FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA
SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA
ESTAMOS EN LARREA,4 - 48901 BARAKALDO

BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

ESTE ES EL BLOG OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DEL COLEGIO SAN PAULINO DE NOLA
ESTE BLOG TE INVITA A LEER TEMAS DE ACTUALIDAD Y DE DIFERENTES PUNTOS DE VISTA Y OPINIONES.




ATALAYA

ATALAYA
ATALAYA

sábado, 3 de marzo de 2018

U

Formación en el discernimiento espiritual

ALELUYA ❤ en VIOLIN... El Mejor Regalo /Martha Psyko

SER COFRADE HOY


col moreno fuente


Basta con hojear la prensa para darse cuenta de la relevancia informativa que las Cofradías adquieren en sus páginas, ahora que nos acercamos a la Semana Santa ¿Por qué este fenómeno que a nadie deja indiferente? Según parece hay diversas explicaciones.
Desde el ámbito eclesiástico este despliegue informativo se ve natural, porque todo lo relacionado con las Cofradías y su entorno es una expresión del ser cristiano. Según el Código de Derecho Canónico (CDC, cánones 298-329) las Cofradías son asociaciones de fieles cristianos que, tienen como fin “promover el culto público... o el ejercicio de obras de piedad o de caridad, estando bajo la autoridad eclesiástica competente”. Ya lo dejó muy claro el Arzobispo de Sevilla en los conflictos que tuvo con las Cofradías en años pasados (1). Mons. Asenjo, en el conflicto con la Hermandad trianera, que no permitió el traslado a Madrid del Cristo de las tres Caídas, para participar en el Vía Crucis organizado con ocasión de la venida del Papa, dejó claramente sentado que: “La naturaleza jurídica de las Cofradías es ser Asociaciones públicas de fieles”, “lo que legitima a las Hermandades es su inserción en la Iglesia”, entendida ésta como cuerpo jurídico eclesial, como institución eclesiástica. Por ello, concluye, “fuera de ella (de esa Iglesia como institución) su identidad se desvanece, serían unas asociaciones culturales”. Por esta causa, la Hermandad trianera que contravino sus deseos manifiesta un “déficit eclesial”. Y es que, efectivamente, Mons. Asenjo, los obispos y la Curia diocesana entienden a la Iglesia desde el Derecho canónico, identificando a la Iglesia con la Jerarquía, depositaria única de lo sagrado y de su interpretación. Es decir, ellos, como continuadores de los Apóstoles, reciben de Cristo el Sacerdocio, el Magisterio y son los únicos Jueces en decidir qué es ser cristiano y qué es una Cofradía. Su imagen preferida es el Pastor y el rebaño. Ellos son los Pastores que guían y conducen al rebaño; nosotros, los fieles, no tenemos otro papel que ser “los borregos de la Candelaria que, como dice un autor, ¡les echan la bendición y los esquilan!”
Desde ámbitos cristianos críticos se tiene una opinión mucho más negativa sobre las Cofradías y sus procesiones a las que se tacha con frecuencia como algo anacrónico, fruto de los tiempos de la Cristiandad, donde lo profano y lo religioso no estaban totalmente separados. Estos sectores críticos afirman que hoy, en una sociedad laica, no tienen razón de ser, porque, sobre todo, la Semana Santa, las romerías, los santuarios de Fátima, Lourdes, El Pilar etc., han dejado de ser lugares de culto y piedad, habiéndose convertido en un negocio y una fuente de ingresos. En definitiva las procesiones de las Cofradías, las romerías y peregrinaciones tienen mucho de paganismo y muy poco de cristianismo.
Desde el ámbito cofrade, aunque básicamente pueden estar de acuerdo con la visión de la Iglesia jerárquica, hay diversos matices que las distinguen. Se puede participar o no en los actos de piedad que mandan las Reglas o Estatutos, pero lo importante, sobre todo, es pagar la cuota que da derecho a salir en procesión el día que tiene asignada la Cofradía. Porque no es tanto el motivo y la finalidad cristiana lo que mueve ordinariamente a ser miembro de una Cofradía, sino que se es cofrade por el sentimiento de pertenecer a un grupo social, que se ha recibido por tradición familiar y donde se encuentran a otros familiares o amigos o por celebrar de esta forma pública y festiva la fiesta de primavera, con el olor del azahar, la buena música y el ambiente festivo con que otros contemplan su espectáculo. El profesor Isidoro Moreno y otros autores han documentado ampliamente esta razón antropológica de pertenecer a las Cofradías y no tanto por motivos de fe cristiana. De ahí que el despliegue e impacto informativo de las Cofradías sea más humano y menos eclesial, se deba más a los aspectos antropológicos y ambientales, a lo económico y lo artístico que lleva aparejada la celebración de la Semana Santa que, aunque no va reñido con los fines cristianos, si los tapa y, a veces, los supera. De hecho, hoy cualquier hombre o mujer, puede pertenecer a las Cofradías aunque no sean cristianos practicantes o incluso sean agnósticos en su fuero interno. ¿Qué pensar de estas diversas y, a veces, encontradas posturas?
