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ATALAYA

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viernes, 10 de abril de 2020

Signos de Vida - Pascua de Resurrección, Ciclo A

Domingo 12 de abril, Pascua de Resurrección – A (Mateo 28,1-10)

JOSÉ ANTONIO PAGOLA

CREER EN EL RESUCITADO 

Los cristianos no hemos de olvidar que la fe en Jesucristo resucitado es mucho más que el asentimiento a una fórmula del credo. Mucho más incluso que la afirmación de algo extraordinario que le aconteció al muerto Jesús hace aproximadamente dos mil años. 
Creer en el Resucitado es creer que ahora Cristo está vivo, lleno de fuerza y creatividad, impulsando la vida hacia su último destino y liberando a la humanidad de caer en el caos definitivo.  
Creer en el Resucitado es creer que Jesús se hace presente en medio de los creyentes. Es tomar parte activa en los encuentros y las tareas de la comunidad cristiana, sabiendo con gozo que, cuando dos o tres nos reunimos en su nombre, allí está él poniendo esperanza en nuestras vidas. 
Creer en el Resucitado es descubrir que nuestra oración a Cristo no es un monólogo vacío, sin interlocutor que escuche nuestra invocación, sino diálogo con alguien vivo que está junto a nosotros en la misma raíz de la vida.  
Creer en el Resucitado es dejarnos interpelar por su palabra viva recogida en los evangelios, e ir descubriendo prácticamente que sus palabras son «espíritu y vida» para el que sabe alimentarse de ellas.  
Creer en el Resucitado es vivir la experiencia personal de que Jesús tiene fuerza para cambiar nuestras vidas, resucitar lo bueno que hay en nosotros e irnos liberando de lo que mata nuestra libertad.  
Creer en el Resucitado es saber descubrirlo vivo en el último y más pequeño de los hermanos, llamándonos a la compasión y la solidaridad.  
Creer en el Resucitado es creer que él es «el primogénito de entre los muertos», en el que se inicia ya nuestra resurrección y en el que se nos abre ya la posibilidad de vivir eternamente.  

Creer en el Resucitado es creer que ni el sufrimiento, ni la injusticia, ni el cáncer, ni el infarto, ni la metralleta, ni la opresión, ni la muerte tienen la última palabra. Solo el Resucitado es Señor de la vida y de la muerte.

Pepa Torres: “La teología debe ser sobre todo inteligencia del amor”


Pepa Torres“¿Qué tiene que ver con la vida de la gente normal y empobrecida?”
“No podemos hacer experiencia del Dios de Jesús ni intentar reflexionar sobre Él-Ella al margen de la violencia, la injusticia estructural y el desamor que atraviesa hoy la vida en el planeta, sin tomar posición frente a ello, sin situarnos al lado de quienes más las padecen y también de quienes la enfrentan inventando formas de resistencia” ··· Ver noticia ··

Domingo 12 de Abril, Pascua de Resurrección Koinonía


Resurrección2A) Un primer comentario
Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquel que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús.··· Ver noticia ···

Los crucificados de hoy

Benjamín Forcano
Redes Cristianas
Crucificado2
Doy por supuesto que hay religiones y religiones, unas más sumisas y aliadas con el poder; y otra más independientes y proféticas. El cristianismo tiene de lo uno y de lo otro. Pero, mirado en su origen y contenido primordial, es netamente revolucionario.
Ciertamente, la religión católica en nuestra España, y en otros países de Europa y del Tercer Mundo, ha experimentado un cambio de 90 grados, con incidencia de mayor o menor grado en unas u otras partes.

Me basta con apuntar a un espacio de tiempo reducido, de unos 50-60 años, desde el concilio Vaticano II (1962-65) hasta nuestros días. Sería inmenso, e improcendente, que yo entrara ahora a detallar lo que ese cambio supuso para los diversos campos de la vida privada y pública: en relación con la persona, el interior mismo de la Iglesia católica, la sociedad y la política, la autonomía de la ciencias humanas, etc.

En los pasados días de Semana Santa, días muy señalados en tierras de la cristiandad, resulta apropiado destacar el contraste de una visión tradicional idealista y otra real e intrahistórica posconciliar. Y con ello ayudar a entender y situarse ante una misma realidad valorada de muy distinta manera. Lo cual es bueno para despejar prejuicios y dogmatismos innecesarios.
Los Viernes Santos alzamos la vista en muchas ciudades de
España para contemplar en las procesiones las imágenes de nuestros Cristos Crucificados . Lo venimos haciendo desde siglos, con gran regularidad, expectación y respeto . Incluso lo no muy adictos a la religión católica, habrán escuchado alguna vez estas palabras de Jesús: “Cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños conmigo lo hicisteis”.

