán después por los carismas o funciones. Así, el de dirección o gobierno lo ejercerá la Jerarquía (cap.3 de la LG) y a los laicos les corresponderá el carisma de: "ordenar e iluminar las realidades temporales, de tal modo...que se realicen y progresen conforme a Cristo" (c. 4º, nº 31). Por lo que, en primer lugar, siguiendo al Concilio Vaticano II, debemos constatar que todos los bautizados formamos la Iglesia, no solo la jerarquía. Y en segundo lugar, podemos afirmar que existen dos secciones dentro de la propia Iglesia: la Iglesia jerárquica y la Iglesia formada por los fielesA esta  segunda sección de la Iglesia, el obispo emérito Pedro Casaldáliga, la llama Iglesia popular:

"Si decimos 'Iglesia jerárquica', con más razón podemos decir 'Iglesia  popular'. Por dos motivos: La Iglesia tiene jerarquía, pero es pueblo de Dios. La jerarquía es minoritaria en la Iglesia, es un servicio a la Iglesia y al mundo. Mientras que el pueblo, ese pueblo de Dios, es la inmensa mayoría.

Por otra parte, hablar de Iglesia popular significa hablar de una 'Iglesia en la base', donde están los pobres, donde se puso Jesús". (Vigil, José Mª. La opción por los pobres. Santander, Sal Terrae, 1991, p. 53)

Por lo que, según Casaldáliga, en un sentido externo o jurídico hay dos Iglesias en la Iglesia, valga la redundancia: la Iglesia jerárquica, que es la jerarquía y la Iglesia popular, que es  la inmensa mayoría del pueblo o de los fieles. Ahora bien,  en un sentido estricto o teológico, solo existe una Iglesia: la Iglesia popular. Esta Iglesia será toda  la Iglesia, tanto la jerárquica como la del pueblo o los fieles, cuando esta Iglesia se sitúe donde están los pobres, los oprimidos o los descartados, como dice el Papa Francisco. Tan erróneo será, por tanto, identificar a la Iglesia con la Iglesia jerárquica, como se suele entender todavía hoy, como identificarla con  la gran mayoría del pueblo, distinto de la jerarquíacomo lo han hecho algunos movimientos populares (movimientos de pobreza, cátaros) en la Edad Media y recientemente algunas Comunidades Cristianas de Base o Populares.

Esta problemática de la Iglesia jerárquica o Iglesia popular, la tratamos en el libro que  hemos escrito mi amigo Manolo y yo y que lleva por título: Otra Iglesia es posible: la Iglesia popular española.  En él narramos la vida de diversos movimientos cristianos de toda España y en especial de Andalucía. Movimientos integrados por miembros de la  HOAC, JOC, Vanguardia obrera, por  curas obreros, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas de barrio, de Cristianos por el Socialismo, de Comunidades Cristianas de Base o Populares, los cuales  estuvieron al lado del pueblo oprimido y marginado de España, durante la dictadura franquista, la Transición y  la restauración democrática, durante los 30 años que van de 1969 a 1999. Aquí la Iglesia popular son todas las personas cristianas, tanto de la jerarquía como del pueblo, que estuvieron cerca y se comprometieron con el pueblo marginado, participando en las organizaciones que ellos crearon para conseguir salir de su marginación y opresión.

En este libro desaparece el fenómeno o problema de las Iglesias vaciadas o de la Iglesia vacía, porque lo que manifiestan los cristianos de estos movimientos, es que el número de cristianos no hay que medirlo por las personas que asisten al culto que se celebra dentro de los edificios de las Iglesias. Ya no es lo más importante  la asistencia a Misa, la práctica de los Sacramentos y el resto de los actos de culto o alabanza a Dios que se realizan dentro de las Iglesias. Estos cristianos relativizan estas manifestaciones cultuales, poniendo lo esencial en la experiencia de vivir la fe en pequeños grupos o comunidades, que permitan el trato personal fraternal/sororal y vivir comprometidos por la liberación del pueblo, dentro de las organizaciones que el mismo pueblo haya creado: sindicatos, partidos políticos, asociaciones de vecinos etc.

A esta  Iglesia popular,  entendida como nos dice el Vaticano II y nos lo explica el obispo Casaldáliga, no le  preocupa o interesa tanto el fenómeno actual de las Iglesias vaciadas de fieles. Sí se le preocupa y mucho el problema del abandono o apostasía de las personas que fueron cristianas, porque para ellos, este abandono es un signo o prueba de que los miembros que decimos pertenecer a esa Iglesia popular, tanto si es jerarquía como fieles en general, no somos buena noticia o signo de unidad salvadora, como decía el Vaticano II, para nuestros hermanos de hoy. No estamos cumpliendo totalmente con el propio sentido de ser Iglesia popular, es decir, no estamos suficientemente al lado y en defensa de las personas pobres, marginadas o descartadas (como dice el Papa Francisco), que se hallan en nuestro entorno, en los barrios de nuestras ciudades, en nuestra España. Porque sabemos que el escándalo producido por no practicar lo que decimos creer, es la causa del abandono y apostasía de la fe cristiana de muchas personas.

 

Antonio Moreno de la Fuente

Sevilla 11 diciembre 2022

VIVIR EN COMUNIDAD. DIÁLOGO CON JOSÉ ARREGI


col arregi

 Guy et Régine Ringwalt: Este número de PARVIS se presenta bajo el título “Vivre en communauté”. ¿Qué te sugiere de entrada?

Todo está dicho en esas dos palabras: vivir comunidad. La vida brota de la comunión para la comunión: cada ser viviente es una forma particular que emerge de una unión de partículas, átomos, moléculas, células, tejidos, órganos…. Y planetas, estrellas, galaxias, universo o multiverso… Desde lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande, todo es relación con todo. Ser es inter-ser, como decía Tich Nhat Hanh. También los seres humanos nacemos de otros y somos con otros, y formamos con todo un cuerpo animado, en el que el bien propio y el bien común son inseparables. Cuanta más comunión, más plenitud de ser.

José Arregi: Pero ¿es posible llegar a conciliar realmente el interés propio y el interés común?

Esa es la cuestión humana por excelencia. La evolución nos ha dotado de una maravillosa y peligrosa conciencia del “yo”: nos da una formidable capacidad de comunión y es el mayor obstáculo para aunar el bien propio y el bien común. Somos una especie contradictoria. Nuestro gran reto –biológico y científico, personal y político, mental y espiritual…– es caminar hacia una conciencia de sí más libre y amplia, más individual y universal a la vez. Saber ser más uno mismo siendo más en común sería la gran sabiduría.

