FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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miércoles, 9 de junio de 2021

República Centroafricana: Violencia en el corazón del continente

 


Ferran Puig Abós

Cristianismo y Justicia

«Yo trabajo en la República Centroafricana. ¿En Sudáfrica? No, en Centroáfrica. Ah, ¿y dónde está eso?». La respuesta parece tan obvia…, ¿no?, pero no tengo suficientes dedos en las manos para contar cuántas veces he mantenido exactamente este mismo diálogo. Cosas del desconocimiento.
Sí, en efecto, aunque a muchos les pueda sorprender, la República Centroafricana —o RCA, para abreviar— es un país que existe realmente y que, como su nombre indica, se encuentra en el centro del gran continente africano o, mejor dicho, en Beafrica, el corazón de África, que es como los centroafricanos llaman a su país en la lengua nacional local, el sango
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Francisco, contra los sacerdotes “superhombres” y “el chismorreo” de los “curas solterones”

 


Jesús Bastante

Religión Digital

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El Papa de la primavera
“Un sacerdocio aislado del pueblo de Dios no es católico”, asegura Francisco, contra los sacerdotes “superhombres” y “el chismorreo” de los “curas solterones”
“Chismorrear, es un hábito de los grupos cerrados, un hábito incluso de los sacerdotes que se convierten en solterones: van, hablan, cotillean… No ayuda. Déjalo ir. Mirar y pensar en la misericordia de Dios. ¡Y esto nos perjudica a todos! No está bien”
“Si ustedes piensan en un sacerdocio aislado del pueblo de Dios, eso no es sacerdocio católico, no; ni tampoco cristiano”
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Opus Dei: esclavitud de mujeres a la luz del evangelio

 


Paula Bistagnino

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Por qué me obsesioné con investigar al Opus Dei.
Por Cosecha Roja.
En 1986 o 1987, a los nueve o diez años, escuché por primera vez lo de las mucamas del Opus Dei. Había venido a casa una prima de mi mamá. Estaba dando clases en una escuela de nuestro barrio, en la ciudad de Bella Vista, y pasó a saludar. Nunca me olvidé de lo que contó: era un colegio para chicas pobres que iban a ser mucamas; las chicas tenían 14 o 15 años y les enseñaban a servir la mesa, a coser, a planchar, a lavar y a cocinar; les daban además formación religiosa; vivían pupilas y no las dejaban salir a la calle ni ir al supermercado solas; apenas podían leer algunos libros o ver dos o tres películas que les pasaban siempre.
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¿En que reconocer la Iglesia en salida?

 


Óscar Fortin

Humanismo en Jesús

Se habla mucho de Iglesia en salida, pero no se dice mucho sobre las murallas que hay que eliminar para volver a un mundo normal.
Una Iglesia en salida debe pegarse a Jesus de Nazareth, a su forma de ser y de vivir….
El pueblo de Dios debe pasar del culto liturgico de sacramentos a un culto de vida cotidiana de sacramentos
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LA EUCARISTÍA ES VIDA, NO PRECEPTO

RELIGIÓN DIGITAL

col muro

 

La Pascua.

Jesús se dispone a celebrar la Pascua, cuando se sacrificaba el cordero pascual.

La Pascua recordaba la gran liberación de la esclavitud de Egipto. En la Pascua del AT quedaron libres (Éxodo) todos aquellos cuyo dintel de la puerta había quedado sellado con la sangre del cordero.

En el NT, en la Eucaristía quedamos liberados los pobres que hemos sido señalados con la sangre del Cordero, de Cristo.

Con esta Cena Jesús inaugura su Pascua (no la de los judíos). Jesús -y nosotros- comenzamos un nuevo Éxodo.

Memoria del Señor

Jesús nos invitó a guardar su presencia en medio de nosotros: Haced esto en memoria mía, lo cual no coincide exactamente con guardar el pan de vida de la Eucaristía sobrante en el sagrario, sino que Jesús se refiere, más bien, a guardar su presencia en nuestras personas, en nuestras vidas, en la comunidad eclesial. [1]

En la Eucaristía nos reunimos para y porque guardamos la memoria del Señor y hacemos presente a Cristo e nuestras vidas, en nuestra iglesia, en la sociedad.

Mucho se ha discutido en la historia acerca de cómo Cristo esté presente en el pan y vino de la Eucaristía, pero de lo que se trata es que el Señor esté presente en nuestras vidas.

En la Eucaristía está presente JesuCristo. Pero en la Eucaristía no nos comemos el cuerpo histórico de Jesús, el cuerpo que nació de María, el que recorrió los caminos de Palestina, el que murió en la cruz. No comemos ese cuerpo, porque ese cuerpo ya no existe. En la Eucaristía recibimos al Cristo resucitado. Lo recibimos realmente de verdad. Pero eso se ha explicado en la Iglesia de distintas maneras. Esta comunión la entendió la Iglesia de forma simbólica durante más de diez siglos. Comulgar no es recibir una “cosa” santa y sagrada. Comulgar es unirse a Cristo de forma que la persona y la vida de Jesús están presentes en la vida del que comulga. (JM Castillo)

De todos modos, lo decisivo es que JesuCristo esté presente en nosotros, en nuestras personas y en nuestras vidas,

La Eucaristía y las comidas salvíficas de Jesús.

Jesús instituyó la eucaristía en una comida compartida y salvífica, no en un ritual religioso. Y sabemos que Jesús añadió: "Haced esto en memoria mía" (1Cor 11, 24. 25; Lc 22, 19b). Es decir: el recuerdo de Jesús está inseparablemente unido al hecho de realizar lo que realizó Jesús. En los evangelios -en el NT 1Cor 11, 23-26- podemos percibir que  la Eucaristía está asociada a la comida compartida.

La Eucaristía tiene sus raíces en la Última Cena de Jesús, pero haríamos bien en situarla en el contexto de los muchos encuentros en los que Jesús comía con pecadores y publicanos, multiplicaba los panes con lo que nos decía que: Yo soy el pan de vida, (Jn 6).

Eucaristías fueron los muchos encuentros salvíficos que Jesús celebró en su vida.

o La multiplicación de los panes en la tradición de San Juan (Jn 6) es el acontecimiento en el que Jesús se presenta como: Yo soy el pan de vida que ha bajado del cielo.

Jesús tomó en sus manos los panes, y después de dar gracias a Dios se los repartió entre los que estaban sentados, (Jn 6, 11).

o Jesús comía con publicanos y pecadores (Mc 2,16).

o Zaqueo, baja en seguida porque hoy he de quedarme en tu casa. (Lc 19, 1-10).

o La parábola del hijo perdido, del hijo pródigo se resuelve en un banquete de vida: celebremos un banquete, porque este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida. (Lc 15, 1-32).

Los dos de Emaús celebran la Eucaristía y conocen (reconocen) al Señor en la fracción del pan, (Lc 24). En el fondo el relato de los dos de Emaús es una Eucaristía.

Son frecuentes las alusiones de Jesús a que el Reino de los cielos se parece a un banquete. La Eucaristía como banquete del Reino.

La Eucaristía no es un, pues, un rito, ni una ley o “precepto dominical” a cumplir, sino que es la salvación vivida en una comida en la que Cristo está presente.

Guardemos la presencia del Señor en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en la vida social.