Jesús se considera presente ahora en cuantos pasan por una vida dura, marginada, despreciada, llámense parados sin prestaciones, desahuciados, obreros sin trabajo, mujeres
maltratadas, miles de niños muriendo de hambre, gentes expulsadas de sus tierras, ciudadanos engañados por la bancos y los gobernantes, enfermos desatendidos, encarcelados, niños esclavizados, etc.
O sea, que esta gente son para Jesús lo más sagrado, tan
sagrado que son una imagen viva de su vida, hacen sus veces, son sus vicarios, nunca él dijo que los Papas eran su vicarios, sino los pobres. Los pobres son los vicarios de Cristo.

Entonces, ¿Qué pasaría si, junto al Cristo Crucificado, desfilasen por nuestras calles personas o imágenes vivas de estos otros crucificados? ¿Qué pasaría si, junto a él, desfilasen los miles y miles de hermanos matados en estas últimas décadas en Centroamérica, en Africa, en Irak, Livia, Siria, en esas muertes masivas de las hambrunas…? Alarguemos la vista y veremos pueblos masacrados, movimientos reprimidos, líderes desaparecidos, gente de pueblo perseguida, torturada, eliminada. Veremos las argollas que los poderes del FMI, del BM y de la OMC siguen poniendo para que esos pueblos no levanten cabeza y puedan disponer impunemente de sus materias primas. 

Estos pueblos, en un mundo donde la riqueza nunca ha sido
tanta, ven cómo los poderosos les roban, les ponen condiciones
comerciales inicuas, acumulan cada vez más riqueza, sin importarles el hecho de que la distancia de ingresos entre unos y otros crece sin cesar, de modo que si en el año 1820, la diferencia era de 1 a 3, hoy es de 1 a 70.
La mitad de África, unos 400 millones, vive con menos de 1
dólar diario y está desnutrida. EE.UU. tiene una deuda externa de
más de 6 billones de dólares, doble que la de todos los países pobres, pero a él nadie le exige que la devuelva, en tanto que a los pobres se les obliga con un cuchillo en la garganta. 

Con razón, el Cristo y estos pueblos crucificados son la explicación el uno de los otros. Son el Siervo de Yahvé, del que nos habla la Biblia, “sin figura, sin belleza, sin rostro atrayente”. Son pobres y, además, aplastados y torturados. Y así son como el Siervo “que no parecía hombre ni tenía aspecto humano y producía espanto”. Y mientras sufren en paciencia y resignación, se los alaba; pero si se deciden invocar al Dios que los defiende y libera, entonces son subversivos, terroristas, comunistas.
 
Y no tienen quien los defienda, “son llevados a la muerte, sin justicia”. Con razón escribía el obispo Pedro Casaldáliga: “Es hora de martirio en nuestra América Latina”. ¡Cuántos campesinos, sindicalistas, maestros, catequistas, religiosas y religiosos, líderes
populares, obispos engrosan esa procesión de crucificados! Ellos son también el siervo sufriente de Yahvé. “Les han dejado,escribía
Ellacuría, como a un Cristo”. Y Monseñor Romero alentaba a los
campesinos: “Ustedes son la imagen del divino traspasado”. 
Estos pueblos crucificados son víctimas, no caídas del cielo, sino
producidas por los sucesivos imperios, por el sistema económico
dominante y por las multinacionales. Son estos verdugos los que
imponen la injusticia, los que la mantienen violentamente si hace
falta y hasta con terror.

Al Jesús histórico, sabemos lo que le pasó. Si Jesús no hubiera vivido como vivió, si no hubiera defendido los valores que defendió, si no hubiera sido coherente, si se hubiera dejado comprar por la fama, el dinero o el poder no hubiera tenido que afrontar la pasión ni la crucifixión, seguramente hubiera llegado a viejo, hubiera muerto pacíficamente en la cama y no violentamente colgado de una cruz. La causa de Jesús fue, pues, simple : crear con todos una familia nueva, sin exclusión ni discriminación de nadie, en igualdad, viviendo y tratándonos como hermanos y, en todo caso, sabiendo que la grandeza de sus seguidores está en el servir y en ser los últimos en el beneficio.

