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martes, 26 de febrero de 2013

Nombrado Obispo el salesiano navarro Miguel Ángel Olaverri

El viernes 22 de febrero se dio a conocer el nombramiento de Obispo del Salesiano Miguel Ángel Olaverri. Será ordenado Obispo para una de las Diócesis de la República del Congo, donde se encuentra como misionero desde hace varios años.
Texto: Iñaki Lete
Fotos: Iñaki Lete y Txemari Zuza 

Miguel Ángel es antiguo alumno de este Colegio de Salesianos Pamplona y estuvo también en el Cursillo Vocacional organizado por el P. Cándido antes de ir al aspirantado.
El domingo 24 llegó a Pamplona para ver a su familia, y concelebró en nuestra Iglesia de María Auxiliadora, ante la imagen de la Virgen que él conoció desde pequeño.
¡Enhorabuena, Miguel Ángel!

La renuncia del Papa JOSÉ ARREGI TEÓLOGO

EL BLOG DE ARREGI

20.02.13 | 08:38. Archivado en Vaticano, Benedicto XVI
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La Iglesia vuelve a ser espectáculo, no buena noticia. Y así seguiremos en los próximos meses. ¡Qué pena en un mundo tan necesitado de consuelo y esperanza! Que un papa, a los 85 años y enfermo, se despoje de la tiara y descienda del trono, renunciando al poder religioso más arbitrario y absoluto jamás imaginado, ¿qué tiene de extraño en los tiempos que corren? Tiene de extraño que se limite a eso: a una renuncia personal. Y, sin embargo, ha sido celebrada por clérigos y laicos bien intencionados como un gesto de libertad, valentía y dignidad, e incluso de humildad.
No niego que lo sea. Es digno y humano decir: “No tengo fuerzas, no puedo más”, o decir también: “Estoy harto de este mundo vaticano y me voy”. ¿Y quién sabe si no ha sido más lo segundo que lo primero? Ha sido valiente y libre al hacer frente a las presiones de muchos curiales que querrían seguir aprovechando la debilidad del pontífice para seguir ejerciendo su poder en la sombra. Pero ¿su renuncia no constituye a la vez un acto de rendición frente a esa oscura maquinaria de poder que es el Vaticano? Es humano que un papa anciano y enfermo se retire a un monasterio de clausura para dedicar sus últimos años a disfrutar en paz orando, leyendo, escuchando música y tocando el piano. Pero ¿no es también una dejación haberse retirado sin antes saldar de una vez las pesadas cuentas del papado ante la Iglesia y la historia?
No reprocho nada a su persona. Es un hombre de gran calidad humana. No hay más que mirar sus ojos limpios llenos de inteligencia, su sonrisa diáfana, su estilo discreto, su falta de ambición, su trato bondadoso y afable. Pero la persona es inseparable del papel que desempeña dentro de un sistema, y en el caso del papa es inevitable que la persona, por admirable que sea, quede aplastada por un papel y un poder desorbitado, dentro de un sistema perverso: un papa elige a los cardenales que elegirán al siguiente papa, el cual impondrá a todos como voluntad divina lo que son en realidad sus propios criterios personales. Así es como Benedicto XVI, primero por mano de Juan Pablo II y luego por su propia mano, ha enterrado lo mejor del Vaticano II y ha ahondado el abismo entre la Iglesia y el mundo de hoy. Todo por voluntad divina.
Ahora se va del Vaticano dejando intacto un sistema esencialmente corrupto. La tiara y el trono, la terrible infalibilidad, el terrible poder absoluto, siguen intactos, esperando al siguiente candidato. Y no faltarán aspirantes. Ya se traman oscuras estrategias, ya se urden alianzas, ya se hacen quinielas. Se maquina y se conspira. Es pura farsa mediática, pura pornografía religiosa. Y cuando salga la fumata blanca dirán: “El Espíritu Santo ha elegido”. Más obsceno todavía.
¿Qué ha sido de las palabras de Jesús, el profeta de Galilea libre, itinerante y compasivo, amigo de los últimos? “A nadie llaméis santo, a nadie llaméis padre, a nadie llaméis señor. Todos vosotros sois hermanos. Buscad cada uno el último puesto”.
Yo hubiera deseado que Benedicto XVI, antes de renunciar, hubiera hecho uso de sus poderes absolutos para poner fin a este sistema, promulgando un escueto decreto que rezara más o menos así: “En virtud de los poderes divinos que se han atribuido al obispo de Roma solo a partir del siglo XI y que el Concilio Vaticano I en el s. XIX elevó a categoría de dogma, yo, Benedicto XVI, un hombre como otro cualquiera pero papa todavía, defino solemnemente que el poder universal y la infalibilidad atribuidos al papa son doctrina humana y errónea. Y por este decreto declaro abolido el modelo monárquico del papado como contrario al Espíritu que animaba a Jesús de Nazaret y que sigue inspirando a hombres y mujeres de todos los tiempos y culturas, más allá de confesiones y religiones, para respiro y salud de la vida”.
Todo esto puede parecer un delirio. Pero la renuncia de un papa servirá de muy poco mientras siga en pie el modelo medieval del papado.
José Arregi

