FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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domingo, 30 de julio de 2017

La sonrisa

JESÚS RESUCITÓ EN EL AMOR DE MARÍA MAGDALENA

col pikaza

Ciertamente, Jesús ha resucitado en Dios; pero, al mismo tiempo, de un modo inseparable, él ha resucitado en el amor de María Magdalena, cuyo recuerdo hace que él (Jesús) siga viviendo en la historia de los hombres y mujeres, de un modo real. En otras palabras:
Jesús resucitado se mantiene y despliega en el recuerdo de María y de todos los cristianos, a lo largo de la historia, manteniéndose en el Memoria (Zikkaron) que es Dios. Así lo exige el dogma:
-- Jesús es verdadero Dios, siendo hombre verdadero (que vive y actúa en el amor de las mujeres y los hombres que le acogen, y que viven en él, con él y por él, tras su muerte).
En ese sentido, Jesús sólo ha podido resucitar como "hombre" (ser humano), allí donde otros hombres (varones y mujeres) le han acogido y viven por él (con él), de un modo más alto, en amor permanente, superando de esa forma el olvido sin fin de la muerte.
Icono 1: Magdalena con el pomo del perfume de la unción... (Mc 14, 3-9) Ese perfume de mujer que ama mantiene la memoria de Jesús (Y Jesús resucitado hace posible el amor permanente de María Magdalena).
Icono 2: Magdalena testigo de Jesús resucitado. Le busca en la tumba, pero la tumba está abierta, y Jesús se muestre como jardinero de amor en el huerto.
-- Pero, al mismo tiempo, decimos que estos hombres y mujeres pascuales, empezando por María, viven en amor (en mutación mesiánica) porque el mismo Jesús-Mesías está presente en ellos, como Recuerdo de Dios. ¿Por qué buscar al Vivo entre los muertos? Hay que buscarle y encontrarle en sus amigos, en aquellos que viven de su Vida y por su Vida.
-- Esta resurrección total responde a la más honda realidad de la historia humana (que ha buscado a Dios en la Vida que vence a la muerte).
-- Pero, según los cristianos, ella se ha expresado plenamente, de una vez y para siempre, empezando por María de Magdala, la amiga de Jesús Nazareno, en quien comienza la mutación pascual de la historia humana.
Por eso digo que él ha resucitado en el amor de María Magdalena.
Icono 3 (final): Magdalena apóstol de los apóstoles
Una historia de fe
Ésta es una resurrección real, en plano de fe. Ésta es una resurrección "real", pero no en el nivel de la historia anterior, como un hecho que puede demostrarse de un modo "neutral", por observación objetiva. No hay resurrección fuera de la fe...
Pero la fe no "inventa" la resurrección, sino que la descubre y acepta, con alborozo, gozoso, descubriendo a Jesús que está vivo y que descubriendo que los creyentes (aquellos que le aceptan y le aman) viven en él. Los que quieren demostrar la resurrección de Jesús fuera de la fe es que, en el fondo, no creen, en ella, sino que quieren "asegurar un tipo de religión", asegurarse a sí mismos, sin creer (es decir, sin acoger y desplegar la vida en amor, como Jesús, con Jesús, a quien han matado porque amaba y que, por eso, precisamente por eso, está vivo en la historia de Dios y de los hombres).
La historia cristiana es la historia del Jesús resucitado, siendo la historia del Dios que es (se ha hecho) resurrección en Jesús. Pues bien, el testigo primero de esa fe-amor que "descubre" a un muerto como vivo y que cree en él (y vive desde él) ha sido María. Por eso, volver a María es una de las tareas básicas de la iglesia actual.
Esta fe amorosa (ese amor creyente de María) no es menos realidad, sino "más realidad" y más historia. Sólo la fe tiene ojos para descubrir al resucitado. La fe tiene ojos, y los tiene el corazón de María, y el de aquellos que creemos aceptando su testimonio y aprendiendo a ver como ella (a dejar que la realidad de Jesús se nos revele, como a ella). Si la fe se probara como "dicen" que se prueban las cosas en física no sería fe, ni sería resurrección.
Si la resurrección se pudiera "probar" sin fe, sería un engaño. La única "prueba de la resurrección" es el amor creyente de aquellos que, como María Magdalena, asumen el camino de Jesús y se comprometen a caminar gozosamente con él (como él), porque creen en Dios (en la presencia de Reino). Pues bien, en la raíz y centro de ese Reino descubren los creyentes a Jesús, vencedor sobre la muerte.
1. María Magdalena y Jesús se amaban.
Algunos críticos modernos han pensado que la figura y amor de Magdalena ha desparecido de la tradición posterior de la iglesia. Pero eso no es cierto. Quien sepa leer los evangelios descubre que la figura y función de Magdalena resulta esencial, aunque los evangelios no responden sin más a nuestros problemas sobre Magdalena.
Celso, el más lúcido de los críticos anticristianos del siglo II, entiende bien los evangelios cuando dice que Magdalena (¡a quien él presenta como una mujer histérica!) fue la fundadora del cristianismo. Ciertamente, fue fundadora del cristianismo, pero no por ser histérica, sino por ser una mujer clarividente, capaz de interpretar desde el amor la historia de la vida y el misterio de la persona de Jesús. Esto es mucho más "escandaloso" y profundo que lo que algunos críticos afirman cuando dicen que ella fue amante e incluso esposa de Jesús.