El nos enseñó una nueva imagen de Dios, una nueva manera de relacionarnos con EL, de entender que el culto sin justicia y amor es falso, que la religión nunca puede servir para manipular, engañar, oprimir, discriminar. Jesús nos dice que Dios llega hasta el interior, a lo más íntimo, no le engañan las apariencias. El lo resume todo en el amor: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. La utopía máxima de Jesús es ser buenos como Dios, amar como Dios, dar la vida por las personas que amamos.

Se entiende entonces que a los que quieran seguir al Nazareno, no va a faltarles la cruz. Pero no la cruz material elegida por uno mismo para macerarse y agradar a Dios, sino la cruz que los otros le van a poner encima por querer vivir como Jesús. El que quiera vivir como el hijo del hombre, que se prepare: lo impugnarán, no lo comprenderán, lo calumniaran, lo perseguirán y hasta puede que lo maten y “crean que hacen un obsequio a Dios”. Por ahí, le llegará la cruz.

Esa cruz abarca y se ha hecho visible hoy en la procesión inmensa de los crucificados que han desfilado por las calles de nuestras ciudades y de nuestras mentes y corazones, condenados a muerte a sabiendas de ser inocentes, como Jesús.
Y entre los expectadores no habrán faltado seguramente , quienes se inclinen reverentemente, pero que han hecho de verdugos, y piensen que esa es una muerte si no merecida, irremediable ya que, en última instancia, ha sido querida por Dios. Un Dios, se nos ha repetido, enojado por los pecados de los hombres, que exigía reparación, la cual nadie sino una víctima de valor infinito podía satisfacer, y esa víctima era su propio hijo, su sangre, él único que podía desagraviarle y pagar el precio correspondiente. Una muerte sacrificial, querida por Dios, por la que quedaríamos redimidos de nuestros pecados.

¡Horrible,absolutamente intolerable! Esta imagen es la de un ídolo deificado, cruel, vengativo, sádico que necesitaría de esta muerte como espiación, rescate y salvación!
No, Jesús no fue a la muerte por voluntad de Dios, su Padre, para recabar ante EL perdón, el rescate y la salvación nuestra. Esa imagen de Dios, -la alimentada por una teología del sacrificio- es indigna y reprobable. Dios no está sediento de sangre ni necesita de
sacrificios, ofrenda y devociones de nadie.

Y suena a sacrilegio atribuirle la muerte de su propio hijo. La flecha histórica y sapiencial apuntan a los verdaderos asesinos del Justo y del Profeta por excelencia: el sanedrín y el imperio romano.
Ambos, ante un hombre libre y cabal, de enseñanza original, pactaron quitarle la vida, pues de seguir con su proyecto ellos quedaban deslegitimados y anulados. ¿Cómo se pudo imputar a Dios la muerte de su propio hijo? ¿ Y cómo se puede seguir actuando como si este sacrificio se siguiera reproduciendo cuantas veces se celebra la Misa?

Jesús anunció “haber sido enviado para anunciar la Buena Noticia a los pobres, para proclamar la liberación a los cautivos, y para poner en libertad a los oprimidos”. Y eso, ante los poderes dominantes de su sociedad, tenía un precio: la muerte. Y es el precio de todos los crucificados de la historia, cobrado por los que sirven al dios del dinero, adoradores ciegos de su egoísmo, de su avaricia y de su soberbia.

Pero Dios les demostró que la última palabra la tiene El y no ellos, pues Jesús de Nazaret, dado por ellos como fracasado y exterminado, resucitó, se apareció y siguió vivo e hizo patente la
nihilidad de sus enemigos. Acabaron, cayeron en el olvido, nadie los honra y El sigue perenne en la fe y en la vida de millones y millones de toda la tierra.

Al Jesús histórico, se le reconoció no sólo por su libertad y coherencia sino por su proyecto, en el cual declaraba cosas como estas:
. Hay que amar, incluso al enemigo.
. Hay que perdonar y ser misericordioso.
. Hay que ser limpios de corazón.
. Hay que ser sinceros, ecuánimes, veraces.
. No se debe tolerar la exclusión o discriminación o humillación
de nadie. . Hay que aborrecer la hipocresía, el orgullo y la dureza de corazón.
. No hay que apetecer el poder de mandar sino el servicio.
. Hay que trocar la avaricia por la generosidad y el compartir.
. Hay que detestar el dinero conseguido a base de oprimir y explotar a los demás.