La eucaristía es celebración de la redención

La Eucaristía es hacer memoria gozosa y agradecida de la Redención de Cristo y de la obra de Dios en nuestras vidas.

La Eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección del Señor -

El único día del año en que no se celebra la Eucaristía es el Viernes Santo, porque recordamos y agradecemos que la Eucaristía se celebró en el sacrificio de Cristo en la cruz. La Eucaristía es una inmensa gratitud (acción de gracias) porque estamos redimidos. Y salvados.

La Eucaristía es una acción de gracias por el perdón, por la redención, por la libertad y la vida.

La Eucaristía no es cosa del clero.

Nos quejamos y lamentamos de que no hay curas y, por tanto muchas comunidades cristianas no pueden celebrar la Eucaristía. (Más de la mitad de las parroquias del mundo no tienen, ni pueden celebrar la Eucaristía al menos una vez por semana). Pero esto ¿es lo que Cristo quería?

Se necesita un sacerdote que haya estudiado, que esté soltero, que sea hombre, (nunca mujer), que tenga la aprobación del Obispo (y el Obispo la ha de tener de Roma) ¿Estamos seguros de que la Iglesia tiene autoridad (dada por Dios) para hacer lo que está haciendo? (JM Castillo).

La presidencia de la Eucaristía no tuvo una relevancia especial, ni ofrecía dificultad alguna en los primeros tiempos. Ni tan siquiera fue realizada por una persona especial. Normalmente presidía la Eucaristía el que tenía el ministerio de la Palabra. El rol principal del ministerio consistía en edificar la comunidad, no en presidir la Eucaristía.

Cualquier ministro primitivo (apóstol, profeta, doctor, "vigilante" o presbítero) podía presidir la fracción del pan. En la época de los Padres Apostólicos, a la cabeza de la comunidad había un Obispo (llamado a veces presbítero) o un consejo de presbíteros y diáconos. El obispo o un delegado suyo presidía la eucaristía. ¿Por qué un obispo hoy, a título excepcional y en circunstancias precisas, no puede delegar en un laico, con responsabilidad ministerial garantizada, la celebración de la Eucaristía?[2]

Las comunidades cristianas pueden vivir sin ministerios clericales, solteros, célibes, modo romano, etc., lo que no puede vivir es sin eucaristía.

Lo que debería justificarse ante el rostro del crucificado no es el carácter abierto de esta invitación, sino las medidas restrictivas de las iglesias.[3]

Acción de gracias.

Eu – Xaris significa buen regalo, una acción de gracias.

Vivir en gracia es vivir agradecidamente, vivir dando gracias a Dios, a la vida.

Vivir en esa gratuidad de Cristo redentor es fuente de una serenidad y gozo profundos.

La Eucaristía no es solamente la media hora semanal. La Eucaristía, vivir agradecidamente es cosa de toda la vida.

Vivamos agradecidamente la memoria del Señor

[1] El sagrario tiene el sentido de una cierta prolongación de la Eucaristía, especialmente en la vida monástica, así como también -y sobre todo- para los enfermos

[2] Floristán, C. Presidir la Eucaristía, 440.

[3] Moltmann, J. La Iglesia fuerza del Espíritu, 294.

 

¿HACEN FALTA CURAS?

FE ADULTA

col gerardo

Una realidad fuerte en la iglesia hoy es la escasez de vocaciones tanto religiosas como presbiterales. Y nosotros rezamos de una y otra forma para que Dios suscite personas que entreguen su vida en esos ministerios.

Muchas veces me pregunto qué ocurre que las vocaciones no llegan. Y pienso si será que estamos pidiendo a Dios y Él tiene otros planteamientos. Tratemos de escuchar, a ver qué nos está diciendo Dios y qué caminos nos sugiere.

Igual no se trata de más vocaciones sino de replantear las comunidades de otra manera. Muchas veces vamos hablando de admitir de nuevo a curas casados y de ordenar a mujeres para presidir la eucaristía.

Pero yo creo que es algo más profundo: una concepción de la Iglesia distinta. Que Dios nos ilumine en el camino. Es preciso, con la fuerza del Espíritu, entender mejor el momento histórico y los nuevos planteamientos de la Iglesia.

Nos lo dice el papa Francisco: es preciso desclericalizar la Iglesia. Los laicos tienen un papel en la comunidad. Los curas no podemos seguir “mandando”, así, en castellano.

Podemos potenciar una comunidad cristiana que se construye desde abajo y no estamos dejando. Que el poder esté en la comunidad, no en los presbíteros. Será estupendo el día que veamos que hay laicos-as nombrados párrocos de una comunidad e iremos probando que la persona designada sea servidora, no dueña. Caminaríamos hacia una estructuración distinta de la parroquia.

Esto requiere que los seminaristas de hoy reciban y planteen su ministerio como servidores en la realidad y que se les presente otro estilo de ser cura.

Una estructura distinta, porque actualmente serían un parche estos cambios si no cambiamos el sentido clerical y el poder de decisión en toda la comunidad.

Necesitamos hacerlo realidad en nuestras comunidades: Son muchas las estructuras a cambiar y el espíritu debe ser distinto. Será bueno que apliquemos lo que nos dice Sor Lucía Caram: “Ser priora no es un cargo, sino una función entre iguales dentro del convento”.

Caminemos hacia la iglesia, no de poderes, sino de servicios.

LA REFORMA NECESARIA DE LA IGLESIA SIGUIENDO LA ESTELA DEL VATICANO II


col espeja

(Iglesia Viva).- Avelino Seco, autor de este libro, es un presbítero con las manos en la masa del mundo y animador de la comunidad cristiana no por encima, ni junto a, sino compartiendo la vida de la gente sencilla y con opción práctica pobres.

Por eso esta publicación es muy significativa. Con amplia y matizada información –son abundantes los textos de autores bien selecciona-dos–, presenta el misterio de la Iglesia teniendo como referencia central el Concilio Vaticano II “que fue un gran acontecimiento dentro de la Iglesia Católica”. Su orientación teológica es renovadora, y su exposición clara con lenguaje muy accesible. Valga una síntesis de su contenido con frases del libro que van entre comillas

“Hay dos posiciones en la historia de la Iglesia Católica reciente. Una utópica de búsqueda de una Iglesia deseable y, en contraposición, una ideología que busca afianzar lo existente y cerrar los portillos abiertos por el vendaval conciliar”. Y Avelino apuesta por la primera posición remitiendo a unos versos de Pedro Casaldáliga: “Yo pecador y obispo, me confieso de soñar con la Iglesia vestida solamente de Evangelio y sandalias”.

 “Lo que llamamos ilustración lleva consigo un cambio de paradigma que afecta profundamente a la Iglesia que condena las ideas de la Ilustración y el miedo al modernismo la pone en guardia”. Pero en el ámbito mismo de la Iglesia se inicia un interés por el discernimiento serio del nuevo paradigma: “algunos filomodernistas que permanecen en la Iglesia; movimientos renovadores en el estudio de la Biblia, en la liturgia, en teología; y grupos cristianos “que van viviendo aquello que creen”.

