FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA
SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA
ESTAMOS EN LARREA,4 - 48901 BARAKALDO

BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

ESTE ES EL BLOG OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DEL COLEGIO SAN PAULINO DE NOLA
ESTE BLOG TE INVITA A LEER TEMAS DE ACTUALIDAD Y DE DIFERENTES PUNTOS DE VISTA Y OPINIONES.




ATALAYA

ATALAYA
ATALAYA

jueves, 13 de abril de 2017

JUEVES SANTO / VIERNES SANTO / DOMINGO DE RESURRECCIÓN

col quierover

Jueves Santo: La autoridad del Amor al servicio. Hay muchas formas de autoridad, pero la de Jesús, el verdadero Señor, se basa en el amor y el servicio.

Viernes Santo: La crisis más grande. Todos los años debemos leer la Pasión como si fuera la primera vez. No vale pensar que ya la conocemos. Nosotros cambiamos; nuestras circunstancias, nuestras expectativas. Debemos volver a la única verdad: el amor y el perdón han sido crucificados por la violencia del mundo.

Domingo de resurrección: Hoy se cumple. Hoy se cumple lo que estaba escrito. La resurrección del Señor, nuestra esperanza.

Jueves Santo: Comer juntos es Reino de Dios

Rufo González


Introducción: “Yo he recibido una tradición que procede del Señor” (1Cor 11, 23-26)
El Jueves Santo está centrado en la Cena del Señor, “el sacramento de la iglesia como tal” (Karl Rahner), al que “los otros sacramentos ( … ) están unidos y ordenados”, el que “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”, “fuente y cima de toda la predicación evangélica” (PO 5); el que es “raíz y quicio de la comunidad cristiana” (PO 6). Pablo cita esta “tradición” sobre el año 56, como “procedente del Señor, que él ha recibido y transmitido”. Se usaría en Antioquía de Siria sobre los años 40; es la más cercana a Jesús junto con Lc 22,14-20.



Pablo recuerda la institución de la cena al criticar el modo insolidario de celebrarla
– “tal como os reunís vosotros en común, no es posible comer la cena del Señor” (v. 21).
Parece que antes de la eucaristía hacían una comida fraterna. Pero esa comida es poco fraterna: no se esperaban para compartirla; cuando llegan los más pobres, ya no había comida para ellos y se ven obligados a pasar hambre. Basta recordar en qué consiste la Cena del Señor para que perciban la contradicción entre lo que celebran y lo que viven.

– “Haced esto en memoria mía” se dice respecto del pan y del vino. Sólo “en su recuerdo”, en su amor, está bien celebrarla. Si no se hace “en su amor”, no “recuerda al Señor”. Entonces la comida previa “no recordaba al Señor” porque no compartían amorosamente: no se esperan para comer juntos, hacen pasar hambre a los que no tienen, mientras otros exhiben hartura y ebriedad…

Sin “mesa compartida” no hay “memoria del Señor”
La estructura eclesial actual y la normativa litúrgica vigente hacen casi imposible el “recuerdo del Señor”. Es la consecuencia de la marginación secular del pueblo cristiano en la confección de la eucaristía y en la marcha de la Iglesia.
– ¿Puede ser signo del amor de Dios la lengua desconocida, la mesa-altar lejos y el ministro de espalda, los ropajes de farándula, el escalafón señorial y menestral, el hieratismo teatral, la falta de diálogo libre y la carencia de signos de igualdad, de sencillez, de amor mutuo, de verdad…?


– Para desgracia nuestra. lo más perceptible es hoy: la escala jerárquica del poder residente sólo en varones célibes, distinción de personas -no por su servicio, sino por lo rico de sus atuendos, el relieve político o social, etc.-, la inexpresividad ritual, la palabra clerical en exclusiva, no exigencia de ser justo y fraternal, la costumbre cultural, la carencia de espontaneidad y de vida, etc.
– una comunidad que celebra la eucaristía como una devoción religiosa, por imperativo legal, que entiende a Dios como Padre-patriarca-patrono, sometiéndose a Él para que le ayude en la vida.
– una comunidad que no es “pobre de espíritu”, ni los pobres pueden tener como suya, que exhibe lujo y diferencias innecesarias, que sólo varones célibes pueden decidir y ocupar ministerios, que impone leyes no evangélicas como indiscutibles, que margina a sectores eclesiales, etc.
– una comunidad que no sabe “reunirse, unirse, escucharse, discutir, rezar y decidir” juntos en el Espíritu de Jesús…


