FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

ESTE ES EL BLOG OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DEL COLEGIO SAN PAULINO DE NOLA
ESTE BLOG TE INVITA A LEER TEMAS DE ACTUALIDAD Y DE DIFERENTES PUNTOS DE VISTA Y OPINIONES.




ATALAYA

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jueves, 8 de junio de 2023

José Gangoso López, salesiano sacerdote (1938-2023) FALLECIMIENTO

 


La Inspectoría Salesiana Santiago el Mayor comunica que en la mañana del 2 de junio  falleció el querido hermano salesiano sacerdote don José Gangoso López de la Comunidad Salesiana de la Casa de Salud de Arévalo (Ávila). Tenía 85 años de edad. Había cumplido los 68 de salesiano y 58 de sacerdote.

El funeral de cuerpo presente fue en Salesianos Arévalo, el 3 de junio de 2023, a las 12:00 h, pasando a continuación a su entierro en el panteón salesiano de la ciudad. 

El espíritu inquieto y emprendedor de Pepe, en 1983, le permite aceptar la petición de integrarse en el gran Proyecto África que la Congregación estaba impulsando y que la lnspectoría había iniciado a principio de los años ’70. En Guinea Ecuatorial ha dedicado más de 30 años de su vida, animando proyectos educativos y pastorales con el dinamismo que le caracterizaba. Justo cuando se le concedió la ciudadanía guineana por su vida entregada, en 2018, reconociendo sus limitaciones de memoria y de achaques propios de sus ochenta años, solicita quedarse en España y ser atendido, primero en Madrid-Carabanchel y después en la Casa de Salud de Arévalo.

Damos el pésame de forma especial a su hermana, Hija de María Auxiliadora, Pilar Gangoso. Que el Señor suscite la generosidad de todos aquellos a los que llama con una vocación de especial consagración dentro de la Familia Salesiana

El cardenal Zuppi enviado del Papa a Ucrania para buscar una posible vía de paz

 VATICAN NEWS

La Santa Sede dio a conocer en un comunicado que, el cardenal Matteo Maria Zuppi, realizará una visita a Kiev como Enviado del Santo Padre los días 5 y 6 de junio de 2023, con el fin de “escuchar en profundidad a las autoridades ucranianas sobre las posibles vías para alcanzar una justa paz y apoyar gestos de humanidad que contribuyan a aliviar las tensiones”.

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El cardenal Herranz denuncia "intentos de manipular el próximo cónclave"

 Raligión digital

El cardenal Julián Herranz, de 93 años, ha denunciado intentos de "manipular el próximo cónclave" al apuntar contra un "grupo de multimillonarios" que promovieron en 2018 un fondo económico para pagar a antiguos agentes del FBI con el objetivo de elaborar "informes personales sobre los más 'papables' y los más influyentes entre los cardenales electores. LEER NOTICIA

Francisco: «El cambio de modelo de consumo es urgente e inaplazable»

 Religión Digital

Redes cristianas

«No robemos a las nuevas generaciones la esperanza en un futuro mejor»
El Papa aboga por «un cambio de rumbo, un decisivo cambio del modelo actual de consumo y producción», marcado por «la cultura de la indiferencia y el despilfarro», durante un acto con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente Ver noticia original en …

CARTA ABIERTA AL NUNCIO


 Cádiz 6 de Junio de 2023

 

  1. NUNCIO: NO VENGA UD. A CÁDIZ

 

Desde el Grupo Cristiano de Reflexión- Acción de la Bahía de Cádiz queremos dejar constancia de  nuestra protesta porque se ha hecho pública la noticia  de que Ud. vendrá de nuevo a Cádiz con motivo de la celebración del Corpus Christi.

Ya lo hizo en Septiembre del año pasado de modo privado y en un comunicado expusimos nuestro gran malestar por tan estéril y hueca visita.https://www.religiondigital.org/espana/cadiz-obispo-rafael-zornoza-diocesis-nuncio-bernardito-auza_0_2486151366.html

 

Ud. Sr Nuncio, no debería volver otra vez a Cádiz, como si en esta diócesis no pasara nada y todo estuviera en orden.

Le recordamos que en las 4 cartas que le hemos hecho llegar con las firmas de cerca de 400 personas, le hemos expuesto con todo detalle y con crudeza los motivos de nuestro descontento, que es también el de muchos sectores en la diócesis, pues no se está conforme con muchas de las decisiones de este obispo y su equipo, como bien han reflejado los medios en diferentes momentos. Repetirlo ahora con detalle sería excesivo.

 

Sólo recordarle que, entre  otras muchas barbaridades y hasta el momento, han sido despedidas más de 20 personas del obispado, Caritas, parroquias, Seminario… y que dos magníficos párrocos, como son Rafael Vez y Antonio Casado están inhabilitados de sus funciones por denuncias del obispo, pues estos sacerdotes se atrevieron a decir en público lo que la mayoría piensa y se calla, criticando determinadas actuaciones del obispo y su equipo de colaboradores por ser contrarias al Evangelio.

 

En caso de visitar  Cádiz,  solamente le solicitamos  dos cuestiones:

Que hable Ud. con Rafael Vez y Antonio Casado y que éstos sean rehabilitados en sus funciones.

Que trate con  el obispo para que readmita a los despedidos.

 

Volvemos a insistirle: queremos un obispo evangélico, “con olor a oveja”, dialogante con todos, sin exclusiones, sin autoritarismo y sensible a los problemas de las personas más vulnerables de la diócesis. Como así  eran nuestros anteriores obispos: Añoveros, Dorado y Ceballos que sí dejaron huella  por su gran talla evangélica.

 

Con todo afecto, le saluda atentamente:

 

GRUPO CRISTIANO DE REFLEXIÓN-ACCIÓN DE LA BAHÍA DE CÁDIZ

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Contacto: Juan Cejudo Caldelas, jucecalomatic591@gmail.com

CALCUTA SIN FRONTERAS

fe adulta

col koldo

 

 

Ya hace algunos años, la breve estancia en Calcuta con la nariz roja me marcaría para siempre. Esa gran ciudad colindante con el averno me ha desafiado desde entonces. Los imborrables ejemplos de entera donación que contemplé allí no han dejado de interpelarme en lo más hondo. ¿Cuántas noches no exploré en la red el billete “Madrid-Delhi” para ponerme a las órdenes de las hermanas de dos únicas túnicas, un cubo de hojalata y una manoseada biblia, que servían a los últimos incondicionalmente? Más pronto que tarde la inmolación había de ser y escribirse. Durante muchos años pensé que el servicio pasaba inevitablemente por un amplio aeropuerto y un vuelo hacia un destino tan lejano como desventurado. Fue así que saltamos a todos los continentes, que ensayamos encender sonrisas en Asia, América y África.