Creo que, ante todo, cabe rechazar las opiniones extremas. En primer lugar, la de los cristianos críticos, de la que en un tiempo yo participé. Los Santuarios marianos y la actual Semana Santa tienen mucho de negocio y de manifestación pagana, pero no lo son enteramente, pueden también impulsar el sentimiento de la Fe cristiana, que no es solo “creer en verdades”. De igual forma, opino que hoy las Cofradías han dejado de ser también, de modo estricto, como defiende la jerarquía eclesiástica y el Sr. Arzobispo de Sevilla en particular “asociaciones de fieles cristianos”, por las razones antropológicas apuntadas. Al mismo tiempo, rechazo también que las Cofradías lleguen a ser “simples asociaciones culturales”, en las que prevalezcan exclusivamente los motivos antropológicos y humanos. Yo me inclino a rechazar estas posturas extremas y creo que cabe mantener una postura más equilibrada.
Afirmo que en las Hermandades y Cofradías pueden y deben darse hoy ambas identidades y finalidades, que se puede participar en ellas por las razones antropológicas y humanas anteriormente dichas, del mismo modo que para manifestar la fe cristiana, por ello me inclino a que se las denomine “asociaciones culturales cristianas”. Pero entendiendo “al fiel cristiano” no como miembro de una Iglesia clerical, en la que la Iglesia se identifica con la Jerarquía, sino como “Pueblo de Dios”, Iglesia laical, en consonancia con el Vaticano II, para quien “la Iglesia se constituye en el nuevo Pueblo (laós) de Dios” (LG, cap.2), antes de ser jerárquica. Todas las personas bautizadas, los fieles, se sienten Iglesia por ser bautizados y se asocian en Comunidades de base, en Hermandades y Cofradías para fomentar su Fe, el culto y la piedad a la Pasión y Resurrección de Cristo. Los cristianos laicos afirmamos que la Iglesia somos todos, fieles y jerarquía, que todos somos sacerdotes, maestros y jueces (LG, nº. 9-14), por lo que todas/os podemos también opinar, decidir y organizarnos dentro de esta Iglesia “pueblo de Dios”, sin depender de la jerarquía clerical, aunque sí de los dirigentes que elijamos. A mi modo de ver, este es el sentido que deben tomar hoy las Cofradías y Hermandades. Ser Cofrades hoy, es ser cristianos laicos, miembros de una “asociación cultural cristiana laica”, que tiene la finalidad antropológica y cristiana de honrar las imágenes de Jesús y su Madre María, pero buscando dar otro sentido al culto a Cristo Crucificado o a su Madre Dolorosa, no venerando únicamente las tallas de madera, el Paso en que va la imagen, sino buscar la veneración en la “verdadera imagen”, en las personas, en las/os hermanas/os que, en nuestro alrededor, están “crucificados” hoy por el paro, el abandono, la marginación y tantas formas de pobreza etc.. Hoy habrá que bajar de la Cruz y evitar la “soledad, la cautividad, el abandono, la agonía” de tantas personas sometidas por la sociedad en que vivimos. Y para liberarlas de esas cruces, de su abandono y agonía no valdrá ya realizar actos esporádicos caritativos o de beneficencia, sino ir a una reivindicación de justicia o misericordia, como dice el Papa Francisco. Y en estas “asociaciones culturales cristianas”, legítimamente autónomas de la jerarquía eclesiástica, cabrán tanto cristianos como personas no cristianas, agnósticas e incluso ateas, que luchan también por estas causas justas. Finalmente, entendidas así hoy las Cofradías, es posible que estén más acordes con el espíritu de los cánones del CDC que hablan de “las asociaciones de los laicos” (cc. 327-329) diferentes de las “otras asociaciones cristianas de fieles” o, si es necesario, habrá que superar y cambiar dicho CDC promulgado por Juan Pablo II, en el año 1983, del mismo modo que hoy se tiende a ir a un nuevo proceso constituyente o a una nueva Constitución española.

