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miércoles, 19 de agosto de 2020

HAY QUE PROMOVER ESE ELEFANTE DORMIDO QUE SON LA MAYORÍA DE LOS CRISTIANOS

 RELIGIÓN DIGITAL 

col espeja

Nacido en familia noble, Domingo de Guzmán (1170-1221) recibió formación en la universidad de Palencia y después se incorporó al cabildo de canónigos regulares en Burgo de Osma. Ya en la segunda etapa del feudalismo medieval pujaban los aires del mundo moderno que anunciaban un cambio de época, y en este cambio brotó el carisma de Domingo como fraile predicador. Para una misión diplomática, salió de la clausura canonical y pasó por el sur de Francia, donde encontró una población pobre y confusa de cristianos que se alejaban y se oponían a la Iglesia oficial; declarados herejes –cátaros, valdenses…– caían en muchos errores pero trataban de llevar una vida evangélica. Para combatir a los herejes y traerlos al redil de la Iglesia llegaban delegados pontificios revestidos de poder y con amenazas de excomunión. En ese contexto, Domingo escuchó al Espíritu que sugirió abrir otro camino: una conducta evangélica ofrecida de modo creíble y en diálogo sincero con el otro. Así dentro de la Iglesia brotó el carisma de los frailes predicadores. Una comunidad que intenta vivir el Evangelio y transmitirlo en diálogo con un mundo cambiante. Si bien ese carisma incluye el estudio encarnado en la realidad, lo más fundamental, relevante y decisivo en la conducta de Domingo fue su “celo misionero” inspirado en la compasión.

Hoy las cosas han cambiado. No estamos ya en la situación de cristiandad medieval; el mundo camina emancipado de la tutela eclesial y la sociedad es cada vez más laica. Por otro lado en el Vaticano II la misma Iglesia valoró la libertad de conciencia y la autonomía de la persona humana en la gestión de las realidades seculares. Pero precisamente por este cambio de panorama, se tomó conciencia de que la Iglesia, integrada por todos los bautizados, se constituye en la misión y ser discípulo de Jesucristo significa ser misionero, predicador del Evangelio. Esa vocación es una mística o apasionamiento por un dinamismo vivido, simbolizado en la expresión “reino de Dios”. Si bien este mundo –la entera familia humana con todas las realidades entre las que vive– es originado y sostenido por una Presencia de amor, también es lugar “de las ambiciones de los ojos y del alarde de la opulencia”. En la dialéctica entre la humanidad que se deja alcanzar por esa Presencia de amor y las ambiciones egocentristas que continuamente brotan en mismo corazón humano, va creciendo el reinado de Dios amor o realización de la humanidad. A la pasión por ese crecimiento, como tesoro escondido y de algún modo activo ya en la entraña de la historia humana responde la vocación misionera.

Ya en la primera mitad del siglo XX, era manifiesta “la apostasía de las masas” y Pío XI promovió la Acción Católica. Para infundir en las venas del mundo la savia del Evangelio, a mediados de siglos Juan XXIII convocó un concilio ecuménico. Después, los papas vienen insistiendo en la necesidad urgente de nueva evangelización en que deben comprometerse todos los cristianos. Pero frecuentemente se nota como una acedia individualista, un desinfle desánimo, realismo exagerado, pesimismo estéril, instalación en los cuarteles de invierno. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde está el resorte para salir de esa inercia?

En esta situación deseo interpretar con fidelidad el impulso renovador del papa Francisco a la misión evangelizadora de la Iglesia. Concreta las pistas sugeridas en el Vaticano II, y añade algo decisivo para avivar esa misión que el concilio no explicitó suficientemente. Trataré de sintetizarlo con frases del papa Francisco que van entre comillas.

Concretando pistas sugeridas en el Vaticano II

Según la visión del Concilio, la Iglesia se constituye en la misión: “Recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas”. Es la vocación de todos los cristianos, pueblo de Dios a cuyo servicio están los ministerios de obispo, presbítero y diácono. Buen indicativo para las congregaciones religiosas que, con su propio matiz, se dedican a la predicación; ante las inclemencias del tiempo, se pueden quedar en la observancia meticulosa de los medios esenciales como si fueran fines absolutos, olvidando que deben configurados y practicados en orden a la misión. Todos los bautizados son discípulos y misioneros; todos tienen la misma dignidad y por tanto “las funciones no dan lugar a superioridad de unos sobre otros; cuando hablamos de potestad sacerdotal, nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad y de la santidad”. Hay que promover ese elefante dormido que son la mayoría de los cristianos, curando así "el excesivo clericalismo” patología nefasta para la salud de la Iglesia.

Porque la misión evangelizdora solo tiene lugar en el mundo, éste mundo pertenece a la constitución de la Iglesia; de ella son también los gozos y las esperanzas, las tristezas y los fracasos de la humanidad. Según la encíclica “Ecclesiam suam”, 1964, que marcó la orientación del Concilio, “la Iglesia se hace diálogo”, sale de sus trincheras y ratifica su alianza con este mundo. Siguiendo esta orientación, el papa Francisco quiere una Iglesia evangelizadora en salida de su “introversión”. No debemos entender la novedad de esta misión “como un desarraigo, como un olvido de la historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante”. La Iglesia evangelizadora “acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean!”. ”Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!".