Un lugar para un papa emérito

    Al empezar esta semana en que se va a culminar el hecho insólito de que que se declare en la Iglesia Católica la Sede Vacante, sin que haya precedido la muerte previa del Papa, dejamos constancia en nuestra página del comentario de un filósofo italiano, Paolo Flores D’Arcais, que en el año 2000 sostuvo un contraste público muy famoso con el cardenal Ratzinger. De él habla con respeto, pero poniendo de relieve el profundo significado que implica su gesto de renuncia. Gesto que Ratizinger acaba de definir consecuencia de una invitación de Dios a “subir al monte“.

Un lugar para un papa emérito

El gesto de Ratzinger es de un coraje tal que muchísimos purpurados y poderosos monseñores de la curia lo consideran más bien temeridad


Vista del monasterio Mater Ecclesiae, la residencia que Benedicto XVI ha elegido para vivir tras su renuncia, y de la Basílica de San Pedro. /SAMANTHA ZUCCHI (EFE)
“No hay lugar para un papa emérito”, declaraba secamente Karol Wojtyla en una fecha tan cercana como 1994; por el contrario, resulta que va a haber un papa emérito, a partir de las 20 horas del 28 de febrero de 2013, con efectos en cadena para la Iglesia católica cuyo alcance resulta imposible calibrar. El gesto realizado por Joseph Ratzinger, que dentro de dos semanas será simplemente ex Benedicto XVI, es de un coraje tal que muchísimos purpurados y poderosos monseñores de la curia lo consideran más bien temeridad, y algunos incluso una señal de debilidad rayana en la ligereza.
Se trata, en efecto, de un gesto que tendrá el excepcional efecto histórico de desacralizar la figura del pontífice, equiparándola, en el futuro próximo del imaginario de los fieles, con la de un gran jefe religioso pero nada más. Paradójico resultado de la decisión de un papa que puede presumir, en cambio, como máximo logro (desde su punto de vista, obviamente), de haber llevado a cumplimiento la normalización de la Iglesia postconciliar en sentido tradicionalista, ya iniciada por Wojtyla.
El Papa, en efecto, no es solo, como se dice a menudo, el último soberano absoluto, porque no han faltado soberanos absolutos que hayan abdicado. El Papa es o, mejor dicho, era hasta ayer, un soberano absoluto dotado para sus creyentes de un carisma radicalmente incomparable, el de ser el vicario de Cristo en la Tierra, el sustituto en el más acá de la segunda persona de la Santísima Trinidad, un vice-Dios, en definitiva. Pero un ex vice-Dios es un contrasentido, y el papa de Roma acabará por convertirse, de forma inevitable, tan solo en el “primado” de una Iglesia, exactamente igual al arzobispo de Canterbury, que es “primus inter pares”, si bien con un número de fieles infinitamente mayor.
Doble paradoja, porque de esta manera viene a dar la razón a su antagonista histórico, Hans Küng, y a los más progresistas de los padres del Concilio Vaticano II, cuyo influjo y recuerdo Ratzinger ha conseguido borrar, pero sobre todo porque con su dimisión ha infundido en el solio de Pedro ese “desencanto del mundo” que caracteriza a la modernidad secularizada y que su pontificado, bien al contrario, se ha esforzado desaforadamente por combatir, y con significativos éxitos oscurantistas incluso (el reconocimiento de un Habermas, por ejemplo).
En definitiva, de ahora en adelante podrán convivir en la Iglesia católica un papa emérito y un papa-papa, este último en la plenitud de sus funciones, desde luego (dando por buena la hipótesis de que el expapa lleve realmente una vida de clausura), pero desprovisto ya de su carisma de entidad sacra, perdida para siempre.
¿Por qué ha optado, pues, Benedicto XVI por un gesto tan radical, de cuyas consecuencias no podía no ser plenamente consciente? ¿Qué le ha llevado a subvertir la solución tradicional, que parecía inquebrantable, de “encomendarse a Dios” incluso en la más extrema debilidad física, con la certeza de que el Espíritu Santo supliría las incapacidades humanas del Pastor? La larguísima agonía de Wojtyla —decisiva en el proceso excepcional para hacerlo “¡santo de inmediato!”— fue un ejemplo radical y recientísimo de tal confianza estándar en el auxilio de la divina providencia, que parecía irrevocable.
Al subrayar, en cambio, su propia incapacidad, Ratzinger ha introducido en la valoración de lo que supone “el bien de la Iglesia” un humanísimo cálculo racional que replantea de hecho la sobreabundancia de los dones del Espíritu Santo, cuya especialísima asistencia al Sumo Pontífice garantiza nada menos que su sobrenatural infalibilidad cuando habla ex cathedra. Con la ulterior paradoja de que este rasgo de sensatez mundano ha sido tachado, a media voz, de cobarde fuga de sus responsabilidades precisamente por parte de Sus Eminencias más mundanas y “chanchulleras”.
Y eso sin olvidar, en passant, que si el gesto de Ratzinger manifiesta modestia, habría que juzgar como arrogancia el comportamiento ostentosamente opuesto de Wojtyla, dilema que solo puede evitarse con el recurso hipócrita al pensamiento único, que cuando se trata de un papa cualquiera da rienda suelta a su aliento solo para el servil encomio y como sucedáneo del beso en la zapatilla, pero que no podrá esquivarse eternamente.
