FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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miércoles, 13 de enero de 2016

Sobre la violencia Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

La revista satírica Charlie Hebdó es muy libre de proclamar asiduamente, reiteradamente, para mí, pesadamente, su laicidad. Y los demás somos muy libres de hacerle las críticas que consideramos pertinentes. A raíz del último número, con un Dios huyendo cargado con un fusil de esos rusos de moda, el Vaticano ha afirmado, con toda lógica, que el número en cuestión exagera, y, además, es publicado en momento inoportunísimo. Los que leen este blog conocen mi laicidad, algo que, a juzgar por la entrevista que he leído hoy en “El País” con el su redactor jefe, G. Biard, no me atrevería a extender, sin más, a dicho periodista. Éste considera, por lo visto, que se trata de un característica típica francesa, y hace, así, honor al ya manido y casi legendario chauvinismo galo.

Laico viene del griego “laos” (Λάος, en grafía helena), y significa “pueblo”. Una de las tentativas del Concilio Vaticano II fue, justamente, desclericalizar a la Iglesia, y dotarla de una sana “laicidad”, aunque este modo de hablar sorprenda a muchos de mis amigos franceses. Y por eso, definió a la Iglesia como “pueblo de Dios”, (laos Dei). Una cosa es que muchos cristianos sean violentos, vengativos, crueles y bárbaros, como los hay iguales franceses, o alemanes, o españoles, como para deducir que los que así son, o se comportan, esté motivado por su pertenencia a la Iglesia, o su fe en Dios, o por ser ciudadanos de Francia, o Alemania, o de España, o de los EE.UU. de América. Desde luego, el Evangelio de Jesús de Nazaret, no solo no invita ni induce a la violencia, sino que explícitamente ordena a sus seguidores a perdonar “hasta setenta siete veces siete” al día al que lo ofendió, y a poner la otra mejilla. En el Coram estos consejos no son tan explícitos, pero la violencia contra inocentes está expresamente prohibida. Los que se comportan de modo inhumano y cruel son, justamente, los que no obedecen las orientaciones ni las normas de su fe y de su Dios. Atribuir a Éste los desmanes de sus fieles es, además de unan infamia, una solemne idiotez, una insensatez, y una perfecta pérdida de tiempo.
En mi anterior entrega a este blog traté de la relación de las religiones con la violencia. Es decir, admito esa posible causalidad. Por eso me gustaría recordar a los periodistas y editores de la Charlie Hebdó otras fuentes inequívocas de violencia, guerra, crueldad e injusticia, totalmente diferentes de la Revelación positiva de las fés monoteístas, tan vituperadas de manera indiscriminada, al bulto, y a lo loco, por su publicación.

La lucha por el poder
El patriotismo, (las patrias, y el espíritu militarista)
La propiedad privada
El dinero
La explotación sexual