Es claro que María amó a Jesús, pero también le amaron otros, como afirma con gran lucidez el primero de los historiadores judíos que cuentan su vida: «Aquellos que le amaron le siguieron amando tras la muerte" (F. JOSEFO Ant XVI, 3, 63). María amó sin duda a Jesús y le siguió amando tras la muerte, viéndole así vivo, desde su mismo amor, como supone Mc 16, 9 y Jn 20, 1-18. Pero hacerla novia o esposa de Jesús es fantasía.
Ciertamente, un evangelio apócrifo afirma que «el Señor amaba a María más que a todos los discípulos y que la besaba en la boca repetidas veces» (Ev. Felipe 55). Pero ese m mismo texto interpreta a María como Sofía, es decir, como expresión del aspecto femenino de Dios.
Ni el Señor que besa a María en la boca es el Jesús histórico; ni María es la persona real de la que hablan los evangelios canónicos. Ambos son figuras del amor eterno, expresión y signo de la → hierogamia original. Por eso, los que apelan a ese pasaje para poner de relieve los "amores carnales" de Jesús no saben entender los textos.
Las relaciones entre Jesús y María Magdalena fueron, sin duda, mucho más "carnales" que lo que supone este pasaje, pero nada nos lleva a suponer que han de entenderse en sentido matrimonial. El compromiso de amor de Jesús nos sitúa en otra línea.
Sea como fuere, la figura de María Magdalena fue muy importante en la iglesia, de manera que podemos verla como iniciadora "real" del movimiento cristiano, como mujer capaz de amar y de entender las implicaciones del amor de Jesús, y no como una simple figura de lo "femenino" que debe perder su feminidad y convertirse en varón para ser discípula de Jesús, como supone el otro pasaje básico de los evangelios de línea gnóstica que tratan de ella: «Simón Cefas les dice: Que María salga de entre nosotros, pues las hembras no son dignas de la vida. Jesús dice: He aquí, le inspiraré a ella para que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón, entrará en reino de los cielos» (Ev. Tomás 114; cf. Gen 3, 16).
Por otra parte, todo nos permite suponer que la presencia e influjo de Magdalena fue muy grande en la tradición que ha desembocado en el Cuarto Evangelio (Ev. de Juan). En su forma actual, el evangelio de Juan valora muchísimo a María y por eso ha trasmitido la más bella historia de amor del Nuevo Testamento: el encuentro de Jesús resucitado y Magdalena en el huerto de la vida (cf. Jn 20, 11-18). Pero, en el fondo, Juan ha querido reducir el influjo de la Magdalena, a favor de Pedro, del Discípulo Amado y de la misma Madre de Jesús.
2. Jn 20, 11-18. Un texto de amor pascual.
Sabemos, por la tradición sinóptica, que María Magdalena no ha escapado como el resto de los discípulos varones, sino que permanece ante la cruz, con otras mujeres (cf. Mc 14, 27; 15, 40. 47). Su amor a Jesús es mayor que la muerte y por eso queda, llorando y deseando ante un sepulcro vacío. Interpretada así, la pascua será una respuesta de Dios a la búsqueda de amor de María que así aparece como signo de una humanidad que busca a su amado.
Ésta es la paradoja. Conforme a tradiciones espirituales que elaboran más tarde los gnósticos, María (la mujer caída) debería encontrarse anhelando solo una fuente espiritual de sabiduría, para recibir así la gran revelación de Dios. Sólo entonces podrían celebrarse las bodas finales del varón celeste (Palabra superior) y la mujer caída (humanidad que sufre condenada sobre el mundo). Pues bien, en contra de eso, ella busca sabiduría de amor, pero un amor concreto, inseparable del cadáver (de la historia) de su amigo muerto.
«María estaba fuera del sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se inclinó para mirar el monumento y vio a dos ángeles, vestidos de blanco, uno junto a la cabeza y otro junto a los pies, en el lugar donde había yacido el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: Mujer ¿por qué lloras? Ella les dijo: han llevado a mi señor y no sé dónde le han puesto. Mientras decía esto se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, y no supo que era Jesús. Le dijo Jesús: Mujer ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?. Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo tomaré» (Jn 20, 10-15).
Esta mujer no necesita una teoría de iluminación interior: quiere un cadáver, busca el cuerpo de su amigo asesinado. De esa forma rompe los esquemas de la gnosis espiritualizante. No quiere un mundo edificado sobre cadáveres que se ocultan No se responde con teorías al misterio del amigo muerto. Sobre el jardín de este mundo, que en el principio pudo haberse presentado como paraíso (cf Gen 2), parece que sólo puede florecer el árbol de la muerte. El nuevo Adán hortelano sería en el fondo un custodio de cadáveres un sepulturero. Ella, María, parece aceptar ese destino, pero quiere el cadáver de su amigo muerto. No quiere que lo manipulen, no quiere que lo escondan.
Estamos en un mundo que quiere ocultar sus cadáveres... Enterrarlos, apartarlos, negarlos: que nadie se acuerde de ellos, que nadie sepa que nosotros (los ricos, los favorecidos) vivimos sobre los cadáveres de miles y millones de "crucificados", muertos y enterrados (sin que nadie recuerde su cadáver). Necesitamos tapar los cadáveres, echar sobre ellos más tierra, una piedra más grande, para así "lavar" nuestras manos y quedar tranquilos. Pues bien, en contra de eso, Magdalena necesita llorar por el amigo muerto, mantener el recuerdo de su cadáver. Éste es un amor que dura, un amor que mantiene el recuerdo, que no quiere olvidar a los amigos muertos.
