FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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martes, 21 de enero de 2014

No todos somos iguales ante la ley Jaime Richart

Enviado a la página web de Redes Cristianas
En estos momentos el asunto está a flor de piel de la ciudadanía. Los aprovecho porque cuando todo va bien y la vida nos sonríe cualquier análisis social que no sea positivo molesta. En cambio, en tiempo de crisis es más fácil hablar y comprender alegatos que en otros bonancibles pueden resultar extravagantes…
Sostengo que no hay una realidad, sino realidades múltiples relacionadas con una misma cosa. El mismo objeto de observación tiene distinta naturaleza y es visto de manera diferente según el conocimiento fragmentado de las diversas disciplinas que constituyen el saber. Es decir es, según lo examine y diagnostique un filósofo, un político, un sociólogo, un moralista, un antropólogo, un jurista, un teólogo, un poeta, un físico o un bioquímico. Lo que coloquialmente llamamos “esa” realidad social, a cada uno de ellos le sugiere -ideologías aparte- una diferente composición química y corpuscular…
Pues bien, las penas, los códigos penales y la historia de la sociedad también presentan opciones por realidades diferentes, pese a que se nos repita cada día el mantra de que el sistema no tiene alternativa, que es el mejor posible y que la única posibilidad es la de mejorarlo con pensamiento global único. Pero resulta que la sociedad “es” muy diferente dependiendo de donde radique el valor supremo.
Si lo situamos en el dinero y en la riqueza, lo lógico es que esa sociedad dé más importancia a la corporación y a las acciones que a los accionistas, más a la medicina y a los laboratorios que al enfermo, más a la ganancia de las editoriales de libros de texto que al interés del educando, más al embrión informe que a la mujer y al ser vivo consolidado, más a la propiedad privada que a la vida individual y al bien común. Será, en fin una sociedad deshumanizada y absurda, amparada en la ideología neoliberal y en la ideología socialdemócrata, ambas a su vez proteccionistas de la realeza y de los privilegios, y patrocinadoras de esperpentos sin cuento que son muestra de una incesante decadencia. Hasta tal punto esto es así que es de temer que debamos esperar para sanearla, por lo menos otro siglo o a una revolución en toda regla…
Téngase en cuenta que en el origen de toda sociedad está la ley penal, el código penal. Con ellos empieza la civilización propiamente dicha. Los elaboran individuos de castas dominantes y luego los interpretan y aplican otros pertenecientes a las mismas castas. Por este motivo, desde el tránsito de la horda al clan, de ?sta a la tribu y de la tribu a la sociedad las leyes punitivas son injustas de raíz. No participan en su concepción, redacción y aplicación los individuos desposeídos, ni las capas sociales que, aunque carezcan de ilustración y precisamente por eso tendrían mucho que decir. Si un ciudadano salido del pueblo hubiera estado presente desde el principio, o más adelante, en el proceso civilizador para tipificar los delitos y consensuar principios generales y normas penales (atenuantes y agravantes incluidas), no dudemos que el código, las penas y las circunstancias modificativas de la responsabilidad serían otras.
Principalmente con lo relacionado con los bienes públicos. Desde luego los delitos de toda índole cometidos por “ilustrados” y privilegiados serían agravados justo por su mayor ilustración y su mayor responsabilidad, y no al contrario. Cuantos más sofisticado es el sistema y el ordenamiento jurídico, más contranatural y más distante está del más normal sentido de la justicia…
Porque es cierto que para discernir técnicamente sobre juridicidad y Derecho, es preciso ser experto en “la ortodoxia”. Pero la ortodoxia es lo ya establecido. Y lo establecido es precisamente lo decidido por los sucesivos herederos de las clases poseedoras. Justicia y legalidad son, pues, la justicia y legalidad instituidas por una manera de vivir y de entender la vida desde el desahogo material; del mismo modo que es muy desigual el modo de entender la vida de los que hacen la historia y el de quienes la padecen. Pero no es necesario ser perito en Derecho para concebir la justicia como valor universal y distinguir lo justo de lo injusto. Más bien lo contrario, “cultura” e ilustración enturbian fácilmente el entendimiento y estragan el sentido natural de las cosas y de las relaciones sociales -lo que entendemos por sentido común-. Sentido que es apartado y desdeñado por ambas, para hacerse dueñas de la sociedad por esta vía. Justo lo que hacía lamentar en el siglo XIX a Anatole France la injusticia de ser el mismo delito robar un panecillo por un rico o por un pobre. ¿Qué posibilidad hay de que lo robe el rico?
Sin embargo -y he aquí la paradoja de lo que quiero decir-, no es posible (pese a que las ideas inoculadas por la globalización anglosajona nos van arrasando poco a poco el pensamiento a todos por igual) que todos seamos iguales. La justicia debe ser igual para todos sólo en trato procesal y garantías. Pero desigual en función del nivel de instrucción y acomodo de quien hubiere incurrido en ilícito penal. Lo justo es discriminar y agravar la pena a imponer al delincuente que lo tiene todo: dinero, instrucción y responsabilidades públicas que nadie les pidió, y atenuar la pena al que carece de todo, con una instrucción básica o ninguna…
Ahora pugnan en España cientos o miles de delincuentes políticos, empresariales y miembros de la jefatura del Estado que han desvalijado al país, por librarse del banquillo y de ser condenados por delitos que atentan gravemente contra la colectividad. Sin embargo, pruebas abrumadoras contra ellos se convierten en papel mojado dada la facilidad con que jueces y tribunales les aplican el principio de “la duda”, es decir, el “in dubio pro reo”, lo que les permite salir del trance con cortas penas o absueltos. Y si no indultados. Y todos acaban pudiendo recoger luego el fruto de su saqueo. En cambio otros acusados se pudren en la cárcel exclusivamente por la prueba de menor valor jurídico como pieza de convicción para el juez: la prueba testimonial, tan fácil de maquinar. ¿Cuántos presos vascos y no vascos permanecen en las cárceles por haber dado inusitada importancia a testimonios comprados con dinero o en especie?