Excelentes amigos/as donostiarras permanecen junto a Calcuta (calcutaondoan.org). Su lance amoroso, no exento de tremendo coraje y valentía, se inició junto a los últimos alientos, a la vera de los moribundos de su populosa estación de tren. Por más que aún trato de apoyarles, he asumido mi pertenencia a la clase de voluntarios a los que venció esa ciudad desbordada de ruido y pobreza. Me costó entender que el voluntariado puro y sincero goza en realidad de un horizonte sin límite.  Finalmente he dejado de fustigarme por no haber comprado el “Madrid-Delhi” sin vuelta, por no haber metido lo mínimo en la mochila y escrito a mi familia una orgullosa carta de despedida. 

Había entrega más allá de esos sencillos y espartanos lechos. No limpio llagas de moribundos. No he pasado horas a la vera de quien se arrecuesta para repasar y despedirse de su existencia corporal. Me ha costado comprender que las geografías en vía de desarrollo no son el único y exclusivo campo de servicio. En realidad, todo está en ciernes, todo es susceptible de desarrollo y nosotros podemos auspiciarlo en cualquier lugar, de las más variadas formas. Durante tiempo consideré que “lo más” era apuntarse a una ONG y olvidarse de uno mismo junto a la ventanilla de un raudo vuelo al tercer mundo. No había otra puerta de entrada a la selecta comunión de los servidores. Poco a poco esa visión reduccionista del servicio fue felizmente cediendo. El teclado me ayudó. Cantar a la existencia, a la belleza, a la solidaridad humana…, me hizo sentirme útil sin necesidad de maletas en la mano y quinina contra la malaria en el bolsillo. La palabra me llegaba y en realidad no era mi palabra. La Vida me la regalaba, la quería de vuelta, glorificándola en todo momento y en todo lugar. 

En todo acto puede haber algo para los demás. El servicio puede ser un modo permanente de vida, una actitud interiorizada. Incluso el más simple de los actos que llevamos adelante puede ir imbuido de ese necesario espíritu, tal como afirma el Maestro también indio, K. Parvathi Kumar. La necesidad mora en un mundo carente de lo mínimo material, pero la necesidad no clama menos en un mundo saturado de lo material. Ahora sé que servir es afirmar el control de tu alma o, lo que es lo mismo, de tu mejor versión en cada momento. Incluso el orgullo es capaz, en un momento dado, de desplegar caricia y aparente ternura. Acorralar en nuestro interior el lamento, cerrarnos a la crítica negativa conscientes de que todos estamos en proceso de evolución, blindarnos a la condena sabedores de que en su momento nosotros también hicimos daño al prójimo; mantenernos ante la vida con los brazos incondicionalmente abiertos, es la forma de servirla, por más que la miseria y la mugre no te rodeen en ese momento.

Cojamos o no el avión, cada vez que se afirma la atención al prójimo, la compasión, el gozo genuino, estamos sirviendo. Compremos o no el billete intercontinental podemos siempre afirmar nuestra faz más amable, irradiar aliento. No ceder al abatimiento por más dura que se quiera manifestar la existencia, constituye también entrega sin tacha. 

No pasamos nuestra prueba de permanencia en ese infierno de a once cercanas horas de avión, pero junto a este ventanal sin uralita, ni chabolas de fondo seguiremos tecleando e intentando conjugar el superior verbo de “servir”, afirmando sin duda alguna esa voluntad cada vez más universal. Había en realidad otras muchas Calcutas sumidas en una desesperación de otro orden. Mientras Dios nos dé fuerza y alargue teclado, sostendremos la esperanza y la luz sobre esta Tierra, allí y aquí, siempre bendita.

¿A QUÉ NOS REFERIMOS CUANDO HABLAMOS DE POLÍTICA? ¿CÓMO HA DE ACTUAR UN CREYENTE DENTRO DE UNA SOCIEDAD CAPITALISTA? (II)


col pino

 

Sinceramente, debo confesar que me pregunto todos los días: ¿es inevitable el conflicto? ¿Cómo ha de actuar un creyente dentro de una sociedad capitalista? ¿Cómo mantenerme “en paz” cuando la economía le ha hecho la guerra al hombre? Cada día estoy más convencido de que hay que entender la historia desde la veta de los perdedores.

El futuro es algo incierto, por eso es posible imaginarlo cargado de calamidades y destrucción. Pero sabemos que no sólo el futuro. También el presente está lleno de muerte, dolor y sufrimiento. La Jerusalén sitiada del Evangelio son todos los lugares del mundo donde la violencia, la guerra o el crimen amenazan la vida humana. El sufrimiento, el dolor y la guerra son, por desgracia, una realidad de este y todo tiempo.

El final de los tiempos no es algo sólo que sucederá al culminar la historia. Para muchos hombres y mujeres el fin de sus tiempos se produce en contextos actuales de violencia, explotación y marginación. Jesús nos invita a afrontar estas situaciones: «Levantaos, alzad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). No podemos asistir a estos acontecimientos con resignada pasividad. Jesús de Nazaret nos invita a comprometernos para que la verdad, la justicia y la paz puedan establecerse.

El Dios cercano de Jesús no quiere ocultar las dificultades de la vida, pero frente al dolor y la miseria del mundo, el Evangelio vivo ₋en los hombres que creen y actúan en consecuencia₋ ofrece la fuerza para afrontar la realidad con confianza no resignada y superar los miedos que nos paralizan en la transformación de siervos a amigos dignos de Dios.

En contra de las tesis de Hayek surge la Teología de la liberación. A partir de 1973, con la crisis del petróleo y las consecuencias que tuvo en la deuda del tercer mundo, las dos instituciones, junto con el GATT, posteriormente Oficina Mundial del Comercio, se convirtieron en el instrumento de dominio de los países ricos sobre los países pobres. En Mont Pélerin se formula lo que se denominará “Teología del neoliberalismo” fundando en Dios la defensa encarnizada de la libertad y, en consecuencia, de la libertad económica. Se establece una especie de sociedad secreta consagrada a la difusión de las ideas neoliberales con el fin de combatir el keynesianismo y establecer los fundamentos teóricos del nuevo modelo económico

El objetivo principal del FMI era que pagaran la deuda los países tercermundistas, por ello sorprende la afirmación de Michel Camdessus en 1994 cuando dijo que ese era el mejor instrumento para el cumplimiento del mandato evangélico de dar prioridad a los pobres. En fin, siempre hay motivos para aprovecharse del evangelio y lucrarse. Hoy, las crisis siguen fabricando más ricos… y más pobres.

Los políticos corruptos y los famosillos sin escrúpulos son sólo una pequeña parte de las injusticias intrínsecas del sistema. La crisis financiera puso al descubierto la asimetría de la globalización. Como dijo en Madrid el premio Nobel de economía, Paul Krugmann, desde 1970 ya no existe el concepto de sociedad igualitaria. Ahora se hace más difícil crear una clase media que hace 30 años. En 1979 el máximo responsable de una empresa cobraba 40 veces el salario de un trabajador. En el año 2000 cobra 1000 veces más… ¿A dónde vamos a parar?