Y el mundo cambia. Ya el Concilio pidió la reforma para que la organización visible de la Iglesia esté en función de la comunión de vida dentro de un mundo que ha cambiado. Y el papa Francisco, muy sensible a la novedad del mundo, reconoce: “Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”.

Leyendo los signos del tiempo hace cincuenta años, el Vaticano II reconoció como llamada del Espíritu la libertad de conciencia y la autonomía legítima en la gestión de las realidades seculares que ya entonces eran reclamos del mundo moderno. Por eso a las personas de este mundo moderno la verdad no se impone más que por la fuerza de la misma verdad que penetra fuerte y suavemente en las almas. En esa convicción el papa Francisco no solo pide leer los signos de nuestro tiempo. Concreta más: “Los enormes y veloces cambios culturales requieren que prestemos una constante atención para intentar expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad. A veces, escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de Jesucristo”. No sólo un cambio de lenguaje y una versión actualizada de contenidos sino nueva forma de ofrecer el Evangelio a personas celosas de su libertad y autonomía: “Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia”. Por eso “cabe recordar que todo adoctrinamiento ha de situarse en la actitud evangelizadora que despierte la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio. Urge a las comunidades cristianas “entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma”.

El papa Francisco es consciente de que el reinado de Dios avanza con dinamismo vivo en un mundo con su lado oscuro, donde las idolatrías de moda pueden contaminar la Iglesia: “Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido”. La salida de la Iglesia y su solidaridad con el mundo debe ser portadora del Evangelio: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo”. “Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida”.

El Vaticano II avanzó en la reflexión sobre el misterio de la Iglesia y se abrió al diálogo con el mundo. Implícitamente apuntó la necesidad de la experiencia creyente cuando habló de la reforma litúrgica, presentando la fe como apertura libre a la revelación, y cuando sugirió un cambio en la moral. Pero no hizo un documento sobre la espiritualidad y apenas salió de modo explícito la experiencia de Dios. Es la dimensión que tiene prioridad en los documentos del papa Francisco. No sólo en su primera exhortación sino también en la encíclica sobre la ecología y en la Exhortación sobre la santidad. Sin esta dimensión no se puede interpretar bien la necesidad de “una Iglesia en salida”.

Lo deja ya bien sentado el papa Francisco en los inicios de la Exhortación “Evangelii Gaudium”. La clave decisiva para la nueva evangelización es “una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan”. Por eso “en cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu”. “La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que Él nos amó primero”. La evangelización debe estar “animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”.

NOSOTROS SOMOS RESPONSABLES DE ESTE DESASTRE


col castillo

 

Cada día veo más claro que lo primero, que nos tiene que interesar y preocupar, no es el sistema, ni las ideologías, ni las teorías. Ni lo que dijo “fulano”, aunque el tal fulano sea el pensador más lúcido que ha pasado por el mundo. Ni los pensadores, ni los sistemas, ni las ideas, ni las creencias (o las no-creencias) arreglan el desarreglo que estamos viviendo. A mí me parece que hay algo previo a todo eso. Algo más básico, que es la solución. Pero eso mismo es lo que nos da miedo. Y a eso, por tanto, es a lo que no le hincamos el diente.

¿A qué me refiero? Al “proyecto de vida” que cada uno de nosotros ponemos en práctica. ¿Cómo vivo yo? ¿De qué vivo yo? ¿Para qué vivo yo en este mundo? La cuestión clave es la siguiente: ¿vivo para pasarlo lo mejor posible? ¿o vivo para ayudar, a quien me necesita lo más y lo mejor posible? Esta es la cuestión. Que, dicho de otra forma, equivale a lo que he puesto como título de esta sencilla reflexión: ¿Qué “proyecto de vida” es lo que da “sentido a mi vida”?

Me explico. La pregunta, que acabo de hacer, es tan genérica y pretenciosa, que en realidad no pregunta nada. Es indispensable concretar. Abunda la gente que tiene, como proyecto de vida, “pasarlo lo mejor posible”. Y hay gente (creo que estos son menos) que lo que quieren es “ayudar lo más posible” a quien lo necesita. En el primer bloque están los “egoístas”. En el segundo, los “altruistas”. El problema está en que casi todo el mundo, ante estas cuestiones, dirá –sin duda alguna– que tiene algo de ambos bloques: es egoísta y altruista. Por eso, esta pregunta no vale. Hay que concretar.

En la vida de los seres humanos, hay dos fuerzas tremendas, que tiran constantemente de nosotros: el “dinero” y el “poder”. El dinero es “posesión”, que da “seguridad”. El “poder” es “dominación”, que da “importancia”. Estas dos fuerzas, la fuerza de la seguridad y la fuerza de la dominación, se viven como “deseo”. De ahí que las dos granes apetencias (o deseos), que rigen nuestra vida –y la convivencia con los demás– son: sentirnos seguros y sentirnos importantes. Cuando estos dos sentimientos son los que rigen nuestra vida, esto es lo que “nos hace felices”. Porque sacia nuestras apetencias. Hasta las apetencias más hondas y secretas. Aunque tales apetencias se disfracen de amor a la patria, de amor a Dios, de amor a otra persona, de lo que sea. Los antiguos hablaban de estas apetencias llamándolas “pasiones”.

