FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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martes, 21 de febrero de 2017

QUO VADIS, EPISCOPADO CHILENO?

col velasquez

Hace pocos días, el destacado teólogo Jorge Costadoat sj ha publicado una incisiva reflexión titulada "Crisis en la Iglesia chilena". En su artículo aborda un tema de alcance global, que en Chile tiene una profundidad preocupante, precisamente porque hace sólo unas décadas la Iglesia chilena estuvo a la vanguardia en la acogida del Concilio Vaticano II.
Es cierto que muchas crisis anticipan procesos de cambio virtuosos. Sin embargo, la de la Iglesia chilena es diferente, porque encierra una crisis de esperanza. Y herida la esperanza, se trunca la misión esencial de la Iglesia, cual es comunicar universalmente esa "dulce y confortadora alegría del Evangelio".
El 23 de febrero, los obispos chilenos realizarán la tradicional visita ad límina al Papa. Seguramente la crisis de la Iglesia chilena estará presente; claro que bajo la mirada particular de quienes detentan la jerarquía episcopal.
Entonces, no estará presente la realidad de esos curas diocesanos que mayoritariamente enfrentan sus propias crisis personales, al constatar la escasa fecundidad de su ministerio apostólico. No aparecerá esa crisis vocacional que surge en medio de las tentaciones cotidianas, porque no siempre logran vivir en plenitud esas opciones radicales que un día juraron en la solemnidad de su ordenación. No estará presente ese silencioso miedo a sus obispos, especialmente ante las debilidades humanas que los asaltan como un ladrón furtivo. Tampoco estará presente esa soledad que muchos obispos ni siquiera han logrado percibir en sus curas.
Y tampoco estará presente la realidad concreta de esos religiosos y religiosas que ven cómo sus comunidades se van envejeciendo y reduciendo. No habrá espacio para decir que en algunas diócesis la convivencia con el obispo puede ser insoportable, y que la falta de libertad obliga a algunos provinciales a proteger sagazmente a sus camaradas, trasladándolos a diócesis menos represivas. Y seguramente habrá silencio respecto de la postergación, a veces inhumana, que deben soportar no pocas religiosas en una institución donde, su condición de género, las ubica en el último lugar de la Iglesia.
Ciertamente no estará presente la realidad de esos teólogos que, limitados en su libertad teológica, por mérito de algunos obispos, terminan perdiendo parresía profética para acompañar a un mundo anhelante de esperanza. Obviamente no habrá lugar para preguntarse, con el Papa, por qué la reflexión teológica no alcanza a iluminar aquellas realidades humanas que claman nuevas respuestas pastorales, como la de las personas homosexuales, o la postergación anacrónica de las mujeres en la vida de la Iglesia, o la ordenación de hombres y mujeres casados, o la integración de una gran cantidad de curas casados al servicio pastoral de la Iglesia.
Y sobre todo, no estará presente la voz de ese laicado tantas veces desoído y maltratado con el látigo de la desconfianza. No habrá lugar para contar que en Chile todavía queda un laicado que se empapó del Concilio y que se nutrió de las comunidades cristianas de base y que, en un momento en la historia, fueron marginados de la Iglesia porque comprendían que el ministerio del orden no era para mandar, sino para servir.
No le contarán al Papa que muchos curas y obispos no pudieron convivir con esa libertad de conciencia laical que los incomodaba en los consejos pastorales. No le dirán que eran laicos atrevidos, porque deseaban transparentar las cuentas, porque exigían testimonio de vida, porque esperaban de la Iglesia acompañamiento en su vida familiar y conyugal, en sus sindicatos, en sus organizaciones comunitarias o en sus opciones políticas.
Omitirán el alivio que sintieron ellos y sus curas cuando esos laicos se fueron de la Iglesia, porque se libraron de gente subversiva que, en vez de vivir en el templo, sólo aparecían en la misa dominical; mientras en el resto de la semana preferían estar en los centros de padres y apoderados, en las juntas de vecinos, en los partidos políticos, en los sindicatos o con su familia.
Obviamente no comentarán al Papa que en sus diócesis ya no hay profetas, que ése es un oficio caduco en sus Iglesias locales.
Pero tal vez, más de algún obispo pueda alentar la esperanza de todo un pueblo, abriendo su corazón de pastor ante el Papa.
Y decirle, en esta visita ad límina, que la causa de la crisis de la Iglesia chilena radica primariamente en el episcopado. Que el mundo con sus cambios fue más rápido que ellos, y que, abrumados con tareas administrativas y de control, ellos no fueron capaces de hacer oportunamente aquella conversión pastoral que tanto esperaron de sus fieles. Que les faltó coraje para confiar en los laicos, que los venció el miedo a las debilidades humanas de sus curas y que entonces les perdieron la confianza. Que nunca han podido armonizar sus afectos con el género femenino, y menos con las personas homosexuales, y que muchas veces, en esto, no hacen sino exteriorizar sus propios miedos e inseguridades.
Qué maravilloso sería que pudieran reconocer ante el Papa que son muchos los temas que los superan, que no siempre tienen respuestas oportunas y suficientes, que no lo saben todo, que muchas veces temen parecer imberbes en temas de la vida cotidiana y de relaciones humanas. Que les cuesta sentir pudor en asuntos donde no tienen experiencia. Que le temen a los conflictos, a los medios de comunicación, a los laicos maduros.
En confianza podrían reconocer que muchas veces se han dejado seducir por las comodidades y los privilegios sociales, porque se han creído literal y socialmente eso de ser autoridad episcopal. Y que, por eso mismo, han perdido libertad profética para condenar la injusticia social y que les cuesta poner el pecho ante los ataques que los poderosos dirigen contra sus fieles, porque temen perder sus dádivas y prebendas.
Seguramente estará presente, en la conversa con el Papa, el grave daño que los abusos de demasiado clero ha provocado en la Iglesia chilena. Pero, ojalá puedan reconocer con hidalguía que la crisis de la Iglesia, antes que por la pedofilia, tiene raíces previas que se agudizaron con esos graves escándalos.
Qué bueno sería que puedan recordar ante el Papa el testimonio de ese querido cura obrero chileno, el padre Alfonso Baeza, que surgió cuando el nuncio de aquellos años lo sorprendió para decirle que el papa quería nombrarlo obispo. Entonces, Alfonso junto con agradecer la confianza del Papa no aceptó aquel nombramiento, diciéndole al señor nuncio: "La fe que tengo apenas me alcanzaba para ser cura; no tengo fe suficiente para ser obispo".