El neoliberalismo ha funcionado como una maquinaria férrea para distribuir la riqueza de abajo arriba. La distancia entre la quinta parte más pobre y la quinta más rica aumenta geométricamente. Paradójicamente, hoy hay más riqueza que antes. Pero existe un problema de mala/injusta distribución de las riquezas: la suma de  lo que tienen las tres personas más ricas del mundo es superior al PIB de los 48 estados más pobres. En España, desde 1999 a 2006 los costes laborales aumentaron un 3,7%, y  los beneficios empresariales crecieron un 73%.

Aunque el capitalismo apareció tras la caída del muro como el único sistema posible (El final de la historia de Francis Fukuyama), ha puesto de manifiesto su incapacidad y fracaso. Al acabar la guerra fría no se acaba el conflicto: no disminuyen, como se esperaba, la inversión en armamentos sino que más bien se  incrementa día a día. La caída del muro y la consecuente caída del Bloque soviético solamente ha  delatado las pretensiones del capitalismo neoliberal salvaje de Occidente simbolizado en  EEUU. Posteriormente llegará Samuel Huntington, quien hablará de El choque de civilizaciones. Continúa el conflicto en la lucha de culturas. Ahora resurge la guerra fría con la guerra de Ucrania. Ojalá, sin que esto justifique nada, fuera tan fácil dividir la historia en buenos y malos… Se hace evidente que estar globalizado no significa que esté uno más o menos humanizado.

La crisis económica mundial señala la agonía del capitalismo, víctima de su propia codicia. Hoy no se tiene tanto mérito siendo antisistema. Incluso Soros, Stiglitz o Krugman han dicho que lo son… El papel de la contra-hegemonía consiste en demostrar la ilegitimidad e irracionalidad de este sistema.

Maastricht-1992 supone la constatación de la derrota de la izquierda y el triunfo de las clases dominantes. Maastricht institucionaliza las políticas neoliberales. Se ha difundido la leyenda de que la crisis se debe al excesivo coste de los gastos sociales. El problema, parafraseando a Rousseau en el discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad de los hombres, es que siempre se encuentra a gente tan simple como para creerles…

Atención a lo que nace en nuestra sociedad europea: el nuevo concepto de tiempo libre. Lo más fuerte es que con la que está cayendo, nace la conciencia de que hay algo peor que ser explotado: el no-ser explotado. ¿Es posible una tercera vía entre liberalismo y el capitalismo de estado? Como se suele decir, lo veremos en el próximo capítulo/artículo.

 

Jesús Lozano Pino

Religión Digital

֍NOTA: este artículo se basa en un capítulo que escribí con Hercritia en 2013 en el libro colectivo Crítica y crisis de Occidente (Ed. Dykinson), cuyo título es “Hay señales, futuros ya presentes, posibles diversos, a pie de calle (¿Qué tienen que decirnos el debolismo kenótico-caritativo de G. Vattimo y la Teología de la liberación acerca de la crisis sistémica?)”.

¿SE PUEDE CELEBRAR DE OTRA FORMA?


col gerardo

 

En la celebración de la Cena del Señor, hay muchos detalles que me chocan. Pero especialmente uno: cuando el presbítero está narrando y repitiendo las palabras de Jesús en la última Cena, el sacerdote dice las palabras de Jesús: “Tomó pan, lo partió y se lo dio a los discípulos diciendo: «Tomad…”. Se dice pero no se hace. No repetimos el gesto de partir y repartir el Pan.

Además, veo una importancia especial en el gesto de romper el pan, ya que estamos viviendo el signo importante: “la fracción y el reparto.” En la última cena, Jesús expresa y entrega su vida partida y repartida a los demás. ¿No sería necesario el hecho de partir y repartir en ese momento el Pan?

Reservamos la fracción del pan hasta la comunión.

La Cena del Señor nos invita a repetir el gesto de entrega, de partirnos y repartirnos entre los demás. Considero que son las palabras claves y que nos llevan a repetir lo que creo que hizo Jesús en la cena; partir el pan y dar un trozo a cada discípulo.

Hasta me atrevo, siguiendo el testimonio de la Cena de Jesús, a que en esos momentos se repartiese el Pan y el vino. Y que seguido se acoplasen las oraciones que ahora rezamos.

Porque además me choca el que una vez comulgado, guardamos un momento de silencio y despedimos la misa. Sería estupendo el poder añadir las oraciones que hacemos en el canon y que diésemos más importancia al comer el Pan.

Y en este sentido, me choca muchísimo el que solamente comemos el Pan y no bebemos el Vino. No entiendo por qué no partimos y repartimos el Pan y el Vino, comulgando todos de esos alimentos que Jesús nos dio como Signo de Entrega.

Siempre he entendido las palabras “Haced esto en memoria mía” como mandato de Jesús a participar entregando como Él nuestra vida, expresada en el Pan y en el Vino.

Y puesto a renovar la celebración de la Cena del Señor, me cuesta entender que sea solo el presidente quien reza las oraciones y que no seamos toda la comunidad, cuando además hay varias oraciones que las reza en plural ¿No sería oportuno y nos implicaría más si esas oraciones las hiciéramos todos?

Ha sido el papa Francisco quien ha dicho que los templos estén abiertos siempre para que pueda entrar quien lo desee. ¿Cómo explicar los templos cerrados y lo de cobrar en las catedrales y en ciertos templos para entrar? ¿No son la casa de la Comida del Señor y de la comunidad?

Y por último a revisar la celebración, un detalle más que me choca. Cuando al final se nos dice “podéis ir en paz” ¿No podríamos volver al antiguo gesto de “Id, empieza la misión”?

Dispuestos a vivir la Celebración en todo el día.

PERDÓN Y POLÍTICA: UN EJEMPLO CONCRETO


col otalora

 

Todavía estamos tocados por la infame campaña electoral en torno al terrorismo de ETA que no ha dejado resquicios para “hablar de las cosas que le interesan a los españoles” (Mariano Rajoy). Entre la barahúnda de mensajes, no menor ha sido el empleado para acusar a EH Bildu de no pedir perdón por los crímenes de ETA. Los sucesores de Rajoy quieren aprovecharse de ello cuando ETA hace años que no existe y la ley no exige el perdón ni es un aval electoral mientras que aquellos entienden el perdón como una claudicación contraria a sus tácticas políticas.

Si la paz es posible aun en las peores circunstancias, no hay razón para que pedir y aceptar el perdón sea un imposible. No es patrimonio único de personas religiosas ni excepcionales, tipo Jesús de Nazaret, como si el perdón y la reconciliación solo cupiesen en el ámbito religioso. Hannah Arendt es un buen ejemplo de esto: ella secularizó en los años cincuenta (s. XX) el concepto de perdón destacando la dimensión política del mismo como instrumento de influencia positiva en la esfera pública. De hecho, son miles, millones las personas capaces de perdonar a diario y mantener la mano tendida a la reconciliación. No son noticia en los periódicos, pero sus gestos humanizan la existencia.

