FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

ESTE ES EL BLOG OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DEL COLEGIO SAN PAULINO DE NOLA
ESTE BLOG TE INVITA A LEER TEMAS DE ACTUALIDAD Y DE DIFERENTES PUNTOS DE VISTA Y OPINIONES.




ATALAYA

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miércoles, 4 de enero de 2023

Domingo 8 de enero de 2023 Epifanía del Señor (En algunos países el 6 de enero de 2023)

 KOINONIA

La época en que se escribe esta parte del libro del profeta Isaías (parte llamada del «Tercer Isaías», es decir, parte del libro que hoy día se le atribuye a un tercer autor, distinto de los autores de la primera y de la segunda parte) corresponde a «la restauración», es decir, al regreso a Jerusalén de los israelitas que habían sido deportados a Babilonia. IR A LA PÁGINA

Año 2022: La ocupación israelí cometió 895 violaciones contra periodistas palestinos, 130 periodistas fueron detenidos y dos periodistas asesinadas

 palestina libre

Cabe recordar que a lo menos 50 periodistas han sido asesinados por militares israelíes en los últimos 20 años. Durante el año recién pasado, dos periodistas mujeres han sido asesinadas a tiros por fuerzas ide ocupación, la periodista Shireen Abu Akleh y la periodista Ghufran Warasneh quien fue asesinada en Hebrón el primero de junio de 2022.  Ver noticia …

RATZINGER/BENEDICTO XVI. MIRANDO HACIA LA ETERNIDAD

religión digital

col pikaza

 

Joseph Ratzinger (*1927), teólogo famoso, arzobispo de Múnich de Baviera y Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, fue elegido papa el 19.4.2005, tras la muerte de Juan Pablo II, tomando el nombre de Benedicto (Benito) XVI. Ha sido importante como papa (2005‒2013), pero también como como teólogo y Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe. 

Así le quiero presentar ahora, tomando como base la semblanza que publiqué en Diccionario de Pensadores Cristianos, en cuya portada aparece, en la línea inferior, entre San Agustín (su pensador de referencia) y santa Hildegarda de Bingen, la mayor teóloga de su tierra alemana.

Benedicto XVI llevaba casi diez años retirado, mirando a la eternidad, en un hotel-conventito de los jardines del Vaticano. Son muchos los que remiten a él, unos añorando su pasado, otros proyectando su figura hacia el futuro. Así quiero presentarle aquí como un cristiano de a pie y de cátedra, mirando a la eternidad. Muchos le comparan con el papa Celestino, de quien Dante parece haber dicho que era “Aquele que fez por vileza a grande recusa...  (aquel que hizo por vileza el gran rechazo/rifiuto”, Divina Comedia,  III, 59-60).

pensadores cristianos

Yo quiero definirle como un hombre brillante y miedoso, situado en la línea divisoria del gran cambio de la Iglesia Católica, entre el siglo XX y XXI, no como el papa del rechazo, sino como un teólogo que supo ver cosas ciertas, pero quizá fuera de tiempo, un hombre de miedo ante el cambio de la historia. Sus respuestas de Prefecto de la Fe y de Papa de la Iglesia católica pueden ser teóricamente impecables, pero carecían de la audacia radical del evangelio. Ahora que está mirando, cada día de más cerca, hacia la eternidad que le “invade” quiero recordarle, con cariño, pues para ser eternidad el Dios de Cristo ha querido encarnarse y se sigue encarnando en la historia, una historia que él quizá  no supo interpretar y animar desde el evangelio.

VIDA. ESTUDIO Y PRIMEROS AÑOS

Nació en una zona rural de Baviera, Alemana (16, IV, 1927) y, tras entrar en el seminario, fue movilizado para combatir en el ejército alemán, en la era del Tercer Reino/Reich de los nazis, como ayudante del cuerpo de artillería y del servicio antitanques, de abril del 1943 a septiembre de 1944. 

Acabada la guerra, estudió filosofía y teología en el seminario de Freising y en las universidades de Munich y Friburgo (1946 a 1951). Pudo superar con ayuda de K. Rahner, la prueba de habilitación docente y fue llamado a enseñar en la Universidad de Bonn (1959-1963), pasando después a las de Münster (1963-1966) y Tübingen (1966-1968) haciéndose famoso por sus obras en colaboración con K. Rahner (Episcopado y primado, 1961; Revelación y tradición, 1965) y sobre todo por su Introducción al Cristianismo (1968), que le consagraría como teólogo de fama mundial.

En el Concilio Vaticano II (1962-1965), fue asesor teológico del Cardenal J. Frings, y muchos le vieron como “reformista” convencido, en la línea de K. Rahner, pero sus caminos se distanciaron después. Del 1966 al 1968 ocupó una cátedra de teología dogmática en la Universidad de Tubinga, pero las tendencias rupturistas de los movimientos estudiantiles le llevaron a pedir el traslado   Ratisbona (1969-1977), en unos años en los que, como profesor y miembro de la Comisión Teológica Internacional, trabó amistad con Hans Urs von Balthasar, que influyó poderosamente en su pensamiento posterior. En ese tiempo, ellos fundaron la revista Communio (1972), insistiendo en la fidelidad a la tradición teológica y eclesiástica de la Iglesia.

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. GUARDIAN DE LA ORTODOXIA CATÓLICA

El año 1977 fue nombrado arzobispo de Munich/Freising, y cuatro años después Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1981). El año siguiente (1982) abandonó su ministerio diocesano para dedicarse a las cuestiones Congregación, y desde entonces, a lo largo de casi veinticinco años, ha dirigido el pensamiento oficial de la Iglesia (hasta ser nombrado Papa, 2005). Tres de sus documentos han marcado el “estilo” de vida oficial de la Iglesia en los últimos años:

a. Donum vitae(Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, 1987). Siguiendo en la línea de la Humanae Vitae (de Pablo VI), Ratzinger ha insistido en la necesidad de controlar las relaciones sexuales, insistiendo en el despliegue “natural” de la vida, de manera que no sólo ha condenado el uso de medios abortivos directos (con otras formas de interrupción del embarazo), sino también los métodos anticonceptivos que puedan afectar el despliegue y desarrollo “natural” la vida. No todos los moralistas y antropólogos cristianos han compartido la doctrina de este documento, la mayoría de los cristianos la ignora. Se trata de un documento “no recibido” por la Iglesia.

b. Orationis formas(Sobre las formas de orar, 1989). Diversos grupos de cristianos han empezado a orar compartiendo métodos e incluso contenidos de experiencia con creyentes de otras religiones (en especial, con las de oriente). En contra de eso, en este documento, Ratzinger insiste en la necesidad de mantener la identidad y distinción de la experiencia cristiana, criticando (rechazando) el riesgo de mezclar formas distinta de oración, pues de lo contrario el cristianismo podría diluirse y confundirse con otras formas de piedad o con un espiritualismo difuso, sin base en la historia de Jesús. No todos los orantes cristianos han estado de acuerdo con su propuesta

c. Dominus Iesus(El Señor Jesús, 2000). Ratzinger ha rechazado una visión inclusiva de las religiones, según la cual ellas serían caminos convergentes y complementarios de la revelación de Dios y de la búsqueda de la salvación humana. En contra de eso, él ha insistido en la experiencia y exigencia de potenciar el carácter único de una salvación cristiana, que se expresa a través del Dios trinitario y de su encarnación en Jesucristo. Muchos teólogos se han sentido incómodos ante el contenido de sus declaraciones, por pensar que ellas van en contra de las implicaciones del diálogo y respeto entre las religiones.

d. El último Inquisidor teológico. En cierto momento (al menos desde el el siglo XIII-XV), en vez de ser animadora de la fe, cierta parte de la iglesia se convirtió en “inquisidora”, guardiana de la verdadera doctrina, encargada de mantener  un tipo de “castillo protegido de creyentes”, con notas a veces de “cárcel” de la fe, para que teólogos y fieles no se pierdan en la fala libertad de sus doctrinas y posibles experiencias contrarias a un tipo de fe establecida.

De esa forma, entre el 1981 y el 2005, por encargo del Papa Juan Pablo II fue el gran inquisidor (inquiridor) de las doctrinas de la iglesia, para mantener así un tipo de fe-vida doctrina segura, conforme a un tipo de tradición particular de una Iglesia, no de la gran tradición universal de libertad y vida que había recuperado el Vaticano II. En la línea de esa inquisición se empezaron a nombrar los obispos de la Iglesia universal (desde el 1981) y a valorar los nuevos movimientos “integristas” (integridad de fe) del mundo católico.