¡QUÉ DESCANSO!

col Dolores L Guzman

Mt 6, 24-34
Mira que el Señor lo dijo claro: “no andéis agobiados”; pero nada… caemos una y otra vez en las mismas dinámicas (hacer y hacer), en los mismos miedos (la muerte y la enfermedad siempre están al acecho), en las mismas angustias (¿qué pasará mañana?), como si el bien-estar dependiera únicamente de nosotros, y nuestra vida y la de los otros también. Sin embargo, ¿quién de vosotros a fuerza de agobiarse podrá añadir una hora al tiempo de su vida? (v.27).
Lo cierto es que no son meras fantasías. Basta con echar una mirada al mundo para ver que hay motivos para preocuparse. Porque por mucho que se nos diga, parece que no siempre se cumple eso de que “Dios proveerá” y hay que esperar al final de los tiempos para que todo salga bien. Personas con nombre y apellido que no tienen alimento, otros tantos que se quedan sin trabajo, millones de desplazados… La lista de desgracias humanas es interminable. ¿Qué significa entonces que Dios provee, es decir, que nos da lo necesario para la subsistencia?
Que Él es nuestro mejor apoyo. Que nunca nos va a abandonar; siempre está con nosotros. Y despreciar una ayuda así sería de locos. En los momentos difíciles lo más valioso son las personas que saben acompañar sin molestar. El Señor pertenece a ese grupo de fieles inasequibles al desaliento. Tener a Dios de nuestra parte nos da un empuje infinito.
Que nos indica el camino de la comunión, donde nadie se queda fuera y todos participan de las riquezas del mundo. En su plan todos están invitados al banquete donde se alienta el compartir que genera abundancia (lo que sucedió en la multiplicación de los panes y los peces fue incontestable). La injusticia es absolutamente contraria a Dios.
Que debemos invertir el tiempo en bienes que no tengan fecha de caducidad, en cosas que realmente merezcan la pena. Las que llevan la marca de la eternidad, las del reino de Dios (porque dejan huella, y tarde o temprano fructificarán).
En el fondo se trata de tener bien ordenadas las prioridades. Lo dice claramente el Señor al final del texto: Buscad el reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura (v. 33). Es decir, que solo hay un Absoluto que debe unificar nuestro deseo, por el que debemos estar dispuestos a todo. ¡Qué descanso saber que Dios, a su modo, se ocupa del resto!