Humanamente hablando, el gesto de Magdalena parece una locura: no está permitido tomar un cadáver del sepulcro y llevarlo a la casa o ponerlo en la plaza, para que todos vean al que han matado; no es posible mantener de esa manera el recuerdo de un muerto... La historia de los vencedores avanza sobre el olvido de los asesinados (a los que se puede elevar un hermoso sepulcro para olvidarlos mejor). María, en cambio, necesita la presencia del amigo muerto, a quien reconoce cuando le llama por su nombre (María). «Ella se volvió y dijo en hebreo ¡Rabboní! (¡mi maestro!) - Jesús le dijo: No me toques más (¡noli me tangere!), que todavía no he subido al Padre. Jesús dijo: ¡Vete a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios! María Magdalena vino y anunció a los discípulos: ¡He visto al Señor y me ha dicho estas cosas!» (Jn 20, 16-20).
3. Noli me tangere. No me toques así, yo estoy contigo.
Esto es la pascua: encuentro con Jesús, encuentro para la vida. Eso significa que no estamos condenados a seguir amando a un muerto, buscando en el jardín nuestro cadáver (como buscaba antes María). El verdadero amor suscita vida, transformando el jardín del cadáver en huerto de gracia que dura por siempre. No se trata de negar el cadáver, sino todo lo contrario: de convertir el cadáver en principio de vida. No se trata de ocultar al muerto, para que sigan triunfando los que matan, sino de vivir desde aquel que ha muerto de amor, para vencer en amor a los asesinos de la historia.
En la línea de algunas formulaciones posteriores de la gnosis, pudiéramos afirmar que, María ha empezado a vincularse con Jesús resucitado en desposorio místico, intimista. Ellos representan al ser humano entero: son la díada (o pareja) inicial que simboliza ya la salvación de los humanos, en el nuevo paraíso de este mundo, sobre el huerto de la muerte convertido en manantial de vida. Esa perspectiva es buena, pero debe completarse, como indica la palabra de Jesús: ¡No me toques! (Noli me tangere).
Esta palabra significa: no me toques más, no me sigas agarrando. De esa manera señala que hay una unión de amor que no puede cerrarse en sí misma. La experiencia pascual es un principio, una promesa que no puede separarse del camino de vida y de misión, es decir, de la tarea al servicio de los demás. La palabra anterior (¡no me toques!) recuerda la fragilidad del tiempo, nos sitúa dentro del misterio de una pascua que nos lleva a expandir el amor de forma universal. No existe en este mundo amor perfecto, para siempre; todo lo que aquí vamos viviendo sigue abierto.
Por eso, el encuentro con Jesús ha sido un signo de esperanza en el camino, no es aún la realidad cumplida. María ha descubierto por un breve momento el gran misterio: ha encontrado a Jesús, se ha llenado de su vida pascual y de su gloria. De ahora en adelante no estará ya aislada, no será una mujer caída, estéril, fracasada. La experiencia pascual le ha convertido en portadora del misterio de Dios (Jesús) para los hombres. Al decirle no me toques, Jesús le está diciendo que ella debe ocuparse de tareas importantes, de misiones nuevas sobre el mundo.
María es, según eso, la primera teóloga de pascua: ha descubierto en su vida el camino de Jesús; sabe que ha triunfado y sube al Padre y así debe decirlo. Desde esta perspectiva se comprende ya mejor el ¡no me toques! Ella es un signo viviente de la ausencia presente de Jesús; por eso puede decir que vive (ha resucitado) y que ha subido al misterio de Dios Padre. Entre el Jesús que en un sentido le ha dejado (¡no me toques!) y los discípulos a los que debe buscar y evangelizar, en clave de pascua, se encuentra ahora María. Buscaba un cadáver en el huerto; Jesús le ha ofrecido una misión y camino apasionante de vida.
María nos enseña a comprender que la pascua es el ascenso final de Jesús que ha recorrido su camino sobre el mundo y viene a culminarlo en el seno de Dios Padre. Pero, al mismo tiempo, culminando su camino de subida y plenitud recreadora, Jesús abre un camino de amor y seguimiento para sus discípulos, partiendo del mensaje de María.
María ha sido la primera cristiana: ha tocado a Jesús por un momento sobre el mundo como, en algún sentido, pueden tocarle o descubrirle todos los creyentes. Pero luego, María y los discípulos deben saber que Jesús ha subido ya al Padre. No se encuentra a la mano, de manera externa, sobre el mundo. Por eso no pueden agarrarle para siempre, no pueden detenerle en nuestra historia. También aquí encontramos una perspectiva pascual que es contraria a la gnosis espiritualista. El gnóstico es un hombre que piensa que ha encontrado plenamente a Jesús sobre la tierra; por eso puede afirmar que ha culminado su camino y ya no tiene que andar más. Por el contrario, María Magdalena ha descubierto que la pascua es experiencia de ascenso a lo más alto y de misión liberadora: es como una luz, un toque de presencia que nos hace capaces de entender buscar y caminar luego en amor sobre el mundo.

