San Francisco de Asís, “el fraile siempre alegre” como le llamaron sus biógrafos, decía a sus cofrades que no debían tener demasiado en cuenta los males del mundo para no tener razones para quejarse a Dios. Actualmente la acumulación de males que afectan a la naturaleza, tan amada por Francisco de Asís y defendida por Francisco de Roma, y a la humanidad, especialmente a los millones y millones de pobres y marginados, hace difícil seguir la enseñanza del “Sol de Asís”, como lo llama Dante Alighieri en la Divina Comedia.
Tenemos nuestro momento de Job, el inconformista, y nos situamos ante de Dios con dolorosas preguntas: ¿dónde estaba Dios cuando miles de niños inocentes de la Franja de Gaza fueron asesinados por las bombas de un demente Primer Ministro israelí, un representante del pueblo de la Alianza? ¿Por qué calló en esos momentos tan trágicos? ¿No está lleno de amor y es “el apasionado amante de la vida” como dice el libro de la Sabiduría? Aunque sufrimos con este silencio de Dios, seguimos, como Job, creyendo en él, pues él puede ser aquello que nuestra inteligencia limitada no alcanza.
Mirando el escenario nacional, especialmente el internacional y la suerte trágica de tantas víctimas, nos vienen a la mente las palabras del salmo 44: “Tú nos enviaste al lugar de los chacales y extendiste sobre nosotros la sombra de la muerte; somos tratados como ganado de matadero; levántate, ¿por qué duermes, Señor? Ven en nuestra ayuda y rescátanos por tu misericordia” (44, 20-27).
Ante tales tragedias irrumpe en nosotros la iracundia sagrada de los profetas. ¿Por qué los jefes de Estado de países cristianos europeos, por qué un presidente católico como el de Estados Unidos han apoyado y siguen apoyando esta guerra de exterminio que se ha transformado en un genocidio? Nos sentimos impotentes ante esta guerra con relaciones totalmente desproporcionadas, y ante la guerra otros lugares de guerra como en Ucrania y genocidio como en Sudán.
Si tenemos también en cuenta la alarma ecológica, el creciente calentamiento global, la devastación sin piedad de la naturaleza y la degradación ética y moral de la mayoría de las sociedades mundiales, nos invade el desaliento. Nos volvemos pesimistas, no sin razón, sino porque la realidad es pésima, según la expresión del escritor José Saramago.
¿Cómo enfrentar ese pesimismo objetivo? Veo, entre otros, dos caminos estando todavía dentro del sistema imperante: aprovechar todas las legislaciones ambientales conseguidas por las luchas sociales y ecológicas, consignadas en la ley. Exigir al estado y a todas las instituciones que sean observadas. Ellas son siempre referencias oficiales mediante las cuales podemos presionar a aquellos que las violan.
En segundo lugar, buscar siempre utopías mínimas y viables, o sea, mejoras dentro del sistema. Ninguno es tan cerrado que no presente brechas por las cuales, como cuñas, podemos presentar mejorías, como el salario por encima de la inflación, destino de los productos de la agricultura familiar y de la agroecológica para la merienda escolar, acceso de estudiantes de bajos ingresos y de afrodescendientes a la enseñanza superior, disponibilidad de los medias virtuales para las escuelas y para los pobres, entre tantas.
Tales medidas, todavía dentro del sistema inicuo pueden hacer soportar el pesimismo y permitir por lo menos un pequeño resquicio de esperanza.
Ahora vamos a lo “esperanzado”. Lo que nos da todavía esperanza es el “principio esperanza”, ese impulso interior propio de la naturaleza humana, que nos hace proyectar un paradigma alternativo al sistema actual y creer en las posibilidades presentes en nosotros. Somos un proyecto infinito, un ser de virtualidades sin límites, ni el cielo es límite porque también lo deseamos. Mojar nuestras raíces en esa fuente inagotable nos da esperanza. Por eso rechazamos el mantra del sistema imperante “no hay alternativa” (There is no Alternative: Tina). Respondemos: “hay nuevas alternativas”, hay un paradigma alternativo, capaz de otro mundo.
La experiencia mundial ha mostrado que trabajando el territorio, el llamado biorregionalismo, pueden crearse sociedades viables y sostenibles. El gran sistema mundializado no posee sostenibilidad, pues siguiendo su lógica de acumulación ilimitada vamos hacia un precipicio colectivo. Se asume la región, no aquella circunscrita artificialmente por los municipios, sino la diseñada por la naturaleza misma. En la región están los ríos, las selvas, las montañas, las tierras agricultivables, la fauna y la flora, las poblaciones que en ella habitan con su historia, su cultura, sus tradiciones, sus figuras notables.
En ese espacio pueden crearse sociedades integradas, democracias participativas, un desarrollo regional con pequeñas y medianas empresas que produzcan en conformidad con los ritmos de la naturaleza, primero para la subsistencia y solo después para el mercado, una verdadera justicia social y ecológica. Es posible imaginar vastas regiones, tal vez al planeta entero como un inmenso tapete de biorregiones autónomas y, al mismo tiempo, relacionadas unas con otras. Esto está dentro de las posibilidades humanas y su efecto es hacer que el “pesimismo” sea “esperanzado”.
Finalmente, mantener vivo el conocimiento de que el proceso evolutivo de la Tierra y del universo posee una flecha del tiempo que apunta hacia delante, superando crisis sistémicas. No es un proceso lineal. El caos no es solo destructivo sino también generativo, pues dentro de él está madurando un nuevo orden que forcejea para irrumpir. El es objetivo y se reverbera también en nuestra conciencia, en la medida en que más y más personas se dan cuenta de que tenemos que inaugurar un camino nuevo. Tenemos dos piernas: una dentro del sistema buscando mejorías y la otra en lo nuevo por construir.
De esta forma podemos ser “pesimistas” frente a la realidad actual que es pésima pero “esperanzados” porque como dijo una vez Keynes: “lo que sucede nunca es lo inevitable; es siempre lo imprevisible”. En ese imprevisible esperamos. Estamos desafiados a abrir valientemente tales caminos y así vivir una esperanza imprevisible y dar buenas razones para el pesimismo esperanzado.
*Leonardo Boff ha escrito El doloroso parto de la Madre Tierra, Vozes 2022; Habitar la Tierra: la fratenidad posible, Vozes 2023.
Traducción de MªJosé Gavito Milano