GRR: ¿La Iglesia puede aportar esa sabiduría?

JA: Debe y puede aportar su grano, pero, para ello, es preciso que se libere de sus ataduras dogmáticas e institucionales, dejándose inspirar por Jesús: “Todos/as sois hermanos/as”, “Amaos”, “Que sean uno, como yo en ti y tú en mí”, “Sed compasivos”, “Misericordia quiero, y no sacrificios”… Esa es la experiencia espiritual originaria que late en todas las religiones y a la vez las transciende todas, incluido el cristianismo. La comunión profunda de la vida a todos los niveles constituye también la esencia de la Iglesia de Jesús, su ser profundo, su experiencia fontal, su vocación última hacia dentro y hacia fuera, hasta superar todo dentro y fuera. La gran dificultad es el apego al yo superficial, el ego. El apego a la institución eclesiástica es una forma de apego al yo superficial. Vivir en común conlleva algún tipo de institucionalización, pero la institucionalización de la comunión no depende de ninguna revelación divina, sino de las circunstancias históricas y culturales.

GRR: ¿Podrías explicarte un poco más sobre esto último?

Ninguna religión, doctrina, rito ni mandamiento proviene desde fuera. Dios no es un señor soberano que crea, habla, ordena, escucha, responde desde fuera. Es el Alma y la Comunión, el Interser de todo cuanto es. Crea, actúa, ilumina, inspira, anima, se revela en el corazón de cuanto es. Jesús nunca pensó en establecer ninguna institución, ni sacramentos, ni jerarquías, ni congregaciones religiosas, ni leyes, ni dogmas. Y aunque lo hubiera hecho, no por ello sería vinculante a la letra, pues Jesús fue un hombre de su tiempo. Lo que nos vincula y hace libres es el Espíritu que le inspiró y que lo anima todo, que le llevó a crear un movimiento de comunión subversiva, de hermanas y hermanos, libres y en comunión. Ese espíritu creativo es lo que ha de empujar a la Iglesia y animarla a dar formas nuevas y plurales a la comunión transformadora, a la comunidad de comunidades –libres y liberadoras– que es. Ya no podemos concebir que el vivir en comunión requiera una misma organización, una autoridad jerárquica, unanimidad de creencias… Jesús pensó que su grupo de discípulas y discípulos itinerantes formaba una familia fraterno-sororal “sin padre” ni “maestro” ni “señor”.

GRR: Tú has sido franciscano, has vivido en comunidad durante muchos años.

JA: Sí. Cuarto de una familia de 13 hermanos, a la edad de 6 ó 7 años, en una peregrinación al santuario franciscano de Arantzazu, mirando boquiabierto una larga fila de jóvenes franciscanos estudiantes de teología que nos despedían a los peregrinos, me sentí profundamente atraído. A los 10 años (en 1963, en pleno Concilio Vaticano II), sin saber muy bien lo que estaba pasando, dejé la familia (a la que no volví a ver hasta un año después, y no había teléfono), ingresé en el Seminario de Arantzazu, una enorme familia de 150 compañeros de mi edad (¡qué riqueza!), sin ninguna compañera (¡qué carencia!). A los 15 años tomé el hábito y un año después –sin tampoco saber lo que hacía, y sin noticia alguna del Mayo 68– profesé los tres votos (pobreza, celibato y obediencia), junto con otros 15 compañeros.

GRR: ¿A los 16 años?

JA: Sí, en 1969. Hoy, solo 53 años después, nos parece un sinsentido, y lo es. Un nuevo mundo estaba emergiendo, pero aún no lo sabía. Tardaría 20 años más en caer en cuenta plenamente de que el modelo tradicional de la llamada “Vida religiosa” no se tiene en pie. El anhelo profundo que inspiró sus orígenes y todas las transformaciones que ha conocido sigue aún vigente: el anhelo de comunión consigo y con todo, empezando por los últimos. Pero el marco teológico-canónico medieval ya no se sostiene por ningún lado: ni Jesús aconsejó los votos, ni es un “estado de perfección”, ni se trata de una vida de mayor entrega a Dios ni de mayor compromiso con los más pobres. He conocido muchas monjas y frailes de admirable madurez, experiencia espiritual, generosidad y compromiso por los últimos, pero no más que fuera de las comunidades religiosas. El modelo tradicional responde a una imagen dualista, maniquea, patriarcal, piramidal del ser humano, de Dios, de Jesús, de la Iglesia, que está en contradicción con la visión actual holística del mundo, del ser humano, de Dios… El desmoronamiento de las congregaciones es un signo del Espíritu universal. Desde hace décadas, anima múltiples movimientos de comunidades, formadas de personas célibes o casadas mixtas, comunidades transformadoras y contemplativas, ecológicas y liberadoras, místicas y políticas, creyentes o no creyentes, dentro o fuera de un marco religioso, pero transcendiéndolo.

GRR: ¿Por eso dejaste la Orden franciscana?

JA: La dejé porque el obispo de la diócesis me retiró la licencia para seguir enseñando teología. Fue en el año 2010, a mis 57 años. Entonces se me planteó una gran disyuntiva: sumisión o libertad. Me pareció que la Vida me pedía ser fiel a mí mismo y a mi misión, y me pedía ahorrar conflictos a mis hermanos franciscanos, que siguen siéndolo. Por todo eso abandoné tanto la Orden como el sacerdocio. Cinco años después me casé, y voy descubriendo cada día lo que de verdad significa “vivir en comunidad”, muy en concreto y a fondo, con otra persona hecha, igual que yo, de carne y hueso, de luz y de sombra, de arcilla preciosa y frágil: acoger y dejarse acoger, cuidar y dejarse cuidar, pedir perdón y perdonar, perdonarme, comprendernos mutuamente en todo, confiar siempre en ella y confiar cuanto puedo en mí mismo, tener paciencia con ella y más todavía conmigo mismo, hablar y escuchar, disentir, aprender, callar juntos, colaborar, desearnos lo mejor, compartir las grandes inquietudes y las grandes causas del mundo de hoy, sufrir y disfrutar juntos, disfrutar mucho, dejar que la ternura, sobre todo la ternura, renazca cada día. Eso es vivir en común. Es un ejercicio de humanidad. Un camino de desapego y de liberación. Una gran exigencia y, sobre todo, una gran bendición.