En el Vaticano II “confluyeron corrientes teológicas nuevas que se habían gestado en un mundo cambiante frente a otras, largamente sostenidas que se negaban a morir. El concilio intentó una síntesis integradora”. Presenta con lucidez esa síntesis, así como “avances y carencias de un Concilio abierto al mundo”. Y enumera algunas carencias: “Perfil teológico en que es presentado el laicado; no haber abordado con valentía el papel de la mujer en la Iglesia; el tema de los pobres y las causas de la pobreza son otra carencia que se observa en los documento conciliares”

En seguida se refiere a la Iglesia “que sigue moviéndose después del Concilio” Sugiere que “la búsqueda de consenso debilita el espíritu inicial del Vaticano II”. Y con acierto señala la influencia que tuvo en el segundo periodo postconciliar la entrevista “Informe sobre la fe”, 1985, del entonces Cardenal J. Ratzinger: “Es un documento muy importante para analizar la etapa de la historia de la Iglesia que algunos han denominado como invierno conciliar”.

En un nuevo capítulo apunta “peligros y esperanzas”, destacando algunos temas sugeridos en el Concilio pero todavía no suficientemente procesados ni puestos en práctica: “una Iglesia colegial y sinodal; mujeres e Iglesia, necesidad de caminar como iguales; pasos hacia una Iglesia desclericalizada, hacia una moral descubierta por personas autónomas”.

Aunque no desarrolla mucho, en los últimos capítulos entra la figura y el aire oxigenante del Papa Francisco en el ámbito de la economía, de la ecología y en la preocupación por “ofrecer a la mujer espacios en la vida de la Iglesia”. Su último capítulo se titula: “el futuro de la Iglesia está en avanzar superando contradicciones”. Quiere decir que la Iglesia se está haciendo, con un ojo que mira hacia atrás y otro que mira hacia delante.

En esta dialéctica entre fidelidad al pasado y fidelidad a lo nuevo que quiere nacer, el autor de este libro respira “la esperanza fresca del cambio”. Quiere “cultivar la flor de la esperanza”. Y en ese clima concluye su exposición: “A pesar de los frenos nos acompaña la esperanza. Los grupos de presión, el control del poder en manos de unos pocos y su intento de legitimación ideológica; el miedo a la libertad y la tentación de una sumisión cómoda no son capaces de impedir que el viento del Espíritu se cuele por las rendijas”. Quizás ahí esté la clave decisiva para la reforma que necesita la Iglesia: nuevo nacimiento del Espíritu que actualiza en nosotros la conducta histórica de Jesús y renueva la faz de la tierra.

 

¿TIENE SALVACIÓN LA IGLESIA CATÓLICA?

RELIGIÓN DIGITAL

col tamayo

 

Tras el reciente fallecimiento del teólogo Hans Küng a los 93 años en Tubinga (Alemania), he vuelto a leer su libro ¿Tiene salvación la Iglesia?, publicado en castellano en 2013 por la editorial Trotta. Me ha resultado enormemente clarificador tanto en sus análisis críticos como en la propuesta de alternativas. Creo que tiene plena actualidad hoy. En él el teólogo suizo ejerce dos funciones. Una es la de crítico del rumbo restauracionista de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que duraron más de un tercio de siglo (1979-2013) ¡una eternidad para quienes hemos tenido que sufrirlos en nuestra propia carne! Función esta poco agradable, confiesa, pero “en la actual situación –anterior a la elección de Francisco- no puedo permanecer callado”.

Otra es la de reformador eclesial teniendo como referencia el Concilio Vaticano II y como horizonte los procesos de transformación que desemboquen en un cambio de paradigma eclesial. Ambas funciones viene ejerciéndolas desde hace más de sesenta años con la publicación del libro El concilio y la unión de los cristianos (1960) y su participación en el Concilio Vaticano II como perito teológico designado por Juan XXIII junto con Rahner, Schillebeeckx, Ratzinger, Congar…

Libro de Küng

El libro está escrito a modo de un riguroso y detallado informe sobre la situación clínica de la Iglesia católica con sus síntomas, patogénesis y etiología (causas de la enfermedad), diagnóstico, operaciones, terapia, medicamentos, plan de salvamiento y periodo de convalecencia. Ejerce la labor de “terapeuta” con toda crudeza y de forma tajante pero no con intención iconoclasta, sino guiado por “el amor a la Iglesia”.

El diagnóstico era entonces que se encontraba “gravemente enferma” por mor del sistema de dominación católico-romano consolidado durante el siglo XX, que entre otras características presentaba las siguientes: monopolio del poder y de la verdad, recursos espiritual-antiespiritual a la violencia, papado monárquico-absolutista y aversión a la sexualidad.

“Difícilmente –aseveraba- habrá entre las grandes instituciones de nuestros países democráticos ninguna otra que proceda de forma tan inhumana con quienes piensan distinto y con los críticos entre sus propias filas, ninguna que discrimine tanto a las mujeres” (subrayado mío). Juicio ciertamente severo, pero que describe de manera certera la situación de la Iglesia católica durante los últimos treinta y cinco años.

La enfermedad no es de hoy; tiene una larga historia, y Küng hace un ejercicio de memoria del sistema romano, desde Pedro, “¿el primer papa?”, hasta nuestros días como condición necesaria para su curación. Lo que descubre es la existencia de dos modelos de Iglesia: el centralista, monárquico y autoritario, cuya romanización alcanza su cima con Inocencio III (1198-1216) y el comunitario de las iglesias locales, federadas fuera del ámbito de Roma.

Presta especial atención a la actitud defensiva del catolicismo oficial ante la modernidad y a las infecciones víricas que transmitió a la población: aversión a la ciencia, al progreso, a los derechos humanos, a la democracia, y consideración de la tradición como único criterio de verdad conforme a la ecuación verdad=tradición=papa, que llevó a Pío IX a afirmar “la traditione sono io”. Solo muy tardíamente, y a medias, la Iglesia asumió la reforma y la modernidad. Destaca aquí el importante papel reanimador de Juan XXIII.

¿Es terminal la enfermedad de la Iglesia?

¿Es terminal la enfermedad que padece la Iglesia católica o tiene todavía salvación? Küng no pierde la esperanza de que sobrevivirá, pero no a cualquier precio, sino a condición de que se someta a una terapia ecuménica profunda, cuyo criterio no puede ser el derecho canónico, sino el Jesús histórico tal como es testimoniado en los evangelios. Debe asumir una responsabilidad social. No puede encerrarse en el exclusivismo confesional, sino que ha de estar ecuménicamente abierta y revocar las excomuniones.

No puede seguir configurándose patriarcalmente, sino que las mujeres deben tener acceso a todos los ministerios eclesiales. Es fundamental la reforma de la Curia con criterios evangélicos y resulta urgente la transparencia en las finanzas. El clero y el pueblo deben participar en la elección de los obispos, como se hizo en los primeros siglos del cristianismo. Es necesario abolir la Inquisición, todavía vigente de facto, y toda forma de represión. No se puede seguir imponiendo el celibato a los obispos y los sacerdotes, sino dejarlo opcional. Debe facilitarse, en fin, la comunión eucarística interconfesional. ¡Excelente programa de reforma a realizar bajo el liderazgo del papa Francisco! Creo, sin embargo, que los pasos del papa actual, hasta ahora, no han ido en esa dirección, salvo algunas muestras tímidas de reforma.

Hans Küng. ¿Optimista o pesimista ante la Iglesia católica del futuro?

Tras haber experimentado el cambio de paradigma de la iglesia de Pío XII a Juan XXIII y la caída del Imperio soviético, Küng tiene la confianza de que “debe producirse un cambio, incluso una revolución radical… De hecho es cuestión de tiempo” (La Iglesia católica, Mondadori, o. c., 258).