La lucha por el poder. Me parece que nadie discrepará de lo siguiente: la tremenda lucha y continuo enfrentamiento por conseguir, primero, y aumentar, después, es la principal causa de la violencia y de las guerras. Se trata de una constatación del puro sentido común, con la certeza, además de que ese motivo de violencia es mucho mayor y potente que la Revelación de un Dios, que, para todos los efectos, aparece como compasivo y misericordioso. Otra cosa es que los que se llaman seguidores, o creyentes en ese Dios olviden sus leyes, y se dejen llevar por su ansia de poder, por ejemplo. Y las luchas por el poder en el seno de una religión son también causa clarísima e indiscutible de violencia, como vemos en las divisiones del Islam en bandos irreconciliables, por encaramarse al poder sobre millones de personas.
El patriotismo, (las patrias, y el espíritu militarista). La defensa, o la necesidad, real o solo proclamada y soñada, de expansión de la Patria, ha causado, causa, y según todas las perspectivas, seguirá siendo, la mayo fuente de guerras y disputas entre los pueblos. Me encantaría que los que cantan la Marsellesa, ese himno nacional que es una marcha guerrera y sangrante, reconocieran que su dulce tierra, y su “grandeur”, han sido como impulsoras, durante la historia, de mucha guerra, destrucción, lágrimas y sangre. A ellos, tan creativos y técnicos en el dibujo humorístico, no les costaría demasiado dibujar una patria francesa cargada con cañones, fusiles, y hasta guillotinas.
La propiedad privada. Aquí tenemos otro ejemplo flagrante de contradicción entre lo que enseña la que en la Sagrada Escritura aparece como Palabra de Dios, y la interpretación que, movidos por la cultura dominante, y el propio interés, han dado los jerarcas de la Iglesia. De ningún texto bíblico se puede extraer la enseñanza de que la propiedad privada sea algo que proceda del Derecho divino. Pues bien, gobernantes y eclesiásticos cristianos así lo han defendido. Pero este punto no se puede afirmar jamás como precedente de la Religión, ni en su esencia ni en su periferia. Pero aquí tienen los finos dibujantes humoristas motivo de inspiración para sus cáusticas viñetas. No precisan ser irreverentes ni con Yavé, ni con Alá, ni con el Padre de Jesucristo, y pueden despotricar a gusto contra la obsesión de la propiedad privada.
El dinero. Es tan evidente la relación de la búsqueda y la consecución del dinero con la violencia las deshumanidad y la crueldad que no hace falta ni aclaración ni insistencia. Pero ahí tiene la gente de Charly Hebdò otro tema para sus caricaturas. Lo que sucede es que una publicación se ese tipo difícilmente va a ser atacada por motivos pecuniarios, pero puede, perfectamente ser solidaria con tantas empresas y particulares que han sufrido sabotage industrial, o financiero a causa de la ambición y de la pasión por el dinero.
La explotación sexual. En este apartado, los puntos concretos y la línea argumental son tan claros y evidentes en su relación con la crueldad y la violencia como en el anterior. Son millones y millones de mujeres, y unos cuantos millones menos de varones jóvenes, los que sufren una violencia degradante y humillante, muchas veces ante el silencio cómplice de unos espectadores nada comprometidos y que miran a otra parte. Aquí hay una mina inspiradora de viñetas explícitamente acusatorias, que toda la gente de buena

El Papa pide a Europa que venza el miedo y siga acogiendo emigrantes Pablo Ordaz

 

Papa Francisco7
Francisco anima a los Gobiernos a “encontrar un justo equilibrio” entre los derechos de sus ciudadanos y la acogida
Durante su recepción anual al cuerpo diplomático, el papa Francisco ha pedido a Europa que no renuncie al “espíritu humanista que siempre ha amado y defendido” y siga dando acogida a “las miles de personas que lloran huyendo de guerras espantosas, de persecuciones y de violaciones a los derechos humanos, o de la inestabilidad política o social que hace imposible la vida en la propia patria”. ··· Ver noticia ···

Bondad José Arregi, teólogo



José Arregui1Así, sin artículo ni preposición ni adjetivo. Todos entendemos lo que quiere decir ‘bondad’: una ‘persona buena’, una actitud, una acción, una palabra ‘buena’ (muy diferente de las ‘buenas palabras’, que son mentira). No hace falta definir el término, pues las definiciones abstraen y estrechan; la bondad es concreta y espaciosa.
La bondad ensancha. La humildad, la ternura, la compasión, la tolerancia, la confianza dilatan el alma, brindan al prójimo amplitud y respiro, abren en él las fuentes del bien, lo hacen libre para lo mejor de sí. La enemistad, el rencor, la venganza, la insensibilidad, la soberbia nos encierran y ahogan, asfixian en el prójimo el aliento vital, el bienestar indispensable para ser bueno. En eso consiste la espiritualidad, con religión o sin religión. La bondad no equivale a conformidad con cánones y leyes; éstas solo valen si ayudan a ser buenos. No hacen falta dogmas ni leyes religiosas para ser buenos. Al contrario, el valor de una religión se mide por su capacidad de crear bondad, una bondad feliz.