GRR: ¿Es posible que la Iglesia sea todavía lugar y signo de esa comunión?

JA: Es su ser y su misión. Y existen innumerables comunidades que viven la comunión o caminan hacia ella en lo más hondo y concreto. Pero, para ello, la institución de la Iglesia, de todas las Iglesias, de la Iglesia “católica romana” en particular, debe llevar a cabo una profunda metamorfosis interna. No bastará con remiendos y meros cambios de estilo. El Aliento de la vida la llama a transformar radicalmente o a dejar que caiga simplemente todo su andamiaje institucional, clerical, su Derecho Canónico, su teología y su código moral oficiales; responden a una cultura de hace milenios que entre nosotros ha desaparecido y pronto desaparecerá en todos los continentes.

Es indispensable que las Iglesias se dejen animar e infundan el espíritu de la koinonía (comunión), un término fundamental en los orígenes del movimiento cristiano, que significaba cuatro cosas: comunión de mesa o fracción del pan o eucaristía, comunión con Cristo o con Dios, comunión real de bienes, comunión de comunidades. Eso es la Iglesia –hecha de Iglesias–, para eso es. No habrá eucaristía en la Tierra mientras haya quienes padecen hambre; no podremos comulgar con el cuerpo real de Jesús mientras la humanidad no sea una única comunidad de pueblos diversos; no habrá comunión con Dios mientras no haya una justa distribución de todos los bienes; no habrá comunión en la Iglesia mientras todas las Iglesias no se reconozcan como hermanas, iguales, libres; mientras no desaparezca la subordinación de unas Iglesias a otras, mientras no se derogue la constitución jerárquica y clerical, machista: un sistema de poder y de sumisión bajo un sumo representante de Cristo, un papa elegido por unos cardenales elegidos por el papa, que elige y ordena a unos obispos que eligen y ordenan a unos sacerdotes dotados de poderes sagrados exclusivos; la Iglesia no será comunión mientras se conciba y funcione como formada por tres estamentos: clérigos, religiosos y todo el resto que no son ni lo uno ni lo otro a quienes se llama “laicos”.

Tal vez sea ya demasiado tarde para esta gran metamorfosis, y no quepa esperar sino su entera disolución institucional o la pervivencia de residuos convertidos en reductos sin alma inspiradora de vida y de comunión. Sea como fuere, allí donde estamos, a título personal y comunitario, humilde y confiadamente, podemos tratar de respirar y de vivir del Espíritu que alienta y ensancha la vida, y tratar de contribuir con nuestro pequeño aliento a la gran comunión eco-liberadora que la humanidad está llamada a ser. La comunión que es el corazón de todo lo Real, el horizonte que lo atrae, el espíritu que animó a Jesús y que sigue alentando en todos los seres.

 

José Arregi

(Publicado en la revista Les Réseaux des Parvis, n. 113, noviembre-diciembre 2022, pp. 6-7)

ALEGRÍA Y ESPERANZA EN ESTA NAVIDAD

fe adulta

col mesa

 

Hace unos días nos reunimos en comunidad para celebrar la Navidad, con un tema que, de fondo y forma, se sintetizaba en dos palabras: Alegría y Esperanza. Dos términos que sirven para este tiempo y para cualquier momento de nuestra vida. Como la misma Navidad.

Y hoy, recordando los comentarios de quienes asistimos, la emoción que sentimos y los anhelos con los que salimos a vivir lo celebrado, me venía a la mente, no sé por qué, un texto de Pablo en su carta a los Romanos: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro…?” (cf. 8,35-39).

Las circunstancias sociales y políticas que vivimos en nuestros días no son, claramente, el mejor caldo de cultivo para vivir la alegría y la esperanza: guerras, hambre, cierre de fronteras a la emigración, violencia contra la mujer, desahucios, múltiples injusticias, marginación, privatización de la sanidad, mayor empobrecimiento… Todo ello difundido, amplificado y deformado por los medios de (in)comunicación y las redes sociales, lo que nos conduce es a la tristeza, el desaliento, la apatía y la indiferencia.

Sin negar en absoluto estas realidades que se dan cada día en nuestra sociedad y en nuestro mundo, nuestra fe, nuestros sueños, nuestra apuesta cotidiana por ayudar a construir otro mundo más justo, pacífico, fraterno y sororal, nos impulsa a no dejarnos aplastar por los sucesos de la realidad que padecemos, poniéndonos cada día de nuevo en marcha, con los pasos vacilantes de un niño, de una niña pequeña, pero con las seguridad de que a nuestro lado hay unos brazos vigilantes que no nos dejarán caer, una voz que nos invita con ternura a caminar, una confianza absoluta en ese cariño que se nos ofrece.

La encarnación de tantas personas en nuestro mundo por hacer un mundo más dialogante, equitativo y humano nos muestra la senda a recorrer. Hay muchas estrellas que nos iluminan en la noche oscura e indican el horizonte hacia el que debemos dirigirnos, estrellas que ya se han apagado pero cuya luz aún sigue presente en nuestro interior, y otras vivas, luminosas, ejemplares, ardientes. Las personas marginadas, violentadas, oprimidas, perseguidas, empobrecidas… nos señalan el lugar donde debemos asentar nuestro corazón y nuestro trabajo para que la Vida llegue a sus vidas en plenitud, para que renazcan y renazcamos nosotros y nosotras también a una nueva vida.

Aunque parezca mentira, tenemos muchas razones para vivir con alegría y esperanza. No la alegría y la esperanza fugaz, como las luces de estas fiestas que, a su término, se recogen y se guardan, sino a la esperanza y la alegría profundas que provienen del Amor, el verdadero amor recibido y ofrecido, que nos impulsa a “humanizar a la humanidad practicando la proximidad, de la mano de la fiel esperanza” (Pedro Casaldáliga). Un amor que, haciéndose eficaz por el compromiso, la alegría y la esperanza, nadie nos lo podrá arrebatar. 

Así, sí. Feliz Navidad.