EVANGELIO PARA TIEMPO DE CRISIS: DEL AGOBIO A LA CONFIANZA



col sicre

Después de exponer la diferencia entre la actitud cristiana y la actitud legalista de los escribas (los dos domingos anteriores), el Sermón del Monte pasa a indicar la diferencia entre el cristiano y el fariseo con respecto a las obras de piedad (oración, limosna y ayuno). La liturgia ha omitido esta parte. Y también omite el comienzo de la tercera sección del discurso, donde se trata la diferencia entre el cristiano y el pagano con respecto a los bienes materiales.
La doble experiencia de que Jesús fue traicionado por dinero (Mt 26,14-16) y de que «la seducción de la riqueza ahoga la palabra de Dios y queda sin fruto» (Mt 13,22) hace que el primer evangelio trate con gran energía el tema de los bienes materiales, aunque sus expresiones resultan a veces demasiado concisas e incluso oscuras.
Siguiendo el hilo del discurso encontramos los siguientes temas: una exhortación inicial a poner el corazón en Dios, no en el dinero (Mt 6,19-21); una segunda exhortación a la generosidad (6,22-23); imposibilidad de compaginar el culto a Dios con el culto al dinero (6,24); exhortación a no agobiarse y a tener fe en la providencia (6,25-34).
La liturgia de este domingo se limita a los dos temas finales.
La gran alternativa
«Nadie puede estar al servicio de dos amos… No podéis servir a Dios y al dinero».
«No tendrás otros dioses frente a mí», ordena el primer mandamiento. «No podéis servir a Yahvé y a Baal», dice el profeta Elías a los israelitas en el monte Carmelo. La formulación tan parecida del evangelio demuestra que las palabras de Jesús se insertan en la línea de la lucha contra la idolatría. Al principio, los israelitas pensaban que los únicos rivales de Dios eran los dioses de los pueblos vecinos (Baal, Astarté, Marduk, etc.). Los profetas les hicieron caer en la cuenta de que los rivales de Dios pueden darse en cualquier terreno, incluido el económico. Para Jesús, la riqueza puede convertirse en un dios al que damos culto y nos hace caer en la idolatría.
Naturalmente, ninguno de nosotros va a un banco o una caja de ahorros a rezarle al dios del dinero, ni hace novenas a los banqueros. Pero podemos estar cayendo en la idola­tría del dinero. Según la Biblia, al dinero se le da culto de tres formas:
1) Mediante la injusticia directa (robo, fraude, asesinato). El dinero se convierte en el bien absoluto, un dios por encima de Dios, del prójimo, y de uno mismo.
2) Mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que no daña directamente al prójimo, pero hace que nos despreocupemos de él (recordar la parábola del rico y Lázaro: Lc 16,19-31).
3) Mediante el agobio por los bienes de este mundo, que nos hace perder la fe en la Providencia. A este tema, fundamental para la mayoría de los cristianos, dedica san Mateo el apartado más extenso de esta sección del discurso.
Del agobio a la fe en la Providencia
Seis veces aparece en este breve párrafo el verbo «agobiarse». No habla Jesús de cualquier tipo de agobio, sino del provocado por las necesidades materiales de la comida y el vestido. En ambos casos hace referencia a imágenes cotidianas (Dios alimenta a los pájaros y viste espléndidamente a los lirios) para infundir fe en la Providencia. Pero en medio y al final incluye unas reflexiones más bien irónicas: «por más que te agobies no vas a vivir un año más», y «no te agobies, que ya se encargará la vida de agobiarte».
Algunos consideran este pasaje es el más utópico y alienante del evangelio, contrario a toda experiencia y al sentido común. Pero hay que ponerse en el punto de vista de Jesús, que se mueve en dos coordenadas muy distintas a las nuestras: una profunda fe en Dios y un despego absoluto con respecto a los bienes de este mundo. Al ponernos como modelos a los pájaros y a los lirios nos está hablando de seres que simplemente subsisten, no acumulan casas, fincas, joyas, tesoros. Para Jesús, basta con subsistir, con tener «el pan nuestro de cada día». Y está convencido de que Dios lo dará. (Los pobres, o las personas que han pasado en algunos momentos de su vida grandes necesida­des, entienden esto mucho mejor que los que se limitan a discutir el problema).
Por otra parte, este texto sobre la Providencia se puede entender muy bien aplicando la teoría marxista de los objetivos a corto y largo plazo. Según el marxismo, el objetivo importante es a largo plazo (la dictadura del proletariado); los objetivos a corto plazo (reivindicaciones salariales, aumento del nivel de vida, etc.) pueden convertirse en una trampa para la clase obrera, que terminaría aburguesada y le haría renunciar al objetivo primordial.
Jesús, con una perspectiva humana y religiosa, adopta la misma postura. Lo importante es «el reino de Dios y su justicia», esa sociedad perfecta que debemos anticipar los cristianos en la medida de lo posible. Dentro de ella no tienen cabida las desigualdades hirientes ni la injusticia, el que hermanos nuestros mueran de hambre o pasen terribles necesidades mientras a otros nos sobran cantidad de bienes. Pero, si nos preocupamos sólo de la comida y del vestido, de las necesidades primarias, renunciaremos a buscar el Reinado de Dios. En cambio, si nos esforzamos ante todo por el Reinado de Dios, «todo eso (la comida, el vestido) se os dará por añadidura».
Para evitar una concepción alienante de la Providencia es útil recordar cómo la entendió la Iglesia primiti­va:
En resumen, todo el mensaje de Jesús se sintetiza en dos princi­pios básicos: a) el valor relativo de los bienes terrenos en comparación con el valor supremo de Dios y de su reinado; b) el valor absoluto de la persona necesitada, que exige de nosotros una postura de generosidad.
El evangelio, para inculcar la fe en la Providencia habla de Dios como un padre que se preocupa de sus criaturas. La brevísima primera lectura usa una imagen más expresiva aún: Dios como madre, incapaz de olvidarse del hijo de sus entrañas.

