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ATALAYA

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miércoles, 6 de septiembre de 2017

SÓLO POR AMOR

col salome 2


Este poema de Elizabeth Barret me ha inspirado esta canción, se me grabó la idea de... "amar sólo por el amor... sin más razón que el amor mismo"... y realmente, creo que la oración, sea como sea, estemos como estemos, es eso, puro amor... nada más y nada menos.

"Si me amas, que sea por nada, 
salvo por el amor tan sólo. 
No digas: La amo por su sonrisa, su mirada... 
su dulce forma de hablar... 
o porque sus pensamientos 
coinciden con los míos 
y me hacen sentir a gusto.
Pues estas cosas, amado mío, 
pueden cambar en sí mismas,
o parecerte a ti que han cambiado,
y el amor así construido
puede también venirse abajo.
Ni me ames tampoco 
porque tu compasión seque mis mejillas;
una criatura acostumbrada a tu consuelo
puede olvidarse de llorar
y, perder así tu amor.
Ámame por el amor tan sólo, 
para que siempre jamás puedas amarme
en la eternidad del amor"

Te amo tan sólo por el amor.
Te amo y no existe una sola razón
que pueda abarcarte
que pueda abrazarte
te amo Señor... porque eres el Amor

Te amo tan sólo por el amor.
Te amo y no existe ninguna oración
que no sea yo misma ante Ti,
que me pueda decir más de Ti,
que amarte, Señor... porque eres el Amor.

Te amo tan sólo por el amor.
Te amo y no habrá ni ley ni religión,
que me lleve más cerca de Ti
que saber que Tú vives en mí.
Yo te amo Señor... porque eres el Amor

Te amo tan sólo por el amor.
Te amo y no sé qué pedirte, Señor,
porque Tú todo sabes de mí
y sólo puedes estar junto a mí
pues me amas, Señor... sólo por el Amor

Te amo tan sólo por el amor.
Tu amor llena mi vida y mi respiración,
y no te importa, Señor,
si me siento muy digna o no...
pues Tú me amas, Señor... sólo por el Amor
pues Tú me amas, Señor... porque eres el Amor


Salomé Arricibita


Para descargar la canción pinche el siguiente enlace: Solo por amor.mp3 y dele al botón derecho del ratón y guardar como...