NATIVIDAD DEL SEÑOR


col paret

 

La Palabra se hace carne y habita entre nosotros (Jn 1,1-18)

A partir del año 70 d.C., la situación de los cristianos que vivían en Palestina cambió enormemente. La comunidad a la que se dirige Juan no solo está sufriendo hostilidad por parte de los fariseos que acabaron expulsándolos de las sinagogas, y rechazo social en los ambientes judíos, sino también una división interna debido a cierto espiritualismo que negaba la plena humanidad de Jesucristo. En ese contexto surge el cuarto evangelio alrededor del misterioso “discípulo amado”. Aquellos cristianos aprenden a ver la encarnación y la muerte de Jesús como signo y camino del amor divino hacia la humanidad. El Jesús terreno se identifica plenamente con el Hijo amado del Padre.

Por otra parte, el texto de Lucas (2,1-14) que leemos en la Nochebuena nos narra el mismo misterio con palabras diferentes. Ambos relatos tratan de decir a Dios a través de Jesús.

El prólogo de Juan comienza: “Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1-18). Son las dos caras del misterio de Jesús: su existencia desde siempre junto a Dios, su igualdad con Él (una unión íntima de relación) (Jn 10,30) pero no se confunde con Dios. Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios a la humanidad. Misterio que no abarcamos del todo.

Destacan dos afirmaciones que nos lleva a revisar la forma de vivir la fe, hoy: “La Palabra se hizo carne”, comienza su andadura en el tiempo. Sin embargo, se nos contó como acontecimiento del pasado en el cual no tomo parte, y no nos damos cuenta que está sucediendo constantemente. Y: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que  es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer”. Cuando toda persona, tras un período de opacidad, reconoce en sí misma lo divino de su naturaleza esencial, acontece su verdadero nacimiento, el cual no viene por vía de generación humana, sino “de la gracia y la verdad que viene de Cristo Jesús”.

La Palabra de Dios se encarna en la vida íntima de Jesús para que pueda ser entendida por todos. Solo Jesús nos ha contado cómo es Dios, cuánto nos quiere, a través de imágenes y palabras que nada tienen que ver con leyes, doctrinas o dogmas elevados, sino fruto de la enseñanza de sus padres, María y José, y del movimiento profético de Israel que él asume hasta sus últimas consecuencias: anuncio y denuncia de todo aquello que provoca vida o muerte.

Es una Palabra que implica hacerla “carne de nuestra carne”. Juan proclama, “de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia”. Nace en mí, debo alimentarla y asumir su propuesta de salvación: ser cauce de amor, de justicia, de paz y de perdón. Solo la actitud que cada uno/a adopte en su vida, de lo que quiera hacer con ella, arriesgándonos incluso al fracaso, nos da la medida entre vivir amando siendo bendición para otros o vivir odiando siendo maldición.       

“Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir”. Presencia que va más allá del tiempo y del espacio, que lo llena todo. ¿Sabemos traducir y hacer comprensible esta expresión a nuestros jóvenes, en nuestras comunidades cristianas? ¿A qué experiencia mística, de diálogo interior, remite?

La Palabra que es Vida y Luz, penetra y sostiene todas las cosas, lo que somos, pues todo depende del Amor Supremo. La Palabra es el “Yo soy” que se esconde en la intimidad de cada ser, cuando descubrimos la luz del “sí mismo”, o el “ser en Dios”. Es la luz verdadera que con su venida al mundo, ilumina a todo ser humano.

Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció. Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron”. Ocurre cuando nos dispersamos, cuando ponemos nuestra identidad en el “ego”, en nuestras ambiciones, soberbia, miedos, mentiras, desvaríos… ¿Quién puede sentirse hoy atraído y cautivado por este acontecimiento íntimo, vital, silencioso, humilde, necesario? ¿O nos enredamos en el despilfarro, el consumismo, ruidos, gentío…? Decíamos al comienzo, que el pueblo judío no fue capaz de ver en Jesús la vida que podía llevarle a la comprensión de la ley. ¿Damos, hoy, los cristianos testimonio de su luz, de su vida?

¿Qué decir de la Iglesia, Pueblo de Dios, incapaz de concretar procesos de cambio estructural, inclusión, equidad y conversión realmente evangélicos?

A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos/as de Dios. Estos son… los que nacen de Dios. Creer en sentido bíblico, es decir, aquellos que confían y viven lo que significa Jesús, no una serie de verdades inmutables, sino la aceptación de su persona, que es Buena Noticia.

“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Hoy, planta su tienda en esta humanidad itinerante y peregrina. Culminación de todo lo anterior. Isaías canta al Señor por la restauración de Jerusalén: “los confines de la tierra contemplan la victoria de nuestro Dios”. Y Lucas escribe: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor” (2,14). Nosotros cantamos por la restauración de nuestro mundo y experimentarnos “Ser en Dios”, al abrirnos el camino para vivirlo como hijos/as suyos/as.

Dice Joan Chittister[1], que “la falta de fe en la presencia de un Dios invisible en un momento difícil tiene sentido. No tener confianza en la fuerza que se me ha dado es mucho más grave que dudar de lo que creo, pero no puedo ver. Negar las capacidades que se me han otorgado: el pensamiento, la reflexión, la sabiduría, el discernimiento, la compasión…, es prácticamente un pecado contra la creación. Priva a la comunidad humana de los dones que se me han dado para el bien de ésta y convertirlos en verdaderos”. De nada sirven si no los ponemos al servicio de nuestros hermanos/as.

¡Todos los días nace Abbá-Dios!

¡Shalom!

 

Mª Luisa Paret García

 

[1]Cf. Joan Chittister, OSB, Hermanas Benedictinas de Erie, Pensilvania, USA “El momento es ahora”, en el que recurre a  la sabiduría de los/as profetas de todos los tiempos, Sal Terrae, 2021.

Natividad del Señor – A (Lucas 2,1-14)


 
José Antonio Pagola

La Navidad encierra un secreto que, desgraciadamente, escapa a muchos de los que en esas fechas celebran «algo» sin saber exactamente qué. No pueden sospechar que la Navidad ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia.

Generación tras generación, los seres humanos han gritado angustiados sus preguntas más hondas. ¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de nuestro ser todo nos llama a la felicidad? ¿Por qué tanta frustración? ¿Por qué la muerte, si hemos nacido para la vida? Los hombres preguntaban. Y preguntaban a Dios, pues, de alguna manera, cuando buscamos el sentido último de nuestro ser estamos apuntando hacia él. Pero Dios guardaba un silencio impenetrable.

En la Navidad, Dios ha hablado. Tenemos ya su respuesta. No nos ha hablado para decirnos palabras hermosas sobre el sufrimiento. Dios no ofrece palabras. «La Palabra de Dios se ha hecho carne». Es decir, más que darnos explicaciones, Dios ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia.

Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo se humilla. No responde con palabras al misterio de nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.

Ya no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad. No estamos sumergidos en pura tiniebla. Él está con nosotros. Hay una luz. «Ya no somos solitarios, sino solidarios» (Leonardo Boff). Dios comparte nuestra existencia.

Esto lo cambia todo. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. Es posible vivir con esperanza. Dios comparte nuestra vida, y con él podemos caminar hacia la salvación. Por eso la Navidad es siempre para los creyentes una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Padre.

Recordemos las palabras del poeta Angelus Silesius: «Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano».

Navidad DIOS SE HIZO HOMBRE EN JESÚS Y SE HACE HOMBRE EN TODOS LOS SERES HUMANOS Jn 1,1-18

col fraymarcos

 fe adulta


Anoche nos hablaban de un Niño, del pesebre, de pastores, de ángeles. En esta mañana nos hablan del Verbo, Palabra preexistente, de Dios eterno y trascendente. Es una prueba más de que nos encontramos ante algo indecible. Curiosamente termina diciendo exactamente lo mismo: y la PALABRA se hace carne, Niño. Los dos relatos, como buenos subalternos, te colocan ante el misterio, pero el que tienes que torearlo eres tú. Solo tú puedes adentrarte en la realidad que está en ti, “más dentro de ti mismo que lo más íntimo de ti mismo”, como decía Agustín. Pero está ahí, y solo tú puedes descubrir ese tesoro y disfrutar de él y hacer que los demás también lo vean.

La encarnación solo tiene realidad dentro de ti, como solo tuvo realidad dentro de Jesús, no fuera en acontecimientos o fenómenos externos. Solamente dentro de ti y dentro del otro. Buscarlo en otra parte es engañarte. Dice un cuento oriental: Un señor que pasaba por la calle, ve a su vecino que está buscando algo enfrente de su casa. ¿Qué es lo que has perdido? Le pregunta. La llave de mi casa. Yo te ayudaré a encontrarla. Pasa media hora y la llave no aparece. ¿Pero dónde la has perdido? Le pregunta el vecino. Dentro de casa. ¿Entonces por que la estás buscado aquí? Es que aquí hay más luz... Si no descubro lo que hay de Dios en mí, jamás lo descubriré ni en los acontecimientos, ni en los demás, ni en Jesús. Esto debe hacernos pensar.

Aunque el domingo segundo de Navidad volvemos a leer este evangelio, voy a adelantar una frase: “caí Theos en o Lagos” y en latín: “et Deis erat Verbum”. La traducción puede ser: “y Dios era la Palabra”. También podría traducirse  por  “un ser divino era el proyecto”, puesto que en esta frase, “Theos” no lleva artículo. En castellano también podemos traducir: “y la Palabra era Dios”. Pero debemos tener en cuenta que no se explica lo que es la Palabra por lo que es Dios, sino al revés. Se explica lo que es Dios por lo que es la Palabra, manifestada en un hombre. Dios es el que se hizo hombre, y si se hizo hombre en Jesús, es que se hace hombre en todos los seres humanos. Por el contrario, si es Jesús el que se hace Dios, nosotros quedaremos al margen de lo que allí pasó. El despiste está asegurado y en ese error hemos vivido toda nuestra vida.

Seguimos creyendo y diciendo que Dios se ha hecho hombre, y hacemos decir al evangelio lo que nos interesa que diga. No es el hombre el que tiene que escalar las alturas del cielo para llegar a ser Dios; ha sido Dios el que se ha abajado y ha compartido su ser con el hombre. Eso es lo que significa la encarnación. Por medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera, ni en los templos, ni en los ritos, sino en el hombre... Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos seguir pensando en un Jesús que es Dios, pero dejando bien claro que eso no me afecta a mí. Hallarme has en ti, hallarte has en mí.



Nochebuena DIOS “ES” ENCARNACIÓN Nochebuena (A) Lc 2,1-14

col fraymarcos

 

fe adulta 


Una vez más, mandan las Escrituras y condicionan a Lucas para que el Mesías naciera en Belén. Tanto Lucas como Mateo dan por supuesto el hecho, aunque lo explican de distinta manera. En Lucas se dan razones para justificar que Jesús nació en Belén, aunque no era de allí. Mateo trata de justificar por qué terminó viviendo en Nazaret, dando por supuesto que nació en Belén. Ambos resaltan la importancia de que el Mesías perteneciera al pueblo de Israel, y además, fuese descendiente de David, para ellos el rey por excelencia que había nacido allí.  

Recordamos el nacimiento de Jesús, que sucedió en un lugar y en un momento determinado. Pero lo que celebramos está más allá de toda circunstancia de tiempo y espacio. Dios está fuera del tiempo y del espacio. En Dios se identifican el ser y el actuar. Dios, todo lo que hace, lo es eternamente. Si se manifestó en Jesús, quiere decir que estaba en él, se encarnó en él. Pues bien, podemos estar seguros de que Dios es encarnación y nunca podrá dejar de encarnarse. La realidad divina ni empieza ni termina, ni está aquí ni está allá, ni se crea ni se destruye. Dios está en mí exactamente lo mismo que en Jesús. Para creer en la encarnación hay que dejar de creer en un Dios desencarnado. Si no se manifiesta en mí como se manifestó en Jesús, la culpa es solo mía.

En Jesús ha nacido un salvador, un liberador. Pero en mí sigue habiendo un opresor, porque el salvador que hay en mí aún no ha nacido. Repito, lo que Dios ha hecho en el hombre Jesús, lo está haciendo hoy en mí. El nacimiento de Dios en Jesús fue tarea de toda su vida. Nada se le dio como cómoda posesión automática. También él tuvo que nacer de nuevo. El nacimiento del Espíritu tiene que ser consciente. Nunca puede ser un presupuesto, ni para Jesús ni para nadie. Se nos da gratis, pero hay que desenvolver el regalo, y la envoltura tiene muchas capas que nos fascinan y nos invitan (tientan) a quedarnos ahí y no seguir quitando capas inútiles.