Antonio Moreno de la Fuente
Miembro de las Comunidades Cristianas Populares de Sevilla

MÁS ALLÁ DEL “0'25”


col koldo

No son pensionistas, son nuestros padres, nuestras madres. No son en función de una pensión; son, antes que nada, todo lo que se han desbordado y nos han dado. Dignidad de las pensiones sí, por supuesto, pero la dignidad de nuestros mayores no es una cuestión que sólo competa a nuestros dirigentes.
Somos porque fueron y ahora toca devolver, velar por su tranquilidad y sus necesidades satisfechas. La caja común deberá cuidar las cajas de nuestros mayores, sin embargo no es sólo cuestión de cajas y dinero. La verdadera dignidad no tiene que ver únicamente con la cifra que el Estado ingresa en una cuenta corriente. Unos euros arriba o abajo no determinan una calidad de vida. No es tanto lo que la tercera edad pueda reivindicar, sino lo que nosotros también les podamos a ellos/as reivindicar, revalorizar. No es tanto lo que ellos puedan pedir, sino lo que nosotros les podamos dar.
No conviene reparar únicamente en cuestiones tangibles. La dignidad se mide por supuesto en techo, abrigo, mesa, confort..., pero sobre todo en otros intangibles que poco tienen que ver con el gobierno de turno. ¿Qué son las cifras para un abuelo o abuela rodeado del cariño y el aprecio de los suyos? Los números se derretirán siempre ante el calor del afecto. El 0’25 se queda escaso ante la subida de los precios, sin embargo ellos/as ya vivieron aprietos más difíciles, atravesaron el desierto de la dictadura y tenían la sonrisa en los labios. No abogamos por la conformidad ante unas pensiones a todas luces escasas, subrayamos que el dinero apenas alcanza los aledaños de la felicidad. No es tanto la pancarta de hoy, sino los dientes que apretaron ayer, cuando había tantas cosas que eran imposibles de comprender. No son tanto los gritos de ahora ante el Parlamento, como el silencio que guardaron cuando su mundo se desplomaba e hicieron todo por adecuarse al presente.
Nuestros mayores no debieran tener necesidad de sujetar pancarta. Los prefiero paseando junto al mar, con la cabeza alta, sin pastillas, libres de dogmas, de “tele cinco”, de temores ante la luz tras un trascendental portal que ya acerca… Yo les prefiero explorando el sentido profundo de la vida y de la muerte; intentando comprender la enfermedad, el oído que cede, la voz que calla, las piernas que tropiezan..., no tanto la aritmética del IPC y otros números en disputa.
Quizás no es tanto arrancar unos céntimos afuera, como consolidar unas conquistas más cercanas que nos hablan de paz, genuino disfrute, amable compañía... ¿Si muchos de ellos aguantaron en la dura postguerra con sólo sus manos entre el cielo y la tierra, qué milagros no harán con sus pensiones ahora? Este mundo materialista, que engloba en gran medida también a las "fuerzas de progreso", ha de ir cediendo y dando paso a un mundo en el que la ternura, la caricia, la cercanía..., regalen infinitamente más que lo que los del 0’25 nunca nos podrán dar. Cierto que hay pensiones de oro, más abultadas y con menos sudor a la espalda, cierto que hay que hacer por un mayor equilibrio e igualdad, cierto que la tijera ha de comenzar por unos privilegios ya sobradamente conocidos… La clase política habrá de recoger este clamor popular, pero quizás debiéramos empezar a confiar en que todo se equilibra, más pronto que tarde en el otro mundo, donde ya nadie suda la camiseta e impera una Justicia con mayúsculas y sin amnesias. 
Prefiero a mi madre delante del mar, que del cordón policial. Me la cojo de la mano y me la llevo a la orilla y del macuto sacamos un libro y de vez en cuando paramos la lectura compartida y miramos juntos el horizonte soleado. Éste nos habla de dignidad, pero también de una paz y un sosiego que trascienden las tensiones que ellos/as ya no merecen. Éste nos habla de un futuro y un lugar para todos, empezando por quienes todo lo dieron por lo que ahora gozamos.