La mentira..wmv

ADIOS LOUISE HAY - DESCANSE EN PAZ - FALLECE LOUISE HAY

LAS "MUJERES DIÁCONO" EN LA ERA APOSTÓLICA Y SUBAPOSTÓLICA

col pani

La figura de la mujer en la sociedad ha cambiado radicalmente en comparación a los tiempos antiguos, y las perspectivas para el futuro podrían cambiar en el seno de la iglesia. Por el momento, el Papa Francisco quiere escuchar a las mujeres con la guía del Espíritu y se ha comprometido a instituir una comisión para estudiar el papel de la mujer en la iglesia católica. Es por eso que en el siguiente post os dejamos una reflexión de carácter histórico de la mano del escritor Giancarlo Pani S.I.
El 12 de mayo de 2016, en ocasión de la audiencia general a las superioras generales de las órdenes religiosas, una hermana preguntó al papa Francisco por qué las mujeres estaban excluidas de los procesos de decisión en la Iglesia y de la predicación en la celebración eucarística, siendo así que, según sus mismas palabras, «el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida de la Iglesia y de la sociedad».[1]
En su respuesta, Francisco hizo referencia a la existencia de diaconisas en la Iglesia antigua: «Parece que el papel de las diaconisas era ayudar en el bautismo de las mujeres [...], también para hacer las unciones sobre el cuerpo de las mujeres».
Y tenían también otra tarea: «Cuando había un juicio matrimonial porque el marido golpeaba a la mujer y ella iba al obispo a lamentarse, las diaconisas eran las encargadas de ver las marcas en el cuerpo de la mujer por los golpes del marido e informar al obispo».
Por último dijo el Papa: «Quisiera constituir una comisión oficial que pueda estudiar la cuestión: creo que hará bien a la Iglesia aclarar este punto; estoy de acuerdo, y hablaré para hacer algo de este tipo».[2]
Tres meses más tarde, el 2 de agosto, el Papa hizo honor a su compromiso e instituyó la comisión para estudiar el tema del diaconado femenino sobre todo en la historia. La comisión ya ha comenzado su trabajo. En espera de conocer sus conclusiones, queremos realizar aquí una reflexión de carácter histórico.
Los Evangelios y las mujeres
La novedad saltó de inmediato a los medios del mundo católico y no católico, provocando reacciones diversas y opuestas. Algunos consideran que el diaconado permanente de las mujeres es un regreso a lo que estaba en vigor en la Iglesia antigua, y, por tanto, algo legítimo. Otros, por el contrario, lo consideran el primer paso hacia el sacerdocio de las mujeres y estiman que esto no es posible en la Iglesia católica.
Los Evangelios muestran, respecto de la mujer, una actitud nueva y positiva, libre de prejuicios: Jesús habla en público con mujeres, comportamiento que en la época se consideraba poco digno de un maestro. Él «se opone a todos los hombres que en nombre de la ley judía querían condenar a la adúltera, defiende el gesto afectuoso de María de Betania contra las críticas, alaba en la pecadora arrepentida una actitud de amor muy superior a la de Simón el fariseo, en el tiempo de la resurrección se aparece a María Magdalena antes de mostrarse a los apóstoles».[3] Esta última elección es, tal vez, la más significativa: el Señor confió a María Magdalena el primer mensaje de la resurrección, sobre el cual se funda el cristianismo, y su testimonio se difundió en el mundo entero mediante el anuncio evangélico.[4]
Jesús sabía bien que el testimonio de las mujeres iba a ser recibido como «delirio» (cf. Lc 24,11), pero las eligió igualmente para una tarea primordial de testimonio en la Iglesia y para iluminar a los mismos apóstoles.[5] Análogamente, la primera comunidad cristiana tiene un modo innovador de relacionarse con la mujer, hasta tal punto que este período es considerado por los estudiosos como «una primavera para el ministerio femenino. [...] Varios historiadores están convencidos de que, en el tiempo de la primera evangelización, las mujeres no solo participaban en la misión, sino que dirigían también ekklēsíai domésticas».[6]
Las «mujeres diácono» en la era apostólica y subapostólica
En cuanto a las «mujeres diácono», pocos son los pasajes del Nuevo Testamento en los que se hace referencia a ellas. La carta a los Romanos habla de ellas en el último capítulo, donde Pablo dice: «Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, que además es servidora [diákonos] de la Iglesia que está en Céncreas» (Rom 16,1). Febe es la única mujer diácono de la Iglesia del siglo I cuyo nombre se conoce.[7] Su condición de «diácono de la Iglesia» está en femenino,[8] algo puesto de manifiesto por la estructura misma de la frase, que hace resaltar su función diaconal pero sin especificar los ámbitos de servicio. Pablo le asocia otra cualificación, la de prostatis (el que se ocupa, el benefactor), para indicar otra tarea específica de Febe.[9]
En cualquier caso, es difícil no dar al término «diácono» el mismo significado de «diácono del Evangelio» que Pablo atribuye a sí mismo y a sus colaboradores.[10] Orígenes comenta de la siguiente manera este pasaje: «También hay mujeres constituidas en el ministerio de la Iglesia. [...] Por eso, [el Apóstol] enseña [...] que en la Iglesia hay mujeres ministras, y que deben ser incorporadas al ministerio aquellas que hayan asistido a muchos y que, por sus buenos servicios, hayan merecido llegar a la alabanza apostólica».[11]
Las mujeres ejercían también funciones de apostolado y de profecía, como resulta de Rom 16,7: «Saludad a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de prisión, que son ilustres entre los apóstoles [en toîs apostólois] y además llegaron a Cristo antes que yo». Se trata, tal vez, de una pareja de cónyuges. En el texto griego resulta problemático el género del nombre Junia, que podría ser masculino,[12] pero de hecho es femenino.[13]
San Juan Crisóstomo comenta: «Estar entre los apóstoles es ya una gran cosa, pero ser ilustres entre ellos [es] un gran elogio. [...] Esta mujer es estimada digna del apelativo de los apóstoles».[14] Según Crisóstomo, el nombre de Junia es el de una mujer, y se la califica con el título de los «apóstoles». Se trata del mismo término con el cual Pablo se define a sí mismo en la presentación de las cartas.[15]
Otro documento es el pasaje de 1 Tim 3,11, donde el autor, después de haber dado instrucciones para los obispos y los diáconos, se refiere a las «mujeres», que deben ser «respetables, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo». Pero ¿quiénes son estas «mujeres»? ¿Son, tal vez, las esposas de los diáconos que se acaban de mencionar? En este caso habríamos esperado la expresión «sus mujeres». La opinión de los exégetas es hoy unánime: se trata de las «mujeres diácono» de la comunidad.[16] Este pasaje es considerado como un argumento importante para el instituto de las «mujeres diácono».[17]
