FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

ESTE ES EL BLOG OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DEL COLEGIO SAN PAULINO DE NOLA
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ATALAYA

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miércoles, 5 de julio de 2023

La justa medida puede salvar la vida y el planeta Tierra

 Leonardo Boff

        La justa medida constituye un valor universal presente en todas las culturas y representa uno de los puntos más importantes de todos los caminos éticos. Estaba inscrita en los pórticos de los templos o en los edificios públicos de Egipto, de Grecia, del Imperio romano y de otras partes. La virtud de la justa medida significa el camino del medio, ni de más ni de menos, y en la dosis correcta. Se opone a todo exceso, a toda ambición exagerada (hybris en griego). Recomienda el autocontrol, la capacidad de desprendimiento y de renuncia.

        Estamos convencidos de que una de las causas principales del caos actual, con el desequilibrio del planeta Tierra, con la devastación de casi todos los ecosistemas, con el calentamiento global que ha introducido de forma irreversible un nuevo régimen climático más caliente, que se muestra por los eventos extremos a nivel mundial, con la aparición de nuevos virus, el peor de ellos hasta ahora, el coronavirus, que se ha llevado millones de vidas, con la explosión de guerras en 18 sitios diferentes de la Tierra, particularmente la letal Guerra entre Rusia y Ucrania (detrás de la cual están la OTAN y Estados Unidos) son consecuencia de la falta de la justa medida.

        Esta falta de la justa medida es intrínseca al paradigma de la modernidad, formulado en los siglos XVII/XVIII por los padres fundadores, como Galileo Galilei, Newton, Francis Bacon y otros. Para ellos, el eje estructurador del nuevo mundo a ser construido se basaba en la voluntad de potencia o de poder, como fue identificado por Nietzsche y por toda la Escuela de Frankfurt. Según este paradigma nuevo, el ser humano se entiende como maestro y dueño de la naturaleza, en la expresión de Descartes. No se siente parte del todo natural. Este no tiene sentido en sí, ni propósito, salvo en la medida en que se ordena al ser humano, que lo trata según su conveniencia.

        En nombre de este paradigma se rompió totalmente la justa medida. Los países europeos ejercieron la voluntad de poder dominando pueblos enteros en América Latina, África y en parte de Asia. Dominaron la naturaleza, extrayendo de ella de forma ilimitada sus bienes y servicios. Dominaron la materia hasta las últimas partículas. Dominaron el secreto de la vida, el código genético y los genes. Realizando todo con furor sin sentido alguno de la justa medida. Trajeron innumerables beneficios para la vida humana, pero al mismo tiempo, por haber mandado al limbo a la justa medida, crearon para sí el principio de autodestrucción con todo tipo de armas, que, si fueran usadas, no dejarían un alma viva para contar la historia.

        Para no quedarnos sólo en conceptos, demos un ejemplo concreto: la irrupción del Covid-19, que afectó solo a la humanidad y no a los demás seres vivos, es la consecuencia directa de la voluntad de poder, de la agresión sistemática de nuestro modo de habitar el planeta Tierra destruyendo los hábitats de los virus. Sin sus nichos vitales, avanzaron sobre los seres humanos provocando la muerte de millones de personas. Por lo tanto, nos faltó la justa medida entre la intervención necesaria en la naturaleza para garantizar nuestros medios de vida y la ambición exagerada de superexplotar los bienes y servicios naturales más de lo que necesitamos, para la acumulación y el enriquecimiento,

        De esta forma, la Tierra viva perdió su equilibrio dinámico y nos envió a través del coronavirus un llamamiento a la justa medida, un mensaje de cuidado, de autocontrol y de superación de todo exceso. Ese fue el sentido del confinamiento social, del uso de mascarillas y de la urgencia de usar las debidas vacunas. Todo parece indicar que no aprendimos la lección, pues la gran mayoría ha vuelto a la antigua normalidad.

        Bien decía el pensador italiano Antonio Gramsci: “la historia es maestra pero prácticamente no tiene alumnos”. De todas formas, nos queda la lección de que debemos incluir en todo la justa medida, alimentar una relación amistosa y justa con todas las cosas si queremos garantizar un futuro para la vida humana y para nuestra civilización.

        Yendo directamente a la cuestión fundamental: la causa más inmediata y visible de la ruptura de la justa medida reside en el capitalismo como modo de producción y en el neoliberalismo como su expresión política. Los mantras de ambos son conocidos: el lucro por encima de todo, la competencia como su motor, la explotación ilimitada de los recursos naturales, el individualismo, la flexibilización de las leyes para poder realizar sin impedimento su intento de dominación/enriquecimiento.

        Si hubiéramos seguido tales mantras, gran parte de la humanidad habría sido gravemente afectada o habría desaparecido. Lo que nos salvó fue dar centralidad a la vida, la interdependencia entre todos, la solidaridad de unos con otros, el cuidado de la naturaleza y las leyes y normas que limitan los oligopolios, generadores de pobreza de gran parte de la humanidad.

        Preocupado con esta cuestión máxima, de vida y de muerte, este autor ha escrito dos libros, fruto de una amplia investigación mundial, redactados en el lenguaje más accesible posible para que todos puedan darse cuenta de la gravedad que significa la ausencia de la justa medida para la vida personal, para las comunidades, para la economía, para la cultura y para nuestra relación con la naturaleza, en último término para con la Tierra.

        El primero, publicado en 2022, El Pescador ambicioso y el pez encantado: la búsqueda de la justa medida. En él se ha preferido el género narrativo con uso de cuentos y de mitos ligados a la justa medida. El segundo, una continuación del primero, En busca de la justa medida: cómo equilibrar el planeta Tierraprocura ir de forma más reflexiva a las causas que nos llevan a perder la justa medida o lo óptimo relativo. Ambos libros plantean la pregunta angustiante: ¿es posible vivir la justa medida dentro de este sistema capitalista y neoliberal hoy globalizado?

        Respondemos, con cierta esperanza, que es posible, a condición de pasar de la cultura del exceso a una cultura de la justa medida, desarrollando un nuevo modo de habitar la Tierra, sintiéndonos parte de ella y hermanos y hermanas de todos los demás seres.

        Dicho en el lenguaje del papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti, haciendo la travesía del dominus (dueño) de la naturaleza al frater (hermano y hermana) entre nosotros y entre todos los seres de la naturaleza. Para eso es importante una ética de la justa medida a nivel personal y comunitario, en la política y en la economía, en la educación y en la espiritualidad.

        O bien organizamos nuestras sociedades dentro de los límites del planeta Tierra, viviendo en todo la justa medida o estaremos poniendo en peligro el futuro de nuestra vida y de toda la vida sobre la Tierra.

        *Leonardo Boff es ecoteólogo, filósofo y escritor con varios textos sobre la ecología integral y los peligros que pesan sobre la humanidad.

        Traducción de María José Gavito Milano

Atrapados en una crisis Global

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Reflexión y Liberación

José Antonio Pagola

La historia de la humanidad se encuentra en estos momentos atrapada por un sistema económico-financiero generado básicamente por el capitalismo neoliberal. Este sistema ha logrado imponer su dictadura prácticamente en todo el mundo, condicionando decisivamente el futuro de la comunidad humana. LEER NOTICIA


Antivacunas, ultracatólicos y Hazte Oír: de aquí salen los dirigentes de Vox

Público

"Yo a veces me pregunto de dónde salen. ¿De dónde salen?", le decía Pedro Sánchez este martes al presentador de El Hormiguero, Pablo Motos, que nada le rebatió al presidente del Gobierno sobre el perfil de los representantes públicos que Vox está colocando en las instituciones de la mano del Partido Popular LEER NOTICIA 

Por qué la decisión del Papa de nombrar a "Tucho" Fernández es la jugada más osada de Francisco y un mensaje dentro del Vaticano

 

BAF
El Papa Francisco designó al arzobispo de La Plata en el ministerio más importante del Vaticano.

A más de diez años de haber sido elegido Papa, Jorge Bergoglio acaba de hacer la jugada más osada de su pontificado en cuanto a designaciones. Puso al frente del ministerio del Vaticano más importante para el quehacer interno de la Iglesia a un fiel intérprete de la revolución cultural que progresivamente lleva adelante basada en mostrar un catolicismo más abierto y menos condenatorio. Una revolución cultural que tuvo en la apertura a los católicos divorciados en nueva unión y a los gays las mayores expresiones, no las únicas. LEER NOTICIA

Palestina. Infancias desplazadas bajo las bombas israelíes en Yenín: ¿Dónde está la comunidad internacional de occidente?

 

Resumen 







Medio Oriente

Sube a 11 el número de palestinos asesinados por ataques y bombardeos de fuerzas de ocupación israelíes en el campo de refugiados de Jenin, en la Cisjordania ocupada.

Centenares de infantes palestinos abandonaron sus hogares este lunes en Yenín bajo la agresión de las fuerzas de ocupación sionistas.

Una niña palestina mostró ante las cámaras su doloroso desconcierto tras ser evacuada de su hogar en el campamento de Yenín, en Cisjordania, región marcada desde este lunes por una operación de limpieza étnica desplegada por el ejército de “Israel”. LEER NOTICIA

Por qué el colapso de ecosistemas puede producirse mucho antes de lo previsto

 

Fuentes:

En todo el mundo las selvas tropicales se convierten en sabanas o tierras de cultivo, las sabanas se secan y se convierten en desiertos, la tundra helada se deshiela. En efecto, estudios científicos han registrado ahora cambios de régimen como estos en más de 20 tipos distintos de ecosistemas en los que se han sobrepasado los puntos de inflexión. En todo el mundo, más del 20 % de los ecosistemas se hallan en peligro de cambiar o colapsar en otra cosa diferente.  LEER NOTICIA

"Lo que me pide Francisco". Carta del arzobispo Víctor Manuel Fernández, nuevo Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, publicada hoy en sus redes sociales

 BAF

El arzobispo de La Plata Víctor Manuel "Tucho" Fernández, designado este sábado por el Papa Francisco como prefecto del Vaticano, publicó una carta en sus redes sociales:

Fuente:   Il sismografo 


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SAN PABLO. VIDA, MISIÓN, CARTAS Y MUERTE


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ITINERARIO PERSONAL

Pablo es el primer escritor (conocido) del NT, y su obra ha marcado el principio del cristianismo y de sus libros canónicos. Por eso es importante presentar un panorama de conjunto de su vida, que nos permita situar su obra e interpretar su figura.