Küng se plantea todavía otra pregunta: ¿Es la catolicidad de la Iglesia católica solo un principio de fe o también una realidad vivida en la práctica? Hay fenómenos que le llevan a afirmar que se trata de una realidad: la teología de la liberación, los movimientos pacifistas cristianos, los movimientos ashram en la India, los grupos de base en el Sur global, la presencia y la participación de los movimientos cristianos en los Foros Sociales Mundiales, y de los cristianos y cristianas en los movimientos sociales.

¿Ha vuelto el Gran Inquisidor?

Hans Küng recuerda una escena de la historia de la Iglesia contemporánea que le ha preocupado e incomodado indignado como pocas. Sucedió el 8 de abril de 2005 en la Plaza de San Pedro durante las exequias de Juan Pablo II. El decano del colegio cardenalicio Joseph Ratzinger, vestido de púrpura solemne, desciende la escalinata en dirección al ataúd del Papa difunto, junto al que se alza el crucifijo de estilo realista que representa al Cristo sufriente y crucificado.

 “Me resulta imposible imaginar mayor contraste”, comenta el teólogo de Tubinga. A un lado se encuentra el Inquisidor de la Fe, responsable del sufrimiento de tantos colegas y de tantos niños, niñas, adolescentes y jóvenes objeto de abusos sexuales que él encubrió cuando era prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe. En ese momento personificaba el poder del nuevo imperio romano, como queda patente con la presencia de doscientos invitados de Estado, entre los que se encontraba, en la primera fila, la familia de George Bush. Al otro el Ecce homo de Nazaret, predicador de la paz”.

Ante esta escena, al teólogo suizo le viene a la memoria el relato de Dostoievski sobre el Gran Inquisidor, que ha hecho prisionero a Cristo, le llama a su presencia y le pregunta: “¿Por qué has venido a molestarnos? Vete y no vuelvas más. No regreses nunca, nunca más”. Parece que Cristo le ha hecho caso y, durante el gobierno de los nuevos inquisidores, ha abandonado la Iglesia. ¿Dónde habrá ido?

Decálogo para el futuro del cristianismo

Tras la lectura del libro, propongo el siguiente decálogo de las transformaciones que considero necesarias en el seno de la Iglesia católica como condición necesaria para que el cristianismo pueda recuperar la credibilidad perdida.

1. Enraizarse en su origen cristiano conforme al evangelio de Jesús de Nazaret, proseguir sus prácticas de liberación en el mundo injusto y desigual en el que perviven, e incluso crecen, las desigualdades de etnia, cultura, religión, clase social, género, identidad sexual, etc.

2. Renunciar al patriarcado en el que está instalada la Iglesia católica, utilizar un lenguaje inclusivo e incorporar a las mujeres a todos los ministerios y funciones eclesiales.

3. Renunciar a la exclusividad confesional y a la autor-referencialidad, practicar el ecumenismo con acciones verdaderamente ecuménicas como la abolición tanto de todas las excomuniones recíprocas como de las condenas a teólogas y teólogos católicos, la plena hermandad eucarística y el reconocimiento de los ministerios de las iglesias cristianas hermanas.

4. Renunciar al eurocentrismo y al imperialismo romano, aprender de otras religiones y reconocer una autonomía adecuada a las iglesias nacionales, regionales y locales.

5. Apoyar un orden social mundial justo, crítico del neoliberalismo y de la necro-política, que elimine la brecha cada vez mayor entre personas y países ricos y pobres.

6. Defender un orden mundial respetuoso del pluriverso cultural, religioso, étnico y afectivo sexual, sin aporofobia, xenofobia ni racismo epistemológico, social o económico, ni lgtbi-fobia.

7. Abogar por un orden mundial fraterno-sororal con igualdad de derechos y responsabilidades de hombres, mujeres y otras identidades afectivo sexuales, más allá de la heteronormatividad y de la binariedad sexual.

8. Trabajar por un orden mundial que construya la paz basada en la justicia y contribuya a la resolución de los conflictos a través de la negociación y del diálogo.

9. Comprometerse en la construcción de un orden mundial que reconozca y respete la dignidad, la integridad y los derechos de la Tierra y la hermandad de los seres humanos con todos los seres del Planeta.

10. Potenciar el diálogo y la paz entre las religiones y las naciones como contribución a la paz mundial y alternativa al choque de civilizaciones y a las guerras de religiones, que todavía existen.

LA ORACIÓN Y EL PROBLEMA DE DIOS, 1


atrio

 

Dentro del diálogo que estamos manteniendo en Atrio sobre No-teísmo y fe en Dios, desde el día 6 de abril, día de la muerte de Hans Küng, me parece oportuno presentar un pequeño libro en el que recoge la colaboración enviada por Küng a una obra italiana colectiva sobre la Oración. Solo recientemente ha sido publicado como libro en Italia y en España.

Voy a traducir y presentar aquí casi la totalidad del texto, entendiendo que la editorial no lo considere pirateo sino difusión, pues no le quitará compras sino que las aumentará. Es una pequeña obra, semejante a aquella de las 20 Tesis sobre Ser Cristiano.

Y he tomado esta decisión porque, tras leer todo con detención, he visto que coincide casi al cien por ciento con lo que yo pienso. Este es el valor para mí de este escrito, no el su autoridad. Cuando yo escriba sobre ello como he prometido será algo más largo y seguramente menos claro que lo que escribe Küng. En dos semanas espero salgan los 6 capitulitos. AD.

Hans Küng: “La oración y el problema de Dios”. Editorial San Pablo, 2019, [Original en Morcelliana, 1991,2018], 96 pp. 9,95 €.

Advertencia

Quien haya visto Madre Coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht, recordará la impresionante escena del fin de esta obra sobre la Guerra de los Treinta Años: «No podemos hacer nada», dicen los granjeros, resignados, a quienes se les informa que la ciudad será arrasada por los soldados. En su desesperación se arrodillan y comienzan a rezar:

«Padre nuestro, escúchanos, porque solo tú puedes ayudarnos; podríamos perecer porque somos débiles y ni siquiera tenemos una simple lanza, realmente no podemos hacer nada, estamos en tus manos».

Pero mientras los campesinos rezan, la silenciosa Kattrin, sin ser vista, sube con un tambor al techo de un establo y comienza a tocar el tambor, cada vez con más fuerte. Enseguida los soldados les disparan todos juntos, pero con su gesto ya ha puesto en guardia a la ciudad, la ha salvado [1].

En este sentido, Dorothee Solle observa con razón:

«Con esta radicalización se evidencia un abuso perpetrado durante varios milenios contra la oración. Salvarse a sí mismo y orar por los demás, dirigir unas palabras a un Ser superior en lugar de acciones concretas en favor de aquellos que están cerca de nosotros. El estruendo del tambor de Kattrin derrota la oración devota, subjetivamente auténtica, como una coartada para aquellos que no se comprometen con nada. Si a los cristianos se les pregunta qué han hecho por los judíos durante la persecución, recibimos la respuesta más falsa: hemos orado» [2].