BENEDICTO XVI, PAPA

Tras la muerte de Juan Pablo II, J. Ratzinger fue elegido papa el 18.4.2005, tomando el nombre de Benedicto XVI, quizá por la importancia los benedictinos tuvieron en la reforma eclesial de Gregorio VII, como he puesto de relieve en cap. 18. Sea como fuere, sus predecesores papas no habían tenido una personalidad teológica y eclesial tan marcada como la suya, y además ninguno había realizado una obra como la suya, al servicio de la “doctrina de la fe”, a lo largo del Pontificado de Juan Pablo II.   A pesar de ello, en cuanto papa, Benedicto XVI, no ha sido un mero continuador de J. Ratzinger, sino que ha insistido en unos aspectos de fondo que antes no había destacado. Entre ellos destacan la primacía de la caridad, la identidad racional del cristianismo y el orden mundial fundado en la justicia. 

1. DEUS CARITAS EST. PRIMACÍA DE LA CARIDAD.

Un programa papal. Benedicto XVI firmó su primera encíclica (Deus Caritas est, Dios es amor) a los nueve meses de su elección papal, el 25 de diciembre del 2005, y en ella trata directamente de Dios, no de cuestiones sociales, como habían hecho algunos de sus antecesores, y lo hace desde una perspectiva de diálogo entre la razón y la revelación, en un plano antropológico de fondo (vinculación del eros humano con la caridad evangélica), más que de principios doctrinales. 

a. Primacía de la caridad. Benedicto XVI insiste en el valor del eros humano (plano de la razón práctica), pero añade que la Iglesia debe centrar y desarrollar su propuesta en el nivel de la caridad cristiana: «La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia. La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario»» (Dios es amor 25). 

b. Sociedad civil e Iglesia se sitúan en dos planos. (1) La sociedad ha de organizarse en un plano de justicia universal, es decir, de racionalidad humana, resolviendo a ese nivel los temas de la economía y la administración política, buscando un orden que no sea es ya el “imperio cristiano” de Bizancio o Carlomagno, sino una sociedad universal de naciones, con un tipo de dirección unificada en el plano racional, no religioso. (2) Pero, superando ese nivel, la iglesia debe insistir en la caridad concreta, que no va en contra de la justicia, sino que la supone y sobrepasa, en perspectiva sobrenatural (sacramental). La mayor dificultad del documento es que, a la postre, acaba siendo elitista, no parte de la palabra y vida de los excluidos: de los hambrientos y extranjeros de los enfermos y desnudos (carentes de dignidad) de Mt 25,31, 46; no comienza con el anuncio del evangelio a (y de) los pobres, de Lc 4, 17‒18. 

Fue un programa teóricamente impecable, un documento esencial para entender el cristianismo. Pero daba la impresión de  que no llegaba a la hondura radical del sermón de la montaña, al lugar del que surge en Dios el amor como potencial de vida liberada y liberadora. Daba la impresión de que se trataba de un amor “ordenado” (es decir, integrado y protegido dentro de una verdad superior, custodiada por la iglesia jerárquica). 

2. DISCURSO DE RATISBONA. PRIMACÍA DE LA LIBERTAD EN RELIGIÓN

El texto más discutido de Benedicto XVI es quizá la Lección que dictó en la Universidad de Ratisbona (12.9.2006), donde había sido profesor de Teología, tras haber abandonado de la Müster, en el tiempo de las “revoluciones del año 1968. Retomando el hilo de sus lecciones antiguas, el Papa-Profesor quiso poner de relieve las implicaciones humanas, racionales (y en el fondo helenistas) del cristianismo, citando unas palabras del año 1391 en las que Manuel II Paleólogo, emperador bizantino, acusaba a los musulmanes de emplear la violencia (guerra) para extender la fe, en contra de la razón occidental que es dialogante y no guerrera; quiso poner así de relieve que,  a diferencia del Islam, la Iglesia no emplea violencia para expandir o defender la religión.

a. Fue una lección espléndida, bien articulada desde la libertad teórica de la razón occidental, de tipo griego…  Pero quizá la faltaba la “finura” para distinguir entre un tipo de verdad-libertad ontológica y la verdad concreta en el camino de la historia… Quizá no llegaba a expresar el sentido más profundo de la libertad del evangelio… dentro de la complejidad de la historia. De un modo consecuente, muchos musulmanes se sintieron juzgados y condenados. (cf: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches).

b. Argumento de fondo, querella sobre el Corán. Retomando el argumento del emperador Manuel II, Benedicto XVI parece acusar a los musulmanes afirmando que ellos olvidan (no aceptan) el fondo racional, dialogal (de libertad), de la vida, y que así corren el riesgo de apoyar (extender) la fe por la fuerza, sin respetar la exigencia radical de libertad en la religión. En esa línea, el Papa distingue en el Corán dos etapas: (a) En una, que sería más antigua (aunque los técnicos no concuerdan sobre ello), Mahoma defendió la libertad en el nivel de la religión (Corán, sura 2, 256: «Ninguna constricción en las cosas de la fe»). (b) Pero en una etapa posterior, el mismo Mahoma habría invitado a “luchar” a favor (=en defensa) de la fe, introduciendo así la violencia en el interior del mismo Islam. 

c. Reacción musulmana y precisiones del Papa. Ese discurso encendió los ánimos de muchos musulmanes, que se sintieron acusados por el Papa, quien se sintió obligado a volver a sus palabras, precisando su propuesta: (a) Las religiones deben superar toda forma de violencia para expresarse y extenderse, y eso ha de hacerlo, quizá, de un modo especial el Islam, por el riesgo que ha tenido y tiene en ese contexto. (b) En el fondo de las religiones (y de todas las relaciones humanas) ha de expresarse un logos o razón universal, fundada en la libertad originaria del hombre, abierta siempre al diálogo, sin que ninguna cultura o religión pueda imponerse por la fuerza sobre las demás, pues en ese mismo momento dejaría de ser religión humana, racional. (c) Conforme a la visión de Benedicto XVI, ese “logos” que vincula a todos los seres humanos se ha expresado de manera ejemplar en Grecia, y forma parte del sustrato original del cristianismo, que puede y debe vincularse con la razón humana como indicaría el discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17, 22‒31). 

d. Un tema vivo. Los ecos de aquel discurso no se han apagado todavía (2020) y, aun reconociendo su claridad y valor, sus palabras suscitan algunas cuestiones que siguen siendo esenciales para la cultura y vida de la humanidad:

‒ Podemos preguntar si la razón griega, tal como se ha desarrollado en occidente, con las cruzadas del siglo XII, las guerras de religión del XVII, las revoluciones del XVIII‒XIX, el fascismo y comunismo del XX, que desembocan en el capitalismo total del XXI, no tiene en sí un fondo de violencia “estructural”, como han puesto de relieve muchos pensadores, sobre todo judíos. 

‒Debemos seguir preguntando si el Islam no contiene en sí unos gérmenes de libertad y pacificación distintos (pero no menores) que los del occidente helenizado. El tema en sí no es la historia pasada, sino el posible futuro del Islam en un momento lleno de tensiones y posibilidades como el nuestro. El problema no es por tanto el Islam, como religión particular, sino el fondo de violencia latente en el conjunto de la cultura humana, en este siglo XXI.

‒ Finalmente, las palabras de Benedicto XVI (ejemplares por lo que suponen de búsqueda de libertad racional y religiosa) han de entenderse y aplicarse de un modo extenso, no sólo en el campo de las religiones establecidas, sino en la política, en la economía y en la “ideología” (cultura de consumo) de la humanidad actual. En ese contexto, el problema no es ya el Islam como religión particular, sino el capitalismo mundial, con la cultura de consumo y mercado que entrega a los hombres (especialmente a los más pobres) en manos de un Mammón de muerte (cf. Mt 6, 24).

e. ¿Oportunidad o falta de prudencia? Ciertamente, el Papa tenía buenos motivos para evocar la reflexión del emperador bizantino (M. Paleólogo). Pero el tema está en saber si esa reflexión era oportuna y verdadera (si recogía la inspiración más honda del Islam) y, al mismo tiempo, si ayudaba a penetrar en las raíces de la comunión religiosa de musulmanes, cristianos y judíos (con las relaciones entre razón griega, Biblia y Corán). Los conceptos de razón y libertad que emplea el Papa merecen todos los respetos, pero quizá están demasiado vinculados a una tradición occidental, de tipo helenista, que es también limitada y propensa a la violencia.

 

APADRINAR


col gerardo

 

Parece una fórmula un poco pasada y trasnochada. Se trata de algo que se ha dado hace muchos años. Una persona que vive normalmente y tiene algunos recursos, acoge como adopción a otra persona que vive en el tercer mundo, bien sea en nuestro país, bien en otro mundo.

Parece que eso ya no se usa. Por supuesto sigue en pie la ayuda a través de organismos oficiales y de Ongs, pero puede resultar muy eficaz el que cada persona acojamos, acompañemos, protejamos, y nos hagamos hermanos de otra persona necesitada.

Tiene unas grandes ventajas. Se da el conocimiento mutuo, la relación por carta, por vídeo, por trato, llamada. Y se va creando una relación de amistad profunda. Que puede llegar hasta el trato personal. Y la persona que ayuda lo hace más a gusto porque conoce y ve el resultado de su actuación.