(1) Origen y conversión (=vocación). Según Hch 9, 11; 22, 3, el judío Saúl (que tomará primero el nombre helenizado de Saulo y después el latino de Paulo/Pablo) nació en Tarso de Cilicia (en torno al año 8/9 d.C.) y, como suponen sus cartas, recibió educación helenista (quizá en Tarso, que era entonces un centro importante de cultura) y judía (quizá en Jerusalén, según Hch 22, 3, pero ése puede ser un dato “teológico”). Él mismo se presenta como fariseo (Flp 3, 4-5), partidario fuerte de la identidad nacional judía.

Un judío de Damasco (31-32 d.C.). Hechos parece decir que vino a Damasco de un modo circunstancial, para perseguir a los cristianos. Pero Gal 1-2 supone que residía allí, quizá “por oficio”, como urdidor de pieles/lonas, pues la ciudad, en la linde del desierto, era un centro importante de fabricación de tiendas.

Debió ser miembro activo de una de las sinagogas de Damasco, y allí conoció se opuso (persiguió) a los cristianos “helenistas” allí establecidos. Lo hizo porque los seguidores de Jesús veneraban como Mesías de Israel a un crucificado, es decir, a un rechazado y maldito según Ley (Gal 3, 10-13), actuando así en contra de la identidad judía y de la justicia de Dios.

Pablo, buen fariseo apocalíptico, no pudo aceptar esa visión de los cristianos, a quienes “persiguió” para defender la identidad nacional del judaísmo. A su juicio, los cristianos “helenistas”, que intentaban abrir el “falso” mesianismo de Jesús a los gentiles, destruían la entraña nacional (mesiánica, religiosa) de la historiade Israel del judaísmo.

Vocación (en torno al 32 d.C.). Suele decirse que Pablo se “convirtió”, pero él no utiliza esa palabra. No se convirtió (no empezó a ser otra cosa), sino que Dios le abrió la ojos y, desde su propia raíz israelita, descubrió una nueva luz, recibió una “vocación” radical, como los antiguos profetas (Isaías, Jeremías). Lo que llamamos conversión fue una revelación mesiánica, formulada en la línea de la tradición profética de Israel (cf. Jer 1).

Dios se le manifestó revelándole que Jesús, a quien él se oponía, era su Hijo crucificado, el Mesías Salvador, y confiándole el encargo (la misión) de anunciar su mensaje a los gentiles. Pablo interpretó esa experiencia como aparición pascual, una llamada de Jesús resucitado (Gal 1, 11-17; Flp 3, 7-9; 1 Cor 1, 15, 3-7). Hechos la entiende desde una perspectiva más “eclesial” (9, 1-20; 22, 6-17; 26, 12-18) desvinculando a Pablo, el perseguidor, de los sacerdotes de Jerusalén, que le enviaron a combatir a los cristianos, y vinculándoles con los cristianos de la comunidad de Damasco.

Misión original, Arabia (32-35 d.C.). No inició su misión hacia occidente (Grecia o Roma, donde irá más tarde), sino en el entorno árabe de Damasco (que estaba bajo control de los reyes “nabateos/árabes” de Petra, tributarios de los romanos). No sabemos si predicaba en griego (muchos habitantes de la zona estaban helenizados), en arameo (lengua franca de esa parte de oriente) o en árabe (¡era fabricante de tiendas para árabes!). Pablo presenta esa misión de esta manera:

 «Pero cuando Dios… quiso revelar en mí a su Hijo, para que lo predicara entre los gentiles no consulté con nadie (con carne, ni sangre), ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a Arabia, y regresé otra vez a Damasco. Luego, después de tres años, subí a Jerusalén» (Gal 1, 17).

Algunos suponen que viajó al Horeb/Sinai, para presentarse ante Dios, como Elías (1 Rey 19). Otros piensan que caminó hacia Oriente (quizá hasta Palmira), para llamar desde allí a los gentiles (los que habitan en tiendas: cf. Os 2, 14), a fin de que peregrinaran a Jerusalén, donde debía revelarse el Mesías (conforme a una esperanza profética que está al fondo de Mt 2, 1; 8, 11).

Sea como fuere, en el fondo de esa misión late una esperanza apocalíptica, vinculada a tradiciones cercanas a las de Juan Bautista, que comenzó su misión desde el otro lado del Jordán. En esa línea, Pablo habría querido preparar en Oriente la llegada del Mesías (Reino de Dios), para subir con él a Jerusalén, donde debería instaurarse el Reino. No sabemos cómo fue esa misión, pero fracasó, como él supone al hablar de los «peligros en el desierto» (cf. 2 Cor 11, 26), y de su “huída vergonzosa” de Damasco, tras su misión árabe (cf. Gal 1, 17).

«Si es preciso gloriarse, yo me gloriaré de mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesús… sabe que no miento. En Damasco, el etnarca/gobernador del rey Aretas, guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; pero fui descolgado por la muralla, a través de una ventana, en una canasta, y escapé de sus manos» (2 Cor 11, 30-33).

Esta huida por el muro (cf. Hch 9, 24) constituye la primera estación de los “fracasos de Pablo”, tal como él mismo los cuenta después de veinte años (hacia el 55 d.C.). Así aparece como un “agente mesiánico peligroso” (un judío perturbador) en el reino de los nabateos, que le expulsan (sin duda por suscitar polémicas entre judíos y paganos). Su misión original parece haber terminado sin éxito. Pablo deberá cambiar de estrategia. 

Primera subida a Jerusalén (35 d.C.). La misión árabe había durado tres años. La nueva que ahora empieza en Jerusalén durará catorce (cf. Gal 2, 1). ¿Por qué empieza subiendo a Jerusalén? No va a Galilea (Jesús de la historia) sino a la ciudad de las promesas, para retomar el camino allí donde Jesús había muerto: Vapara «conversar» (historêsai) con Cefas (es decir, con Pedro, el “roca”), para compulsar con él su visión de la Iglesia, una vez que ha terminado la misión anterior, de Oriente. Ve también a Santiago, a quien presenta como Hermano del Señor, es decir, como personaje representativo de un tipo de iglesia, con la que mantendrá un contacto polémico en el resto de su vida. Antes, no había consultado a nadie. Ahora lo hace:

«Pasados tres años, subí a Jerusalén para conversar con Cefas y estuve con él quince días. Pero no vi a ningún otro de los apóstoles, a no ser a Santiago, el Hermano del Señor» (Gal 1, 18-19). 

MISIÓN ANTIOQUENA (35-49 D.C.).

Pablo dice simplemente que dejó Jerusalén y fue a las regiones de Siria (con capital en Antioquía) y Cilicia (donde se encuentra su ciudad de origen, Tarso), dando a entender que se dedicó a proclamar el evangelio, pero no ya en oriente (Arabia), sino hacia occidente, y que lo hizo durante catorce años:

«Después (saliendo de Jerusalén) fui a las regiones de Siria y de Cilicia. Y yo no era conocido personalmente por las iglesias de Cristo que están en Judea. Solamente oían decir: “El que antes nos perseguía ahora evangeliza la fe que antes devastaba”. Y daban gloria a Dios por causa de mí. Después de catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé» (Gal 1, 21 –2, 1).

Eso es todo lo que dice Pablo sobre estos catorce años de misión, sin añadir nada sobre su forma de actuar, ni sobre los lugares o temas de su predicación. Con su estilo habitual, Lucas ha desarrollado de forma programada (y dramática) esta segunda misión (Hch 13-14). Durante ese tiempo, Pablo forma parte de la Iglesia de Antioquía, actuando en ella y desde ella como “colaborador” de Bernabé, uno de los primeros misioneros helenistas (cf. Hch 11, 20-26).

En este contexto debemos hablar de un giro apostólico de Pablo, que salió de Damasco (misión árabe), pasando por Jerusalén (primer centro cristiano) para trabajar luego desde Antioquía, que aparece ahora como centro del movimiento cristiano (cf. Hch 13, 1-3), donde él colabora básicamente con Bernabé. Lucas añade que Bernabé y Pablo proclaman el mensaje de Jesús por diversas ciudades y regiones del entorno (Chipre, Antioquía de Psidia, Iconio, Listra…) creando comunidades de cristianos gentiles, sin obligarles a circuncidarse, haciéndose judíos (cf. Hch 13-14). En este momento, Pablo asume la teología de Antioquía, de manera que no tuvo que escribir cartas especiales a las comunidades (o no conservamos el recuerdo de ellas).

Concilio de Jerusalén y crisis de Antioquía (48-49 d.C.).

La conducta de Bernabé y Pablo (delegados de la Iglesia de Antioquía) y el éxito de su misión (sin “circuncidar” a los convertidos), causó recelos en Jerusalén, donde los cristianos del grupo de Santiago, hermano del Señor, querían que todos los convertidos se circuncidaran, para formar así parte del judaísmo, al mismo tiempo que se hacían cristianos (Hch 15, 1-4). Bernabé y Pablo (y quizá el conjunto de la Iglesia de Antioquía) no compartían esta visión y así surgió el problema. Para arreglarlo, Bernabé y Pablo decidieron subir a Jerusalén, donde se celebró el “concilio” (Hch 15; Gl 2). Los representantes de la iglesia de Jerusalén (con Santiago) reconocieron la misión paulina, pero las diferencias permanecieron, y se manifestaron pronto en el llamado incidente de Antioquía. El tema de la misión en sí parecía resuelto, pero quedaba abierto el de la relación entre judíos y paganos dentro de una comunidad cristiana:

«Pero cuando vino Cefas…, le resistí a la cara, porque era censurable. Pues antes de llegar algunos de Santiago, comía con los gentiles, pero cuando vinieron, empezó a retraerse y apartarse, pues temía a los circuncisos....(Gal 2, 11-14).

