FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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miércoles, 10 de abril de 2019

75 años de Editorial CCS

LA MISA DEL DOMINGO Domingo de Ramos 14 de abril 2019


Con la fiesta de hoy, Domingo de Ramos, abrimos la puerta a la celebración de estos días santos, en que recordamos y rememoramos el misterio pascual de Cristo. Con la entrada en Jerusalén, Jesús va a cumplir su deseo más ardiente, el de comer la Pascua con sus discípulos, el de de beber el cáliz preparado, el de ser “bautizar” con su sangre a sus amigos y discípulos, el de prender su Reino en la tierra. IR A LA PÁGINA

MISA CON NIÑOS DOMINGO DE RAMOS (C) “Con ramos y cantos” 14 de abril de 2019



(Con la celebración de este domingo se inicia la Semana Santa. En la celebración de hoy invitaremos a participar en el Triduo Sacro, aunque se esté fuera del lugar habitual de vivienda, pero al mismo tiempo seremos conscientes de que, para algunos niños y adultos, ésta va a ser la única celebración de Semana Santa y Pascua, dado que el lugar de vacaciones, muchas veces, no favorece la participación en las celebraciones. 

En la celebración de hoy distinguiremos con claridad dos partes: la conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén – tono festivo, color rojo, mejor en lugar fuera del templo, con algo o mucho de procesión – y la conmemoración de la Pasión del Señor. 

Domingo 14 de abril de 2019 Domingo de Ramos

Lorenzo de Irlanda (1180)
El tema central de las lecturas del Domingo de Ramos, como bien puede verse, es el del Mesianismo. Éste tiene varias etapas en la Biblia. «Mesías» es una palabra hebrea, que significa «ungido», que en griego se dice «xristós». Claro, lo importante de ungir a alguien es que era que ese acto, la unción, se hacía para dar a una persona el mandato de ir, se le enviaba con poderes, se le encomendaba una misión. Por eso, las palabras Mesías y Xristós, que significan el Ungido, se refieren a aquel personaje que el pueblo de Israel esperaba, un líder carismático descendiente de David que habría de instaurar definitivamente en la tierra «el derecho y la justicia». IR A LA PÁGINA

Domingo de Ramos – C (Lc 22,14 – 23,56)

José Antonio Pagola

ANTE EL CRUCIFICADO

Detenido por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna; el Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.
El silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves, pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y agradecimiento a Jesús crucificado.
Lucas ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que descubren lo que hay en su corazón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Así es Jesús. Ha pedido a los suyos «amar a sus enemigos» y «rogar por sus perseguidores». Ahora es él mismo quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.
Esta petición al Padre por los que lo están crucificando lo hemos de escuchar como el gesto sublime que nos revela la misericordia y el perdón insondable de Dios. Esta es la gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios. Su misericordia no tiene fin.
Marcos recoge un grito dramático del crucificado: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». Estas palabras pronunciadas en medio de la soledad y el abandono más total son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja de su silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?
Este grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte: Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿No vas a responder nunca a los gritos y quejidos de los inocentes?
Lucas recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi un susurro: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Nada ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado animando con su Espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.

Esta semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la pasión y la muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía.

