FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

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ATALAYA

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martes, 20 de octubre de 2015

La ONU reprocha a España que permita a los bancos iniciar desahucios sin que el afectado lo sepa Marta Borraz

 


En un proceso de ejecución hipotecaria, la justicia busca al propietario en su domicilio. Si no da con él, simplemente cuelga la demanda en un pasillo del juzgado
El objetivo es la no repetición del caso por el que se pronuncia la ONU: el Estado vulneró el derecho a la vivienda de una mujer al no comunicarle correctamente la subasta
“El juzgado puso un anuncio en un pasillo y la señora no se enteró de que iba a perder su casa”, explica Fernando Ron, abogado del caso ··· Ver noticia ···

Palestina: Un genocidio a cielo abierto

 

Mediante el asesinato masivo de pobladores palestinos, la expulsión y el sometimiento de millares de ellos y la confiscación de sus tierras y de sus bienes ancestrales, el Estado sionista de Israel ha implementado una limpieza étnica que, pese a la condena que ha merecido a través del tiempo de parte de organizaciones, gobiernos y pueblos de todo el mundo, mantiene inalterable, buscando así desterrar por completo cualquier vestigio que recuerde la presencia del pueblo palestino. ··· Ver noticia 

Mensaje del papa después del Sínodo José Arregui, teólogo


José Arregui1Prosigue en Roma el Sínodo sobre la familia, aunque haya decaído notablemente el interés mediático, siempre tan voluble. Lleva dos semanas, y aún queda la tercera. Luego corresponderá al papa elaborar y publicar su Exhortación Apostólica Postsinodal. Eso llegará dentro de unos meses, pero el otro día soñé que decía así: “El papa Francisco a mis hermanas y hermanos católicos del mundo entero. Os deseo la paz de Jesús. Ella nos une en la diversidad del Espíritu como una familia.

No os oculto mi incomodidad al dirigirme a vosotros como papa, pues no me elegisteis ni directa ni indirectamente, ni tampoco elegisteis a quienes me eligieron. Son cosas de la historia, no del evangelio. ¡Ojalá esto cambie pronto y deje la Iglesia de ser jerárquica, piramidal, y sea un signo de la humanidad fraterna que Jesús soñó! Mientras tanto, os hablo como hermano, sin otra autoridad que la que queráis reconocerme.
Incómodo me sentí también con el Sínodo de la Familia, que yo mismo convoqué y que congregó en Roma a tantos obispos que no conocen los gozos y las angustias de las familias de hoy, familias de carne y hueso, familias reales, familias diversas. Tan diversas que no caben en los esquemas del Catecismo que seguimos enseñando, ni en los cánones de Derecho Canónico tan frío que seguimos imponiendo en nombre de Dios. Perdonadnos.
Comprendo muy bien vuestro asombro y protesta al ver que, mientras vuestras familias sufren tantas penurias, desde todos los rincones de la tierra se reunían aquí durante tres semanas 400 personas, cómodamente instaladas, entre ellas 270 cardenales, obispos y religiosos, solo ellos dotados de voz y voto. Perdonadnos. Tal vez tenía razón la viñeta que firmaba por aquellos días ‘El Roto’ en un periódico español: ‘Resucitar a los muertos es fácil. Lo difícil es resucitar a la Iglesia’. Lo diría, supongo, porque mira a la Iglesia como a un muerto que no quiere resucitar, que prefiere seguir siendo pieza de museo, fósil de la vida que un día inspiró formas vivas que ya no viven ni hacen vivir.
No sé si debí convocar este Sínodo. Os confieso mi decepción a la vista de sus propuestas finales. ¡Tanta pompa y tanto gasto, tanta palabra para eso! Pero no quiero mirar atrás. Quiero mirar adelante y dar un paso al futuro. Quiero arriesgarlo todo, y sobre todo el poder absoluto que el Derecho Canónico y los obispos me reconocen todavía. Lo hago justamente porque no me parece un poder evangélico y ya no creo en él. Creo en la vida. Amo a Jesús. Me siento libre, y no tengo miedo ni nada que perder.
He meditado mucho sobre los dos temas que más interés y debate suscitaron entre los padres sinodales y en los medios de comunicación. Me refiero a la unión de gais y lesbianas por un lado y a la comunión de los divorciados vueltos a casar por otro. Yo mismo promoví la discusión. Con la mejor voluntad, propuse que la Iglesia manifestara públicamente misericordia y respeto para con los homosexuales, pues no somos quién para juzgarles, y que los divorciados vueltos a casar pudieran comulgar en la mesa de Jesús siempre que cumplieran tres condiciones: arrepentimiento, confesión ante su obispo y propósito de no reincidir.
Hoy me arrepiento de haber hablado en esos términos ofensivos y humillantes para homosexuales y divorciados, pues equivale a tratarlos como culpables. Es injusto, y contrario al evangelio. Les pido perdón. No les debemos una palabra de conmiseración, ni solo de respeto, sino de pleno reconocimiento.
Por eso, en nombre de Jesús y de la Iglesia, declaro que el amor homosexual es tan santo y bendito como el heterosexual, y lo bendigo de todo corazón como sacramento del Amor o de Dios. Y declaro que el amor humano quisiera ser pleno y eterno, sí, pero es sin embargo frágil, y que cuando, por los motivos que fueren, un matrimonio se rompe por dentro sin remedio, deja de ser matrimonio, y que buscar entonces probar la nulidad canónica para salvar la indisolubilidad teórica es un artificio indigno, y que un nuevo matrimonio de divorciados, en la medida en que el amor les mueve, es igualmente santo, sacramento de Dios o del Amor, y yo lo bendigo.
Hermanas, hermanos, basta ya. Empecemos de nuevo. Os bendigo a todos y os pido vuestra bendición. Vivid en paz. Vuestro hermano Francisco, papa todavía”.