También hay que señalar en este lugar una carta de Plinio el Joven al emperador Trajano (ca. 111-113) en la que se habla de ministrae, un término que podría ser la traducción de diákonoi.[18] El gobernador daba una noticia recibida de los mismos cristianos: «He creído necesario someter a la tortura a dos esclavas a las que se llamaba ministrae».[19] Si es imposible precisar las funciones a las que hace alusión el término, lo cierto es que el autor aporta un testimonio en favor de la existencia, en el siglo II, de una forma de diaconado femenino.[20]
Corresponde recordar aquí que, para los dos primeros siglos, los términos «diácono» y «epíscopo» no tienen una codificación particular (como la que se sigue de una «ordenación»), sino que indican un encargo, por parte de una autoridad de la Iglesia, a un cristiano para una tarea particular en la comunidad. No se puede proyectar sobre estos términos el significado que se funda en una interpretación sacramental posterior.[21]
Los siglos siguientes
En los primeros tiempos de la historia de la Iglesia, semejante protagonismo de las mujeres no duraría mucho tiempo, sino que probablemente fue reabsorbido por la tradición judía. El pasaje de 1 Cor 14,33b-35, en el que se ordena a las mujeres guardar silencio en las asambleas, podría ser precisamente la señal de tal influencia (los exégetas lo consideran un agregado posterior); de todos modos, la restricción allí expresada se confirma en 1 Tim 2,11-12, donde dice el texto, categóricamente: «No consiento que la mujer enseñe ni que domine sobre el varón».
No obstante, en el siglo III las mujeres diácono son atestiguadas tanto por Clemente de Alejandría[22] como -según se ha visto- por Orígenes, pero de ahí no puede deducirse que en su época existiese un «orden» de «diaconisas». En cambio, eso mismo está documentado por la Didascalia de los apóstoles (un texto del año 240, en el ámbito siríaco).
Según el liturgista Aimé G. Martimort, se trata de un texto «que nos presenta a la diaconisa como un verdadero ministerio, a la vez pastoral y litúrgico».[23] En él se hace referencia al bautismo de las mujeres, que se administraba por inmersión; a las diaconisas se les pedía también que realizaran la unción bautismal y que asumieran la tarea de la instrucción religiosa de las neófitas. También debían cuidar de las enfermas. Su ministerio, no obstante, parece limitado: no podían ni bautizar ni enseñar.[24]
En el siglo IV hacen referencia al ministerio de las diaconisas Epifanio y las Constituciones apostólicas. El primero confirma que en la Iglesia existe «un orden de las diaconisas»[25] con la tarea de asistir a las mujeres durante la inmersión bautismal y en caso de enfermedad. Epifanio se muestra polémico contra las sacerdotisas de los montanistas, censuradas porque ejercen funciones sacerdotales, y remite a la Escritura, haciendo notar que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se excluye la existencia de cualquier sacerdocio femenino; subraya, además, que entre los apóstoles no hubo mujeres y que María, la madre de Jesús, no tuvo el sacerdocio.[26]
A finales del siglo IV las Constituciones apostólicas dan indicaciones concretas acerca de las funciones femeninas que las diaconisas desarrollan dentro del rito del bautismo, confirmando las indicadas por Epifanio y agregando que se prohíbe a las mujeres enseñar y bautizar, porque les está vedado el sacerdocio.[27]
En el rito de bendición de las diaconisas, tanto la palabra «ordenación» como la «imposición de las manos», como también las oraciones, son las mismas que se utilizan para el subdiácono y el lector.
En Occidente es el Ambrosiaster (a finales del siglo IV) el que afirma con fuerza que solo el varón es imagen de Dios y que, por tanto, sería una vergüenza que las mujeres hablaran en la Iglesia, del mismo modo que es inconcebible ordenar a una mujer al diaconado.[28] También algunos concilios particulares se pronuncian contra las mujeres que se arrogan funciones sacramentales.[29] No obstante, la Iglesia latina tiene una Oratio ad diaconam faciendam presente en el sacramentario Hadrianum de finales del siglo VIII.[30] En general puede afirmarse, de todos modos, que el diaconado femenino tuvo escasa difusión en Occidente.
Del siglo IV-V en adelante se producen hechos nuevos: disminuyen los bautismos de adultos y el tipo de vida de las diaconisas se acerca al de las mujeres que conducen una comunidad monástica. La «diaconisa» -atestiguan los padres capadocios- es ahora responsable de un cenobio femenino, y se ocupa de la atención a los pobres y necesitados.[31] Juan Crisóstomo tiene un amplio intercambio epistolar con varias diaconisas, entre ellas Olimpia, higúmena (o sea, abadesa) de un monasterio. El canon 15 del concilio de Calcedonia (año 451) afirma que las diaconisas son ordenadas mediante la imposición de las manos (cheirotonía); el ministerio se denomina leitourgía y no se permite a las diaconisas contraer matrimonio después de la ordenación.[32]
En Oriente, por lo menos a lo largo de toda la época bizantina, se ordena a diaconisas en los conventos femeninos. Las Iglesias ortodoxas tienen todavía hoy «diaconisas ordenadas», un instituto que nunca fue abolido.[33]
El «problema» del diaconado femenino
En Pentecostés de 1994 el papa Juan Pablo II resumió en la carta apostólica Ordinatio sacerdotalis el punto de llegada de una serie de intervenciones precedentes del Magisterio (entre ellas la declaración Inter insigniores), concluyendo que Jesús eligió solamente a varones para el ministerio sacerdotal. Por tanto, «la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres [...] Este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia».[34]
El pronunciamiento resultaba claro para cuantos consideraban poder discutir el rechazo de la ordenación sacerdotal de las mujeres. No obstante, dejaba también emerger de forma imprevisible un pasaje de Pablo VI del año 1975, en el que se afirma que la Iglesia debe «reconocer y promover el papel de las mujeres en la misión evangelizadora y en la vida de las comunidades cristianas».[35]
Algún tiempo después, como consecuencia de los problemas suscitados no tanto por la doctrina como por la fuerza con la que se la exponía, le era presentada a la Congregación para la Doctrina de la Fe una duda al respecto: si la Ordinatio sacerdotalis «se ha de entender como perteneciente al depósito de la fe». La respuesta fue: «Sí» [affirmative], y la doctrina fue calificada como infallibiliter proposita, es decir, que «se debe mantener siempre, en todas partes y por todos los fieles».[36]
Las dificultades de recepción de la respuesta crearon «tensiones» en las relaciones entre Magisterio y teología por los problemas asociados a ella; problemas que tienen que ver con la teología fundamental acerca de la infalibilidad. Es la primera vez en la historia que la congregación invoca explícitamente la constitución Lumen gentium, n.º 25, donde se proclama la infalibilidad de una doctrina por ser enseñada como debe considerarse de manera definitiva por los obispos dispersos por el mundo pero en comunión entre ellos y con el sucesor de Pedro.[37]
