FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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domingo, 27 de abril de 2014

Vengan los ‘adoradores’ de Rouco, condecorado por la Comunidad de Madrid Enric Sopena El Plural

El Plural


¡”Cantemos al Amor de los Amores, cantemos al Señor. Dios está aquí; vengan adoradores; adoremos a Cristo Redentor!” ¿Y por qué no cantar gozosos -nosotros también- en honor del representarse máximo de Dios en la región de Madrid, el arzobispo y cardenal Antonio María Rouco Varela?
Una idea mágica
Fue probablemente una idea mágica, que se le ocurrió a Esperanza Aguirre en calidad de presidenta del PP y ex presidenta de la Comunidad. Reparto de condecoraciones en la festividad del 2 de mayo. Medalla de Oro del Gobierno madrileño. “¿Te parece, Esperanza, que al cardenal le gustará este regalo?” SEGUIR LEYENDO

Advierten sobre las resistencias a Francisco

lanacion


El cardenal Rodríguez Maradiaga dijo que hay una “sorda oposición”
ROMA (De nuestra corresponsal).- “¿Qué pretende este argentinito?” y “Hemos cometido un error”.
Son frases salidas de boca de algunos altos prelados del Vaticano y reveladas por el influyente cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, hombre cercano al Papa, en un discurso del 8 de abril en Florida ante un grupo de sacerdotes de la Orden de los Hermanos Menores, según informó la revista católica norteamericana National Catholic Reporter. ··· Ver noticia ···

El misterio Juan XXIII José M. Castillo, teólogo



En junio de 1963, pocos días después de la muerte de Juan XXIII, el cronista que entonces tenía en Roma la prestigiosa revista “Études”, de los jesuitas de Francia, el P. Robert Rouquette, escribió un artículo memorable sobre “el misterio Rocalli”. Como hoy – a mi modesto entender – se podría escribir algo semejante sobre “el misterio Bergoglio”. Es evidente, creo yo, el punto de convergencia que se advierte en estos dos hombres enteramente singulares: Juan XXIII, en los años 60 del siglo XX, y Francisco, en la segunda década del siglo XXI.
Refiriéndose a Juan XXIII, Rouquette decía en el artículo que acabo de mencionar: “Me sorprendería si un día me entero de que a Pío XII lo han canonizado, pero no me sorprenderé si Juan XXIII sube a los altares”. El tiempo, al menos de momento, le ha dado la razón al cronista de los jesuitas franceses en el Concilio. Y es que Juan XXIII, como ahora el papa Francisco, entrañó siempre algo (quizá mucho) de misterio. El misterio de una profunda humanidad que toca fibras muy hondas en nuestras vidas. En las vidas (me parece) de todos los seres humanos.
Algunas referencias bastarán para indicar lo que quiero decir. El 6 de marzo de 1939, después de enterrar a su madre le escribía Roncalli a un amigo: “Mi pobre madre me había dicho que no quería morir en mi casa de la nunciatura, una casa burguesa y confortable. Ella quería morir en su casa pobre y campesina, entre los suyos, como una sencilla mujer de pueblo”. Para Roncalli, en efecto, tal como lo dejó escrito en su testamento, la pobreza de su familia era el gran don que Dios le había hecho en su vida. Le tenía horror al “espíritu de carrera”. Exactamente lo mismo que, para él, “los ambiciosos son las criaturas más ridículas y más pobres de este mundo”. Seguramente no son muchos los que saben que en Roma siempre se le tuvo por “el campesino de la diplomacia vaticana”. Por eso fue destinado como nuncio a Constantinopla, considerada como el último puesto de la diplomacia pontificia. Y si un buen día, en 1944, se le destinó a la siempre prestigiosa nunciatura de Paris, todo se debió a los problemas que a Charles de Gaulle le causó el nuncio Valerio Valeri. A lo que Pío XII respondió, como represalia, humillando a los franceses al mandarles, para la nunciatura, al “campesino de la diplomacia” vaticana, que era, ni más ni menos, que el nuncio Roncalli.
Este fue el hombre que, “por un impulso inesperado”, convocó el Concilio Vaticano II, cuando nadie pensaba en semejante cosa. El hombre que, gracias a su bonhomía, su simplicidad y su humildad transparente, humanizó el papado. Y el hombre que no tuvo pelos en la lengua para decirle, en pleno Concilio, a un observador anglicano: “Han sido los teólogos los que nos han metido en todas estas dificultades; ahora, es a los cristianos ordinarios, como Vd y yo, a los que nos toca salir de todo esto”.
Juan XXIII estuvo en Granada. Cuando era arzobispo de Venecia, vino un verano a conocer nuestra ciudad. Se hospedó en el entonces Hotel Inglaterra, en la calle Cetti Merien, entre la Gran Vía y la calle Elvira. Por la mañana temprano salió del hotel. Y a una mujer que encontró en la calle le preguntó dónde había una iglesia. Quería decir misa. La mujer le dijo que allí cerca estaba la iglesia de los Hospitalicos. Pero añadió la señora: “Mire, Vd parece un cura importante; le llevaré a San Juan de Dios, nuestro patrón”. Y en San Juan de Dios celebró la Eucaristía el hombre de Dios que revolucionó la Iglesia de entonces.
¿Es un misterio este santo hombre? ¿Lo es el actual obispo de Roma, el papa Francisco? Un “misterio” es una cosa difícil de explicar; y que no tiene explicación, a diferencia del “enigma”, que siempre la tiene. Ni Juan XXIII, ni Francisco, han tomado decisiones como para cambiar la Iglesia y el mundo. Pero es un misterio la vida de estos dos hombres. Porque, sin tomar decisiones para un cambio decisivo, ellos son la presencia de un profundo misterio. El misterio de nuestra humanidad. Quiero decir: humanos somos todos. Pero somos también inhumanos. A veces, demasiado inhumanos. Y si algo nos dejó claro Jesús, en su Evangelio, es que, siendo profundamente humanos, es como únicamente podemos imprimir al mundo y a la Iglesia la fuerza de cambio que tanta falta nos hace. 