En este tiempo se cambian y actualizan, casi compulsivamente, muchas cosas: desde el software de los programas informáticos hasta los espacios de las grandes superficies. Pero se siguen manteniendo criterios de justicia ordinaria y social cercanos a aquellos en que el Estado o el sátrapa de turno distinguían inequívocamente entre los derechos y las penas correspondientes al explotador y al explotado, al hombre libre, al siervo y al esclavo… 

Un ex comandante de la Guardia Suiza denuncia: “Existe un lobby gay en el Vaticano que trama contra el Papa”


Elmar Maeder fue responsable de la vigilancia papal entre 2002 y 2008
La Santa Sede minimiza la existencia de una red homosexual entre el ejército de la ciudad-estado
“Existe un lobby gay realmente capaz de resultar peligroso para el Papa”. Esta vez, la denuncia viene desde dentro, y con nombres y apellidos: Elmar Maeder, quien fuera comandante de la Guardia Suiza entre 2002 y 2008.

En una entrevisa al diario suizo “Schweiz am Sonntag”, Maeder denuncia peticiones sexuales a cambio de dinero, favores personales o recompensas por parte de clérigos, obispos y cardenales. Y no lo hace de oídas: “De la existencia de un lobby gay puedo hablar por experiencia personal”.

“El problema es que esta red se compone de personas tan fieles uno al otro, que llegan a constituir a una especie de sociedad secreta”, subrayó Maeder, quien desvela que “si me daba cuenta de uno de mis hombres era gay, no le permitía hacer carrera. Aunque para mí la homosexualidad no es un problema, el riesgo de ser injusto habría sido demasiado alto”.

Aportaciones a la consulta del papa sobre la familia Grup de Rectors del Dissabte

