El misionero salesiano Antonio César Fernández, asesinado en Burkina Faso en 2019, ha sido condecorado, a título póstumo, con la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, a propuesta del Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación. El Boletín Oficial del Estado publica el Real Decreto 893/2021, de 11 de octubre, por el que se concede este reconocimiento al misionero español. SEGUIR LEYENDO
jueves, 14 de octubre de 2021
Ante ataques de la derecha española contra el Papa Francisco, nos unimos al pedido de perdón a los pueblos originarios de Abya Yala
SICSAL (Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los pueblos de América Latina “Óscar Arnulfo Romero”)
¿Quién está fuera y quién está dentro?
Redes Cristianas
Es en este contexto que Juan, uno de los tres apóstoles más cercanos, le cuenta a Jesús que alguien expulsaba al demonio de las personas, eso es, sacaba las energías negativas, Como el tal exorcista lo hacía en el nombre de Jesús sin ser del grupo, los apóstoles o Lo habían prohibido. Según el evangelio (Marcos 9, 14-29), poco antes, ellos (los apóstoles) no habían logrado liberar a un niño epiléptico que creían estar dominado por el demonio. No pudieron exorcizar al demonio De repente ven a alguien que no es del grupo, no tiene ningún contacto con Jesús y exorciza las energías negativas de las personas en el nombre de Jesús.
Quién de nosotros no se sentiría mal sabiendo que alguien está usando el nombre de nuestro maestro sin ser de nuestro grupo? Incluso hoy, el instituto o fundación que asume la misión de cuidar la herencia de alguien que es profeta como Paulo Freire, o Dom Helder Camara o Pedro Casaldáliga no le gusta que alguien use el nombre de uno de ellos sin ser del grupo o sin pedir permiso. Y ese hombre cura en el nombre de Jesús Los discípulos prohíben y Jesús los reprende. Enseña que su nombre no es propiedad de nadie.
Cualquier persona puede usar el nombre de Jesús siempre y cuando sea para hacer el bien y liberar. El nombre de Jesús no es marca registrada. Es señal de que Dios es amor y sólo puede ser instrumento de este amor. El propio nombre Ieoshuá (el mismo de Josué) significa Dios salva. Hay personas que dicen: El nombre de Jesús tiene poder. Pero entienden eso casi en el sentido mágico y milagroso que justamente Jesús rechazó y dijo a los discípulos que no quería ejercer esa forma de poder. El único poder que Jesús aceptó y por lo tanto que su nombre tiene es el de amar y suscitar amor.
Desde muchos siglos, los cristianos de Oriente tienen la costumbre de tomar como método de oración la recitación incesante del nombre de Jesús. El nombre propio de Jesús como mantra, como oración del corazón. Y esta costumbre también ganó Occidente en las escuelas de Meditación Cristiana. El desafío es que la invocación profunda del corazón que tiene poder de exorcismo sobre la propia persona y para los hermanos y hermanas, esta práctica esté siempre ligada a la acogida de los más pequeños y vulnerables. Por lo tanto, se relaciona con la práctica de la liberación.
Por eso, en aquella ocasión, Jesús continúa su palabra diciendo: Quien acoge a un chiquitín en mi nombre es a mí quien acoge. Quien les dé a ustedes aunque sea un vaso de agua por ser mis discípulos no perderá su recompensa. Ahí Jesús hace una asociación entre los discípulos y los pequeños. Hablaba de acoger a los pequeños y de repente pasa a quien acoge a un discípulo o discípula. Discípulo o discípula debe sentirse como chiquito / a y debe actuar así, como chiquitín / a y no como quien es propietario / a del nombre.