De ahí que lo que decide lo que es y cómo es cada uno, no brota básicamente de la “decisión” que toma el sujeto, sino de la “pasión” que seduce, tira y hasta se puede decir que arrastra al sujeto. De ahí que el “proyecto de vida”, si es que se toma en serio y no se queda en mero deseo, sino que se erige en auténtica “convicción”, entonces, ni la seguridad del dinero, ni la importancia del poder, mandan en nuestra vida y en nuestra conducta. Lo que, entonces manda realmente en nuestro proyecto de vida, no es lo que a mí me satisface, sino lo que necesitan los necesitados.

Todos nos quejamos ahora de lo mal que están las cosas. Y ha tenido que venir la pandemia del covir19, con la consiguiente crisis económica, para que empecemos a tomar conciencia del desastre de mundo en que vivimos. Un desastre del que los responsables somos nosotros. Y cuando digo “nosotros”, no me refiero a los gobernantes, sean del color que sean y tengan el poder que tengan. Los causantes del desastre somos todos. La salud y la economía están hecha trizas. Y de tal desastre, todos tenemos la culpa. Por acción o por omisión. Pero responsables, somos todos. Porque todos nos hemos ajustado, hemos permitido y hasta nos hemos acomodado a un “proyecto de vida”, que ha terminado llevándonos justamente a donde estamos.

Ahora, le echamos la culpa a los que no piensan como nosotros o a los que son del partido de enfrente. ¡Que no! Que el problema está en que todos nos hemos acomodado a un “proyecto de vida” en el que el dinero, el poder y el mayor bienestar posible nos han seducido de manera, que ya no sabemos vivir de otra manera. Y en esto hemos educado a los niños y a los jóvenes, mientras que a los mayores y a los viejos los hemos metido en residencias en las que nos los quitamos de en medio, donde mueren abandonados a su desgraciada suerte, pero nos dejan seguir adelante con nuestro “proyecto de vida”, del que disfruta cada cual como puede.

Y lo peor de todo es que vivimos engañados. Nos engañan los políticos. Y nosotros nos dejamos engañar, echando la culpa a “los de enfrente”. Pero como todo está pensado para que, en definitiva, todo siga igual, nos callamos o nos estamos quietos. O quizá nos manifestamos, en una manifestación aprobada y permitida por los que nos están engañando. Y permitimos un tipo de religión que sirve para organizar fiestas, festejos y vacaciones. Incluso le toleramos al clero que se apropie lo que le conviene. Con tal que nuestro “proyecto de vida” siga siendo posible, nos callamos, nos aguantamos, colaboramos y hasta fomentamos lo que nos está destrozando.

En definitiva, mientras no le toquemos a la pasión por el dinero, la pasión por el poder y el afán desmedido de disfrutar de la vida lo posible (y hasta lo imposible), que no le toquen a nuestro proyecto de vida. Habrá gente de derechas, de centro y de izquierdas, habrá creyentes y ateos, seguramente pronto las mujeres dirán misa, los curas se casarán, los obispos serán “más humanos”, todo eso y Dios sabe a dónde llegaremos. Mientras este mundo aguante, los que vengan detrás, que se busquen la vida.

Así están las cosas. ¿Y éste es el mundo que 

EL SILENCIO DE DIOS CUANDO NO HAY PROFETAS

 

col serna

La teología tradicional (o al menos en muchos ambientes) del Israel de tiempos neotestamentarios sostenía que Dios, enojado con su pueblo, había retirado su espíritu y se había “encerrado” en el séptimo cielo. Era por eso que ya no había “profetas” en Israel (una característica de los profetas es que hablaban movidos por el espíritu de Dios).

“No existen ya profetas, ni nadie entre nosotros que sepa hasta cuándo” (Sal 74,9). Tribulación tan grande no sufrió Israel desde los tiempos en que dejaron de aparecer profetas (1 Mac 9,27). Ahora, la justicia se ha convocado y los profetas duermen (Apocalipsis [sir.] de Baruc)… “ya no hubo sucesión exacta de profetas” (Flavio Josefo).

En la Biblia, los y las profetas son aquellos y aquellas que hablan de parte de Dios en un determinado momento histórico. Pero Israel ha experimentado que, en ese tiempo, nadie lo hace. Nadie muestra caminos, confronta errores, alienta esperanzas, y Dios parece callar.

Sería falso, además de infantil, pensar que los profetas fueron un grupo muy pequeño, de un tiempo muy pequeño, de un espacio geográfico muy pequeño de la humanidad.  Nuestra historia de América Latina estuvo cargada de profetas (lo cual no significa –en coherencia con los profetas bíblicos, por ejemplo– que estos fueran escuchados).