Reflexiones sobre la vida y la muerte

Marià Corbí


La guía interior
Toda acción humana o es egoísta, o es ambigua. ¿Por qué?
Porque son actuaciones regidas por el ego, que opera siempre en beneficio propio; ese es el papel que debe ejercer como función del cerebro al servicio de la sobrevivencia del animal necesitado que somos los humanos.
Incluso cuando se actúa a favor de otros, como es el caso de la familia o el propio colectivo, su actuación será egoísta –el bien de la familia o del propio grupo redunda también en bien propio- o será ambigua.
Para que el ego haga la función que debe ejercer tiene que considerarse como alguien venido a este mundo lleno de amenazas; como alguien sujeto de necesidades y lleno de fragilidad. Sin embargo, se considera ser alguien y no es nadie; se cree actor autónomo y no es ni actor.



Ese es su error necesario, ese es su supuesto inevitable si quiere sobrevivir.
Los sabios enseñan que esa no es nuestra realidad; que no somos nadie venido a este mundo. Enseñan que, como ego, no somos actores libres; que no somos el actor que tenemos que suponer que somos; que el único actor es la DA, esa inmensidad.
Enseñan también que cuando el ego sale de su error de creerse una entidad y un actor libre y reconoce su naturaleza real como forma de la DA, cumple su función como gestor de la supervivencia del organismo a la perfección.
La raíz del malfuncionamiento del ego es la misma raíz que es el motor de la vida: el deseo y su contracara el temor. El deseo inseparable del temor es el fundamento de su egoísmo insaciable y es la raíz de las malas interpretaciones de lo real y de las situaciones que se presentan.