¿Queda alguien por imputar?


Enviado a la página web de Redes Cristianas
Por lo visto hay 500 políticos y un número indeterminado de empresarios y subalternos imputados en procesos penales. También un elevadísimo número de ambas clases cuya imputación ha sido demandada por alguien y rechazada o archivada por el o la juez de turno. Pero ¿cuántos millones de habitantes de este país con responsabilidades públicas, institucionales o simplemente colectivas, no están imputados porque no han salido a relucir todavía sus tropelías, sus abusos o sus delitos?
En España la ética universal, los escrúpulos basados en la ley no escrita de no hagas a otro lo que no quisieras para tí y el desprecio manifiesto por lo que pertenece a todos por igual están por los suelos. Es más, empieza a ser un imperativo de pedagogía educar a nuestros hijos no para que sean buenas personas pues serán destruidas inmediatamente, sino ejercitarles para que sean unos finos desalmados. Aquí, en esta coyuntura, está la infección, aquí se aloja el cáncer que mina día a día a esta sociedad con consecuencias demoledoras, con cadáveres materiales o morales que van quedando por el camino mientras la Justicia de los que dicen hacerla se lo piensa cuando tiene ante sí a un poderoso…
La mayoría, por no decir todos los que viven nadando en la abundancia no lo merecen por su especial valía, por sus méritos cuantificables, sino por su capacidad para pasar por encima de los demás, por su cinismo y desverg?enza, por su desfachatez y por su nula sensibilidad social. Entre otras cosas, porque si cumplieran con la Hacienda Pública como debieran, su riqueza quedaría diezmada por las leyes tributarias…
España necesita por lo menos otro siglo más para ponerse a la altura de cualquiera de los países de la Vieja Europa, pese a los defectos de estos, a los que la mayoría mira con envidia más o menos confesada. Hay quien piensa que las generaciones de rabiosa actualidad, con las excepciones consiguientes de los hijos de los educados en la infamia para la infamia, reaccionarán de la manera adecuada. Y la manera adecuada no puede ser otra que esforzarse en poner, por fin, un poco de cordura en este maremágnum, este esperpento, esta locura en una sociedad que vivió febrilmente durante dos décadas, que vive desesperanzada y desesperada en amplísimos sectores en este último lustro y que no atisba siquiera un futuro ni cercano ni lejano en el que depositar la más mínima ilusión; una sociedad que no puede permitirse el lujo de traer más hijos al mundo, que envejece cada día un poco más por esta causa, y en la que no parece haber nadie capaz de sacarla de una franca decadencia y empobrecimiento general mientras unos puñados de villanos ataviados con finos paños se llevan el poco dinero que queda y otros muchos del montón han de marcharse, seguramente para no volver.
No es posible una sociedad respetable o feliz en la que ya nadie se fía de nadie y menos de sus instituciones, de sus dirigentes y de su Justicia. Restablecer la confianza general, que en realidad sólo ha durado el tiempo que ha durado el derroche de los fondos recibidos de la Europa que ahora los reclama, parece tan imposible como devolver al mismo saco todas las plumas lanzadas desde él durante un vendaval… 