Aunque el cuestionario es farragoso y condiciona las respuesta en un sentido, la verdad es que desde la secretaría del Sínodo ha suscitado una inmensa marea de reflexión sobre los temas de la familia y la sexualidad. Ayer se presentaba lo que un profesor con sus alumnos habían pensado en Japón. Hoy lo que un grupo de seglares y curas han elaborado en Valencia. Y tantos grupos y documentos “arreu del mon”… Esto ya es algo que demuestra adultez entre católicos que no podrá acallar ni el envalentonado neocardenal español que, aunque se crea listo, ni siquiera conoce la profundidad de su ignorancia.
Hemos acogido con muchísimo gozo la decisión de recabar la opinión del Pueblo de Dios sobre la forma de plantear la pastoral familiar. Es una señal más del deseo de renovación manifestado repetidamente por el Papa Francisco, que tantas esperanzas está despertando.
En efecto, como dice el documento preparatorio de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de Obispos, “hoy se presentan problemáticas inéditas hace pocos años”, problemáticas frente a las que no siempre puede esperarse de la Iglesia una respuesta concreta. El hecho de plantearlas no sólo manifiesta la honestidad de escuchar las preocupaciones y aspiraciones de las mujeres y los hombres de buena voluntad que creen en el valor insustituible de la familia, sino que hace patente también la recuperación del sentido democrático y conciliar del Pueblo de Dios.
Una institución como la familia, que goza de gran prestigio y estima por parte de la ciudadanía (aunque no es un espacio idílico sino que conoce también la violencia intrafamiliar y la destrucción de vidas), no necesita salvadores ni cruzadas que, bajo su defensa, escondan ideologías e intereses particulares.
Los miembros del “Grup de seglars i rectors del dissabte” ofrecemos nuestra reflexión para poner de relieve algunos aspectos de la encuesta por su valor y, en especial, porque plantea cuestiones que están en el debate público actual conformando un cambio de época.
►Constatamos una ruptura de la identificación entre matrimonio y familia. El bien mayor a proteger por la familia es la supervivencia, el cuidado y la socialización de las niñas y los niños, la realización de sus miembros y la protección de los más débiles. Este bien se satisface a través de diferentes formas familiares que viven un proceso continuo de diversificación en sus tareas, funciones y organización. La pluralidad de formas en que se presentan la familia (nuclear o extensa, monoparental, recompuesta…) y las uniones afectivas entre dos personas, sean o no del mismo sexo (matrimonios, parejas de hecho…) es un signo de los tiempos. Esta diversidad transciende los continentes y pone de manifiesto el papel fundamental de la familia. Los modelos occidentales no se han de imponer, pues, al resto.
►Advertimos el grave problema de que el concepto tradicional de familia no es adecuado para nuestro tiempo. Hoy se ha de fundamentar en los derechos humanos, respecto a los que existe un acuerdo prácticamente universal.
►Advertimos también el peso excesivo que tiene en la doctrina católica la consideración negativa de la sexualidad. Hay que revisar la moral sexual y observar el principio de que las leyes tienen que ser razonables para que puedan ser cumplidas.
►Constatamos una Iglesia preocupada y obsesionada por la familia y el matrimonio pero también una Iglesia que, dominada por los “sectores conservadores”, muestra un discurso único “pase lo que pase”. Así, cuando las familias quieren vivir su compromiso cristiano, les orienta en un modelo que resulta excluyente y desde una doctrina que no es acogida por muchísimas de ellas que, con mucho sufrimiento, quedan sin posibilidad de formar parte plenamente de la Comunidad cristiana, con los sentimientos de culpabilidad que eso puede comportar. Esperamos una Iglesia que estime la realidad valorada desde las conciencias personales y centrada en el acompañamiento y la acogida en las situaciones, no “ideales” sino reales, vividas por las parejas.
►La familia actual puede y tiene que formar y fortalecer la libertad personal de sus miembros para que puedan optar por el tipo de vida que consideren deseable. En la Iglesia han de poder encontrar el apoyo y el acompañamiento que necesitan, siempre mediante la propuesta y no la imposición.
►La solidaridad familiar es la gran oportunidad de nuestro tiempo: no sigue las leyes del mercado y los miembros más débiles son atendidos sin contraprestación. Al interior de la familia es donde comienza la adquisición de valores como la igualdad, la dignidad y la solidaridad intrafamiliar, que desborda hacia afuera y hace a la familia abierta, acogedora y sensible a los dolores de las otras familias.
►Las condiciones sociopolíticas benefician o perjudican decisivamente el progreso de las familias, especialmente la educación de las hijas y los hijos. Desde esta perspectiva y en el contexto actual de crisis globalizada, es preciso fomentar una reflexión sobre planificación de la natalidad, sobre maternidad y paternidad responsables. Las políticas en relación a la familia no se tienen que centrar exclusivamente en la defensa de los derechos del “nasciturus”, sino también de los de las mujeres y los de los millones de criaturas que han nacido y viven en familia y mueren en la pobreza.
►La familia es un escenario de riesgo que requiere apoyo social, acompañamiento pastoral y políticas familiares adecuadas. Está sometida a los procesos migratorios, a la demanda creciente de individualización, a la movilidad de sus miembros, a las consecuencias del paro… Es necesario plantear, pues, políticas que favorezcan a las familias y les den soporte público, concretado en guarderías, centros de orientación y medidas de apoyo laboral a la maternidad y la paternidad.
Defender la familia consiste en aventurarse en el compromiso por sus miembros más necesitados con testimonios claros, como apoyar la enseñanza pública como elemento de igualdad social y manifestar, con gestos concretos, el acompañamiento a las personas dependientes o desahuciadas, situadas en los límites de la dignidad humana y de la propia vida.
Hay que recuperar el impulso profético de Jesús de Nazaret, que le llevó a trascender la vida familiar en función de una vida más plena (cfr. Mt. 10,37), a relativizarla en función del servicio a su proyecto y a crear una nueva familia más allá de los lazos de sangre (cfr. Mc.3,35).