¿Por qué, pues, este gesto de inenarrable riesgo y peligrosidad? Benedicto XVI lo ha dicho con una claridad que prefiere obviarse: para ser papa “también es necesario el vigor, tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”. Subrayo “espíritu”, porque es la clave de la renuncia de Ratzinger, que se declara “muy consciente de la gravedad de este acto”.
¿En qué sentido puede estar declarándose Benedicto XVI “incapaz de ejercer” el ministerio de san Pedro hasta tales extremos? Bajo su guía, la Iglesia jerárquica ha adquirido mayor unidad que nunca, alejándose de desgarros entre “progresistas” y “conservadores” —la última voz ajena al coro ha sido la del cardenal Martini—, y la homogeneidad doctrinal de los episcopados nunca ha sido tan inoxidable. Y también en lo referente el “mundo” puede presumir el Papa teólogo de logros no desdeñables. Ya hemos citado los elogios de Habermas (hoy por hoy el filósofo laico por excelencia), y podríamos añadir la fascinación que despierta en intelectuales à la page de la muy laica París, Julia Kristeva in primis (pero la lista es larga y deprimente), así como el inesperado éxito que ha alcanzado la crítica antiilustrada de Ratzinger cuando ha propuesto a los no creyentes que acepten el principio “sicut Deus daretur” —que todos se comporten como si Dios existiera— porque sin Dios, y sin el fundamento ético que a él subyace, es la sociedad occidental entera la que se encamina hacia el colapso.
Queda por lo tanto una sola “incapacidad” por la que Benedicto XVI puede haber recitado el “mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa”: la administración de la Iglesia en el sentido más estrictamente curial del término. Las reyertas entre cardenales que han trasformado las galerías del Vaticano en un nido de víboras, la guerra entre facciones que, entre los frescos de Miguel Ángel y de Rafael, hace que reluzcan los puñales y actúen los venenos, bajo la forma letal de los dosieres y de eminentísimas maquinarias de enfangar.
Dos son, sobre todo, las “suciedades” de la Iglesia (por usar el término de Ratzinger en el vía crucis de 2005) que alimentan las pugnas entre los birretes rojos: el escándalo de los curas pedófilos y el de la banca vaticana (IOR). Sexo y dinero, “auri sacra fames” y “hominum divomque voluptas”, las sempiternas seducciones de Mammón, ante las que la púrpura, símbolo de disponibilidad al martirio, debería suponer una perfecta inmunización.
Y fue precisamente la decisión de Ratzinger, por mucho que se planteara de forma circunspecta y gradual, de destapar el bote de iniquidad de la pedofilia, y la más cauta incluso y apenas esbozada de sustraer el IOR al circuito de la “finanza canalla” (la coraza de corrupción y reciclaje mafioso) lo que desencadenó monstruosas resistencias que dieron vía libre al molinete de las maquinaciones. Por lo demás, el único motivo de desacuerdo que Ratzinger tuvo con Wojtyla se refería precisamente a la pedofilia (y al caso, no idéntico aunque estrechamente relacionado, de los potentísimos Legionarios de Cristo y de su jefe, el tristemente famoso Marcial Maciel Degollado, a quien no por casualidad “fulminó” Ratzinger nada más subir al solio pontificio), asunto sobre el que el cardenal del ex Santo Oficio insistió al papa polaco para llevar a cabo un radical giro copernicano en aras de la severidad y la transparencia. Sin éxito, derrotado por una curia que, a esas alturas, tenía a su merced a un papa en sus últimos años, incapaz de gobernar debido al agravamiento de su enfermedad. Espectro que sin duda ha jugado a favor de la decisión actual de Benedicto XVI.
Vatileaks, el escándalo de filtraciones de documentos reservados, no es más la punta del iceberg, lo que hemos podido llegar a conocer nosotros, los comunes mortales, pero Benedicto XVI ha podido abrazar el iceberg por entero, en su devastadora amplitud, y el informe de los cardenales Herranz, Tomko y De Giorgi debe haberle dejado literalmente desolado. Sobre todo porque en todas las nauseabundas intrigas que “desfiguran el rostro de la Iglesia” está siempre metido hasta el cuello su más estrecho colaborador desde los tiempos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Tarcisio Bertone, potentísimo secretario de Estado, que en cuanto a “individualismos y rivalidades” y vano orgullo de quienes “buscan el aplauso y la aprobación”, otras “suciedades” estigmatizadas por Benedicto XVI durante su reciente homilía del Miércoles de Ceniza, no conoce rival en los palacios apostólicos. Hasta tal punto de que ha asumido el pleno dominio de las finanzas vaticanas, desbancando de la comisión que lo controla al cardenal Attelio Nicora, el hombre de la apertura (por tímida que fuera) hacia la transparencia, colocando así con inaudita arrogancia al próximo papa frente al hecho consumado.
En el destructivo enfrentamiento en curso entre facciones prelaticias Benedicto XVI no se ha sentido capaz de escoger. Entre otras cosas, porque no es que las “consorcios” rivales de Bertone brillen por su santidad (su predecesor y archienemigo, el cardenal Sodano, ha sido uno de los protectores históricos de Maciel, por ejemplo). Benedicto XVI, frente a tal desbordamiento subterráneo de la “suciedad” de la Iglesia se ha rendido, confesando su propia incapacidad, escogiendo la única vía que sigue pareciéndole eficaz, la oración.