Lo hemos experimentado estas navidades. Ha habido instituciones y grupos que han acogido a muchas personas en una cena, pero también se ha dado, y mucho, las familias que han acogido, a una persona que vive sola, a su mesa familiar. Eso lo podemos aplicar y extender no solo a comidas sino al trato diario. Parece que el compartir directamente resulta más fácil porque la cercanía del cariño se va imponiendo.

Existe ese maravilloso acoger y adoptar a una persona, normalmente infantil. Que pasa a ser un miembro más de la familia

Y adopción no solo por el compartir la economía, sino por lo que supone de relación, amistad, confianza, educación, cercanía. Ya llegan a ser y sentirse miembros de una misma familia. Bien organizado puede ser algo muy humano y eficaz en vista a proteger y acompañar a personas necesitadas y a la vez a sentirnos familia y vivir en la amistad.

Parece un tanto una ilusión. Pero puede ser una forma más, muy sencilla, y que llegue a miles de personas y sobre todo, nos haga sentirnos más cerca de personas necesitadas que nos van a aportar a cambio relación y trato humano.

Por supuesto que hace falta alguna persona que haga de intermediaria. Pero eso también puede funcionar entre personas del mismo país e incluso entre vecinos, familiares, paisanos. Es poner a funcionar la máquina del amor, de la relación y del acoger y compartir,

Al bautizarnos, nos dan un patrono que nos acompañe durante la vida, bueno será que en cualquier edad que estemos tengamos también una persona apadrinada que nos acompañe y nos dé su cariño a la vez que le aportamos nuestra ayuda y nuestro amor con hechos concretos. Campaña “: APADRINA A UNA PERSONA”. Darás, pero sobre todo vas a recibir. Que ella te apadrina a ti.

 

RUT Y ORFÁ. DOS MUJERES EN UNA MISMA SITUACIÓN TOMAN DECISIONES OPUESTAS


col haya

 

La historia

El libro de Rut nos ha sido transmitido por la Biblia judía y la cristiana, fue escrito probablemente en el siglo IV a C sobre un episodio acaecido en el s. IX. Por su género literario, Pikaza lo incluye entre las historias noveladas o ejemplares (como los libros de Ester, Judit, y Tobías)Su estilo es ameno y su fondo ofrece situaciones profundamente humanas y universales, de personas sencillas.

Obligados por el hambre, Noemí emigra con su marido y sus dos hijos desde Belén a Moab (territorio pagano). Allí mueren su marido y sus dos hijos, que se habían casado con mujeres moabitas, Rut y Orfá.

Noemí decide volver a Judá, que está en época de prosperidad, para buscar alguna protección entre sus parientes. Caminó con sus nueras hasta aproximarse a Belén y les dijo “Andad y volveos a vuestra casa materna… las besó y ellas se echaron a llorar y le dijeron: ¡No! Volveremos contigo a tu pueblo. Pero Noemí insistió: Volveos, hijas mías. ¿A qué vais a venir conmigo…?”.

Rut y Orfá se encuentran en la misma situación; Orfá cede ante las razones de su suegra, y Rut se niega a abandonarla.

Ya en Belén, Rut va a un campo y pide que le dejen recoger las espigas que se le caen a los segadores. “Casualmente” el propietario es Boaz, pariente de Noemí, que según la ley del Levirato debe procurar descendencia a su sobrino difunto.

Esta feliz historia no solo acaba en boda, sino que se prolonga de generación en generación hasta su tataranieto Jesús de Nazaret. En el evangelio de Mateo (1,5) leemos: “… Boaz fue el padre de Obed, la madre fue Rut. Obed fue el padre de Jesé, y Jesé lo fue del rey David...”.

Reflexión

Dos mujeres en una misma situación toman decisiones opuestas. Orfá toma la decisión más razonable. Tres mujeres mendigando tienen difícil acogida. Noemí puede ser acogida por su parentela, pero ella es extranjera, inmigrante; sus dioses no son el Dios de Judá, sus costumbres y sus leyes son distintas. Toda su vida tendrá que cambiar, si es que logra sobrevivir.

Rut decidió quedarse, “iré a donde vayas y viviré donde vivas, que tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios es mi Dios”. No parece razonable renunciar a su pueblo y a su Dios. Rut no decide con la cabeza sino con el corazón.

Si nos ponemos en la situación de un lector del s. IV a C (fecha en que se escribe este libro), esta decisión de Rut tenía que resultarle escandalosa y sacrílega. Esdras había emprendido la reforma religiosa para dar cohesión y fuerza al nacionalismo judío; y había expulsado a las mujeres paganas para que no contaminaran a sus maridos.

En este sentido, se trata por tanto de un libro rebelde en su tiempo; pero este escrito supera su tiempo y su geografía, y nos da un ejemplo de la supremacía del amor sobre nuestras costumbres, nuestras patrias, y nuestros dioses. “Las personas, antes que las creencias” nos dice el Papa Francisco.

El amor es una experiencia personal, concreta e innegable: las creencias son interpretaciones abstractas, elaboradas con conceptos y tendencias de regiones y épocas diversas. Dios es amor, “Ubi caritas et amor, deus ibi est”, donde hay amor verdadero allí está Dios”.

A DIOS, LA IGLESIA LE HA SALIDO RANA

religión digital

col mallo

 

 

En la plenitud de la Historia, Dios se humaniza en Jesús de Nazaret

En el estudio del Dibujo, según su punto de fuga correspondiente, se definen dos perspectivas: “a vista de rana” (de abajo arriba) y “a vista de pájaro” (de arriba abajo). Términos que expresan fielmente la trayectoria de la mirada del espectador. Este concepto artístico se puede aplicar a infinidad de situaciones. Yo lo escojo para mi reflexión navideña.

Las religiones, especialmente las llamadas “del Libro”, cultivan metódicamente la perspectiva “a vista de rana”. Su mirada se eleva hasta el mismísimo Dios, ese ser mayor que el cual no puede existir otro, “id quo maius nihil cogitari potest”. Lo encumbran hasta el Olimpo, el Sinaí, Jerusalén o el Séptimo cielo y le atribuyen características soberanas. Se moldea su esencia:ser supremo, omnipotente, omnipresente y omnisciente; creador, juez, protector y providente, salvador del universo y de la humanidad. Una realidad eterna, trascendente, inmutable y última…  Esta fascinante visión teológica provoca, sin perseguirlo conscientemente, una oposición entre Dios y el hombre. Origina dos jurisdicciones, dos soberanías. ¿Dios o el hombre?

El autor o autores del relato del Génesis, pertenecientes a la casta sacerdotal judía, nos presentan ya enfrentados a los dos competidores. Según el mítico relato, Dios concedió al hombre el dominio sobre todos los seres creados y le había dotado de razón y de libertad. Sin embargo, cuando el hombre intenta ser libre, tomar sus propias decisiones, ahí está su creador para cortarle las alas. No admite desobediencias. Es como decirle: “Puedes ser libre, pero no te librarás de mí”. Y de hecho, a lo largo y ancho de los relatos bíblicos, vemos a un Dios intolerante y castigador del hombre. Incluso “se arrepiente” de haberlo creado. El hombre, que fue concebido como “dominador” de la Naturaleza, debe vivir bajo la dependencia de su creador. Su destino queda ligado  a la “fidelidad y acatamiento” de los mandatos divinos: Hágase tu voluntad “en la tierra” como en el cielo.

Esta dependencia, además, convierte a Dios en objeto único de adoración. Según las religiones, El se arroga el homenaje feudal y exclusivo frente a otros dioses: “No tendrás otro Dios más que a mí”, “Solo hay una divinidad, Alá”. Para centralizar este culto adorador, se erigen lugares sagrados (“Sancta sanctorum”) donde mora  la divinidad: monumentales templos, majestuosas catedrales, santuarios grandiosos y modestos, vistosos sagrarios, deslumbrantes y fastuosos ostensorios que procesionan por calles y plazas… En ellos, y solo en ellos, debe recibir Dios adoración perenne, incluida la “adoración nocturna” para que Dios no se sienta aislado en su sagrado confinamiento.

Como este Dios es insondable e inaccesible para el hombre, se instituye una casta sagrada, los “elegidos” por Dios mismo como sus representantes en la Tierra e intermediarios. Ellos, y solo ellos, hacen de puente y establecen, ordenan y coordinan la relación de lo humano con lo divino, protegiendo los derechos de adoración y culto a Dios y exigiendo los deberes de sumisión y acatamiento del hombre, bajo condenación eterna. Así, dan a Dios lo que es de Dios: pleitesía y adoración. Secuestran la verdadera cara de Dios a los hombres  porque ellos son quienes la dibujan con su perspectiva de renacuajo.