A lomos de un burro - Domingo de Ramos, Ciclo C

LA HOMOSEXUALIDAD COMO FALTA DE RESPETO


col castillo

Yo supongo que la firmeza, la insistencia y hasta la agresividad, con que no pocos “hombres de Iglesia” se oponen y hasta se enfrentan a las personas homosexuales, es una forma de pensar y de actuar que quienes se comportan así, no han pensado suficientemente el daño que le hacen a muchos seres humanos y, con demasiada frecuencia, también a la Iglesia.
Digo que les hacen daño a muchos seres humanos por la sencilla razón de que, en la sociedad en que vivimos, existe una mentalidad, bastante extendida, que ve en la homosexualidad una “perversión” o una “enfermedad”. Y ambas cosas relacionadas –sobre todo entre gente “chapada a la antigua”– como algo degradante, humillante y despreciable. Calificativos que destrozan, en su intimidad, a quienes los tienen que soportar.
Condenar a una persona, una canallada
Este destrozo se produce, sobre todo, porque el individuo, que se ve calificado como un “maricón” (o “maricona”), si es que quiere verse respetado y apreciado, no tiene más remedio que ocultar su propia identidad. Es decir, tiene que pasarse la vida entera fingiendo, ocultando y, en algunos casos (según las circunstancias y la manera de ser de cada cual), hasta mintiendo. Con la confusión, la oscuridad, las dudas y el desagradable sentimiento de verse rechazado e incluso despreciado hasta límites y en condiciones que seguramente no imaginamos. Evidentemente, es una “canallada” condenar a una persona a que viva así. Y bien sabe Dios que la religión y muchos de sus funcionarios tienen bastante responsabilidad en que las cosas estén como están, en lo que respecta a este problema.
Las personas que van por la vida empeñados en “curar” o “corregir” a los homosexuales deberían pensar en serio que, seguramente, quienes más necesitan curarse o corregirse son ellos mismos. De forma que, en vez de mandar a los otros al psiquiatra, tendrían que ser ellos los primeros en ir para que el psiquiatra los cure.
La homosexualidad está presente en toda la naturaleza
Porque, en realidad, el más desquiciado es el que emite un juicio negativo y dañino sobre seres humanos, que se tendría que emitir igualmente sobre los monos, los leones, las mariposas, el puerco espín y una notable variedad de especies animales, de las que se sabe con seguridad que viven con toda naturalidad lo mismo la heterosexualidad que la homosexualidad. Esto está estudiado al detalle. Y ha sido bien explicado por los especialistas más eminentes.
La sexualidad es variable
Sin duda alguna, la sexualidad es variable y se concreta en modalidades distintas, que, si se da y se reproduce, tanto en seres humanos como en otras especies de animales vivientes, lo más lógico es pensar que esta experiencia fundamental se puede vivir en concreciones y experiencias distintas. Si la naturaleza nos ha hecho así a los seres vivientes, respetemos la realidad tal cual es.
¿Cómo es posible que, sabiendo esto, haya gente tan trastornada que se obsesiona con la idea de que lo más urgente, en este momento, es curar a las personas homosexuales? ¿No se han enterado todavía que no es lo mismo la “sexualidad” que la “genitalidad”? Si no saben estas cosas tan elementales, ¿cómo se ponen a “pontificar”, aprobando a unos o rechazando a otros, sin saber lo que dicen?
Lo indignante es que ahora haya en la Iglesia no pocos clérigos que se parten la cara por limpiar la sociedad de homosexuales, al tiempo que se callan ante los corruptos, los embusteros y los que descaradamente nos quieren imponer una sociedad en la que unos pocos potentados se impongan a millones de criaturas que no pueden tirar de la vida ante tantas injusticias como las que estamos viviendo. Y hasta parece que hay quienes quieren seguir haciendo lo que se ha hecho hasta ahora, aunque sea de forma más disimulada y hasta con buenas apariencias.

¿INYECCIÓN AMIGA?


