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ATALAYA

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sábado, 16 de noviembre de 2019

Cómo renovar una diócesis APORTACIÓN DEL FORO DE CURAS DE BIZKAIA.

Redacción de Atrio


Algunas diócesis están queriendo unirse a la renovación pedida por Francisco. Algunas han convocado un Sínodo dicesano, rápido, sin consulta popular (Valencia). Otras, como Bilbao, han preguntado a la base, aunque sea para renovar el Plan diocesano de Evangelización. He aquí una buena respuesta. AD.
APORTACIÓN DEL FORO DE CURAS DE BIZKAIA.
Atendiendo a la invitación diocesana, el Foro de Curas de Bizkaia ha respondido a la consulta que se ha hecho a toda la comunidad diocesana titulada “Preparando el 6º Plan Diocesano de Evangelización”. Antes de dialogar y consensuar nuestras respuestas a lo que se nos pregunta habíamos leído personalmente los textos propuestos y esbozado las respuestas. La consulta consta de dos partes: una mirada creyente a la realidad social de Bizkaia y una mirada creyente a nuestra propia Iglesia diocesana. Expondremos ahora el resultado de nuestro encuentro.

¿Qué es y qué representa la Wiphala?


La Wiphala es una bandera. Quizás la reconozcan como esa bandera de forma cuadrada que tiene siete colores repartidos en 49 cuadraditos. Etimológicamente, la palabra se forma a partir de Wiphay (que es voz de triunfo) y laphaqi (entendido como el fluir en el viento de un objeto flexible), ambas palabras de la lengua aymará.  Esta bandera cuadrangular puede ser vista normalmente en varias regiones de Sudamérica. Pero ¿qué representa? IR A LA PÁGINA

Bolivia, golpe de Estado y la irresuelta guerra entre la Biblia y la Wiphala

Ollantay Itzamná
Redes Cristianas
evo morales
El reciente golpe de Estado que defenestró al Presidente constitucional del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, a simple vista, es una disputa política “resuelta” por la vía de la fuerza, entre blancos (Camacho y Mesa) y aborígenes (Evo Morales y los movimientos indígena campesinos). Pero no lo es del todo.

Cuando Camacho y sus seguidores, con toda una ritualidad medieval, sembraron la Biblia (sobre la bandera criolla boliviana) en el centro del viejo Palacio de Gobierno, en la ciudad de La Paz, bajo la arenga religiosa: “Bolivia para Cristo, la Pachamama nunca más volverá a entra a este Palacio”. Y casi simultáneamente otros citadinos mestizos descendieron la Wiphala (bandera quechua aymara) del frontis de dicho edificio y la quemaron públicamente. Esos actos, además de otros, evidencian que la “guerra” irresuelta entre q’aras (blancoides) y aborígenes es, ante todo, una contienda cultural simbólico.
Si durante la Colonia europea la simbología político cultural de los aborígenes había sido “extirpada” casi por completo, mediante métodos inquisitoriales inimaginables. Sin embargo, dichos símbolos (Wiphala, Chakana, wuakas, apus, etc.) subsistieron bajo las cenizas del dolor colonial, en territorios indígenas no controlados por la Corona.
Durante la República, este conflicto sobre lo simbólico cultural se resolvió mediante la tácita coexistencia entre las dos bolivias (la oficial y la clandestina/aborigen). Medianamente cada quien vivía bajo su propia simbología. Después de todo, algunos indígenas eran bolivianos, pero en los hechos NO eran ciudadanos. Y, la gran mayoría, ni eran bolivianos nominales (sin documento de identidad), ni eran ciudadanos bolivianos (no sujetos políticos)
De ese modo, los símbolos políticos oficiales y clandestinos convivieron en el mismo territorio (boliviano) sin encontrarse, ni conflictuarse, entre sí, durante la República.
En la creación del Estado Plurinacional también se tuvo que consensuar la simbología del nuevo Estado. Así fue cómo la Wiphala ingresó en la Constitución Política como una bandera oficial, junto a la tricolor criolla. Lo mismo ocurrió con la Chakana, y las ritualidades constitutivas de las espiritualidades indígenas.
Proceso de cambio y la simbología boliviana
Durante los 14 años del proceso de cambio boliviano, bajo un Estado Plurinacional con presencia casi en todo el territorio boliviano, indígenas y mestizos convivieron sin mayor “guerra” por símbolos políticos, ni identitarios.
Las y los indígenas se sentían representados en la Wiphala que ondeaba junto a la bandera tricolor, y de igual forma los mestizos por lo suyo. De ese modo se pudo hablar de la “ciudadanía intercultural” en la Bolivia plurinacional.
Pero, el fatídico 10 de noviembre reciente, no sólo “restauró” la Biblia prepotente en el Palacio, sino también la bandera del Departamento de Santa Cruz, cuyo escudo contiene una Cruz de la cristiandad y una Corona Ducal medieval. Esta prepotencia simbólica, más el descenso y quema de la Wiphala, más las arengas de la “expulsión de la Pachamama del Palacio”, dibujan a brocha gorda la intencionalidad político cultural de los golpistas.
Destituir a Evo, pero sobre todo la Wiphala
Los golpistas no apostaron, ni apuestan, únicamente a destituir al gobernante indígena, escarmentar con públicos castigos físicos a los indígenas insumisos, y restaurar el sistema neoliberal en Bolivia. NO. Ellos van, ante todo, por la restauración del panteón simbólico del Estado criollo republicano, y hacer escarnio de la simbología política indígena. Porque allí, en esa simbología está, según ellos, la esencia de la insubordinación política de los y las indígenas.
En otros términos, van a destruir lo poco o mucho que se había avanzado en la construcción del Estado Plurinacional y de la ciudadanía intercultural. Para ellos, destruir la bandera indígena, es anular simbólicamente los derechos indígenas consignados en las leyes. Y, anular derechos indígenas, es devolver al indígena a la condición de NO ciudadano, No sujeto.
Pero, estos predadores de indígenas, en sus planes golpistas premeditados, jamás previeron las reacciones que podrían activar en los indígenas el “sacrilegio” contra la Wiphala.
Horas después de aquel sacrilegio, un ejército de ponchos rojos (aymaras), flameando centenares de whipalas, descendieron desde la ciudad de El Alto hacia la ciudad cede del Palacio de Gobierno, a trote, rugiendo a todo pulmón: “Ahora sí, guerra civil. Ahora sí, guerra civil”. Era un escenario apoteósico que hizo llorar, de susto y/o de emoción, a muchos espectadores reales y virtuales. Los entrevistados concluían: “la Whipala es nosotros”. “Si queman la Wiphala, a nosotros nos queman”…
La Policía Nacional golpista que reprimía, hasta ese entonces, a los manifestantes contra el Golpe de Estado tuvo que replegarse y huir. En la ciudad cede del Palacio, las pocas autoridades políticas remanentes del Golpe tuvieron que ser evacuadas. Por unas horas, la “sensación del acabose final” se expandió y apoderó de las y los citadinos paceños. Hasta que las Fuerzas Armadas golpistas, “decretaron Estado de Sitio” y en conjunto con la Policía Nacional ocuparon la ciudad bajo aplausos y arengas de gratitud de la citadinidad asustada.
Minutos después, la golpista Policía Nacional, en un acto protocolar improvisado, volvió a colocar la Wiphala en su lugar. Pidió disculpas públicas a los indígenas. El golpista Camacho, en mensaje improvisado, intentó argumentar su respeto a la “simbología indígena…”