Un montón de derechos Jaime Richart

No saben los dirigentes y legisladores españoles lo agradecidos que estamos todos por reconocernos ellos un sinfín de derechos en constituciones y leyes. No es probable que exista otro país que reconozca tantos derechos a sus habitantes: derechos sociales, derechos laborales, derechos personales, derechos estatutarios, derecho de expresión, derecho de reunión, derecho de información, derecho a la vivienda, derecho al trabajo, derecho de manifestación, derechos humanos. Y seguramente me dejo alguno más… Y por si fueran pocos, si la debilidad nos lleva a incurrir en un ilícito penal, también tenemos derecho, nada menos, a un juicio justo. Ahí es nada. Vivimos, en teoría, en una sociedad avanzadísima donde cada ciudadano y cada ciudadana gozan de los máximos derechos… Lo mismo que es imposible que exista en el mundo otro país con más leyes, más cambios legislativos, y principalmente más incumplimientos, sobre todo estos por parte de quienes las promulgan, las cambian o las dictan.
Pero hay un reparo que oponer a tan ampulosos reconocimientos. Y es que tanto derecho reconocido no sirve para nada. Las minorías no los necesitan: ni los exigen, ni necesitan ejercitarlos. Simplemente han sido y son suyos desde siempre. Pues siempre han podido reunirse, jamás precisan manifestarse, no necesitan propiamente trabajar, poseen un montón de viviendas y mansiones y todo cuanto uno puede desear; dicen públicamente las mentiras, las necedades y las barbaridades que quieren y disfrutan de todas las prebendas que han gozado toda la vida como individuos e individuas superiores respaldados por todos los poderes, estatuidos como fácticos.
Esto, por lo que respecta a las minorías. Porque la mayoría, es decir, millones de españoles, no tienen trabajo; los que trabajan, cada día se van sintiendo más esclavos viviendo en techos prestados; si otrora se creyeron ciudadanos de un país libre, ahora, en la abundancia de derechos reconocidos, empiezan a tener miedo a protestar; carecen de lo más indispensable, pasan frío, pasan hambre y se mueren lenta o súbitamente o se quitan la vida por falta de recursos y de amparo por haber sido privados de su dignidad, por falta de asistencia sanitaria y, sobre todo, por una indigestión de fatuos derechos que no les sirven absolutamente para nada. Por ellos, el legislador puede suprimir tranquilamente su ampulosa redacción.
Más valdría que, en lugar de reconocernos la constitución y tantas leyes tantos derechos, los gobiernos, el empresariado, las policías, la Justicia y el Estado nos tratasen con el máximo respeto y en su caso nos amparasen ahuyentando la miseria y la indignidad. Como si cada ciudadana y cada ciudadano por separado fuéramos el destinatario esencial de todos los desvelos de cada empresa, de cada gobierno y de cada tribunal. Con esto nos conformaríamos… 