El deseo/temor selecciona los recuerdos de acciones que juzga que fueron positivas,  y  mantiene  en  la  memoria  los  recuerdos de las acciones que considera negativas. Sobre esas bases diseña sus expectativas de futuro. La realidad no suele responder a las expectativas construidas sobre el deseo/temor de los individuos, porque las ansias del deseo y los miedos del temor deforman la realidad que se espera conseguir, y la realidad no obedece a las deformaciones.
Es sabio reconocer la ambigüedad de todas nuestras actuaciones y se reconcilia con ella. La ambigüedad funciona incluso cuando se actúa buscando decididamente la sabiduría.
¿Cómo no va a ser ambigua nuestra marcha y nuestra búsqueda de la DA si necesariamente hemos de partir del falso supuesto de que somos alguien, un actor libre? Hemos de partir y actuar desde un ego erróneo y lleno de temores, que inevitablemente actúa ambiguo incluso para salir de su supuesta entidad y de su egocentración.
Hay que aprender a reconocer la guía que viene de la realidad misma de nuestro ser, a pesar de la ambigüedad en la que nos movemos y a pesar de los errores explícitos.


Desde ahí hay que hacerse capaz de reconocer el paquete de deseos/temores que recibimos  de nuestros  padres y  mayores, y las expectativas que desde esa fuente nos vinieron ya diseñadas. Si no reconocemos esa herencia, no podremos contrapesarla, ni podremos liberarnos de ese legado, aunque tengamos que llevarla inevitablemente a la espalda como una mochila.
Lo que no  se  reconoce,  nos  domina,  aunque  sea  revestido de justificaciones.  Cuando  se  reviste  de  justificaciones,  impide la reconciliación con esa nuestra condición y genera actuaciones contra sí mismo y contra lo que le rodea.
Cuando se reconocen los factores determinantes del pasado, se puede uno reconciliar con ellos y desidentificarse de ellos. La no identificación les quita su fuerza.


Hemos dicho que hay que reconocer la guía que viene desde la realidad de nuestro ser. Hay que ir más allá de esta afirmación. Decir que hay una guía es hablar todavía dualmente suponiendo que hay alguien que es guiado y que existe también la guía de la DA.
En realidad, en nosotros no hay nadie diferente de la DA. Por consiguiente, la DA no sólo guía, sino que es el único actor. En mí mismo no hay un actor fuera de Él. Reconocer y vivir eso es sabiduría.
La DA es la que es y la que actúa. Es el único actor sin segundo.
Sin embargo, cuando decimos que la DA es la única que es y que es el único actor, debemos ser conscientes de la debilidad, inadecuación y pequeñez de nuestras afirmaciones. De la DA no podemos decir que es o que no es, tampoco podemos decir que sea un actor o no lo sea. Esas son categorías de un pobre viviente de la tierra, hablando de lo que no se puede hablar.
Por ello, el misterio innombrable de la realidad de nuestra realidad es también nuestro propio misterio innombrable.
Reflexiones sobre la muerte en las sociedades de conocimiento


Todas las tradiciones de la humanidad han dado a la muerte una interpretación que la mitigue, que la haga asumible sin gran angustia, que no haga de la muerte un final abrupto en el abismo negro de la no existencia.
En el pasado se ha hablado de la vida del espíritu después de la muerte del cuerpo, del paso al reino de los espíritus, del paso al reino de los antepasados, se ha hablado de la resurrección de los muertos, de una muerte que sabiamente asumida es en realidad una no muerte, de la reencarnación, de la vida eterna, de la vida en Dios.
Los judíos y los griegos de la Grecia clásica hablaban del reino de los muertos como un reino oscuro de sombras. Pero los griegos terminaron por adoptar los mitos y ritos de muerte y resurrección de los misterios helenos, y muchos judíos aceptaron la resurrección de los muertos.