Miremos hacia dentro. Cuando Pablo nos dice que somos otro Cristo, quiere decir algo muy profundo y real. Dios está en mí; “yo y el Padre somos uno”, no es símbolo, sino realidad más real que el Belén, los pastores, los magos y los ángeles juntos. El portal de Belén no es más que un símbolo sensible, pero dentro de mí está la realidad de un Dios identificado conmigo. Tengo que descubrir el Niño en mí. Toda la magia y la luz, que puedo percibir en esa escena externa, están dentro de mí. No permitáis que la Navidad quede fuera de vosotros; descubridla y vividla dentro. Entonces la llevaréis con vosotros a todas partes y os permitirá caminar, y los que os vean, podrán caminar también a esa luz. Estamos celebrando no un hecho que pasó sino algo que está pasando.

La buena noticia no es que “en la ciudad de David os ha nacido un Salvador” sino que dentro de ti está ese salvador y puedes darle a luz en cualquier instante. Para eso estás aquí. Está dentro de ti, pero tan envuelto en trapos y capisayos que puedes quedarte sin descubrirlo. Como los pastores, puede que no lo creamos, pero por si acaso, debíamos acercarnos sigilosos. Celebrar la navidad es dar a luz en nosotros a ese Niño, para que todos puedan ver que Dios sigue naciendo aquí y ahora. No nos conformemos con celebrarlo en el recuerdo. Atrevámonos a vivir una realidad presente y actual. Dios será siempre un Niño que yo tengo que darle a luz como decía Eckhart.

Si miro demasiado hacia fuera, puedo quedar deslumbrado por las lucecitas de las estrellas o por los cantos de los ángeles, pero me perderé el verdadero tesoro que está escondido en mí y en cada uno de los seres humanos. Para Dios, los pastores, despreciados por la sociedad de entonces, son los preferidos. Dios ve su verdadero valor y los llama a su salvación. Otros en cambio le cierran las puertas. Un pesebre es comedero. Este evangelio se escribió cuando la eucaristía era ya práctica litúrgica significativa para el cristiano. Sin duda quiere hacernos pensar en Cristo pan de vida.

Os ha nacido un salvador. No está reflejando las expectativas que los judíos tenían con relación al Mesías. Jesús nunca respondió a las expectativas de un Mesías anunciado en el AT. Los cristianos cambiaron sustancialmente el significado de la salvación, pero siguieron manteniendo el lenguaje aplicando conceptos distintos a las mismas palabras. Aquí se precisa que la salvación es para los marginados, para los que no contaban nada en aquella sociedad, ni desde el punto de vista social ni del religioso. Si la salvación llega a los más pequeños es que es para todos.

Y en la tierra paz. ¡Ojalá descubriéramos el profundo significado de esta palabra! No se trata solo de ausencia de guerras, de conflictos, de refriegas. La paz es la consecuencia de una armonía, primero interna, luego hacia los demás. Desde lo divino que hay en nosotros, sería impensable cualquier guerra. La paz no es ausencia de problemas. Dios está siempre en paz, y ¡mira que le hacemos la puñeta! Si Dios me acepta como soy, ¿por qué no puedo aceptar a los demás como son sin pretender que sean como yo quiero? Descubre que al rechazarlos, rechazamos a Dios.

NATIVIDAD DEL SEÑOR. TRES MISAS EL MISMO DÍA

 col sicre art


fe adulta

La celebración de tres misas el día de Navidad debe de ser muy antigua, porque la famosa misa del Gallo, por la noche, se remonta al siglo V. Sigue la misa de la aurora y se termina con la del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C). No es normal que la gente asista a las tres misas. Por eso indico brevemente el mensaje global de los tres evangelios.

El de la misa del Gallo nos habla de un niño que nace muy pobremente, sin nada que envidiarle a los más pobres de la actualidad. Pero, inmediatamente después, un ángel nos presenta a ese niño como Salvador, Mesías y Señor.

El de la misa de la aurora indica diversas reacciones ante ese niño: los pastores corren a visitarlo y vuelven alabando y dando gloria a Dios; los presentes se admiran; María medita todo lo que oye.

El evangelio de la misa del día, el Prólogo de Juan, dice de ese niño algo más grande que el ángel a los pastores: es el Verbo de Dios, que lo acompaña desde el principio, antes de la creación. Y, aunque fue ignorado por el mundo y rechazado por su propio pueblo, se hizo carne, habitó entre nosotros y nos concede poder ser hijos de Dios.

25 de diciembre. Misa de medianoche

Aunque desconocemos el día y la hora en que nació Jesús, imagino que fueron estas palabras del libro de la Sabiduría las que animaron a situar el nacimiento a medianoche: «Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó desde el trono real de los cielos» (Sabiduría 18,14-15).

En cualquier caso, el papa Sixto III (siglo V d.C.), introdujo en Roma la costumbre de celebrar en Navidad una vigilia nocturna, a medianoche, «en seguida de cantar el gallo», en un pequeño oratorio situado detrás del altar mayor de la Basílica de Santa María la Mayor. Ya que los antiguos romanos denominaban Canto del Gallo al comienzo del día, a la medianoche, se quedó con el nombre de Misa de Gallo la que se celebraba a esta hora.

La liturgia, con tres lecturas preciosas y muy ricas de contenido, suponen un desafío para quien pretenda comentarlas sin agotar al auditorio.

Tres motivos de alegría (Isaías 9,2-7)

En El Danubio rojo, película ambientada en la Segunda Guerra Mundial, la noche de Navidad, en medio del frío y la nieve, un grupo numeroso de soldados y refugiados comienza a cantar en un tren el villancico «Noche de Dios». Ese es el ambiente más adecuado para entender la primera lectura. El profeta se dirige a un pueblo que camina en tinieblas, que ha sufrido durante un siglo la opresión del imperio asirio, y le anuncia un cambio prodigioso: un mundo de luz y alegría. Por tres motivos:

el fin del opresor, el imperio asirio, que oprime a Israel con el yugo y el bastón, como si fuera un animal de carga; será derrotado, igual que lo fueron los madianitas en tiempos de Gedeón;

el fin de la guerra, simbolizado por la desaparición, no de lanzas y espadas, sino de los elementos menos peligrosos del soldado: bota y túnica;

la aparición de un niño, que se puede interpretar como el nacimiento de un príncipe o su entronización. Influido por el ritual egipcio, se coloca sobre sus hombros un manto que simboliza el poder, y se le dan diversos nombres: en Egipto eran cinco, aquí son cuatro, que expresan las cualidades más admirables que se pueden esperar de un gobernante: que sepa aconsejar, que sepa defender, que se comporte como un padre con sus súbditos, que traiga un reinado de paz. Por último, abandonando el influjo egipcio y con mentalidad plenamente judía, se relaciona a este niño con David. Y su labor de paz, justicia y derecho, aparentemente imposible, será obra del celo de Dios.