Conversión del papado José M. Castillo, teólogo


Castillo1El papa Francisco lo ha dicho sin rodeos: es necesaria y urgente la “conversión del papado”. No se trata, por supuesto de que el papa se convierta. Francisco no ha dicho esto refiriéndose a una persona, el papa; sino afirmando que es una institución, el papado, lo que tiene que cambiar, es decir, organizarse de otra manera y funcionar de forma distinta a como lo viene haciendo desde hace ya bastantes siglos.

El mismo Francisco explicó ayer, en el Sínodo de Obispos, en qué tiene que consistir este cambio. Lo que el papa ve que es urgente cambiar en la Iglesia es el ejercicio del poder. Concretamente el ejercicio del poder por parte del papado. Se trata de “descentralizar” el modo de gobernar. Para que la Iglesia vuelva a ser gobernada como lo fue durante casi mil años, hasta el s. X. Durante aquellos siglos, el gobierno ordinario de las Iglesias locales, regionales y nacionales lo ejercían los Sínodos de cada región o de cada país. Sólo en circunstancias extraordinarias, y para asuntos que no se podían resolver en el ámbito local, intervenía el obispo de Roma, que, durante siglos, se resistió a ser llamado “papa”, tema en el que insiste con palabras fuertes el papa Gregorio I, San Gregorio Magno (s. VI).

Sería atrevido y desacertado precisar ahora en qué va a quedar esto. Y cómo se van a organizar las cosas de la Iglesia en los próximos años. Sea como sea, una cosa es cierta: la Iglesia no puede seguir viviendo en la enorme contradicción, en que vive ahora, en este orden de cosas. ¿En qué cabeza cabe que la autoridad oficial, que hoy habla en el mundo, en nombre de Jesús y su Evangelio, sea el único monarca absoluto que queda en Europa? ¿Con qué autoridad puede este monarca ponerse a explicar el Evangelio, en el que “los primeros tienen que hacerse los últimos”? ¿Cómo puede decirle a la gente que los discípulos de Cristo no pueden ejercer el poder como lo ejercen los grandes y poderosos de este mundo? (Mc 10, 35-45; Mt 20, 20-28; Lc 22, 24-27). ¿Y va a seguir diciendo esto un jefe de Estado que acepta (según el Derecho Canónico) ser el único hombre en la tierra que posee una potestad “suprema, plena, inmediata y universal, que puede ejercer siempre libremente”? (can. 331, 2).
O sea, el papado se atribuye un poder que no es como el de los “jefes de los pueblos”, sino más fuerte que todos los demás poderes. ¿Qué sentido tiene entonces la prohibición tajante del Evangelio: “No ha de ser así entre vosotros” (Mc 10, 43; Mt 20, 26)?

Impresiona la lucidez y la honradez de Francisco. Como impresiona (quizá más) la ceguera y la hipocresía de quienes se empeñan en que Francisco será la ruina de la Iglesia. Difícil va a ser la conversión del papado. Pero más lo va a ser la conversión de los fariseos. Porque ellos son los que se sienten más seguros en la posesión de la verdad.