El paradigma de Jesús y nuestros paradigmas

José M. Castillo, teólogo
Castillo2
La parábola del rico epulón y del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31) nos enseña, entre otras cosas, lo inquietante y peligroso que es el “pecado de omisión”. Es el pecado que consiste en dejar las cosas como están. Porque “el mundo es como es”. O también, “las cosas son como son”. Y yo no puedo cambiar ni el mundo ni las cosas. De ahí que el interés, o el proyecto de la vida, lo centra cada cual “en sí mismo”. Cosa que se puede hacer por el egoísmo burdo del que se dedica a pasar la vida lo mejor que puede, como fue el caso del rico epulón, que se dedicaba a banquetear cada día y a vestirse con el lujo más refinado. O también se puede hacer – lo de centrar la vida en sí mismo – por un motivo religioso. Porque el sujeto ya ha encontrado a Dios y se ha relacionado con Dios. Es decir, tiene su conciencia en paz y se siente espiritualmente satisfecho.

Es el caso del “sacerdote” y del “levita”, que se mencionan en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 31). Los dos “bajaban” (“katébainen”) (F. Fendrich). Si bajaban por aquel camino, es que (sin duda alguna) descendían del monte donde estaba el templo, en Jerusalén, y viajaban hacia Jericó. O sea, lo mismo que el rico epulón se sentía satisfecho por su buena mesa y su buen vestir, el sacerdote y el levita se sentían también satisfechos porque el problema, que a ellos les preocupaba, que no era un vulgar problema “material”, sino un problema “intelectual”, el problema de Dios. Es decir, dónde y cómo encontrar a Dios. El “epulón” lo satisfacía en su casa, en sus banquetes y en su buen vestir. El “sacerdote” y el “levita” resolvían ese problema en el templo. La cuestión era vivir sin preocupaciones. ¿Y qué hacemos con el mendigo del portal o con el apaleado del camino? “El mundo es como es”. Y lo que cada cual tiene que hacer es vivir en paz.
Como dicen los hombres religiosos del Oriente unitario, vivir en el “Dharma” profundo, difícil de comprender, difícil de alcanzar, ya que su iluminación es tranquilidad y silencio; es excelente, trasciende el campo del análisis y las distinciones, es sutil, es una realidad que solo puede ser conocida por la sabiduría”. Es pura mística, en el sentido más radical, pero quizá también el más peligroso. Ya que, entonces, “la naturaleza y yo nos hacemos uno”. ¿Y lo demás? ¿Y los demás? “El mundo es como es”, Y yo no lo voy a cambiar.
Así las cosas, lo primero que se me ocurre aquí es recordar lo que, hace ya bastantes años (en 1969) escribió John K. Galbraith, uno de los más importantes economistas del siglo pasado. Este hombre fue enviado, por la administración de EE. UU., como embajador de su país a la India. Pues bien, al terminar sus años de estancia, en uno de los países más religiosos del mundo, publicó un libro (Ambassador’s Journal, 1969), en el que recogía sus impresiones de la estancia en India. Y en ese libro afirmaba que la causa más determinante de la pobreza y el hambre en aquel país era precisamente le religión que allí se vivía. Porque era una religión que, desde su profunda espiritualidad unitaria, lo que en realidad fomentaba era la aceptación que la vida le asigna a cada cual para que acepte y viva, en la resignación y mayor paz posibles, la suerte que la ha tocado en este mundo. Y entonces, como es lógico, un país, en el que cada ciudadano vive resignado y aceptando la suerte que le ha tocado en la vida, ¿dónde va a encontrar el poco bienestar que puede tener en la vida? En la paz unitaria de su propia intimidad. Posiblemente, no le queda otra salida.
Por supuesto, yo no soy quién para asegurar que todo esto es así. En todo caso, y a la vista del notable interés que suscita el tema de los diversos paradigmas sobre el tema de Dios y la espiritualidad, me ha parecido que puede tener quizá utilidad indicar algunas cosas, que pueden interesar a algunas personas preocupadas por el tema de Dios y de la religión.