Además, la cuestión toca la teología de los sacramentos, porque se refiere al sujeto del sacramento del orden, que de manera tradicional es, precisamente, el varón, aunque sin contemplar los desarrollos que en el siglo XXI han tenido la presencia y el papel de la mujer en la familia y en la sociedad.[38] Se trata de dignidad, de responsabilidad y de participación eclesial.
Una observación del P. Congar
El hecho histórico de la exclusión de la mujer del sacerdocio por el impedimentum sexus es innegable. No obstante, ya en 1948, es decir, mucho antes de las contestaciones de los años sesenta, el P. Congar recordaba que «del hecho de que la Iglesia no haya hecho una cosa [...] no es siempre prudente concluir que la Iglesia no pueda hacerla y que nunca la hará».[39]
Además, agrega otro teólogo, «el consensus fidelium de muchos siglos ha sido invocado en el siglo XX sobre todo con motivo de los profundos cambios socioculturales que han tenido que ver a la mujer. No tendría sentido sostener que la Iglesia tiene que cambiar solamente porque los tiempos han cambiado, pero sigue siendo verdad que una doctrina propuesta por la Iglesia pide ser comprendida por la inteligencia creyente.
La disputa sobre las mujeres sacerdote podría ser puesta en paralelo con otros momentos de la historia de la Iglesia; en todo caso, en la cuestión del sacerdocio femenino son claras las auctoritates, es decir, las posiciones oficiales del Magisterio, pero a muchos católicos les cuesta comprender las rationes de opciones que, más que expresión de autoridad, parecen significar autoritarismo. [...] Hoy hay un malestar entre quienes no llegan a comprender cómo la exclusión de la mujer del ministerio de la Iglesia puede coexistir con la afirmación y la valorización de su igual dignidad».[40]
La objeción de fondo, que ha resurgido en el debate, sigue siendo la misma: ¿cómo es que la Iglesia antigua admitió a algunas mujeres al diaconado e incluso al apostolado? ¿Y por qué se excluyó después a la mujer de tales funciones?
La «gracia del diaconado» para las mujeres
En una intervención para las congregaciones generales antes del cónclave del año 2005, el cardenal Carlo Maria Martini habló de la posibilidad de estudiar la institución del diaconado para las mujeres, dado que la carta apostólica Ordinatio sacerdotalis no había tocado la cuestión. Recordaba Martini que en la historia de la Iglesia antigua había diaconisas[41] y sugería un criterio de discernimiento, que es el mismo Concilio Vaticano II: regresar a las fuentes, estudiar los orígenes, valorar todo en la libertad de los hijos de Dios, pero sobre todo en una rigurosa fidelidad al Evangelio. Es el mismo criterio de discernimiento espiritual del papa Francisco.
Nuestra revista se ha interesado varias veces por el tema. Cabe señalar las aportaciones del P. Jean Galot, que se remontan a los años del Concilio y hacen referencia a la situación pasada.[42] Más reciente es el artículo del P. Piersandro Vanzan, que trata específicamente sobre las «diaconisas».[43] El autor rastrea su historia a través de las publicaciones posconciliares. El problema que no se llega a solucionar tiene que ver con la sacramentalidad de tales tareas, pues del examen de los textos antiguos los teólogos llegan a conclusiones opuestas.
J. Daniélou, R. Gryson y C. Vagaggini avalan una analogía sustancial entre la ordenación de las diaconisas y la de los diáconos.[44] En cambio, A. G. Martimort considera que las ordenaciones de las diaconisas orientales se sitúan, por decirlo así, a medio camino entre los órdenes mayores (diaconado, presbiterado, episcopado) y la amplia serie de ministerios menores (subdiaconado, acolitado, ostiariado, etc., que no son «ordenados»).[45]
Por último, el P. Corrado Marucci ha encarado el intrincado problema que tiene que ver con la presencia, las funciones y la sacramentalidad del diaconado femenino en la Iglesia del primer milenio.[46] Él afirma que la mayor parte de los estudiosos reconoce que las ordenaciones de las diaconisas tenía dignidad sacramental, y concluye subrayando que «la casi totalidad de los argumentos lleva a considerar muy probable que las diaconisas de la Iglesia antigua y medieval recibiesen una ordenación sacramental análoga a la de los diáconos».[47] Es la gracia del diaconado para las mujeres.[48]
Observaciones finales
Según lo dicho no hay duda alguna de que en el siglo V (can. 15, concilio de Calcedonia)[49] la Iglesia tenía diaconisas «ordenadas». Si tal «ordenación» (cheirotonía) era considerada un sacramento (con la imposición de manos, cheirothesía) o solo una bendición o un sacramental, es un problema que habrá que aclarar en el futuro teniendo también en cuenta la evolución y precisión de la misma terminología litúrgica.[50] Y habrá que hacerlo sobre todo para responder a las peticiones, formuladas desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, de revivir el diaconado femenino.[51]
La palabra clarificadora puede venir del Magisterio, intérprete autorizado de la tradición. En cualquier caso, no siempre se puede recurrir al pasado, como si solo en él hubiese indicaciones del Espíritu. También hoy el Señor conduce a la Iglesia y sugiere asumir con valentía perspectivas nuevas. Por lo demás, la afirmación del papa Francisco citada al comienzo no se limita a lo que ya se conoce, sino que quiere adentrarse en un campo complejo y actual para que sea el Espíritu el que guíe a la Iglesia.
El verdadero problema no es solamente el diaconado femenino, sino también la sacramentalidad del diaconado masculino. Algunos teólogos consideran que esta fue implícitamente declarada en el concilio de Trento (DH 1765 y 1776). El Concilio Vaticano II, en la constitución Lumen gentium, da a entender que considera el diaconado como sacramento: a los diáconos se les imponen las manos «para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio», para ser «fortalecidos [...] con la gracia del sacramento [...] en comunión con el obispo y sus presbíteros».[52]
Con el motu proprio «Omnium in mente», del año 2009, Benedicto XVI excluyó el diaconado de los ministerios configurados in persona Christi capitis. Por eso los diáconos «son habilitados para servir al pueblo de Dios en la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad».[53]
También la Comisión Teológica Internacional considera el diaconado como una realidad sacramental, [54] pero excluye explícitamente a las mujeres porque, según la tradición de la Iglesia primitiva, sus funciones «no son pura y simplemente asimilables a los diáconos».[55]
Perspectivas para el futuro
En el pasado, pero también actualmente, en algunos monasterios cartujos femeninos se practicaba la entrega solemne de la estola diaconal por parte del obispo para habilitar a la superiora a presidir la liturgia de las horas y a proclamar el Evangelio en ausencia del presbítero.[56] Los estatutos de los cartujos definen tal entrega como «el gran sacramento que se realiza en la soledad, el de Cristo y de la Iglesia, del cual se tiene el ejemplo eminente en la Virgen María».[57] Es un signo importante de la presencia de un ministerio femenino en la Iglesia.