col koldo
El pasado de estricta moral y el presente de creciente nihilismo que batalla por deshacerse de ella, pareciera no querer dejar espacios a opciones intermedias, al mismo tiempo ponderadas y esperanzadas. El tema de la eutanasia ha irrumpido abruptamente en la campaña electoral, pero quizás éste no sea el marco más adecuado para encarar unas cuestiones tan fundamentales. Prima una reflexión más sosegada, liberada de ideología y de intereses banderizos, sobre grandes cuestiones como la eutanasia, el derecho a morir, la dignidad de la muerte... Estos temas gordianos han vivido a lo largo de la historia el secuestro de la tradición religiosa y hoy, en buena medida, el de la asepsia nihilista.
En la actualidad nuestro código penal castiga con de dos a cinco años el caso del suicidio asistido y de seis a diez años el de la eutanasia. Dicen las crónicas que ya hace tiempo que el piano que tocaba María José Carrasco había enmudecido, que los pinceles con los que pintaba se habían secado. A sus 61 años tenía esclerosis múltiple desde hacía 30 años. Albergaba su derecho a morir, sin embargo, defender ese derecho, no significa necesariamente comulgar con el gesto. 
Ángel Hernández nunca debiera haber sido detenido por ayudar a su mujer a morir. La libertad siempre por delante. Deseamos que la fiscalía no presente cargos en su contra, pero tampoco somos fans del “cloruro potásico”, ni del “pentobarbital sódico”, ni de cualquier método que acorte nuestro tiempo en la tierra. Este debate es bastante similar al del aborto. Estamos por la plena libertad de ejercer el aborto y la eutanasia, pero no estamos ni por el aborto, ni por la eutanasia.
Nada más lejos del juicio. Sólo si es caso comprensión, si es caso compasión, si es caso pena de una sociedad que bascula entre una religión en exceso moralizante y un ateísmo rampante. Las asociaciones en pro de una “muerte digna” hablan, con su parte de razón, de “gesto de amor”. Sin embargo, el sufrimiento no resta dignidad a la muerte, el sufrimiento valientemente asumido la dignifica. En realidad, todas las muertes son dignas. Hay que abrazar todas las interpretaciones del amor, pero personalmente prefiero quedarme con ese amor que ayuda a vivir, a apurar la copa, que con aquél que prepara la huida. Nos referimos a huida con todos los respetos, pero también con la conciencia de que cada vez a la “casualidad” le va quedando menos espacio. Somos cada vez más quienes no creemos en esa injusta lotería que a unos les depara esa muda y dolorosa postración y a otros un final plácido.
“Le provoqué la muerte porque creo, ante todo, en la vida”, afirma Marcos Ariel Hourmann, el primer médico en España condenado por practicar la eutanasia. A veces la vida cuesta vivirla, pero ello no suma argumento rechazarla. Quizás conviene abrazar la vida, tanto cuando es amable, como cuando lo es menos, cuando nos paraliza los miembros y nos calla los labios. “Agarré la jeringuilla, la llené con cloruro de potasio y se lo inyecté en vena a la paciente. Su sufrimiento desapareció en cuestión de minutos...” Al cloruro potásico no se le debieran añadir propiedades extras, no puede solucionar lo que no hemos logrado solucionar en vida. 
No somos nadie para restar amor a gestos que son calificados como generosos, pero personalmente me quedo con Richard Simonetti cuando afirma que “La dolencia de larga duración ofrece un auténtico tratamiento de belleza para el alma”. Hay que haber sufrido mucho para llegar a la respetable decisión de María José Carrasco, pero también considero que no deberíamos privarnos de esos tratamientos destinados al abrillantamiento de nuestra alma.
Permitir que la casa se vacíe sin echar al morador antes de que el alquiler expire. Permitir que el soplo se agote, que el corazón ya no bombee, que la envoltura se enfríe. Dejar que la vida física se apague sola, por supuesto sin estirarla más allá de lo debido, pero tampoco sin acortarla. Hay relojes que nunca se adelantan. Al enfermo le pueden sobrar tubos, máquinas y fármacos que prolongan su sufrimiento, pero no le sobra un segundo del tiempo que ha de permanecer de forma no mecánicamente asistida sobre la tierra. 
Libertad siempre, pero que podamos avanzar hacia otros usos de esa libertad. El “buen morir” no viene necesariamente de una inyección letal que rompe todas las programaciones. El “buen morir” es también paz y serenidad en compañía de los seres queridos y puede venir de la sana aceptación de lo que nos corresponde. El “buen morir” no lo representa necesariamente la eutanasia, sino la esperanzada y altruista resignación ante el lastre que hemos ido recogiendo por nuestros caminos. No conviene adelantar unas manecillas siempre sujetas a una precisión que nos desborda. El “buen morir” es también esperar a que esos brazos tiernos de la muerte vengan a recogernos en el momento acordado.