Ante todo, el Homo Sapiens no empezó a practicar la religión para buscar a Dios. Mucha gente no sabe que “Dios es un producto tardío en la historia de la religión“ (cf. la bibliografía es muy abundante sobre este asunto capital. Cf. Walter Burkert, Homo Necans, con amplia documentación). Si el ser humano apareció hace unos cien mil años, el pensamiento simbólico y las expresiones simbólicas, relativas a “lo religioso” (ritos, sacrificios, cultos funerarios, etc.), se practicaron, sin mención alguna de Dios, durante más de ochenta mil años (cf. Ian Tattersall, Richard Leakey, Carl Sagan, etc.). Baste pensar que Ina Wunn ha escrito un volumen de más de 500 pgs. sobre Las religiones en la prehistoria, en el que no se menciona a Dios.
Además, es importante tener muy claro que Dios no es un componente de la religión. Porque Dios es trascendente, es decir, no está al alcance del entendimiento humano. O sea, no sabemos, ni podemos saber, cómo es Dios. La religión es inmanente y, por tanto, es un hecho cultural. En cada cultura, los humanos nos “representamos” a Dios de acuerdo con la propia cultura. Pero una “representación cultural de Dios” no es “Dios”, el Dios Trascendente. No puede serlo. Ya he dicho que la religión es un “hecho cultural”, mientras que Dios no puede ser un “hecho cultural”, ya que (en tal caso) Dios sería un producto nuestro, un producto humano.
Por otra parte, si el tema de Dios se piensa desde el concepto de “lo infinito”, en tal caso nos imaginamos a Dios como “poder sin fin”, “amor sin fin”, etc. Pero, si echamos por ese camino, nos metemos sin remedio en un callejón sin salida. Porque entramos en una contradicción insoluble. ¿Cómo conciliar el poder sin límites y el amor sin límites con el problema del mal en el mundo? Si Dios es tan poderoso y es tan bueno, ¿cómo ha hecho (o permite) este mundo tan espantosamente limitado, perverso y sobrecargado de tanto dolor y de tanto sufrimiento?
La solución, que el cristianismo le ha dado a este problema, ha sido la “Encarnación de Dios” (“humanización de Dios”) en Jesús. Es decir, en aquel modesto galileo, que fue Jesús de Nazaret, se nos reveló Dios y se nos dio a conocer el mismo Dios. Esto está claramente e insistentemente repetido en el Nuevo Testamento (Jn 1, 18; 10, 38; 14, 9-11; Mt 11, 27; Lc 10, 21-22; Fil 2, 6-7; Col 1, 15; Heb 1, 1-2). Ahora bien, esto nos viene a decir que los humanos no podemos hablar de Dios mediante nuestras ideas, nuestras palabras o nuestros sentimientos, sino mediante nuestra vida, nuestra conducta, nuestro comportamiento. Esto es lo que expresa y lo que explica en quién creemos y en lo que creemos. Nuestra forma de vivir, nuestro proyecto de vida, el paradigma de nuestra conducta, eso es lo que dice cuáles son nuestras verdaderas creencias.
Nuestras obras, nuestro proyecto de vida es el que le dice a la gente en qué y en quién creemos de verdad. Jesús mismo lo dijo con toda claridad: “Si no creéis en mí, creed en mis obras” (Jn 10, 38). Las “obras”, en el evangelio de Juan, y los “frutos”, en los sinópticos, es decir, la conducta, el proyecto de vida, eso es lo que revela en qué es en lo que cada cual cree de verdad. Por tanto, la forma de vida y el proyecto de vida de cada cual, eso (y nada más que eso) es que le dice a la gente en qué y en quién cree cada cual. Eso, y sólo eso, es lo que revela o niega a Dios.
Esto supuesto, lo decisivo es tener muy claro que el paradigma religioso de Jesús fue uno y muy firme: aliviar el sufrimiento de quienes lo pasan mal en la vida. Jesús, por tanto, nos reveló a Dios en el paradigma de la justicia, la rectitud, la honestidad, la bondad, la misericordia, la lucha contra el sufrimiento y, sobre todo, la identificación con quienes lo pasan peor en la vida. Éste es el lenguaje que, según el cristianismo, habla de Dios, nos explica a Dios y nos propone el paradigma que explica a Dios. Es, por decirlo mediante un ejemplo muy sencillo, claro y actual, el paradigma de vida que nos presenta el estilo y la forma de vida del Papa Francisco.