La Iglesia-institución como ‘casta meretrix’

ATRIO

BoffQuienes han seguido las noticias de los últimos días acerca de los escándalos en el Vaticano, dados a conocer por los periódicos italianos La Repubblica y La Stampa, refiriéndose a un informe de 300 páginas sobre el estado de la curia vaticana, preparado por tres cardenales designados a tal efecto, naturalmente han debido quedar horrorizados. Me puedo imaginar a nuestros hermanos y hermanas piadosos que, fruto de un tipo de catequesis exaltatoria del Papa como “el dulce Cristo en la Tierra”, deben estar sufriendo mucho, porque aman lo justo, lo verdadero y lo transparente y jamás desearían vincular su figura a las notorias fechorías de sus ayudantes y colaboradores.
El gravísimo contenido de estos informes reforzó, en mi opinión, la voluntad de renunciar del Papa. En ellos se comprobaba un ambiente de promiscuidad, de luchas de poder entre “monsignori”, una red de homosexualidad gay en el Vaticano y desvío de fondos del Banco Vaticano. Como si no bastasen los crímenes de pedofilia en tantas diócesis, que han desmoralizado profundamente a la Iglesia-institución.
Quien conoce un poco de historia de la Iglesia ̶ y los profesionales del área tenemos que estudiarla en detalle ̶  no se escandaliza. Ha habido momentos de verdadero desastre del Pontificado con Papas adúlteros, asesinos y traficantes. Desde el papa Formoso (891-896) al papa Silvestre (999-1003) se instaló según el gran historiador cardenal Baronio la «era pornocrática» de la alta jerarquía de la Iglesia. Pocos papas escaparon de ser derrocados o asesinados. Sergio III (904-911) asesinó a sus dos predecesores, Cristóbal y León V.
La gran transformación de la Iglesia como un todo sucedió, con consecuencias para toda la historia posterior, con el papa Gregorio VII en 1077. Para defender sus derechos y la libertad de la Iglesia-institución contra los reyes y príncipes que la manipulaban, publicó un artículo que lleva este significativo título «Dictatus Papae», que traducido literalmente significa «la dictadura del Papa». En este documento, él asumía todos los poderes, pudiendo juzgar a todos sin ser juzgado por nadie. El gran historiador de las ideas eclesiológicas Jean-Yves Congar, dominico, la consideraba la mayor revolución que ha habido en la Iglesia. De una Iglesia-comunidad se pasó a una institución-sociedad monárquica y absolutista, organizada en forma piramidal, que ha llegado hasta nuestros días.
Efectivamente, el canon 331 del actual Derecho Canónico se une a esta comprensión, atribuyendo al Papa poderes que en realidad no corresponderían a ningún mortal, sino sólo a Dios: «En virtud de su oficio, el Papa tiene el poder ordinario, supremo, pleno, inmediato y universal» y en algunos casos específicos, «infalible».
Este teólogo eminente, tomando mi defensa contra el proceso doctrinal impulsado por el card. Joseph Ratzinger por mi libro Iglesia: carisma y poder, escribió un artículo en La Croix (09.08.1984) sobre “El carisma del poder central”. En él decía: «El carisma del gobierno central es no tener ninguna duda. Pero no tener dudas acerca de uno mismo es, a la vez, magnífico y terrible. Es magnífico porque el carisma del centro es precisamente mantenerse firme cuando todo vacila a su alrededor. Y es terrible, porque los hombres que están en Roma tienen límites, límites en su inteligencia, límites en su vocabulario, límites en sus referencias, límites en su ángulo de visión». Y yo añadiría límites en su ética y en su moral.
Siempre se dice que la Iglesia es «santa y pecadora» y debe ser «reformada siempre». Pero eso no es lo que sucedió durante siglos, ni después del deseo explícito del Concilio Vaticano II y del actual Papa Benedicto XVI. La institución más antigua de Occidente incorporó privilegios, hábitos, costumbres políticas palaciegas y principescas, de resistencia y de oposición que prácticamente impidieron o desvirtuaron todos los intentos de reforma.
Sólo que esta vez se ha llegado a un punto de altísima desmoralización, con prácticas incluso criminales, que ya no puede ser negada y que requiere cambios fundamentales en el viejo aparato de gobierno de la Iglesia. De lo contrario, este tipo de institucionalidad tristemente envejecida y crepuscular se debilitará hasta llegar al ocaso. Los escándalos actuales siempre han existido en la curia vaticana sólo que no había un providencial Vatileaks para hacerlos públicos e indignar al Papa y a la mayoría de los cristianos.