Cultura hooligan

Carlos Miguélez Monroy, Periodista


En una sociedad sensibilizada, los propios padres y aficionados darán la espalda a insultos, a golpes y a otras actitudes que salpican un deporte que ejerce de escuela de valores como el esfuerzo compartido, el compañerismo y el saber perder. Y ganar.
Se debate de nuevo la violencia en el fútbol por un video que muestra a dos padres que, a pocos centímetros, se gritan mientras juegan dos equipos de juveniles. Uno de ellos le suelta un cabezazo al otro que, al reponerse del golpe, le devuelve una batería de puñetazos que le deforman la cara con cortes y sangre. Ocurrió en la Isla de Gran Canaria (España), pero podía haber ocurrido en otra ciudad española o de América Latina, donde se repiten cada semana secuencias como ésta y que tienen como víctimas a padres, árbitros y jugadores.



La crudeza de las imágenes alimenta el morbo en lugar de producir un debate sosegado sobre las causas de este fenómeno que parece producirse más en el fútbol que en otros deportes. Aunque existen muchos otros factores, el fútbol domina como deidad en la religión del marketing y de la imagen en este mundo globalizado.
Algunos “periódicos deportivos” se dedican a publicar “noticias” sobre los coches de los deportistas, sus peinados, las supermodelos con las que salen, sus yates y sus sueldos millonarios. Hace unas semanas fue trending topic noticia que se había duplicado el valor de la “marca CR7” en tan solo dos años. Cabría plantearse hasta qué punto se salpica de esta versión del deporte fútbol infantil y juvenil para convertirse en vehículo aspiracional. La violencia y comportamientos carentes de ética justificarían los medios para conseguir el mismo fin: triunfar, ganar, que mi hijo y no el de aquel señor alcance la Primera División.

Si diéramos por válido el argumento que esgrimen algunas empresas de los medios de comunicación de que “le damos al público lo que pide”, cabría preguntarse por qué tantos millones de personas llenan de dinero los bolsillos de anunciantes que apuestan por unas “noticias” que no cumplen ni con las reglas más básicas del periodismo. Resultaría simplista reducir todo a la educación o a un supuesto nivel social, pues esas noticias las consumen también personas con un elevado nivel educativo y un público muy diverso. Quizá tenga que ver más con los valores que rigen nuestra sociedad, donde tener y ahora consumir están por encima de hacer, de ser, de dar y de compartir.
Puede que la percepción que tenemos del mundo del deporte tenga que ver también con lo que somos y lo que proyectamos. Tiene más repercusión el jugador que finge la zancadilla para rascar un penalti que el jugador que le reconoce al árbitro que no hubo contacto y fuerza un cambio en la decisión final. Comentamos menos la imagen de los dos equipos infantiles que se funden en un abrazo colectivo cuando uno de ellos marca un golazo que la imagen de una mujer que le da una paliza a otra en la grada de un campo de fútbol en Argentina. Apenas se comenta el gesto de la afición de un equipo holandés que lanzó centenares de muñecos de peluche a un grupo de familias con niños enfermos que habían acudido esa mañana al estadio para presenciar el partido.