Antes de avanzar quisiera poner un ejemplo bíblico y compararlo con los tiempos actuales. En su tiempo histórico, el profeta Jeremías la pasó muy mal: fue perseguido, amenazado, combatido y vilipendiado… pero con el tiempo el pueblo supo reconocer que las palabras de Jeremías venían de Dios, mientras que no era así con las palabras oficiales que lo combatían, incluso de “falsos profetas” (ese proceso es el que teológicamente se llama “recepción”; que no es lo que determina la oficialidad, sino la asimilación creyente del pueblo de Dios de las palabras que reconoce como de su parte). Algo semejante podemos mirar en la reacción de cierta oficialidad eclesiástica de los documentos de Medellín, el conflicto en Puebla, la intervención en Santo Domingo y la manipulación de Aparecida… Es evidente que Medellín significó una primavera, Puebla supo mantenerla a pesar de algunos “frenazos”, Santo Domingo pasó al olvido sin pena ni gloria y Aparecida apenas es recordada. Y si miramos la “intervención” vaticana, ausente en Medellín, incipiente en Puebla, total en Santo Domingo y potente en Aparecida, quizás haya que sospechar que la intervención del Espíritu Santo en la comunidad eclesial es inversamente proporcional a las intervenciones vaticanas. No que el Espíritu no sople en la iglesia, sino que la iglesia debe aprender a escucharlo y no a imponerse. Que es distinto.

Y si miramos las voces, las pronunciadas y las calladas, a lo mejor también podamos ver y entender la relación entre el espíritu, los profetas y el “silencio de Dios”.

Hablamos de documentos episcopales, y debemos señalar que hemos tenido obispos profetas (aunque tal cosa parezca un oxímoron). Basta mirar los obispos gestores de Medellín, muchos todavía vigentes en Puebla, ausentes en Santo Domingo y también en Aparecida.  No estaría de más una simple pregunta: ¿podemos mencionar 10 obispos proféticos latinoamericanos de tiempos de Pablo VI? Seguramente la respuesta sea fácil y rápida. En cambio, ¿podemos nombrar 10 obispos proféticos latinoamericanos de tiempos de Juan Pablo / Benito / Francisco? Personalmente creo que se tardaría muchísimo en poder llegar siquiera a insinuar tres.

Acaba de morir uno de los últimos obispos profetas: Pedro Casaldáliga. Lo último que hizo, que yo sepa, es firmar, con otros obispos, un texto crítico contra el actual gobierno de su país, Brasil. Hasta desde el silencio de su Parkinson y postración, su voz seguía resonando. Entre tanto, tocará seguir esperando que algún “día” Dios “rasgue” su cielo, y haga soplar su espíritu con una fuerza que no pueda callarse, ni siquiera desde los muros vaticanos, y el espíritu marque caminos siempre nuevos de vida y desafíos, de creatividad y esperanza, de entusiasmo y profecía. Algunos creemos que la iglesia depende de eso.

SIMÓN PEDRO Y SUS DESCALABROS

Fe Adulta 

col aleixandre art

En uno de los relatos pascuales aparecen estas palabras de Jesús dirigidas a Pedro: “Cuando eras joven, te ceñías e ibas donde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieres…” (Jn 21,18). La frase suena a uno de esos lugares comunes en los que solemos coincidir cuando hablamos de lo que es propio de las edades de la vida. Es evidente: cuando eres joven te mueves con autonomía y vas donde te da la gana. De viejo, ya es otra cosa.

Sin embargo, en la escena que nos relata el Evangelio de hoy y tratándose de Jesús, los principios generales se trastocan: Pedro intenta “ceñir” a Jesús, que es joven, para impedirle seguir adelante por un camino que a su parecer es un desvarío. De manera subliminal está queriendo obligarle a “extender las manos” y a dejarse llevar por otro menos alocado (“estos jóvenes…”) y más sensato.

La reacción de Jesús es virulenta: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!”. Si ya el apelativo “Satanás” es fuerte, el reproche que sigue, si se traduce libremente es aún peor: “Eres en mi camino una piedra en la que pretendes que me estrelle”. El diagnóstico final es demoledor: “Piensas al modo humano, no según Dios” (Mc 8,33).

El tópico joven-que-hace-lo-que-le-viene-en-gana está saltando por los aires porque el joven Jesús ni va “a su bola”, ni camina “a su aire”, ni alardea de su “indomable libertad”. Es alguien que no solo “extiende sus manos” para dejarse conducir por Otro, sino que se “extiende” todo él como un lienzo en blanco sobre el que pintar, como un tapiz por tejer, como un lacre blando sobre el que imprimir un sello. Si de niño había ido creciendo “en edad, en sabiduría y en gracia” (Lc 2,52), de mayor va ha ido ensanchando su “pensar según Dios”, ha ido sintiendo la vida y escuchándola desde más allá de sí mismo para conformar su sentir con el de su Padre. Un día le llenó de alegría reconocer esa coincidencia: Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Lc 10, 22). Lo mismo que su antepasado Abraham, abandonaba la tierra familiar de lo que le habían dicho y enseñado y se adentraba en otra en la que solo importaba el “pensar” del Padre. Se había dado cuenta de que iban a una, como dos que caminan bajo el mismo yugo, unánimes y con-cordes en la inclinación de su corazón hacia los que carecían de saberes, de nombre y de significación. Eso le llenaba de alegría y nada vuelve tan audaz y tan determinado a alguien como el vivir en contacto con la fuente del propio júbilo.

