FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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martes, 15 de noviembre de 2016

Ética sin religión

Ética sin religión

Haya  Dictados del más allá
Fernando Trías de Bes
 Vivir del mismo modo, con independencia de que se crea o no en que hay algo más tras la muerte, obliga a alinear las creencias religiosas y los derechos terrenales. También ayuda a ser más libres.
EN LA PELÍCULA Qué bello es vivir (1946), del director Frank Capra, el protagonista, George Bailey, encarnado por James Stewart, está a punto de suicidarse. Antes, un ángel le permite ver cómo sería el futuro sin su presencia. Visualiza un mundo peor. Así que cuando regresa de nuevo al momento previo al suicidio, en lugar de lanzarse por el puente, decide regresar a su hogar para que el mundo sea mejor gracias a estar él con vida. Son muchas las películas donde el protagonista tiene oportunidad de observar su futuro o su pasado desde el más allá. De casi toda ficción de ese tipo, libros, relatos, filmes…, se infiere algo fundamental: que, según lo que pensamos que nos espera, decidimos vivir de un modo determinado
La historia de las civilizaciones está plagada de costumbres que nos obligan a sacrificarnos por lo que pueda haber tras la muerte. Hay creencias que incluso obligan a tareas y conductas concretas, algunas realmente exigentes. Podríamos pensar que estos comportamientos son propios de culturas pasadas. Sin embargo, la religión protestante sigue considerando que el juicio final depende en gran medida de lo que uno haya aportado a la sociedad en lo material y económico durante la vida. En la católica, por su parte, se considera que los malos o buenos comportamientos determinan la salvación o condena de las almas.
Bajemos la cuestión a la tierra. Existen solo dos posibilidades. Que tras la muerte haya algo o que no haya nada. Veamos las conductas en cada caso.
Establecer relaciones causa- efecto entre vida presente y eventual vida futura allana el camino a la manipulación
Entre aquellos que piensan que sí hay algo, lo interesante desde un punto de vista conductual es que, por lo general, establecen una correlación entre lo que encontrarán y su comportamiento. Sistemáticamente se considera la vida una especie de prueba para determinar si merecemos una existencia mejor, más larga o eterna. ¿Por qué? Establecer relaciones causa-efecto entre vida presente y eventual vida futura allana el camino a la manipulación del individuo.
Si nadie sabe a ciencia cierta qué hay después de la vida, ¿cómo puede defenderse que existen reglas causa-efecto entre ambas existencias? La vida eterna es una cuestión de fe, pero lo que nos espere después y de qué dependa está impregnado de tanta suposición como las religiones de antiguas civilizaciones.
Supongamos por un momento que alguien de ferviente fe y que creía en el más allá pasa a considerar que no hay nada tras la muerte. Absolutamente nada. ¿Cómo actuaría? ¿Dejaría de hacer el bien? ¿Modificaría su moral? ¿Su ética? Y, lo más importante, ¿sus conductas y comportamientos? Este es un supuesto muy terapéutico. La creencia en un Dios se ha asociado tradicionalmente a la de una vida eterna o prolongación de la existencia. Con el único objetivo de revisar conductas, permítanme esta pregunta: ¿puede existir un Dios creador pero no una vida eterna? Supongamos que sí. Esta hipótesis permitiría a los creyentes liberarse en vida de cualquier eventual manipulación por parte de los administradores de las religiones, sean cuales sean estas. Abrazar una fe sería una cuestión de principios, no de futuros indemostrables.
Las religiones son un modo de acercarse a un concepto de Dios y de vivir según un mandato divino o una determinada moral. ¿Por qué se ha hecho preciso un incentivo o castigo para que los fieles acaten las normas? Probablemente por cuestiones educativas, religiosas, sociales y, por supuesto, organizativas.
Actuar conforme a una fe o principios independientemente de una vida futura dejaría de condicionar cómo vivimos la actual y respondería a lo que sabemos: que la vida póstuma no es segura y la presente sí. Eso no significa caos, desorden, amoralidad o falta de ética. Significa libertad máxima. Se puede vivir plena y libremente sin pasar por encima de las libertades de los demás. ¿Puede una vida ser plena si está vinculada a una eventual futura existencia? Para los santos, mártires y muchos creyentes, sí. A otros les causa mucho sufrimiento, contradicciones y conflictos.
Queda una tercera solución interesante. Se trata de creer ambas cosas al mismo tiempo. Que hay algo y no hay nada. ¿De qué serviría en nuestro día a día? Probablemente, uno alcanza la máxima virtud cuando vive de la misma forma tanto si cree que hay vida en el más allá y un Dios que le juzgará como si piensa que no hay nada, que uno cierra los ojos y se acabó la película, sin salvación ni condena. Si bajo ambas premisas el comportamiento y valores con los que uno vive son los mismos, esa persona estará actuando libre de coacción, manipulación, presunciones o posibles falsas creencias. Y no está reñido con cualquier modo de fe. Vivo hoy según mi fe por lo que al presente le reporta, no por lo que al futuro pueda suponerle. Lograrlo hace a una persona completamente dueña de su libertad y la lleva a vivir una vida plena, sin importarle lo que vendrá, o no vendrá, después. Alguno esgrimirá que en eso consiste la salvación. Puede ser. No me lo planteo.
Lo que sí sé es que vivir de un mismo modo haya o no haya vida después obliga a una persona a alinear sus creencias religiosas y las humanas, los mandatos divinos y los derechos terrenales, y que su fe en Dios, en caso de darse, coincida con la naturaleza que ese Dios le ha dado. Somos seres humanos. Y pienso humildemente que, de existir un Dios, lo único que espera de nosotros es que nos comportemos como tales.
Economista y escritor español nacido en Barcelona en 1967. Cursó Ciencias Empresariales y MBA en Esade y la Universidad de Michigan. Desde hace varios años dedica la mayor parte de su tiempo a escribir tanto ensayos como ficción. Ha recibido los premios: Shinpukai (Japón, 2005), Premio De Hoy de ensayo (España, 2009) y Premio Espasa de Ensayo (España, 2016).