El problema no era la existencia de cristianos gentiles (sin circuncidarse), sino su relación con los judíos, la comida en común con ellos. Para que unos y otros pudieran convivir (comer juntos) alguien debía ceder. ¿Debían hacerlo los judíos, sin atarse a las normas de pureza y uniéndose con los incircuncisos, compartiendo con los paganos vida y mesa? ¿Cederían los paganos, asumiendo y cumpliendo unas normas de pureza propias de judíos, para poder convivir/comer con ellos? Ante ese problema podían darse y se dieron dos respuestas.

Pedro supuso que todos debían ceder: los judíos aceptando a los paganos, y los paganos aceptando por su parte ciertos elementos de la ley judía, en especial los vinculados a los ritos de comida. Ciertamente, Cefas (así le llama Pablo, con su título arameo, que es el mismo que Pedro en griego) no se limitó a misionar entre judíos (como parece suponer Gal 2, 1-10), sino que aceptó y asumió la misión a los paganos (como hacía la iglesia de Antioquía), pero (a diferencia de Pablo) mantuvo ciertas normas de separación, que debían imponerse a los gentiles, para que les aceptaran los judíos, según el «decreto » de Hch 15 (no comer sangre o carne mal desangrada ni ofrecida a los ídolos etc.).

Pablo supuso y afirmó que los pagano-cristianos no debían ceder para convivir con los judíos. Ellos podían ser cristianos sin cumplir las normas nacionales sagradas de la ley israelita. Los que debían cambiar, si querían mantenerse fieles a Jesús, eran los judeo-cristianos, relativizando las normas de su ley particular de comidas (y de circuncisión) al vincularse en comunidad a los paganos. Pues bien, por defender y aplicar su postura, Pablo se separó de Bernabé y de Pedro, y de la Iglesia de Antioquía, para iniciar su misión propia a los gentiles, desligada ya de la ley judía. 

 NUEVA MISIÓN Y CARTAS, MADUREZ DE PABLO (49-57 D.C.).

Los años 49-57 constituyen el tiempo de expansión propiamente dicha del mensaje y camino de Pablo, ocho o nueve años que van a definir la historia posterior del cristianismo. Solamente en ellos podemos hablar de una misión paulina, en el sentido estricto de la palabra.

Hasta ahora, Pablo ha dependido de otras iglesias, como misionero de la comunidad de Damasco o de Antioquia, o como compañero de Bernabé. A partir de aquí, desde el año 49 d.C. (tras el “incidente” de Antioquía: Gal 2, 11-14), él aparece y actúa como apóstol autónomo, en nombre de Jesús, creando sus iglesias nuevas a las que modela conforme a su visión de Cristo y a las que escribe para confirmar su camino cristiano. Pedro se queda probablemente en Antioquía (en una iglesia que él no ha fundado). Pablo, en cambio, ha de marcharse de la iglesia donde ha madurado, separándose incluso del mismo Bernabé, su compañero, tomando caminos diferentes (cf. Hch

Galacia. Debió ser la primera zona de misión de Pablo tras el “concilio de Jerusalén”, al comienzo de su última etapa (en torno al año 49 d.C.), aunque no sabemos exactamente dónde, pues esa región podía entenderse de formas algo distintas (según diversos criterios políticos o culturales). Ciertamente, la carta a los Gálatas no es la primera, sino de las últimas cartas de Pablo (escrita en torno al 56 d.C.), pues ella supone no sólo la misión original de Pablo (hacia el 49/50 d.C.) y quizá otra posterior (en torno al 52 d.C.),

sino una contra-misión de otros grupos cristianos, posiblemente de la línea de Santiago*, que quisieron «completar» su obra, diciendo a los gálatas cristianos que sólo serían plenamente judíos y cristianos si se circuncidaban. En esta carta, de tipo polémico y muy personal, describe Pablo el sentido de su vocación y el despliegue básico de su vida, para exponer ante los gálatas la verdad de evangelio, que se funda en la gracia de Dios y en la fe de Jesús, no en unas normas legales.

Filipos. Viniendo de Asia Menor (donde estaba Galacia), la primera ciudad europea que Pablo encontró fue Filipos, en Macedonia, donde llegó hacia el 49/50 d.C., para fundar una comunidad de cristianos de origen básicamente gentil, aunque allí había también judíos (a diferencia de Galacia). Lucas, que no había dicho nada de la misión de Galacia (aunque sabe que Pablo pasó por allí), ofrece un relato de la fundación de la iglesia de Filipos, siguiendo su esquema habitual (primero a los judíos, luego a los gentiles) con bellos tonos novelados (cf. Hch 16, 16-40). 

«Atravesaron la región de Frigia y de Galacia, porque el Espíritu Santo les prohibió que hablaran la palabra en Asia. Cuando llegaron a la frontera de Misia, procuraban entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Entonces, después de pasar junto a Misia, descendieron a Troas (=Troya). Y por la noche se le mostró a Pablo una visión en la que un hombre de Macedonia estaba de pie rogándole y diciendo: "¡Pasa a Macedonia y ayúdanos!". En cuanto vio la visión, de inmediato procuramos salir para Macedonia, teniendo por seguro que Dios nos había llamado para anunciarles el evangelio. Zarpamos, pues, de Troas y fuimos con rumbo directo a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis; y de allí a Filipos, que es una ciudad principal de la provincia de Macedonia, y una colonia. Pasamos algunos días en aquella ciudad. Y el día sábado salimos fuera de la puerta de la ciudad, junto al río, donde pensábamos que habría un lugar de oración. Nos sentamos allí y hablábamos a las mujeres que se habían reunido…» (Hch 16, 6-13).

Esta descripción, construida con motivos simbólicos, pone de relieve un giro básico en el camino de Pablo: El paso hacia Europa a través de Troas/Troya, mítica ciudad de las luchas antiguas de griegos y orientales, gran cruce de culturas de la antigüedad helénica. Un macedonio llama a Pablo en visión, y Pablo responde viniendo a Macedonia y deteniéndose en una de sus primeras ciudades, Filipos. Pero, pasado un tiempo, surgieron problemas, vinculados con la contra-misión de unos judeo-cristianos, que aceptaban el camino de Pablo, pero querían introducirlo de nuevo en el ámbito del «buen judaísmo» de la ley nacional, en ese contexto se sitúa la carta a los filipenses*.

Tesalónica. La siguiente ciudad en el camino que lleva desde Asia Menor por Macedonia, al centro y sur de Grecia, es (Te-)Salónica donde Pablo estuvo un tiempo (hacia el 49-50 d.C.), creando una comunidad de cristianos (mesiánicos), que esperaban la llegada inminente de Jesús, que vendría a liberarles (cf. Hch 17, 1-15). Cuando Pablo siguió su camino los cristianos de Tesalónica quedaron llenos de entusiasmo hacia el Cristo que vendrá muy pronto a liberarles. Poco más tarde, hacia el año 50-51 (uno o dos años después de su paso por la ciudad y de haber creado su iglesia), escribió Pablo a los tesalonicenses, desde Corinto una carta (1 Tes), que es la primera suya que conservamos, más aún, el primer documento cristiano, escrito a los veinte años de la muerte de Jesús. Pablo había encendido en los tesalonicenses la esperanza de la llegada de Jesús, pero surgieron problemas (persecuciones, muerte de algunos creyentes…), de manera que los nuevos cristianos enviaron una delegación para preguntarle cómo debían seguir el camino iniciado, recibiendo una preciosa respuesta de Pablo (1 Tes*).

Corinto. Como supone Hch 18, 1-17, Pablo pasó una parte considerable de su vida misionera en Corinto, donde estuvo primero unos dos años (50-52 d.C.) para volver por lo menos dos veces, el año 54 (visita intermedia) y de nuevo el 56, de viaje a Jerusalén, con la intención de seguir a Roma. Además, él mantuvo con los corintios una correspondencia intensa, apasionada, larga, que ha sido recopilada en dos cartas: la primera (1 Cor) parece más compacta, aunque consta también de varias unidades distintas, y ha sido escrita en torno al año 54; la segunda (2 Cor) parece estar formada, al menos, por dos cartas menores (una del año 54 y otra del 56), reunidas por un redactor.

En ambas sigue latente el tema clave: la certeza de la próxima venida de Jesús, es decir, el convencimiento de que el tiempo el corto, como Pablo ha puesto de relieve en 1 Cor 15, donde él se sigue pensando a sí mismo como miembro de la última generación, es decir, de aquellos que no van a morir antes de que llegue el Cristo. Pero, al mismo tiempo, a pesar de ello, o precisamente por ello, desde la urgencia del fin, él ha ofrecido a lo largo de su misión y de sus cartas (en especial en 1 y 2 Cor) uno de los testimonios más impresionantes de organización social que se han dado en la historia de occidente.

Pablo había fundado la comunidad de Corinto, pero luego surgieron en ella diversas tendencias, que reflejaban de algún modo la diversidad del cristianismo primitivo, lleno de tensiones ante el fin que llega. En un sentido, la inminencia del fin libera al hombre de las ataduras del pasado (de la Ley) y le permite vivir en novedad, en gratuidad, sin hipotecas previas, en apertura al amor que todo lo vincula (cf. 1 Cor 13). Pues bien, en otro sentido, esa misma inminencia promueve o permite el surgimiento de tendencias de diverso tipo, que complican la vida de la comunidad. Para mantener y promover la unidad en el amor dentro de la diversidad de la iglesia de Corinto ha escrito Pablo estas cartas, que pueden tomarse como la expresión más alta de la identidad cristiana.

