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domingo, 24 de febrero de 2013

Un peligroso fantasma acecha al cónclave Juan Arias

La Iglesia necesita abrirse al exterior, y evitar cerrarse sobre sí misma
Un fantasma peligroso acecha al cónclave que elegirá al sucesor del papa Benedicto XVI tras su renuncia al cargo, por faltarle “las fuerzas físicas y espirituales” para seguir gobernando a la Iglesia Católica. Cada hora aparecen, sin embargo, nuevos posibles motivos de esa renuncia, basados en dolorosos y escandalosos hechos perpetrados por eclesiásticos que habrían contribuido a que el Papa saliese de escena dejando el puesto a alguien con mayor vigor físico y mejores cualidades de gestión del complejo gobierno de la Iglesia.
El fantasma que empieza a vislumbrarse, y que podría acabar siendo peligroso para una renovación verdaderamente profética de la Iglesia en crisis, podría llamarse “victimismo”. La Iglesia se sentiría víctima, tanto de sus enemigos externos, los que la odian, según ella, como de los enemigos internos, los eclesiásticos corruptos y depravados.
Y es ese victimismo el que podría llevar a los cardenales, atenazados por el miedo y por un cierto desconcierto, a cerrar filas en una operación de defensa, levantando muros, acelerando procesos y condenas y refugiándose en la severa doctrina tradicional.
Y es sabido que hasta en una guerra, si sólo se plantea frente al enemigo una estrategia defensiva, puede acabar haciéndole perdiendo posiciones, cerrándose en las trincheras, en vez de lanzarse con coraje a la conquista de nuevos territorios. La comparación con la guerra puede no ser un buen ejemplo para analizar las estrategias de la Iglesia, pero lo cierto es que existe en este cónclave el peligro del fantasma del victimismo.
Nada se construye de nuevo y arriesgado bajo las garras del miedo, ni en la vida personal, ni en la de las instituciones.
El miedo, la vergüenza, la humillación, que en este momento están acosando a la Iglesia como institución podría alejar a los cardenales de buscar una alternativa profética, capaz de sacar a la luz las ideas más revolucionarias y osadas del Concilio Vaticano II, para darle una nueva fuerza evangélica.
Esto es lo que quizás no entiendan algunos cardenales que, me consta, están llegando a Roma preocupados más en parar los escándalos y acabar con las luchas intestinas de la Curia Romana, que con abrir la Iglesia a las nuevas exigencias del hombre posmoderno. Y esa postura puede llevarles a una elección equivocada.
Más que nunca, en este cónclave inédito con la presencia del Papa aún vivo, se debería escuchar a la comunidad cristiana mundial, no solo a la religiosa sino también a la seglar, así como a líderes ecuménicos de otras confesiones, cristianas o no, para saber qué es lo que el mundo que está en gestación, espera de una institución como la Iglesia, con gran peso global.
El miedo, el fantasma, que acecha al cónlave es que, con esas premisas de miedo y posiciones de defensa y de ataque, se pueda caer en la tentación de buscar un candidato al papado que, con mano militar, haga frente a los hechos que están poniendo en crisis la credibilidad de la Iglesia.
Todo eso es necesario, pero es al mismo tiempo es preciso entender que esos problemas que la Iglesia presenta de corrupción interna, no son otra cosa más que la consecuencia de su falta de apertura y de transparencia, de su escasa fuerza evangélica, de la poca presencia en su gobierno de cristianos proféticos capaces de colocar aquella levadura del evangelio que la haga fermentar y crecer.
De ahí que la primera medida sería la de devolver la voz a los teólogos profetas que fueron condenados al silencio para, junto con ellos, pergeñar una Iglesia no tanto para defenderse de los ataque externos e internos, sino para abrir nuevos caminos de esperanza para una humanidad que busca también ella nuevos horizontes ya que los antiguos se le han quedado viejos. Justamente como a la Iglesia.
Si en vez de liberar la inteligencia de la Iglesia, que fue encadenada por condenas y excomuniones fuera del tiempo, la solución que busca el cónclave fuera la de echar nuevos cerrojos en una operación defensiva, la renuncia, de alguna forma profética, del papa Ratzinger, habría sido en vano.
La Iglesia necesita más que nunca, precisamente porque está acosada y en crisis, un nuevo papa, que como Juan XXIII, proclame la necesidad de que se abran las ventanas para que entre aire nuevo y pueda la Iglesia recoger el testigo de un Concilio Vaticano II que intentó abrir un diálogo con la Humanidad y que acabó cerrando ventas y puertas. En la oscuridad y las tinieblas de esa falta de diálogo y de transparencia habría que buscar el motivo de los males que hoy la aquejan y avergüenzan. Y no al revés.