Giancarlo Pani sj

LIMPIEZA EN EL VATICANO

col jesus mart

El Papa Francisco se ha tenido que emplear a fondo estos últimos meses para despejar del horizonte a una serie de personas y comportamientos que han venido lastrando el proyecto de reforma de la Iglesia desde el inicio de su pontificado.
En primer lugar, ha concedido una "excedencia" al cardenal australiano G. Pell, (miembro del llamado C-9, considerado el número tres del organigrama vaticano y encargado, desde el 4 de julio de 2016, de "vigilar y controlar" -pero no administrar- los bienes de la Sede Primada) para poder defenderse de las acusaciones de abusos sexuales, supuestamente cometidos entre los años 1976-1980 y 1996-2001.
Son muchos los que, interpretando semejante "excedencia" como un viaje sin retorno, no dejan de censurar la confianza depositada en él y entienden que sus diferentes nombramientos son, muy probablemente, el mayor error cometido por Francisco. La justicia australiana clarificará la consistencia de las imputaciones y, a la vez, si, efectivamente, la confianza en él depositada ha sido el error de bulto que se aprecia, al menos, en un primer momento, y, de paso, si la "excedencia" es una rectificación, aunque tardía.
Pero, además, el papa ha relevado a G. Müller, una vez cumplido su mandato de cinco años, al frente de la Congregación para la Doctrina de la fe (ex - Santo Oficio); una inusual decisión que parece obedecer a diferentes razones. El cardenal alemán ha sido uno de los más firmes y persistentes opositores a la propuesta papal de primar la verdad evangélica de la misericordia sobre las "verdades innegociables" de la llamada ley moral natural en el caso de los divorciados vueltos a casar civilmente y, por extensión, en la moral sexual y en la pastoral familiar.
Y, también, quien ha amparado el boicot a la decisión papal de implementar una política de tolerancia cero en los casos de pedofilia de los curas y de los obispos, tal y como denunció en su día Marie Collins (activista irlandesa, víctima de abusos sexuales y miembro de la Comisión encargada de tutelar a los menores).
Cuando esta mujer presentó su dimisión, alegó la "inaceptable y vergonzosa falta de colaboración" "de algunos miembros de la Curia Vaticana", aduciendo, concretamente, la negativa de tales miembros a responder a las cartas que les dirigían las víctimas de la pedofilia, así como a la vía muerta en que había quedado la decisión papal de poner en funcionamiento un tribunal para juzgar a los obispos negligentes al respecto.
Fueron legión quienes, a raíz de semejantes denuncias, pudieron constatar cómo el cardenal G. Müller era un gran especialista en activar una variante vaticana del llamado "pase foral": acataba formalmente lo que el Papa aprobaba, pero no lo ejecutaba... Y fueron muchos más los que ya no pudieron soportar la respuesta -despreciativa- del cardenal a las denuncias de Marie Collins, más allá de que fuera acusada en algunos círculos vaticanos de ser una mujer un tanto autoritaria y de no tener paciencia alguna...
Con el nombramiento de Mons. Luis Francisco Ladaria, mallorquín, jesuita español y secretario de la Congregación para la Doctrina de la fe desde 2008, a la vez que presidente de la comisión encargada de estudiar la posibilidad de un diaconado femenino, Francisco parece estar apostando por dotar a sus decisiones más relevantes de una consistencia teológica tal que resulten difícilmente cuestionables para el sector inmovilista de la Iglesia.
Es una interpretación cuya verosimilitud (o no) podrá comprobarse, de manera particular, cuando la comisión que preside el nuevo Prefecto de la Congregación se posicione sobre el diaconado femenino, una puerta que, de abrirse, dejaría franco, más pronto o más tarde, el camino del sacerdocio ministerial e, incluso, del episcopado femenino.
Finalmente, es excepcional e inaudito que los tribunales de la Santa Sede hayan decidido llamar a declarar al cardenal T. Bertone (el número dos en el papado de Benedicto XVI) para que aclare su posible responsabilidad en la desviación de 442.000 € del hospital infantil "Bambino Gesù" con los que, al parecer, habría arreglado el ático en el que reside, una vez jubilado.
Un indudable ejemplo de transparencia, largo tiempo esperado y que sería deseable se extendiera a todos los ámbitos de gobierno, en el Vaticano y en todas las demás instituciones eclesiales, incluidas, obviamente, las diocesanas. La impunidad no es de recibo en ninguna institución. Y menos, en la Iglesia, aunque el sospechoso haya sido el número dos del Vaticano o, aunque lo sean cardenales, obispos, sacerdotes y laicos "factótum" en cualquier parte del mundo.
Entre tanto, se han conocido otros gestos y detalles del papa Bergoglio cargados de esperanzada significatividad. Con ellos muestra, mejor que con sus palabras, lo que es ser cristiano, es decir, seguidor del Crucificado en los crucificados de nuestros días y, a la par, partícipe y transmisor de la vida que brota del Resucitado: ha aprobado que sean reconocidas como santas las personas que han dado sus vidas por el prójimo aceptando libre y voluntariamente una muerte cierta y prematura; ha estado cerca de los padres de Charlie Gard, el niño recientemente fallecido por una extraña enfermedad genética; ha telefoneado a R. Acuña, un basurero argentino, padre de cinco hijos que perdió sus piernas hace cuatro meses en un accidente de trabajo; ha escrito una carta a Andrea, una enferma que le había invitado a ir con ella y con sus compañeros a una peregrinación a Loreto, animándola a no bajar nunca la guardia y, por si todo ello fuera poco, ha puesto un letrero a la entrada de su despacho en el que se puede leer: "prohibido quejarse". "Los transgresores están sujetos a un síndrome de victimismo con la consecuente disminución del tono del humor y de la capacidad para resolver problemas". "Por tanto: deja de quejarte y actúa para hacer mejor tu vida".
Limpieza, obviamente, pero también, y, ante todo, misericordia a manos llenas; en especial, con los más sencillos y necesitados. Y, por supuesto, unas cuantas gotas de buen humor. Tres oportunos ingredientes para los tiempos que corren.

