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domingo, 18 de septiembre de 2011

Anglicanos de tradición católica


Tan cerca, tan lejos. Anglicanos de tradición católica  (R.C.)
Ana Moreno

Sta. María la Mayor y Sta. María la Menor son dos parroquias anglicanas ubicadas en Cambridge (Reino Unido). Comparten patrona y su tradición católica. Llevan más de 800 años conviviendo a escasos metros -apenas 1 Km.- aunque sus ritos disten siglos: la primera, celebra la eucaristía siguiendo el rito romano con ligeras variaciones; la segunda, se aproxima más al tridentino, con el presbítero mirando hacia el este, de espaldas a la comunidad. La Mayor tiene una reverenda mujer, la Menor no admite que una mujer celebre la eucaristía. No son las únicas parroquias de la zona, en los escasos metros que las separa sobresalen media docena de torres que bien pueden albergar otras tantas parroquias -o capillas de colleges- muchas de ellas anglicanas de tradición reformada. ¿Cabe tanta variedad dentro de una misma Iglesia?
En sus 44 años de reinado, Isabel I ejerció el pragmatismo religioso como vía para contentar a los protestantes sin provocar a los católicos. El resultado fue una Iglesia Anglicana de base protestante con muchos símbolos, oraciones y una buena parte de la liturgia católica. Desde entonces, con la evolución propia de su paso por los túneles y vaivenes de la historia, la Iglesia Anglicana (unos 70 millones de seguidores en todo el mundo) es tanto católica como reformada. En los siglos XVI y XVII al sector más conservador teológica, litúrgica y jerárquicamente hablando se le empezó a conocer como High Church o Iglesia anglo-católica; mientras al más liberal y reformista se le denominó Low Church.
La diversidad, la tolerancia y el respeto a la sensibilidad de cada comunidad parroquial es una de esas señas de identidad de la Iglesia Anglicana que llama la atención de una visitante católica romana, acostumbrada a mayor uniformización. Cuando una parroquia busca vicario/a pone un anuncio (en la revista Church Time, por ejemplo), los candidatos se presentan a la comunidad y ésta decide. La decisión no es fácil, pues el o la elegida pueden permanecer incluso hasta su jubilación en la misma parroquia. Eso sí, existe un acuerdo tácito según el cual es el vicario el que se pliega a la sensibilidad de la comunidad a la que sirve y no a la inversa. Esta democracia interna no afecta, sin embargo, a los obispos, designados al igual que los nuestros jerárquicamente y cuyo nombramiento ha de ir refrendado, además, por la firma de la reina. Si bien a las comunidades parroquiales se les da la opción de proponer nombres.
Tras un breve peregrinar por varias parroquias, asistí un día a misa en Great St. Mary’s y me quedé. Ver a la reverenda Annabel Shilson-Thomas presidir la eucaristía en el altar con toda naturalidad, rezar el credo católico, y predicar con cercanía y lucidez resultaba tan reconfortante como mujer que decidí no buscar más: esa iba a ser mi comunidad durante el verano. Acostumbrada a una Iglesia Católica, única institución del país que no sólo mantiene una gravosa desigualdad entre géneros, sino que se esfuerza en dar argumentos para perpetuar esta situación, este cambio veraniego de parroquia ha sido como un chute de esperanza, un viaje a un futuro que quizá no llegue a conocer, pero que seguro alcanzará también a la Iglesia Católica.
Claro, una iglesia que ordena a mujeres y a varones casados no necesita organizar grandes eventos para pedir vocaciones, sino para recaudar fondos. Sí, en la Iglesia Anglicana hay más vocaciones que plazas remuneradas, un cura puede estar en paro o verse obligado a aceptar medias jornadas u otros puestos de pastoral. La Iglesia no recibe dinero del estado y ha de sobrevivir con las rentas de su patrimonio y las aportaciones de los feligreses. No obstante, no deja de maravillarme que en esta parroquia a cuyos servicios un domingo no asisten más de 200 personas en total, disponga de 8 personas a sueldo (tres vicarios con diversa dedicación horaria, un agente de pastoral, un gestor, dos sacristanes y un director musical y su asistente); mientras que en mi parroquia, a la que asisten más de 400 personas cualquier domingo, tan sólo disponemos de un sacerdote compartido con otras dos comunidades y ningún agente de pastoral en nómina.
Las dimensiones más reducidas de estas comunidades y el elevado número de personal dedicado a servirlas se traduce, básicamente, en mimo y cercanía. Mimo en la dedicación a las personas, a los enfermos en especial y en el culto. Cada semana se reparte un tríptico con las actividades parroquiales, con los datos de la siguiente eucaristía, los nombres de los enfermos para rezar por ellos en casa, se felicitan los cumpleaños, se imprimen los sermones y, compartir un café al terminar la eucaristía en los locales parroquiales, forma parte de la vida comunitaria.
Al proceder de una gran iglesia hegemónica, sorprende la asentada conciencia de que hay que trabajar por la unidad de los cristianos. Actitud que se traduce en pequeñas y variadas actuaciones como el intercambio de predicadores, de coros y de invitaciones para dar charlas, la organización de celebraciones conjuntas y, sobre todo, la humilde asunción de que ninguna de ellas tiene toda la verdad. Parece una obviedad decir que la unión hace la fuerza, y que las grandes y pequeñas iglesias trabajen juntas sólo puede hacer bien al cristianismo y a las sociedades en las que intenta fermentar su mensaje.
Las líneas precedentes son tan sólo algunas chispas, observaciones de un verano entre hermanos y hermanas anglicanos de tradición católica. No reflejan toda la realidad de esta iglesia cercana, pero sí corroboran dos intuiciones: la primera, que estamos muy CERCA en lo importante, y muy LEJOS en organización eclesial (algunos incluso más lejos aún en adaptación a los valores de nuestras respectivas sociedades); la segunda, que el contacto entre cristianos enriquece, arroja luz, hermana. Ojala nos enseñemos los unos a los otros con toda sabiduría, como ya en su tiempo invitaba Pablo a los Colonenses.