Como ha escrito acertadamente Juan Antonio Estrada, “ante una cultura inhóspita a la religión, hay un refugio en la interioridad, en la meditación, en la conciencia vivencial de lo divino, dejando sin tocar los condicionamientos externos. La crítica moderna ha denunciado las formas religiosas que tienden a la “fuga mundi”. El peligro está en refugiarse en un gueto espiritualista, ajeno a la realidad de la sociedad en que se vive” (Las muertes de Dios. Ateísmo y espiritualidad, Madrid, Trotta, 2018, 187-188). 

Las mujeres en la vida de Jesús y su compañera Miriam de Magdala

Leonardo Boff
Leonardo Boff2
Jesús es judío y no cristiano, pero rompió con el antifeminismo de su tradición religiosa. Considerando su gesta y sus palabras se percibe que se mostraba sensible a todo lo que pertenece a la esfera de lo femenino en contraposición a los valores de lo masculino cultural, centrado en la sumisión de la mujer. En él se encuentran, con frescor originario, sensibilidad, capacidad de amar y perdonar, ternura con los niños, con los pobres y compasión con los sufridores de este mundo, apertura indiscriminada a todos, especialmente a Dios, al que llama Papá (Abba). Vive rodeado de discípulos, hombres y mujeres. Desde que inicia su peregrinación de predicador, ellas lo seguían (Lc 8,1-3; 23,49; 24,6-10; cf. E. Schlüsser-Fiorenza, Discipulado de iguales, 1995).