J. I. González Faus: «Es obligatorio que la Iglesia piense cómo los objetos del culto pueden servir a los pobres» Javier Morán


  • [La Nueva España] El jesuita José Ignacio González Faus, uno de los dos o tres grandes teólogos españoles, advierte de las presiones en las que se mueve el Papa Francisco y defiende que la Iglesia se desprenda de sus bienes en favor de los pobres. González Faus dictó ayer, sábado, la conferencia “De Romero a Francisco, y los pobres de Cristo”, promovida por el Comité Óscar Romero de Asturias. Monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado el 24 de marzo de 1980, después de que denunciase con tenacidad las injusticias de su pueblo. Y aunque antes había sido un mitrado de corte clásico, fue otro asesinato, el del jesuita Rutilio Grande (12 de marzo de 1977), el que acentuó sus denuncias en nombre del Evangelio. SEGUIR LEYENDO
  • Víctimas de abusos exigen paralizar la canonización de Wojtyla

    Religión Digital


    Hacen una petición al Papa
    Alberto Athié: “Un encubridor de pederastas”
    Organizaciones de víctimas de abusos sexuales de México han solicitado al papa Francisco que el proceso de canonización de Juan Pablo II sea paralizado, cuestionando la credibilidad de su antecesor quién se rehusó a tomar acción frente a las denuncias de pederastia realizadas no sólo por las víctimas sino por otros sacerdotes. SEGUIR LEYENDO

    Karol Wojtyla, un “santo súbito” por la puerta de atrás Rafael Plaza Veiga


    El papa polaco es entronizado como santo tan sólo nueve años y tres semanas después de su muerte, un plazo récord que ha sorprendido a no pocos católicos
    “Un joven de 21 años de edad ha muerto hoy viernes, cerca de Brescia (norte de Italia), aplastado por una cruz de madera de 30 metros de altura que se construyó en 1998 por Enrico Job en honor de papa Juan Pablo II, quien será canonizado este domingo en Roma junto a Juan XXIII”, destacaba ayer mismo el diario madrileño El Mundo. El papa que va a ser canonizado en Roma no hizo milagro alguno en este caso. Tan sólo otros dos milagros han sido suficientes para llevarle a los altares: la curación del parkinson de una monja francesa, (por el que fue beatificado en 2011) y la curación “inexplicable” de una mujer costarricense que había sufrido un aneurisma cerebral…

    La primavera de la Iglesia. Francisco vive retos que recuerdan a los que abordó con tanto acierto Juan XXIII Juan José Tamayo