Desconocía lo que era aferrarse a “disponer de sí” porque el deseo y la voluntad de Otro imantaban su querer y de ahí le venía esa despreocupación que, según él, había aprendido de los pájaros y de los lirios del campo que no se inquietan por el día de mañana. Había dejado de ocuparse de su propio camino, confiando en manos de Otro su trazado, su recorrido y su final y no consentía que nadie intentara desviarle de ahí. Lo habían avisado los Profetas: Su voz puede ser tan estremecedora como el rugido de un león (Am 1,3), sus celos, tan peligrosos como una osa si le quitan los cachorros (Os 13,8).

Así que Simón, hijo de Jonás, colega nuestro en la pretensión de querer torcer Sus caminos y traerle a los nuestros: más nos vale desistir en el intento porque saldremos descalabrados.

Con el Hijo hemos topado, amigo Simón.

SOLO SI DESCUBRES TU VERDADERO SER, CONOCERÁS A JESÚS

 Fe Adulta 

col fraymarcos

Mt 16,13-20

Otra vez Jesús se retira con sus discípulos; ahora a la región de Cesarea de Filipo. Se van a tratar temas que desbordan la problemática estrictamente judía, y por eso Mateo coloca la escena en territorio gentil, fuera de una concepción del Mesías demasiado nacionalista, para dar a entender que estamos en una apertura a los gentiles. Ni lo que dice sobre Jesús, ni lo que dice sobre la Iglesia podía ser aceptado por un judío normal.

Dos temas nos proponen hoy las lecturas: Quién es Jesús y el poder de las llaves. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y por lo tanto reflejan, no lo que entendieron mientras vivieron con él, sino lo que las primeras comunidades pensaban de él. También es lógico que se preocuparan por la estructura de la nueva comunidad: El texto expresa vivencias pascuales de la primera comunidad. Esto no le quita importancia sino que se la da.

Se quiere diferenciar la opinión de la gente de la de los discípulos. Mejor sería decir que la diferencia sería entre lo que la gente y los discípulos pensaron de Jesús mientras vivía y lo que pensaron de él después de la Pascua. Mientras vivieron con él le mostraron una gran estima, pero no se dieron cuenta de la novedad que aportaba. A los discípulos les costó Dios y ayuda dar el paso de una interpretación nacionalista del Mesías, a la del verdadero mesianismo que representaba Jesús. Solo después de Pascua consiguieron dar el paso.

Antes de esa experiencia, Pedro nunca pudo decir a Jesús que era el Hijo de Dios. Los judíos no tenían un concepto de Hijo de Dios en el sentido que hoy le damos. En el AT se llamaba hijo de Dios al rey, a los ángeles, al pueblo judío, pero en sentido simbólico. Para un judío lo más que se podía decir de un ser humano es que era el Ungido (Mesías). Los griegos sí tenían un concepto de Hijo de Dios. Gracias al contacto con la cultura griega, los cristianos pudieron expresar la experiencia pascual con el término ‘Hijo de Dios’.

A Jesús nunca le pasó por la cabeza el fundar una Iglesia. Él era judío por los cuatro costados y no podía pensar en una religión distinta. Lo que quiso hacer con su mensaje, fue purificar la religión judía de todas las adheren­cias que la hacían incompatible con el verdadero Dios. Tampoco los primeros seguidores de Jesús pensaron en apartarse del judaísmo. Fue el rechazo frontal de las autoridades judías, sobre todo de los fariseos después de la destrucción del templo, lo que les obligó a emprender su propio camino.

De Jesús, como ser humano concreto, sí podemos hablar adecuadamente, porque cae dentro de las posibilidades de nuestros conceptos. De lo divino que hay en Jesús, nada podemos decir con propiedad, porque escapa a nuestra capacidad intelectual. Pero lo divino se manifestó en su humanidad y aunque no podemos definirlo, podemos intuirlo. Si nos empeñamos en pensar lo divino y lo humano como diferentes, imposibilitamos una respuesta coherente. Si Jesús fue Dios es porque es hombre, y si es hombre cabal es porque es Dios. No hay incompatibilidad entre ambas realidades. Todo lo contrario, Dios está en lo humano y el hombre solo puede llegar a su plenitud en lo divino, que ya es.

La respuesta que pone Mt en boca de Pedro parece, a primera vista, certera, aunque no supone ninguna novedad, porque todos los evangelistas lo dan por supuesto desde las primeras líneas de los evangelios. Está claro que el objetivo del relato es afianzar una profesión de fe pascual. Si Pedro hubiera pronunciado esa frase antes de la experiencia pascual, lo hubiera hecho pensando en un “hijo de Dios” en el sentido en que lo entendían los judíos; como persona muy cercana a Dios o que tiene un encargo especial de su parte.