Por tanto, perdonar y aceptar el perdón es algo radicalmente humano. Existen numerosas historias edificantes que insuflan esperanza sin tener como protagonistas a líderes carismáticos. Uno de estos casos es el de María Fida, la hija de Aldo Moro, asesinado por las Brigadas Rojas, un político con gran influencia y primer ministro de Italia en dos ocasiones.

Cuando ella tenía poco más de treinta años, miembros de las Brigadas Rojas (organización marxista-leninista muy parecida a ETA y a la que fue su hijuela, Herri Batasuna), mataron Aldo Moro, dirigente político italiano, después de 55 días de secuestro.

La vida de María Fida cambió de nuevo en 1983 cuando Adriana Faranda se puso en contacto con ella para pedirle perdón, como miembro que era del comando que había asesinado a su padre. Faranda, que también es madre de familia, recuerda que conoció a Maria Fida en el momento más difícil de su vida. "El valor de sus palabras y del gesto de perdonarnos van más allá de toda medida". Cuando Italia descubrió que la hija mayor de Aldo Moro visitaba en la cárcel a quien había asesinado a su padre, muchos la insultaron, "pero también les perdoné", afirma la hija de Moro.

Pasado el tiempo, víctima y victimaria presentaron juntas sendos libros con sus experiencias en la cárcel. María Fida dio un paso al frente porque estaba convencida del valor del perdón para recuperar la convivencia civil. Es cuando decide trabajar como voluntaria en las cárceles donde cumplían condenas terroristas. Y allí organiza un coro de reclusos. Varios de ellos pidieron verle, y ella accedió. Y allí conoce a Faranda y a su compañero Valerio Morucci, del mismo comando. Adriana tomó la iniciativa de pedir perdón a la hija de su víctima y le rogó, junto con su compañero sentimental, Valerio, encarcelado por el mismo delito, que acudiese a visitarles. Aquellos encuentros con las rejas de por medio, dio paso a una amistad que ha ayudado a otros criminales a pedir perdón y a otras víctimas a concederlo.

Más adelante, la Justicia le pidió su opinión a Maria Fida, como hija del asesinado, a la hora de excarcelar algunos miembros de la banda BR, y ella dio un dictamen favorable.

La amistad entre ambas mujeres tuvo que superar desacuerdos, como el de mayo de 2006, cuando la ex brigadista pidió igualdad de oportunidades para los terroristas y los familiares de las víctimas. La hija del primer ministro asesinado le respondió en carta abierta: “Tú tienes el derecho a tener una vida normal, pero también a nosotros nos gustaría disfrutarla. Tú has cumplido una pena de 16 años y yo llevo cumplida una de 28 años. Tú has salido de la cárcel y has terminado. Nosotros seguimos en la cárcel del dolor de la pérdida”. Cuando Faranda leyó esta respuesta, volvió a pedirle perdón.

Pero no toda la familia Moro vivió la tragedia de la misma manera, produciéndose desencuentros entre los hijos de Aldo Moro... No podemos olvidar que la reconciliación y el perdón son conceptos concretos, que exigen un esfuerzo individual para que den resultados reales. El perdón no perdona solo el hecho dañino, perdona al ser, transforma a la persona. La historia de Maria Fida pudo haber sido otra historia anónima pero ha servido de ejemplo para millones de personas. La pena es que ha quedado un poco en el olvido. 

La actitud de perdón mutuo que experimentó María Fida y Adriana Faranda, llevó a esta última a vender lo que le quedaba de la herencia de sus padres, y lo repartió discretamente entre familiares de damnificados por actos terroristas. Lo hizo sin ruido, a través de un sacerdote, para no forzar a sus víctimas a aceptar su perdón.

No se puede ofrecer un perdón verdadero si se rechaza o se hace caso omiso de la rabia y el resentimiento, que son emociones muy dañinas que desgastan nuestra energía hasta enfermarnos si les damos demasiado carrete. De hecho, la palabra resentimiento viene de re-sentir, es decir, volver a sentir intensa e insanamente una y otra vez. Esto no sólo tiene un efecto lamentable en nuestro bienestar emocional, sino que despliega un poder negativo capaz de repercutir en el bienestar físico. Si te aferras a la ira y el deseo de venganza, con el tiempo te destruye.

Memoria y perdón no son ni olvido ni echarse las culpas. Se trata de aceptar el pasado, convivir en el presente y prepararse para que no vuelvan a ocurrir ciertas cosas desde la responsabilidad asumida y la restauración del daño con una actitud regenerada ¿Existe mejor reinserción que ésta? Quizá sea el momento de preguntarnos por qué existe la aversión a ligar la justicia penal con la actitud de perdón y reconciliación, aunque sea de forma experimental; aunque sea en la política, una vez que se ha utilizado a las víctimas de manera vergonzosa. La justicia necesita mirar al futuro y utilizar la con-pasión para recuperar la convivencia perdida; sin deshumanizarse ni convertirse en una forma solapada de venganza acorde con las estructuras injustas que todo lo atenazan.

Nos cuesta pedir perdón y aceptar el que nos viene del ofensor. Pero todos podemos hacerlo. Son muchas las víctimas y victimarios que han dado el paso para la reconciliación sin recibir el aplauso que se merecen como modelo de conducta a seguir por toda la sociedad. Un ejemplo ha sido la Vía Nanclares con víctimas y victimarios de ETA.

El perdón más sanador lo reivindica el Evangelio como algo que no puede prostituirse por tácticas políticas manteniendo el odio hasta el infinito. Y personas como María Fida Moro son un poderoso ejemplo para nosotros en el día a día gracias a su "locura" de perdón y voluntad de reconciliación. Por algo será que es difícil ofender de nuevo a quien perdona siempre…

¿POR QUÉ SOMOS MONJAS CONTEMPLATIVAS?


col noya

 

Esta tarde me he sentado a escribir sobre la esperanza. Creía que sería más fácil, porque ¿acaso no es la esperanza mi hábitat, la tierra cálida de donde mana mi contemplación? Debería ser natural para una monja contemplativa hablar de la esperanza, pero yo quería o creía que debía decir tantas cosas que se me han pasado las horas en una especie de estupor, incrédula ante mi propia torpeza. Todos los comienzos grandes y profundos que se me ocurrían iban estallando como pompas de jabón a medida que se formaban en mi mente.

Ah, pequeña y dulce esperanza, qué tonta he sido. Tantos años sosteniéndome, y aún no he aprendido a reconocerte. ¡A veces eres tan diminuta, tan transparente! «Escribe sobre la esperanza» me han dicho, y sin darme cuenta he ido a buscarte a mi cabeza, a los libros, a la doctrina. Y sí, allí estabas, pero tan envuelta en conceptos que casi no te reconozco, y he tenido que recorrer un arduo camino para llegar más dentro y encontrarte al fin, risueña y amable, sofocando tu risa de niña.

Así, ¿qué decir de la esperanza? Ella no alumbra como la fe, no arde como la caridad; pero brilla inextinguible en los límites, citándonos en los ángulos muertos de nuestra existencia, retándonos a encontrarla debajo de nuestros deseos, a desenterrarla de los escombros de nuestros proyectos.