València, enero de 2014

¿Cardenales? Eduardo De la Serna, Sacerdote en la opción por los pobres


Enviado a la página web de Redes Cristianas

Ecupres
Buenos Aires
El Papa Francisco ha elegido unos nuevos cardenales para la Iglesia. Pero, ¿qué son los cardenales? Propiamente hablando son títulos honoríficos, una suerte de corte papal, de príncipes. Elegidos –estos– pocos días después de que el Papa dijera que no habría más títulos honoríficos en la Iglesia salvo el de “monseñor”, resulta un tanto contradictorio. Pero se ha de reconocer que es un “título” con mucha tradición y que no ha de ser fácil desarticular.

Para ser precisos, dentro de los ministerios no hay –o no debería tenerse como si hubiera– escalafón, y sólo hay tres grados que son sacramento, y por tanto, la Iglesia considera “instituidos por Jesús”: diaconado, presbiterado y episcopado. Por eso, insistimos, el Papa no es “un grado más” él es “obispo” de la diócesis que preside en la caridad a las demás: Roma (cuando decimos que la Iglesia es católica, apostólica y “¡romana!”, a eso nos referimos).
La renovación en la Iglesia nunca será verdadera sino volviendo atrás, a los “tiempos fundacionales”, a fin de despojarse de todo lo que en la historia y los tiempos, la cultura y los pecados ha ido agregando, adhiriendo a la comunidad sin ser esencial, pero pareciéndolo. Recién después de mirar “la Iglesia que Jesús quería” podremos intentar “encarnar” ese modo de ser a nuestro tiempo. De otro modo, no sería sino “seguir modas” que en nada aportan densidad y profundidad a cualquier cambio deseado; los cambios no debieran ser “cosméticos”, por cierto.
En este caso, una buena pregunta sería –para comenzar– reconocer que el título de cardenal no pertenece, evidentemente, a nada vivido ni conocido en los tiempos fundacionales y los primeros siglos dentro de la Iglesia.
Tratándose de títulos honoríficos, además, no se parece demasiado a la actitud constante y sistemática de Jesús de señalar que todos y todas en la comunidad deben ser y vivir como hermanos y hermanas, sin nadie que sea puesto en el primer lugar. ¿Debe haber en el grupo de Jesús, ese del “discipulado de iguales”, alguien que ostente títulos, particularmente “honoríficos”? ¿Qué es lo que da “honor” en la comunidad cristiana?
Para Jesús, lo que da más “honor”, el “primero” es aquel que se hace el último (y la imagen del esclavo debe conservarse en toda la crudeza que tiene el tema, y debe evitarse una lectura “piadosa” del término, tan cruel en todos los tiempos). El mismo teólogo Joseph Ratzinger señalaba lo “honorífico” y poco conforme a Jesús que es el título “Papa”, cuando para Jesús nada es más importante que ser “hermanos”. Sólo Dios es “papá” (abba).
En su origen, además, el título de “cardenal” se remonta a los párrocos romanos, por eso es habitual que los elegidos cardenales sean a su vez “honoríficamente” nombrados párrocos de alguna parroquia tradicional de Roma. Y por eso son ellos los que eligen al futuro Papa. Pero ¿esto no puede cambiar? En lo personal, no sólo creo que sí, que puede, sino que sería bueno que de hecho cambie.
En lo personal desearía que las conferencias episcopales en comunión con Roma elijan al Papa, con participación de laicas y laicos en ese Cónclave. Es por eso que no quisiera que haya “cardenalas”. No porque no deben mujeres participar de la elección papal, sino porque debería haberlas como laicas, y no debería haber cardenales, ni varones ni mujeres (es obvio que si hay cardenales, no se ve por qué no pueda haber mujeres a las que se otorgue ese “título honorífico”, como tampoco se entiende por qué no puede haber “nuncias”… más allá de que desearíamos que tampoco haya nuncios).
Pablo VI puso como límite máximo los 80 años para que los cardenales puedan elegir Papa a fin de evitar que pudieran participar en el futuro Cónclave varios miembros de la curia romana claramente opuestos a los cambios del Concilio Vaticano II (como el cardenal Ottaviani, por ejemplo).
Es por eso que en muchos casos se nombran cardenales meramente honoríficos al ser mayores de 80, con lo que se les quita la capacidad electoral (y con lo que no queda claro qué tan honorífico es ese título, entonces). Es cierto que –tal como está estructurada la Iglesia hoy– hay diócesis que son “cardenalicias” y es obvio que el obispo de la misma será cardenal en el consistorio siguiente a su elección (como es el caso del obispo de Buenos Aires o de Rio de Janeiro en los nombramientos del día de ayer).
No ha de ser fácil lidiar con una institución que en tantos estamentos tiene una preocupante esclerosis múltiple. Y seguramente no ha de ser en el cardenalato el frente principal donde se han de introducir los cambios en la Iglesia de hoy.
Pero no deja de ser un signo anacrónico que haya quienes ostenten vestimentas extrañas, con el rojo de la sangre de quienes casi seguramente jamás deberán dar la vida por el reino; y que además reciban un signo de honor, cuando el mayor honor debiera ser alimentar a los pobres, atender enfermos, dar de beber a sedientos porque tenemos el honor de que ellos nos permitan descubrir en su sufrimiento a Cristo mismo.
A ese Jesús que desde la cruz nos muestra que su honor mayor es dar la vida porque no es rey de palacios, de capelos y vestimentas lujosas sino “rey” (= INRI) desde la desnudez del deshonrado crucificado que nos revela que los que son tenidos por “señores” y “príncipes” son precisamente los que le quitan la vida. + (PE/TA)
Publicado en el matutino Tiempo Argentino, de la ciudad de Buenos Aires, el 13 de enero de 2014.

