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ATALAYA

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viernes, 25 de octubre de 2013

De María Antonieta a Ana Botella Jaime Richart


Enviado a la página web de Redes Cristianas
En una biografía rigurosa, como todo lo escrito por Emil Ludwig, Maria Antonieta, favorita de Luis XVI, rey de Francia, es una mujer frívola y voluble, de gustos caros y rodeada de una camarilla intrigante. Pronto se gana la fama de reaccionaria y despilfarradora. Ignora la miseria del pueblo y con su conducta contribuye al descrédito de la monarquía que desembocó en la Revolución Francesa. Cuenta Ludwig que era tal su desverguenza que cuando sus “asesores” le trasladaban el clamor del pueblo exigiendo pan, ella contestaba: “que coman bollos”.
La revista alemana Der Spigel relata una historia que ilustra perfectamente lo escandaloso de la situación actual en España que recuerda épocas pasadas como la de esta mujer. Se refiere a la Alcaldesa de Madrid, cuyo único “mérito” es ser la señora de Aznar.
Según el semanario, “el Ayuntamiento es un palacio cuya remodelación ha costado 500 millones de euros; su despacho es mayor que el del Presidente de los Estados Unidos, tiene “un mayordomo cuya única función es servirla el café”, y 260 asesores personales y altos cargos que cobran de media 60.000 euros. El Ayuntamiento posee, además, 267 coches oficiales de uso personal: más que todas las capitales de la eurozona juntas.
La administración no tiene medida; la ostentación suntuaria más indecente tiene lugar en medio de una penuria extrema, donde Cáritas ha de atender a mas de un millón de personas, y un 26% de los niños vive por debajo del umbral de la pobreza. Y el país en situación de rescate. ¿Cómo se atreve a ir a misa y a salir a la calle? Pero no es la excepción, es la regla…”
No está confirmada la descripción de Der Spigel, pero llueve sobre mojado. La estela dejada por la burbuja inmobiliaria, los faraónicos templos a la necedad y al culto a la personalidad de muchos políticos, principalmente del partido en el poder ejercido de manera absoluta, no permiten la presuncia en contrario.
Ana Botella, esposa del ex presidente Aznar, (salvando las enormes distancias en glamour e inteligencia) recuerda a Maria Antonieta y sus dispendios mientras el pueblo moría de hambre… Si hacemos caso a Der Spigel, Botella gasta como un jeque árabe viajero acompañado por sus 260 mujeres conduciendo cada una con su respectivo coche.
Es cierto que ese derroche desafiante no es solo cosa suya, pues en prácticamente todos los ayuntamientos, Comunidades y el propio Estado los gastos suntuosos y personales en A o en B son de escándalo. Pero el hecho de estar situada esta mujer, Ana Botella, en el epicentro de la península, en el centro de la capital española, en el foco de la causa centralizadora del partido político en el poder y en el centro de lo que resulta un contubernio político con su egocéntrico marido, hace de ella y de sus prácticas un ser despreciable. Y doblemente despreciable si pensamos que, como ya sabe el mundo entero, millones de personas en este país, si no mueren de hambre como en los tiempos prerrevolucionarios en Francia, se desangran moralmente por no tener nada que llevar a la boca de sus hijos en espera de que la caridad o la filantropía, les libre de la enfermedad, de la inacción y de la miseria absoluta.
España está al borde del colapso social y de la quiebra. Si los dirigentes en todas las esferas no reaccionan a tiempo y siguen, como Maria Antonieta y Ana Botella, sin privarse de sus caprichos y sin gesto alguno que alivie la indignación que en regueros recorre por calles y redes sociales, España puede volver a ser un espacio socialmente incendiado. La represión nunca ha sido la mejor consejera para estabilizar a un país. Entren en razón y, como Bergoglio en Roma, limpien los poderes de basura, de codicia y de soberbia sus cuarteles de invierno. En caso contrario, no extrañe al mundo que la sociedad civil regrese al año 36.

XXXVIII Foro Encrucillada: “La cuestión de Dios”



26 de octubre en el Palacio de Congresos de Compostela
¿Cómo detectar esas formas de presencia de nuestro preguntar por lo Absoluto?
La pregunta por Dios no caduca. Sí lo hacen nuestras respuestas, siempre provisionales y precarias. Pero la cuestión de Dios acompaña irremediable y afortunadamente a la condición humana.

No siempre es igual su forma de emerger. Hay un variado y multiforme espectro en las formas en las que aparece. Pero la pregunta por Dios siempre está ahí. ¿Cómo detectar esas formas de presencia de nuestro preguntar por lo Absoluto que se insinúan, como de soslayo, en el latido mismo de nuestra cultura?
¿Cómo escuchar las cada vez más exóticas voces de Oriente, que preguntan también por Dios, pero de una manera bastante distinta a la nuestra?
¿Cómo intentar una reflexión teológica actual que pueda iluminar las formas de presencia según las cuales se logra entrever, en nosotros mismos y en el mundo, esa “inobjetiva” manifestación?

27 de octubre de 2013, 30 Tiempo ordinario (C): ¿Quién soy yo para juzgar? José Antonio Pagola


Enviado a la página web de Redes Cristianas

La parábola del fariseo y el publicano suele despertar en no pocos cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que se presenta ante Dios arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía espontánea hacia el publicano que reconoce humildemente su pecado. Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento: “Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo”.
Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores fariseos, sino para sacudir la conciencia de “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.


La oración del fariseo nos revela su actitud interior: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás”. ¿Que clase de oración es esta de creerse mejor que los demás? Hasta un fariseo, fiel cumplidor de la Ley, puede vivir en una actitud pervertida. Este hombre se siente justo ante Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como él.
El publicano, por el contrario, solo acierta a decir: “¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”. Este hombre reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.
La parábola es una penetrante crítica que desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir ante Dios seguros de nuestra inocencia, mientras condenamos desde nuestra supuesta superioridad moral a todo el que no piensa o actúa como nosotros.


Circunstancias históricas y corrientes triunfalistas alejadas del evangelio nos han hecho a los católicos especialmente proclives a esa tentación. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué hay en el fondo de ciertas oraciones por la conversión de los pecadores? ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir convirtiéndonos a Dios?
Recientemente, ante la pregunta de un periodista, el Papa Francisco hizo esta afirmación: “¿Quién soy yo para juzgar a un gay?”. Sus palabras han sorprendido a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y evangélica de un Papa católico. Sin embargo, esa es la actitud de quien vive en verdad ante Dios

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