Apelar a la bondad en un mundo tan ingobernable y desgobernado puede ser irresponsable o cursi. “Buenismo estúpido y vacío”, dirá alguien. Puede ser. El buenismo es la mentira o el desmentido de la bondad. Pero cuidémonos mucho de advertir contra el buenismo para justificar nuestras pequeñas mezquindades, para defendernos de la bondad creativa y creadora, subversiva. ¿Qué mundo global nuevo podemos construir sin esa bondad como base inspiradora? No lograremos vencer el mal con el mal, aumentando penas, ahogando libertades, cerrando fronteras a los refugiados y abriéndoselas a los flujos financieros, endureciendo el control sobre las personas y aliviándolo sobre el capital, ni disparando haces ardiente de microondas con cañones invisibles a gran distancia para disolver manifestaciones (última novedad americana)… No lo lograremos con nada mientras no nos mueva la bondad.
Vasili Grossman, escritor ruso de origen judío, testigo cercano y relator de tantos horrores, escribió: “Yo no creo en el bien, yo creo en la bondad. Es la bondad de un hombre para con otro hombre, una bondad sin testigos, pequeña, sin grandes teorías. La bondad insensata podríamos llamarla. La bondad de los hombres más allá del bien religioso y social”. Dice ‘bondad insensata’, pero quiere decir: bondad más allá de esa sensatez que habitualmente identificamos con el cálculo del propio interés inmediato. No se trata del ‘bien” en abstracto, sino de la bondad en acto: la bondad de la mirada, la bondad del gesto, la bondad del samaritano, la bondad de la fe en el ‘malo’.
¿Bondad insensata? ¿Existe acaso algo más sensato que esa bondad, algo más transformador de este mundo turbulento, de sus estructuras inicuas y asesinas? La bondad ha de ser inteligente: “Sed astutos como las serpientes y sencillos como las palomas”, dijo Jesús. Pero solo la bondad dispuesta a perder por un bien común mayor puede ser inteligente o sabia. Emplear la inteligencia para dañar es lo más insensato.
En su visita a Cuba, ante Raúl Castro, el papa Francisco reivindicó una “revolución de la misericordia”. Al día siguiente, el editorial de un periódico calificaba estas palabras como “expresión probablemente importante en lo teológico, pero absolutamente inane en política”. ¿Puede ser teológico si no es político? ¿Puede haber auténtica política sin misericordia? ¿No será la bondad lo más razonable también en política? Cuando Jesús hablaba de bondad o de misericordia, no hablaba de algo importante en lo teológico e inane en lo político; hablaba de una revolución política. Y ésta exige estrategias y plazos, de acuerdo, pero la primera condición es la bondad. Revolución y misericordia son inseparables.
Y no lo olvides, solo serás bueno si no ambicionas nada, ni siquiera ser bueno. La bondad no pretende nada. “Obra sin actuar”, diría el Dao De Jing. Sé y obra como el agua, que busca el lugar más bajo. Debes planificar y proyectar objetivos concretos, pero sin aferrarte a la consecución del fruto proyectado. Quien ambiciona metas y logros se encadena, reprime su auténtica libertad, impide que aflore y se realice su ser verdadero, que no es sino la bondad. Solo la bondad sin pretensiones es efectiva, eficiente.

Por eso mismo, la bondad tampoco aspira a ser perfecta. Es inconformista, pero no radical. La radicalidad es apego al yo superficial. La persona buena no necesita ser un héroe, ni poseer un carácter optimista y bondadoso, ni luchar contra todas las injusticias ni resolver todos los problemas ni salvar a todas las personas. “Quien salva a una sola persona, salva a toda la humanidad”, dice la sabiduría del Talmud judío. La persona misericordiosa para con un gusano es misericordiosa para con todo el mundo. Haz lo que puedas, sin mirar al logro, y serás libre y feliz, serás bueno.
Amiga, amigo, te deseo de todo corazón un feliz año bueno.