Mi sentimiento del mundo me dice que estos males en el espacio sagrado y centro de referencia para toda la cristiandad -el Papado- (donde debería sobresalir la virtud y la santidad) son consecuencia de esta centralización absolutista del poder papal. Él hace a todos vasallos, sumisos, ávidos de estar físicamente cerca del portador del poder supremo, el Papa. Un poder absoluto, por su naturaleza, limita y hasta niega la libertad de los demás, favorece la creación de grupos de anti-poder, camarillas de burócratas de lo sagrado unas contra otras, practica ampliamente la simonía, que es la compra y venta de favores, promueve la adulación y destruye los mecanismo de transparencia. En el fondo, todos desconfían de todos. Y cada uno busca su satisfacción personal como puede. Por eso siempre ha sido sido problemática la observancia del celibato dentro de la curia vaticana, como se está viendo ahora con la existencia de una verdadera red de prostitución gay.
Mientras ese poder no se descentralice y no dé más participación a todos los sectores del pueblo de Dios, hombres y mujeres, en la conducción de los caminos de la Iglesia, el tumor que causa esta enfermedad perdurará. Se dice que Benedicto XVI pasará a todos los cardenales el mencionado informe para que cada uno de ellos sepa los problemas a los que tendrá que enfrentarse caso de ser elegido Papa, así como la urgencia de introducir cambios radicales. Desde la época de la Reforma se oye el grito: “Reforma en la cabeza y en los miembros”. Porque nunca ocurrió, surgió la Reforma como un gesto desesperado de los reformadores de realizar por su cuenta tal empresa.
Para ilustración de los cristianos y de aquellos interesados en los asuntos eclesiásticos, volvamos a la cuestión de los escándalos. La intención es desdramatizarlos, permitir que se tenga una noción menos idealista y a veces idólatra de la jerarquía y de la figura del Papa y liberar la libertad a la que Cristo nos ha llamado (Gálatas 5:1). En esto no hay ningún gusto por lo negativo ni el deseo de añadir desmoralización sobre desmoralización. El cristiano tiene que ser adulto, no puede dejarse infantilizar ni permitir que le nieguen conocimientos de la teología y de la historia para darse cuenta de lo humana, y demasiado humana, que puede ser la institución que nos viene de los Apóstoles.
Hay una larga tradición teológica que se refiere a la Iglesia como casta meretriz, tema abordado en detalle por un gran teólogo, amigo del Papa actual, Hans Urs von Balthasar (ver Sponsa Verbi, Einsiedeln 1971, 203-305). En varias ocasiones el teólogo J. Ratzinger se ha referido a esta denominación.
La Iglesia es una meretriz que todas las noches se entrega a la prostitución; casta porque Cristo se compadece de ella cada mañana, la lava y la ama.
El habitus meretrius de la institución, el vicio del meretricio, fue duramente criticado por los Padres de la Iglesia como san Ambrosio, san Agustín, san Jerónimo y otros. San Pedro Damián llega a llamar al mencionado Gregorio VII “Santo Satanás” (D. Romag, Compendio de historia de la Iglesia, vol 2, Petrópolis 1950, p.112). Esta dura denominación nos remite a aquella de Cristo dirigida a Pedro. Por su profesión de fe lo llama “piedra”, pero por su poca fe y por no entender los designios de Dios lo califica de “Satanás” (Evangelio de Mateo 16,23). San Pablo parece un hombre moderno hablando cuando dice a sus opositores con furia: “Ojalá sean castrados todos los que os pertuban” (Gálatas 5,12).
Por tanto, existe espacio para la profecía en la Iglesia y para las denuncias de irregularidades que pueden ocurrir en el medio eclesiástico y también entre los fieles.