No podemos definir con dogmas a Jesús, pero tampoco podemos dejar de hacernos la pregunta. Lo que es Jesús, nunca lo descubriremos del todo. ¿Quién es este hombre? Todo intento de responder con fórmulas cerradas no solucionará el problema. La respuesta tiene que ser práctica, no teórica. Mi vida es la que tiene que decir quién es Jesús para mí. Del esfuerzo de los primeros siglos por comprender a Jesús, debemos hacer nuestras, no las respuestas que dieron sino las preguntas que se hicieron.

Dar por definitivas las respuestas de los primeros concilios nos ha sumido en la ruina. Lo que nos debe importar es descubrir la calidad humana de Jesús y descubrir la manera de llegar nosotros a esa misma plenitud. Se trata de responder con la propia vida a la pregunta de quién es Jesús. Y tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Qué dice tu vida de mí? Si creemos que lo importante es la respuesta, como ya estaba dada, todos en paz y eso es lo grave. Hoy sabemos que lo importante es que sigamos haciéndonos la pregunta.

Desde el punto de vista doctrinal la historia se encarga de demostrarnos que nunca nos aclararemos del todo. O exageramos su divinidad convirtiéndole en un extraterrestre o afianzamos su humanidad y entonces se nos hace muy difícil aceptar que sea plenamente hombre y a la vez divino. Una vez más tenemos que decir que la solución nunca la encontraremos a nivel teórico. Solo desde la vivencia interior podremos descubrir lo que significa Jesús como manifestación de Dios. Solo si nos identificamos con Jesús, haciendo nuestra su vivencia de Dios, comprenderemos lo que fue Jesús.

Respecto a la segunda cuestión, tenemos que aclarar algunos puntos. En primer lugar, los textos paralelos de Mc y de Lc no dicen nada de la promesa de Jesús a Pedro. Es éste un dato muy interesante, que tiene que hacernos pensar. Marcos es anterior a Mateo. Lucas es posterior. Tanto la confesión de Hijo de Dios como la promesa de Jesús a Pedro, es un texto exclusivo de Mt. Si tenemos en cuenta que Mt y Lc copian de Mc, descubriremos el verdadero alcance del relato de Mt. Lo añadido está colocado ahí con una intención determinada: Revestir a Pedro de una autoridad especial frente a los demás apóstoles.

Es la primera vez que encontramos el término “Iglesia” para determinar la nueva comunidad cristiana. Utiliza la palabra que en la traducción de los setenta se emplea para designar la asamblea (ekklesian). El texto intenta afianzar a Pedro en la presidencia de esa organización, pero es exagerado deducir de él lo que después significó el papado. Hay que tener en cuenta que existe otro texto paralelo, también de Mt, que leeremos dentro de dos domingos, que va dirigido a la comunidad: “Porque lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Es curioso que en dos lugares tan próximos del mismo evangelio dé el poder de atar y desatar a Pedro y a la comunidad. Los textos no se contradicen, se complementan. La última palabra la tiene siempre la comunidad, pero esta tiene que tener un portavoz. Pedro, o su sucesor, cuando hablan expresando el común sentir de la comunidad, tienen la garantía de acertar en los asuntos importantes para la comunidad. No es la comunidad la que tiene que doblegarse ante lo que diga una persona, sino que es el representante de la comunidad el que tiene que saber expresar el común sentir de ésta.

 

Meditación

Ser cristiano significa responder a la pregunta de Jesús.
No de manera teórica y aprendida,
sino con las actitudes vitales que él me exige hoy.
En el momento que deje de hacerme la pregunta,
o si tengo ya la respuesta definitiva,
me he colocado fuera del camino.

PEDRO, ENTRE DIOS Y SATANÁS


col sicre

 

Domingo 21. Ciclo A

El evangelio de este domingo y el del siguiente forman un díptico indisoluble. En el de hoy, Pedro recibe una revelación de Dios y una misión. En el siguiente, se convierte en portavoz de Satanás. De este modo, Mateo deja claro que lo importante es la misión recibida, no la santidad del receptor. El evangelio de este domingo se divide en tres partes: 1) lo que piensa la gente a propósito de Jesús; 2) lo que afirma Pedro; 3) las promesas de Jesús a Pedro.

  1. Lo que piensa la gente

Camino de Cesarea de Felipe, muy al norte de Israel, Jesús pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» La expresión aramea bar enosh, podríamos traducirla con minúscula y con mayúscula.

Con minúscula, «hijo del hombre», significa «este hombre», «yo», y es frecuente en boca de Jesús para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre [este hombre] no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del hombre [este hombre, yo] tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados» (Mt 9,6), etc.

Con mayúscula, «Hijo del Hombre», hace pensar en un salvador futuro, extraordinario. «Os aseguro que no habréis recorrido todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre» (Mt 10,23); «El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y los malhechores» (Mt 13,41); «El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles» (Mt 16,27).

La gente que escuchaba a Jesús podía sentirse desconcertada. Cuando usaba la expresión «el Hijo del Hombre», ¿hablaba de sí mismo, de un salvador futuro o de un gran personaje religioso? Por eso no extrañan las respuestas que recogen los discípulos. Para unos, el Hijo del Hombre es Juan Bautista; para otros, de mayor formación teológica, Elías, porque está profetizado que volverá al final de los tiempos; para otros, no sabemos por qué motivo, Jeremías o alguno de los grandes profetas. Lo común a todas las respuestas es que ninguna identifica al Hijo del Hombre con Jesús, y todas lo identifican con un profeta, pero un profeta muerto, bien hace nueve siglos (Elías) o recientemente (Juan Bautista). Es obvio que Jesús no se explicaba en este caso con suficiente claridad o era intencionadamente ambiguo.