La eucaristía la hace la Iglesia y hace Iglesia
Hay que trabajar por que haya comunidades que puedan “reunirse, unirse, escucharse, discutir, rezar y decidir” juntos con el Espíritu de Jesús. Estas comunidades adultas volverán más significativa la “Cena del Señor”. La presencia de Jesús resucitado está en el pan y el vino compartidos en mesa de hermanos. Comerlos y beberlos es aceptar la entrega sacramental de Jesús por todos, actualizando su muerte y resurrección “hasta que vuelva” y nos incorpore a su reino definitivo. Pablo, al narrar la Cena en un clima “indigno”, nos está recordando la Cena que Jesús quiere: la celebrada en común amor y servicio mutuo, la que puede considerarse “el sacramento de la iglesia como tal” (Karl Rahner), el signo por el que se llega a conocer a la comunidad de Jesús y que la realiza. “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros” (Jn 14, 35). Una comunidad verdadera hace una verdadera eucaristía, que a su vez la hace más comunidad.

Oración: “Yo he recibido una tradición que procede del Señor” (1Cor 11,23-26)

Jesús de la eucaristía:
¿Puede decirnos hoy Pablo con razón:
“tal como os reunís vosotros en común, no es posible comer la cena del Señor”?


Los corintios habían pervertido tu Cena:
no respetaban tu amor, especialmente a los más débiles;
“cada cual se adelantaba a comer su propia cena”;
no se esperaban ni compartían los bienes;
los pobres pasan hambre y los ricos comen y beben demasiado;
“unos pasan hambre y otros están ebrios”;
“despreciaban así a la Iglesia de Dios y avergonzaban a los que no tienen”.


Ante esta situación, Pablo les recuerda el memorial de tu entrega:
es la catequesis que Pablo “recibió” tras su conversión;
tu vida se hace presente al comer y beber fraternalmente el pan y el vino;
en ese pan y vino bendecidos, está tu vida resucitada;
cada vez que lo comemos y bebemos, “anunciamos tu muerte”:
– “tu muerte”, resumen de tu vida a favor del Reino;
– “tu muerte” violenta, injusta, procurada por quienes no querían el Reino;
– “tu muerte” reveladora del amor del Padre que no abandona y llena de gloria.


Hoy, Jueves Santo, celebramos tu “última cena” con los discípulos:
todo sucedió en clima de fraternidad;
te arrodillaste ante cada uno, les lavaste los pies;
les inculcaste tu amor: “amaos como yo os amo”;
creaste cena nueva, la que realizaba simbólicamente tu muerte y resurrección;
será tu memorial comprometido con el Reino de Dios;
el pan y el vino compartidos es tu vida compartida con todos;
nuestra vida, si quiere “estar en ti”, ha de ser compartida como la tuya.


Aquí está la tragedia de nuestras “eucaristías”:
las celebramos al margen de la fraternidad y el compromiso con los pobres;
sigue siendo verdad que “unos pasan hambre y otros están ebrios”;
hemos convertido tu Cena en una ceremonia alienante:
– cargada de hieratismo inexpresivo;
– con signos ininteligibles y palabras inusuales y vacías;
– protagonizada por varones solteros, ricamente adornados;
– la comunidad apenas interviene;
– la fraternidad no se vive, pero da igual;
– lo importante es “cumplir”, estar presente, asistir, oír;
– creemos que así Dios nos protegerá y nos dará su premio…


A pesar de todo, Jesús del amor gratuito, te haces presente de muchos modos,
alentando a tu pueblo con tu presencia resucitada:
– “donde dos o más se reúnen en tu nombre, tú estás en medio” (Mt 18, 20);
– cuando nos acogemos, nos escuchamos, nos aceptamos como hermanos;
– cuando leemos tus palabras y recordamos tu vida;
– cuando trabajamos por un mundo mejor;
– cuando fomentamos la igualdad, la libertad, la fraternidad, el trabajo…;
– cuando recordamos tu vida entregada y nos atrevemos:
– a llamar Padre-Madre al Misterio inabarcable de la vida;
– a pedir y dar perdón y paz a todos;
– a comer y beber el pan y vino, signos de tu presencia entregada.