Lo que no se puede es usar el nombre de Jesús para oprimir personas, discriminar grupos, atacar otras religiones, sembrar odio y violencia. Ahí sería trabajar en la dirección contraria Incluso quien, siendo de la comunidad contribuye a la división entre las personas, quien practica murmuración y provoca el tropiezo o dificulta la caminata de otras personas mejor sería ni haber nacido. Las últimas palabras de este evangelio de hoy se ven muy duras y estrictas: Si tu mano o tu pie te sirven de obstáculo, córtalos. Es mejor entrar en el reino sin una mano o un pie que con las dos manos y los dos pies quedar fuera del reino…
Hasta la fecha, las iglesias cristianas tienen reglas y estatutos sobre quién es de la Iglesia y quién no, quién puede y quién no puede comulgar. Jesús había dicho muy claramente que lo importante no es ser de esa o de aquella Iglesia sino estar en el camino de la solidaridad con los pequeños. Al mismo tiempo que él reconoce como de su lado a alguien que no es formalmente de la comunidad de los apóstoles, advierte que, a diferencia de eso, hay personas de dentro del grupo, personas que pueden hoy formar parte incluso de las jerarquías eclesiásticas que, en lugar de colaborar para que todos y todas caminen en el sentido del reino, crean obstáculos y lamentablemente estas personas, aunque son de adentro, no participarán en el reino y serán castigadas, no por Dios que no castiga a nadie sino como fruto de su propio modo de actuar.
El papa Francisco convocó para noviembre próximo en México una asamblea eclesial latinoamericana y caribeña. Esta asamblea tiene un espíritu diferente a las conferencias que solo eran episcopales (de obispos). Todo el pueblo de Dios reunido en las iglesias locales que está convocado. Sin embargo, es importante escuchar de nuevo este evangelio y preguntar si los que están haciendo lo que Jesús quiere que hagan, en los más diversos movimientos sociales, independientemente si están dentro de los organismos eclesiásticos o no, si estas personas y grupos pueden contribuir con el camino de esta asamblea. Y cómo pueden contribuir. Que cada uno / cada una de nosotros, reabra su propio corazón a ese camino común que es el testimonio y la construcción del reinado divino en el mundo.
Marcelo Barros – Publicado en https://www.facebook.com/irmarcelobarros/posts/10227379519780418
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DOS MUJERES DE OCTUBRE
Dos Teresas, la una con diminutivo, Teresita, la otra con el nombre tal y como suena, Teresa, ocupan, en el santoral de la Iglesia, el inicio y el medio del mes de octubre. La primera es Teresa de Lisieux (Francia), por el lugar donde falleció el 1897; su festividad se celebra el 1 de octubre y es conocida con el nombre completo de Teresita del Niño Jesús. La segunda es Teresa de Ávila, por el lugar donde nació el 1515; su festividad tiene lugar el 15 del mismo mes y su nombre completo es Teresa de Jesús; nombre este que se aplicaba ella misma y que pudo considerar ratificado en su interior, según cuentan, por la supuesta respuesta que recibió de un niño con quien se topó, mientras bajaba las escaleras del convento de la Encarnación “¿Cómo te llamas, niño hermoso?”, le preguntó esta. A lo cual Él contestó “Y tú, ¿cómo te llamas?”. “Yo soy Teresa de Jesús”, dijo ella. A lo cual Él respondió “Pues yo soy Jesús de Teresa”.
Si nos retrotraemos al momento de su muerte, tres siglos y un poco más les separan a ambas. Dos vidas diferentes en muchos aspectos; en la duración concretamente: 67 años en el caso de Teresa frente a los 24 de Teresita; pero, además, y, sobre todo, en la forma de vida que ambas llevaron: andariega y fundadora, en el caso de Teresa de Ávila; recluida en el monasterio y dada de manera exclusiva a la mística y la oración, en el caso de Teresita de Lisieux. Vidas en absoluto contrapuestas, más bien idénticas, pues para ambas el amor era el único motivo y la única razón de todo su ser y su quehacer. “Solo el amor es el que da valor a todas las cosas”, solía decir Santa Teresa de Jesús. “Comprendí que, sin amor, todas obras son nada, aún las más brillantes” repetía con insistencia Santa Teresita del Niño Jesús.