Éfeso. Junto a Corinto, Éfeso ha sido la ciudad donde Pablo ha pasado más tiempo (entre el 52 y el 56 dC), de manera que esa ciudad, la más importante de Asia (una de las provincias romanas más ricas de oriente), ha sido su centro misionero y el punto de partida desde donde ha realizado diversos viajes a Corinto, Macedonia etc. (cf. Hch 19-20). Quizá por eso, porque residió allí de un modo bastante continuo, Pablo no escribió (que sepamos) ninguna carta dirigida a los efesios, pues la que lleva ese nombre es posterior (escrita, tras su muerte). A pesar de ello, la estancia en Pablo en Éfeso y su entorno tiene una importancia esencial para la historia del cristianismo y Hechos ha situado allí varios de los acontecimientos principales de la vida de Pablo: su vinculación con los cristianos de Apolo y el discurso final a sus ancianos (en el puerto vecino de Mileto) etc. Todo nos lleva a suponer, además, que Pablo estuvo allí preso por un tiemplo.

Así lo muestra la carta a los Filipenses, que Pablo escribió desde la cárcel del pretorio de Éfeso (entre el 54-57 a.C.) donde está encerrado (cf. Flp 1, 13), aguardando el juicio, a causa de desórdenes vinculados con su predicación y su movimiento cristiano, sea por disputas «intradjudías» (entre grupos que creen o no creen en el movimiento de Jesús), sea por disputas de base económica más amplia, como la que describe el libro de los Hechos, con ocasión del motín de los «plateros de Artemisa», que tienen miedo de perder su ganancia, si la gente deja de creer en el valor de sus imágenes o recuerdos «sagrados» (cf. Hch 19, 23-41). Es también muy probable que Pablo escribiera desde allí su carta a los Romanos (hacia el 56-57 d.C.), preparando ya su viaje a Roma, pasando por Jerusalén. Es evidente que el movimiento de Jesús se ha vuelto significativo en la ciudad, de forma que el mismo Pablo ha podido ser acusado de causar desórdenes públicos.

En ese contexto se sitúan las palabras más apasionadas de Pablo, que sigue creyendo en la llegada inminente del Reino de Cristo (como sabemos por 1 Cor 15, 20-28) y que, sin embargo, admite la posibilidad de que le maten antes de la venida final de Jesús:

«Me siento presionado por ambas partes. Tengo el deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es Muchísimo mejor; pero quedarme en la carne es más necesario por causa de vosotros» (Flp 1, 23-24). T

todo nos permite suponer que la estancia de Pablo en Éfeso fue fundamental para el despliegue de su proyecto de reino. Estaba dispuesto a morir, pero fue liberado y así quiso seguir anunciando el evangelio, hasta el fin del mundo conocido, como dice en Rom 15.El año 56/57 Pablo da por terminada su misión en Oriente, como indica programáticamente en Rom 15, 22-33. Así se dispone a subir a Jerusalén con la colecta*, como indicamos en la entrada siguiente.

COLECTA Y PRENDIMIENTO 

En torno al año 57, tras ocho o nueve años de intensa misión independiente, centrada en algunos núcleos principales (Éfeso, Corinto…), pero sin fijar su sede en ninguna Iglesia (¡la sede de su iglesia es él!), Pablo decide encaminarse hacia Roma, para pasar al occidente, a fin de que el Evangelio pueda extenderse hasta el final del mundo conocido. Había comenzando en Arabia (oriente). Quiere llegar a Hispania (occidente), de manera que Cristo sea conocido de un confín al otro de la tierra. Pero antes de realizar esa última etapa de su gran viaje necesita volver a Jerusalén por tercera vez, llevando la «colecta» que ha recogido en sus comunidades, para fortalecer de esa manera su unidad con la primera iglesia.

El tema de la colecta, con la decisión de subir a Jerusalén, para confirmar el origen judío de las Iglesias (y para ratificar su comunión con Jerusalén), está presente en casi todas las cartas de Pablo, desde Gal 2, 10 (donde recuerda que los representantes de la Iglesia de Jerusalén le han pedido que no olvide a «los pobres») hasta 2 Cor 8–9 y Rom 15, 25-33, donde organiza la colecta a favor de esos pobres. Sabemos que subió a Jerusalén, con dinero para la iglesia madre, pero no conocemos de primera mano lo que allí sucedió, sólo lo que cuenta Hechos (Hch 21-26).

Sentido económico. Conforme al testimonio de Hch 2, 43-47; 4, 32-36, la Iglesia de Jerusalén había establecido una comunidad de bienes, no sabemos si desde el principio (con Pedro y los Doce) o si más tarde, tras el desarrollo y triunfo de la comunidad de Santiago y de los hermanos del Señor, de manera que ignoramos si ese tipo de «pobreza» constituye un elemento esencial de todo el movimiento cristiano o si es algo propio de ciertos grupos ascéticos y apocalípticos, que actúan como mendicantes, viviendo de la solidaridad de otros grupos y comunidades (judías y/o cristianas), en el entorno de Santiago, el hermano de Jesús. Sea como fuere, parece que los «pobres» de Jerusalén (Gal 2, 10; Rom 15, 26; cf. Sant 2, 5) están pasando por dificultades económicas y Pablo siente la responsabilidad cristiana de ayudarles, buscando una «igualdad en la comunión por el amor», como afirma de un modo solemne, pidiendo a los fieles de Corinto:

«Pero no digo esto para que haya para otros abundancia, y para vosotros estrechez; sino para que haya igualdad. En este tiempo vuestra abundancia supla lo que a ellos les falta, para que también la abundancia de ellos (en plano personal, religioso…) supla lo que a vosotros os falte, a fin de que haya igualdad (en plano económico y social), como está escrito: El que recogió mucho no tuvo más, y el que recogió poco no tuvo menos» (2 Cor 8, 13-14; con cita de Ex 16, 18 donde se pone el ejemplo de los israelitas en el desierto, donde obtenían todos la misma cantidad de maná, sin que unos fueran más ricos que otros).

Reconocimiento humano. Pablo sigue tomando a la iglesia de Jerusalén (de Judea) como madre de las restantes iglesias, manantial de donde ha surgido y se ha expandido el mensaje de Cristo (cf. Rom 15, 27). Por eso es lógico que los cristianos gentiles, que deben su fe a los de Jerusalén-Judea, les manifiesten de algún modo su gratitud con un reconocimiento económico, que es signo de solidaridad. Lo que se busca no es sólo compartir dinero, sino bienes humanos, culturales, sociales. Los más pobres en sentido económico (los de Jerusalén) han dado más en un sentido «espiritual». Es lógico que los más ricos en economía(los de Corinto) puedan y quieran ayudar en ese plano a la comunidad de Jerusalén.

Gratitud religiosa, esperanza escatológica. Las comunidades judías de todo el mundo debían aportar un dinero para el mantenimiento del templo (como sabe y acepta, en un sentido simbólico, el mismo Jesús de Mt 17, 24-27). Pues bien, parece que Pablo y sus cristianos han mantenido (en otro sentido) un tipo de impuesto semejante, al menos en sentido voluntario, como signo de caridad: todas las iglesias deberían reconocer el primado de Jerusalén, es decir, el primado de los pobres, que forman la comunidad modelo, que vive como si el fin de los tiempos ya hubiera llegado.

En la actualidad resulta difícil comprender todos los matices de ese gesto. Lo importante es recordar que Pablo ha querido fortalecer la unidad humana y religiosa entre las diversas iglesias, sabiendo que éste no es sólo un tema espiritual, sino de toda la vida, porque lo espiritual y lo económico resultan inseparables. No se trata, por tanto, de dar dinero, ni de invertir en un tipo de economía conjunta, sino de compartir la experiencia cristiana (y la vida) con los hermanos pobres de Jerusalén. Ciertamente, el dinero de la colecta tiene un valor material insustituible, pero su aspecto material no basta: lo que está en juego es la comunión total (de reconocimiento y amor) entre comunidades distintas, pero igualmente cristianas.

En este contexto podemos recordar que Pablo no ha mandado dinero a la comunidad de Roma, sino una carta de presentación, exponiendo sus razones cristianas. En contra de eso, él ha juntado dinero para la comunidad de Jerusalén y ha ido personalmente a llevarlo, con representantes de las iglesias que han participado en la colecta (Corinto, Filipos etc.). A través de ese gesto, él quiere que las iglesias pagano-cristianas reconozcan la autoridad de Jerusalén, donde los pagano-cristianos suben con dones, reconociendo así que ha llegado el tiempo escatológico (cf. Is 60, 1-7). 

Un dinero mesiánico. Al subir a Jerusalén con los dones de las iglesias gentiles, Pablo reconoce que llegan los tiempos finales, el día de gloria de Jerusalén, según los profetas. Él viene, por tanto, con un dinero mesiánico, que no se impone, que no busca ventajas, que no hace mayor a quien lo tiene (ni menor a quien no lo tiene), un dinero que no se puede utilizar como medio de dominio sobre otros, sino como signo de esperanza común y fraternidad, ante el fin de los tiempos, que empieza de alguna manera en Jerusalén. De todas maneras, debemos añadir que Pablo no sube a Jerusalén, con el dinero de las iglesias, porque va a cumplirse allí el fin de los tiempos, sino porque se ha cumplido el tiempo de su misión en el Oriente y porque quiere comenzar la nueva etapa final en occidente (que se expresará cuando él llegue a España).

De esa manera sube a Jerusalén, con los delegados de las iglesias, con decisión, pero con miedo, pues no sabe si van a recibirle bien y si van a recibir su dinero (cf. Rom 15, 30-33). No trae dinero para el templo de Jerusalén con sus sacerdotes, sino para la comunidad cristiana, entendida como auténtico templo de Dios. Esto es lo último que conocemos directamente de su vida: Ha ido a Jerusalén con el regalo de las comunidades gentiles. Después ya no podemos decir con absoluta seguridad lo que ha pasado, pues dependemos de la interpretación muy elaborada del libro de los Hechos. 

