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domingo, 14 de junio de 2015

El “delirio romano” no parece tener solución Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

He leído en el portal cristiano, y romano, www.espressonline.it, una especie de composición periodística del vaticanista Sandro Magister, a finales del año pasado, 2014, muy seguro de su enfoque e información romana, y muy puesto en su papel de “famoso vaticanista” (¡y a mí, ¿qué?!, como dirían en mi pueblo), que, a su vez, la trae Francisco José Fernández de la Cigoña en su blog, algo que suele significare poca afección al Papa, y admiración por sus detractores romanos, o que, por lo menos, lo ponen bajo sospecha.

Sandro denomina a composición “Las lentes del cardenal, del sociólogo, de los periodistas”. Todos ellos, o romanos, o contaminados por el embrujo que produce la ciudad del Tiber en los cardenales, que no dejan de ser patronos de las parroquias de Roma, como le sucede al cardenal norte americano Francis George (Chicago, 16/01/1937; Chicago, 17/04/2015, muerto después de una dolorosa enfermedad), arzobispo de su ciudad natal de 1997 a 2014, y presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos desde el 2007 al 2010. Tuvo problemas con la santa Sede por no atajar a rajatabla los casos de pederastia que se dieron entre el clero de su diócesis. Muy de la línea del papa emérito Benedicto XVI, no se alinea con la misma facilidad con Francisco. Más bien, le cuesta mucho entender al “obispo que fueron a buscar al fin del mundo”.
En mi artículo me fijaré en la idea maestra de cada uno de los tres protagonistas, e intentaré rebatirlas:
El cardenal (Francis George). Pone en tela de juicio algunas afirmaciones papales que podrían ser susceptibles de contenido doctrinal. Y pide que no sean otros los que hagan la exégesis de sus frases, sino que sea la propio Francisco que deje claro el sentido delas expresiones dudosas. Pone como ejemplo la famosa respuesta a los periodistas en el viaje de vuelta de la JMJ (Jornada Mundial de la Juventud) que tuvo lugar en Río de Janeiro, sobre la actitud a tomar ante los homosexuales: “¿Y quién soy yo para juzgar?”. Al cardenal le preocupa que mucha gente pueda pensar que el papa estaría proponiendo un cambio en la doctrina, mantenida secularmente en la Iglesia, de la fuerza moral, y aun, académica, en lo filosófico, ético, y no digamos teológico, de las opiniones del Papa. Pero le respondo al cardenal, y usaré este mismo argumento para el sociólogo y los periodistas que opinan sobre el papa: “¿han leído alguna vez el Evangelio? ¿No les suena eso de “no juzguéis y no seréis juzgados”? Eso, ¿vale para todos los cristianos, menos para la jerarquía de la Iglesia? O cómo el Maestro se hizo a un lado cuando dos hermanos solicitaron su opinión para dilucidar una discusión, con la interrogación, “¿y quién me ha nombrado a mí juez entre vosotros?” Pero el cardenal parece pensar que son más importantes las tradiciones y usos de la jerarquía que las palabras del Evangelio. (Volveré brevemente sobre este aspecto al final).
El sociólogo (Luca Diotallevi, enseña sociología en la Universidad de los Estudios “Roma Tre”. Y hace unos años es el sociólogo de referencia de la Conferencia Episcopal Italiana, CEI). Y en el informe que el profesor y sociólogo presentó a los obispos italianos en noviembre del año pasado, sin referirse directamente al papa Francisco, pero dejando caer apreciaciones y detalles que le conciernen, disertó sobre un tema original, por lo menos en su exposición. Vino a decir: vivimos una época de boom religioso, de muchas posibilidades, de gran marketing y propaganda, pero la causa es que el hecho religioso es muy interesante, pero fácil, atrayente, frágil, porque se trata de un fenómeno religioso “de baja intensidad”. Pone dos ejemplos notables: el sacramento del orden reservado exclusivamente a los varones, en frente de los que optarían por la ampliación a las mujeres, y los problemas derivados de la indisolubilidad del matrimonio, a la que se le buscan soluciones imaginativas, como permitirles la comunión a los divorciados y vueltos a casar, que no han perdido la fe ni la apetencia por la Eucaristía.
No lo dice, pero lo sugiere: con una religiosidad no tan fácil, sino de una intensidad mucho mayor, se vería que los intentos de solución o de mudanza en la tradición de la Iglesia Católica de siglos, serían peores que el problema. Evidentemente, la figura de Francisco emerge de esa exposición por lo menos como punto de referencia y de contraste, y hasta de autor de ortopraxis a rebatir. A este profesor yo le diría muchas cosas, pero sobre todo, dos: a), es justamente por ver y considerar la experiencia cristiana como un “fenómeno religioso”, y no como una experiencia evangélica, por lo que los papistas, y vaticanistas, sea quien sea el Papa, buscan en el ejercicio del ministerio papal una distinción y un aura llenas de elegancia, de elevación y de estética; y b), olvidan que no es el protocolo vaticano el que debería marcar la nota y apreciación de un pontificado, sino la enseñanza evangélica, y la praxis de las primeras comunidades cristianas. Algo que muchos olvidan fácilmente cuando contemplan el baldaquino de Bernini o escuchan los primeros compases de Palestrina, ejecutados por la Capilla Sixtina.
Ciertos periodistas, entre los que destacan Aldo Maria Valli (es el número uno de los vaticanistas que trabaja en la RAI, la televisión italiana del Estado). Y Rodolfo Lorenzoni (trabaja también en la RAI, durante un cierto período en la RAI-Vaticano). En un libro que han escrito entre los dos, y que titulan A.M. Valli, R. Lorenzoni, “Viva il papa? La Chiesa, la fede, i cattolici. Un dialogo a viso aperto”, Cantagalli, Siena, 2014., se preguntan, sobre todo, ¿Quién es el papa Francisco? Y la repuesta es que ésta depende más de las versiones de los medios, que de la propia realidad personal del Papa, aunque, según ellos, muchas veces el causante de esta percepción, a veces antinómica, es el propio Papa. Citan una frase muy significativa de Karl Ranher, quien dijo alguna vez que “el cristiano del mañana será NO es comprenmístico o no será”. Y, según ellos, Francisco se ha insertado en esa línea. Pero además de que confunden la mística con la fidelidad al Evangelio y sus valores, nos gustaría preguntarles si, en su consideración seria, -investigación, diríamos mejor-, de la Historia del papado, han encontrado motivos suficientes, demostrados, y contrastados, para poder asegurar que, sin esa “mística”, que parecen no valorar demasiado, a los papas les ha ido bien, no como grandes e influyentes señores mundanos, sino como signos de comunión y garantes de la fidelidad de la Iglesia al Jesús del Evangelio. Porque la idea predominante, por lo menos de los que lo vemos desde lejos de Roma, es, más bien, desoladora y, en muchísimas ocasiones, penosa.
Conclusión: Hay tres consecuencias bastante claras, de las afirmaciones, preguntas y posicionamientos de nuestros colaboradores en el artículo, y de una lógica meridiana. Las enumeraré brevemente:

1ª) Es impensable la ceguera que mantienen, sobre el Papa, el Vaticano, la Curia, etc., personas que son consideradas especialistas en la materia. No es comprensible que todavía se pregunten hacia donde camina el papa argentino.
2ª) La monumentalidad, aparatosidad, magnificencia y grandeza mundanas de la cúpula de la Iglesia, cultivada con mimo desde siglos, no permite ver, a), ni el inicio, la fuente, y el comienzo de la aventura cristiana; b), ni el itinerario por el que se ha llegado hasta el momento presente; c), y ese olvido produce que a los afincados y asegurados en esa visión ampulosa y delirantemente religiosa, no puedan ver, ni sientan, ni tengan una mínima empatía para reconocer la sencilla, pura, hermosa y deslumbrante belleza, luminosidad, y energía de los inicios evangélicos y apostólicos.
3ª) Por eso ese tipo de personas, y otras muchas de mentalidad romana, y, desde luego, no más papistas que el Papa, sino más papistas que discípulos de Jesús, pone cara de espanto, y no es capaz ce reconocer el camino de vuelta de Francisco al Evangelio y a las Bienaventuranzas.

¿Qué pinta la religión en este momento? José M. Castillo, teólogo



Castillo1Fuente: Teología sin censura

Llama la atención que, en este momento – cuando en nuestro país se están decidiendo cosas tan importantes para tanta gente – la religión esté tan ausente. Al menos, por lo que se dice y se oye, la impresión que se puede tener (y resulta inevitable tener) es que el tema de la religión no se tiene en cuanta o apenas se tiene en cuenta en lo que se está decidiendo. A los obispos apenas se les oye hablar en público de este asunto. Los políticos, si es que aluden al tema, es para referirse a los acuerdos del Estado con el Vaticano, para decir que aborto sí, aborto no, o en otros casos (los menos) para elogiar o atacar a los homosexuales y sus pretensiones. Ya se´que todo esto se puede y se tiene que matizar más y más. Pero, en todo caso, ¿qué pasa con la religión para que esté tan ausente de lo que está ocurriendo en nuestra sociedad?


Como es lógico, no es éste ni el sitio ni el momento para ponerse a escribir un análisis a fondo sobre un asunto tan complejo. Pero hay una cosa (una por lo menos) que no me puedo callar. Esta ausencia chocante, este silencio, de la religión en España (y en Europa), cuando se están tomando decisiones que van a ser determinantes, para bien o para mal y quizá para bastantes años, nos está diciendo a gritos que la religión anda desorientada, perdida, extraviada, en la sociedad española. Muchas cosas se pueden discutir en lo que se refiere a lo que acabo de decir. Pero hay algo que está fuera de duda. La religión le da más importancia a sus ritos y a sus normas que a la ética que nos propone el Evangelio. Seguramente que, en teoría, habrá mucha gente que no esté de acuerdo con lo que acabo de decir. Pero aquí no estoy hablando de las teorías que cada cual tenga o pueda tener.
Aquí estoy hablando de lo que estamos viendo y viviendo, de lo que pasa y de lo que se le mete por los ojos de todo el mundo. Y la verdad es que lo que todos vemos es que, si exceptuamos el caso ejemplar del Papa Francisco (y algunos clérigos más), sin poder remediarlo tenemos la sensación de que el espantoso asunto de la corrupción económica y política, que nos arrolla y nos abruma, no parece preocupar demasiado a los “hombres de la religión”. ¿No es esto uno de los fenómenos más graves que estamos soportando? ¿No ha llegado el momento de decirles a los profesionales de la religión que lo central en la vida – y por tanto en la misma religión – no son los rituales y las ceremonias, sino la ética de la honestidad, la decencia y la honradez?