El aborto: debate, no cruzada Benjamín Forcano, sacerdote y teólogo claretiano


La cuestión parecía resuelta y aquietada. Pero, no. Vuelven a oírse voces que reclaman pronunciamientos contundentes: en el aborto se daría siempre, desde el primer momento, la eliminación de un ser humano, un crimen.
No me cuesta suponer que esa afirmación puede expresarse de buena fe, como si fuera la única verdadera y, en consecuencia, toda acción abortiva se la considera reprobable. Digo que no me cuesta, porque el ser humano es limitado y multicondicionado y puede llegar a mantener como verdad lo que es un error.
Mientras en la cuestión del aborto se utilice la costumbre y no el análisis, la obediencia y no la razón, la fe como instancia suprarracional y no como instancia compatible con la razón, no podremos presumir de una convivencia basada en normas sopesadas y acordadas por todos.


Hoy, muchas normas del pasado las discutimos e incluso las modificamos porque conocemos mejor la realidad humana. Los avances científicos descubren aspectos ignotos, ahora conocidos, que imponen cambios y renovación.
El tema del aborto desde siempre lo he visto flaquear por un fallo fundamental: suscita partidarios del sí y del no, sin pararse a averiguar el por qué de la divergencia. Todos estamos a favor de la vida, pero el sí unánime se rompe por suprimir el acto primero: averiguar de qué se trata. Y nos lanzamos a una disputa que no se sabe si es de convicción o manipulación.

En el aborto ocurre una gran confusión, que hoy no debiera ocultarse. Y es lo que urge poner al descubierto: el aborto, propiamente hablando, se da cuando se frustra la vida de un individuo humano. ¿Cuándo ocurre esto en el proceso de gestación? ¿Se da desde el primer momento del cigoto?
Esta es la cuestión, importante, y que requiere dilucidación. Tenemos que averiguar en qué momento el embrión queda constituido como ser humano. Hasta no esclarecer esto, difícilmente se aclararán otras cuestiones posteriores. De no hacerlo, continuaremos en el ámbito de la polémica estéril y de la condenación mutua, sin dar en el blanco.
Procedo, por tanto, a plantear dos cuestiones: 1ª) Cuándo comienza la vida humana. 2ª). Cómo y quiénes en un Estado democrático y de Derecho tienen la responsabilidad de hacerlo y promulgarlo para todos.
1. Cuándo comienza la vida humana

Desde el nuevo enfoque de la biología molecular, hoy se afirma por numerosos científicos que el genoma no es sustancia al modo aristotélico, ni es sujeto humano. Los factores genéticos son parte del embrión, pero no bastarían ellos para constituir un individuo humano: “La biología molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo de la genética, en forma de genética molecular. Pero, a la vez, ha permitido comprender que el desarrollo de las moléculas vivas no depende sólo de los genes” (Diego Gracia, Ética de los confines de la vida, III, página 106).
Los genes no son una miniatura de persona.