Pablo realiza un gesto de fidelidad al judaísmo del templo. Los judeo-cristianos de Santiago* le piden que se someta a un ritual de purificación en el templo, indicando que a ellos les interesa la limpieza y cumplimiento de la ley más que la comunión monetaria que Pablo había querido simbolizar y realizar con su colecta. Normalmente, Pablo no habría realizado los ritos judíos que le piden, pero, a fin de mostrar su solidaridad con la iglesia de Jerusalén, siendo judío con los judíos(cf. 1 Cor 9, 20), se dispone a realizarlos, entrando para ello en el recinto del santuario, donde sólo tienen cabida los judíos puros, mostrando así ante todos que él sigue siendo fiel a sus raíces israelitas.

Pero algunos judíos (probablemente judeo-cristianos) no admiten ese gesto y le acusan de traidor al judaísmo: se amotinan, le expulsan del templo y quieren lincharle, de manera que Pablo sólo se salva de la muerte porque los soldados romanos, de guardia junto al santuario, le liberan de sus atacantes y le apresan por seguridad, encerrándole en una cárcel, de la que no saldrá hasta que culmine su proceso en Roma (Hch 21, 17-25, 12). 

PRISIÓN EN ROMA Y MUERTE 

Aunque no podamos precisar exactamente cómo sucedieron las cosas, el relato de Hch 27-28 resulta en principio fiable: Pablo fue llevado prisionero a Roma, para ser juzgado. No sabemos quién sufragó los gastos del traslado; es posible que el mismo Pablo, quien, a diferencia de Jesús tenía fondos y medios para costear un juicio en Roma. Todo nos permite suponer que viajó en compañía de algunos cristianos que le acompañaron (¿con su propio dinero? ¿con fondos de la colecta no recibida en Jerusalén?). El relato concreto del viaje, según Hechos, con la tormenta y las dificultades de la travesía, resulta probablemente novelado, pero Pablo llegó a Roma custodiado por soldados, para ser juzgado.

Según Hechos, Pablo fue recibido por los hermanos cristianos, que le acogieron antes de llegar a la ciudad, acompañándole hasta una casa particular, donde pudo residir (se supone que pagando), bajo la vigilancia de un soldado, hasta el momento del juicio. El texto no dice ya nada más sobre la relación de Pablo con la Iglesia de Roma, de manera que no sabemos si pudo cumplirse aquello que él había deseado, al escribir la carta a los Romanos, pidiéndoles que le acogieran para enriquecerse mutuamente en el camino de la fe y para que ellos mismos le encaminaran después hasta occidente (España), con su bendición y apoyo. Pero Hechos no resuelve el tema; es como si no le interesara la relación de Pablo con la comunidad de Roma. 

(1) Pablo y los judíos de Roma. Dejando en la sombra el tema de la relación de Pablo con la comunidad cristiana, Lucas insiste en su ruptura final con los judíos de Roma (a quienes, conforme al esquema teológico de Hch ha empezado a predicar, antes que a los gentiles). De ahora en adelante, por fin, según Hechos, Pablo podrá dirigirse desde el principio a los gentiles (cosa que históricamente, según sus propias cartas, ya hacía desde hace mucho tiempo).

«Habiéndole fijado un día (los judíos) vinieron en gran número al lugar donde se alojaba. Desde la mañana hasta el atardecer, les exponía y les daba testimonio del reino de Dios, persuadiéndoles acerca de Jesús, partiendo de la Ley de Moisés y de los Profetas. Algunos quedaban convencidos por lo que decía, pero otros no creían. Como ellos no estaban de acuerdo entre sí, se iban cuando Pablo les dijo una última palabra: “Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a vuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo y diles: De oído oiréis y jamás entenderéis; y viendo veréis y nunca percibiréis... Sabed, pues, que se anunciará a los gentiles esta salvación de Dios, y ellos oirán”. Y cuando él dijo estas cosas, los judíos se fueron, porque tenían una fuerte discusión entre sí. Pablo permaneció dos años enteros en una casa que alquilaba. A todos los que venían a él, les recibía allí, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, con toda libertad y sin impedimento» (cf. Hch 28, 25-31).

Así, de un modo abrupto, termina la historia de Pablo y el libro de los Hechos. Prisionero en Roma, desde su lugar de arresto domiciliario, en espera del juicio, Pablo «rompe» por última vez con los judíos y predica el Reino de Dios a los gentiles, poniendo de esa forma los cimientos de la iglesia pagano-cristiana de la capital del Imperio. Hasta entonces, se podía suponer que los cristianos de Roma eran básicamente de origen judío. De ahora en adelante serán también de origen pagano; la suerte futura de Pablo estará vinculada a su relación con los diversos grupos judeo-cristianos de Roma y con el judaísmo.

Fecha de su muerte. Éste es un tema simbólico muy significativo. Estando prisionero en Roma, en espera de juicio, Pablo puede predicar y ha predicado el mensaje de Jesús a los gentiles a lo largo de dos años (probablemente entre el 60-62 d.C., aunque las fechas podrían adelantarse quizá dos años). No sabemos cómo le acogieron los cristianos anteriores de la comunidad de Roma (a los que el mismo Pablo saludaba en Rom 16), qué le han respondido, cómo han entendido su ruptura con los judíos y su apertura a los gentiles, cómo han podido tratarle después, una vez que Pablo ha sido, supuestamente, liberado.

En las iglesias cristianas de Roma debían existir en aquel tiempo diversas tendencias, relacionadas, sobre todo, con la forma de entender las relaciones entre judíos y gentiles. Éste había sido el motivo de la primera disputa de la Iglesia en Jerusalén (con la ruptura de los helenistas, en torno al año 31 d.C.). Éste había sido el problema de la Iglesia en Antioquía, tras el llamado Concilio (con la separación entre Pedro y Pablo, en torno al año 49/50 d.C.). Éste parece haber sido el problema final, en Roma (en torno al año 60-62 d.C.), donde ha llegado Pablo (y donde llegará más tarde Pedro, con intenciones distintas, pero convergentes). Desde ese fondo se pueden formular varias hipótesis sobre el destino de Pablo.

Primera hipótesis: Pablo fue condenado y ejecutado, en torno al 62 d.C., sin haber sido liberado. Es posible que fuera juzgado y ajusticiado y que en su condena influyeran no sólo las acusaciones de sus adversarios de Jerusalén (que intentaron matarle), sino también los celos y divisiones de otros grupos judeo-cristianos (como parece suponer 1 Clemente). Al condenar y ejecutar a Pablo (que era quizá ciudadano romano, como supone Hch 22, 25-29; 25, 10-12), las autoridades de Roma se habrían limitado en el fondo a impedir que crecieran los disturbios que habían surgido entre los judíos (judeo-cristianos) con la llegada de Pablo; eso significaría que él fue ejecutado por haberse atrevido a subir con la colecta de los gentiles a Jerusalén (afirmando así, abiertamente, que los gentiles formaban ya parte del pueblo elegido), como Jesús había sido ajusticiado treinta años antes por haber subido con su mensaje de Reino.

Pero Jesús murió en Jerusalén, mientras Pablo pudo apelar a Roma, donde, al parecer, ratificaron la sentencia de Jerusalén. En este contexto resulta muy significativa la manera en que Hechos habla de esa llegada. Lucas supone que fue recibido y acogido por los hermanos de Pozzuoli (Hch 28, 13-14), añadiendo después que los de Roma salieron a recibirle a las afueras de la ciudad (por la Via Appia, en la zona de las Tres Tabernas: Hch 28, 15). Pero a partir de aquí ya no se dice nada sobre los cristianos, y da la impresión de que no son ellos los que le acogen en una casa de la comunidad (o de las comunidades), sino que es él quien debe costearse una vivienda, bajo la vigilancia domiciliaria de un soldado (Hch 28, 16. 30). Pablo vive, según eso, a sus expensas, sin que las iglesias le ayuden, enfrentado con el grueso del judaísmo de la ciudad, pero abierto a los gentiles, en medio de disputas (Hch 28, 17-31) a lo largo de dos años. Al final de ese tiempo habría sido juzgado y condenado (hacia el año 62).

Segunda hipótesis: Pablo fue liberado, viajando a España. Pablo habría sido liberado (en torno al 62 d.C.) con tiempo suficiente para viajar a España, no sólo como apóstol autónomo de Jesús, sino también como delegado de la Iglesia de Roma, que habría aceptado básicamente su mensaje. Pablo habría cumplido así su gran sueño: recorrer la tierra entera, la ecumene entonces conocida, desde el Oriente de Siria-Jerusalén hasta el Occidente (España) donde habría anunciado por un tiempo la venida del Señor (años 62-64 d.C.). En ese contexto se podría afirmar que llegó hasta el “Finisterrae” atlántico de España, para suponer así que fue apóstol de todo el universo (como pretenderá Efesios). En esta hipótesis se podría añadir que realizó un nuevo viaje a la provincia de Asia (Éfeso), para volver de nuevo a Roma, siendo martirizado allí más tarde, quizá en torno al 67, en la persecución de Nerón.

Durante esa nueva y última misión podrían situarse las dos cartas eclesiales (Colosenses y Efesios) y, sobre todo, las llamadas Pastorales (1 y 2 Tim y Tito), y según ellas suponerse que Pablo vivió unos años más, actuando de nuevo en el entorno de Éfeso, desde donde habría escrito sus últimas cartas, para definir el sentido de la Iglesia y para organizar la vida de las comunidades, estableciendo en ellas una administración unificada, de tipo judío (con presbíteros y obispos/supervisores), antes de volver a Roma para ser allí ejecutado. En ese tiempo, Pedro habría llegado a la capital del imperio, siguiendo los pasos de Pablo y siendo igualmente ajusticiado. Debemos añadir que en esos años (un poco antes) habían matado a Santiago, en Jerusalén, de manera que con sus muertes acabó la primera etapa de la vida de la iglesia. Pero todo nos permite suponer que las cartas eclesiales y de la cautividad fueron escritas después de la muerte de Pablo y que los problemas que ellas quieren resolver son ajenos al Pablo histórico. En su conjunto, esta hipótesis parece menos probable.