Nadie sabe a ciencia cierta cual será el epílogo del caos e incertidumbre política actual de Bolivia. Lo único cierto es que los “seguidores”/comerciantes del Dios desconocido y de su Biblia son más miedosos/cobardes que las y los curtidos en las luchas subalternas bajo la “sagrada” Wiphala.

Bolsonaro, teólogo y predicador del cristoneofascismo

Juan José Tamayo, teólogo
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Pasé buena parte del mes de agosto como profesor en diferentes universidades brasileñas: PUC-Paraná, PUC-Minas y PUC-Campinas. En mis diálogos con el profesorado, el alumnado y con analistas políticos tuve la oportunidad de conocer de cerca la calamitosa situación de Brasil durante los meses de presidencia de Bolsonaro y participé en manifestaciones contra su política social y educativa. Oí a los propios ciudadanos llamar a Brasil el país de las tres “B’s”: Bala, Buey y Biblia, la tres en complicidad, con la Biblia como instrumento legitimador del incremento de la violencia institucional y del extractivismo.

En una de las clases, un estudiante de teología comentó: “En la Iglesia nos prohíben hablar de política y Bolsonaro hace teología”. “Ah, ¿Bolsonaro es teólogo?”, pregunté. “No, nunca estudió teología, pero está constantemente hablando de Dios y citando la Biblia”, fue su respuesta.
“Ya entiendo –respondí-: entonces es teólogo cristo-neofascista, que tiene secuestrada la Biblia y ha puesto a Dios a su servicio. Mi comentario provocó el asentimiento de la clase con claras muestras de rechazo hacia el presidente y su política autoritaria y restrictiva de las libertades individuales y civiles. Pero no es solo teólogo del cristo-neofascismo, sino su más importante predicador en Brasil y en el mundo, en alianza con los sectores evangélicos fundamentalistas, con Trump, los partidos políticos de la extrema derecha y los gobernantes europeos xenófobos.