Tanto para el desarrollo como para la ética del embrión, la información extragenética es tan importante como la información genética, la cual es también constitutiva de la sustantividad humana. La constitución de esa sustantividad no se daría antes de la organización (organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es decir, hasta la octava semana: “Trabajos como los de Byme y Alonso Bedate hacen pensar que el cuándo (de la constitución individual) debe acontecer en torno a la octava semana del desarrollo, es decir, en el tránsito entre la fase embrionaria y la fetal. En cuyo caso habría que decir que el embrión no tiene en el rigor de los términos el estatuto ontológico propio de un ser humano, porque carece de suficiencia constitucional y de sustantividad, en tanto que el feto sí lo tiene. Entonces sí tendríamos un individuo humano estricto, y a partir de ese momento las acciones sobre el medio sí tendrían carácter causal, no antes” (Idem, páginas 130-131).
Lógicamente, quien siga esta teoría puede sostener razonablemente que la interrupción del embrión antes de la octava semana no puede ser considerada atentado contra la vida humana, ni pueden considerarse abortivos aquellos métodos anticonceptivos que impiden el desarrollo embrionario antes de esa fecha. Esto es lo que, por lo menos, defienden no pocos científicos de primer orden (Diego Gracia, A. García-Bellido, Alonso Bedate, J. M. Genis-Gálvez, etcétera).
La teoría expuesta establece un punto de partida común para entendernos, para orientar la conciencia de los ciudadanos, para fijar el momento del derecho a la vida del prenacido y para legislar con un mínimo de inteligencia, consenso y obligatoriedad para todos.
Haciendo de esto una lectura desde la historia y cultura cristianas, comprobamos que nunca en el cristianismo existió posición unánime que afirmase que la vida se daba desde el comienzo. San Alberto y Santo Tomás eran de opiniones diversas y la diversidad se mantuvo hasta nuestros días. El mismo concilio Vaticano II aludió al tema (GS 51), pero se cuidó mucho de no pronunciarse sobre el cuándo se da la vida humana, confirmando lo que es opinión general entre teólogos. “No está en el ámbito del Magisterio de la Iglesia, el resolver el momento preciso después del cual nos encontramos frente a un ser humano en el pleno sentido de la palabra” (Bernhard Häring, Moral y Medicina, Madrid, PS, 1971, pp, 78-79).
2. Quiénes en un Estado democrático y de Derecho tienen la responsabilidad de hacerlo y promulgarlo para todos
Si tenemos en cuenta lo dicho, entonces estamos en condiciones de poder alcanzar un acuerdo racional, científico y ético prepolíticos, porque la puerta de que disponemos para entrar en esa “realidad” es común a todos, y no es otra que la de la ciencia, la de la filosofía y la de la ética. Puerta que vale también para los que se profesan creyentes.
En un Estado democrático, ninguna instancia civil o religiosa puede atribuirse el poder legislativo, como si dimanase de sí misma al margen de la realidad personal de los ciudadanos. La ética debe determinarse en cada tiempo mediando la racional y responsable participación de los ciudadanos, pues la razón con todo el abanico de sus recursos investigativos es la que, por tratarse de la dignidad humana y de sus derechos, nos habilita para llegar a ellos, explorarlos, entenderlos, valorarlos y acordarlos democráticamente.

Por lo mismo, en el tema del aborto desde instancias científico-éticas se recorre un camino común, compartible por todos.
Sin negar validez a los credos religiosos, podemos de esta manera convivir acordando entre todos lo mejor éticamente para cualquiera de los problemas que se planteen a toda comunidad civil.


La competencia legislativa de la Sociedad y del Estado no significa que siempre exprese en sus leyes el contenido perfecto de la Moral. Pueden consensuarse normas democráticamente que, por circunstancias y razones varias, exijan un perfeccionamiento posterior y haya ciudadanos que, con todo derecho, así lo demanden.
¿Es un derecho de la mujer el derecho al aborto?

