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domingo, 28 de julio de 2013

El Papa pide una Iglesia sin miedo a entrar en la noche del hombre


Es necesario volver a entrar en la conversación del hombre de hoy y “ofrecerle respuestas”
El hombre de hoy, como los dos discípulos que se fueron de Jerusalén a Emaús, se ha ido de la Iglesia, se ha desilusionado de ella. Pero la Iglesia, lejos de desanimarse, debe hacer como Cristo, salir a su encuentro, entrar en su conversación. Debe “entrar en la noche del hombre de hoy”, y ofrecerle respuestas.
Así lo dijo el Papa Francisco durante la comida privada celebrada con los obispos de Brasil, de la que la Santa Sede ha hecho público un documento muy extenso, sobre la situación actual de la Iglesia y, más concretamente, de la Iglesia en Brasil. El encuentro con los obispos tuvo lugar el sábado 27 de julio a las 13:30, dentro de los actos de la Jornada Mundial de la Juventud.
En un momento del discurso, el Papa se centró en el problema de la descristianización: el hombre abandona, desilusionado, la Iglesia, creyendo que ya no tienen nada nuevo que ofrecerle. Pero sigue desilusionado, pues las “promesas” de fuera le han dejado vacío, se han quedado en vanas ilusiones.
El hombre ha dejado la Iglesia, sí, pero la necesita. Hace falta una Iglesia “que pueda descifrar esa noche que entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay quien se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos para un posible retorno, pero es necesario saber leer el todo con valentía”.
Por qué los hombres dejan la Iglesia
En el documento, el Papa analiza cuáles son las razones por las que el hombre de hoy abandona la Iglesia. Es, afirmó, el misterio de los dos discípulos que huyen a Emaús, escandalizados, tras la muerte de Cristo.
Son, dijo el Papa, “no sólo los que buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya sin Dios, tanto en la teoría como en la práctica”.
Son, añadió, “aquellos que, tras haberse dejado seducir por otras propuestas, creen que la Iglesia ya no puede ofrecer algo significativo e importante. Y, entonces, van solos por el camino con su propia desilusión”.
“Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta”.
No al desánimo
A pesar de este panorama, el Papa invita a los obispos a “no ceder al desencanto, al desánimo, a las lamentaciones”, a pesar de que aparentemente la labor de la Iglesia haya sido un “fracaso”.
Hace falta , subrayó el Papa, “una Iglesia que no tenga miedo a entrar en su noche. Necesitamos una Iglesia capaz de encontrarse en su camino. Necesitamos una Iglesia capaz de entrar en su conversación. Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo, impotente para generar sentido”.
“La globalización implacable, la urbanización a menudo salvaje, prometían mucho”, Muchos se han enamorado de ella, y no sin razón, afirma el Papa, pues en la globalización “hay algo realmente positivo”.
Pero, advierte, “muchos olvidan el lado oscuro: la confusión del sentido de la vida, la desintegración personal, la pérdida de la experiencia de pertenecer a un cualquier «nido», la violencia sutil pero implacable, la ruptura interior y las fracturas en las familias, la soledad y el abandono, las divisiones y la incapacidad de amar, de perdonar, de comprender, el veneno interior que hace de la vida un infierno, la necesidad de ternura por sentirse tan inadecuados e infelices, los intentos fallidos de encontrar respuestas en la droga, el alcohol, el sexo, convertidos en otras tantas prisiones”.
¿Una Iglesia “demasiado alta”?
Ante la realidad del mal, en lugar de volver a la Iglesia que dejaron, muchos “han buscado atajos”, porque “la «medida» de la gran Iglesia parece demasiado alta. Muchos han pensado: la idea del hombre es demasiado grande para mí, el ideal de vida que propone está fuera de mis posibilidades, la meta a perseguir es inalcanzable”.
Muchas personas se vuelven hacia la religiosidad, no hacia la Iglesia. ¿Por qué, se pregunta el Papa? Porque, afirma, no pueden vivir “sin tener al menos algo, aunque sea una caricatura, de eso que es demasiado alto para mí, de lo que no me puedo permitir. Con la desilusión en el corazón, han ido en busca de alguien que les ilusione de nuevo”.
“La gran sensación de abandono y soledad, de no pertenecerse ni siquiera a sí mismos, que surge a menudo en esta situación, es demasiado dolorosa para acallarla. Hace falta un desahogo y, entonces, queda la vía del lamento: ¿Cómo hemos podido llegar hasta este punto? Pero incluso el lamento se convierte a su vez en un boomerang que vuelve y termina por aumentar la infelicidad. Hay pocos que todavía saben escuchar el dolor; al menos, hay que anestesiarlo”.
El Papa afirmó que la respuesta que debe dar hoy la Iglesia a los que se alejaron de ella es “acompañar, de ir más allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en marcha con la gente”.
“Quisiera que hoy nos preguntáramos todos: ¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? ¿Una Iglesia que pueda hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa?”
El hombre busca cosas cada vez más veloces: “internet veloz, coches y aviones rápidos, relaciones inmediatas… Y, sin embargo, se nota una necesidad desesperada de calma, diría de lentitud. La Iglesia, ¿sabe todavía ser lenta: en el tiempo, para escuchar, en la paciencia, para reparar y reconstruir? ¿O acaso también la Iglesia se ve arrastrada por el frenesí de la eficiencia?”
Los hombres, concluyó el Papa, “quieren olvidarse de Jerusalén, donde están sus fuentes, pero terminan por sentirse sedientos. Hace falta una Iglesia capaz de acompañar también hoy el retorno a Jerusalén”, de “hacer entender que ella es mi Madre, nuestra Madre, y que no están huérfanos”