El Papa Francisco y Lutero


Joaquín Muñoz Traver

[Meditaciones del día] A raíz de la fotografía que encabeza este post, hay católicos que se han puesto muy nerviosos… Y que así lo han manifestado en las redes sociales, y en las páginas web en las que suelen manifestarse y encontrarse quienes menos cómodos se encuentran con el actual Pontífice. Los mismos que ayer recordaban constantemente el deber de obediencia y fidelidad al Santo Padre, parece que hoy no tienen tiempo suficiente para orquestar todas las campañas y críticas que están en marcha contra Su Santidad. ··· Ver noticia ···

Cuatro cardenales desafían públicamente al Papa y a las “confusiones” de Amoris Laetitia

 
Jesús Bastante


Burke, Brandmuller, Cafarra y Meisner vuelven a arremeter contra Francisco
Quieren obligar al Pontífice a responder “sí” o “no” a sus “dudas” sobre la comunión a divorciados
¡Burke! ¡Burke! El capitán de la disidencia al Papa, contra la “Amoris Laetitia”
Burke desprecia la exhortación papal: “No es un texto magisterial”
Polémicas interpretaciones de Amoris Laetitia
Es nuestro deseo que nadie nos juzgue, injustamente, como adversarios del Santo Padre y como personas sin misericordia. Lo que hemos hecho y estamos haciendo nace del profundo afecto colegial que nos une al Papa
Un desafío público al Papa. Cuatro de los cardenales más marcadamente ultraconservadores, y que en distintas ocasiones han mostrado su desacuerdo con el pontificado de Francisco y sus reformas, han dado un paso más allá, y han denunciado la “confusión” de algunos puntos de Amoris Laetitia, en especial lo referente a la comunión para los divorciados vueltos a casar. ··· Ver noticia ···

Trump y Hillary, entre lo malo y lo peor

Leonardo Boff


Leonardo Boff2En todo el mundo se están haciendo los análisis más dispares sobre el significado de la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, con los más diversos titulares.
El más significativo para mí ha sido el del senador chileno Alejandro Navarro: «El triunfo de Donald Trump es un castigo a los gobiernos del establishment».