(Publicado en DEIA y los Diarios del Grupo Noticias el 9 de enero de 2016)

Los privilegios del oligopolio eléctrico Ignacio Mártil, Catedrático de Electrónica de la Universidad Complutense de Madrid, miembro de econoNuestra

 

Durante casi toda la legislatura que acaba de finalizar, hemos oído en repetidas ocasiones por parte de los responsables del Ministerio de Industria que una de las principales razones causantes del encarecimiento del recibo de la luz eran las primas a las energías renovables, razonamiento que he desmontado en un artículo publicado en este blog. ··· Ver noticia ···

Sin misericordia, con buena conciencia José M. Castillo, teólogo



Castillo2Es un hecho que ahora mismo hay en el mundo miles y millones de cristianos, que no tenemos la misericordia que nos pide el Evangelio y nos demanda el papa Francisco, como es igualmente un hecho que quienes vivimos sin la debida misericordia – ante tanta violencia y tanto sufrimiento (baste pensar en el angustioso problema de los refugiados) – dormimos cada noche tan tranquilos y con buena conciencia.
¿Cómo y por qué tranquilizamos (tanto y tan fácilmente) nuestra conciencia? Por supuesto, tenemos que recordar lo que comporta la fragilidad y la incoherencia que, de una manera o de otra, todos arrastramos. Pero a mí me parece que, en este asunto concreto, no queda todo explicado echando mano de nuestra incoherencia moral. No tenemos más misericordia porque no tenemos más generosidad. Esto es evidente.


Pero ocurre que, además de nuestra debilidad humana, tenemos una debilidad teológica que (a mi manera de ver) resulta decisiva en este asunto. ¿En qué consiste esta “debilidad teológica”? Lo digo en pocas palabras: el Dios de los evangelios no coincide con el Dios del apóstol Pablo. Se trata, en efecto, de dos “representaciones” de Dios, que son diferentes precisamente en este punto concreto de la misericordia.
En efecto, el Dios de los evangelios es el Dios que “quiere misericordia y no sacrificio” (Mt 9, 13; 12, 7; cf. Os 6, 6). Sin embargo, el Dios del que habla Pablo es el Dios de Abrahán (Gal 3, 16-21; Rom 4, 2-20). Ahora bien, esto significa que el Dios, que nos presenta Jesús, quiere sobre todo misericordia, no quiere sacrificio y muerte (en eso consisten los “sacrificios” rituales). Por el contrario, el Dios de Abrahán es el Dios que lo primero que impuso al patriarca bíblico fue sacrificar a su hijo Isaac en un altar (Gen 22, 1-2). Esto supuesto, el drama contradictorio, que vive y enseña la teología cristiana, consiste en que teneos que creer en el Dios de Jesús y en el Dios de Pablo (que es el Dios de Abrahán). ¿Y qué consecuencia se sigue de todo esto? Sin más remedio, se sigue la ambigüedad en que vivimos la teología y la espiritualidad que se nos enseña. Me refiero a la ambigüedad que consiste en que, para algunos, lo que importa es practicar sumisamente los sacrificios y los rituales que impone la religión. Mientras que para otros, lo primero es tener misericordia, buenas entrañas y solidaridad con los que sufren.
Sencillamente, el cristianismo de Pablo nos tranquiliza la conciencia, si cumplimos con la religión. Mientras que el cristianismo de Jesús solamente nos tranquiliza la conciencia, si damos la cara por los refugiados, los que pasan hambre, los enfermos, los que sufren. ¿Queda claro por qué somos tantos los cristianos que “sin misericordia vivimos con buena conciencia? 

Paz: un bien escaso y siempre deseado Leonardo Boff

  
Leonardo Boff2Lo que más se escucha al comienzo de cada nuevo año son los deseos de paz y felicidad. Si miramos de manera realista la situación actual del mundo, e incluso de los diferentes países, incluido el nuestro, lo que más falta es precisamente la paz. Pero es tan preciosa que siempre se desea. Y tenemos que empeñarnos un montón (casi iba a decir… hay que luchar, lo que sería contradictorio) para conseguir ese mínimo de paz que hace la vida más apetecible: la paz interior, la paz en la familia, la paz en las relaciones laborales, la paz en el juego político y la paz entre los pueblos. ¡Y cómo se necesita! Además de los ataques terroristas, hay en el mundo 40 focos de guerras o conflictos generalmente devastadores.