ELOGIO DE LA PRESENCIA


col lozano art
Mientras vivimos en la mente, fuera del aquí y ahora, nos pasamos el tiempo buscándole un significado a la vida; basta venir al instante presente para disfrutar de una vida plena de significado. La Presencia es sentido.
Mientras estamos en la mente, permanecemos enredados en cavilaciones incesantes, alejados de la vida. Al venir al presente, empezamos a sentir la vida interna. La Presencia es energía.
Mientras estamos en la mente, es imposible detener la cavilación agotadora. Basta venir al presente, para que la mente se aquiete. La Presencia es descanso.
Mientras estamos en la mente (identificados con ella), no podemos sino reaccionar, siguiendo las pautas grabadas en ella. Al venir al presente, esas pautas se desvanecen y respondemos desde lo que se nos regala y fluye. La Presencia es libertad.
Mientras estamos en la mente, vivimos reaccionando, en un drama de defensa o ataque, desde el miedo, la culpa o la venganza. Al venir al presente, notaremos que lo que sale de nosotros es una respuesta adecuada, caracterizada en todo momento por la responsabilidad. La Presencia es responsablemente ajustada.
Mientras estamos en la mente, no podemos ir por la vida sino como vencedores o como víctimas. Al venir al presente, no hay papeles que representar. La Presencia es certeza de que todo está bien.
Mientras estamos en la mente, nos percibimos separados y alejados de todo y de todos; la mente nos mantiene en la superficie y en la distancia de lo real. Al venir al presente, percibimos la interconexión de todo y sentimos la vida que se manifiesta en todo y en todos como “energía en movimiento”. La Presencia es plenamente integradora.
Mientras estamos en la mente, nos hallaremos convencidos de que todo lo que nos ocurre es efecto de algo que, pensamos, no depende de nosotros. Basta venir al presente, para empezar a percibir con claridad que la calidad de nuestra experiencia vital en este mismo instante es una consecuencia de nuestro propio sistema de creencias, generado por las experiencias no elaboradas o integradas de nuestra infancia. Y que, en la medida en que venimos al instante presente, nos sentimos crecer en libertad frente a ellas. La Presencia es liberadora.
Mientras estamos en la mente, tendemos a evitar todo aquello que nos haga sentir mal, lo que la propia mente etiquete como “desagradable”. Al venir al presente, nos vamos viendo capaces de no evitar nuestros “malestares”, sino de acogerlos y de integrarlos progresivamente, creciendo a partir de ellos y responsabilizándonos de toda nuestra vida. La Presencia es sanadora.
Mientras estamos en la mente, toda nuestra vida es regida por los principios: “yo debo” o/y “yo quiero”, que se traducen en un “yo hago o haré”. Al venir al presente, experimentamos por nosotros mismos que se trata, sencillamente, de estar, en una consciencia sin pensamientos, y que, en ese “estar”, no falta absolutamente nada, sino que todo lo demás “se nos da por añadidura” (evangelio de Mateo 6,33). La Presencia es plenitud.
Mientras estamos en la mente, habremos de movernos necesariamente entre reflejos –algo ocurre que nos “recuerda” algo– y proyecciones –nuestra reacción ante aquel recuerdo activado–; entre “el despertador” y “lo despertado”. Al venir al presente, nos vamos haciendo conscientes de que todo lo que nos ocurre es sólo un mensajero, una oportunidad de crecimiento. La Presencia es ecuanimidad.
Mientras estamos en la mente, pensamos que todo es casual e incluso caótico, en un mundo caracterizado por la aparente distancia y separación entre todo y entre todos. Al venir al presente, nos descubrimos interconectados con todo, compartiendo la misma Vida, la misma Energía, el mismo Ser…, la misma identidad. La Presencia es compartida.
Mientras estamos en la mente, nos sentimos solos y separados, por lo que los sentimientos de soledad, miedo y ansiedad son inevitables. Al venir al presente, nos apercibimos del engaño. La Presencia es unidad.
Mientras estamos en la mente, nos vemos a nosotros mismos como seres “pensadores” y “hacedores”, movidos por la ansiedad e incluso por la compulsión. Al venir al presente, nos situamos como “observadores”, testigos de todas las películas que ocurren en nosotros. La Presencia es realista.
Mientras estamos en la mente, nos hallamos en el “modo hacer”, en estado permanente de “piloto automático”, con todo el cansancio, la ignorancia y el sufrimiento que ello supone. Al venir al presente, se activa el “modo ser”, se desconecta el piloto automático, y se manifiesta la plenitud en la que todo fluye sabiamente. La Presencia es sabiduría.
Mientras estamos en la mente, permanecemos en un estado inconsciente, dormidos. Al venir al presente, despertamos a la experiencia emocional consciente que nos permite percibir nuestro propio flujo de energía. La Presencia es lucidez.
Mientras estamos en la mente, nuestros movimientos son egocéntricos. Al venir al presente, nos abrimos a todos los seres. La Presencia es amor.
Mientras estamos en la mente, tendemos a reducirnos a nuestro ego y a vivir en función de él. Al venir al presente, descubrimos que somos Presencia. La Presencia es nuestra identidad más profunda.