El senador hace una crítica más general, válida también para nosotros: que los gobiernos progresistas que llegan al poder acaban, por presión de la macroeconomía globalizada, haciendo políticas claramente neoliberales en perjuicio de las clases más vulnerables.
Encuentro justa la interpretación de Navarro: «el castigo a los gobiernos del establishment reside en que la gente se cansó de entregarle el poder a quien solo ofrece más de lo mismo. Los electores optaron por Donald Trump, que si bien representa lo peor de la cultura yankee, también supo representar el hastío de los sectores precarizados por el neoliberalismo, la globalización y los empleos precarios» (www.navarro.cl/sename). Fueron estos los que votaron mayoritariamente por él y le ayudaron a conseguir la victoria.
Afirma también el senador algo que pocos creen: «no debemos olvidar que en Estados Unidos, supuestamente el país más rico, poderoso e influyente del planeta, viven 45 millones de personas en situación de pobreza o cerca de ella, que comen diariamente gracias al ticket de alimentación que el gobierno entrega a los trabajadores blancos y a los hijos de inmigrantes que tienden a rechazar la llegada de nuevos inmigrantes por considerar que su posición privilegiada está en riesgo».

Si Trump representa lo peor, lo malo lo revela Hillary. No son pocos los analistas dentro de Estados Unidos que llamaban la atención para el riesgo que suponía la elección de Hillary Clinton como presidenta. Cito entre otros a uno, Jeffrey Sachs, considerado uno de los mayores especialistas mundiales en la relación entre economía, pobreza y desigualdad social. Es profesor de la Universidad de Columbia y publicó un artículo que reproduje en mi blog del 8/02/2016. En él enumera los muchos desastres de la política de Hillary cuando era Secretaria de Estado.
Se titula: “Hillary is the Candidate of the War Machine”: “Hillary es la candidata de la máquina de guerra”. La primera frase resume un largo razonamiento: «No hay duda de que Hillary es la candidata Wall Street. Más peligroso aún es que ella es la candidata del complejo militar-industrial; apoyó todas las guerras solicitadas por el estado de seguridad estadounidense, dirigido por los militares y la CIA».

Aunque demócrata, ella es, según Sachs, una ferviente neocon. Incentivó las guerras contra Irak, todas las del norte de África y contra Siria. Encontró hilarante declarar sobre Kadafi: “We came, we saw, he died” (vinimos, vimos y él murió). Siendo todavía Secretaria de Estado intentó reiniciar la Guerra Fría con Rusia, a propósito de la conquista de Crimea y de la guerra en Ucrania. El balance final que hace Sachs de las acciones torpes de Hillary como Secretaria de Estado es devastador: «desde cualquier punto de vista que consideremos, ella batió el record de los desastres» (www.JeffDSachs.com).
Todo esto no nos sorprende, como demuestra con un análisis detallado Moniz Bandeira en su reciente libro de denuncia: El desorden mundial: el espectro de la dominación total (Leya 2016), donde estudia la violencia del imperio estadounidense. Obama, a excepción de las relaciones con Cuba, continuó con la misma lógica bélicista de Bush. Fue aún peor, diría por ejemplo, un verdadero criminal de guerra, pues por estricta orden personal suya mandó atacar con drones y aviones no tripulados a los líderes árabes, acabando con la mayoría de ellos (p.476-477).


Con la victoria de Trump, cuyo enigma todavía hay que descifrar, nos liberamos de un liderazgo belicoso, el de Hillary, que como política de estado había elegido la violencia militar como forma de resolver los problemas sociales mundiales.
No sabemos qué mundo tendremos de aquí en adelante con la presidencia de Trump. Ojalá sea menos belicoso y desdiga en la práctica las medidas duras prometidas contra inmigrantes, mejicanos y musulmanes.

*Leonardo Boff es articulista del JB online y escritor.
Traducción de Mª José Gavito Milano

El año de Lutero

José Arregi

José Arregui1Hemos inaugurado el año de Martín Lutero, el “mejor teólogo cristiano” según nos enseñaba el profesor Daniel Olivier, sacerdote católico, en el Instituto Católico de París de los años ochenta. El 31 de octubre del 2017 se cumplirán 500 años desde aquel día en que Martín Lutero, rica personalidad, profundo creyente, brillante profesor, genial escritor, clavó en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg las 95 tesis contra la venta de indulgencias, puesta en marcha por el papa León X por toda Europa para la construcción de la fastuosa Basílica de San Pedro del Vaticano.