Tercera hipótesis. Pablo fue liberado por poco tiempo, y en circunstancias polémicas, por lo que no pudo viajar a España, sino que quedó en Roma, creando (o fortaleciendo) una comunidad pagano-cristiana, con la oposición de otros grupos judeo-cristianos. Su presencia y acción fue causa o motivo de nuevos conflictos, que determinaron su muerte. Algunos piensan que ésta es la hipótesis que mejor responde al final de Hechos, donde se afirma que Pablo sufrió dos años de prisión en Roma, pudiendo suponerse que después fue liberado por un tiempo, pero que sólo pudo actuar en medio de grandes dificultades con la iglesia (las iglesias) de la capital, de manera que no fue «enviado» a España (donde no quería ir sin el aval de Roma). Según eso, él habría sido liberado, permaneciendo dos o tres años más en Roma, pero sin poder resolver los temas internos de las iglesias, en las que habían desembocado y se habían agudizado las diversas tendencias judeo-cristianas, siendo ajusticiado allí con otros miembros significativos de la Iglesia en el tiempo de la persecución de Nerón, el año 64 d.C. 

Por emulación y envidia ¿Discordias en la Iglesia? No es fácil decidirse por la primera o la tercera hipótesis, pero tanto una como la otra nos sitúan ante el tema de las «diferencias» entre las comunidades cristianas de Roma y ante la razón y el modo de su muerte. En este contexto se viene afirmando que Pablo murió no sólo por causas externas (porque el juez imperial pensó que su conducta en Jerusalén y/o en Roma era delictiva), sino también (y quizá sobre todo) por discordias internas de la Iglesia: le traicionaron y delataron algunos «falsos hermanos», es decir, otros cristianos, que no compartían su opción eclesial y su forma de anunciar un mesianismo separado de la Ley y del templo israelita (en la línea de sus acusadores de Jerusalén, que eran quizá judeocristianos).

En este contexto, para insistir en el posible influjo de discordias y de acusaciones dentro de la Iglesia, se suele citar un texto de Tácito (Anales 15, 38) donde afirma que Nerón «empezó por detener a los que confesaban abiertamente [que eran cristianos]; y luego, por denuncia de aquellos, a una ingente multitud…» (aunque la muerte de Pablo puede ser anterior a la “persecución” de Nerón, entre el 64-68 d.C.). También se puede añadir que la figura de Pablo dividía a unos cristianos de otros, de manera que en su muerte no influyeron sólo las persecuciones externas, sino también las divisiones y delaciones internas (cf. Mc 13, 12: el hermano entregará a su hermano). Suele citarse también en esa línea el testimonio de Clemente, secretario de una comunidad cristiana de Roma, uno de los hombres más influyentes y cultos del cristianismo primitivo:

«Por emulación y envidia fueron perseguidos los que eran máximas y justísimas columnas de la Iglesia y sostuvieron combate hasta la muerte:… por inicua emulación, hubo de soportar Pedro no uno ni dos, sino muchos más trabajos… A causa de la envidia y de la rivalidad, Pablo mostró el galardón de la paciencia… » (1 Clem 5, 4-5).

Existieron, según eso, divisiones y traiciones, y Pablo habría muerto por acusación de alguno de su comunidad o, mejor dicho, por la existencia de facciones y grupos (judeo-cristianos, pagano-cristianos) que llegaron a enfrentarse entre sí. Pablo había escrito la carta a los Romanos para impedir esas facciones y para exponer su programa pagano-cristiano como opción unitaria, enraizada en el Dios bíblico y en el conjunto de la historia de Israel. Pues bien, podemos suponer que no logró su objetivo. No lo había logrado en Jerusalén (donde fue delatado y aprisionado); no logó en Roma, donde parece que fue delatado y ejecutado. Pablo se había enfrentado con frecuencia contra «falsos hermanos», de un tipo u otro, primero en Damasco (contra hermanos cristianos), luego en las diversas estaciones de su ministerio (contra hermanos judeo-cristianos de diverso tipo).

No es imposible que esos enfrentamientos contribuyeran a su muerte y que algunos «cristianos» de tendencia distinta a la suya colaboraran de algún modo en ella. De todas formas, esta hipótesis, siendo posible, plantea también problemas, porque el testimonio de Tácito es genérico y el de Clemente puede ser interesado (y retórico), pues lo que quiere es que los cristianos de Corinto se reconcilien, superando sus envidias, y por eso le conviene mostrar el ejemplo de las posibles emulaciones de su comunidad (Roma), que habrían desembocado en el martirio de sus primeros líderes (Pedro y Pablo), ajusticiados por traición de algunos hermanos.

 

Xabier Pikaza

Religión Digital

TRES PRINCIPIOS DE JUSTICIA FISCAL EXIGIBLES PARA EL 23J


plataforma justicia fiscal

 

Para la Plataforma por la Justicia Fiscal*, la política económica tiene que estar orientada a la sostenibilidad de nuestro estado del bienestar, la defensa de los derechos de las personas y la mejora de la calidad de vida de toda la ciudadanía. La entidad pone especial énfasis en reducir todo tipo de desigualdad, exclusión social y discriminación.

Consciente de que, sin justicia fiscal, no habrá justicia social, la Plataforma estima necesario garantizar un nivel suficiente de ingresos públicos, que financien debidamente las políticas del estado de bienestar (sanidad, educación, pensiones, servicios sociales), asegurando la progresividad de las aportaciones, es decir, que aporten proporcionalmente más quienes más pueden permitírselo por su renta o riqueza, a la vez que la armonización fiscal en el conjunto de territorios.

Por eso, ante las elecciones generales del próximo 23 de julio, desde la Plataforma por la Justicia Fiscal, reivindican tres principios que entienden son asumibles y exigibles por la sociedad española y solicitan su inclusión en los programas de los partidos políticos que concurren a estos comicios.

Lucha eficaz contra el fraude

El fraude fiscal supone una pérdida de aportaciones al bien común. Por ello, la Plataforma por la Justicia Fiscal llama a cumplir la ley contra el fraude: realizando estudios específicos sobre dónde, por qué y cómo hay bolsas de fraude; aumentando la plantilla y los medios de la administración tributaria, en especial, los dedicados a la inspección; y revisando las normas vigentes para reducir y acabar suprimiendo la elusión y el fraude fiscal.

Más progresividad tributaria

La Plataforma urge a transformar el origen de los recursos fiscales, aumentando la carga recaudatoria sobre la riqueza y las rentas de las grandes empresas, frente a las provenientes del trabajo. Para esto, hay diferentes fórmulas: la unificación de tarifas en el IRPF de trabajo y capital, la armonización de los impuestos sobre patrimonio y sucesiones a partir de un determinado volumen, la fijación de un tipo efectivo mínimo del impuesto de sociedades, y el mantenimiento del impuesto sobre las grandes fortunas y del impuesto a los beneficios extraordinarios de las empresas.

Suficiencia del sistema tributario

Nuestro sistema fiscal debe permitir alcanzar objetivos concretos de lucha contra la pobreza, igualdad de oportunidades, un estado de bienestar de calidad y universal (incluyendo el Pilar Europeo de Derechos Sociales (PEDS)) y una contribución a la cooperación internacional del 0,7 % del producto nacional bruto para lograr un mundo más justo y sostenible.

Por último, la Plataforma por la Justicia Fiscal subraya como imprescindible que al impuesto a las transacciones financieras, conocido popularmente como tasa Tobin, se le dé una mayor cobertura en Europa y en España, ya que es en la especulación financiera donde se concentra el mayor volumen de negocio y fraude a nivel mundial.

*La Plataforma por la Justicia Fiscal la conforman las siguientes entidades:

· Alianza por la Solidaridad-ActionAid

· Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales

· ATTAC España

· Consejo de la Juventud de España

· Comisiones Obreras

· Federación de Consumidores y Usuarios CECU

· Consejo General del Trabajo Social

· Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo

· EAPN-ES (Red Europea de Lucha contra Pobreza y Exclusión Social en el Estado Español)

· Economistas frente a la crisis

· Economistas sin Fronteras

· Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda GESTHA

· Justicia y Paz

· Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa

· Oxfam Intermón

· Red de ONGD de Madrid

· Redes Cristianas

· Unión General de Trabajadoras y Trabajadores de España

· Unión Sindical Obrera

 

Contacto:

Ana Henríquez Pérez

comunicación@plataformajusticiafiscal.com

DIOS ES AMOR Y SI NO, MERECE QUE LO MATEMOS. ¿QUÉ DIOS HA MUERTO? LO DABAN POR MUERTO, PERO SIGUE VIVO. (II)


col pino

 

Fijémonos una vez más en la figura del Jesús de los Evangelios. Jesús en Getsemaní orando por segunda vez afrontó como hombre su final, el destino al que estaba abocado aunque fuese injusto. “Padre, si es posible pasa de mí este cáliz” (Mt 26,42). No era ni un cobarde ni un masoquista. Tampoco buscó atajos fáciles, cómodos, ni mucho menos huyó del precio de la coherencia porque en sus entrañas de misericordia siempre había un espacio para acoger el dolor y la soledad de los indefensos: hambrientos, enfermos, extranjeros y marginados. Nunca divorció espiritualmente alma y cuerpo, ni buscó subterfugios para que el sufrimiento de los socialmente humillados no le salpicara. Es más, en numerosas ocasiones los defendió públicamente: “Si me buscáis a mí, dejad ir a éstos” (Jn 18, 8), dijo justo cuando lo iban a apresar. Su historia nos invita a contemplar y no dar la espalda a aquellas desagradables escenas que también forman parte de la vida. Y nos pide no sólo que cambiemos las estructuras, sino que pongamos a la persona por encima de ellas. No hay mayor noticia que anteponer hombre y mujer a toda “santa doctrina” o “justa ideología”, si no queremos acabar -como decía Hölderlin- convirtiendo nuestro estado en un infierno (Hölderlin, 1976).