La que se queda cuando todos se han ido

La esperanza es la que se queda cuando todos se han ido: por eso habita en nuestros monasterios, porque, como nosotras, no se deja arrastrar por la corriente. Como nuestra propia vida, la esperanza es a veces anacrónica, incomprensible, irracional. También como nuestra propia vida, a menudo pasa desapercibida. La humilde esperanza se amolda y enraíza en nuestros ritmos, pequeña y adaptable, acomodándose en los pliegues de nuestra cotidianeidad, alimentándose de cada pequeño ges- to, de cada pequeña oración, de cada diminuto o invisible acto de amor.

Somos monjas contemplativas porque tenemos esperanza. Una esperanza objetiva, arraigada en la propia experiencia, que se nutre de la memoria de la salvación. Una esperanza terca e inquebrantable, adherida como la hiedra a cada minúscula grieta, a cada aspereza, a cada pequeño o gran vacío de nuestra existencia. Una esperanza viva que es capaz de elevarse del suelo buscando la luz, capaz de sostenerse sobre sus minúsculas y numerosas raíces aéreas, capaz de crecer casi en cualquier sitio y en cualquier circunstancia.

Somos contemplativas porque tenemos esperanza, sí, y tenemos esperanza porque la propia contemplación nos da motivos para ello. La oración es el lugar primero donde aprendemos la esperanza, en la búsqueda incansable del Dios vivo. En la oración nuestras raíces escarban en el misterio mismo de Dios y se nutren de la contemplación de Cristo adhiriéndose a él, parasitarias de su encarnación. La oración alimenta el deseo y ensancha el corazón, porque la esperanza requiere corazones ensanchados. Oh, sí, ella es pequeña, apenas una niña en la dulce descripción de Charles Péguy. Pero necesita hacerse sitio, abrirse paso en nuestra estrechura para crear en nosotras un hogar amplio y confortable donde pueda refugiarse la humanidad entera.

Nunca camina sola

¿No lo había dicho todavía? La esperanza nunca camina sola, ella se hace un lugar en el interior de unos pocos para abrazar desde allí a todos. La esperanza anida en pequeños corazones que laten en pequeñas comunidades, para desde allí extenderse y adherirse a cada soledad, a cada canto rodado y a cada verso suelto, haciéndolos brillar uno por uno tan suyos, tan distintos, y ensamblándolos entre sí y consigo con amorosa ferocidad. La pequeña esperanza transforma por la fuerza de la gracia a los individuos en personas y a estas en pueblo de Dios, trasunto de la Jerusalén celeste, resplandeciente en su unidad.

¿Se entiende ahora por qué la esperanza es tan nuestra, tan amiga y compañera de nuestra contemplación? Ay, temo que no se entienda, ¡lo hemos explicado siempre tan mal! Por eso aún queda mucha gente que cree que quienes habitamos los monasterios lo hacemos por huir del mundo en el peor de los sentidos, a saber: eludiendo nuestra responsabilidad con la humanidad, dejando fuera —qué ilusas— el dolor y la oscuridad que forman parte de ella, y lo peor de todo, dando la espalda a la búsqueda permanente de sentido de nuestros semejantes, en aras de una salvación burbuja que solo nos beneficia a nosotras. ¡Qué terrible error! Porque nuestra esperanza es siempre y esencialmente esperanza para otros, y solo así será realmente esperanza también para nosotras.

Y sin embargo, ¿es posible que algunas de nosotras viniéramos por eso al monasterio? ¿A refugiarnos tras las rejas, a perdernos por los claustros, a escondernos bajo nuestros hábitos? ¿Incluso —Dios no lo permita— a diluirnos y desdibujarnos en la suave cadencia de la oración litúrgica?

Vale, seamos sinceras, es muy posible que más de una viniera a la vida contemplativa buscando a Dios, pero también huyendo del peso de la propia vida. Si fue así, para ahora ya hemos averiguado que no se puede. La vida en el monasterio es un desierto hermoso y terrible donde no hay lugar para esconderse, porque ni en el más oscuro rincón del coro podremos evitar que la gracia nos alcance. Y la gracia, lo sabemos, es tan impredecible como desestabilizadora: ¡ah, cómo nos descoloca el amor, cómo nos interpela la fe! Pero es la esperanza la que primero nos encuentra, ¡es tan pequeña, tan sabia! No puede dejarnos en paz, no sabe hacerlo; ella recorre la tierra día y noche como un halcón, avistando hasta la última y más pequeña de las esperanzas que siguen brotando en los corazones de los hombres y mujeres. Ella las cosecha todas y nos las trae, palpitantes aún, para que las guardemos en el corazón de Dios, pues ¿cómo, si no, tan frágiles, podrían subsistir?

Esa esperanza que acogemos y alimentamos, que es más vuestra que nuestra y que «alcanza cuanto espera», ilumina el futuro, trayéndolo al presente. El contenido de nuestra esperanza es la buena noticia de Jesucristo, que no es solo un mensaje informativo, sino que comporta hechos y transforma la vida. Quien tiene esperanza vive una vida nueva, y la irradia incluso sin proponérselo. «¿Quién nos separará del amor de Dios?», nos interpela Pablo en la carta a los Romanos. Y la fe en este amor se materializa siempre en una esperanza concreta: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rom 8,38-39).

"Unas flipadas"

«Unas flipadas, eso es lo que sois. Deberíais preocuparos un poco más y prestar atención a las señales que hablan de disminución, crisis, envejecimiento, desaparición». ¿Flipadas? Claro que sí, del todo. Somos las descendientes de Habacuc, que exultan en el Señor mientras los campos dejan de dar cosechas y se acaban las ovejas en el redil. Somos las hermanas pequeñas de las vírgenes prudentes, que esperan tener suficiente fe y amor para mantener encendidas las lámparas de todas y que nadie quede fuera del banquete. Somos las hijas y herederas de María Magdalena, Clara, Hildegarda, Teresa, Beatriz, Juliana, Catalina y tantas otras locas inmensas, empeñadas en vivir creyendo que todo acabará bien y finalmente todo, absolutamente todo, acabará bien. Así que ¿para qué gastar tiempo y energías en mirarnos a nosotras mismas, pudiendo mirar a Dios?, y ¿cómo podremos mirar a Dios si no es a través de nuestros hermanos y hermanas, particularmente de los que más sufren? «Estase ardiendo el mundo», diría santa Teresa. No es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia, es tiempo de aventurar la vida, de jugárnoslo todo a la esperanza.

«El secreto del desierto es que esconde un pozo», decía el Principito. La vida contemplativa está llamada a generar esperanza para el mundo no porque posea la exclusiva de dicha fuente, sino porque la conoce y bebe de ella. Por eso puede, y debe, mostrar el camino al mundo. «Oíd, sedientos todos, acudid por agua; venid, también los que no tenéis dinero» (Is 55,1). La vida contemplativa está llamada a ser la memoria en el mundo de que hay agua para todos los sedientos, aceite para todas las lámparas, esperanza para todos.