  1. Lo que afirma Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Estamos tan acostumbrados a escuchar la respuesta de Pedro que nos parece normal. Sin embargo, de normal no tiene nada. Los grupos que esperaban al Mesías lo concebían como un personaje extraordinario, que traería una situación maravillosa desde el punto de vista político (liberación de los romanos), económico (prosperidad), social (justicia) y religioso (plena entrega del pueblo a Dios). Jesús es un galileo mal vestido, sin residencia fija, que vive de limosna, acompañado de un grupo de pescadores, campesinos, un recaudador de impuestos y diversas mujeres. Para confesarlo como Mesías hace falta estar loco o tener una inspiración divina.

  1. Las promesas de Jesús a Pedro

Esta tercera parte es exclusiva de Mateo. En los evangelios de Marcos y Lucas, el pasaje de la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe termina con las palabras: «Prohibió terminantemente a los discípulos decirle a nadie que él era el Mesías». Sin embargo, Mateo introduce aquí unas palabras de Jesús a Pedro.

Comienzan con una bendición, que subraya la importancia del título de Mesías que Pedro acaba de conceder a Jesús. No es un hereje ni un loco, sus palabras son fruto de una revelación del Padre. Nos vienen a la memoria lo dicho en 11,25-30: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el Padre se lo quiere revelar».

Basándose en esta revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús le comunica unas promesas: 1) sobre él, esta roca, edificará su Iglesia; 2) le dará las llaves del Reino de Dios; 3) como consecuencia de lo anterior, lo que él decida en la tierra será refrendado en el cielo.

Las afirmaciones más sorprendentes son la primera y la tercera. En el AT, la «roca» es Dios. En el NT, la imagen se aplica a Jesús. Que el mismo Jesús diga que la roca es Pedro supone algo inimaginable, que difícilmente podrían haber inventado los cristianos posteriores. (La escapatoria de quienes afirman que Jesús, al pronunciar las palabras «y sobre esta piedra edificaré mi iglesia» se refiere a él mismo, no a Pedro, es poco seria).

La segunda afirmación («te daré las llaves del Reino de Dios») se entiende recordando la promesa de Is 22,22 al mayordomo de palacio Eliaquín, tema de la primera lectura de hoy: «Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá». Se concede al personaje una autoridad absoluta en su campo de actividad. Curiosamente, el texto de Mateo cambia de imagen, y no habla luego de abrir y cerrar, sino de atar y desatar. Pero la idea de fondo es la misma.

El texto contiene otra afirmación importantísima: la intención de Jesús de formar una nueva comunidad, que se mantendrá eternamente. Todo lo que se dice a Pedro está en función de esta idea.

¿Por qué pone de relieve Mateo este papel de Pedro? ¿Le guía una intención eclesiológica, para indicar cómo concibe Jesús a su comunidad? ¿O tienen una finalidad mucho más práctica? Ambas ideas no se excluyen, y la teología católica ha insistido básicamente en la primera: Jesús, consciente de que su comunidad necesita un responsable último, encomienda esta misión a Pedro y a sus sucesores.

Es posible que haya también de fondo una idea más práctica, relacionada con el papel de Pedro en la iglesia primitiva. Uno de los mayores conflictos que se plantearon desde el primer momento fue el de la aceptación o rechazo de los paganos en la comunidad, y las condiciones requeridas para ello. Los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de estos problemas. En su solución desempeñó un papel capital Pedro, enfrentándose a la postura de otros grupos cristianos conservadores (Hechos 10-11; 15). En aquella época, en la que Pedro no era «el Papa», ni gozaba de la «infalibilidad pontificia», las palabras de Mateo suponen un espaldarazo a su postura en favor de los paganos. «Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». Es Pedro el que ha recibido la máxima autoridad y el que tiene la decisión última.

Apéndice 1. El papel de Pedro en la iglesia primitiva

Un detalle común a las más diversas tradiciones del Nuevo Testamento es la importancia que se concede a Pedro. El dato más antiguo y valioso, desde el punto de vista histórico, lo ofrece Pablo en su carta a los Gálatas, donde escribe que tres años después de su conversión subió a Jerusalén «a conocer a Cefas [Pedro] y me quedé quince días con él» (Gálatas 1,18). Este simple detalle demuestra la importancia excepcional de Pedro. Y catorce años más tarde, cuando se plantea el problema de la predicación del evangelio a los paganos, escribe Pablo: «reconocieron que me habían confiado anunciar la buena noticia a los paganos, igual que Pedro a los judíos; pues el que asistía a Pedro en su apostolado con los judíos, me asistía a mí en el mío con los paganos» (Gálatas 2,7).

