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miércoles, 4 de mayo de 2011

J.A. PAGOLA ¿HUIR HACIA EMAÚS?

Hemos de aprender «la lección de Emaús». La solución no está en abandonar la Iglesia, sino en rehacer nuestra vinculación con algún grupo cristiano, comunidad, movimiento o parroquia donde poder compartir y reavivar nuestra esperanza.

No son pocos los que miran hoy a la Iglesia con pesimismo y desencanto. No es la que ellos desearían. Una Iglesia viva y dinámica, fiel a Jesucristo, comprometida realmente en construir una sociedad más humana.
La ven inmóvil y desfasada, excesivamente ocupada en defender una moral obsoleta que ya a pocos interesa, haciendo penosos esfuerzos por recuperar una credibilidad que parece encontrarse «bajo mínimos».
La perciben como una institución que está ahí casi siempre para acusar y condenar, pocas veces para ayudar e infundir esperanza en el corazón humano.
La sienten con frecuencia triste y aburrida y, de alguna manera, intuyen con G. Bernanos que «lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste».
Porque esta alegría que se respira junto al resucitado no es el optimismo ingenuo de quien no tiene problemas. No es tampoco la satisfacción que produce el haber saciado nuestros deseos o el placer que se obtiene del confort, la comodidad y la posesión.
Esta alegría es fruto de una presencia del Señor en el fondo del alma y en medio de la vida. Una presencia que llena de paz, disipa el temor, dilata nuestras fuerzas, nos hace aceptar con serenidad nuestras limitaciones, nos hace vivir ante la presencia del Dios de la vida. Esta alegría no se da sin amor y oración. Es alegría que se experimenta como «nuevo comienzo» y resurrección. Es fruto del encuentro sincero y agradecido con el Señor que pide calladamente albergue y acogida. J. M. Velasco llega a decir que «tan central es esta experiencia para la vida cristiana que puede decirse sin exageración que ser cristiano es haber hecho esta experiencia y desgranarla en vivencias, actitudes, palabras y acciones a lo largo de la vida». LEER MÁS

San Romero de América Latina

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San Romero de América Latina

Hay santos que, alzados a la gloria de Bernini,no lo son. Y  los hay no alzados  que  lo son.

Mons. Oscar Amulfo Romero fue asesinado, mientras celebraba la Misa, en San Salvador, el 24 de marzo de 1980. Creo que Pedro Casaldáliga tiene plena razón al decir que “El pueblo, amado, buscado, asumido pastoralmente, en sus angustias y en sus reivindicaciones, lo hizo santo. Y santo lo viene declarando desde su muerte-martirio y como santo lo venera sobre todo en la catedral-catacumba de San Salvador. El verdadero proceso de canonización del buen pastor Romero ha de ser el proceso de la asimilación de sus causas y actitudes”.
          Nunca mejor dicho: aparece aquí lo que fue procedimiento normal en el primer milenio de la Iglesia: el pueblo proclamaba santo a quienes consideraba modelos. Es en el año 993 cuando se da el primer santo canonizado por el Papa. Y en el siglo XII, Alejandro XII prohíbe la designación de santos “sin la autoridad de la Iglesia Romana”.
          Esto hizo que, a partir de entonces, fueran considerados santos gente de la clase alta y media, que se habían distinguido por sus “servicios” a la Iglesia. Examinando el santoral católico, encontramos que el 78 % de los santos y beatos han pertenecido a la clase alta , el 17 % a la clase media y sólo el 5 % a la clase baja. ¿Significa esto algo? A primera vista, sí, que los motivos por los que determinadas personas subían a los altares y las virtudes por las que eran declaradas santos, no eran precisamente las que adornaban a Mons. Romero decidido radicalmente a favor de los pobres, incluso hasta el martirio. Yo tuve la suerte de conocer a este obispo en San Salvador, el 28 de agosto de 1978, en la misa que las ocho de la mañana celebraba para el pueblo. Este le escuchaba y, de vez en cuando, le interrumpía con aplausos. Hora y cuarto le duró la homilía. LEER MÁS

LA SANTIDAD


Sobre la santidad

FERNANDO TORRES
Jueves 28 de abril de 2011
Publicado en alandar nº278



Lo primero de todo es afirmar que declarar santo a una persona depende de la idea que tengamos de santidad. Mejor: depende de la idea que tengan de santidad los que declaran a alguien santo. ¿Por qué no es santo monseñor Romero? ¿Cómo es posible que su causa vaya más lenta que la de Juan Pablo II? Ahí hay algo de ideología.
Claro que, al final, la canonización no santifica ni lo que hizo el sujeto ni lo que dijo. Sólo habla de su santidad subjetiva. Y muchos santos pueden serlo a pesar de lo que hicieron o dijeron. O simplemente fueron hijos de su tiempo. Pasa que la gracia de Dios es capaz de obrar maravillas. Es lo de que Dios escribe recto en líneas torcidas. Lo malo es que muchas canonizaciones tienen un valor ejemplificante. Se canoniza a alguien porque se quiere que su vida sea modelo en un determinado momento de la vida eclesial y desde una forma concreta de pensar la Iglesia. Y ahí está la ideología y la política del asunto. ¡Nada es inocente! LEER MÁS