Puede que el episodio sea legendario, pero es seguro que Lutero redactó las 95 tesis y las envió al papa y a muchos teólogos, a fin de promover un debate libre. El papa León X afirmó que aquello lo había escrito “un borracho alemán” y que cuando se le pasara la borrachera “cambiaría de opinión”. Pero Lutero estaba muy sobrio y lúcido, y no cambió de opinión. El papa le amenazó con la excomunión a menos que se retractara. Lutero, por fidelidad al evangelio de Jesús y a la propia conciencia, no se retractó.
Por entonces, el clamor por la reforma, clamor del Espíritu, era general en la Iglesia de Europa. Y la mente y el corazón de un hombre extraordinario supieron percibirlo y formularlo para un tiempo nuevo que estaba naciendo, irresistible como el Aliento de la vida. Lutero no estaba solo. Con él estuvieron, al menos al principio, casi todos los espíritus más iluminados y abiertos: Erasmo, Moro, Valdés, Vives… Pero la jerarquía romana hizo lo peor que cabía: puso en marcha una Contrarreforma contra todo lo nuevo: una Contrarreforma de la que el Vaticano no se ha librado aún.
Los unos y los otros se aliaron con el poder, y Europa se enzarzó en lo peor de la religión, la guerra en su nombre, a favor o en contra de unos dogmas y unas instituciones que ya entonces carecían de sentido. Mucho más hoy. Todos los dogmas e instituciones religiosas son constructos humanos ligados a una cosmovisión, dependientes de una cultura, inseparables de un lenguaje. Son contingentes y pasajeros en su forma. Han de transformarse profundamente para que ayuden a la vida y no se conviertan en bandera de poderes religiosos y políticos.

¿A quién le importan ya las indulgencias, ese perdón divino de un tiempo de pena que habría de sufrir el pecador en el purgatorio para expiar el “reato” o resto de la culpa que quedaría aun después de que la culpa hubiera sido perdonada por la confesión de los pecados ante un sacerdote? ¿A quién le interesa si los sacramentos son siete o son dos, como enseñó Lutero, y si la presencia de Cristo en la Eucaristía es real por la transustanciación o por el recuerdo vivo de la comunidad reunida en su nombre? ¿A quién le preocupa si María, la madre de Jesús, y los santos han de ser o no objeto de culto, y si Dios se revela únicamente en la Biblia o también en la Tradición, si Jesús instituyó o no a Pedro como papa y si quiso que tuviera sucesores (!), y cuál de las Iglesias es la auténtica heredera del “depósito” de la fe y de la “sucesión apostólica” y puede arrogarse por lo tanto la pretensión de ser la única “Iglesia verdadera”?
Son discusiones trasnochadas. Llevamos 500 años de retraso. No, mucho más: llevamos 2000 años de retraso, desde las Bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. O, mejor aun: 2500 años de retraso, desde Pitágoras y Heráclito, desde las profecías de Isaías y de Jeremías sobre la religión de la misericordia y de la liberación, desde la reforma ética y mesiánica de Zoroastro, desde las enseñanzas de Buda y Mahavira, reformadores del hinduismo más allá del teísmo, desde la sabiduría política de Confucio y mística de Laotsé, más allá de la palabra y de las formas religiosas.

Está bien celebrar el año de Lutero, y que Roma reconozca por fin, como ha sugerido el papa Francisco en su visita a Suecia, que Lutero fue profeta evangélico de un nuevo tiempo. Y es hora de que las diversas iglesias se reconozcan las unas a las otras en su diversidad. Ello bastaría para resolver nuestras vanas pendencias confesionales. Bastaría aceptar todas las diferencias existentes para resolver el problema ecuménico.
Pero no bastaría con eso. El gran reto para católicos y protestantes es reinventar a fondo sus iglesias –instituciones, doctrinas, lenguajes– para acoger y ofrecer aliento liberador a la Tierra y a los pobres de hoy.

(Publicado en DEIA y en los diarios del GRUPO NOTICIAS el 13-11-2016)