Dos motivos de compromiso (Carta a Tito 2,11-14).

El autor une la primera venida de Jesús («se ha manifestado la gracia de Dios») con la segunda y definitiva («la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo»). ¿Motivos de alegría? Sin duda. Pero estas dos venidas son también motivo de compromiso. Amor con amor se paga. Hay que renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevar una vida sobria y honrada, esperar la vuelta del Señor, dedicarse a las buenas obras.

¿Un niño pobre o un personaje maravilloso? (Lucas 2,1-14)

El evangelio de esta noche consta de dos escenas radicalmente distintas, pero que se complementan.

El nacimiento de un niño pobre

La primera escena, que se desarrolla únicamente en la tierra, contrasta a poderosos y débiles. Empieza hablando del emperador Augusto, con autoridad para dar órdenes a todos sus súbditos, y del gobernador de Siria, Cirino, que manda empadronarse a la población de su provincia, cada cual en su ciudad, sin preocuparle las molestias que eso puede causar.

Frente a los poderosos, los débiles, representados por una familia muy modesta, a la que solo le cabe obedecer, aunque la esposa deba recorrer, embarazada, los 150 km de Nazaret a Belén. Según Lucas, cuando llegan a su destino no encuentran alojamiento y deben pasar algunos días en la parte baja de una casa, donde están los animales. Son pobres, y para ellos no hay sitio en el piso de arriba («la posada»).

Los «nacimientos» que se montan actualmente en iglesias, casas particulares y otros sitios, ofrecen un pesebre bonito y limpio. Lucas piensa en uno muy distinto, en el que habrá comido un animal poco antes, arreglado aprisa para recostar al niño.

Es una escena de pobreza y humillación. Basta pensar en José, un padre que no tiene otra cosa que ofrecer a su mujer y a su hijo. La escena no se presta a comentarios románticos, sino a preguntas candentes: ¿por qué Gabriel no le dijo a María toda la verdad? ¿Por qué le anunció que su hijo sería el rey de Israel sin advertirle que no tendría riqueza ni poder? ¿Por qué elige Dios el camino de la pobreza y la humillación? ¿Por qué rechazamos los cristianos a quienes no pueden pagarse un pasaje en avión o en barco para llegar hasta nosotros? ¿Por qué no imaginamos que Dios pueda nacer en una chabola de mala muerte, en una familia pobre que trabaja recogiendo la aceituna? ¿Se puede esperar algo de este hijo de emigrantes, que no tendrá cultura ni formación?

El Salvador, el Mesías, el Señor

La segunda escena se desarrolla en cielo y tierra. Es también de poderosos y débiles, de ángeles y pastores. La profesión de pastor, aunque a algunos le recuerde a los antiguos patriarcas de Israel, era de las más despreciadas y odiadas en aquel tiempo, sobre todo por los campesinos. En la escala social de la época, los pastores ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los ladrones. Y pasar la noche al aire libre, vigilando el rebaño, no es la ocupación más agradable. El hecho de que el ángel se dirija a ellos deja clara la «política incorrecta» de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos.

Por otra parte, el anuncio modifica totalmente la imagen de la escena anterior. El niño que ha nacido no es un simple niño pobre. Su nacimiento supone «una gran alegría para todo el pueblo», porque es Salvador, Mesías y Señor. Este ángel anónimo es muy escueto. No comenta ninguno de los tres títulos. Pero es más sincero que Gabriel. No oculta que, a pesar de su grandeza, el niño está envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Afortunadamente, los pastores no son especialistas en la Biblia ni teólogos. En tal caso habrían preguntado de inmediato de qué o de quién iba a salvar ese niño; si era un mesías-rey, como David, o un mesías-sacerdote, como Aarón; si su señorío era igual que el de Dios o que el del César; si los pañales y el pesebre debían ser interpretados de forma real o simbólica… y cómo se compagina la «gran alegría para todo el pueblo» con el hecho de que, años después, el pueblo termine alejándose del Calvario golpeándose el pecho. En realidad, los pastores no tienen tiempo de preguntar nada porque, de pronto, aparece una legión del ejército celestial alabando a Dios y proclamando la paz.

¿Qué harán los pastores? Quien desee saberlo tendrá la respuesta en el evangelio de la Misa de la Aurora.

Pero el lector del evangelio puede ponerse en su lugar y advertir el mensaje que le está proponiendo Lucas. La vida de Jesús se puede interpretar de dos formas muy distintas: desde una óptica puramente humana o desde la fe. La primera resulta descarnada y dura. La segunda puede parecer ingenua; si no de cuento de hadas, de cuento de ángeles. Si se mantiene en la primera, terminará viendo a Jesús como un personaje peligroso y considerando justa su condena a muerte. Si acepta la segunda, a pesar de todas las dudas, terminará creyendo en él como su Salvador.

25 de diciembre. Misa de la aurora

El evangelio de la misa del Gallo nos dejaba con una duda: ¿qué harán los pastores tras escuchar al ángel y al coro celeste? No han recibido ninguna orden, solo una buena noticia. Lucas no se limita a contar su reacción.

Tres reacciones ante la noticia (Lucas 2,15-20)

El evangelio empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios. Esta gente, tan despreciada socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: «Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».

Está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás personas de la posada, pero que probablemente representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores.

Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella. Sin embargo, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias, María no repite: «proclama mi alma la grandeza del Señor». Se limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús.

Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios.

Lucas juega con el lector, lo desafía. ¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Qué señal portentosa puede ser un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su vida ha cambiado, y la dureza de su vida no les impide alabar y dar gloria a Dios. Con ello se convierten en un ejemplo perfecto para el cristiano.

Una buena noticia para Jerusalén y la Iglesia (Isaías 62, 11-12)

Este breve pasaje recoge una imagen típica de la época del destierro en Babilonia: Jerusalén como esposa y madre. Como esposa, su marido, el Señor, la ha abandonado; como madre, ha perdido a su hijos, ha quedado despoblada. El profeta le anuncia un cambio radical: su marido vuelve, como salvador, acompañado de sus hijos.