– No se pueden establecer líneas divisorias entre el amor a los hombres y el amor a Dios pues ambos son una misma cosa.
– No se puede oponer el bien de Dios al bien de los hombres, pues para Dios la gran pasión es la felicidad de los hombres.
– No se puede contraponer el acá al allá, la muerte a la resurrección,
pues si Dios es el principio de todo lo creado, es también su fín.
Entendámoslo bien: una cosa es el sistema de vida de los escribas y fariseos (de entonces y de ahora), del sistema religioso oficial del Templo (de entonces y de ahora) y otra el estilo de vida de Jesús.

Volvamos de nuevo la vista a los templos cristianos con sus ritos, inciensos, cantos, plegarias y procesiones, ¿a quién están recordando? ¿Qué están celebrando? ¿La muerte de Jesús? ¿Su muerte física? ¿Nada más? ¿ Y eso una y otra vez, un año y otro año, un siglo y otro siglo?
¿No será que hemos convertido en momia sagrada la liturgia católica? La pasión y muerte de Jesús son referencia paradigmática.
Pero su muerte no ha acabado, sigue reviviéndose en el Cuerpo de la Iglesia y de la Humanidad. Y sigue produciéndose en el altar del
poder económico y del poder religioso. Hoy son otros los Faraones,
los Pilatos y los Sumos Sacerdotes…


¿Dónde están los profetas y liberadores que, como él, tratan de rescatar el significado de su Pascua, hoy pascua cristiana? ¿Cuántas son las desviaciones y corrupciones que hay que destapar y corregir?
¿Quiénes son los tiranos y verdugos? ¿Quiénes los que sufren pasión y quiénes los crucificados? ¿Cuánto de esto está presente y se celebra en las liturgias de nuestros templos?.

Viernes 10 de abril: Viernes Santo

Viernes 10 de abril: Viernes Santo

Viernes santoIs 52,13-53,12: Cuarto canto del Siervo de Yavé.
El cuarto poema del siervo muestra un personaje paciente y glorificado. Se trata de la narración que se hace de la pasión, muerte y triunfo del personaje, enmarcada por una introducción y epílogo que el autor pone en boca de Dios.
El contenido es claro: un inocente que sufre, dejando de lado la doctrina de la retribución que considera el sufrimiento como consecuencia del pecado; mientras que los culpables son respetados. Más sorprendente es aún, que el humillado triunfe y que un muerto siga viviendo. El mismo texto proclama que se trata de algo inaudito.··· Ver noticia ··