El gran dilema de la mayoría de las religiones, yo diría que siempre de manera implícita, es la apuesta por “creer” frente a “confiar”; conceptos aparentemente iguales, pero que, en la práctica, marcan actitudes profundas, más que diferencias, frente a la vida de las personas que se dicen creyentes. Es verdad que, en el caso de algunas, se trataría más bien de sectas o de grupos sectarios, incluso dentro de las propias religiones, las creencias es su objetivo último; entendido el concepto creencia como el cúmulo de verdades, afirmaciones, dogmas, etc., que conformarían el contenido de fe de dichas religiones o grupos. No debemos olvidar, por otro lado, que las afirmaciones éticas o los consejos morales hacia el buen comportamiento ya son válidos por sí mismos; pero lo son aún más cuando unas y otros llegan acompañados por el testimonio de quien lo afirma o aconseja, quizás por aquello de que “las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran”; o porque son afirmaciones o consejos referidos de alguien que se implicó por ellas y ellos hasta las últimas consecuencias. El caso del Evangelio y la apuesta de Jesús por poner en práctica todo lo que decía y enseñaba es, sin ningún género de dudas, el más claro y evidente, al menos para quienes se consideran o nos consideramos seguidores suyos, más que creyentes en Él. Pero no es este un peligro reciente o de tiempos no demasiado pretéritos; ya en los primeros momentos de la Iglesia apostólica, el peligro de quedarse en la fe (creencia) fue tal que el propio apóstol Santiago se vio obligado a decir que la “la fe sin obras es una fe muerta” (Sant. 2,17). Debe ser, quizá, por aquello de que los dogmas comprometen muy poco o nada, frente a la exigencia profunda y constante de quien apuesta y confía en la persona que dijo y se implicó hasta el final con aquello que dijo.
Teresa y Teresita vivieron momentos en que la fe y sus verdades ocupaban o debían ocupar el centro de la vida de toda persona cristiana. Teresa experimentó, por su parte, algunas de las incomprensiones, advertencias y vicisitudes por parte de los tribunales de la “Santa” Inquisición, aunque en menor medida que su confesor y director espiritual, Juan de la Cruz; pero no por ello menos dolorosas interiormente. La razón no fue otra que poner la experiencia personal del amor de Dios por delante de cualquier otra verdad, por muy sagrada que dicha verdad fuera tenida; y es que no corrían buenos tiempos para la mística que conllevaba el peligro de desplazar al dogma y las “santas verdades”. No era lícito que una “mujer” se atribuyera la experiencia de un Dios próximo y cercano que por entonces quedaba reservada de manera exclusiva a quienes ostentaban el cargo de custodiar, y a buen recaudo, las verdades sagradas del compendio de la fe: varones todos ellos.
Los tiempos que le tocaron vivir a Teresita no fueron tan convulsos como los de Teresa; entre otras cosas, porque la virulencia doctrinal y dogmática de la Reforma y la Contrarreforma había amainado o, para ser más exactos, se había hecho menos visible; aunque, no por ello, menos dolorosa. Teresita pasó una gran parte de su corta vida, excepto los años de infancia y adolescencia, recluida en la clausura del Carmelo. El poco “aire” que llegaba de fuera a las monjas no era precisamente de libertad y de presencia de un Dios próximo y cercano. Pocos años antes de nacer ella, 1864, el Papa Pío IX había publicado el Syllabus, donde se exponían todos los errores de la sociedad moderna que la Iglesia condenaba. Otra vez el dogma y la verdad de la Iglesia, por boca del Papa, se imponían por encima de cualquier otra manera de vivir la experiencia de Dios y de la fe. Bien es verdad que Teresita no recibió ninguna advertencia del exterior, como sí que fue el caso de Teresa, pues su vida pasó desapercibida sobre todo para los de “fuera”; sin embargo, sí que fue reprendida en diversas ocasiones por sus superioras; a pesar de lo cual, ello no le impidió vivir siempre abandonada al buen Dios por el que se sentía locamente amada.
Dos mujeres, Teresa y Teresita, de un Dios próximo y lleno de vida frente a “verdades” de fe que muchas veces alejan y solo ofrecen indiferencia.