El Papa advierte del “sufrimiento y la corrupción” en la Iglesia Pablo Ordaz

Benedicto XVI advierte a los cardenales: “El diablo ensucia la obra de Dios”
Ratzinger aleja de Roma a un colaborador de Bertone en la banca vaticana
Dentro de unos días, las librerías se llenarán de obras urgentes sobre Benedicto XVI, el papa que renunció. Habrá unas que glosen su figura tranquila, la del teólogo que jamás levantó la voz, y otras que busquen el éxito mezclando el aroma del incienso con el de la conspiración.
La prisa por llegar a las vitrinas sacrificará irremediablemente la etapa más apasionante de su papado. Estos 17 días que Joseph Ratzinger se ha reservado para enderezar algunos de los renglones torcidos. Libre de todos y de sí mismo, su voz ha clamado contra la corrupción en la Iglesia y su mano no ha temblado al enviar lejos del Vaticano a quienes ya no considera dignos de su confianza. El jueves, cuando el ruido de un helicóptero se confunda con el adiós de todas las campanas de Roma, significará que son las cinco de la tarde y que todo está a punto de terminar.
Desde que el día 11, en latín y por sorpresa, Benedicto XVI anunciara al mundo su renuncia —la primera de un papa en siete siglos— sus mensajes, de obra y de palabra, se han vuelto definitivamente claros. En cada encuentro, ante los fieles de a pie reunidos en la plaza de San Pedro o ante los príncipes de la Iglesia, Ratzinger ha insistido, y ayer volvió a hacerlo, en que el “sufrimiento y la corrupción” golpean a la Santa Sede. Y ha pedido mucha atención a los cardenales que dentro de unos días tendrán que elegir a su sucesor. “El diablo”, les ha avisado, “trabaja sin descanso para ensuciar la obra de Dios…”.
Lo que llama más la atención es que, en los últimos días, Benedicto XVI ha encontrado fuerzas para revestir sus palabras de acción. Hace un año salió a la luz una carta fechada en julio de 2011 en la que el arzobispo Carlo Maria Viganò advertía al Papa sobre la corrupción en el Vaticano y le pedía apoyo para quedarse en Roma y luchar contra ella. Joseph Ratzinger optó, sin embargo, por no contradecir la decisión de alejar a Viganò —-mandándolo a EE UU— que ya había tomado su secretario de Estado, monseñor Tarcisio Bertone. Ahora, en cambio, el Papa parece haber alcanzado la determinación que, según sus críticos, le faltó durante su pontificado.
En una decisión que los medios italianos consideran como un golpe claro al poder de Bertone, Ratzinger acaba de enviar a Colombia a monseñor Ettore Balestrero, brazo derecho del secretario de Estado en el manejo del dinero de la Iglesia y hombre muy cercano a los sectores más conservadores de la curia.
Balestrero, de 46 años, diplomático vaticano y una suerte de viceministro de Exteriores, se había venido ocupando de cuestiones tan importantes como las relaciones con China o Israel y, sobre todo, había formado parte de la comisión que trata de adaptar el Instituto para las Obras de Religión (IOR), el banco del Vaticano, a las exigencias internacionales contra el lavado de dinero negro, una asignatura todavía pendiente. El nombramiento de Balestrero como nuevo nuncio en Colombia supone su alejamiento de las finanzas vaticanas solo unos días después de que, en otra decisión sorprendente, Joseph Ratzinger designara al alemán Ernst von Freyberg nuevo presidente del IOR. Dos golpes contra Bertone ejecutados en el tiempo de descuento, en un intento de Ratzinger de allanar el camino a su sucesor.
En este sentido, se da por hecho que los tres cardenales octogenarios que redactaron, por encargo del Papa, un informe secreto sobre la corrupción en el Vaticano se reunirán en los próximos días con los cardenales menores de 80 años que participarán en el cónclave. Ratzinger desea que, en el momento crucial de elegir al nuevo Papa, los cardenales conozcan los datos que él sopesó en las horas críticas de su renuncia.
En la hora de la despedida, Benedicto XVI se reunió ayer con el presidente Giorgio Napolitano, en la víspera de las legislativas, y le dijo que rezará por Italia.
El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, realizó ayer un duro ataque a los medios que, en los últimos días, han publicado informaciones relacionadas con los escándalos que salpican al Vaticano. Dijo Lombardi: “No falta quien trata de aprovecharse del momento de sorpresa y de desorientación de los espíritus débiles para sembrar confusión y desacreditar a la Iglesia y a su gobierno, recurriendo a instrumentos antiguos tales como la murmuración, la desinformación y, a veces, la calumnia”. Según el portavoz del Vaticano, tales informaciones “a menudo falsas” tratan de “condicionar a los cardenales con vistas al cónclave”.
Un cónclave para el que el Vaticano está ya tomando medidas muy estrictas. El secretario del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Juan Ignacio Arrieta, avisó de que si un cardenal intentase entrar a la Capilla Sixtina con un teléfono móvil “le sería confiscado”. La pena para el purpurado que, preso de la emoción, intentase adelantarse a la fumata blanca con un mensaje de Twitter podría llegar a la excomunión.