En contraste con esta terrestre visión de batracio, nos topamos con la divina mirada “a vista de pájaro”. Si expurgamos y tamizamos los escritos bíblicos, sin caer en una manipuladora ingeniería teológica, encontraremos que Dios jamás considera al ser humano como enemigo ni antagonista. Al contrario. Lo crea como el “alter ego”: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, como semejanza nuestra” (Gen.2,26). La cuestión fundamental sobre el hombre en la Biblia es ¿quién es el hombre?, ¿qué piensa Dios del hombre? Por eso, el salmista se pregunta extasiado ante tanta grandeza: “¿Quién es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que reciba tus cuidados? Lo has concebido apenas inferior a un dios, y has puesto en las suyas las obras de tus manos” (Sal.8,5-7).

La Biblia arroja una luz nada despreciable para entender el misterio del hombre. En los escritos bíblicos, el ser humano constituye una identidad propia ya que toda la manifestación bíblica es una historia entre un “yo” y un “tú”. La creación del hombre constituyó un enternecedor gesto de Dios que le configuró como padre-madre de su criatura.  Le dio vida no para que fuera su esclavo, sino su hijo con quien establece una relación directa y cercana. Son numerosos los pasajes veterotestamentarios, sobre todo en los profetas, en que Dios usa esta expresión filial para evocar su relación con el pueblo. Y en el Nuevo Testamento no son pocas las afirmaciones categóricas en este sentido. Y como amoroso padre, se preocupa de los hijos más débiles e indefensos. Cuando reprocha a Caín su culpa, no le echa en cara que le ha ofendido a Él, sino que le increpa: “La voz de la sangre de tu hermano grita desde la tierra hasta mí”. (Gen. 5,10) Y ante la esclavitud del pueblo judío, se sincera con Moisés: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor ante sus opresores” (Ex. 3,7).

En el desempeño de su quehacer paterno-filial, le encomienda el cuidado de “nuestra casa común” que hay que mimar, como dice el papa Francisco. La Naturaleza es la “obra de Dios”. Dios ama su propia obra, y se la encomienda a su “otro yo” para que, en ella, se identifique con su Padre-Madre. (La primera deidad que veneró el hombre primitivo fue la “Madre Tierra”, la diosa Naturaleza). Y en la plenitud de la Historia, Dios se humaniza en Jesús de Nazaret. Dios se ha hecho un “selfie”, se ha autorretratado en el hombre Jesús. No solo se encarna, se “humaniza”. (Existen personas “encarnadas”, que viven en carne mortal, pero están “deshumanizadas”). Su identificación y solidaridad con los hombres y mujeres de su tiempo, le llevan a hacer la “opción por los pobres”, a establecer causa común con los indigentes, los postergados, lo apartados de la sociedad privilegiada, social y religiosamente: publicanos, pecadores, prostitutas, enfermos… Por eso fue incomprendido y perseguido por las autoridades religiosas, y por cuestionar la utilidad del templo, afirmando que a Dios hay que darle culto no en la mentira ni en el cumplimiento de la Ley vacío de contenido, sino en “el espíritu y en la verdad”. Los “usuarios” de la religión proclaman el “temor de Dios”, Jesús nos habla del “amor de Dios”. No excluye a nadie ni margina a la mujer, a los curas casados, al colectivo “diferente”… Y fue repartiendo perdón, sin condena: “Yo tampoco te condeno”, “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Lo fundamental para él es devolverle al hombre su verdadero rostro. Cuando se niega esta identificación de lo divino con lo humano, se está poniendo en juego la verdad del hombre, el ser humano se estaría autodestruyendo.

¿Quién no percibe esta perspectiva de Dios en las parábolas del Hijo pródigo y del Samaritano?  Y para más inri, a la hora de “juzgar” la conducta humana respecto a Dios, no reivindica “porque amaste mucho a Dios y le adoraste sin cesar, de día y de noche, y le rendiste solemne culto y ostentosas celebraciones públicas”, sino “porque diste (o no) de comer, de beber, visitaste, acompañaste al hombre...” Los “consumidores” de Dios defienden a ultranza los derechos divinos, pero se olvidan por entero de los derechos humanos. Deshumanizan a Jesús. Nos señalan a Dios para que nosotros miremos a su dedo.

Tras mi reflexión sobre los dos respectivos puntos de vista, me invade el reconcomio de que, verdaderamente, a Dios, la Iglesia le ha salido “rana”.

RETOS DE LA IGLESIA CATÓLICA ESPAÑOLA PARA INTENTAR RECUPERAR EN 2023 LA CREDIBILIDAD PERDIDA

religión digital

col jmvidal

 

No es tan mala como, a veces, la pintan. La Iglesia española tiene peor fama pública de la que merece. Porque, a pesar de sus fallos y errores garrafales, sigue siendo quizás la institución que más ayuda a los pobres, que sigue aglutinando a millones de personas en torno a la religiosidad popular y a la Virgen, y que continúa dotando de sentido la vida de mucha gente e impregnando nuestra idiosincrasia, al menos culturalmente.

¿Qué le pasa, entonces, a la Iglesia católica española, para tener tan mala imagen y seguir perdiendo a borbotones credibilidad y confianza social? ¿Qué debería hacer para recuperarlas? Venderse mejor (en el buen sentido de la palabra), ser más creativa en sus pronunciamientos, realizar gestos concretos de desprendimiento y humildad y renunciar ‘motu proprio’ a algunos de sus privilegios. Es decir, aprobar algunas asignaturas pendientes y superar algunos retos, que, sin ánimo de ser exhaustivos, pasamos a enumerar.

Confianza en la Iglesia

-Adecuar la agenda eclesiástica a la social. Hubo un tiempo en que la jerarquía marcaba la agenda pública, con sus intervenciones, sus decisiones y sus pronunciamientos. Ya no es así, desde hace años. Los obispos no tienen estrellas mediáticas y lo que comunican suele pasar desapercibido, ignorado o malinterpretado. Pero siguen en sus trece y su agenda continúa encerrada en el jardín eclesiástico, mientras la vida real les pasa por encima. La Iglesia ya no conecta con las penas y las alegrías de la gente y, además, ‘no coloca’ su mercancía en el mercado social. Y, si la sal se vuelve insípida…O si la luz permanece debajo del celemín…

-Posicionarse claramente y caiga quien caiga, sin miramientos partidistas, en las grandes cuestiones sociales de fondo. Por ejemplo, la renovación de la Justicia. O la importancia del 'escudo social'.

-Transmitir empatía y cercanía a la gente con gestos concretos. Por ejemplo, ganarse a la opinión pública, pagando de su bolsillo el coste de la luz eléctrica en la Cañada Real, un barrio chabolista madrileño sin fluido eléctrico desde hace años y con mucha gente sufriendo las consecuencias, especialmente en invierno.

Iglesia española memoria

-Aprovechar las fechas que todavía conservan cierto sabor religioso, como Navidad o Semana Santa, para transmitir mensajes que apunten a lo esencial. Por ejemplo, subirse en estas fechas a la ola ecologista, de consumo responsable y de austeridad.

-Poner a disposición de la gente su enorme infraestructura: acoger refugiados y emigrantes, pero también a sin techo y necesitados de todo tipo.

-Subirse al carro de las grandes causas justas actuales. Por ejemplo, la del feminismo o la de la lucha contra la homofobia o la de la ecología. Y también la del aborto, pero no sólo.

-Montar reuniones nacionales y por comunidades con políticos de todos los partidos, para explicarles los posicionamientos eclesiales, porque ellos son los que más y mejor pueden mejorar la vida real de la gente. Alabar sus decisiones que favorecen el bien común y criticar todo lo que atente contra la mejora de la vida del pueblo.

-Hacer lo mismo con sindicatos, empresarios y todo tipo de asociaciones sociales.

Homilía del cura

-Que los obispos ordenen a sus curas que muestren por la gente, especialmente por la más pobre, la misma dedicación que prestan al altar. Y que, de una vez por todas, hagan caso al Papa y cambien el modelo de formación de los seminaristas.

-Preparar católicos (laicos, curas y obispos) que sean capaces de participar asiduamente en los grandes programas televisivos, tanto de los medios públicos como privados, que crean y moldean la opinión pública. Formar tertulianos, sí.

-Una oficina de prensa de la CEE ágil y eficaz, que esté las 24 horas (la información no se detiene nunca) y todos los días de la semana (incluidos los sábados y domingos) al servicio de los medios de comunicación, tanto generalistas como especializados. Jugando con sus mismas reglas y ateniéndose a sus preguntas.

-Programar y ofrecer entrevistas y pronunciamientos sobre las noticias más relevantes a los grandes medios nacionales, regionales y digitales (más fácil en estos dos últimos).

-Que la Cope sea la voz de la Iglesia. Una cadena apartidista, que opte por el diálogo y evite la polarización y la confrontación, que sea sinónimo de calidad, independencia y fiabilidad total. Aunque eso signifique que sea menos rentable y menos negocio. Que deje de ser el cortijo de Carlos Herrera y del PP, para ser la radio de todos.

-Presentar un informe exhaustivo sobre los abusos del clero, pedir perdón, reparar y resarcir. Sin disculpas ni excusas. Limpieza a fondo. Sólo así volveremos a confiar en los curas, para poner a nuestros niños en sus manos. ¿Será, por fin, el 2023 el año en el que las víctimas ocupen el centro para los obispos?