Me gustaría mencionar otro ejemplo tomado de un santo muy querido de la mayoría de los católicos por su candor y su bondad: san Antonio de Padua. En sus sermones, famosos en su tiempo, no es nada dulce y suave. Hace fuertes críticas a los prelados derrochadores de su tiempo. Y dice: «los obispos son perros sin ninguna vergüenza, porque de frente tienen cara de meretriz y por eso mismo no quieren avergonzarse» (uso la edición latina crítica publicada en Lisboa, 2 vol, 1895). Este fue el sermón del cuarto domingo después de Pentecostés (p. 278). En otra ocasión, llama a los obispos «monos en el tejado, presidiendo desde ahí el pueblo de Dios» (op cit p. 348). Y continúa: «el obispo de la Iglesia es un esclavo que pretende reinar, príncipe inicuo, león rugiente, oso hambriento de presa que despoja a los pobres» (p.348). Por último, en la fiesta de san Pedro levanta la voz y denuncia: «Miren que Cristo dijo tres veces: apacienta, y ninguna vez esquila y ordeña… Ay de aquel que no apacienta ninguna vez y esquila y ordeña tres o más veces… es un dragón al lado del arca del Señor, que no tiene más que apariencia, no la verdad» (vol. 2, 918).
El teólogo Joseph Ratzinger explica el sentido de este tipo de denuncias proféticas: «El sentido de la profecía en realidad reside menos en algunas predicciones que en la protesta profética: protesta contra la auto-satisfacción de las instituciones, que sustituye la moral por el rito y la conversión por las ceremonias»(Das neue Volk Gottes, Düsseldorf 1969, 250, existe traducción en español: El nuevo pueblo de Dios, 1972).
Ratzinger critica haciendo hincapié en la separación que hicimos con referencia a la figura de Pedro: antes de la Pascua, el traidor, después de Pentecostés, el fiel. «Pedro sigue viviendo esta tensión del antes y del después, sigue siendo las dos cosas: piedra y escándalo … Eso no sucedió a lo largo de toda la historia de la Iglesia, que el Papa fuese a la vez el sucesor de Pedro, la “roca” y el “escándalo”» (op.cit. 259)?
¿Adónde queremos llegar con todo esto? Queremos llegar a reconocer que la Iglesia institución de papas, obispos y sacerdotes, se compone de hombres que pueden traicionar, negar y hacer del poder religioso negocio e instrumento de autosatisfacción. Reconocer esto es terapéutico pues nos cura de una ideología idólatra en torno a la figura del Papa, considerado prácticamente infalible. Esto es visible en los movimientos conservadores y fundamentalistas laicos católicos y también en grupos de sacerdotes. En algunos existe una verdadera papolatría que Benedicto XVI ha tratado siempre de evitar.
La crisis actual de la Iglesia ha llevado a la renuncia a un Papa que se dio cuenta de que ya no tenía la fuerza necesaria para sanar escándalos tan graves. «Impotente, tiró la toalla» con humildad. Que venga otro más joven y asuma la tarea ardua y difícil de limpiar la corrupción de la Curia vaticana y del universo de los pedófilos, y eventualmente sancione, destituya y envíe a los más obstinados a un convento para hacer penitencia y enmendar su vida.
Sólo alguien que ama a la Iglesia puede hacer las críticas que hemos hecho, citando textos de autoridades clásicas del pasado. Quien ha dejado de amar a la persona amada, se vuelve indiferente a su vida y su destino. Nosotros, por el contrario, nos hemos interesado al igual que el amigo y compañero de tribulación Hans Küng (que fue condenado por la ex-Inquisición), quizás uno de los teólogos que más ama a la Iglesia y por eso la critica.
No queremos que los cristianos cultiven ese sentimiento de abandono e indiferencia. Por malos que hayan sido sus errores y equivocaciones históricas, la Iglesia-institución guarda la memoria sagrada de Jesús y la gramática de los evangelios. Ella predica la liberación, sabiendo que son otros los que liberan y no ella.
Así y todo vale la pena estar dentro de ella, al igual que San Francisco, Dom Helder Câmara, Juan XXIII y los notables teólogos que ayudaron a hacer el Concilio Vaticano II, y que antes de eso habían sido condenados todos por la ex-Inquisición, como de Lubac, Chenu, Congar, Rahner y otros. Hay que ayudarla a salir de esta vergüenza, alimentando más el sueño de Jesús de un Reino de justicia, paz y reconciliación con Dios y de seguimiento de su causa y su destino, que la simple y justificada indignación que fácilmente puede caer en el fariseísmo y en el moralismo. La Iglesia-institución tiene que volver a ser el hogar espiritual de todos los fieles.
Nota: Más reflexiones de este orden están en mi libro Iglesia: Carisma y Poder (Record 2005), especialmente en el apéndice, con todas las actas del proceso habido al interior de la ex-Inquisición en 1984.
Traducción de Mª José Gavito