OTRA LECTURA DE LA SEMANA SANTA


col luque

A Jesús de Nazaret lo hemos cubierto con títulos de gloria tan aparatosos que casi lo hemos sepultado de nuevo. Quizá lo hemos condenado al honor de los altares. Al canonizar al carpintero de Galilea hasta la más última potencia, al hacerlo subir a lo más alto de los cielos, de coronarlo rey de reyes y señor de los señores, al hacerlo Hijo de Dios y segunda Persona de la Santísima Trinidad… casi hemos logrado silenciar por completo al Jesús de los pobres, de las muchedumbres hambrientas, de los marginados, al Jesús rodeado de malas compañías y de pecadores. La misma Iglesia y la teología católica han olvidado algo crucial: en Jesús, Dios se hace hombre, pero hombre pobre. Nace en un establo, no tiene donde reclinar la cabeza y muere desnudo en una cruz, el suplicio de los últimos, de los más pobres de aquella sociedad. No lo olvidemos: Dios se hace hombre pobre. Ya lo dijo el filósofo alemán: casi siempre el adjetivo es más relevante que el sustantivo.
¿No habremos enterrado al Jesús anticonformista, al que opta por la pobreza, al profeta contracultural, al antisistema, al que no se somete a la autoridad religiosa de Israel ni a los dictados del imperio romano? ¿No nos habremos olvidado del Jesús muy humilde pero desobediente, rebelde y aún provocador, del Jesús libre y liberador, del que, al rodearse de mujeres y de personas marginadas, es criticado por la sociedad híper machista y puritana de su tiempo? Ese Jesús concreto y real, tal como nos lo pintan los evangelios, queda en la mente de muchos eclipsado por el Jesús de los catecismos, del gran poder y de la gloria.
Pienso que no se menciona lo bastante en los triduos, quinarios y vía crucis de la cuaresma, ni en los sermones de la Semana Santa, que Jesús fue rechazado por no ser obediente con lo establecido o por no ser santo según las normas de la religión oficial. Muy al contrario, nos hemos empeñado durante siglos en hacer de él el modelo por excelencia de la docilidad, el sufrimiento y la sumisión… Pero Jesús, aún colgado en la cruz, no se retracta ni se arrepiente de nada. Es más, desde la cruz Jesús sigue obedeciendo al Dios de la vida y de la libertad, al Dios profundamente enamorado de los que no tienen a nadie que les quiera.
No cabe duda de que si no lo hubiéramos momificado y encerrado en el sarcófago del poder y de la divinidad, ese mismo Jesús seguiría hoy interpelándonos y provocándonos. Pero al seguir enterrándolo bajo oropeles y palios tan lejanos a lo que él fue en realidad, lo reducimos a una entidad casi mítica que solo puede interesar a personas esotéricas, supersticiosas y nostálgicas del pasado.
Después del terrible trauma sufrido tras la muerte de Jesús, sus discípulos empezaron a reivindicarlo con sorprendente coraje. Clamaban que Jesús era inocente de todo cuanto lo habían acusado. Para ellos, nadie había sido más hombre de Dios que ese Jesús. Había sido vilmente clavado en la cruz de los esclavos por gente de su pueblo. Y al principio les costó mucho aceptar que Dios les hablara a través de aquel hombre tan humillado. Después, descubrieron que a ese pobre inocente, muerto como un esclavo, Dios –al resucitarlo– lo hizo Señor y el único camino de la verdad y de la vida.
A partir de ahí la máquina se embaló. Todo lo que había de bello, grande, prestigioso y glorioso fue atribuido a Jesús, quien se convirtió con toda razón en héroe, estrella e icono supremo. No hubo títulos, ni palabras suficientes para expresar todo lo que Jesús había llegado a ser. Los escritos del Nuevo Testamento y de los primeros pensadores cristianos están empedrados de maravillosos títulos cristológicos. Pero lo habían pintado tan arriba en el cielo y tan lleno de la deslumbrante luz divina, que nosotros casi no somos capaces de ver a Jesús en los caminos polvorientos de Galilea, en medio de los mendigos, de los apestados y de las moscas, en la lucha por hacer presente el sueño de Dios para este mundo.
Olvidaron, en una palabra, que el Resucitado es el mismo judío marginal que fue crucificado. Y le construimos espléndidas basílicas, catedrales, estandartes, tronos majestuosos y custodias repujadas de ricos metales y piedras preciosas. Nos legaron que, para estar seguros de encontrarlo, había que dejar el mundo polvoriento y hostil, las críticas a la injusticia establecida, la lucha por la trasformación de la sociedad, e introducirse en las evasivas ceremonias y procesiones nunca suficientemente espléndidas para agasajar a tan altísimo Señor.
Y el humilde obrero de Nazaret se encuentra aplastado bajo tanta ostentación. Tan oculto con tanto esplendor que se nos hace muy difícil llegar a reconocerlo. Termino con una luminosa frase del teólogo holandés Erik Borgman que resume todo mi pensamiento: “Si el Salvador y el Hijo de Dios que la Iglesia confiesa no tuviera nada que ver con el Jesús que anduvo sobre la tierra, junto a los empobrecidos y marginados, el cristianismo no pasaría de ser un “mito” ahistórico que ha perdido su significado específico y crítico”. Ojalá en esta Semana Santa del 2019 seamos capaces de desenterrar y seguir más de cerca al obrero de Nazaret.
Hay recuerdos que son olvidos.Si recordamos lo que hizo Jesús,¿por qué olvidamoslo que tenemos que hacer?