 

Hermana Patricia Noya. Carmelita descalza Monasterio de la Sagrada Familia (Hondarribia, Gipuzkoa)

Religión Digital / CEE

SUBVERTIR LOS VALORES

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Escuchando el relato de Juan sobre la Última cena de Jesús con sus discípulos y discípulas sorprende el símbolo que realiza para transmitir el legado teológico y existencial que supone ese día y esa cena para Jesús.

En medio de la cena Jesús se levanta de la mesa y sorprende a sus compañeros y compañeras de mesa con un gesto que nadie esperaría que Jesús hiciese. Se arrodilla para lavarles los pies. En aquella época lavar los pies era un gesto de acogida para un invitado o huésped. Era un acto que, aunque honraba a quien lo recibía, era humillante para quien lo realizaba, por eso, lo hacían los esclavos o sirvientes y a veces también las mujeres (1 Sam 25,41).

Los amó hasta el extremo

Jesús ocupa el lugar del que sirve (Lc 22,27) pero no para demostrar su humildad sino su amor. Él no quiere que nadie se humille para demostrar su valía espiritual, y menos que alguien se sienta inferior a los demás porque realiza un oficio invisible o no valorado.  Jesús lava los pies a sus compañeros y compañeras porque quien ama de verdad sabe que nadie es más que nadie, que todos y todas somos dignos/as de ser acogidos/as y cuidados/as y todos/as hemos de acoger y cuidar especialmente a quien vive arrodillado/a e invisibilizado/a por quienes se consideran superiores o mejores.

Jesús arrodillándose ante sus compañeros/as de camino les recuerda que Dios no ve la vida desde arriba sino desde abajo, por eso, quien cree en él ha de mirar como mira él. Al mirar así descubrimos los detalles, los pequeños gestos y desde ese lugar descubrimos que es más fácil entender y perdonar como lo hizo Jesús con Judas. Desde abajo podemos sentirnos a la misma altura y acercarnos unas/os a otras/os, escucharnos, valorarnos.

Por todo eso, lavarse los pies unas/os a otras/os es señal de amor y no de humildad, aunque se necesite para perdonar, reparar y liberar. Jesús lo sabía desde el corazón, por eso, amó hasta el extremo en esos momentos oscuros que tenía que atravesar.

Si yo, os he lavado los pies, también vosotr@s debéis lavaros los pies uno@s a otr@s

Jesús, al lavar los pies a aquellos hombres y mujeres que lo acompañaron desde Galilea a Jerusalén, que escucharon sus enseñanzas, acogieron sus gestos y se entusiasmaron por el Reino, les está también recordando todo lo vivido juntos y, sobre todo las consecuencias del proyecto que Dios había puesto en sus manos: “No he venido a ser servido sino a servir…Es el amor y no el poder lo que importa…

Arrodillado frente a cada uno de sus amigos y amigas Jesús sabe que es tiempo de decisiones, de entrega y también de fracaso, pero su Abba lo acompaña y confía en que al atravesar aquel trance todo adquirirá sentido. Por eso en aquella última cena, aunque no lo comprendieran, quiere dedicar tiempo al gesto sencillo y, a la vez, cargado de densidad de lavar los pies acogiendo a cada uno/a de sus discípulos y discípulas desde abajo y desde dentro. Solo así, podía expresarles su amor sin fisuras y convocarlos/as a comenzar de nuevo el camino cuando llegase el momento.

Aquel lugar, aquella hora y aquel gesto siguen formando parte de nuestra memoria, pero no han de quedarse en un recuerdo apacible o en la tradición de una liturgia. El mandato de Jesús de lavarnos los pies unas/os a otras/os es una llamada a la trasgresión profética, es decir, a subvertir los valores que no construyen sororidad ni fraternidad, a romper los esquemas jerárquicos de poder a los que tantas veces nos acomodamos, a denunciar los abusos en las relaciones y anunciar que Dios siempre está abajo acogiéndonos descalzos/as y vulnerables, confiando en nuestra bondad a pesar del barro, amándonos hasta el extremo.

EUCARISTÍA Y ENCARNACIÓN Jn 6, 51-58

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Este evangelio forma parte del discurso eucarístico desarrollado por Juan y en el que expone de forma singular la relación entre eucaristía y encarnación. La espiritualidad cristiana no es una espiritualidad idealizante ni abstracta, sino que remite siempre a la vida y al compromiso histórico, sostenido e impulsado por el espíritu de Jesús en nosotros y nosotras.

Creer en la eucaristía como cuerpo de Cristo nos remite siempre a otros cuerpos vulnerables y vulnerados. Nos compromete con el reconocimiento de su dignidad, con su cuidado y solidaridad. Con ellos y sus causas. Por eso la eucaristía no es un acto fervoroso devocional, sino la identificación con Jesús y su proyecto, y la disposición a asumir las consecuencias que conlleva de forma agradecida y gratuita. La Eucaristía nos cristifica, nos hace uno o una con Él. Lo cual tiene profundas consecuencias en nuestra vida, en nuestra forma de estar en el mudo, interior y exteriormente.

Al comulgar el cuerpo de Cristo comulgamos también con su espíritu, con sus deseos más profundos: su deseo de una humanidad y una creación reconciliada donde ningún cuerpo sea maldito o excluido del derecho a la plenitud y la alegría. Por eso la a eucaristía es también pan de vida, porque es sustento y nutriente, fortaleza y energía que nos capacita para vivir el dinamismo al que nos envía: hacer de la vida un banquete, sin primeras ni últimas.

El evangelio de este domingo nos recuerda que la Eucaristía no puede ser nunca una evasión, sino compromiso y envío agradecido. De ahí que contemplarlo y proclamarlo se convierta para nosotras y nosotros hoy en una Buena Noticia exigente, no alienadora ni cómoda, sino con una profunda capacidad de desinstalación. Así les sucedió también a los primeros seguidores de Jesús, por eso la reacción desconcertante de los discípulos a la que se refiere el texto (v 52). Pero este Evangelio nos ayuda también a no caer en el pelagianismo ni la autoexigencia deshumanizante. Nos recuerda que el seguimiento de Jesús no es una cuestión de sólo empeño o voluntad, sino de Gracia, de abrirnos con confianza y abandonarnos a su Espíritu, porque Él es el pan de vida, Él es quien se nos ofrece como vida en plenitud y sustento, capacitándonos para ir más allá de nuestras propias fuerzas desde nuestra vulnerabilidad asumida y compartida.

 

CORPUS (A) Jn 6,51-59


José Antonio Pagola

Empobreceríamos gravemente el contenido de la eucaristía si olvidáramos que en ella hemos de encontrar los creyentes el alimento que ha de nutrir nuestra existencia. Es cierto que la eucaristía es una comida compartida por hermanos que se sienten unidos en una misma fe. Pero, aun siendo muy importante esta comunión fraterna, es todavía insuficiente si olvidamos la unión con Cristo, que se nos da como alimento.