169 AÑOS DE UN 'MARTIRIO CRUENTO' POR EL CELIBATO OPCIONAL

col rufo

18 de Agosto de 1848. Un sacerdote de la diócesis de Buenos Aires (Argentina), Ladislao Gutiérrez, y su mujer, Camila 0’Gorman, fueron asesinados por la autoridad civil con la bendición eclesial. Su delito: abandonar el ministerio sacerdotal y formar una familia. Les mataron a los dos y al hijo concebido, en el octavo mes de gestación. El obispo de entonces, Mariano Medrano y Cabrera, pidió al Gobernador: "en cualquier punto que los encuentren a estos miserables, desgraciados infelices, sean aprehendidos y traídos, para que, procediendo en justicia, sean reprendidos por tan enorme y escandaloso procedimiento". En su huida hacia Brasil, otro sacerdote avisó a la policía y los detuvieron.
Camino de Buenos Aires, en un juicio sumarísimo, fueron condenados a  muerte y fusilados en la mañana del 18 de agosto en el Cuartel General de Santos Lugares de Rosas (actualmente localidad de San Andrés, General San Martín). Ladislao hizo llegar a Camila este escrito: "Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te abraza tu Gutiérrez". Sentados en sendas sillas, cargadas por cuatro hombres a través de dos largos palos, les vendan los ojos y, escoltados por la banda de música del batallón, los llevan al patio interior. Camila lloraba. Cuando los soldados los ataban a las sillas, pudieron despedirse, hasta que Ladislao comenzó a gritar: "Asesínenme a mí sin juicio, pero no a ella, y en ese estado ¡miserables...!". Las balas los silenciaron.
¡No podemos olvidar!
Sobre todo, cuando la ley que permitió tal crueldad, sigue vigente. Este crimen es una consecuencia extrema de preferir la Ley a la libertad del Evangelio. Lo mismo fue la muerte de Jesús: "nosotros tenemos una ley y, según esa ley, debe morir" (Jn 19, 7). Este es un episodio especialmente violento de los muchos que jalonan la lucha por el celibato opcional.
Cuesta trabajo creer que haya en la Iglesia tal apego a una ley que ha producido tantos desmanes durante siglos y aún siga sustancialmente vigente. Por esta ley, sigue habiendo comunidades sin eucaristía, personas rotas vitalmente, escándalos, hijos desprotegidos, mujeres invisibles, destierros impuestos, vicios "contra naturam" (Conc. Lateranense III año 1179, canon 11), abusos "con impúberes de cualquier sexo" (Instrucción 9 junio 1922), etc. etc.
Quienes se oponen a esta ley no niegan en absoluto la posibilidad de un celibato evangélico, siempre que sea libremente mantenido. El celibato opcional contribuye a lograr vidas entregadas al ministerio eclesial, llenas de sentido. Pero también es verdad que en parte de la Iglesia católica -la oriental- hay "presbíteros casados muy meritorios" (PO 16), por su santa gestión del ministerio. Podría haberlos en la Iglesia católica occidental, si esta ley, que ata necesariamente ministerio y celibato, no existiera. A mediados del siglo XX, hay sacerdotes casados en parroquias católicas occidentales, procedentes de otras confesiones cristianas convertidos al catolicismo. Escandaliza el que no sea igual para todos.
La cerrazón autoritaria sigue manteniendo esta ley, a pesar de las masivas deserciones ministeriales -a causa del celibato- en el catolicismo occidental. Los máximos dirigentes de la Iglesia no quieren ver el signo de Dios en dichos abandonos. La Iglesia está cada día más desamparada de vocaciones a estos ministerios, pero no se buscan soluciones verdaderas. No se aceptan ministros ordenados no célibes ni mujeres cristianas, que, con los varones, son "uno en Cristo Jesús" (Gál 3, 28). La inmensa mayoría de la Iglesia -casados y mujeres- tiene vetado su acceso a los ministerios ordenados. ¡Ya está bien de perder el sentido común y eclesial!
Una evidencia: esta ley no procede del Evangelio de Jesús.
La ley celibataria tuvo una primera etapa en la "ley de la continencia matrimonial de los clérigos" avalada por el papa Siricio (384-399). Se basaba en las supersticiones judías sobre la impureza de la relación matrimonial. Sigue hoy como "Magisterio de la Iglesia" (cf. H. Denzinger 185) la carta de san Siricio al obispo de Tarragona sobre esta ley de continencia. Sus bases erróneas pueden resumirse:
- confusión entre el sacerdocio antiguo y el ministerio de Jesús;
- ignorancia sobre la bondad de la sexualidad;
- interpretación errónea de "los que están en la carne no pueden agradar a Dios" (Rm. 8, 8);
- creer que Dios no escucha a quien tiene relaciones sexuales con su mujer;
Conclusión lógica, tan aberrante como las premisas: la relación sexual matrimonial indispone para celebrar los sacramentos divinos.
Otra evidencia: esta ley no es voluntad divina ni de "tradición apostólica".
Para atar más la ley -¡qué bien se le da a las tiranías estas argumentaciones!-, pretenden hacernos creer que esta norma es voluntad divina expresada en la vida de Jesús y sus Apóstoles. Incluso se atreven a cargar su imposición al Espíritu Santo que guía a la Iglesia. ¿Cómo puede honradamente sostenerse que la "continencia" es una "tradición apostólica" ante unos textos tan claros como estos?:
"Dios creó al hombre, varón y mujer, a imagen suya... creced y multiplicaos" (Gen 1, 27-28).
"No es bueno que el hombre esté solo; voy hacerle una compañera" (Gen 2, 18).
Jesús no lo exigió a sus apóstoles, ni lo recomendaba:
"no todos entienden esta palabra, sino aquellos a quienes se le ha concedido..." (Mt 19,11-12).
Los apóstoles estarían casados. De Pedro nos consta por casualidad:
"La suegra de Simón Pedro estaba en cama con calentura..." (Mc 1, 30s).
San Pablo claramente dice que "no es ley del Señor":
- "Sobre las vírgenes no tengo precepto del Señor" (1 Cor 7,25).
Pablo da un criterio, en desuso por la ley celibataria, para elegir obispo:
- "que gobierne bien su propia familia y se haga obedecer de sus hijos con dignidad" (1Tim 3, 4).
Reconoce que es un derecho tan vital como el alimento y la bebida:
- "¿Acaso no tenemos derecho a comer y beber?, ¿acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles, incluyendo a los parientes del Señor y a Pedro?..." (1Cor 9,4-5).
- "Si no pueden sostenerse, que sea casen; más vale casarse que quemarse" (1Cor 7,9).
- "Supongamos que uno con mucha vitalidad piensa que se está propasando con su compañera y que la cosa no tiene remedio: que haga lo que desea, no hay pecado en eso; cásense. Otro, en cambio, está firme interiormente y no siente una compulsión irresistible, tiene libertad para tomar su propia decisión y ha determinado dentro de sí respetar a su compañera: hará perfectamente. En resumen, el que se casa con su compañera hace bien. y el que no se casa, todavía mejor" (1 Cor., 7, 36-38).
"El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos apostarán de la fe prestando atención a espíritus embusteros y a enseñanzas de demonios, valiéndose de la hipocresía de impostores marcados a fuego en su propia conciencia, que prohíben casarse y abstenerse de manjares que Dios creó..." (1Tim 4,1-3).
La ley impositiva actual es fruto del imperialismo eclesial
Nació formalmente en el segundo milenio. Fruto del imperialismo papal surgido al final del primer milenio, una de las épocas más tristes de la Iglesia. Gregorio VII (+1085), el que se atrevió a dictar el "Dictatus Papae", en que se autoproclamó señor absoluto de la Iglesia y del mundo, no tuvo reparos en imponer que toda persona que desea ser ordenada debe hacer primero un voto de celibato: "Los sacerdotes [deben] primero escapar de las garras de sus esposas" (1074).
Poco después, en 1095, el Papa Urbano II hace vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y sus hijos abandonados. En el siglo XII, en 1123, el Concilio I de Letrán, a instancias del Papa Calixto II, decreta que los matrimonios clericales no son válidos. En 1139, el Papa Inocencio II logra que el Concilio II de Letrán confirme el decreto del anterior Concilio. Todo contrario al espíritu evangélico (Mc 10, 42ss y paral.).
¿Cuándo la Iglesia Católica reconocerá esta libertad del Espíritu Santo?
Muchas Confesiones cristianas rompieron esta ley inicua. ¿Cuándo lo hará la Iglesia católica? Pidamos al Espíritu Santo que haga presente pronto esta libertad. También la Iglesia "cuando se vuelva hacia el Señor, se quitará el velo. Ese Señor es el Espíritu, y donde hay Espíritu del Señor hay libertad" (2Cor 3, 16-17). Vincular ministerio y celibato no es obra del Espíritu. Es obra de la Ley. "Si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis bajo la Ley" (Gál 5, 18).