LA DESIGUALDAD EN LAS VACUNAS: FRACASO MORAL DEL CAPITALISMO
En dos meses caducarán 241 millones de dosis de vacunas contra el Covid-19, sin contar los 34 millones que ya se vencieron y fueron descartadas en EEUU. Estos 241 millones forman parte de los 1.200 millones de dosis que les sobran a EEUU, Canadá, Reino Unido, Japón y la Unión Europea, las cuales también están próximas a vencerse e irán a parar al basurero si no son donadas y aplicadas antes de diciembre de este año (Informe de Arirfinity sobre pronóstico y caducidad de las vacunas contra el Covid-19 para 2021 y 2022).
A pesar de esto, los países ricos antes mencionados y miembros del G-7 siguen cerrando contratos con las empresas farmacéuticas para adquirir vacunas contra el Covid-19. Según la programación de compras hasta junio 2022 y considerando incluso que apliquen una tercera dosis a su población, les estarían sobrando y muy probablemente caducando 2.228 millones de vacunas para mediados del próximo año, cantidad que equivale al 41% de los 5.400 millones de dosis que se requieren para vacunar al 70% de la población de los países de bajos y medianos ingresos. De estos 2.228 millones de dosis excedentes, el 40% estará en los depósitos de EEUU, el 5% en el de Reino Unido (121 millones), el 45% en los países de la Unión Europea (999 millones de vacunas) y el 5% en Canadá (111 millones) (Airfinity).
El hecho de que 1.200 millones de vacunas se estén venciendo en los países ricos mientras más de la mitad de la población mundial espera ser inmunizada es una manifestación más de las grandes e inhumanas desigualdades que caracterizan al sistema económico que impera en más del 95% de los países del mundo. Es una señal más, entre muchas otras, del fracaso del capitalismo para dar respuesta a las mayorías, el mismo que, basado en la explotación, da prioridad a la ganancia de unos pocos por encima de la vida de muchos, ese mismo sistema económico que algunos insisten en defender y en calificar de exitoso por su supuesta “eficiencia”.
Al respecto, Tedros Adhanom, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dijo: “Debo ser franco: el mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico, y el precio de este fracaso se pagará con las vidas y el sustento de los países más pobres”. Denunció que incluso aun cuando defienden el acceso equitativo, algunos países y empresas continúan dando prioridad a los acuerdos bilaterales, evitando el mecanismo COVAX, lo que está provocando un aumento de los precios y mayores ganancias para la industria a costa de menor acceso para los pueblos.
A la fecha, se han producido 7.500 millones de dosis de vacunas contra el Covid-19 incluyendo la producción de China. Se están produciendo unos 1.500 millones al mes, al parecer, la industria farmacéutica ha acelerado la producción. De seguir este ritmo, para diciembre de 2021 se habrán fabricado 12.227 millones (Airfinity). Es el caso que, en el mundo se requieren 11.300 millones de dosis para inmunizar al 80% de la población mayor de 12 años. Eso significa que, si los países ricos no acumularan y concentraran las vacunas que luego se les terminan venciendo en sus depósitos y, por el contrario, hubiese habido una distribución justa, es decir, humana, de las vacunas, no solo hubiésemos podido alcanzar la meta de inmunización antes de finalizar el 2021, sino que se podría evitar 1 millón de muertes de aquí a junio 2022. Desde que comenzó la pandemia han muerto 4.757.000 personas.
Antonio Guterres, director general de Naciones Unidas informó en la reciente Cumbre de ese organismo celebrada el 22 de septiembre que, hasta el momento se han administrado más de 5.700 millones de dosis de vacunas en el mundo (se han vacunado 3.490 millones de personas, el 44% de la población mundial), pero que el 73% de ellas se aplicaron en sólo diez países. Dijo que: “los países de ingresos altos han administrado 61 veces más dosis por habitante que los países de ingresos bajos. Solo el 3% de los africanos se ha vacunado”. Los países pobres no han vacunado ni el 2% de su población.