Ayúdanos, Jesús del Jueves Santo, a valorar la comunidad cristiana:
a sentirnos miembros vivos de tu Cuerpo, animado por tu mismo Espíritu;
a encontrarnos sinceramente fraternales, iguales en dignidad;
a eliminar todo aquello que no transparenta tu presencia;
a respetar y fomentar los diversos ministerios de la comunidad;
a poner alegría, libertad, participación, sencillez, pobreza.
Rufo González

Los cardenales Burke y Robert Sarah, ¿merecen ocupar los altos puestos que ostentan? O, mejor, ¿están preparados para esa tarea?

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Me he enterado, otra vez, ¡y van…!, de que los cardenales Raymond Leo Burke, y Robert Sarah han hecho unas declaraciones no solo anti-Francisco, sino esperpénticas, irresponsables, y que ponen gravemente en sospecha su preparación intelectual par los cargos que ocupan. Ambos han demostrado, según informaciones transmitidas por portales cristianos, la poca prudencia y discreción con la que se oponen abiertamente al Papa. Éste, que aguanta con paciencia infinita los impresentables desplantes de algunos de sus teóricos y próximos asesores, ha reaccionado, mandando al cardenal Burke a la isla de Guam, para solventar un asunto jurídico, en lo que todos han visto un aviso a navegantes. Y una actuación que, sin dejar de lado la fraternidad pone, a cada uno de los protagonistas, en su puesto.

El cardenal Burke, hace unos días, justificó su veto a los sacramentos para los matrimonios en situaciones “irregulares” con un escueto “la vida es así”, en referencia divorciados y separados que anhelaban una aclaración de la dura postura del cardenal sobre la posibilidad de comunión de los separados y divorciados vueltos a vivir en pareja, pero con la fe viva en la Eucaristía. Y es fue, según alguno de esos hermanos nuestros afligidos, y todavía más, injustamente incordiados por algunos jerarcas, la repuesta displicente del cardenal ¿De qué vida habla, cardenal, de la que Vd. imagina ordenada y moral según su criterio? Me escandaliza, señor cardenal, porque da la impresión, a mí, y a muchos, de que antepone su idea, su criterio, su ideología, en suma, al Evangelio, a las palabras de Jesús, y a la fraterna, valiente y respetuosa obediencia del papa Francisco al Jesús de la Última Cena, y a su propia conciencia. No ha sido Vd., señor Burke, ni ninguno de los cardenales, si siquiera el Colegio Cardenalicio, ni la Curia Vaticana, ni ningún Papa, ni ningún Concilio, sino el Señor Jesús quien dio estas órdenes: “tomad y comed, tomad y bebed, haced esto en memoria mía” .
¿Le suenan estas palabras? Y Vd., culto y estudioso, conocedor del griego, y casi seguro del hebreo y el arameo, admitirá sin ninguna duda ni reserva, que las palabras del Maestro no son, ni significan, un consejo, o una invitación, sino algo mucho más fuerte: unos mandatos litúrgicos de Jesús, casi únicos, a no ser por aquel otro de “cuando vayas a ofrecer tu oferta, si te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja al momento tu oferta, y ve a reconciliarte con tu hermano”. Esta recomendación raras veces la cumplimos, señor cardenal, pero no impidamos que las referente a comer y a beber el Cuerpo y la Sangre del señor no la puedan obedecer, y cumplir, fieles bautizados que no han perdido su Fe en la maravilla de la Eucaristía. Y no permita, ni mucho menos haga que con su autoridad y prestigio, se interpongan, ante el mandato del Señor, unas disposiciones administrativas, dudosamente éticas, y, seguramente, nada evangélicas.
Y en referencia al Cardenal Robert Sarah, tengo la impresión de que el caso es todavía más grave y peligroso. Según él, y como publicaba Religión Digital (RD), en un escrito enviado a la XVIII Conferencia Litúrgica Internacional de Colonia en Alemania, y en una edición que recuerda el 10 aniversario de la liberalización (¡en mala hora!), de la misa en latín, por Benedicto XVI, el cardenal Sarah, Prefecto de Culto Divino advirtió contra la “devastación, destrucción y guerras” que ha provocado en la Iglesia, a nivel doctrinal, moral y disciplinario. la misa en lengua vernácula, permitida, y hasta promovida por el Concilio Vaticano II. ¿Se puede proferir mayor sarta de sin sentidos, y barbaridades? Sí, el cardenal guineano puede hacerlo, como de muestra este párrafo: “No podemos cerrar los ojos al desastre, la devastación y el cisma que los promotores modernos de una liturgia viviente causaron al remodelar la liturgia de la Iglesia de acuerdo con sus ideas”. No fueron con las ideas de unos cuantos, sr cardenal, sino con la opinión de una inmensa mayoría de los más de tres mil obispos reunidos en Concilio, en el Vaticano II. ¿No recuerda su Eminencia?
Pero las que me hacen dudar, de verdad, de la preparación bíblica, teológica, y litúrgica, del prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, regañado, por cierto, por el Papa por animar a sus subalternos a celebrar la Eucaristía de espaldas a la asamblea litúrgica, son la ideas verdaderamente pre tridentinas, sobre la esencia y el carácter bíblico y teológico de la Eucaristía, o “Santa Misa”, como él, y muchos que reniegan del Vaticano II, prefieren decir: reprocha a los que llevamos abusando de la reforma litúrgica conciliar desde que acabó el concilio, que hemos convertido la Eucaristía de una oración, en un banquete. E insiste en que, con muchos de los celebrantes actuales del “Santo Sacrificio de la Misa”, fórmula preferida por algunos rancios y dudosos liturgistas, éste parece mucho más una fiesta y un banquete que una oración. O nuestros profesores de Biblia y de Liturgia, entre ellos el padre Manuel Garrido Bolaño, osb., del que hablé y cité como perito conciliar, nos engañaron, o nos enseñaron que dentro de la celebración de la Eucaristía hay alguna oración, como la colecta, la pos Comunión, y el padre nuestra, pero como celebración no es, específicamente, una celebración, sino, al estilo de la Pascua de los judíos, una celebración festiva, una cena, en la que hacíamos presente la muerte y Resurrección de Jesucristo. Incluso su aspecto sacrificial es temperado por el recuerdo del “sacrificio de Melquisedec, eterno e incruento”. Hay más aspectos verdaderamente chuscos en la crítica del cardenal Sarah que, si me animo algún día, y veo que pueden ser interesantes, los comentaré.

