El mar cambia de color según la luz. Si tienes la oportunidad, fíjate en la intensidad y diversidad de sus colores y contempla la causa.
También los ojos, nuestros ojos, cambian de color según la intensidad de la luz exterior y también interior. El brillo del mar y el de los ojos es el resultado de una experiencia de luz, de una luz que se acoge de dentro afuera y de afuera adentro.
Dicen los científicos que somos fruto de la luz, que gracias a ella se da la evolución…
Si algo caracteriza este Tiempo de Pascua es que la comunidad cristiana nos invita a recibir la Luz para comprender lo vivido: lo sufrido, lo amado, lo perdido, lo recibido, el presente y el futuro… es decir, ver y descubrir nuestra propia evolución como seres humanos fieles a la luz de la Vida que es Él y seguir acogiéndola para hoy y para mañana.
Como el mar, también cambia de color la percepción de lo vivido, según la luz. Si alumbro con mi inteligencia crítica, perfeccionista… mi mar está grisáceo porque no salgo de las nubes de mis exigencias.
Si alumbro con las opiniones de los demás me someto a su luz, que posiblemente, como la mía, está condicionada por miedos, dudas e inseguridades…
El Resucitado trae una luz que cruza el umbral de las cientos de muertes y apagones que la vida tiene, y desde su luz, tu mar, mi mar, recobra el azul intenso, el color y calor que da sentido y brillo a nuestra vida.
La persona cristiana tiene luz porque la recibe del Cristo que habita dentro. El movimiento ocurre de afuera a dentro: la Palabra, la Naturaleza, la Comunidad… y de dentro hacia afuera: la experiencia, el cariño, la reconciliación, la alegría por la convivencia con el Cristo que habita en ti y hace que transmitas su luz, su risa, su empatía, su silencio, su brillo achispado cuando acoges y danzas como las matriarcas, llena de liberación.
Mirar la realidad desde la Luz cambia el color y la apreciación de todo. Es vivir lo mismo pero con una energía renovada. Tal vez es una sencilla experiencia de sosiego interior que transmites con ternura a los tuyos. Tal vez, con su luz, te “ves” capaz de activar lo paralizado o de desechar lo que te hace estéril… y reírte con Sara, ¿de alegría? ante un anuncio que traspasa toda lógica pero es capaz de poner brillo y color a la vida de una mujer estéril, mayor, y triste por una esterilidad ya irreversible que la hacía sentir inferior desde los parámetros de su tiempo. (Gn 18,13-14).
No son las posibilidades de Sara, estéril, las que están en juego, sino las de Dios. De pronto esa Palabra trae luz y vida, y hace evolucionar la vida que aplasta con sus límites y transporta a Sara, a todas las “Saras” de la historia, a una dimensión que se experimenta cuando dejamos entrar la Luz de la Palabra: “tendrás un hijo”.
¿Y eso? ¿Qué lenguaje es este? Es una palabra que ilumina la esterilidad ya crónica otorgándole la energía de la Vida que viene de otro y que se nos regala a manos llenas siempre, en todo lugar, en cualquier circunstancia.
Esa vida regalada, nos permite comprender que el seguimiento del Resucitado no es una creencia sino una vida iluminada paso a paso, en la tiniebla del día a día, por su Luz que fecunda lo estéril.
Al final todo es muy rápido. La vida parece que es muy larga, y es sólo una percepción. La vida es hoy. ¿Con color? ¿Con fecundidad?
Si espero que cambien las cosas… pierdo el color del momento, la belleza de ese ángulo que ahora contemplo y antes no veía porque le daba la sombra cuando dudaba. Si no descubro la luz de Dios en la mirada del que llama a mi tienda, a mi vulnerabilidad con su Luz… no he experimentado la Resurrección.
Cuando a la luz y calor de su Palabra sientes que algo se mueve en ti, este es el hijo de la promesa, la fuerza de Dios resucitando, levantando lo estéril, lo incrédulo, lo cronificado y esclerotizado.
Jesús Resucitado no inicia una institución que tiene que prolongarse en el tiempo… Jesús inicia un movimiento de Vida, de Luz, de Fecundidad.
Los y las que se arriman a él no es por cultura o costumbre, sino por decisión madura de optar por su Luz por encima de las otras.
Yo creo que el Resucitado me/nos invita a seguir con su Luz y Vida formando comunidades que no se queden atrapadas en las opacidades institucionales.
No es lo mismo identificarse con el Resucitado y la comunidad que se forma alrededor de esa experiencia, que hacerlo con una institución.
El pueblo de Dios lo forman aquellas personas guiadas por su Luz, dispuestas a cambiar de rumbo según la Luz.
De ahí la importancia de acoger la Luz. Todo depende de ella. No la escondas dirá el evangelio; sin ella caminamos en tinieblas.
La Luz trae fecundidad, es como un quitamiedos en alta montaña, de pronto te sientes segura. La subida sigue siendo empinada pero hay Luz y esa luz nos protege.
¿Qué sería el mar sin luz? Una terrible masa oscura que infundiría miedo incluso pavor…
¿Qué es una vida sin Vida?
El mar con luz es una maravilla inexplicable que no te cansas de mirar, de tocar, de sentir, de sumergirte en él, de sentirte parte de él, de alimentarte de él, de curarte, descansar, divertirte en él…y todo porque se deja iluminar por la Luz.
Así nuestra vida. ¿Te imaginas?
Acoge la Luz: la necesitamos, compártela. Seremos como el mar, que las personas estarán a gusto y no hará falta explicar… porque con la Luz, SOMOS. ESTAMOS VIVOS Y VIVAS.
Y con la risa por la alegría de la fecundidad más allá de toda impuesta esterilidad… una pascua, ciertamente.
Feliz y bendito (bien dicho) Tiempo Pascual.
Magda Bennásar Oliver
(www.espiritualidadintegradoracristiana.es)