HUMANIZAR LA IGLESIA

col castillo

Entiendo que haya personas que, nada más que leer el título de este breve artículo, sientan un cierto recelo o quizá experimenten desconfianza o incluso un abierto rechazo. Porque a muchos de nosotros nos han educado en el convencimiento de que “lo humano” se contrapone a “lo divino”. Y eso, llevado hasta sus últimas consecuencias, desemboca –sin más remedio– en la idea fija de que “a más humanidad, menos divinidad”. O sea que “humanizar la Iglesia” equivaldría a robarle o recortarle su condición sagrada, sobrenatural y divina.
Sin embargo, me atrevo a decir que “humanizar la Iglesia”, no sólo es lícito, sino sobre todo es enteramente necesario y urgente. Si es que este asunto se piensa desde la fe y la mentalidad cristiana. Porque vamos a ver, según nuestras creencias, ¿qué es lo que hizo Dios para traer solución y salvación al mundo?
Los cristianos decimos que esa pregunta tiene su respuesta a partir del misterio de la Encarnación de Dios en Jesús. Lo que, traducido a un lenguaje más sencillo, quiere decir la Humanización de Dios en un modesto galileo que se llamaba Jesús el Nazareno. San Pablo lo explica diciendo algo muy fuerte: “Él, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos” (Fil 2, 6-7).
Desde hace más de diez años, me viene preocupando lo que esto entraña y representa. He publicado cuatro libros y cantidad de artículos sobre el tema. Ahora quiero dar un paso más, que me parece urgente y decisivo. Porque, si lo que acabo de indicar es indispensable para entender el cristianismo, ¿no va a ser tanto o más urgente y necesario para entender la Iglesia? Lo que equivale a hacerse esta otra pregunta, quizá más incómoda para algunos: Si Dios se rebajó y se humanizó, para traer salvación a este mundo, ¿por qué la Iglesia no se despoja también de sus rangos, dignidades y privilegios, de forma que de ella podamos decir que se ha humanizado? Y lo peor de todo es que, como sabemos (y con frecuencia), los “hombres de Iglesia” mantienen sus rangos, privilegios y dignidades a base de “deshumanizarse” en no pocos asuntos que tocan asuntos de los más fuertes que tenemos que afrontar los humanos. Por supuesto, Dios no es la religión. Ni Dios es la Iglesia. Pero, en todo caso, los caminos de Dios, de Jesús, ¿no tendrían que ser los caminos de la Iglesia?
Limpieza, obviamente, pero también, y, ante todo, misericordia a manos llenas; en especial, con los más sencillos y necesitados. ¿Por qué será esto así?

¡QUÉ FÁCIL ES CRITICAR, QUÉ DIFÍCIL CORREGIR!