La cada vez mayor acumulación y concentración de capital, y por lo tanto de poder, es uno de los objetivos y de las principales características del modo de producción que hoy impera en el mundo sin importar a costa de qué o, mejor dicho, a costa de quiénes y de cuántos. La humanidad ha llegado al punto que, en esta fase superior del capitalismo, la concentración y con ella la desigualdad es tan bárbara que, no solo el 1% de la población mundial se apropia del 84% de lo que produce la clase trabajadora (OXFAM), sino que 5 empresas privadas tienen hoy el monopolio y el poder de decidir quiénes viven y quiénes mueren en el mundo, nos referimos a Pfizer/BioNtech, Moderna, Astrazeneca, Johnson&Johnson y Novavax que se reparten el 45%, 24%, 12%, 12% y 6% respectivamente del mercado mundial de 100.000 millones de dólares en vacunas contra el Covid-19. Poder que, obviamente, está por encima del de los gobernantes y de la propia ONU. A los hechos nos remitimos.
La propuesta planteada esta semana por Joe Biden en la 76° Asamblea Nacional de la ONU de comprar 500 millones más de dosis de vacunas a la empresa Pfizer para donarlas a los países pobres, no solo es inmoral y descarada cuando acaban de botar 34 millones de dosis vencidas y cuando igual destino pudiesen tener 576 millones que están por vencerse de aquí a diciembre de 2021 en ese país, sino que termina siendo una trampa para seguir garantizando ventas, ganancias y poder a las farmacéuticas.
La verdadera solución a la pandemia no pasa por gotear caridad, sino por intervenir sobre la causa de la desigualdad en el acceso a las vacunas, nos referimos a eliminar el monopolio del complejo médico farmacéutico lo que, a su vez, pasa por levantar uno de los mecanismos más inhumanos que inventó el capitalismo para legalizar y legitimar la mayor concentración de capitales y con ésta dichos monopolios/poderes privados: los derechos de propiedad intelectual y las patentes.
El asunto de la concentración de los capitales que derivan en monopolios privados es tan perverso que los propios padres del monetarismo/neoliberalismo (lo más salvaje del capitalismo) lo reconocen. Friedrich von Hayek, escribió en su libro “Los fundamentos de la libertad”: “…si existe peligro de que un monopolista adquiera poder de coacción, el método más eficaz para impedirlo consiste, probablemente en exigirle que sus precios sean los mismos para todos y prohibirle toda discriminación entre sus clientes”.
Por su parte, Milton Friedman, discípulo de Von Hayek, escribió en su libro “Capitalismo y libertad”: “…la elección entre los males del monopolio privado, del monopolio público o de la regulación pública no puede hacerse de una vez para siempre independientemente de las circunstancias de los hechos. Si el monopolio técnico lo es de un servicio o artículo que se considera esencial, y si su poder monopolístico es considerable, puede ser que incluso los efectos a corto plazo de un monopolio privado, sin regulación, fueran intolerables. En este caso la regulación o la propiedad estatal sería lo más conveniente.” ¿Qué tal? Y resulta que en este mundo capitalista en el que vivimos y en medio de la peor pandemia, los inmorales gobiernos de los países ricos se oponen a la eliminación de las patentes y por el contrario, insisten en legalizar el monopolio y el poder de la industria farmacéutica privada sin importar cuántos mueran.
Pasqualina Curcio
ALAI 27/09/2021 (alainet.org)
INCENDIO EN LA IGLESIA CATÓLICA
En abril de 2019, ante los ojos atónitos del mundo, las llamas arrasaron buena parte de Notre Dame de París, la catedral más bella del mundo, en la que tantas veces entré con profunda emoción. Pero aquellas llamas no fueron nada con el incendio devastador que el Informe Sauvé acaba de declarar, de sacar a la luz nada más, en la Iglesia de Francia, “hija mayor” de la Iglesia universal. Es un huracán arrollador, un volcán en erupción.
Las torres de Notre Dame se salvaron, y el resto pronto quedará reconstruido, pero dudo de que no ya solo la Iglesia de Francia sino la entera institución católica pueda reponerse de este seísmo, sobrecogedor por el alcance conocido y la expansión adivinada. El alcance y la extensión del dolor causado por una Iglesia que predica las Bienaventuranzas de Jesús. Por lo sabido y por lo que se intuye que queda por saber, ¿algo del andamiaje eclesiástico merece aún quedar en pie? ¿La desdicha no supera a la bienaventuranza? La pregunta puede parecer desmedida, pero irrumpe del corazón y de los labios de muchos, incontenible como una llamarada.