Deseo referirme ahora al aspecto problemático del “ derecho” de la mujer al aborto. La realidad nos dice que la vida en gestación no es, propiamente hablando, una parte del cuerpo femenino. La gestación tiene como causa, aunque de manera diferente, a dos sujetos, varón y mujer, en una relación que sobrepasa la estricta individualidad e implica responsabilidad de ambos.
En este sentido, cuando se dice que la mujer tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo, lo es en el sentido en que lo es toda persona: el propio cuerpo, si se lo conoce bien, marca propiedades, cualidades y exigencias que hay que respetar y que imponen límites a actuaciones que pudieran resultar irracionales o perjudiciales. Siempre la persona se distingue por obrar responsablemente.
Pero la decisión cobra otro sentido cuando implica a una persona en situación de embarazo. Los derechos brotan siempre de la realidad de la persona. Un derecho es aquel que pertenece a la persona, en todo momento y lugar, en razón de su misma condición y dignidad. ¿Existe en alguna legislación el derecho al aborto como un derecho de la mujer?
El embrión o feto no es una parte más del organismo femenino, una parte parasitaria, sino efecto de una relación de dos cuerpos y de dos voluntades, de dos personas. Otra cosas es con qué calidad y grado de conocimiento, amor y responsabilidad se lleva a cabo esa relación. En este sentido, creo que la acción abortiva no puede reclamarse como un derecho de la mujer, pues no versa sobre el cuerpo de la mujer sino sobre el efecto de una relación, que se llama embrión y sobre cuyo valor ontológico debe decidir la investigación humana, apoyada en las ciencias y en la ética.
Para determinar si el aborto es un derecho de la mujer se precisa determinar el contenido de esa acción. Por otra parte, la configuración ética de la acción de abortar (finalizar el embarazo) tiene un significado que se enmarca en el contexto y evolución histórica de una Cultura, Sociedad, Religión y Estado. Cuando nacemos y entramos en sociedad todos participamos del código y normas que esa sociedad nos depara, irremediablemente. Y habrá normas diversas que reflejarán más o menos justicia, más o menos igualdad, más o menos patriarcalismo, etc. Y tarea de los ciudadanos será trabajar para que las normas desfasadas o injustas sean cambiadas y perfeccionadas.

En esa historia registramos la realidad de la tiranía ejercida sobre la mujer por el patriarcalismo. Toda lucha será poca hasta lograr que la igualdad sea un hecho en las relaciones masculino-femeninas. Pero, tal empeño no implica, creo, la afirmación de que el aborto es un derecho de la mujer. Ciertamente, será la pareja quien decida en última instancia, pero el significado de la acción de abortar es lo que es y nadie lo puede anular o cambiar a su antojo. La realidad nos dice que el embrión no es una parte constitutiva del cuerpo de la mujer, sino otra cosa. Y, como he indicado antes, una cosa es el embrión hasta la octava semana, hasta ahí no sería todavía sujeto humano constituido; y otra es cuando ya pasa a ser feto (sujeto humano sustantivizado) a partir de la octava semana.

Lo más importante, hacer innecesario el aborto

Son muchas, ciertamente, las causas que pueden provocar el aborto. Pero, en una sociedad abierta y pluralista como la nuestra, que goza de información suficiente y de múltiples instancias educativas, no se entiende la magnitud que el aborto reviste en edades juveniles. Seguramente, son muchos los factores que inhiben en unos y en otros una tarea informativa y educativa obligatoria y a tiempo. Conocer esos factores y combatirlos sería la manera más eficaz de hacer desaparecer el aborto. Ahí, la sociedad entera (familia, escuela, medios, administración política…) tienen creo, la responsabilidad mayor.
Apostar por la vida de todos


Hago un canto a la vida y me sumo a todos aquellos que, de mil maneras, la defienden, la liberan y la protegen cuando de vidas humanas reales se trata.
No obstante, me parece absurdo y contradictorio – y por eso lo denuncio- el hecho de que personas, sectores, movimientos y muchas instancias civiles salgan a defender con intransigencia una vida embrionaria y no adopten actitudes con parecido ardor y urgencia respecto a los miles y millones de vidas que, a diario, viene sacrificadas en el altar de la guerra, de la explotación, de la miseria, de la injusticia y esto en grados de alta crueldad y complicidad.