Querido diario - Viernes Santo, Ciclo A

DEBEMOS SUPERAR EL MITO DE QUE JESÚS MURIÓ POR NOSOTROS


col fraymarcos

FE ADULTA
Jn 18,1-19,42
La celebración ayer de la última cena, la celebración hoy de la muerte y la celebración mañana de la resurrección, son tres aspectos de una misma realidad: La plenitud de un ser humano que llegó a identificarse con Dios que es Amor. Este es el punto de partida para que cualquier ser humano pueda desarrollar su verdadera humanidad. Pero el amor es la meta a la que llegó Jesús y a la que tenemos que llegar nosotros. Ese amor es lo más dinámico que podemos imaginar, porque es el motor de toda acción humana.
El recuerdo puramente litúrgico de la muerte de Jesús, sin un compromiso de mantener en nuestra vida las mismas actitudes que le llevaron a la muerte, es un folclore vacío de contenido. Otro peligro, que nos acecha en esta celebración, es caer en la sensiblería. Tal vez no podamos sustraernos a los sentimientos ante la descripción de una muerte tan brutal. El peligro estaría en quedarnos ahí y no tratar de vivir lo que estamos celebrando. Nos importan los datos históricos, pero solo como medio de descubrir la cristología que en ellos se encierra: Jesús es para nosotros el modelo de lo humano y de lo divino.
No podemos presentar la muerte de Jesús como el colmo del sufri­miento. La vida de Jesús se desarrolló con relativa normalidad y con una cierta comodidad. Los sufrimientos duraron solo unas horas. Millones de personas, antes y después de Jesús, han sufrido mucho más en cantidad y en intensidad. No podemos seguir hablando de sus sufrimientos como si fueran los únicos. Fue una muerte cruel, sin duda, pero no podemos presen­tarla como el paradigma del dolor humano. El valor de la muerte de Jesús no está en el dolor, sino en la motivación de esa muerte, en la actitud de Jesús y de los que lo mataron.
Tenemos que superar la idea de que “murió por nuestros pecados”. El autor de la carta a los hebreos, (que seguramente no es de Pablo) lo que intenta es hacer ver a los judíos, que ya no tenía sentido el repetir los sacrificios que habían sido la base de su culto, porque ya estaba cumplida en Jesús toda la labor de mediación. Esta idea es posible, solo desde la perspectiva del Dios del AT que exige el pago por nuestros pecados. Este Dios no tiene nada que ver con el Dios de Jesús, que nos ama a todos siempre e infinita­mente y que, si pudiera tener alguna preferencia, sería para con los débiles o los pecadores.
¿Por qué le mataron? ¿Por qué murió? Si no hacemos esta distinción, entraremos en un callejón sin salida. Le mataron porque el Dios que él predicó no coincidía con la idea que los judíos tenían de su Dios. El Dios de Jesús no es el soberano que quiere ser servido, sino Amor absoluto que se pone al servicio del hombre. Esta idea de Dios es demoledora para todos aquellos que pretenden utilizarlo como instrumento de dominio. Ningún poder establecido puede aceptar ese Dios, porque no es manipulable ni se puede utilizar en provecho propio. Esta idea de Dios es la que no pudieron aceptar los jefes religiosos judíos. Este Dios nunca será aceptado por los jefes religiosos de ninguna época.
Jesús murió por ser fiel a sí mismo y a Dios. No se puede separar las respuestas a las dos preguntas. Jesús, como todo ser humano, tenía que morir, pero resulta que no murió, sino que le mataron. Esto último, tampoco hace de su muerte un hecho singular. La singularidad de esa muerte hay que buscarla en otra parte. La muerte de Jesús no fue un accidente, sino consecuencia de su manera de ser y de actuar. Creo que en la aceptación de las consecuen­cias de su actuación está la clave de toda la vida de Jesús.
El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la vida, es la clave para compren­der que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida. El hecho de que le mataran, podía no tener mayor importancia, pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones que la vida, nos da la verdadera profundi­dad de su opción vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra.
Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los demás, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido de su vida. Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero sentido de una vida humana. Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios y puede decir: "Yo y el Padre somos uno". Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. Si seguimos pensando en un dios de “gloria”, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús.
¿Qué tuvo que ver Dios en la muerte de Jesús? El gran interrogante que se plantea sobre esa muerte recae sobre Dios. No podemos pensar que planeó su muerte, ni que la exigió como pago de un recate por los pecados, ni que la permitió o la esperó. La paradoja está en que podemos decir que Dios no tuvo nada que ver en la muerte de Jesús, y podemos decir que fue precisamente Dios la causa de su muerte. Si pensamos en un Dios que actúa desde fuera, nada de lo que digamos en relación con esa muerte tiene sentido. Si pensamos que Dios era el motor de toda la vida de Jesús, de sus actitudes y de sus decisiones, entonces Él fue la causa de que Jesús fuera a la muerte.
Según todas las apariencias, Dios abandonó a Jesús a su suerte cuando le pedía a gritos que le ayudara. ¿Cómo podemos armonizar su silencio con la cercanía en el momento de morir? Aquí está la clave de comprensión del misterio Pascual. Dios no abandonó por un momento a Jesús para después revindicarlo. Dios estuvo con Jesús en su muerte. Porque fue capaz de morir antes que fallarle, demuestra esa presencia de Dios como en ningún otro momento de su vida. En la entrega total se identificó con Dios y lo hizo presente. Cualquier otro intento de demostrar la presencia de Dios en Jesús es ilusorio.
Intentemos comprender el significado que tuvo su muerte para él y para nosotros. Su muerte es el reflejo de su actitud vital. En ella podemos encontrar el verdadero sentido de su vida. Se trata de una muerte que manifiesta la verdadera Vida. No se trata de la muerte física, sino de la muerte del “ego”, que hizo posible una entrega total a los demás. Este es el mensaje que no queremos aceptar, por eso preferimos salir por peteneras y buscar soluciones que no nos exijan entrar en esa dinámica. Si nuestro “yo” sigue siendo el centro, no tiene sentido celebrar la muerte de Jesús y tampoco su resurrección.

Nosotros tenemos que separar la vida, la muerte y la resurrección de Jesús para intentar entenderlas, pero solamente las podremos entender si descubrimos la unidad de las tres. La muerte fue consecuencia inevitable de su vida, pero en esa muerte estaba ya la gloria. La trayectoria humana de Jesús terminó alcanzando la más alta meta: desplegar al máximo su humanidad, alcanzando y manifestando la plenitud de divinidad. Si no tenemos presente esto, nunca descubriremos lo que tiene de acicate para nosotros el darnos cuenta que un ser humano, en todo semejante a nosotros, pudo llegar a esa meta.