En razón de la utopía que predica –el Reino de Dios– que es la liberación de todo tipo de opresión, rompe varios tabús que pesaban sobre las mujeres. Mantiene una profunda amistad con Marta y María (Lc 10,38). Contra el ethos del tiempo, conversa públicamente y a solas con una hereje samaritana, causando asombro a los discípulos (Jn 7,53-8,10). Se deja tocar y ungir los pies por una conocida prostituta, Magdalena (Lc 7,36-50). Son varias las mujeres que se beneficiaron de su cuidado, como la suegra de Pedro (Lc 4,38-39), la madre del joven de Naín, resucitado por Jesús (Lc 7,11-17), igualmente la hijita muerta de Jairo, un jefe de la sinagoga (Mt 9,18-29), la mujer encorvada (Lc 13,10-17), la pagana sirofenicia, cuya hija psíquicamente enferma fue liberada (Mc 7,26) y la mujer que sufría de un flujo de sangre desde hacía doce años (Mt 9,20-22). Todas fueron curadas.
En sus parábolas aparecen muchas mujeres, especialmente pobres como la que perdió la moneda (Lc 15,8-10), la viuda que echó dos centavos en el cofre del templo y era todo lo que tenía (Mc 12,41-44), la otra viuda, valiente, que se enfrentó al juez (Lc 18,1-8). Nunca son presentadas como discriminadas sino con toda su dignidad, a la altura de los hombres. La crítica que hace de la práctica social del divorcio por los motivos más fútiles y la defensa del lazo indisoluble del amor (Mc 10,1-10) tienen su sentido ético de salvaguarda de la dignidad de la mujer.
Si admiramos la sensibilidad femenina de Jesús (la dimensión anima), su profundo sentido espiritual de la vida, hasta el punto de ver su acción providente en cada detalle de la vida como en los lirios del campo, entonces debemos también suponer que él profundizó esta dimensión a partir de su contacto con las mujeres con las que convivió. Jesús aprendió, no sólo enseñó. Las mujeres con su anima completaron su masculino, el animus.
En resumen, el mensaje y la práctica de Jesús significan una ruptura con la situación imperante y la introducción de un nuevo tipo de relación, fundado no en el orden patriarcal de la subordinación, sino en el amor como mutua donación que incluye la igualdad entre el hombre y la mujer. La mujer irrumpe como persona, hija de Dios, destinataria del sueño de Jesús y convidada a ser, junto con los hombres, también discípulas y miembros de un nuevo tipo de humanidad.
Un dato de la investigación reciente viene a confirmar esta constatación. Dos textos, llamados evangelios apócrifos, el Evangelio de María (edición de Vozes 1998) y el Evangelio de Felipe (Vozes 2006) muestran una relación claramente afectiva de Jesús. Como hombre él vivió profundamente esta dimensión.
Allí se dice que él mantenía una relación especial con María de Magdala, llamada “compañera” (koinónos). En el evangelio de María, Pedro confiesa: “Hermana, nosotros sabemos que el Maestro te amó de modo diferente a las otras mujeres” (op.cit. p. 111) y Leví reconoce que “el Maestro la amó más que a nosotros”. Ella es presentada como su interlocutora principal, comunicándole enseñanzas no disponibles para los discípulos. De las 46 preguntas que los discípulos hacen a Jesús después de su resurrección, 39 son hechas por María de Magdala (cf. Traducción y comentario de J.Y.Leloup, Vozes 2006, pp.25-46).
El Evangelio de Felipe dice todavía: “Tres acompañaban siempre al Maestro, María su madre, la hermana de su madre y Miriam de Magdala, que es conocida como su compañera porque Miriam es para Él una hermana, una madre y una esposa” (koinónos: Evangelio de Felipe, Vozes 2006, p.71). Más adelante particulariza afirmando: “El Señor amaba a María más que a todos los demás discípulos y la besaba frecuentemente en la boca. Los discípulos, al ver que la amaba, le preguntaban: ¿por qué la amas a ella más que a todos nosotros? El Redentor les respondió diciendo: ¿Y qué? ¿no debo amarla a ella tanto como a vosotros?” (Evangelio de Felipe, op.cit. p. 89).
Aunque tales relatos puedan ser interpretados en el sentido espiritual de los gnósticos, pues esa es su matriz, no debemos, dicen reconocidos exégetas (cf. A. Piñero, El otro Jesús: la vida de Jesús en los apócrifos, Córdoba 1993, p.113), excluir un fondo histórico verdadero, a saber, una relación concreta y carnal de Jesús con María de Magdala, base para el sentido espiritual. ¿Por qué no? ¿Hay algo más sagrado que el amor efectivo entre un hombre (el Hijo del Hombre, Jesús) y una mujer?

Un antiguo dicho de la teología afirma “todo aquello que no es asumido por Jesucristo no está redimido”. Si la sexualidad no hubiese sido asumida por Jesús, no habría sido redimida. La dimensión sexuada de Jesús no quita nada de su dimensión divina. Antes bien, la vuelve concreta e histórica. Es su lado profundamente humano.