Esta primacía de Pedro queda reflejada en diversos episodios de los distintos evangelios. Basta recordar el triple encargo («apacienta mis corderos», «apacientas mis ovejas», «apacientas mis ovejas») en el evangelio de Juan (21,15-17), equivalente a lo que acabamos de leer en Mateo.

Lo mismo ocurre en los Hechos de los Apóstoles. Después de la ascensión, es Pedro quien toma la palabra y propone elegir un sustituto de Judas. El día de Pentecostés, es Pedro quien se dirige a todos los presentes. Su autoridad será decisiva para la aceptación de los paganos en la iglesia (Hechos 10-11). Este episodio capital es el mejor ejemplo práctico de la promesa: «lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo».

Apéndice 2. Mateo: ¿falsario o teólogo?

Lo anterior ayuda a responder una pregunta elemental desde el punto de vista histórico: si las promesas de Jesús a Pedro sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, ¿no serán un invento del evangelista? Así piensan muchos autores.

Pero el término «invento» se presta a confusión, como si todo lo que se cuenta fuera mentira. Los escritores antiguos tenían un concepto de verdad histórica muy distinto del nuestro, como he intentado demostrar en mi libro Satán contra los evangelistas. Para nosotros, la verdad debe ir envuelta en la verdad. Todo, lo que se cuenta y la forma de contarlo, debe ser cierto (esto en teoría, porque infinitos libros de historia se presentan como verdaderos, aunque mienten en lo que cuentan y en la forma de contarlo). Para los antiguos, la verdad se podía envolver en un ropaje de ficción.

La verdad, testimoniada por autores tan distintos como Pablo, Juan, Lucas, Marcos, es que Pedro ocupaba un puesto de especial responsabilidad en la iglesia primitiva, y que ese encargo se lo había hecho el mismo Dios, como reconocen Pablo y Juan. Lo único que hace Mateo es envolver esa verdad en unas palabras distintas, quizá inventadas por él, para dejar claro que la primacía de Pedro no es cuestión de inteligencia, ni de osadía, se debe a una decisión de Jesús. Y para corroborar que no son los méritos de Pedro, añade el episodio que leeremos el próximo domingo.

MENTE ABIERTA


comentario editorial

Cuando una puerta a la felicidad se cierra, otra se abre, y con frecuencia nos quedamos mucho tiempo mirando la cerrada y no vemos la que se abre (Paulo Coelho).

23 de agosto. DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO.

Mt 16, 13-20

A ti te daré las llaves del reino: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo

Un texto denso y muy elaborado, que recoge los hechos tal como los ha entendido vivido la comunidad: se trata, en primer lugar, de identificar al Maestro.

¿Quién es? Es la búsqueda de respuesta a la pregunta que Jesús hizo a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe: ¿Quién dice la gente que es este Hombre?

A nuestro personaje, podríamos aplicarle, en cierto modo, esta frase del Rabí Pinhas de Korets: “En cada hombre hay algo precioso que no se encuentra en otro hombre”, y en Jesús, especialmente. 

Pregunta abierta, incluso en nuestros días, que se puede responder desde el punto de vista de la gente. De la apreciación humana de este personaje histórico o desde el de punto de vista de Dios, el de la revelación.

La gente buena, que ha presenciado su actividad, le considera un enviado de Dios que prepara la era mesiánica, y Simón Pedro declara que es el Mesías esperado, razón por la que el apóstol recibe una alabanza: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y sangre, sino mi Padre del cielo!

Cosa que el propio Jesús ratifica declarando que la confesión procede del Padre, como se puede ver en 11, 27: “Todo me lo ha encomendado mi Padre: nadie conoce al hijo sino el Padre sino el hijo y aquel a quien el hijo decida revelárselo”.

mente abierta llaves

Jesús propone construir un “templo”, una comunidad nueva, Petra en griego, que significa sillar o roca donde se asienta un edificio; y en el versículo 18, Jesús emplea términos similares: “Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia”.

Este edificio o comunidad pertenece a Jesús, “mi Iglesia”, en la que Pedro tendrá una función papel central.

Todo este texto que hemos comentado del evangelio, ha originado muchas discusiones entre católicos y protestantes sobre la figura del Papa como sucesor de Pedro.

La tradición católica sostiene que estas palabras se aplican a Pedro, y también a todos lo que le suceden en la tarea de presidir en la fe y el amor.

La tradición protestante, sin embargo, ha visto en las palabras de Jesús una alabanza referida, no a la persona de Pedro, sino a su actuación de fe.

El novelista Paulo Coelho (1947), escribió esta sugerente frase, que tiene mucho que ver con lo de desatar en el cielo del versículo 19, y con una “mente abierta”: “Cuando una puerta a la felicidad se cierra, otra se abre, y con frecuencia nos quedamos mucho tiempo mirando la cerrada y no vemos la que se abre”.

En mi libro Yo amo el Planeta, este poema:

HOSPITALIDAD VIRGEN

Te presento mis respetos
Tierra-Madre, por tu carácter sagrado
y tu cuasi divinidad en ciernes.

Me amparas en tu casa,
una hospitalidad virgen,
que da seguridad a mi sustento.

Tu generosidad rompe siempre y siempre,
más allá de los ojos y del viento,
los límites hexagonales de la mente abierta