Pero tampoco podemos caer en el buenismo de negar el problema de violencia que se manifiesta en el fútbol. Los millones en dinero público, que pagan los ciudadanos, incluso los que no siguen el fútbol, para blindar partidos, las secuencias como la de Canarias, las palizas a árbitros y otras manifestaciones de violencia piden medidas y debate desde unos medios de comunicación responsables.
Además de las multas que pueden imponer las federaciones locales a los equipos que no sean capaces de frenar esta violencia en los campos, se necesitan campañas de educación y sensibilización que empoderen a entrenadores, a árbitros y a quienes promuevan el respeto en el ámbito deportivo. Un entrenador puede decirle a un padre que su hijo no va a volver a jugar si vuelve a plantarse en la grada, pero no tendría que recaer en él una medida que lo puede exponer a violencia y a episodios desagradables. En una sociedad sensibilizada, los propios padres y aficionados darán la espalda a insultos, a golpes y a otras actitudes que salpican un deporte que ejerce de escuela de valores como el esfuerzo compartido, el compañerismo y el saber perder. Y ganar

Francisco: revolución pastoral más que teológica… ¡Gracias a Dios!

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Papa Francisco7Muchos aseguran que el papa Francisco no tiene gran nivel intelectual, y que su pontificado se reduce, principalmente, y casi solo, a cambios de índole y contenido pastoral. Esto ya sería una gran noticia, porque ni Jesús, ni el Antiguo (AT) ni el Nuevo Testamento (NT) se refieren con frecuencia a una comunidad de estudiosos, profesores y alumnos, o, por lo menos, con mucha menos frecuencia, que a descripciones de pastoreo, donde los protagonistas son pastores y ovejas. Además de que en el inicio de la Historia de Salvación la práctica itinerante y de pastoreo del pueblo de Israel fue la que marcó la idiosincrasia de su Dios, “un dios de pastores”, condicionó también su culto, y, sobre todo, la celebración que iría a plasmar la condición inquebrantable del pueblo de Israel, la Pascua, fiesta y celebración absolutamente relacionadas y ligadas a la tierra, a las vicisitudes del tiempo, y al aroma, y el brillo y el verde frescor de la Primavera. Así que soy de la opinión de que el Pueblo de Dios, sujeto y protagonista de la marcha de la Iglesia está más preocupado en el estilo, el acierto y la cercanía de sus pastores, que a las elucubraciones abstractas en las que, con demasiada frecuencia, ha caído la solemne Teología, y ha hecho trillar caminos estériles, tantas veces sin salida, a los fieles sedientos de alimento sólido, y de orientaciones para el camino.