-Clarificar a fondo el tema de las inmatriculaciones y, llegado el caso, devolver las hechas utilizando privilegios de la época franquista o aznarista.

-Prescindir del IBI sin que la obliguen, como aportación al bien común y signo concreto de solidaridad.

-Aceptar y bendecir la pluralidad de familias que existen hoy en la sociedad. Y tratarlas con el mismo respeto que a la familia tradicional.

-Ofrecer a la gente y especialmente a los jóvenes una moral sexual que no se base en el pecado ni en el moralismo rancio y trasnochado. Por ejemplo, no culpabilizar a las parejas que utilizan métodos anticonceptivos artificiales o a los adolescentes que se masturban o a las parejas de novios que mantienen relaciones prematrimoniales, que también son expresión del amor que se profesan.

-Parroquias abiertas, con consejos pastorales deliberativos, con celebraciones comunitarias de la penitencia y misas con homilías cortas, bien preparadas y en las que el cura no regañe a los presentes.

Sólo con éstas y otras medidas similares, la Iglesia española volverá a ser la madre misericordiosa que el pueblo anhela o el hospital de campaña que propone el Papa Francisco. Sólo así volverá a renacer de sus cenizas y, después del largo invierno de la desconfianza, brotará de nuevo la primavera del Evangelio en nuestro país.

 

LA FELICIDAD ESTÁ DENTRO

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col zapatero

 

La felicidad está dentro de uno mismo, no al lado de nadie”. He tenido muy claro siempre que el ser humano es un buscador, por naturaleza, de la felicidad. Creo, sin embargo, que los caminos no siempre han sido los más acertados; y, lo peor de todo, es que en la actualidad lo sigue haciendo de manera errónea. De entre las diversas preguntas, adverbios exactamente, que se podrían plantear en torno a esta realidad fundamental de la vida de la persona, yo me centraría en dos: “dónde” y “cómo”.

Respecto al “donde”, las divergencias son abismales, por la sencilla razón de que las opciones son totalmente opuestas respecto a las diversas posibilidades entre las cuales escoger, como pueden ser entre otras, aquí, allí, arriba, abajo, adentro, afuera, etc.

Para la sociedad actual es “afuera” donde se nos dice de manera insistente que está y puede encontrarse la felicidad. “Afuera” como opuesto al “adentro”.

Un “afuera” como sinónimo de tener, de consumir, de lo materialmente medible y contable, del porte exterior, de la belleza  (que no de la estética fruto de la ética; cuidado no confundir las dos cosas) física, por tanto; de la juerga y de la risa (no confundirlo tampoco con la alegría y la satisfacción, fruto de la paz interior); del hedonismo egoísta (que no tiene nada que ver con el goce compartido), del placer abusivo (todo lo contrario precisamente del disfrute respetuoso y solidario), etc.

Este es el “donde” que, sobre todo desde hace ya un tiempo, nos están imponiendo, que no ofreciendo, aunque quieran hacernos creer esto último, de manera enloquecida quienes mandan y nos dirigen (que no son quienes dicen ostentar el poder político y quienes se creen que nos gobiernan: ¡que más quisieran ellos!). Un “donde” cargado de atontamiento general y aborregamiento comunitario a base de slogans preciosos que no se cansan de prostituir palabras que designan valores tan nobles, sublimes y sagrados como amor y libertad principalmente. Un “donde” en el que ya no queda margen para decidir personalmente, pues “alguien” se encarga de hacerlo por todos, no como respuesta a la felicidad tan deseada por estos, sino para obtener pingües réditos por parte de aquellos.

Mientras tanto, “otros alguien”, con menos medios, pero con una gran coherencia, se esfuerzan por demostrar que la felicidad se encuentra “dentro”. Que es desde el silencio y la reflexión desde donde se conoce uno verdaderamente y se da cuenta de lo que de verdad le hace feliz. Por eso precisamente los primeros no pierden ocasión para desprestigiar el “adentro” de los segundos, como sinónimo de aburrimiento y de no estar al día; al suyo, claro. Amenazando además, ¡y de qué manera!, de que corren el riesgo de quedarse al margen de lo que mola, de lo guay, de lo que los puede convertir en atractivos, envidiables y merecedores del aplauso de los suyos, que no son otros que los borregos que los siguen sin rechistar después de haber sido narcotizados con sobredosis de atontamiento.

Así las cosas, se hace urgente escoger, optar o decidir. Algo, por otra parte, muy difícil, imposible, más bien, para la inmensa mayoría, si tenemos en cuenta la manipulación feroz que pende sobre nosotros.

¡Feliz 2023! Pero, desde dentro.

J. RATZINGER: EVALUACIÓN DEL TEÓLOGO PAPA


col jesus mart

 Jesús Martínez Gordo teólogo

La cantidad y entidad de las cuestiones enumeradas no sólo muestra la oportunidad de contextualizar tanto la aportación teológica y espiritual como la gestión eclesial de J. Ratzinger – Benedicto XVI, sino también la necesidad de recordar, de manera empática y crítica, algunas de tales líneas de fuerza mayor que tuvo muy presentes mientras fue Papa.

1.- Evaluación de sus líneas de fuerza teológicas y espirituales

Son, particularmente, las referidas a la relación entre revelación y tradición, así como entre sagrada escritura y magisterio. Esto es algo constatable, por ejemplo, en la centralidad que concedió a su singular interpretación del evangelista Juan.

1.1.- La centralidad de Juan

Es cierto que en su cristología, gestión eclesial y magisterio papal hubo abundantes referencias a los sinópticos, pero también que no ocuparon el puesto capital que, finalmente, fue concedido a Juan. Y lo fue porque el cuarto evangelista subraya el recuerdo y la memoria, algo capital para un platónico y agustiniano. El recordar del que habla Juan, sostenía Benedicto XVI, no es el resultado de un mero proceso psicológico o intelectual en el ámbito privado, sino un acontecimiento eclesial que –al estar guiado por el Espíritu Santo- trasciende la esfera propiamente humana del comprender y conocer, muestra la cohesión entre la Escritura y realidad y nos guía a toda la entera verdad.

Consecuentemente, el cuarto evangelista dejaba abierta a cada época y generación -gracias al comprender en el recordar- una vía de mejor y más profunda comprensión de esa verdad. Es un camino que, yendo más allá de la historicidad de los acontecimientos y de las palabras, nos introduce “en aquella profundidad que procede de Dios y conduce a Él”, es decir, “nos muestra verdaderamente la persona de Jesús, tal como era, y por eso nos muestra a Aquel que no sólo era, sino que es; Aquel que, en todos los tiempos, puede decir en la forma de presente: ‘Yo soy’ ‘Antes de que Abrahán fuera, Yo soy’ (Jo 8, 58). Este Evangelio nos muestra el verdadero Jesús y podemos usarlo tranquilamente como fuente de Jesús”.

Como se puede apreciar, la referencia a la historia de Jesús tiene una importancia secundaria al quedar, articulada desde la primacía del “recuerdo” vivo en que nos llega. J. Ratzinger sintonizaba en esta apuesta con sus maestros S. Agustín y S. Buenaventura y con su amigo H. Urs von Balthasar, a pesar de que apuntara en alguna ocasión –acertadamente, por cierto- que una fe que se olvide de la dimensión histórica se convierte en “gnosticismo” porque descuida la carne, la encarnación y la verdadera historia.

En esta apuesta por el cuarto evangelio no sólo reaparecieron referencias tan importantes en la biografía teológica de J. Ratzinger como el nexo entre conocer y recordar, historia y fe, Espíritu Santo y magisterio o revelación y tradición, sino que permitió explicar, entre otros puntos, su concepción de “la” Verdad y su posición favorable a la llamada exégesis canónica.

1.2.- Verdad y evidencia

Hay otro punto de fondo que atravesó toda la gestión eclesial, el pontificado y la biografía teológica de J. Ratzinger de principio a fin: su pasión por mostrar la capacidad seductora de Jesús, “la” verdad por excelencia.

Benedicto XVI siempre tuvo un interés particular por argumentar la relación existente entre verdad y evidencia. Su desmarque de la neoescolástica y su asentamiento agustiniano encontraron aquí una correcta explicación. Nada de extraño que subrayara el lado espiritual de quien se autopresentaba –para escándalo de los judíos y extraños- no sólo como “el camino y la vida”  sino, sobre todo, como “la” verdad. Y que lo hiciera reclamando para sí la evidencia propia de toda belleza y la capacidad de seducción y fascinación que le es propia.

Ésta es una legítima acentuación que cuenta con  una fecunda y rica tradición en la historia de la teología. Pero es una perspectiva entre otras posibles, igualmente arraigadas en la tradición cristiana.