Algo semejante hemos de decir de la presencia de Cristo en la eucaristía. Se ha subrayado, y con razón, esta presencia sacramental de Cristo en el pan y el vino, pero Cristo no está ahí por estar; está presente ofreciéndose como alimento que sostiene nuestras vidas.

Si queremos redescubrir el hondo significado de la eucaristía, hemos de recuperar el simbolismo básico del pan y el vino. Para subsistir, el hombre necesita comer y beber. Y este simple hecho, a veces tan olvidado en las sociedades satisfechas del bienestar, revela que el ser humano no se fundamenta a sí mismo, sino que vive recibiendo misteriosamente la vida.

La sociedad contemporánea está perdiendo capacidad para descubrir el significado de los gestos básicos del ser humano. Sin embargo, son estos gestos sencillos y originarios los que nos devuelven a nuestra verdadera condición de criaturas, que reciben la vida como regalo de Dios.

Concretamente, el pan es el símbolo elocuente que condensa en sí mismo todo lo que significa para la persona la comida y el alimento. Por eso el pan ha sido venerado en muchas culturas de manera casi sagrada. Todavía recordará más de uno cómo nuestras madres nos lo hacían besar cuando, por descuido, caía al suelo algún trozo.

Pero, desde que nos llega de la tierra hasta la mesa, el pan necesita ser trabajado por quienes siembran, abonan el terreno, siegan y recogen las espigas, muelen el trigo, cuecen la harina. El vino supone un proceso todavía más complejo en su elaboración.

Por eso, cuando se presenta el pan y el vino sobre el altar, se dice que son «fruto de la tierra y del trabajo del hombre». Por una parte son «fruto de la tierra» y nos recuerdan que el mundo y nosotros mismos somos un don que ha surgido de las manos del Creador. Por otra son «fruto del trabajo», y significan lo que los hombres hacemos y construimos con nuestro esfuerzo solidario.

Ese pan y ese vino se convertirán para los creyentes en «pan de vida» y «cáliz de salvación». Ahí encontramos los cristianos esa «verdadera comida» y «verdadera bebida» que nos dice Jesús. Una comida y una bebida que alimentan nuestra vida sobre la tierra, nos invitan a trabajarla y mejorarla, y nos sostienen mientras caminamos hacia la vida eterna.

 


LA EUCARISTÍA ES EL SIGNO DEL VERDADERO AMOR QUE SE MANIFIESTA EN LA ENTREGA CORPUS (A) Jn 6,51-59

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 La eucaristía es una realidad muy compleja que forma parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más difícil de comprender y de explicar. Podíamos considerarla como acción de gracias (eucaristía), sacrificio, presencia, recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad. Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos en una homilía. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su riqueza. Vamos a intentar superar muchas visiones raquíticas o erróneas.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como anillo al dedo lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material. Cuando se piensa que se produce un milagro, estamos hablando de magia.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión debe estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa solo con la intención de comulgar es sencillamente una trampa alejada de lo que significa el sacramento, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos y Juan en el discurso del pan de vida. Juan hace referencia al alimento, pero alimentarse es creer en él, identificarse con él.

3º.- “Cuerpo” no significa cuerpo, “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Jesús. En la antropología judía, el hombre es una unidad indivisible, pero descubría en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo era el ser humano en cuanto sujeto de relaciones. Al decir: esto es mi cuerpo, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona. Para los judíos la sangre no era solo símbolo de la vida. Era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo: esto es mi vida al servicio de todos, es decir, una vida totalmente entregada a los demás.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El clericalismo que otorga a los sacerdotes un poder divino para hacer un milagro, no tiene ningún apoyo en la Escritura. La eucaristía la celebran todos los cristianos (sacerdocio de los fieles).

5º.- La comunión no es un premio para los buenos. Esta frase la dijo el Papa Francisco en una ocasión y me impresionó por su profundidad. No son los que “que están en gracia” los que pueden acercarse a comulgar. Somos los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando necesito el signo del amor es cuando me siento separado de Dios. Es absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesito.

6º.- La realidad significada no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don. El don total de sí mismo, que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el significado que yo tengo que descubrir. La eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades.  Podemos oír misa sin que nos obligue a nada, pero no podemos celebrar la eucaristía sin comprometernos con los demás. No se puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que me he quedado en el rito.

7º.-Haced esto, no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced también vosotros esto. Entregad la propia vida a los demás como he hecho yo.

8ª.- Los signos no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristía “la fracción del pan”. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desapare­cer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromi­so es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Es más tajante aún el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Nuestra vida solo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás como la mía.

Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructu­ras que están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos ni son milagros ni son magia. Se produce un sacramento cuando el signo (algo que entra por los sentidos) nos conecta con una realidad trascendente que no podemos ver ni oír ni tocar. Esa realidad significada es lo que nos debe interesar. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su "ego", a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del "ego" que es precisamente lo contrario. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente. Estamos hablando del sacramento del amor, de la unidad, de la Presencia. Si la celebración no nos lleva a esa unidad, significa que es falsa. Conformarnos con asistir a Misa sin celebrar la eucaristía es un engaño total.

Hoy me siento incapaz de comunicaros la enorme cantidad de cosas que me gustaría trasmitiros. Me gustaría poder hablar horas y horas con cada uno de vosotros para sacaros de todos los disparates que se han dicho sobre este sacramento. Muchas veces os he dicho que de las realidades trascendentes no se puede hablar con propiedad. Pero es que un lenguaje exagerado y excesivo tampoco, en vez de aproximarnos a la verdad, nos aleja de ella. Es lo que ha pasado con este sacramento admirable.

Hemos oído cientos de veces que la eucaristía fue instituida por Cristo en la última cena. Jesús no instituyó nada. Ni siquiera podemos tener seguridad de lo que realmente hizo y menos aún del sentido que pudo dar él a los gestos que realizó.

La eucaristía fue el resultado de un proceso que pudo durar muchos años. En el que influyeron multitud de realidades. Para mí la influencia fundamental debemos buscarla en la cena pascual y en las comidas realizadas por Jesús durante su vida.

Los exégetas nos cuentan que seguramente comenzó por ser una comida fraterna en la que se daba gracias a Dios por los dones recibidos. La clave era el compartir y descubrir en esa actitud la presencia de Jesús vivo en la comunidad. Tanto el que compartía lo que tenía, como el que podía comer gracias a la generosidad de los demás, sentía esa presencia que les mantenía unidos. Al crecer las comunidades fue inviable esa comida compartida y se transformó en el rito que prevaleció hasta nuestros días.

Hoy todos estamos de acuerdo en que, para renovar el sacramento de la eucaristía, es preciso tener en cuenta la tradición. Pero mientras unos se paran en el concilio de Trento, otros queremos llegar hasta los orígenes y descubrir allí el sentido de sacramento.

La primera es una mala opción porque Trento no elaboró una doctrina sobre este sacramento. Se limitó a responder a las dos cuestiones puestas en entredicho por la reforma protestante: la presencia real y el sacrificio. La reacción del concilio fue violenta y con demasiado resentimiento para que pudiera ser ecuánime. En Trento dio comienzo la contrarreforma, que fue más nefasta para la Iglesia que la misma reforma. Sus exageraciones han marcado la doctrina durante los siglos posteriores y aún no nos hemos librado de su influencia.