El término “cristofascismo” fue creado por la teóloga alemana Dorothee Sölle en 1970 en su libro Más allá de la mera obediencia. Sobre la ética cristiana para el futuro para caracterizar la legitimación de la ideología totalitaria del nazismo por parte de sectores de la Iglesia cristiana –católica y protestante- en Alemania. El teólogo de las religiones Paul Knitter lo define como la ideología que considera el cristianismo sobre otras religiones, espiritualidades, culturas y partidos políticos que no caminan bajo el estandarte de Cristo. Estamos ante la más grave perversión del cristianismo.
Bolsonaro es hoy el ejemplo del cristoneofascismo en estado puro. El slogan de su campaña electoral, con el que también concluyó el discurso de la toma de posesión como presidente de Brasil fue: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”. Lo reiteró en uno de los cultos en los que participó en la Iglesia Evangélica Sara Nossa Terra en julio pasado: “Debo mi vida a Dios y este mandato está al servicio del Señor. En nuestro gobierno, Dios está encima de todo”. Lo que muchos consideramos un secuestro político de Dios, el ministro de Asuntos Exteriores, Ernesto Araújo, lo consideró una liberación de Dios, “triste prisionero…, que vuelve a circular libremente por el alma humana.”. Teísmo político puro y duro!
Una característica de la presidencia de Bolsonaro es el providencialismo religioso, que consiste en interpretar la historia desde un Dios providente, como cuando considera un milagro el haberse librado del atentado sufrido durante la campaña electoral y mayor milagro todavía haber ganado las elecciones. El ministro de la Casa Civil Onyx Lorenzoni aplica a Bolsonaro las palabras de Jesús: “Muchos son los llamados y pocos los elegidos” y dice que Dios “eligió al más improbable”. En eso tiene razón. Lo que dudo –o mejor, niego- es que fuera Dios quien lo eligiera o legitimara su elección. Comentando la soledad de los dos presidentes anteriores tras las primeras semanas de asumir el gobierno, comentó que uno de los motivos de dicha soledad era “el alejamiento de Dios, nuestro creador”.
Brasil tiene una larga tradición de Estado laico, que Bolsonaro parece ratificar, pero lo hace tramposamente porque introduce una distinción que desemboca en confesionalidad: “El Estado es laico, pero nosotros –“yo”, dice en otras ocasiones- somos cristianos”. Confesionalidad que extendió al Tribunal Supremo Federal para el que anunció que de los dos jueces que tenía que nombrar “uno sería evangélico”. ¿Respeto al pluralismo? En absoluto. Lo niega. Prometió todas las religiones “y seguir la tradición judeocristana”.
Bolsonaro está convirtiendo la Amazonía, que es un Bien Común de la Tierra y de la Humanidad, en una selva en llamas, mercancía y agronegocio, que pone a disposición de las multinacionales, y desemboca en agrotóxico. Su deforestación avanza a pasos agigantados, como nunca había sucedido antes que él. Ha frenado los recursos destinados a las comunidades indígenas, campesinas y afrodescendientes. Ha desmantelado los principales organismos dedicados a la protección de la selva y de los territorios de los pueblos originarios. Y lo hace basándose en Dios: “Dios por encima de todos”, en este caso, por encima de la Naturaleza, que, hablando en términos teológicos, es creación divina. Dios es colocado en contradicción consigo mismo.
Pero, ¿qué Dios es el de Bolsonaro? Según Eleane Brum (“El Dios del odio de Bolsonaro”, EL PAÍS, 2 de enero de 2019), el que odia el mundo globalizado, el que cree que los inmigrantes pueden amenazar la soberanía de Brasil, el que cree que las escuelas del país se han convertido en una verdadera bacanal infantil alentada por profesores defensores de la “ideología de género”. Y yo añado: el Dios escéptico ante el calentamiento global, insensible a la violencia de género, militarista, hecho a imagen y semejanza del militar Bolsonaro, defensor de dictadores y dictaduras, entre ellas la de Chile, a cuyo dictador Augusto Pinochet elogió al tiempo que criticaba a Michelle Bachelet, expresidenta de chile y actual Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, cuyo padre fue encarcelado, torturado y murió en 1974 en cautiverio.
Es constante su presencia en los templos de los evangélicos fundamentalistas-. Últimamente tuvo un gran impacto mediático su visita al Templo de Salomón de la Iglesia Universal del Reino de Dios, del obispo Edir Macedo, en una escena inusual: el presidente de la República arrodillado ante el obispo Macedo, que le impuso las manos y le bendijo. Es permanente su recurso a la Biblia para legitimar su política homófoba, machista, racista y ultra-neo-liberal, en una palabra, neofascista en un claro secuestro del texto sagrado judeo-cristiano, que lee de manera fundamentalista.
A Brasilia ha llegado la organización norteamericana “Capitol Ministries”, cuyo objetivo es la creación de discípulos de Cristo en el ámbito político en todo el mundo. En el caso de Brasil lo que pretende es “reconstruir la nación brasileña a partir de valores cristianos forjados a través del estudio de la Palabra de Dios” y llevar los estudios bíblicos a Bolsonaro y sus ministros, mantener reuniones bíblicas individuales con los parlamentarios, especialmente con los no convertidos, y conseguir que cada parlamentario del Congreso Nacional reciba los textos bíblicos a estudiar impresos, por email o por móvil (cf. Andrea Dip y Natália Viana, “Os pastores de Trump chegam a Brasília”, El País, 14 ed. brasileña).

Estos son algunos ejemplos que justifican identificar a Jair Messias Bolsonaro como teólogo y predicador del teísmo político en su versión cristoneofascista.
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, Madrid, 2017).