1

Sobre la crisis de la oración

Si debemos hablar aquí de la oración en general, en ningún caso puede tratarse de una oración sencilla, no iluminada. Sobre todo, para quienes se han confrontado con Karl Marx, [3], en ningún caso puede tratarse de la oración como una coartada, como un opio, como una manifestación de la fa de responsabilidad individual y social. En ningún caso se puede poner la oración en lugar de la acción.

Además de la objeción política, la oración tampoco debe exponerse a la objeción psicológica. No debe servir como una acción psicológica sustitutiva, en el sentido de Freud, que a menudo se define con una broma del espíritu: si un capitán en el corazón de una tormenta dice: «No nos queda nada más que rezar», al párroco se le escapa de la boca la pregunta: «¿Ya hemos llegado a ese punto?». Por lo tanto, ¿la oración está viva allí donde ya nada podemos hacer con nuestras fuerzas? En lugar de una acción autónoma, resuelta, profana, que asume sus propias responsabilidades, en ciertas situaciones extremas, ¿la oración debe convertirse en el escape de aquellos que no pueden o no quieren dedicarse a una actividad enérgica? Sí, la oración y el comportamiento caen aquí en una contradicción, que desenmascara la oración: claramente la oración debe salvar un riesgo, proteger un escape, mantener una ilusión [4].

Deseando explicar la crisis de la oración en la era moderna, debemos mostrar cómo la ausencia masiva de la oración, que ahora constatamos en todas partes, tal vez se preparó durante mucho tiempo. De hecho, la crisis de la oración es una crisis de fe en Dios en general. Para ello, bastará recordar aquí brevemente lo siguiente:

En tiempos de Descartes, quien después de haber concebido su gran visión de una ciencia universal hizo una peregrinación, manifiestamente se rezaba, con un sentido de ingenua familiaridad con Dios, como en la Edad Media y en tiempos de la Reforma; e incluso Pascal puede ser definido como un gran orante, al igual que san Agustín, san Bernardo de Claraval, Lutero y muchos santos.

Pero la agitación de la ingenua comprensión de Dios por parte de las ciencias naturales, algún tiempo después, tenía que asegurarse de que un hombre como Isaac Newton, que aún podía reconciliar la cientificidad rigurosa con la fe cristiana, no esperara ningún milagro de la oración, sino solamente la ayuda de Dios a través de las leyes de la naturaleza: Dios en el cosmos es celebrado con gran respeto, pero ya no se cuenta más con su intervención en el complejo engranaje del reloj del mundo [5].

En la filosofía barroca, Spinoza, como panteísta, apoyó expresamente la rígida necesidad de todas las leyes naturales y, por lo tanto, la falta de sentido de la oración de petición, y desde entonces Goethe y muchos otros ya no rezarán más, sino simplemente se sumergirán, llenos de asombro y amor, en el infinito Uno-Todos, en la Naturaleza-Dios.

En la Ilustración, Dios se retiró por completo frente a la naturaleza y sus leyes, se fundó una moral sin religión y el escepticismo también destruyó la oración de alabanza y de acción de gracias. Así, por ejemplo, el enciclopedista Diderot terminó su propia Interpretación de la naturaleza con la famosa oración paradójica: «Oh Dios, no sé si existes, pero quiero pensar como si tú vieses en mi alma […]. De hecho, el curso de las cosas es necesario en sí mismo, si tú no existes, o por una orden tuya, si tú existes… » [7].

Kant, quien completó y superó la Ilustración, rechazó resueltamente la oración como «fetichismo»: para él, la oración es «solamente un deseo manifestado a un Ser que no necesita ninguna explicación de la intención interna del sujeto que desea algo», incluso «una locura supersticiosa». Kant solamente puede aceptar el «espíritu de la oración», es decir, «el sincero deseo de agradar a Dios en todo lo que hacemos y en lo que no hacemos», como un medio (voluntario y, en el fondo, superfluo) para vivificar el sentimiento moral [8].

Después Hegel reconoció como centro de culto solo esa «devoción», en la que el sujeto, con pura interioridad y consciente espiritualidad, se sumerge y se mueve en el Infinito una devoción que, sin embargo, como todo el mundo religioso, debe ser elevada a un nivel superior por el pensamiento especulativamente filosófico [9].

Pero Feuerbach dio la vuelta a la unidad hegeliana de la conciencia humana y divina e interpretó la oración como una proyección del corazón humano y la conversación del hombre consigo mismo [10].

Finalmente Nietzsche pervirtió la oración en la blasfema letanía del pollino adorado para burlarse de quienes «de nuevo se han vuelto piadosos… » [11].

La oración -tal como surge claramente aquí- es la prueba práctica de la comprensión de Dios: como es expresado Dios, así se practica la oración. Y tal como oramos, también así es comprendido Dios. Teniendo en cuenta la historia del pensamiento moderno y su búsqueda de Dios [12], podemos limitarnos aquí a resumir brevemente algunos hechos a medida que emergen de la historia y la crítica de la religión:

Orar es humano. Orar es un antiguo gesto humano. Algún tipo de oración a los dioses, al Absoluto, a Dios, siempre ha sido transmitido por todos los pueblos de todas las épocas de la historia. Ni siquiera las múltiples objeciones críticas de la Edad Moderna han podido silenciar completamente la oración [13].

Que la oración sea solo una conversación entre el hombre consigo mismo (Feuerbach) y un deseo infa (Freud) depende de la cuestión de si Dios es simplemente una proyección o una ilusión del hombre. Pero esto es precisamente lo que no se puede demostrar [14].

Que Dios no es una proyección o una ilusión, sino una realidad, y que la oración no es una conversación con uno mismo, sino un verdadero diálogo entre dos, se puede experimentar solamente con una confianza que se atreve a creer y naturalmente se siente responsable para razonar [15]. La oración es una fe aplicada.

La oración es «el corazón y el centro de cada religión»[16]. No hay religión sin oración. Dondequiera que la oración muere, también muere la religión.

 

Redacción de Atrio, 21-mayo-2021

 

[1] B. BRECHT, Gesammelte Werke, Frankfurt, 967, vol. IV, , .432.

[2] 2 D. SOLLE, Gebet, en H. J. SSHULTZ (ED.), Theologie für Nicht­theologen. ABC protestantischen Denkens, Stuttgart-Berlín 1966, 103 (cf trad. it. en Dizionario del pensiero protestante, Morcelliana, Brescia ,970, 405).

[3] Cf. H. KüNG, ¿Existe Dios?, Trotta, Madrid 2010, C II, 3: Verificación en la praxis.

[4] Sobre las objeciones que actualmente se argumentan contra la oración me remito al cuaderno de «Concilium», editado por Ch. Duquoc y dedicado a La oración, en particular me refiero al artículo de J . BOMMER, ¿Tiene todavía sentido rezar? Crisis de la oración y tentativas de solución, en Concilium 8, 9 (1972) 97-112.

[5] Cf K. D. BUCHHOLTZ, Isaac Newton als Theologe, Witten 1965; M. J. BUCKLEY, Motion and Motion’s God, Princeton 1971.

[7] D. DIDEROT, Oeuvres completes, edición a cargo de J. Assézat, París 1875, vol. II, 61.

[8] l. KANT, Die Religion innerhalb der Grenzen der blossen Vernunft, en W. WEISCHEDEL (En.), Werke, Darmstadt 1956, vol. IV, 870s. (trad. it. Di Poggi, La religione entro i limiti della sola ragione, Bari 1980, 217s.).