Esas referencias a mundos de ultratumba no era un autoengaño colectivo, era una interpretación de la vida que veía en la muerte no a una enemiga sino su contracara necesaria. La muerte teñía toda la vida y haciéndolo mostraba que la vida era tan perecedera como las hierbas del campo; y la vida teñía a la muerte como un traspaso a otro nivel, no como un final trágico en la nada.
La vida y la muerte no son dos asuntos simplemente contrapuestos, son una unidad, son una sola realidad con dos caras. La vida necesita de la muerte para sentirse siempre fresca y nueva; la muerte sirve así a la vitalidad perpetua de la vida.
Esto  intuyeron  y  vivieron   nuestros   antepasados   y así interpretaron la  muerte  como  no  separada  de  la  vida. La contraposición de vida y muerte no la vivieron como la contraposición del ser y la nada. Las SC deben proporcionar una lectura de la muerte que sea fiel a esa unidad de vida/muerte y que haga a la muerte asimilable para los humanos. No se trata sólo de intentar mitigar a la muerte para los ciudadanos, se trata de aprender de su misterio y de su estrecha conexión con la vida.
Donde hay vida hay muerte, y donde hay muerte hay vida. Hay que aprender qué enseña la muerte sobre la realidad de la vida y qué enseña la vida sobre la  muerte.


Las SC se ven forzadas a asumir la muerte sin las mitigaciones y soluciones que pensaron y vivieron nuestros antepasados. Tenemos que aprender a vivirla sin creencias, sin soluciones religiosas, sin dioses, sin una antropología de cuerpo y espíritu, desnudos de todas las soluciones que crearon las generaciones pasadas de la humanidad.
Lo que roba la muerte y lo que no arrebata
Veamos lo que elimina la muerte:
Elimina el cuerpo, la individualidad, el ego con sus deseos y temores, con sus recuerdos y expectativas, elimina el mundo que como vivientes construimos, los amores y los amigos, los trabajos que hicimos. Con todo eso arrasa la muerte.
La muerte, como una potente riada o como un tornado que lo arrastra todo, lo arrasa todo, no deja nada. Nada resiste o prevalece a la muerte.


Después de muerto de mí no quedará nada, ni residuos siquiera. Todo se lo lleva la muerte. Durante un breve tiempo, mi memoria será un nombre, sin historia, en papeles, pero dándole tiempo al tiempo, la muerte eliminará también ese residuo.
Nada resiste a la muerte.
Sin embargo, para quien comprende, nada arrebata la muerte.
La muerte no puede con lo que yo era antes de nacer. No es capaz de barrer la DA (dimensión absoluta) de lo real, de la que todo lo que existe son formas pasajeras, como olas breves del mar, de un mar y que sólo es mar, sin nada añadido.
La DA es“Eso”que era antes de nacer, y que fui, aunque no los supe, mientras existía, y a lo que volveré después de la muerte.
¿Qué es eso que era antes de nacer, que fui nacido y que seré muerto?


Algo imposible de conocer, indecible como un abismo, porque es un abismo. Cada ser no es lo que parece ser, sino un abismo que escapa a toda representación y conceptualización humana.
Si reflexionamos, comprenderemos que nadie ha venido a este mundo; todas nuestras facultades son de este mundo. No somos “otro” de este mundo, ni el mundo es “otro” de nosotros.
Para vivir y poder depredar hemos de suponernos ser alguien, en un medio del que se vive. Pensamos que nosotros somos “uno” y el medio “otro”. Pero ese supuesto, necesario, es falso: somos formas breves de “Eso”. Formas que no añaden nada a la DA que es todo.
Esta es una comprensión racional de la muerte, sin creencias y ciñéndonos a los datos de lo que elimina radicalmente la muerte y de lo que la muerte no puede arrebatar


De nosotros como individuos no queda nada después del paso por la muerte. Pero, agua somos del agua de la fuente, mientras vivimos, y a la fuente tornamos cuando morimos.
La fuente es la inmensidad de los mundos. Esa fuente no es la interpretación del cosmos que nosotros construimos. Nuestra interpretación científica del cosmos es una modelación a la medida de nuestro cerebro, de los sentidos y sus amplificadores científicos e instrumentales. Jamás saldremos de las posibilidades y características de nuestro cerebro y nuestros sensores. El cosmos, para nosotros, siempre será una interpretación y una construcción. Será una descripción, pero sólo desde nuestros modelos de construcción.
La fuente de la inmensidad de los mundos son los mismos mundos, no un Dios, ni otro mundo, ni nada “otro” de todo esto.
Esa inmensidad, ciñéndonos a los datos, es como mente, como conciencia, como inteligente, como providente y calculador, pero sólo “como” porque ninguno de esos conceptos se le pueden aplicar rigurosamente,  sólo  valen  como  apuntamientos.  Nada  se  puede predicar de ella porque está fuera de la posibilidad de modelación; es el vacío de toda nuestra posibilidad de acotación, categorización.