Los católicos de Estados Unidos, a favor de que los curas puedan casarse

6 de cada diez verían bien que el nuevo Papa provenga de África, Asia o América
Los católicos en Estados Unidos están divididos sobre lo que buscan en el próximo papa, según una encuesta publicada hoy que apunta que el 58 % aceptaría que los curas se casaran y el 60 % ve bien que el próximo obispo de Roma venga de África o de América Latina.
Si bien el 46 % de los consultados cree que el próximo supremo pontífice debería mover a la iglesia católica en una “nueva dirección”, el 51 % considera que debe “mantener las posiciones tradicionales”.
Este porcentaje aumenta entre los católicos que dicen ir a misa al menos una vez a la semana, ya que cerca de dos tercios, el 63 %, quieren que el papa mantenga la posición tradicional de la iglesia católica.
Estos son algunos de los datos extraídos de la encuesta realizada por el foro sobre religión y vida pública del centro Pew de Washington a 1.504 adultos entre el 13 y el 18 de febrero, tras la inesperada renuncia Benedicto XVI.
Entre los datos más llamativos destacan que el 58 % consideraría “bueno” que el papa autorizara el matrimonio a los curas, frente a la oposición del 35 % y un 8 % que dijo no tener opinión al respecto.
Además, una mayoría del 60 % consideró que sería favorable a que el sustituto de Benedicto XVI provenga de algún país en vías de desarrollo de África, Asia o América Latina, frente al 14 % que no vio esta opción con buenos ojos y un 20 % que dijo no importarle su procedencia.
En otra encuesta aparte realizada entre el 14 y el 17 de febrero a 1.003 adultos, el centro Pew evaluó la imagen de Benedicto XVI, que contó con el apoyo de tres cuartos de los consultados (el 74 %) frente al 90 % de su predecesor Juan Pablo II.
“Los católicos en EE.UU. no están satisfechos con la gestión de Benedicto XVI del escándalo de los abusos sexuales en la Iglesia”, apunta la encuesta.
Los casos de abusos sexuales a menores por clérigos que salieron a la luz en 2010 en varios países, entre ellos Estados Unidos, removieron las estructuras de la Iglesia durante el pontificado de Benedicto XVI.
Entre los católicos que afirman haber seguido las noticias de la renuncia del papa, el 63 % cree que ha hecho un trabajo escaso o “justo” para encarar este asunto, mientras que el 33 % considera que ha hecho una labor “excelente”.
Benedicto XVI obtuvo mejores calificaciones sobre su labor para promover lazos con otras religiones: el 55 % apoyó su trabajo, aunque por debajo del 70 % que obtuvo en la misma encuesta realizada en 2008 después de su visita a EE.UU.
(Rd/Agencias)