La liturgia aplica este anuncio de la llegada de un salvador al nacimiento de Jesús. Y en los pastores podemos ver a ese «pueblo santo» y a «los redimidos del Señor». Cuando se piensa en los millones de cristianos que celebran la Navidad, vemos cómo se cumple la antigua profecía.

Una buena noticia para nosotros (Carta a Tito 3,4-7)

El evangelio habla de tres reacciones ante el nacimiento de Jesús. La carta de Pablo se centra en Dios y en nosotros.

Ante todo, lo ocurrido es una manifestación de la bondad de Dios y de su amor al hombre. Como diría el cuarto evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único» (Juan 3,16). Si la gente se admiró de lo que decían los pastores, igual debemos admirarnos nosotros de esta prueba del amor de Dios. Sobre todo, teniendo en cuenta que no es algo que nosotros hayamos merecido ni ganado por nuestros propios méritos.

Además, la salvación que entonces tuvo lugar se actualiza en nuestro bautismo, que nos hace nacer de nuevo, nos concede abundantemente el Espíritu Santo, y nos hace herederos de la vida eterna, donde «estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4,17).

25 de diciembre. Misa del día

La misa de la aurora nos presentó a María meditando lo que han contado los pastores. Es una pena que Lucas, que transmitió en el Magnificat su reacción a las palabras de Isabel, en este caso guarde silencio. Dos teólogos cristianos, los autores del cuarto evangelio y de la carta a los Hebreos, sí nos dejaron su reflexión sobre Jesús y su nacimiento. La liturgia les antepone la visión de un profeta-poeta.

«El Señor ha consolado a su pueblo» (Isaías 52,7-10)

El texto de Isaías de la misa de la aurora presentaba a Jerusalén como esposa y madre, que recupera a su esposo y sus hijos. Este la presenta como ciudad, sin rey y en ruinas después de la caída en manos de los babilonios. Pero el mensaje de esperanza es el mismo: Dios vuelve a ella como rey, y las ruinas, reconstruidas, cantarán de alegría. Como en el caso anterior, la liturgia aplica la venida de Dios-rey a Jesús, que nace como Mesías y Salvador.

«El Señor nos ha hablado por su Hijo» (Hebreos 1,1-6)

Imaginemos al autor de la carta ante el pesebre. Pero el niño no acaba de nacer, él escribe bastantes años después. Es mucho lo que ya se ha dicho y discutido sobre Jesús. Y él comienza su carta con un resumen ambicioso, que abarca desde el comienzo de los siglos hasta la glorificación del Señor.

Lo primero que destaca es la novedad de que Dios nos hable a través de su Hijo, no a través de profetas. Un hecho tan grande que no debemos esperar algo distinto y mayor: estamos en la «etapa final».

Luego acumula palabras para describir la dignidad del Hijo. Retrocede del momento en el que hereda todo (se supone que tras la resurrección) al momento en el que intervino en la creación del mundo. Habla de su identidad e identificación con Dios con expresiones misteriosas: «reflejo de su gloria, impronta de su ser». Dedica una frase, casi de pasada, a la vida terrena, en la que solo sugiere, de forma velada, su muerte, que purifica nuestros pecados. Y termina con su triunfo a la derecha de la Majestad y su encumbramiento por encima de los ángeles.

San Ignacio de Loyola, al hablar del nacimiento de Jesús, sugiere al ejercitante pensar cómo el Señor nace en suma pobreza «y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz» (Ejercicios espirituales, nº 110). El autor de la carta a los Hebreos tiene una perspectiva más amplia. No menciona aquí los sufrimientos y la muerte (tema que desarrollará más adelante) sino su triunfo y su gloria.

La historia del Verbo de Dios (Juan 1,1-5.9-14) (forma breve)

Dos advertencias:

1. Según muchos comentaristas, el autor del cuarto evangelio utilizó al comienzo un himno sobre el Verbo Dios, introduciendo por medio, en dos ocasiones, sendas referencias a Juan Bautista. La liturgia permite elegir entre la forma larga, con todo el texto actual, y la breve, que suprime lo referente a Juan. Es esta la que comentaré brevemente, presentando el himno como una historia del Verbo de Dios en cinco etapas.

2. Para comprender esta historia habría que conocer las reflexiones sobre la Sabiduría de Dios en los dos siglos antes de Jesús. En el segundo domingo después de Navidad se vuelve a leer el prólogo de Juan, y la lectura que lo acompaña es, con razón, la del libro del Eclesiástico.

Primera etapa: la Palabra junto a Dios

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios.

«En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Así comienza el libro del Génesis. Para el autor del prólogo, en ese momento existía ya el Verbo, junto a Dios. Es lo mismo que se dice de la Sabiduría en el libro de los Proverbios y en el Eclesiástico.

Segunda etapa: el Verbo y la creación

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Aunque parece una nueva matización del Génesis, supone un desarrollo. Allí se dice que Dios crea por su palabra («dijo Dios») y su acción. Aquí, esa palabra se convierte en compañera suya imprescindible durante el acto creador. Todo fue creado por el Verbo: sol, luna, estrellas, montañas, mar, animales de toda especie, ser humano. Además de habernos creado, es también nuestra vida y nuestra luz. Dos términos claves en la teología del cuarto evangelio, que presentará a Jesús como «el camino, la verdad y la vida». En esa misma teología encaja la referencia a la tiniebla como símbolo de la oposición a Jesús y a Dios.

Tercera etapa: el mundo, creado por el Verbo, lo ignora.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. El autor del Prólogo piensa en los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría.

Cuarta etapa: la Palabra se instala en Israel; unos lo rechazan, otros la acogen.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

¿Qué hará el Verbo cuando se vea ignorado por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la Sabiduría: «Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad». Pero el Verbo se encuentra con una desagradable sorpresa: «los suyos no lo recibieron». Da la impresión de que un autor posterior consideró esta afirmación demasiado pesimista y añadió que algunos lo recibieron, convirtiéndose en hijos de Dios. Pero este aparente añadido destruye el dramatismo del himno primitivo.

Quinta etapa: el Verbo se hace carne y habita entre nosotros. 

La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. El Verbo toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Reflexión final

El fiel cristiano que haya acudido a la iglesia pensando escuchar unas lecturas bonitas y sencillas sobre Jesús niño y los pastores se encuentra en la misa del día con unas lecturas muy teológicas, pero que le recuerdan la dignidad e importancia de ese niño que ve en el pesebre.