No; de ninguna manera la preminencia de lo pastoral, si es que la hubiera, no es un mácula, o una disminución de categoría del Pontificado de Francisco, sino un acierto no solo pedagógico, sino estratégico, para unos fieles que, insertos en el mundo moderno, están ahítos de ideologías, que ha sido, desgraciadamente, en lo que se han convertido tantas teologías sin fuste, ni fundamento bíblico, sin estructura filosófica adaptada a los tiempos y desafíos contemporáneos. Sobre todo llama la atención, y ya nos lo hacía ver nuestro profesor de Biblia, el padre Jesús Luis Cunchillos, ss.cc., una de las mayores eminencias mundiales en “ugarítico”, e idiomas semíticos derivados del mismo o emparentados con él. (Aprovecho el tema para recordar que la muerte de Jesús Luis provocó una sección de obituarios verdaderamente sorprendente, desde el País y los principales diarios españoles, a las más prestigiosas revistas especializadas en filología de lenguas orientales, y en historia de las religiones y de las literaturas religiosas antiguas. No hay más que entrar en Google y comprobar el impacto que Cunchillos dejó en todos los terrenos bíblico-filológicos que trilló, y como serios y entendidos comentaristas recuerdan cómo fue tratado, mejor maltratado, por las autoridades eclesiásticas, no de la Congregación ss.cc., que fue siempre exquisita con él, y cómo aquellas le hicieron la vida imposible).
Que sirva este largo paréntesis para recordar una idea que el gran profesor de Novallas, pueblecito de Zaragoza que le concedió el título que más le apetecía a su vecino más ilustre, el de “hijo predilecto”, -a él que tenía varios doctorados, y uno de ellos concedido a contadas personas, el de Docteur da France, en reconocimiento a los varios doctorados en filología de lenguas semíticas conseguido en Francia-; pues bin, esta idea era que los teólogos, sobre todo los españoles, -los que se escandalizaron de él, por ejemplo, en la Pontificia de Salamanca-, que esa Teología, generalmente, era más literatura semi fantástica que una seria disciplina concorde con el título, “Teología”, es decir, theos-logos. Y el reproche del gran filólogo aragonés de los Sagrados Corazones, que suscribo por completo, es que los teólogos bebían más de las fuentes de la Filosofía, de una Filosofía rancia, envejecida y muerta, o mejor, asesinada con los infantiles y muchas veces infames comentarios sobre la obra tomista, por poner un ejemplo bastante sangrante, que de la fuente apropiada conde podrían descubrir al Dios vivo, es decir, la Biblia. No quiero, ni pretendo, ni me gustaría que mis palabras se entendiesen como un menoscabo del maravilloso legado tomista, sino como una lamentación de la poca valentía y adaptación a nuevos tiempos, problemas y desafíos que se podían haber tenido en cuenta, y que los comentaristas, incluso los más famosos de Tomás de Aquino, obviaron.
ES decir, se puede hacer una Teología, evidentemente mala, sin tener demasiado en cuenta la Palabra de Dios, porque así se ha hecho, y se sigue haciendo, desgraciadamente, en nuestra tierra, dejando bien claro que hay teólogos magníficos españoles estupendamente pertrechados con un formidable bagaje bíblico, que aprovechan, y del que se enriquecen, mejorando sus elucubraciones bíblicas, pensemos en Arregui, Castillo, Pagola, Picaza, Torres Queiruga, y un largo etcétera. Pero se da la inquietante coincidencia, que no lo es, sino algo con una clara y explícita causa eficiente, de que estos teólogos, que para entendernos, voy a llamar “bíblicos”, son los más zaheridos, desconsiderados, y hasta perseguidos por las autoridades eclesiásticas. Y sospecho que son justamente esos teólogos que he definido como cultivadores de rancias filosofías, y poco atentos a una verdadera y fundamentada Teología Bíblica, los que pontifican calificando el Pontificado de Francisco más pastoral que teológico. ¡Pues qué bien!
Y vuelvo a una idea que he apuntado más arriba, la de que no se puede hacer una verdadera Pastoral sin tener en cuenta la Palabra de Dios, es decir, la Sagrada Escritura, sobre todo, y en la inmediatez del día a día de la Iglesia, sin tener en cuenta, y mucho, y sobre todo, y fundamentalmente, el Evangelio. Por eso la pastoral de la Iglesia de los últimos 500 años antes del Vaticano II, y desde mucho antes. Tomemos como ejemplo el Concilio Lateranense IV, con sus mandatos obligatorios de “oír misa los Domingos y fiestas de guardar”, y “comulgar por lo menos una vez al año, con preferencia por Pascua”. Si esa pastoral elemental se hubiera basado en el Evangelio, y no en prácticas eclesiásticas y clericales, habrían tenido en cuenta la verdadera esencia de la Eucaristía, y así hubieran evitado caer en la contradicción flagrante de ordenar, bajo pena de pecado mortal (¡¡¡¿¿¿-!!!???), celebrar todos los domingos la Eucaristía, pero sin comulgar, cosa que no estaba ni ordenada si señalada, para después sí hacerlo, a bombo y platillo, como para obtener un nivel de mínimos, una vez al año. Si los padres conciliares se inspirasen en el evangelio no habrían ordenado nunca a los fieles ir todos los Domingos a un banquete para no comer, y no hubiesen organizado esa monstruosidad de misas de comunión, sencillas y rezadas, y misas solemnes, cantadas y con fausto, para comulgar solo el presidente de la asamblea. Es decir, un banquetazo por todo lo alto, para comer un solo comensal. Si en un tema tan claro y evidente se desbarraba de tal modo, ¿Qué pensar de otros menos claros y discutibles?
Así que nos congratulamos, por lo menos yo lo hago, de que la revolución de Francisco sea de índole pastoral, es decir, de Teología bíblica y evangélica, más que teológico-filosófica. ¡Menos mal!