Y es que, por muy demoledores que sean las conclusiones del informe Sauvé acerca de los abusos sexuales sobre menores en la Iglesia de Francia, lo más demoledor es el diagnóstico que hace, y lo enuncia con un término contundente: SISTÉMICO. No se trata de la “maldad” –en la que no creo– de unos individuos enfermos, aunque sean tantísimos. Se trata de un mal sistémico, una pandemia que se deriva, como de modo inevitable, del sistema mismo sobre el que se sostiene la vieja y actual institución eclesial. Quien quiera entender que entienda, y que nadie se equivoque de tratamiento.
No son episodios, anécdotas puntuales, diluidas e insignificantes dentro de la incontable masa de clérigos y religiosos de la Iglesia católica. No, los abusos sexuales eclesiásticos son sistémicos, y ¿cómo nos extrañaremos de que mucha gente lo traduzca como “sistemáticos”? Ahí están las cifras, los horrores que dejan al descubierto. La pedofilia clerical y religiosa se sitúa solo por detrás de la que tiene lugar en la esfera familiar y en el entorno de amistades –esferas y entornos en los que, de acuerdo a la mera sociología, encontraríamos más católicos que no católicos–, por delante de todos los demás ámbitos sociales: deporte, educación, ocio… Y cualquiera puede adivinar que las cifras del Informe se quedan muy cortas, pues solo recoge los casos que cuentan con testimonio personal directo.
Aun celebrando que haya sido la propia Conferencia Episcopal Francesa la que puso en marcha una investigación rigurosamente neutral, estremece que haya tardado tanto (que todos hayamos tardado tanto…), y cabe dudar de que ahora lo haya hecho por propia iniciativa. Y estremece preguntarse hasta dónde llegarían las cifras si todos los países, empezando por los más católicos –o por esta misma España de ayer y de hoy todavía–, investigaran los hechos como en Francia. Contra las palabras que el evangelio de Mateo pone en boca de Jesús, “las puertas del infierno han podido con la Iglesia”. Claro que Jesús no lo podía saber, porque nunca se imaginó siquiera que aquel movimiento de transformación espiritual, social, política, que estaba brotando de aquellas palabras que había proclamado sobre las colinas y las llanuras de Galilea (“Dichosos vosotros, los pobres, porque llega el Reino de Dios y es para vosotros”) fuera a convertirse en el sistema que acabó siendo hasta hoy.
El problema es sistémico. Los sujetos de los abusos son individuos, pero el origen de su conducta es el sistema eclesiástico. Los individuos son enfermos, pero el sistema es maligno. Es malsana y maligna, por no decir perversa, la antropología maniquea de la sexualidad: la condena de toda relación sexual como pecaminosa salvo dentro del matrimonio canónico, el tabú y la diabolización del placer, la exaltación de la castidad, el celibato obligatorio, la culpabilidad obsesiva, el deseo reprimido, la sublimación frustrada que busca su compensación en la autoridad sobre almas y cuerpos, tan manifiesta en los abusos sexuales. Es malsano el sistema clerical: el celibato obligatorio, la sacralización del estado, la exclusión de la mujer, la profunda homofobia tan característica de los clérigos homosexuales.
Es malsano e incluso perverso el discurso sobre el pecado como culpa más bien que como daño, y el discurso sobre el perdón como absolución de la culpa más bien que como reparación y sanación del daño. Es alienante y neurotizante la práctica canónica de la confesión sacramental, que ni siquiera existió hasta el s. XIII: alguien comete un abuso sexual o incluso una violación, busca un sacerdote, se confiese de haber cometido un “pecado contra la castidad”, recibe el perdón de Dios en el perdón del sacerdote, queda libre de su culpa, y recupera la tranquilidad de su conciencia hasta la próxima ocasión. Y, por una transferencia perversa pero lógica, el niño abusado o la joven violada siguen torturándose, se sienten culpables de la culpa del abusador o del violador absueltos en confesión. El infierno.
