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lunes, 24 de marzo de 2014

Funeral de Estado ¿Qué es esto? Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara


Enviado a la página web de Redes Cristianas
Ya he escrito sobre esto. No acabo de entender el flagrante incumplimiento de las decisiones del Concilio Vaticano II por parte de la Iglesia en España. Una de las ideas maestras y motoras del mismo era dejar clara, sobre todo para ciertas Iglesias demasiado emparentadas con sus respectivos Estados, como era la iglesia española, la separación de Iglesia y Estado. Fue esta enseñanza la que más costó asimilar a los católicos españoles. A los de a pie, y, sobre todo, a los jerarcas, a los obispos que habían aceptado, sin chistar, ni protestar, excepto en el caso ejemplar y profético del obispo de Calahorra-La Calzada-Logroño, el valiente y perseguido D. Fidel García Martínez, los privilegios con los que los compró el dictador Franco.
Esa separación del Estado, de la Iglesia, nuestros prelados se la saltan con pasmosa y frágil facilidad, como en los tan repetidos funerales de Estado, a ejemplo del que ayer se celebró en la Almudena, “con la presidencia de los Reyes”, como dice, ignorantemente, o prevaricadoramente, lo que sería peor, nuestra conspicua prensa nacional. Ningún rey puede presidir un funeral católico. Tal vez la reina de Inglaterra uno anglicano, con el exotismo de ser ella la máxima autoridad religiosa de su credo. Pero aun así lo dudo, porque el orden sacramental es, gracias a Dios, o debe de ser, diferente del administrativo y organizativo. Aquel sí que proviene directamente de Cristo. El otro, institucional, tiene su origen y su ámbito de ejercicio en la Iglesia visible.
Pero volviendo a lo que nos interesa, y siempre en mi opinión, y aunque a algunos desconcierten mis comentarios, es un grave error tan siquiera usar la expresión, es decir, aun moviéndonos tan solo en el campo del lenguaje, de “bajo la presidencia de los reyes”, o similares, como toda la prensa española titula eventos como el de ayer. Con la connivencia cómplice de los obispos, que han tenido mucho tiempo y muchos años para corregir esas inexactitudes. Quien preside una Eucaristía, -¡me cansa ya tener que ser tan reiterativo!, pero la culpa no es mía, sino de los que reiteran en el error-, y por eso se llama “presidente” o presbítero, es el obispo, o el cura, excepcionalmente, el diácono. Ni el rey, ni el príncipe, ni el presidente del Gobierno, ni de la comunidad, ni el alcalde, ni el ministro de nada, acuden a celebrar un sacramente con la comunidad cristiana como ostentadores de esos cargos, sino como miembros de esa comunidad, quienes, con sus hermanos, y cumpliendo a rajatabla lo que nos enseña la carta de Santiago, y sin distinciones, escuchan la Palabra y comparten el pan de la eucaristía, el pan de la vida.

O creemos eso de verdad, o no; y si lo creemos, no podemos devaluar y deteriorar el misterio del amor y del “ágape” cristiano con componendas políticas. A mí, sobre todo, después del Vaticano II, me parece una vergüenza. Y un abuso ese compadreo interesado, o eso parece, a unos y otros, clérigos y políticos. Mucho mejor, más justo, más inteligible, y bastante más conciliar hubiera sido, como así lo pidieron algunos grupos de víctimas, que se hubiera realizado, en terreno público y neutro, un culto ecuménico, presidido por un colegio de jerarcas católicos, evangélicos, algún rabino, algún imán, (que de todas esas confesiones había en la celebración), al que sí podían haber invitado a las autoridades políticas, y al rey, como un homenaje ciudadano a las víctimas, con una orientación, también, religiosa y ecuménica, sin duda presente en nuestra sociedad. No sé quien habrá podido negarse a esta solución, pero, desde luego, no ha hecho un favor a nadie. Tampoco a los católicos, ¡no nos engañemos!.

Artículo del blog “El Guardián del Areópago”.

El Papa busca obispos Juan de Dios Regordán Domínguez


Enviado a la página web de Redes Cristianas
No creo que Francisco tenga prisas en nombrar obispos en España. Tampoco tardará mucho porque parece tener las ideas muy claras sobre el tipo de obispo al que él se refiere, “que huela a oveja”. Habla de la “Revolución de la Ternura”, como si de una cosa sencilla se tratara, pero implicando hasta lo más íntimo a quiénes le escuchan. Él habla directo y las respuestas a los escritos que le presentan los obispos se los da en documentos escritos en la misma audiencia, para que los lleven a sus reflexiones, pero durante la entrevista les habla de tú a tú para que experimenten la cercanía de la que habla él de cercanía que hay que tener con el pueblo sencillo.
Mientras, grupos de Obispos le plantean al Papa Francisco cuestiones, de hondo calado, como la contribución de los obispos como conciencia crítica de la nación; la Iglesia en misión, movida por la misericordia; y hacer llegar la Buena Nueva de la salvación, expresada en idiomas locales etc, Francisco enfoca la cuestión de una manera directa – así aparece en el texto entregado por escrito a los Obispos- Su preocupación principal: “La Iglesia pide en la sociedad sólo una cosa: la libertad de anunciar el Evangelio de una manera íntegra, incluso cuando va contra corriente de los valores actuales…vosotros, queridos hermanos, no tengáis miedo de hacer esta contribución a la Iglesia para el bien de la sociedad…”
Prefiere alejarse de grandes discursos y habla a los Obispos como lo haría una madre con sus hijos. En estas audiencias incluso hace los gestos de una madre abrazando a su hijo pequeño y meciéndole, para decir que así tiene que ser la Iglesia para sus hijos. Nos advierte de lo difícil que es entrar en contacto con un mundo de “heridos” que necesitan comprensión, perdón y amor. Por eso, dice Francisco, “no me canso de llamar a toda la Iglesia a la “Revolución de la Ternura”. Sin disminuir el ideal evangélico, anima a controlar y prestar atención a los pasos que se realizan día a día con una formación sólida ya que todo cristiano debe convertirse en protagonista y misionero