No podemos luchar contra el sufrimiento y las injusticias si no es implicándonos. Yo añadiría, por si alguien no lo presupone, implicándonos caritativamente, con nuestro testimonio, dando la vida, nunca quitándola ni reduciéndola o perjudicándola, sino dando alternativas, abriendo siempre ventanas de esperanza. He ahí la libertad y la dificultad del anuncio de Jesús. Donde hay sufrimiento y necesidad allí está su mensaje esperando que respondamos (Mt 25, 31-46). Ese sería su legado, que vive renovado por los siglos de los siglos y que remueve al mundo cuando alguien con entrañas de misericordia y una pizca de libertad en su ser pone creatividad y fe-confianza en sus palabras actualizándolas en la historia. Bajo mi punto de vista, Francisco de Asís, Mahatma Gandhi, Oscar Romero, Martín Luther King o, ahorita, el mismísimo Papa Francisco (16), al que tanto aprecia y admira nuestro querido filósofo, son algunas muestras de que hombres comunes y mortales pueden coger el testigo de Jesús, a quien pudiéramos considerar el hombre más divino de la historia (Medrano Ezquerro, 2012).

El siglo XXI es un siglo que ha consagrado en los máximos altares a la razón tecnológica, al cientifismo y al secularismo. Pero no olvidemos que el mismo Vattimo responde a ello afirmando contundentemente que «Hoy ya no hay razones filosóficas fuertes para ser ateo o, en todo caso, para rechazar la religión» (Vattimo, 1996: 22). Prácticamente nuestro autor viene a decirnos que hoy día es una pretensión casposa y trasnochada la lucha de un racionalismo cientificista o historicista que abogue por dejar fuera de juego socialmente a la religión. Me atrevo a afirmar que se trata de otro totalitarismo disfrazado de modernidad y cultura. 

Uno de los objetivos de mi investigación doctoral fue –salvando las justas distancias- vincular Grecia y cristianismo a través del pensamiento de mis dos principales maestros: Teresa Oñate y G. Vattimo. No sé si lo logré, pero lo que sí quisiera compartir es una de las conclusiones a las que llegué: la razón y el amor son las dos condiciones que nos convierte en divinos. Me parece muy aceptable y comprensivo el deseo de muchos no creyentes a la hora de exigir aquel poder que entienden les pertenece como tales pero que acabó siendo entregado, transferido a los dioses. Lo curioso es que nuestra sociedad actual, heredera de los siglos XVIII, XIX y XX está empeñada en coger solamente la primera (libertad) olvidando el principio de solidaridad y fraternidad, y ello no garantiza la justicia, el respeto ni el orden. Razones tenemos para matar, invadir, saquear, condenar, justificar, abandonar. Solamente hay que poner los noticieros…

Al hilo del comprometido pensamiento por los DDHH de su compatriota Benedetto Croce, Gianni Vattimo llega a decir que nuestra existencia no sería la misma si dejásemos de creer en Jesús. Incluso nuestra historia europea y sus elementos culturales nos marcan de tal manera que “no podríamos llamarnos no cristianos” (Rorty y Vattimo, 2006: 80). Es imposible salirse de la tradición aun estando en contra de ella, nuestra interpretación es siempre histórica, concreta. En El futuro de la religión, escrita junto al pragmático norteamericano Richard Rorty, Vattimo llega a afirmar “gracias a Dios soy ateo”, viniendo a decir de algún modo que ya no hay razones fuertes ni para ser teístas ni para ser ateos y esto debido en gran parte al cristianismo, a Occidente (Caputo y Vattimo, 2010). Incluso para poder decir “Dios ha muerto” se hace necesario una concepción de dios débil, cristiana. Este concepto de la muerte de Dios desempeña un papel primordial en la filosofía vattimiana pero, curiosamente, en Después de la cristiandad sustituye dicha expresión por la de “el Dios que ha muerto”, bajo mi punto de vista más acertada con la idea que nuestro autor tiene en su cabeza, heredera en cierto modo de Heidegger: un Dios distante, metafísico y sobrenatural que muere con Jesús de Nazaret, el dios débil y humano.

El creyente en Jesús sabe que, además de tener una creencia personal no compartida por muchos, debe ofrecer ₋si quiere ser medianamente creíble y socialmente aceptado₋ razones vitales de su fe (1 Pe 3, 15) porque, aunque no pueda demostrar su tesis de que dios existe, posee razones serias para creer que sí, no contundentes desde el punto de vista científico, pero sí muy razonables y esperanzadoras, situadas humildemente a la base del testimonio sencillo de un hombre histórico y su predicación, de una ética de vida. Sus palabras y hechos se abren espacio en los que actúan como él, y para ello no es requisito indispensable conocerlo (Mt 25, 44-45). Uno de los daños más grandes que se le ha podido hacer al propio mensaje ha sido su institucionalización a nivel mundial convirtiéndolo en una religión masificada y colonizadora, transformándose de religión perseguida en religión institucional, oficial. La globalización religiosa a través del Imperio romano se apropió del alma de los débiles para convertirse en muchas ocasiones en el arma de los poderosos en Occidente.

“Los creyentes del III milenio, si queremos que la fe exista, debemos abrazar a la gente. La prueba de que uno ama a Dios es que te re-envía a amar a los demás” (Guenard, 2010), decía Tim Guenard, un hombre maltratado y violado desde niño por su propio padre, que salió adelante descargando su furia como boxeador profesional hasta que se encontró con la experiencia sanadora de Jesús de Nazaret. Para Guenard, el señor es siempre delicado con las personas heridas aceptando que no le llamen por su nombre. Ya comentaba esta misma idea ahondando en su implicación teológico-política en mi disertación doctoral allá por el 2013:

Quien dice conocer a Dios conoce el lenguaje del amor, y conoce al hombre; si no, claramente damos la razón a quienes hablan de un dios prefabricado para justificar estructuras de poder. Si hay algo de divino en el hombre, esto es la cáritas, la philía, el ágapé, la traducción humana de lo divino que, junto a la razón creativa, nos hace elevarnos sobre el resto de los animales. «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» dice Gn 1,26. Y es que Dios es amor. «El que no ama no conoce a Dios porque Dios es amor» (1 Jn 4,8). No existe auténtica justicia, si no se mueve en la órbita de la fraternidad y la solidaridad, si no supera la frontera de lo legal (…), ni verdadera caridad que no sea algo más que una mera compasión, pena que ignora las causas (…). Una institución, religiosa o no, que deshumaniza, que no ensancha ni suma en la pluralidad, que no nos devuelve la dignidad y brillo de hijos de un Dios, se convierte en una peligrosa secta por más tiempo y recursos que gaste en convencer a través del miedo y adoctrinamiento, la obediencia ciega o la propaganda. Nunca se dio un Dios sano en una mente enferma ni se maduró como persona, como sociedad, dejando a otros, individuos o instituciones, nuestras voluntades para responder y decidir (Lozano 2013: 109-110).

La sencillez y simpleza con que Jesús nos habla en los Evangelios (Mt 11, 25) no está reñida con el uso de la razón. Si fuese así, entonces habría que enmarcar el sentido religioso y la espiritualidad en la mera ignorancia, la incultura o la proyección psicológica inconsciente, donde hay que reconocer tristemente que en más ocasiones de las que debiera, habita (17). No me estoy refiriendo por tanto a esta clase de estupidez que algunos se atreven a llamar creencia y que acaba tantas veces sitiando a la razón en favor de un desproporcionado misterio, sino aquella sencillez que hace pasar por el corazón las miradas y los gestos facilitándonos la apertura a los pasados futuros posibles con libertad y responsabilidad. Precisamente Jesús invita a creyentes y no creyentes a trabajar en esta corresponsabilidad y a ella aludo en la pág. 117 de mi citada disertación doctoral cuando digo que no es hasta Jesús de Nazaret cuando la religión se hace evangelio (buena noticia) para el hombre, cuando lo humano y lo divino se acercan, cuando la verdad se traduce y conjuga en presente de indicativo, con el verbo amar. El cristianismo es, así, la religión del amor, la religión simple cuyo contenido se resume con los dedos de una mano, con cinco palabras: “a-mí-me-lo-hicisteis” (Mt 25, 40).

Hay dos lecturas provechosas a la hora de comparar la visión religiosa antes y a partir de Jesús de Nazaret. La primera es concretamente un pasaje del Antiguo Testamento donde aflora la separación entre lo divino y lo humano y se incita a guardarse de traspasar dichos límites: Ex 19, 12-13. Nadie podía “subir al monte”, porque en el monte, allá arriba, habitaba Dios. La segunda lectura, como es obvio, es del Nuevo Testamento. En ella encontramos un pasaje más que interesante que subraya esta idea de Jesús como reconciliador, aquel capaz de achicar los límites de los espacios-tiempos sagrados. El caso es que Jesús sí que permite que lo alcancemos, que lo toquemos. El único límite es el amor, la nueva koiné, porque el amor lo interpreta todo (Mt 5, 38-48). Jesús se presenta, pues, como aquel que supera a Moisés, la ley, porque el Hijo del hombre es mayor que el sábado (Mt 12, 8). De alguna forma Jesús está diciendo que no pongamos la ley y el sábado por encima del ser humano, cuestión esta esencial desde un punto de vista espiritual y teológico-político.