Existen, por ejemplo, otras más atentas a mostrar que “la” verdad de Dios consiste precisamente en su amor y, de manera particular, en su asociación con los crucificados de este mundo. Son cristologías que muestran sobradamente que el seguimiento de Jesús se “veri-fica” (es decir, se hace verdad) estando con los bienaventurados con los que, libremente, decidió identificarse, por puro amor; y con quienes sigue estándolo en nuestros días, sin dejar de ser, por ello, consuelo para unos y aguijón para otros.

La concepción que Benedicto XVI tuvo de la verdad explica que en sus referencias a los Santos Padres no resaltara como es debido un dato incontestable para ellos: que los pobres son los “otros Cristos” y que en tal verdad se aloja una descolocante identificación, capaz de conmover a todos, empezando por los  mismos padres griegos y latinos, siguiendo por casi todos los santos y místicos y continuando por las personas de buena voluntad de todos los tiempos.

Es cierto que a esta comprensión de la verdad le ronda el riesgo del “ateísmo cristiano”. Pero no es menos cierto que la perspectiva marcadamente platónica y agustiniana a la que se apuntó J. Ratzinger tenía que eludir los riesgos del docetismo o intelectualismo y del espiritualismo desencarnado y ciego. En definitiva, el “gnosticismo” que acertadamente denunció en su cristología y en otros textos anteriores y posteriores.

Pocos discuten que Mt 25, 31 y 1 Juan 4, 8 son dos textos con una indudable fuerza para marcar la teología de todos los tiempos. Así ha sucedido siempre, con la dramática excepción del siglo XIX y parte del XX, un tiempo en el que la Iglesia, ocupada en curarse las heridas provocadas por la pérdida de los estados pontificios y por sacudirse las injerencias de los poderosos de este mundo, acabó descuidando la centralidad de los pobres y dejó que el marxismo se apropiara violentamente de semejante verdad.

Desde entonces, una parte de la Iglesia católica ha tenido enormes dificultades para diferenciar el ropaje inaceptablemente violento y autoritario de la reivindicación marxista de la raíz radicalmente evangélica que aletea en su defensa del proletariado y, por extensión, de los pobres y parias del mundo. Y como consecuencia de ello, ha tenido dificultades para superar una concepción paternalista o meramente asistencialista de la pobreza y abrirse a una consideración estructural de la misma. Esto fue algo evidente en la biografía teológica y en la gestión eclesial de J. Ratzinger. Una legítima y argumentada prevención ante el marxismo triunfante durante su época como profesor y obispo pareció haberse convertido –una vez derrotado ideológicamente con la caída del muro de Berlín- en un prejuicio imposible de superar.

Hubiera sido deseable que, sin renunciar a una oportuna crítica sobre las manifestaciones contemporáneas del pelagianismo, hubiera acompañado dicha crítica de similares cautelas ante las actuales variantes del docetismo (en el fondo, confesión de palabra sin coherencia de vida ni experiencia mística). Éste es, también, uno de los errores más extendido y más disolvente de los que amenazan en nuestros días a la fe cristiana y sobre el que se echa de menos una crítica consideración en su biografía teológica y en su gestión eclesial. Al menos, tan contundente e insistente como la que realizó del pelagianismo o “ateísmo cristiano”.

Si hubiera procedido de esta manera, “la” verdad manifestada en Jesús habría sido mostrada en todo su alcance y con  todas sus consecuencias; evidenciando su incuestionable capacidad para seducir y, también, escandalizar, en este caso, a los poderosos del mundo.

Método histórico-crítico

1.3.- Recelo a la exégesis histórico-crítica

Jesucristo era presentado en los años treinta –afirmó Benedicto XVI- a partir de los Evangelios, por lo cual, a través del hombre Jesús se hacía visible Dios y a partir de Dios se podía ver la imagen del auténtico hombre. En los años cincuenta apareció el debate sobre el Jesús histórico y el Cristo de la fe alejándose el uno del otro. Y lo hizo de la mano de la investigación histórico-crítica ¿Qué significado puede tener la fe en Cristo si el hombre Jesús era tan diferente de cómo lo habían presentado los evangelistas y de cómo lo anuncia la Iglesia partiendo de los Evangelios? Se inició un proceso de reconstrucción del Jesús histórico que más tenía que ver con la biografía de sus autores que con Jesús mismo.

La consecuencia de todo ello fue –gustaba diagnosticar J. Ratzinger- un Jesús histórico cada vez más alejado de nosotros porque en realidad sabemos muy poco de Él. En esta onda se encontraba R. Schnackenburg, para quien sólo nos quedaba la historia de las tradiciones y de las redacciones.

Esta conclusión, sentenció Benedicto XVI, es “dramática para la fe” porque la dejaba sin una referencia cierta y la relación con Jesús corría el riesgo de sustentarse en el vacío  o, en el mejor de los casos, en las ocurrencias del exégeta de turno. La Biblia quedaba incapacitada para hablar del Dios viviente y se extendía la convicción de que cuando nos aproximamos a la Escritura y la comentamos, en realidad estamos hablando de nosotros mismos. Peor todavía: estamos decidiendo qué puede hacer Dios y qué queremos o debemos hacer nosotros.

Esta manera de acercarse a la Escritura acababa secuestrando la comunión de Jesús con el Padre. En ella consistía la singularidad del Jesús histórico. Sin ella no era posible comprender nada. Y sólo partiendo de ella se podía entender todo, incluso en nuestros días.

Exégesis canónica

La “lógica católica”

La contundente valoración que J. Ratzinger formuló de la exégesis histórico-crítica (y las consecuencias que comporta) lleva a recordar, una vez más, la importancia suma de primar la llamada lógica “católica” frente a otras lecturas de la Escritura, excesivamente marcadas por biografías personales o por legítimas –pero, frecuentemente, limitadas- acentuaciones particulares.

Desde los tiempos del PseudoDionisio sabemos que toda teología que se precie de tal ha de cuidar la encarnación del Hijo y la resurrección del Crucificado. También sabemos que la riqueza del misterio que se nos entrega en Jesucristo solo puede ser balbucida manteniendo en el equilibrio inestable -propio de todo pensamiento “católico”- esas verdades que para un pensamiento racionalmente estrecho son percibidas como contradictorias o imposibles de articular: Jesús y Cristo, trascendencia e inmanencia, revelación e historia o Escritura y tradición.

Y sabemos, igualmente, que la pluralidad de discursos teológicos es consecuencia de acercarse a un misterio que excede nuestras capacidades comprensivas y también de adoptar diferentes puntos de partida: no es lo mismo aproximarse desde inquietudes veritativas que estéticas o amorosas. En cualquier caso, para que toda aproximación sea efectivamente “católica” tendrá que integrar las verdades a las que otras perspectivas son más sensibles y ser muy consciente, a la vez, de los riesgos que rondan a la perspectiva adoptada.

Con su apuesta por la “exégesis canónica” J. Ratzinger partió –como agustiniano que fue- del Cristo de la fe y desde Él se encaminó al Jesús histórico: “Yo sólo busco, más allá de las meras interpretaciones histórico-críticas, aplicar los nuevos criterios metodológicos, que nos permiten una interpretación propiamente teológica de la Biblia y que exigen la fe, sin por ello querer y poder renunciar de ninguna manera a la seriedad histórica”. Es una legítima perspectiva teológica y espiritual, atenta a la iluminación interior que procede de lo alto y pronta a contemplar fascinado el misterio divino.

Cristo de la fe

El Cristo de la fe fue el punto de partida axiomático de su teología y espiritualidad: a Cristo –vino a decir J. Ratzinger- o “se le toma como un loco o se le sigue como un loco”. Es cristiano quien ha quedado seducido por la contemplación de un misterio capaz de iluminar todas las parcelas de la existencia. Cuando ello sucede, el cartesiano “cogito ergo sum” se convierte en un “católico” “cogitor ergo sum” (“Soy pensado en Dios, luego existo”).

Ésta es la loable inquietud que latió en su apuesta por la “exegesis canónica”. “Solo a partir de Dios se puede comprender al hombre y sólo si vive en relación con Dios, su vida se hace justa. Dios no es un lejano desconocido. Nos muestra su rostro en Jesús; en su actuar y en su voluntad reconocemos los pensamientos y la voluntad de Dios mismo”.

El riesgo de subjetivismo

Pero como toda apuesta, presenta -si se analiza a la luz de la historia de la espiritualidad- indudables limitaciones. Y no es la menor de ellas su proclividad a favorecer interpretaciones “eisegéticas”, es decir, proyectivas de deseos y sentidos ajenos -y hasta enfrentados- al Jesús de la historia.

Para que el recurso a Cristo no acabe convirtiéndose en la búsqueda de un analgésico, de un placebo, de un hippy fascinante, de un postmoderno debidamente autocentrado o de un fiel más dócil a la autoridad eclesial que a la palabra del Maestro se necesita la referencia del Crucificado, del Jesús histórico. Gracias a Él sabemos, por ejemplo, que nuestro centro es “ex - céntrico”, es decir, que pasa fuera de nosotros, de nuestra subjetividad, deseos, aspiraciones, ilusiones y que se actualiza en los crucificados de este mundo.