Con respecto a la DA de lo real tenemos noticias que son como datos, pero no podemos convertirlas en datos conceptualizables.
El despertar a nuestra propia realidad
La DA es una noticia mental-sensitiva no ordenada a la estimulación de forma que se desencadene la acción. Es una noticia no relativa a nuestras necesidades de vivientes.
Es una noticia axiológica gratuita, porque sí. Al no estar ordenada a la operación, como tal noticia no se sitúa en el tiempo y en el espacio de nuestra cotidianidad.


Se presenta siempre en un tiempo y en un   espacio, pero no se sitúa en ellos para emitir su noticia. No hace referencia a una situación espacio-temporal que deba desencadenar una operación.
Podríamos decir que la DA desde un tiempo-espacio arranca del tiempo-espacio. La DA puede presentarse en una flor de calabaza; esa flor se da en un tiempo-espacio, en la época de la floración de las calabazas, desde la esquina del campo en que está plantada. Desde esa situación, la flor de la calabaza puede emitir dos tipos diferentes de noticias: que está ahí y se puede rebozar con harina para freírla y comerla, esa es su DR, y que está frente a mí con toda su delicadeza, su belleza su complejidad. Me habla de los abismos de espacio-tiempo que le llevaron a ser como es, del abismo del misterio de su propio ser, esa es su DA.


La DA  se  expresa  desde  un  tiempo-espacio  concreto,  pero se sale de esa situación ordenada a nuestra vida cotidiana y a la sobrevivencia. Al hacerlo remarca su gratuidad. Se presenta como una cualidad pura, sin pretensión alguna.
En el arte ocurre un fenómeno semejante, pero más acentuado. Un cuadro, una sinfonía enmarcan sus obras en un espacio delimitado, con movimiento en su propio interior, y por tanto, con un tiempo en su composición.
Pero ese espacio-tiempo del cuadro o de la sinfonía se escapa del espacio-tiempo de nuestra cotidianidad y sus finalidades de sobrevivencia.


Es un espacio-tiempo diferente, sin ninguna  pretensión práctica. No es útil, es puramente cualitativo. La cualidad es la que expresa el cuadro o la sinfonía.
Según estas consideraciones, quien realiza la DA, la CHP, aunque esté situado en un lugar de la tierra y en un tiempo determinado, se sale de ese espacio-tiempo cuantitativo para situarse en un espacio- tiempo puramente cualitativo.
Quien comprende y vive que su auténtica realidad es la DA, quien realiza su identificación con ella, la DA le saca del espacio- tiempo de la sobrevivencia y la depredación y le sitúa en un ámbito puramente cualitativo, gratuito, más intensamente cualitativo que en el caso del arte.

Quien reside en esa intensidad cualitativa se sale del tiempo- espacio y, por ello, se hace ajeno al nacer y al morir. Los grandes maestros de la DA y de la cualidad humana profunda, ni mueren ni permanecen eternamente. No tiene sentido preguntarse si el Buda sobrevivió a su muerte. Así lo piensan los grandes budistas. Otros grandes maestros si mueren resucitan; esa es una manera simbólica de expresar la misma idea, pero en una sociedad agraria. Afirmar que esos maestros cuando mueren están en Dios, es otra forma de expresar la misma idea.

Decir que los que despiertan a la DA viven eternamente es intentar expresar, con las categorías del tiempo, lo que se sale del tiempo. Decir que están en el paraíso, en el cielo, es expresar lo que se sale del espacio con categorías de espacio.
La pura cualidad se sitúa fuera del tiempo-espacio y fuera del nacer y morir.
Porque están fuera del tiempo-espacio quedan fuera de la individualidad, porque la individualidad necesita situarse en un tiempo-espacio. Por tanto, quien realiza la DA está fuera del tiempo- espacio, fuera de la individuación y es pura cualidad.
Habrá que sustituir las expresiones que hablan de eternidad y paraíso, por la cualidad intensa, sin tiempo ni espacio, sin aniquilación, sin eternidad y sin individuación.
Quien se va