En el justo momento de su muerte en la cruz nos dice el Evangelio de Mateo (Mt 27, 51) que el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo y que la tierra tembló. Este hecho señala el sello definitivo que Jesús-amor hace entre lo humano y lo divino (18): la caridad queda como su único límite militante, como gozne, bisagra que abre y cierra ámbitos: es el amor quien distingue y separa la barbarie y la sinrazón del verdadero sentido religioso, el mismo límite que une fraternalmente todo lo que toca con el sello del amor, el brillo de lo divino. El velo, aquello que únicamente separaba el ámbito humano del divino, queda a la intemperie, des-velado. No hay nada ni nadie que nos impida ahora mantener una vía comunicativa entre estas dos dimensiones hasta ese momento casi irreconciliables.

Jesús, a partir de aquí -afirmo también en la pág. 87 de mi disertación doctoral- abre la vía del amor-logos: lo humano y lo divino se acercan, lo espiritual y lo material se funden entrando en la madurez histórica de la religión: en la edad hermenéutica comunitaria- espiritual, en contra de un pensamiento violento, único y objetivo que procura acallar cualquier nueva pregunta. Una nueva visión religiosa basada en la cultura del diálogo está acaeciendo. Tan sólo la cáritas está a salvo de los años y la interpretación porque es débil, porque no impone, porque su verdad es respetuosa y alternativa, porque hace de los otros su imperativo categórico.

Decía que uno de los objetivos de mi investigación académica era intentar acortar distancias entre Grecia y cristianismo y así lo intento dejar claro desde la segunda página de El amor es el límite, cuando afirmo que “El amor a la sabiduría y la sabiduría del amor se abrazan y conjugan en gerundio”. Pero la relación greco-cristiana también tiene un nexo con la herencia que nuestro filósofo de Turín recibe del pensador alemán Martin Heidegger. Vattimo sigue a Heidegger en que somos seres comprendientes desde que nacemos, nacemos comprendiendo. No es que conozcamos primero para después amar, sino que “amando conozco y conociendo amo, lo griego y lo cristiano se conjugan en gerundio, en un plano no diacrónico” (Lozano, 2013: 56).

Como afirma de forma tenaz nuestro querido crítico turinés en Después de la cristiandad. Por un cristianismo no religioso, la clave es debilitar las estructuras en los diversos ámbitos metafísicos de poder, disminuyendo social, política y religiosamente todo tipo de violencia: aminorando los conflictos, rebajando los poderes y desenmascarando los abusos en el mundo. En cambio, para René Girard en ¿Verdad o fe débil? Diálogo sobre cristianismo y relativismo, más bien se trataría “de reconocer una adhesión común a una perspectiva victimológica, de una victimología que no produzca nuevas víctimas” (Girard y Vattimo, 2011: 28).

No podemos olvidar que la base argumentativa de Girard consiste en interpretar a Cristo como el desenmascarador de las religiones naturales, basadas en el asesinato colectivo sobre una sola víctima elegida de forma arbitraria. El cristianismo precisamente lo que hace es invertir esta perspectiva logrando descifrar que la verdad reprimida oculta es otra. Así pues, una de las mejores noticias que aplaude Vattimo en la interpretación de las Escrituras que hace Girard es el reconocimiento de que la víctima es inocente, no culpable, y la exaltación al chivo expiatorio a través de su vida y palabras, especialmente de su “perdónales padre porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

Todo lo que no se reduzca a amar a dios y al prójimo acaba dentro de las redes de las religiones naturales sacrificiales. Quizá esta certeza represente la apertura de las puertas a Occidente como realización última del cristianismo en cuanto religión no sacrificial, a través de un concepto de secularización mucho más amable, natural y lógico. Para Vattimo “La secularización no sería el abandono de lo sagrado sino la aplicación concreta de la tradición sagrada a determinados fenómenos humanos” (Ob. Cit.:41).

Hemos ido comprobado en este artículo cómo nuestro autor es heredero del pensamiento de Nietzsche y Heidegger en el hecho de que toda fijación de estructura representa un acto de autoridad que merece la pena disminuir, debilitar, reducir. Y ahora vemos que si algo aprende Vattimo de Girard es que todos los saberes que se consideraban definitivos han demostrado su dependencia de paradigmas históricos y de condicionamientos de distinta índole (social, política, ideológica…), por lo que ya no podemos afirmar que si la ciencia no conoce a dios, dios no existe. Hemos aprendido a desmitificarla, ya que la ciencia no logra establecer otros muchos significados. Así pues, que Dios no sea objeto de la ciencia es más bien una razón añadida para creer en él y no para dejar de hacerlo, como explica y desarrolla hábilmente nuestro querido filósofo turinés en las páginas 55 y 56 de esta obra que escribe junto a René Girard.

Este último apunta que en el cristianismo coincide verdad y amor, mientras que Vattimo observa una prevalencia en la balanza a favor de la cáritas. La cuestión prioritaria –afirma en la página 64- estaría en reducir la violencia y no sólo reconocerla. Gianni nos recuerda que dios es relativista en el sentido de que no puede dejarse hipotecar-atrapar por meros convencionalismos histórico-temporales determinados por proposiciones dogmáticas pertenecientes a formas interpretativas epocales. En la sociedad hay que admitir, por razones de caridad, múltiples posiciones, pluralidad de opiniones y opciones, en definitiva, el diálogo, la búsqueda del consenso aceptando el disenso, nunca enterrándolo. Una de las mayores contribuciones que Vattimo hace a la hermenéutica y que baña por completo mi tesis (de que la única religión verdadera es aquella que pone al amor y respeto al otro como condición sine qua non) es aquella que hace en Después de la cristiandad cuando afirma que no decimos que nos ponemos de acuerdo cuando hemos encontrado la verdad, sino que decimos que hemos encontrado la verdad cuando nos ponemos de acuerdo. Se comprende que aún es posible hablar de verdad, pero sólo porque en el acuerdo hemos sido -en su más genuino sentido- caritativos. La caridad se convierte en verdad, sustituyendo dicho concepto en la medida en que se comparte. Rorty, en cambio, propone sustituir el término verdad por “solidaridad”. Gianni Vattimo observa que el cristianismo no es una religión como tal (19). Por eso, para afirmar su no creencia en el Dios del acto puro, decía “gracias a Dios soy ateo”. Al menos, y esta es otra buena noticia, Jesús se lo permitiría, porque el amor es siempre contra dogmático, y Jesús es amor encarnado.

Quisiera finalizar este artículo en torno al dios débil de Vattimo y el amor como límite cristiano-hermenéutico procurando unir las dos influencias filosóficas más importantes para Vattimo: Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger. Existe una relación entre la “muerte de Dios” (Nietzsche) y el final de la metafísica (Heidegger). El nihilismo positivo y optimista es, pues, un producto de la secularización del cristianismo, no una pérdida de significado, sino la asunción del pensamiento heideggeriano. Ni la ciencia es la casa de la verdad ni la historia el camino del progreso hacia la emancipación, sino la cáritas. El amor cristiano es el fin de la modernidad violenta y fuerte. El fin de la metafísica es el fin de la estructura básica de la tradición onto-teológica destinada al pensamiento de la divinidad (Zabala, 2009: 319).

La relación que existe entre ser y dios es que la historia de la secularización es parte de la historia de la salvación. De alguna forma, viene a decirnos Nancy K. Frankenberry -en la página 318 del citado libro de S. Zabala- (20) que el cristianismo cobra importancia histórica por haber aportado el punto de inflexión para la disolución metafísica que termina en el proceso de secularización como inicio del pensamiento contemporáneo. Vattimo crea, pues, un nuevo significado de secularización: el pensamiento débil. El regreso de la religión es ahora bienvenido desde el sentido kenótico-caritativo del amor. El mayor logro filosófico a raíz de la secularización consiste en el regreso de la experiencia religiosa basada en el respeto, el amor y la caridad.

Lo daban por muerto, pero sigue vivo… El que había muerto era simplemente un impostor. Y mereció su muerte. Lo hemos matado nosotros, entre todos: Hegel, Nietzsche, Heidegger, Dostoievski, Rorty, Girard, Francisco, el mismo Jesús…, tú y yo, tal y como la obra de Vattimo pretende mostrar.

►NOTAS (parte II):

16 Ahondo en la cuestión en mi tesis doctoral publicada en la UNED en 2014 (especialmente de la pág. 51 a la 100). Ahí relaciono ampliamente el pensamiento kenótico-caritativo de Vattimo con el testimonio de Jesús de Nazaret y la influencia respetuosa que su pensamiento-vida ejerce cuando existe un receptor valiente y humilde que lo acoge y valora, como estos aquí citados y otros muchos. También vinculo esta idea con la cuestión del futuro místico y político del cristianismo que tanto Metz como Rahner comparten de un modo complementario.

17 Soy testigo de cómo anidan muchas pseudoreligiones (a veces bajo formato científico-progresista) en zonas castigadas por la pobreza, siendo ella caldo de cultivo para el fermento de sectas que, sin mucha resistencia, acaban lavando el cerebro de sus adeptos.

18 Interesante al respecto el comentario que hace Pablo a la comunidad de Éfeso (Ef 2, 13-18)

19 Muy ilustrativas al respecto son las páginas 71 a la 73 del diálogo que Vattimo mantiene con R. Girard (“Fe y relativismo”) en ¿Verdad o fe débil? Diálogo sobre cristianismo y relativismo.

20 Debilitando la filosofía. Ensayos en honor a Gianni Vattimo. Publicado en Anthropos.

֍ ESTE ARTÍCULO FUE PUBLICADO EN EL 2018 EN UN NÚMERO ESPECIAL DE LA REVISTA DIGITAL DE PENSAMIENTO AL MARGEN, REVISTA SOBRE LAS IDEAS POLÍTICAS DE LA UNIV. DE MURCIA, CUYA BIBLIOGRAFÍA GENERAL DEL ARTÍCULO-CAPÍTULO ES LA SIGUIENTE:

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Jesús Lozano Pino

Religión Digital