Por ello, hay que recordar que, junto a esta perspectiva legítimamente primada por J. Ratzinger, existe la que, partiendo del Jesús histórico, aproxima al Cristo. Y, al acercarle, ahorra el riesgo masoquista que ronda a todo seguidor que se queda únicamente en la contemplación del Crucificado. Es la perspectiva en la que estuvieron empeñados, desde E. Käsemann, una buena parte de los exégetas y teólogos católicos que tuvieron claro, con Benedicto XVI, que el Jesús del kerygma o confesado y predicado es más que el Jesús histórico, pero también que el Jesús histórico ha de seguir siendo el criterio último de la identidad cristiana y de toda cristología; como lo fue para Pablo, los evangelistas, el redactor de la carta a los hebreos y el del Apocalipsis.

Esta circularidad entre Cristo y Jesús desde la primacía de la historia es algo –recuerdan estos teólogos y exégetas- que ha pervivido a lo largo de la historia de la Iglesia, a pesar de que la tradición cristiana no haya considerado nunca conveniente canonizar la historia de Jesús (O. Tuñí).

Y por si este argumento sobre la primacía del Jesús histórico sobre el Cristo de la fe no fuera suficiente, hay que recordar que es el criterio reivindicado por la Declaración “Dominus Jesus” (2000) en su crítico e interesante diálogo con aquellas posiciones que hacen de la máxima “Jesús separa, el Espíritu une” el axioma configurador de su perspectiva. Juan Pablo II ratifica acertadamente que el Espíritu del que hablamos y al que nos referimos es el Espíritu de Jesús, el resucitado de entre los muertos, es decir, el histórico.

Por tanto, el ir “más allá” del dato histórico que legítimamente reivindicó Benedicto XVI apoyándose en la “exégesis canónica” está obligado a pasar, más tarde o más temprano, por el crisol del Jesús histórico, el Crucificado que se actualiza en los crucificados de este mundo. Es ese crisol el que evita incurrir en el riesgo “eisegético” indicado, con los espiritualismos, subjetivismos y manipulaciones sobre los que alertaron incansablemente los santos y los místicos. Entre ellos, Santa Teresa y S. Ignacio.

Teresa e Ignacio

El santo vasco dice en su autobiografía que aprendió a renunciar a “grandes noticias y consolaciones espirituales” y a “nuevas inteligencias de cosas espirituales y nuevos gustos”, en particular, cuando le venían en horas de sueño o de trabajo porque le imposibilitaban hacer lo que tenía que hacer.

Y la mística castellana escribe que “es falta de humildad querer que se os dé lo que nunca habéis merecido”, que “está muy cierto a ser engañado o muy a peligro”, que nadie está seguro de que ese camino sea el que le conviene y que “la mesma imaginación, cuando hay un gran deseo, ve aquello que sea”.

Por ello, no está de más recordar, en esta ocasión de la mano de Jon Sobrino, que la cruz de Jesús es el dato definitivo que critica todos los absolutos (y métodos teológicos) porque ella no es ni puede ser un absoluto.

Ésta es la asignatura pendiente de la “exégesis canónica” aplicada por J. Ratzinger en su cristología y muy presente en su pontificado, a pesar de que no falten en su magisterio reiteradas reseñas a la dramática situación del continente africano. Sin embargo, fue una referencia que no acabó configurando su perspectiva teológica y que casi siempre se sostuvo en un diagnóstico más religioso y cultural que político o económico.

El sentido expiatorio y sacrificial de la muerte de Jesús

Finalmente, J. Ratzinger – Benedicto XVI se decantó por una interpretación sacrificial y expiatoria de la muerte de Jesús, apoyándose en la oración sacerdotal del Nazareno en el evangelio de Juan, en la coincidencia cronológica (muy cuestionada) de la muerte en cruz y el sacrificio del cordero pascual a manos de los sacerdotes hebreos y en la identificación entre la destrucción del cuerpo de Jesus y la del Templo de  Jerusalén.

Al proponer esta interpretación expiatoria, no sólo  estableció una íntima relación entre la muerte de Jesús y los sacrificios antiguos, sino que reconoció a estos últimos como la forma o el tipo y a Jesus como la realización plena de lo que se ejecuta simbólicamente en la liturgia veterotestamentaria. Argumentando de esta manera, se corre un alto riesgo de someter el “nuevo” sacrificio al “antiguo” y propiciar una comprensión de la entrega de Jesús como simple culminación (cuando no, mera prolongación) de los sacrificios veterotestamentarios.

El decantamiento de J. Ratzinger - Benedicto XVI por la interpretación sacrificial y expiatoria de la muerte de Jesús (con los riesgos que presenta) fue coherente con su comprensión de los escritos neotestamentarios como transmisores de una única y compacta visión teológico-histórica. Fue tal convicción la que le llevó a buscar una cristología unívoca, es decir, una manea sustancialmente idéntica de presentar la “figura” y el “mensaje” de Jesús apoyándose, para ello, en la centralidad que concede al evangelio de Juan y con el auxilio de la exégesis canónica. Los sinópticos quedaron sometidos a la autoridad veritativa que J. Ratzinger – Benedicto XVI concedió a Juan.

Obviamente, es una pretensión legítima, pero excesiva. Sobre todo, por proceder de quien procede y habida cuenta de la tendencia entre algunos sectores eclesiales a erigir las opiniones teológicas del sucesor de Pedro en verdades incuestionables y en magisterio irrefutable. Hay que recordar –ante semejantes lecturas- que en la entraña misma de la “lógica católica” anida la consistencia de otros posibles accesos. La mejor prueba de ello fue –aunque sea críticamente- la problemática apuesta de J. Ratzinger – Benedicto XVI por la interpretación sacrificial y expiatoria de la muerte de Jesús.

2.- Evaluación de su gestión como Prefecto y como Papa Benedicto XVI

Pero Benedicto XVI, además de un teólogo fue también un Papa que, fuertemente condicionado tanto por sus opciones teológicas y espirituales como por los diagnósticos reseñados, adoptó toda una serie de decisiones que fueron -y siguen siendo- objeto de una fundada crítica.

Como ya he adelantado, la primera de sus encíclicas sobre el amor de Dios (“Deus caritas est”) tuvo excelente acogida. Fueron muchas las personas que quedaron gratamente sorprendidas por su tono propositivo, casi en las antípodas del autoritativo –y hasta polémico- del que había hecho uso el cardenal J. Ratzinger durante su mandato como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sin embargo, una vez reposadas las sorpresas iniciales, se empezó a evidenciar que bastantes diagnósticos y posicionamientos personales en su época de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe -e, incluso, de tiempos anteriores- acabaron, más tarde o más temprano, en decantamientos doctrinales y en decisiones jurídico-pastorales, altamente cuestionables; y, a veces, en las antípodas de lo aprobado por la mayoría en el Concilio Vaticano II y ratificado por Pablo VI.

Me limito solo a reseñar, por razones de brevedad, algunas de ellas.

1.- Sus criticas valoraciones sobre la renovación litúrgica de Pablo VI de la que no se habia cansado de decir que habia producido “unos daños extremadamente graves”. A tal diagnóstico sucedió su contrarreformista decisión de recuperar la misa en latín, satisfaciendo, de esta manera, su personal comprensión de lo que se debía entender por “tradición viva” en el ámbito de la liturgia.

2.- Su duro e injusto diagnóstico sobre el papel de los teólogos en el concilio y en el tiempo de recepción del mismo: al decir de J. Ratzinger, con la autoconciencia de ser los únicos representantes de la ciencia, por encima de los obispos y su posterior intento de recolocarlos -siendo ya Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe- como simples difusores del magisterio, nunca -o casi nunca- como personas capacitadas para ayudar en su elaboración.

3.- Su crítica -que hoy resuena como marcadamente impertinente, además de falsa y prejuiciosa- sobre la debilidad magisterial de una buena parte de los obispos, particularmente en el Concilio. Y su conclusión de que, como consecuencia de tal debilidad, acabaron dando alas a la llamada “Iglesia popular”. A él, juntamente con Juan Pablo II, se debe la desaparición, a partir de 1985, del imaginario conciliar de la Iglesia, “pueblo de Dios”, en favor de la Iglesia como “comunión”.

4.- Su llamada de atención sobre el peligro de división y fragmentación que amenazaban a la Iglesia postconciliar cuando se reivindicaban la colegialidad episcopal y la corresponsabilidad bautismal y, en coherencia con dicho diagnóstico, la posterior pérdida de entidad magisterial de las conferencias episcopales. Y con ella, la increíble prohibición de que los sínodos pudieran formular peticiones de revisión sobre las cuestiones reservadas a la Santa Sede. Pero, de manera particular, su decantamiento por una forma de ejercicio del primado que -fundamentado en la división entre el “poder de orden” y el “poder de jurisdicción”- acabó recreando el existente antes del encuentro conciliar, tanto durante el pontificado de Juan Pablo II como en el suyo; y, de esta manera, desactivando una de las aportaciones más definitivas del Vaticano II.