[9] Cf ¿Existe Dios?, o.c., B II, 2: La nueva filosofía de la religión.

[10] Cf ib, C I, 1: Dios como imagen refleja del hombre.

[11] F. NIETZSCHE, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid 2011.

[12] Esta historia ha sido trazada en el volumen citado ¿Existe Dios?

[13] Cf W HARENBERG (ED.), Was glauben die Deutschen. Die Emnid-Um-fr Ergebnisse, Kommentare, Múnich-Maguncia 1968, 61. Según esta encuesta, solamente el 13% de los entrevistados declara: «Han olvidado completamente o nunca han aprendido a orar, y para ellos la oración no significa nada o, en general, carece de sentido».

[14] Cf ¿Existe Dios?, o.c., C I, 2: Dios, deseo o realidad; C III, 2: La religión, ¿solamente proyección de un deseo?·

[15] Cf ib, F III, 3: Dios como realidad.

[16] F. HEILER, Das Gebet. Eine religionsgeschichtliche und religionspsychologische Untersuchung, Múnich 1918, 19235, 1969, 2.

Tema: 1. RENACIMIENTO PERSONAL, DEBATE NO-TEÍSMO, Dios, La oración y el problema de Dios, Oración

POSTEÍSMO Y NO-DUALIDAD. UN CAMBIO DE PARADIGMA

FE ADULTA

col lozano art

I. INTRODUCCIÓN

No me parece casual el debate que, en este último tiempo, se está produciendo en torno al -así suelen nombrarlo- “no-teísmo”[1]. Más bien, tal debate revela la profunda crisis por la que está atravesando el teísmo, y que se manifiesta en diversos síntomas que van desde una cierta reserva, incluso resistencia, cada vez más generalizada, para pronunciar la palabra “Dios”, hasta una desafección creciente hacia lo religioso, de manera particular entre las generaciones más jóvenes. Por lo que se refiere a nuestro propio ámbito sociocultural y a la tradición religiosa que ha imperado en él, resulta llamativo el grado de disonancia que provocan, tanto los dogmas centrales del cristianismo (creación, encarnación, redención, trinidad, inmaculada concepción, asunción), como las normas morales en el campo de la sexualidad y la cuestión sobre el lugar de la mujer en la iglesia.

Somos cada vez más conscientes de que los dogmas teológicos -a pesar de haber sido asumidos como “caídos del cielo” y dotados de “validez eterna”- son solo constructos religiosos, con fecha de caducidad. Este reconocimiento va de la mano de la superación del paradigma teísta y dualista del que provenimos[2].

Se trata de un paradigma en el que se mueve aún la mayoría de los teólogos. Pero no es difícil advertir signos que hablan de su superación. Lo que ocurre es que, cuando un paradigma se siente amenazado porque advierte el nacimiento de otro nuevo, reacciona a la defensiva…, hasta que finalmente el nuevo, antes rechazado sin contemplaciones, termina siendo finalmente aceptado. Las reacciones “bruscas” de muchos teólogos ante lo que llaman “nueva espiritualidad”, aun sin negar el acierto de algunas de sus críticas, se entienden desde aquella actitud defensiva.

Todo ello me hace pensar que somos testigos de una crisis profunda, que afecta al propio núcleo teísta: no tiene que ver solo con un conjunto de creencias y de normas morales, sino con el propio teísmo, como configuración religiosa que se está viendo superada por la propia evolución de nuestra capacidad de comprensión.

La “escucha” del debate ha producido en mí un movimiento a expresar algunas cuestiones relativas al mismo, y que dividiré en tres puntos: posteísmo, no-dualidad y propuesta de una clave de comprensión, temas que trataré en tres entregas sucesivas.

En muchas personas, entre las que me cuento, la superación del teísmo ha ido de la mano de la emergencia de una espiritualidad no-religiosa o trans-religiosa, expresada en clave no-dual. Ese es el motivo por el que abordaré ambas cuestiones (posteísmo y no-dualidad), introduciendo la que considero una clave decisiva para favorecer la comprensión: la cuestión acerca de lo que somos.

Desde mi punto de vista, nos hallamos en una auténtica encrucijada, no ya solo “religiosa”, sino humana, que se concreta en un profundo cambio de paradigma. El paradigma del que provenimos -materialista, teísta y dualista- da signos de agotamiento ante la emergencia de otro postmaterialista, espiritual y no-dual. La encrucijada, por tanto, como puede ocurrir con todo tipo de crisis, abriga una promesa de mayor plenitud.

Respeto profundamente el posicionamiento de cada persona y tengo presentes los sabios versos de León Felipe: “Nadie fue ayer, / ni va hoy, / ni irá mañana / hacia Dios / por este mismo camino / que yo voy. / Para cada hombre guarda / un rayo nuevo de luz el sol… / y un camino virgen / Dios”. Sé por propia experiencia que cada persona se encuentra en un momento preciso y ha de recorrer su propio camino, según también su peculiar ritmo. Es justamente la variedad de posturas la que da como resultado la “sinfonía” del conjunto.

No pretendo, por tanto, abrir un debate, sino únicamente compartir mi experiencia personal; intentar poner palabras a lo que, en este momento, me es dado comprender.

 

Enrique Martínez Lozano

 

[1] Deseo citar únicamente dos libros: Roger LENAERS, Aunque no haya un Dios ahí arriba, Abya Yala, Quito 2013, y José ARREGI, José María VIGIL, Santiago VILLAMAYOR y otros, Después de Dios. Otro modelo es posible, Colección “Nuevo Tiempo Axial”, marzo 2021. Este último puede descargarse de manera gratuita, para lo que basta poner el título en el buscador; o desde la web de “Espiritualidad Pamplona-Iruña”:

https://www.espiritualidadpamplona-irunea.org/wp-content/uploads/2021/04/Despues-de-Dios.-Otro-modelo-modelo-es-posible-Arregi-Vigil-y-otros.pdf

En respuesta a una airada reacción de José María Castillo -que pone de manifiesto que la teología, incluso la más “abierta”, se encuentra en un paradigma dogmáticamente teísta y religiosamente absolutista, olvidando que todas las formas religiosas son solo constructos mentales-, José Arregi escribe: “Nos hallamos en una encrucijada histórica en la que se nos abren tres alternativas: a) Seguir aferrados a esa imagen de Dios concebida básicamente en Sumeria hace unos 7000 años y todavía vigente en el magisterio oficial y en el imaginario popular, así como en la teología predominante; b) Dejar de utilizar el término “Dios”, al menos hasta que dicho imaginario común persista; c) Superar radicalmente el imaginario tradicional y pasar de la imagen teísta de “Dios” a la afirmación de Dios como Misterio fontal y eterno de todo. Nosotras solo descartamos la primera opción, que por lo demás consideramos contraria no solo a la cultura actual, sino a la inspiración de fondo de la Biblia y de las enseñanzas expresas de las grandes místicas y místicos de la tradición cristiana y de otras tradiciones religiosas… Por eso, afirmamos que Dios es “no-teísta” o “transteísta” en el sentido señalado”https://www.religiondigital.org/opinion/Respuestas-Jose-Arregi-Maria-Castillo_0_2341265859.html

Aporta luz también la respuesta de Santiago Villamayor: https://www.atrio.org/2021/05/la-trascendencia-de-lo-inmanente/

En este debate, han sido varios los teólogos que han adoptado distintos posicionamientos, como puede verse en portales de información religiosa. La mayoría de ellos se mueven en un paradigma teísta y dualista y en una epistemología decididamente dogmática.