La Teología ya no es la reina. Ni los cardenales son sus príncipes José M. Castillo, teólogo


Como es bien sabido, durante siglos, la teología fue considerada como la “regina sicientiarum”, la reina de todos los saberes. Y a la que, en consecuencia, todos los conocimientos humanos tenían que someterse. Las historias peregrinas a que dio lugar este criterio son bien conocidas por cualquier persona medianamente culta. Por eso, cuando los maestros en el saber teológico, se han puesto a dictaminar sobre lo que es (o no es) aceptable en otros ámbitos del conocimiento humano, con frecuencia han dicho disparates que da pena y vergüenza recordarlos.
Como da pena y vergüenza – también hay que decirlo – traer a la memoria los despropósitos en que han incurrido no pocos científicos, cuando han intentado meterse a teólogos. Por tanto, lo primero que quiero afirmar aquí es una cosa tan elemental como de sentido común, a saber: una de las cosas más sensatas, que podemos hacer en esta vida, es que cada cual hable de lo que sabe. Y, en consecuencia, que en los asuntos del saber humano, sobre todo en los que entrañan importantes consecuencias para la felicidad o la desgracia de los demás, midamos bien lo que decimos y evitemos dictar sentencia sobre asuntos que no son de nuestra competencia.
Todo esto viene a cuento de lo que el cardenal Fernando Sebastián ha dicho en un diario de Málaga, el pasado día 19, al ser preguntado por un periodista sobre lo que piensa acerca de la homosexualidad. Le ha faltado tiempo al cardenal para que, apenas elevado a la dignidad de tan alto estamento eclesiástico, ya ha soltado la primera andanada contra los homosexuales, un colectivo en el que, por lo visto, son bastante entendidos algunos eminentes purpurados. Cosa que llama la atención, si se compara con la habilidad y prudencia con que el papa Francisco respondió a los periodistas en el avión que le traía de Brasil: “¿Quién soy yo para enjuiciar a nadie?”.
Pero lo más notable que ha dicho el cardenal Sebastián no ha sido reprobar la homosexualidad. Lo más curioso (y lo que más está dando que hablar) es la argumentación que ha utilizado este importante clérigo para desautorizar a los homosexuales. Porque, ante todo, ha despachado tranquilamente el asunto asegurando que la sexualidad “tiene una estructura y un fin, que es el de la procreación”. Con lo cual este eminente purpurado, quizá sin darse cuenta de lo que decía, ha rebajado la sexualidad humana a la mera animalidad. Dando así a entender (o dando pie para pensar) que los seres humanos somos seres sexuados para poder cumplir con la condición de machos, como buenos sementales, que fecundan a las hembras, para que no se extinga la especie humana. Es decir, hemos retrocedido – por lo menos – más de cien mil años, cuando aún no existía el “Homo sapiens”. O vaya Vd a saber, quizá nos han situado en los remotos tiempos del “Homo ergaster”, cuando el cerebro humano medía 400 cms menos que los cerebros que tenían los homínidos que se han encontrado en la Sima de los Huesos, en Atapuerca.
Es más, el cardenal Sebastián ha llegado incluso a señalar el origen de la condición homosexual y el camino a seguir para curarla. Porque, a su juicio, todo el asunto radica en que se trata de una enfermedad. Como la hipertensión que el propio cardenal padece. El remedio, por tanto, está en tomar la alimentación adecuada, hacerse los análisis pertinentes y medicinarse como Dios manda.
La verdad es que uno no sabe qué pensar ni qué decir cuando lee estas cosas, dichas con tanta seguridad por personas que, por preparación y oficio, no han podido dedicarles el tiempo y la profundidad que exigen. Hace unos años, el profesor Juan-Ramón Lacadena, Director del Departamento de Genética de la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid, terminaba así un documentado artículo sobre todo esto asunto: “Se indicaba al principio del presente estudio que en la sociedad se había producido un cambio en cuanto a la consideración de la homosexualidad como delito o pecado y después como enfermedad o condición. Por ello, decía el profesor Dörner (en 1991) que se debería aceptar la bisexualidad y la homosexualidad como variantes sexuales naturales, debiendo producirse, por tanto, su descriminilización, su despatologización y su desdiscriminización”.
Los homosexuales son personas completamente normales. Tan normales como los heterosexuales. Si un heterosexual no tiene por qué salir del armario, ¿por qué demonios los homosexuales tienen que sufrir semejante humillación? ¿por qué tienen que dar explicaciones de lo que son y como son? ¿a qué viene el “día del orgullo gay”? ¿por qué no se organiza igualmente el día del “orgullo heterosexual”? Por favor, acabemos ya con esta sarta de despropósitos, tan penosos como intolerables. Y vivamos en paz, respeto y armonía, que buena falta nos hace a todos.