Está bien que el papa, la conferencia episcopal y la conferencia de Religiosas y Religiosos haya reconocido su inmensa pena y su vergüenza absoluta. Pero no basta. Como no bastará con agravar las penas para los “culpables”. No hay culpables, hay heridos, y quienes hieren están también heridos, y es preciso que queramos curar a todos: a las víctimas primero, y a los victimarios después. Tampoco bastará con suprimir el secreto de confesión (antes habría que suprimir el sacramento mismo de la confesión o penitencia en su forma actual). Si queremos que el infierno no siga prevaleciendo en la Iglesia que se dice de Jesús, es necesario que deje que las llamas devoren el sistema, sus raíces y soportes teológicos y canónicos, y lo transfiguren por entero con su Derecho Canónigo, su modelo clerical de Iglesia y toda su teología y su antropología patriarcal y maniquea. “He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo quisiera que estuviera ardiendo!”: eso sí que lo dijo Jesús, aunque ni siquiera sería preciso que lo hubiera dicho.
Y que la Iglesia sea –no digo vuelva a ser– lo que Jesús soñó para aquel movimiento galileo sin fronteras ni tabús ni sistemas de poder. Y que, despreocupada de sí y de sus dogmas y cánones, se dedique en cuerpo y alma a lo más urgente y necesario: el respeto, el cuidado y la curación de todos los heridos, la santidad o la salud o la salvación de la vida en la Tierra.
Domingo 17 de octubre, 29 del Tiempo ordinario – B (Marcos 10,35-45)
JOSÉ ANTONIO PAGOLA
SON GRANDES, AUNQUE NO LO SEPAN
Nunca viene su nombre en los periódicos. Nadie les cede el paso en lugar alguno. No tienen títulos ni cuentas corrientes envidiables, pero son grandes. No poseen muchas riquezas, pero tienen algo que no se puede comprar con dinero: bondad, capacidad de acogida, ternura y compasión hacia el necesitado.
Hombres y mujeres del montón, gentes de a pie a los que apenas valora nadie, pero que van pasando por la vida poniendo amor y cariño a su alrededor. Personas sencillas y buenas que solo saben vivir echando una mano y haciendo el bien.
Gentes que no conocen el orgullo ni tienen grandes pretensiones. Hombres y mujeres a los que se les encuentra en el momento oportuno, cuando se necesita la palabra de ánimo, la mirada cordial, la mano cercana.
Padres sencillos y buenos que se toman tiempo para escuchar a sus hijos pequeños, responder a sus infinitas preguntas, disfrutar con sus juegos y descubrir de nuevo junto a ellos lo mejor de la vida.
Madres incansables que llenan el hogar de calor y alegría. Mujeres que no tienen precio, pues saben dar a sus hijos lo que más necesitan para enfrentarse confiadamente a su futuro.
Esposos que van madurando su amor día a día, aprendiendo a ceder, cuidando generosamente la felicidad del otro, perdonándose mutuamente en los mil pequeños roces de la vida.
Estas gentes desconocidas son los que hacen el mundo más habitable y la vida más humana. Ellos ponen un aire limpio y respirable en nuestra sociedad. De ellos ha dicho Jesús que son grandes porque viven al servicio de los demás.
Ellos mismos no lo saben, pero gracias a sus vidas se abre paso en nuestras calles y hogares la energía más antigua y genuina: la energía del amor. En el desierto de este mundo, a veces tan inhóspito, donde solo parece crecer la rivalidad y el enfrentamiento, ellos son pequeños oasis en los que brota la amistad, la confianza y la mutua ayuda. No se pierden en discursos y teorías. Lo suyo es amar calladamente y prestar ayuda a quien lo necesite.
Es posible que nadie les agradezca nunca nada. Probablemente no se les harán grandes homenajes. Pero estos hombres y mujeres son grandes porque son humanos. Ahí está su grandeza. Ellos son los mejores seguidores de Jesús, pues viven haciendo un mundo más digno, como él. Sin saberlo, están abriendo caminos al reino de Dios.