[2] “El discurso de fondo de toda la teología actual -escribe Santiago Villamayor- no encuentra eco en la sociedad y no se atreve a poner en cuestión sus creencias y simbolismos. Ni el Dios omnipotente y arriba, ni Jesús como Hijo de Dios, son hoy creíbles. Y menos la Redención”: https://www.atrio.org/2021/05/la-trascendencia-de-lo-inmanente/

LA APUESTA

FE ADULTA

col munarriz

 

Lejos queda el temor a que nuestra religión no sea la verdadera. Lejos, también, aquel concepto de fe como aceptación de un conjunto de postulados dogmáticos, y no como confianza en alguien por quien se puede apostar: «Tengo fe en mi médico, y me pongo en sus manos para que me extirpe el riñón enfermo».

Lejos queda el tiempo de buscar certezas; ahora es tiempo de apostar. Nuestra vida es una permanente sucesión de apuestas, aunque bien es cierto que la mayoría de ellas son nimias: ¿Me quedo en casa leyendo un libro, o salgo a dar un paseo? ¿Me pongo una camisa blanca, o a cuadros?... Otras son más importantes: ¿Estudio esta carrera, o la otra? ¿Formo una familia, o huyo de compromisos que coartan mi libertad?...

También hay apuestas trascendentes.

¿Apuesto por buscar en Dios el sentido de mi vida, o apuesto por buscarlo fuera de Él?... es decir: ¿Planteo mi vida con la esperanza de más vida después de la muerte, o limito mi expectativa a la vida sensible que conozco?... Porque claro, si esperamos sobrevivir a la muerte, el acierto o desacierto de nuestras acciones deberá estar referido a la vida entera; la de antes y la de después de la muerte. Si por el contrario creemos que nuestra realidad se limita a lo biológico, el sentido de nuestra vida consistirá en aprovechar al máximo el regalo irrepetible y fugaz de la propia vida: «Carpe diem», decía Horacio.

La siguiente gran apuesta es por el cauce a seguir para llegar a Dios. Hay muchos cauces —al menos tantos como religiones—, pero es que, además, podemos crear el nuestro propio. La búsqueda de Dios se puede comparar a la ascensión a una montaña que no conocemos. Podemos apostar por intentarlo por nuestra cuenta, con el riesgo evidente de perdernos por el camino y no llegar nunca a la cima, y podemos apostar por hacerlo con un guía que conozca el camino. En esta segunda opción es importante elegir bien al guía, pues no todos nos sirven para ver cumplidas nuestras expectativas.

En principio, es cristiano quien apuesta por Jesús; quien pone su fe en Jesús para que le guíe hasta la cima. Ruiz de Galarreta decía que el itinerario hacia la fe en Jesús presenta varios niveles: «Conocerle y admirarle es el punto de partida; aceptar sus valores y su modo de vivir es ya una opción de vida; reconocer en él la imagen misma de Dios y el modelo de lo humano, es la fe cristiana explícita».

Pero el conocimiento de Jesús ha sido siempre una ardua tarea para quien lo busca de veras. Si miramos a los ambientes tradicionales de la Iglesia, vemos que tanto la personalidad de Jesús como su propuesta de vida, quedan en buena medida veladas por la carga dogmática y ritual de la religión oficial; pero si volvemos la vista a lo que se podrían llamar ambientes ilustrados, la cosa no resulta menos peliaguda. Estos movimientos ilustrados se presentan siempre como vanguardia, invitan a rechazar todo lo anterior y venden el resultado como “progreso”. En este caso, el resultado es la relativización de la figura de Jesús y de su valor como cauce hacia Dios. A veces lo presentan tan revestido de ropajes ajenos, que resulta imposible identificarle. 

Y todo esto ocurre cuando la exégesis independiente nos muestra con más rigor que nunca la fe de las primeras comunidades, y por ende, a Jesús (pues en ellas había Testigos para desmentir lo que no se ajustase a la realidad). Quizá la mejor forma de entender el “progreso” sea como profundización en el conocimiento de Jesús para así reforzar la apuesta por él; en la aceptación del Jesús del evangelio sin ropajes, añadidos ni mutilaciones; es decir, de ese Jesús imagen viva de Abbá, ungido por Dios con Espíritu y con poder, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal… porque Dios estaba con él.

 

Domingo 13 de Junio 11º Ordinario Antonio de Padua (1231)

KOINONIA

 La gran virtud de las parábolas es la de superar los obstáculos más obvios e inmediatos del entendimiento. Una parábola es un arco que se eleva por el aire y cae justo en su objetivo, evadiendo los obstáculos, enfocándose hacia su meta. Las parábolas de Jesús tienen un efecto similar. Frente a las interpretaciones oscuras y cargadas de sanciones con las que los maestros de la ley solían responder a sus interlocutores, las palabras de Jesús se imponen con una claridad demoledora. Frente a las intrincadas y sofisticadas interpretaciones de los maestros griegos, las enseñanzas de Jesús se presentan con una evidencia incontrovertible. Las palabras de Jesús hablan de la vida cotidiana: el campesino que salva su cosecha; de la persona que al cocinar administra con tino y prudencia la sal. Las palabras del profeta Ezequiel nos hablan del cedro, un árbol excepcional por su longevidad y por la calidad de su madera. Pablo nos hablará del cuerpo, como un domicilio provisional, y sin embargo imprescindible, para alcanzar una residencia permanente en un cuerpo resucitado.

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DOMINGO 11 Tiempo ordinario – B (Marcos 4,26-34)

 José Antonio Pagola

NO TODO ES TRABAJAR

Pocas parábolas pueden provocar mayor rechazo en nuestra cultura del rendimiento, la productividad y la eficacia que esta pequeña parábola en la que Jesús compara el reino de Dios con ese misterioso crecimiento de la semilla, que se produce sin la intervención del sembrador.

Esta parábola, tan olvidada hoy, resalta el contraste entre la espera paciente del sembrador y el crecimiento irresistible de la semilla. Mientras el sembrador duerme, la semilla va germinando y creciendo «ella sola», sin la intervención del agricultor y «sin que él sepa cómo».

Acostumbrados a valorar casi exclusivamente la eficacia y el rendimiento, hemos olvidado que el evangelio habla de fecundidad, no de esfuerzo, pues Jesús entiende que la ley fundamental del crecimiento humano no es el trabajo, sino la acogida de la vida que vamos recibiendo de Dios.

La sociedad actual nos empuja con tal fuerza hacia el trabajo, la actividad y el rendimiento que ya no percibimos hasta qué punto nos empobrecemos cuando todo se reduce a trabajar y ser eficaces.

De hecho, la «lógica de la eficacia» está llevando al hombre contemporáneo a una existencia tensa y agobiada, a un deterioro creciente de sus relaciones con el mundo y las personas, a un vaciamiento interior y a ese «síndrome de inmanencia» (José María Rovira Belloso) donde Dios desaparece poco a poco del horizonte de la persona.