Hans Küng: “El problema es que el papado se ha convertido en una institución monárquica absolutista”

El teólogo descarta que la renuncia de Benedicto XVI traiga a la Iglesia un ‘Gorvachov’
El filósofo y teólogo Hans Küng, antiguo compañero de estudios de Benedicto XVI, inhabilitado por el Vaticano para enseñar Teología católica desde 1979 por sus críticas a la Iglesia, cree que la renuncia del Papa “abre una puerta de renovación”. En su opinión, “no se trata de una lista de reformas, sino de un cambio de mentalidad”.
Una revolución desde abajo para cambiar el Vaticano
“Los católicos tienen pendiente una revolución desde abajo para forzar una reforma radical en el Vaticano. Estamos viendo primeros movimientos, vemos flujos de opinión católica que consideran inaceptable que ciertos cardenales acudan al cónclave, es un inicio. Los católicos deben encontrar el coraje de frenar a su jerarquía en la medida en que esa jerarquía es corrupta”, ha dicho Hans Küng en una entrevista en El Mundo.
Una oportunidad para cruzar la puerta
Küng ve la dimisión del Papa una oportunidad “ que deberá ser aprovechada ahora por la Iglesia. La puerta está abierta, pero hay que cruzarla. En todo caso, es una decisión que nos mueve, nos obliga a replantearnos el balance de este Pontificado y la figura de Benedicto XVI, que posiblemente solo podamos comprender mejor cuando el tiempo nos conceda algo más de perspectiva”, ha considerado.

La Iglesia es “un sistema autoritario

Hans Küng ha recordado que “la Iglesia lleva décadas siendo un sistema autoritario que no responde a su propia naturaleza” y compara “la obediencia incondicional demandada a los obispos cuando juran obediencia al Papa es casi tan extrema como la que se obligaba a jurar a los generales alemanes en su juramento de lealtad a Hitler”.
Küng ha reprochado al Vaticano por “aplastar cualquier forma de disidencia clerical. Las reglas para la elección de los obispos son tan rígidas que en cuanto surgen candidatos que defienden la píldora o la ordenación de mujeres son eliminados de la lista. El resultado es una iglesia del ‘sí señor’ que pierde criterio y la única manera de reformar eso es desde abajo hacia arriba”.
Movimientos de sacerdotes rebeldes
El teólogo considera que “la obediencia” que deben los cardenales y obispos al Papa “no significa dejar de pensar por uno mismo. Los sacerdotes debemos obedecer al llevar a cabo las tareas que se nos encomiendan, cumpliendo lo mejor que podamos en los destinos a los que nos envían, pero la conciencia, por definición, no obedece. Y uno en conciencia piensa lo que piensa y debe decirlo, incluso en ocasiones los sacerdotes y otras personas que ocupan puestos de responsabilidad deben decir en voz alta que hay ciertas cosas que, sencillamente, no aguantan más.
En Suiza y en Austria hay en activo movimientos que agrupan a cientos de sacerdotes católicos que abogan por políticas que desafían abiertamente las actuales del Vaticano”.
Küng ha criticado que “demandas como el sacramento de la Comunión para personas divorciadas que se han vuelto a casar o para dar a mujeres puestos más relevantes en la Iglesia han sido rechazadas de plano por el Vaticano, sin cuerda floja que valga”.
No espera un Gorvachov en el Vaticano
Küng cree que “el problema que radica en que la Iglesia, en cuanto organización humana, no se diferencia tanto del resto” de la sociedad y los países. “La llegada de Ratzinger al cargo papal me recordó mucho a la de Putin al poder, un encargado de los servicios secretos que ocupa la jefatura de la institución. Hasta ahora había pensado que el Pontificado de Benedicto XVI había supuesto una putinización del Vaticano, aunque esta última decisión de la renuncia echa por tierra esa teoría. Pero en cualquier caso, no creo que los cardenales vayan a elegir ahora a una especie de Gorbachov”, ha opinado Küng.