¿Y por qué no una papisa? Concha Lago

Enviado a la página web de Redes Cristianas
Se reabre el debate sobre la marginación de la mujer en los órganos de decisión y poder de la Iglesia
Las teólogas aseguran que las mujeres también son sujetos evangelizadores. En la imagen, dos monjas se dirigen hacia la de basílica de San Pedro, en el Vaticano. (DEIA)
VITORIA. LA teología femenina ha alcanzado la mayoría de edad hace mucho tiempo pero la Iglesia católica mira para otro lado como si le tuviera alergia. Las mujeres, excluidas de la representación de Dios, desempeñan muchas tareas eclesiales sin reconocimiento oficial, no participan de las funciones magisteriales y de gobierno, y rara vez son consultadas. A pesar de ello, la vitalidad de muchos grupos de mujeres cristianas es imparable.
Una mujer al frente de la barca de Pedro es absolutamente impensable y la ordenación sigue siendo tabú. “Hoy en muchos foros eclesiásticos, se escucha la necesidad de ordenar mujeres, algo impensable hace unas décadas. La Iglesia no ha dado ningún paso. En algún sínodo se habló de admitir mujeres al ministerio de lector; pero luego no se ha hecho nada por el miedo a que un ministerio venga seguido de otros”, afirma Isabel Gómez Acebo, teóloga feminista. Y es que el sacerdocio femenino es un tema que está frenado, pero no cerrado del todo.
Sor Teresa Forcades, autora de la Teología feminista en la Historia, asegura que la situación de marginación de la mujer en la Iglesia es “un escándalo, por eso ningún Papa se ha atrevido a prohibir ex cathedra el sacerdocio femenino”. Sin embargo, la jerarquía de la Iglesia católica se resiste a cambiar una estructura machista y discriminadora que relega a la mujer a puestos de servicio, pero a la que nunca se le permite participar en las decisiones y mucho menos en el poder.
Mujeres cristianas, académicamente acreditadas, han iniciado una ofensiva para hacer frente a este ninguneo. Reclaman potenciar su liderazgo con una redefinición evangélica, social y cultural del lugar que ocupa la mujer en la Iglesia. Todo ello partiendo de que “la espiritualidad es una capacidad humana que desarrollan por igual las mujeres y los hombres que así se lo proponen”, afirma Mercedes Navarro, doctora en Psicología y en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma y una de las fundadoras de la Asociación de Teólogas Españolas.
Mientras algunos jerarcas les siguen mirando por encima del hombro, ellas continúan andando camino. Su ausencia es una provocación en una institución que no está para desperdiciar ningún caudal porque la Iglesia las necesita más que nunca. “La teología católica oficial ha considerado desde antiguo a las mujeres menos capaces que a los varones para hablar de Dios, para presidir las ceremonias o para dirigir instituciones religiosas, pero siempre han existido teólogos y teólogas que se han opuesto y han encontrado escandaloso que, en nombre de lo más sagrado, se califique negativamente a la mujer y se justifique su discriminación”, dice Forcades, monja benedictina.
Las quejas son recurrentes. “La Iglesia católica a nivel institucional necesita urgentemente tomarse en serio las preguntas y las propuestas del movimiento feminista. Tiene que reconocer a las mujeres como interlocutoras válidas y competentes. Hay un miedo eclesiástico visceral al feminismo, lo cual se refleja en una distorsión muy grande de los discursos y las reivindicaciones. Hay una enorme dificultad para respetar la autonomía moral de las mujeres y su capacidad de discernimiento. A menudo se sigue considerando a las mujeres como menores de edad”, denuncia Lucía Ramón, profesora de Teología Feminista y de Ecumenismo en la Facultad de Teología de Valencia. Sin embargo, precisa que la Iglesia es plural “como demuestran el desarrollo de las teologías feministas y la existencia de miles de cristianas vinculadas al movimiento feminista”, indica.
El patriarcado es una máxima. Candelas Arranz pone de manifiesto que la interpretación de la Biblia se ha hecho desde una perspectiva exclusivamente masculina. “Los comentarios bíblicos han omitido la presencia de mujeres en el texto (por ejemplo en Pentecostés) y han desfigurado el significado original de personajes femeninos como María y María Magdalena”. A su juicio, “urge hacer una lectura del Evangelio desde el punto de vista de la mujer. No se puede utilizar a Jesús para discriminar”, subraya.
“En muchos foros eclesiásticos se oye la necesidad de ordenar mujeres”