col sicre

La formación de los discípulos
A partir del primer anuncio de la pasión-resurrección y de la confesión de Pedro, Jesús se centra en la formación de sus discípulos. No sólo mediante un discurso, como en el c.18, sino a través de las diversos acontecimientos que se van presentando. Los temas podemos agruparlos en tres apartados:
1. Los peligros del discípulo:
* ambición (18,1-5)
* escándalo (18,6-9)
* despreocupación por los pequeños (18,10-14)
2. Las obligaciones del discípulo:
* corrección fraterna (18,15-20)
* perdón (18,21-35)
3. El desconcierto del discípulo:
* ante el matrimonio (19,3-12)
* ante los niños (19,13-15)
* ante la riqueza (19,16-29)
* ante la recompensa (19,30-20,16)
De estos temas, la liturgia dominical ha seleccionado el 2º, corrección fraterna y perdón, que leeremos en los dos próximos domingos (23 y 24 del Tiempo Ordinario) y el último punto del 3º, desconcierto ante la recompensa (domingo 25).
La corrección fraterna
Como punto de partida es muy válida la primera lectura, tomada del profeta Ezequiel. Cuando alguien se porta de forma indebida, lo normal es criticarlo, procurando que la persona no se entere de nuestra crítica. Sin embargo, Dios advierte al profeta que no puede cometer ese error. Su misión no es criticar por la espalda, sino dirigirse al malvado y animarlo a cambiar de conducta.
En la misma línea debemos entender el evangelio de hoy, que se dirige a los apóstoles y a los responsables posteriores de las comunidades. No pueden permanecer indiferentes, deben procurar el cambio de la persona. Pero es posible que ésta se muestre reacia y no acepte la corrección. Por eso se sugieren cuatro pasos: 1) tratar el tema entre los dos; 2) si no se atiene a razones, se llama a otro o a otros testigos; 3) si sigue sin hacer caso, se acude a toda la comunidad; 4) si ni siquie­ra entonces se atiene a razones, hay que considerarlo «como un gentil o un publicano».
Esta práctica recuerda en parte la costumbre de la comunidad de Qumrán. La Regla de la Congregación, sin expresarse de forma tan sistemática como Mateo, da por supuestos cuatro pasos: 1) corrección fraterna; 2) invocación de dos testi­gos; 3) recurso a «los grandes», los miembros más antiguos e importantes; 4) finalmente, si la persona no quiere corregirse, se le excluye de la comunidad.
La novedad del evangelio radica en que no se acude en tercera instancia a los «grandes», sino a toda la comunidad, subrayando el carácter democrático de la vivencia cristiana. Hay otra diferencia notable entre Qumrán y Jesús: en Qumrán se estipulan una serie de sanciones cuando se ofende a alguno, cosa que falta en el Nuevo Testamento. Copio algunas de ellas en el Apéndice.
Hay un punto de difícil interpretación: ¿qué signifi­ca la frase final, «considéralo como un gentil o un publicano»? Generalmente la interpretamos como un rechazo total de esa persona. Pero no es tan claro, si tenemos en cuenta que Jesús era el «amigo de publicanos» y que siempre mostró una actitud positiva ante los paganos. Por consiguiente, quizá la última frase debamos entenderla en sentido positivo: incluso cuando parece que esa persona es insalvable, sigue considerándola como alguien que en algún momento puede aceptar a Jesús y volver a él. Esta debe ser la actitud personal («considéralo»), aunque la comunidad haya debido tomar una actitud disciplinaria más dura.
¿Qué valor tiene la decisión tomada en estos casos? Un valor absoluto. Por eso, se añaden unas palabras muy parecidas a las dichas a Pedro poco antes, pero dirigidas ahora a todos los discípulos y a toda la comunidad: «Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.» La decisión adoptada por ellos será refrendada por Dios en el cielo.
Relacionado con este tema están las frases finales. Generalmente se los aplica a la oración y a la presencia de Cristo en general. Pero, dado lo anterior y lo que sigue, parece importante relacionar esta oración y esta presencia de Cristo con los temas de la corrección y del perdón.
El conjunto podríamos explicarlo del modo siguiente. La correc­ción fraterna y la decisión comunitaria sobre un individuo son algo muy delicado. Hace falta luz, hallar las palabras adecuadas, el momento justo, paciencia. Todo esto es imposible sin oración. Jesús da por supuesto -quizá supone mucho- que esta oración va a darse. Y anima a los discípulos asegurándoles la ayuda del Padre, ya que El estará presente. Esta interpretación no excluye la otra, más amplia, de la oración y la presencia de Cristo en general. Lo importante es no olvidar la oración y la presencia de Jesús en el difícil momento de la reconciliación.
Apéndice: la práctica de la comunidad de Qumrán
Nota: En el siglo II a.C., un grupo de judíos, descontentos del comportamiento del clero y de las autoridades de Jerusalén, se retiró al desierto de Judá y fundó junto al Mar Muerto una comunidad. Se ha discutido mucho sobre su influjo en Juan Bautista, en Jesús y en los primeros cristianos. El interesado puede leer J. L. Sicre, El cuadrante. Vol. II: La apuesta, cap. 15.
Los cuatro pasos en la Regla de la congregación
1) «Que se corrijan uno a otro con verdad, con tranquilidad y con amor lleno de buena voluntad y benevolencia para cada uno» (V, 23-24).
2 y 3) «Igualmente, que nadie acuse a otro en presencia de los "grandes" sin haberle avisado antes delante de dos testigos» (VI, 1).
4) «El que calumnia a los "grandes", que sea despedido y no vuelva más. Igualmente, que sea despedido y no vuelva nunca el que murmura contra la autoridad de la asamblea (...) Todo el que después de haber permanecido diez años en el consejo de la comunidad se vuelva atrás, traicionando a la comunidad... que no vuelva al consejo de la comunidad. Los miembros de la comunidad que estén en contacto con él en materia de purificación y de bienes sin haber informado de esto a la comunidad serán tratados de igual manera. No se deje de expulsarlos» (VII,16-25).
Algunos castigos
«Si alguien habla a su prójimo con arrogancia o se dirige a él groseramente, hiriendo la dignidad del hermano, o se opone a las órdenes dadas por un colega superior a él, será castigado durante un año...»
«Si alguno habló con cólera a uno de los sacerdotes inscritos en el libro, que sea castigado durante un año. Durante ese tiempo no participará del baño de purificación con el resto de los grandes.»
«El que calumnia injustamente a su prójimo, que sea castigado durante un año y apartado de la comunidad.»
«Si únicamente hablo de su prójimo con amargura o lo engañó conscientemente, su castigo durará seis meses.
«El que se despereza, cabecea o duerme en la reunión de los "grandes" será castigado treinta días».