La vida no es solo trabajo y productividad, sino regalo de Dios que hemos de acoger y disfrutar con corazón agradecido. Para ser humana, la persona necesita aprender a estar en la vida no solo desde una actitud productiva, sino también contemplativa. La vida adquiere una dimensión nueva y más profunda cuando acertamos a vivir la experiencia del amor gratuito, creativo y dinamizador de Dios.

Necesitamos aprender a vivir más atentos a todo lo que hay de regalo en la existencia; despertar en nuestro interior el agradecimiento y la alabanza; liberarnos de la pesada «lógica de la eficacia» y abrir en nuestra vida espacios para lo gratuito.

Hemos de agradecer a tantas personas que alegran nuestra vida, y no pasar de largo por tantos paisajes hechos solo para ser contemplados. Saborea la vida como gracia el que se deja querer, el que se deja sorprender por lo bueno de cada día, el que se deja agraciar y bendecir por Dios.


DOMINGO Mc 4,26-34 LA SEMILLA TIENE LA ENERGÍA PARA CRECER

FE ADULTA

col fraymarcos


Todos los exégetas están de acuerdo en que el “Reino de Dios” es el centro de la predicación de Jesús. Lo difícil es concretar en que consiste esa realidad tan escurridiza. La verdad es que no se puede concretar, porque no es nada concreto. Tal vez por eso encontramos en los evangelios tantos apuntes desconcertantes sobre esa misteriosa realidad. Sobre todo en parábolas, que nos van indicando distintas perspectivas para que vayamos intuyendo lo que puede esconderse en esa expresión tan simple.

Podíamos decir que es un ámbito que abarca a la vez materia y espíritu. Todo el follón que se armó el primer cristianismo a la hora de concretar la figura de Jesús, nos lo armamos nosotros a la hora de definir qué significa ser cristiano. El Reino es, a la vez, una realidad divina que ya está en cada uno de nosotros y una realidad humana, terrena, que se tiene que manifestar en nuestra existencia de cada día. Ni es Dios en sí mismo ni se puede identificar con ninguna situación política, social o religiosa.

No debemos caer en la simplicidad ingenua de identificarlo con la Iglesia. Como dice el evangelio: “no está aquí ni está allí”. Tampoco está solamente dentro de cada uno de nosotros. Si está dentro, siempre se manifestará fuera. Esa ambivalencia de dentro y fuera, de divino y humano, es lo que nos impide poder encerrarlo en conceptos que no pueden expresar realidades aparentemente contradictorias. Para nuestra tranquilidad debemos recordar que no se trata de comprender sino de vivir y ese es otro cantar.

Las parábolas no se pueden expli­car. Solo una actitud vital adecuada puede ser la respuesta a cada una. Como nuestra actitud espiritual va cambiando, la parábola me va diciendo cosas distintas a medida que avanzo en mi camino. Tampoco las dos parábolas de hoy necesitan aclaración alguna. Todos sabemos lo que es una semilla y cómo se desarrolla. Si acaso, recordar que la semilla de mostaza es tan pequeña que es casi imperceptible a simple vista. Por eso es tan adecuada para precisar la fuerza del Reino.

El crecimiento de la planta no es consecuencia de una acción externa sino consecuencia de una evolución de los elementos que ya estaban en ella. Este aspecto es muy importante por dos razones: 1ª porque nos advierte de que lo importante no viene de fuera; 2ª porque nos obliga a aceptar que no es algo estático sino un proceso que no tiene fin, porque su meta es el mismo Dios. El Reino que es Dios está ya ahí, en cada uno y en todos a la vez. Nuestra tarea no es producir el Reino, sino hacerlo visible.

Las dos parábolas tienen doble lectura. Se pueden aplicar a cada persona, en cuanto está en este mundo para evolucionar hasta la plenitud que debe alcanzar durante su vida. Y también se puede aplicar a las comunidades y a la humanidad en su conjunto. Hoy estamos muy familiarizados con el concepto de evolución y podemos entender que la obligación de todo ser humano es avanzar hacia una plenitud de humanidad.

Tampoco podemos pensar en una meta preconcebida. Desde lo que cada uno es, en el núcleo de su ser, debe desplegar todas las posibilidades sin pretender saber de antemano a donde le llevará la experiencia de vivir. En la vida espiritual es ruinoso el prefijar metas. Se trata de desplegar una Vida y como tal, es imprevisible, porque es una respuesta interna imprevisible. No pretendas ninguna meta, simplemente camina.

En cada una de las dos parábolas se quiere destacar un aspecto de esa realidad potencial dentro de cada semilla. En el grano de trigo se quiere destacar su vitalidad, es decir, la potencia interna que tiene para desarrollarse por sí misma. En el grano de mostaza se quiere destacar la desproporción entre la pequeñez de la semilla y la planta que de ella surge. Parece imposible que, de una semilla apenas perceptible, surja en muy poco tiempo una planta de gran porte, donde pueden hacer su nido las aves.

Cada uno de nosotros debemos preguntarnos si, de verdad, hemos descubierto y aceptado el Reino de Dios y si le hemos rodeado de unas condiciones mínimas indispensables para que pueda desplegar su propia energía. Si no se ha desarrollado, la culpa no será de la semilla, sino nuestra. La semilla se desarrolla por sí sola, pero necesita humedad, luz, temperatura y nutrientes para poder desplegar su vitalidad latente. La semilla con su fuerza está en cada uno, solo espera una oportunidad.

No somos nosotros los que desarrollamos el Reino. Es el Reino quien se desarrolla en nosotros. Incluso los que tenemos como tarea hacer que el Reino se desarrolle en los demás, olvidamos ese dato fundamental. No tenemos paciencia para dejar tranquila la semilla, o intentamos tirar de la plantita en cuanto asoma y en vez de ayudarla a crecer la desarraigamos, o la damos por perdida antes de que haya tenido tiempo de germinar.

Puede frustrarnos el ansia de producir fruto sin haber pasado por las etapas de crecer como tallo, luego la espiga y por fin el fruto. La vida espiritual tiene su ritmo y hay que procurar seguir los pasos por su orden. La mayoría de las veces nos desanimamos porque no vemos inmediatamente los frutos. Cada paso que demos es un logro y en él ya podemos apreciar el fruto. Si tomas conciencia de tu verdadero ser, estás en camino.

El Reino no es ninguna realidad distinta de Dios. Él está en nosotros como semilla que está sembrada en cada uno de nosotros. El Reino de Dios no es nada que podamos ver o tocar. Es una realidad espiri­tual más allá del tiempo y del espacio. Está a la vez en todas partes y siempre. Si está o no está en nosotros lo descubriremos, mirando las obras. Si mi relación con los demás es adecuada a mi verdadero ser, demostrará que el Reino está en mí. Si es inadecuada, demostrará que el Reino no se ha desarrollado.

Jesús experimentó dentro de sí mismo esa Realidad y la manifestó en su vida. Toda su predicación consistió en proclamar esa posibilidad. El Reino de Dios está dentro de nosotros pero puede que no lo hayamos descubierto. Jesús hace referencia a esa Realidad. Creo que, aún hoy, nos empeñamos en identifi­car el Reino de Dios con situaciones externas. La lucha por el Reino tiene que hacerse dentro de nosotros mismos.

 

Meditación

El Reino de los cielos no se parece a nada.
Solo tú puedes descubrirlo y mantenerlo.
Dios en ti será siempre único e irrepetible.
La manera de manifestarlo será siempre original.
El Reino nunca será el fruto de una programación.