Con relación a la presencia, se mezcló la metafísica con la realidad física y nos metió por un callejón del que no hemos salido todavía. Los conceptos de sustancia y accidente son metafísicos y no tienen nada que ver con la realidad física.

Con relación al sacramento como sacrificio, también se exageró el lenguaje, llegando a conclusiones descabelladas.

Me pregunto, ¿cómo dos aspectos que no se tuvieron en cuenta para nada durante los cinco primeros siglos, pueden ser lo esencial del sacramento?

Las exageraciones del concilio han marcado la pauta de toda la doctrina del sacramento durante los últimos cinco siglos. Aun hoy para la inmensa mayoría de los fieles el sacramento consiste en el sacrificio de Cristo y en la presencia real.

La eucaristía no es una realidad estática sino dinámica. Es algo que hacemos, que desplegamos, dentro de la comunidad. Del mismo modo la presencia real estática distorsiona la dinámica del sacramento y lo convierte en cosa. Aun cuando se comulgue fuera de la misa, no tiene sentido si no se hace referencia a lo que se celebró en la eucaristía, de la que procede el pan consagrado que comemos.

EL MANÁ Y EL PAN DE VIDA Fiesta del Corpus Christi. Ciclo A

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Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.

Sin embargo, las lecturas del ciclo A conceden más importancia al tema de la vida, con el que es fácil sintonizar en un mundo de guerras y atentados como el que vivimos. El evangelio de hoy comienza y termina con las mismas palabras: «el que coma de este pan vivirá para siempre». Y en medio: «el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día».

Sobrevivir y vivir eternamente

El 1 de junio de 2009, el vuelo 447 de Air France entre Rio de Janeiro y París desapareció en mitad de la noche con 216 pasajeros y 12 tripulantes. Se salvó un matrimonio, no recuerdo si porque llegó tarde al embarque o por un cambio de última hora. Pero ese matrimonio se hizo famoso porque murió en un accidente de automóvil pocos días después. La supervivencia a un accidente, a un ataque terrorista, a una calamidad, no garantiza vivir eternamente.

Mucha gente acepta la muerte con resignación o fatalismo. Otros se rebelan contra ella, como Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, no me da la gana de morirme». El cuarto evangelio también se rebela contra la muerte. Comienza afirmando que en la Palabra de Dios «había vida». Y ha venido al mundo para que nosotros participemos de esa vida eterna.

Para expresar el contraste entre “supervivencia” y “vida eterna” las lecturas de hoy contrastan el maná con el alimento que nos ofrece Jesús. El Deuteronomio (1ª lectura) habla del maná como de un alimento sorprendente, novedoso, «que no conocías tú ni conocieron tus padres». Pero no se detiene, como hace el libro del Éxodo, en sus cualidades sorprendentes y su carácter milagroso. Es un alimento de pura supervivencia, que no garantiza la inmortalidad. En el evangelio, las palabras de Jesús subrayan este aspecto: el pan que comieron vuestros padres no los libró de la muerte. En cambio, el alimento que da Jesús, su cuerpo y su sangre, sí garantiza la vida eterna: «yo lo resucitaré en el último día». Estas palabras, tomadas del largo discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, anticipan la resurrección de Lázaro y el destino de todos nosotros.

Inmortalidad y vida eterna

Sin embargo, el alimento que ofrece Jesús no se limita a garantizar la inmortalidad. Tiene también valor para el presente. «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Este es el sentido que tiene a veces el término «vida eterna» en el cuarto evangelio. No es vida de ultratumba, sino vida aquí y ahora, en una dimensión distinta, gracias al contacto íntimo, misterioso, con Jesús.

Unión con Jesús y unión con los hermanos

La idea de que, al comulgar, Jesús habita en nosotros y nosotros en él, corre el peligro de interpretarse de forma muy individualista. La lectura de Pablo a los corintios ayuda a evitar ese error. La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo no es algo que nos aísla. Al contrario, es precisamente lo que nos une, «porque comemos todos del mismo pan».

 

EL SÍMBOLO DEL PAN Fiesta de «Corpus Christi» 11 de junio Jn 6, 51-58

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Con el símbolo del pan, aplicado a Jesús en el cuarto evangelio, vuelve a producirse otra objetivación, como la que señalaba en el comentario de la semana anterior, a propósito de la Trinidad. Y parece que esa objetivación fue muy temprana. Si en un primer momento, el evangelio habla de que Jesús es la “palabra de vida” que alimenta al creyente, otro redactor posterior, llevado al parecer por el afán de recuperar el sentido de la eucaristía, cambia el acento para presentar al propio Jesús como alimento.

Sabemos que tal objetivación tuvo un recorrido muy exitoso a lo largo de la historia de la iglesia, alcanzando en el concepto de “transubstanciación” y en todo lo relacionado con la “adoración eucarística” el culmen más elevado.

Una y otra vez se ponen de manifiesto dos grandes dificultades que experimentamos los humanos para manejarnos con los símbolos religiosos: una es la tendencia a objetivarlos de manera constante y, con frecuencia, exagerada; la otra es la propensión a buscar la “salvación”, tal como hacen los niños, “fuera” de nosotros.

Me parece legítimo y adecuado que alguien diga que Jesús alimenta su vida y lo sostiene en su recorrido. Eso mismo podemos decir de muchas personas, del pasado y del presente, sabios famosos o compañeros que caminan a nuestro lado o conviven con nosotros. Todos podemos ser “alimento” vivo y nutritivo para otras personas. Todos podemos ayudar a vivir y agradecemos ser ayudados.

Sin embargo, y sin negar la necesidad y el regalo de tales ayudas cotidianas, el “alimento” real que nos sostiene, nos ilumina, nos fortalece y nos sacia no se halla “fuera” (¿dónde?), sino que es aquello mismo que somos en profundidad. Y nos nutrimos de él gracias a la comprensión de lo que realmente somos.

Y esto no tiene nada que ver con el orgullo, como no se cansan de repetir teólogos y personas religiosas. Porque aquello que nos salva no es el yo -ni nace del yo-, sino el Fondo, la Profundidad, el Misterio que nos constituye y constituye todo lo real. Al entrar en contacto con él, no nos encerramos de manera narcisista en el ego, sino que somos radicalmente des(ego)centrados. El Fondo nos alimenta y nos expande, nos libera de tendencias egoicas y nos abre a los demás.

El “pan” que nos alimenta -y Jesús nos lo recuerda admirablemente con su propia existencia- nos libera, como escribe de manera tan ajustada como bella Javier Melloni, de “toda reducción al yo y a lo mío [que] es algo tóxico, confuso y agresivo. [Porque lo cierto es que] cuanto más vacíos, más plenos; cuanto más profundos, más entregados”.

¿Dónde busco el alimento esencial?