VOLVER A GALILEA


Escrito por 


Jn 20, 1-9
Los evangelios han recogido el recuerdo de unas mujeres admirables que, al amanecer del sábado, se han acercado al sepulcro donde ha sido enterrado Jesús. No lo pueden olvidar. Le siguen amando más que a nadie. Mientras tanto, los varones han huido y permanecen tal vez  escondidos.
El mensaje que escuchan al llegar es de una importancia excepcional. El evangelio de Mateo dice así: «Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado, como dijo. Venid a ver el sitio donde yacía». Es un error buscar a Jesús en el mundo de la muerte. Está vivo para siempre. Nunca lo podremos encontrar donde la vida está muerta.
No lo hemos de olvidar. Si queremos encontrar a Cristo resucitado, lleno de vida y fuerza creadora, no hemos de buscarlo en una religión muerta, reducida al cumplimiento externo de preceptos y ritos rutinarios, en una fe apagada que se sostiene en tópicos y fórmulas gastadas, vacías de amor vivo a Jesús.
Entonces, ¿dónde lo podemos encontrar? Las mujeres reciben este encargo: «Id enseguida a decir a los discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis"». ¿Por qué hay que volver a Galilea para ver al Resucitado? ¿Qué sentido profundo se encierra en esta invitación? ¿Qué se nos está diciendo a los cristianos de hoy?
En Galilea se escuchó, por vez primera y en toda su pureza, la Buena Noticia de Dios y el proyecto humanizador del Padre. Si no volvemos a escucharlos hoy con corazón sencillo y abierto, nos alimentaremos de doctrinas venerables, pero no conoceremos la alegría del Evangelio de Jesús, capaz de «resucitar» nuestra fe.
Además, a orillas del lago de Galilea se fue gestando la primera comunidad de Jesús. Sus seguidores viven junto a él una experiencia única. Su presencia lo llena todo. Él es el centro. Con él aprenden a vivir acogiendo, perdonando, curando la vida y despertando la confianza en el amor insondable de Dios. Si no ponemos cuanto antes a Jesús en el centro de nuestras comunidades, nunca experimentaremos su presencia en medio de nosotros.
Si volvemos a Galilea, la «presencia invisible» de Jesús resucitado adquirirá rasgos humanos al leer los relatos evangélicos, y su «presencia silenciosa» recobrará voz concreta al escuchar sus palabras de aliento.