    Enviado a la página web de Redes Cristianas
    Pocos días después de la elección de Francisco comenzaron las comparaciones del papa argentino con Benedicto XVI y Juan XXIII: con el primero, destacando las diferencias; con el segundo, los parecidos, que han vuelto a manifestarse con motivo de la canonización de Juan XXIII y de Juan Pablo II el próximo 27 de abril. Se refieren a la cálida y espontánea corriente de comunicación de ambos con el público. La campechanía de Juan XXIII rompía con el hieratismo de su predecesor Pío XII. La sencillez de Francisco contrasta con el gusto por el protocolo de Benedicto XVI.
    El parecido se aprecia también en la avanzada edad en el momento de la elección papal de ambos: 77 años, que, no obstante, se disimulan por la vitalidad, la creatividad y los gestos llenos de humanidad poco acordes con los títulos que ostentan: sumo pontífice de la Iglesia universal, vicario de Cristo, santo padre, sucesor del príncipe de los apóstoles, soberano del Estado de la ciudad del Vaticano, etcétera. A ello hay que sumar su permanente capacidad de sorpresa. En la Navidad de 1958, Juan XXIII, recién elegido papa, visitó el Hospital del Niño Jesús para niños con poliomielitis y la cárcel Regina Coeli, junto al Tíber, donde abrazó a un preso condenado por asesinato que antes le había preguntado si había perdón para él. Se reunió con un grupo de personas discapacitadas y con otro grupo de chicos de un orfanato. Luego se encontró con el arzobispo de Canterbury, Geoffrey F. Fissher, y recibió a Rada Kruchev, hija del presidente de la URSS, y a su esposo.
    Francisco no ha dejado de sorprender desde que abandonó su Buenos Aires querido y fue elegido papa con gestos significativos: renuncia a vivir en el Vaticano; cese de obispos por llevar una vida escandalosamente antievangélica; auditoría externa para investigar la corrupción del Banco Vaticano; disponibilidad a revisar la normativa sobre la exclusión de la comunión eucarística a los católicos divorciados y vueltos a casar; viaje a Lampedusa y grito indignado de “¡Vergüenza!” como denuncia por los cientos de inmigrantes muertos y desaparecidos ante la indiferencia de Europa; respeto a las diversas identidades sexuales, etcétera. Recientemente nos ha vuelto a sorprender al celebrar el día del “Amor fraterno” en un centro de personas discapacitadas de diferentes continentes, religiones, culturas y etnias, donde se ha arrodillado y lavado los pies a 12 de ellas. El ejemplo no es baladí: queda fijado primero en la retina, luego en la mente y debe traducirse en una práctica compasiva y solidaria, si no quiere convertirse en rutina.
    Bergoglio es igualmente consciente de estar viviendo un tiempo nuevo
    Pero, a mi juicio, las semejanzas entre Juan XXIII y Francisco van más allá de su talante y de sus gestos. La sintonía se manifiesta en su espíritu reformador del cristianismo con la mirada puesta en el Evangelio desde la opción por el mundo de la exclusión y el compromiso por la liberación de los empobrecidos. Juan XXIII y Francisco coinciden en la necesidad de construir una “Iglesia de los pobres”. El papa Roncalli fue el primero en utilizar esta expresión en un mensaje radiofónico el 11 de setiembre de 1962: “De cara a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta como es y quiere ser: la Iglesia de todos, y, particularmente, la Iglesia de los pobres”. La idea apenas tuvo eco en el aula conciliar, pero se hizo realidad en las decenas de miles de comunidades eclesiales de base que surgieron en América Latina y otros continentes, y en la teología de la liberación, que la convirtió en santo y seña del cristianismo liberador.
    Francisco expresó el mismo deseo en una rueda de prensa multitudinaria con periodistas que habían seguido el cónclave, a quienes contó algunas interioridades del mismo. Cuando hubo logrado los dos tercios de los votos, el cardenal Claudio Humes, arzobispo emérito de São Pâulo, le abrazó, le besó y le dijo: “No te olvides de los pobres”. Tras esta confesión y en un arranque de sinceridad, les dijo a los periodistas: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”. Adquiría así públicamente un compromiso que le obligaba a hacer realidad aquel deseo. ¿Lo hará?
    Juan XXIII era consciente de que la humanidad estaba viviendo un cambio de era y la Iglesia católica no podía volver a perder el tren de la historia, sino que debía caminar al ritmo de los tiempos. Era necesario poner en marcha un proceso de transformación de la Iglesia universal en sintonía con las transformaciones que se sucedían en la esfera internacional. Francisco es igualmente consciente de estar viviendo un tiempo nuevo, lo que le exige dejar atrás los últimos 40 años de involución eclesial que pesan como una losa y activar una nueva primavera en la Iglesia en sintonía con las primaveras que vive hoy el mundo: la primavera árabe, el movimiento de los indignados, los Foros Sociales Mundiales, etcétera. Bergoglio tiene un compromiso con la historia que no puede eludir: ¡primavera eclesial, ya! ¿Lo cumplirá?
    Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid, y autor de Invitación a la utopía (Trotta, 2102) y Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, 2013).