. El Papa habla del tipo de “Obispo” que busca. De esa manera sencilla, como siempre, da en el clavo. Habla del triple lugar que el obispo debe desempeñar con sus fieles, con sus comunidades:
El Obispo debe ir:
- Al frente para mostrar el camino a su pueblo, arriesgando su propia vida desbrozando las dificultades y allanando el camino.
- En el Centro para mantener a la Comunidad unida y neutralizar estampidas,
- y Detrás, para que nadie llegue tarde o se extravíe…
- En cualquier caso, ser capaces de sostener, con amor y paciencia, los pasos de Dios en su pueblo y valorizando todo lo que le mantenga unido, teniendo cuidado con los posibles peligros, pero sobre todo haciendo crecer la esperanza.

Juandediosrd@hotmail.com 

Religión y sociedad José M. Castillo, teólogo

Enviado a la página web de Redes Cristianas
¿Estamos seguros de que los países cuya sociedad es más religiosa son igualmente los países en los que la sociedad es más honrada y más ejemplar? La respuesta no es fácil. ¿Dónde está la dificultad?
Para responder a esta cuestión, lo más importante es tener presente que la sociedad se juega mucho, seguramente muchos más de lo que imaginamos, en el tema de la religión
.

Baste pensar en la frecuente y dramática relación que existe entre religión y violencia: el terrorismo, las guerras, los conflictos en la relaciones sociales, todo esto son sólo algunos de los ejemplos que podemos traer a la memoria para comprender hasta qué punto la religión puede colaborar para el bienestar o la desgracia de los pueblos y de la sociedad. Una sociedad, en la que el hecho religioso está bien orientado y dirigido, suele ser una sociedad en la que se palpa el bienestar. Por el contrario, un sociedad en la que la religión está mal planteada y mal dirigida, será inevitablemente una sociedad en la que se palpa la desigualdad, la corrupción y el sufrimiento.
Así las cosas, viviendo en una sociedad en la que se produce más de lo que necesitamos todos los ciudadanos para vivir bien, ¿cómo se explica el profundo malestar que nos invade y que incluso destroza a tantas familias y a tantos individuos?
Se le suele echar la culpa de casi todos los males a la crisis económica y a la pésima gestión de los políticos. Y no le falta razón a quien dice eso. Pero quien se queda solamente en eso, se queda en la superficie, en lo que ve todo el mundo, es decir, en los efectos de un fenómeno mucho más profundo. Lo más importante, que está ocurriendo ahora mismo, no es la crisis económica. Ni tampoco lo mal que hacen las cosas muchos políticos. La causa del malestar y el desconcierto, en que vivimos, tiene sus raíces en que estamos viviendo un cambio cultural de una profundidad y de unas consecuencias que seguramente no imaginamos.
Para hacerse alguna idea de lo que acabo de indicar, es necesario recordar que el “homo sapiens” tiene cien mil años de antigüedad. De todo ese tiempo, durante más de noventa mil años, los humanos vivieron de forma que no se habían organizado como una “civilización”. Eran tribus de cazadores itinerantes, desinstalados, el “hombre-no-económico”. A partir de (por lo menos) tres mil quinientos años a. C., nacen las técnicas, y con ellas algunos rasgos conocidos desde la antigüedad: el “hombre-económico”, con las consiguientes desigualdades que la economía genera. Así nació la disociación entre la evolución tecnológica y la evolución social, que, a los largo de los siglos, han avanzado en sentido inverso: la evolución tecnológica como progreso, la evolución social como degradación (M. Daraki).
Hasta que hemos llegado a producir una situación insoportable. Una situación que ya nadie tiene capacidad para poder darle solución. La distancia entre el culmen del desarrollo tecnológico y el fondo de la degradación social es algo tan asombroso y tan insalvable, que un reducido número de individuos (bien contados y conocidos) acumula más riqueza y más poder que casi el 90 % de la población mundial. De ahí que la aspiración fundamental de la humanidad no es ya ni el “honor” (como lo fue en las culturas de la antigüedad), ni el “poder” (a partir del Imperio romano), ni la “riqueza” (desde la revolución industrial del XIX). Lo que hoy más anhela casi todo el mundo es la “dignidad”, que es la igualdad de todos los ciudadanos en los mismos derechos, los derechos humanos.
¿Es eso hoy posible para todos los habitantes del planeta, no como mera propuesta teórica, sino como realidad efectiva? Sólo una fuerza que nos supere y nos iguale a todos lo haría posible. Me refiero a la religión. Pero no a la religión como “conjunto de creencias y rituales”, sino la religión como “ethos”: la ética de la bondad. A la que aspiramos todos los humanos. ¿No está en esto la clave del éxito mundial que ha alcanzado el papa Francisco en pocos meses? ¿No irá por aquí la explicación de ese triste (y hasta canalla) personaje que ha surgido, en el último medio siglo, el “político errante”, que ni sabe a dónde va ni a dónde nos lleva?
Para quienes estén interesados en estos asuntos, del 31 de Marzo al 24 de Abril, ocho expertos en estos problemas impartirán un curso, organizado por el Centro Mediterráneo, de la Universidad de Granada, en el que se debatirán no pocas cuestiones que a casi todos nos conciernen.