5.- El debate, mantenido, entre otros, con W. Kasper, sobre su tesis, referida a la supuesta precedencia “lógica y ontológica de la Iglesia universal sobre la Iglesia local”, entendiendo por “Iglesia universal”, la Iglesia de Roma. En esta confrontación se evidenció, con toda claridad, su voluntad de revisar el número 11 del decreto conciliar “Christus Dominus” cuando sostiene que en la diócesis “se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo que es una, santa, católica y apostólica”. Fue un debate en continuidad con la restauración que, liderada por Juan Pablo II y él mismo, no solo pretendía consolidar un preconciliar centralismo vaticano sino también reforzar una concepción monárquica y autoritaria del papado, en nombre -una vez más- del cuidado y preservación de la unidad (más bien, uniformidad) católica.

6.- Su obsesión sobre una supuesta reaparición del “mesianismo marxista” y su impregnación en las formas utópicas de la teología de la liberación a las que ya me he referido más arriba.

7.- Sus permanentes llamadas de atención sobre la dictadura del relativismo y su descuidado (por desmedidamente autoritativo y poco articulado) discurso sobre la prevalencia de la verdad sobre la libertad y también sobre los derechos humanos en el seno de la Iglesia.

8.- Su apuesta y reforzamiento de la “Professio fidei” y de la puesta en funcionamiento de una nueva forma de magisterio infalible y no definido que son las llamadas “verdades definitivas”; una extralimitación teológica y dogmática que sigue bloqueando, entre otros puntos, la posibilidad -por coherencia con lo dicho y hecho por Jesús- el acceso de las mujeres al sacerdocio ministerial e, igualmente, la recepción del diaconado, a pesar de las dos comisiones promovidas por el Papa Francisco.

9.- Y, sin ánimo  de agotar todo el elenco, no tener debidamente presente la cuidadosa articulación entre escritura y magisterio alcanzada en el Vaticano II; conceder una desmedida importancia a un magisterio eclesial comprendido más en clave infalibilista que como fraternal testimonio para sostener en la fe y desplegar una exégesis canónica manifiestamente mejorable en su articulación con la investigación histórica.

Epílogo

Queda pendiente asomarse a su etapa como Papa emérito, a sus promesas de no interferir en el gobierno de su sucesor, dedicarse a la oración y guardar silencio; a las manipulaciones de que ha sido objeto y a sus desmarques, a veces, sorprendido de las mismas; a sus declaraciones, no siempre felices, pero coherentes, en todo momento, con las opciones teológicas y dogmáticas que he tratado de reseñar en estas líneas y a un largo etcétera.

Es una tarea que queda para otra ocasión y momento.

Descanse en la paz del Dios de la misericordia, la Verdad que sigue consolando y estimulando a quienes aguardamos encontrarnos un día con Ella, como ya lo ha hecho nuestro hermano J. Ratzinger - Benedicto XVI.

Bautismo del Señor Jesús se pone en la cola… (Mt 3,13-17)

col paret

 fe adulta

. Inmersas en el Bautismo de Jesús.

Jesús, a pesar de ser el Hijo de Dios y el Liberador de la humanidad, se pone en la cola, como uno de tantos, para hacerse bautizar, pasa por los mismos trámites rutinarios que sus contemporáneos, tomando sobre sí la condición del ser humano infiel y pecador.

En el mundo antiguo el significado del agua era el de fuente de vida y de muerte. Nacemos a la vida “rompiendo aguas” desde el útero materno. El agua es imprescindible para el normal desarrollo de la vida humana. Pero también es fuente de muerte cuando se producen, inundaciones, maremotos, crecidas de ríos o, por el contrario, cuando la sequía provoca la pérdida de cosechas, hambrunas, éxodos de población, enfermedades y muerte. La encíclica Laudato Si, del papa Francisco, aborda ampliamente este reto.

El agua es, pues, un símbolo elemental y universal de vida y de muerte. Esta experiencia tan humana simboliza que hacerse cristiano es morir a una forma de vida contraria a Dios, vieja, y renacer a una vida nueva, en Dios. Por eso, hasta el siglo XIV, el bautismo era de inmersión de adultos; a partir de entonces se convirtió en efusión.

Para la comprensión del bautismo cristiano es preciso tener en cuenta la importancia del agua en los grandes acontecimientos de la historia de la salvación. Así, recordamos los relatos de la creación (Gen 1,2), de Noé (Gen 6,9), la liberación del pueblo de Israel a través del mar Rojo (Ex 14), la llegada a la tierra prometida y el paso por el Jordán (Jos 3). Es decir, el agua estaba íntimamente asociada a la relación del pueblo de Israel con su Dios. Con Juan Bautista, el bautismo era la señal y el gesto por el que los hombres y mujeres expresaban la conversión interior y su esperanza en Áquel que va a venir, que está al llegar (Mt 3). “Yo os bautizo con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1,8).

Desde el principio, se tenía la certeza de que Jesús había querido esta forma de entrar en la comunidad de los llamados por Dios. En su bautismo el Espíritu Santo desciende y el Padre designa a Jesús para su obra mesiánica: “Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto” (Mt 3,17), recogidas por los tres sinópticos. Hecho que acontece en su interior, sin ninguna señal exterior perceptible por los sentidos. El cielo abierto y la paloma nos hablan de esa comunicación íntima de Dios Trinidad con Jesús, la Palabra hecha carne.

Jesús confiere al bautismo un significado mucho más profundo que el de la purificación o lavado. El acontecimiento del Jordán no sólo es una manifestación de la divinidad de Jesús, sino un testimonio del Dios Trinidad. Jesús es ungido por el Espíritu como sacerdote, rey y mesías, pero le constituye también en templo espiritual, templo del Espíritu, morada de Dios entre los hombres. Este acontecimiento profético culmina en la cruz. De hecho, en referencia a la muerte que se le venía encima, Jesús dice: “Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!” (Lc 12,50). La presencia del Espíritu Santo, hace de toda la existencia humana de Jesús un puro “bautismo”, es decir, una opción radical de fidelidad al Padre y el compromiso de búsqueda del Reino de Dios y su justicia (Mt 6,33). “Su relación con Dios estará hecha de deslumbramiento, asombro, pura receptividad y dependencia filial” (D. Aleixandre)

Todos los bautizados estamos llamados a compartir este bautismo y a realizar en nuestras vidas el empeño profético a favor de la justicia que Cristo representa. Aquí no hay diferencia alguna entre la consagración del varón o de la mujer ni debe uno sentirse más comprometido que el otro en ese empeño de vida cristiana. Es la fuerza del Espíritu, la que hace vivir a la Iglesia descendiendo sobre la comunidad de apóstoles y discípulos (varones y mujeres). El Espíritu hace de nosotros/as testigos acreditados, profetas y evangelistas de la esperanza, pues dice el Señor: “Derramaré mi Espíritu sobre todo hombre, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas” (Jl 3,1-5; Hch 2,17)

El bautismo supone acoger el “hágase en mí según tu Palabra, según tu sueño” desde toda la eternidad. Recibir con asombro la paradoja de su anuncio: “Tú eres mi hijo/a, amado/a”, te llamo por tu nombre, te quiero así como eres. Eres bendecido/a, y cuento contigo para edificar mi reino. Desde esa fe-confianza podemos poner en práctica lo que proclama la segunda lectura: “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Él envió su mensaje a los israelitas anunciando la paz que traería Jesús el Mesías, que es Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”  (Hch 10,34-38). Es decir, el bautismo implica la superación de todo nacionalismo, de todo racismo, de todo clasismo, de todo clericalismo, de todo aquello que discrimina por razón de sexo, raza, etnia, cultura, clase social…

El planteamiento que cabe hacerse, desde el punto de vista de nosotras, mujeres que hemos recibido el bautismo del agua y del Espíritu, que compartimos con el hombre la misión profética y que nos alimentamos del mismo pan y del mismo cáliz, es si, por razón de ser mujer, nuestra acción debe quedar limitada a una pastoral “de apoyo, secundaria”, en lugar de poder desarrollar nuestro carisma específico como bautizadas y ungidas.

El antiguo himno bautismal citado por Pablo, anuncia que las barreras de raza, clase y sexo han sido superadas por una nueva identidad: “Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo habéis sido revestidos. Ya no hay distinción entre judío o no judío, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,27-28).

El bautismo es el sacramento que nos llama al discipulado de iguales. El compromiso, la sinodalidad y la corresponsabilidad en la ekklesía de las mujeres[1], constituyen la praxis de vida de la vocación cristiana. Son la encarnación de una nueva Iglesia sinodal y solidaria con los oprimidos y los más pequeños de este mundo, la mayor parte de los cuales son las mujeres y los hijos que dependen de ellas.

Urge recuperar el profundo significado de la cena de Betania (Mc 14,3-9) y dar cumplimiento a la palabra del Señor, pues lo que Jesús señaló como “memorial”, no tiene por qué quedar olvidado.

¡Shalom!