Son muchas y hasta misteriosas las causas que destruyen la paz e impiden su construcción. Me limito a la primera: la profunda desigualdad social mundial. Thomas Piketty ha escrito un libro entero sobre La economía de las desigualdades (Anagrama, 2015). El simple hecho de que alrededor del 1% de multibillonarios controlen gran parte de los ingresos de los pueblos, y en Brasil, según el experto en el campo Marcio Pochman, cinco mil familias detenten el 46% del PIB nacional muestra el nivel de desigualdad. Piketty reconoce que «la cuestión de la desigualdad de los ingresos del trabajo se ha convertido en el tema central de la desigualdad contemporánea, si no de todos los tiempos». Ingresos altísimos para unos pocos y pobreza infame para las grandes mayorías.
No olvidemos que la desigualdad es una categoría analítico-descriptiva. Es fría, ya que no deja escuchar el grito del sufrimiento que esconde. Ética y políticamente se traduce por injusticia social. Y teológicamente, en pecado social y estructural que afecta al plan del Creador que creó a todos los seres humanos a su imagen y semejanza, con la misma dignidad y los mismos derechos a los bienes de la vida. Esta justicia original (pacto social y creacional) se rompió a lo largo de la historia y nos legó la injusticia atroz que tenemos actualmente, pues afecta a aquellos que no pueden defenderse por sí mismos.
Una de las partes más contundentes de la encíclica del Papa Francisco sobre el Cuidado de la Casa Común está dedicada a “la desigualdad planetaria” (nn.48-52) Vale la pena citar sus palabras:
«Los excluidos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar… deberían integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el grito de la Tierra como el grito de los pobres» (n.49).
En esto radica la principal causa de la destrucción de las condiciones para la paz entre los seres humanos o con la Madre Tierra: tratamos injustamente a nuestros semejantes; no alimentamos ningún sentido de equidad o de solidaridad con los que menos tienen y pasan todo tipo de necesidades, condenados a morir prematuramente. La encíclica va al punto neurálgico al decir: «Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia» (n.52).
La indiferencia es la ausencia de amor, es expresión de cinismo y de falta de inteligencia cordial y sensible. Retomo siempre esta última en mis reflexiones, porque sin ella no nos animamos a tender la mano al otro para cuidar de la Tierra, que también está sujeta a una gravísima injusticia ecológica: le hacemos la guerra en todos los frentes hasta el punto de que ha entrado en un proceso de caos con el calentamiento global y los efectos extremos que provoca.
En resumen, o vamos a ser personal, social y ecológicamente justos o nunca gozaremos de paz serena.
A mi modo de ver, la mejor definición de paz la dio la Carta de la Tierra al afirmar: «la paz es la plenitud que resulta de las relaciones correctas con uno mismo, con otras personas, otras culturas, otras formas de vida, con la Tierra y con el Todo del cual formamos parte» (n.16, f). Aquí está claro que la paz no es algo que existe por sí mismo. Es el resultado de relaciones correctas con las diferentes realidades que nos rodean. Sin estas relaciones correctas (esto es la justicia) nunca disfrutaremos de la paz.
Para mí es evidente que en el marco actual de una sociedad productivista, consumista, competitiva y nada cooperativa, indiferente y egoísta, mundialmente globalizada, no puede haber paz. A lo sumo algo de pacificación. Tenemos que crear políticamente otro tipo de sociedad que se base en las relaciones justas entre todos, con la naturaleza, con la Madre Tierra y con el Todo (el misterio del mundo) al que pertenecemos. Entonces florecerá la paz que la tradición ética ha definido como «la obra de la justicia» (opus justiciae, pax).
* Leonardo Boff es teólogo y columnista del el JB on line.

Traducción de MJ Gavito Milano