CON EL CORAZÓN ENTERO


col Carme Soto
Las lecturas de este domingo de Ramos nos sitúan de nuevo ante, quizá, la experiencia más honda y difícil de la vida de Jesús. La decisión de subir a Jerusalén, la entrada en la ciudad, la cena como sus amigos y amigas, la rápida condena y la cruz, son acontecimientos que parecen precipitarse en un agujero negro de dolor y tristeza difícil de asimilar.  Sin embargo, los relatos de la pasión no están pensados para que nos quedemos centradas y centrados en el dolor y la tristeza, la impotencia y la debilidad que se entretejen a lo largo de los episodios, sino que están transitados por la esperanza, el perdón y el amor.
El texto de Isaías 50, 4-7, leído desde la vida de Jesús, nos invita a poner la no violencia en la base de nuestro proyecto humano. El siervo de Yahvé no es un cobarde pusilánime, sino alguien consciente de que la única opción es mirar de frente el mal, afrontarlo con valentía, pero sin devolver la jugada. Y esto es así porque el Dios que sostiene su vida es un Dios de entrañas maternas que siempre espera. El siervo de Yahvé consuela al abatido/a porque sabe lo que es perder, lo que es resistir ante el mal. Desde él, miramos a Jesús, comprendemos su decisión de ir a Jerusalén; desde él descubrimos la sabiduría de quien resiste al mal a fuerza de Bien (Rm 12, 21).
En la carta a los filipenses (2, 6-11), Pablo recuerda un himno, que seguramente formaba ya parte de la formulación de fe de muchos grupos cristianos, pero que a él le sirve para invitar a la comunidad a revisar su forma de actuar. En una ciudad como Filipos, en la que adquirir honores y subir en el escalafón era casi un proyecto de vida, seguir a Jesús suponía abandonar expectativas sociales y modos de conducta ampliamente reconocidos para asumir una propuesta diferente: hacer el camino de descenso hacia lo pequeño y humilde, renunciando a privilegios y lugares destacados. Y esto, no como un mero camino ascético y voluntarista, sino porque la fe que habían abrazado se sostenía en un Dios vaciado de títulos y cuyo único poder era el amor. Un Dios que, en Jesús, abrazaba el abismo de la impotencia y la muerte para poder ofrecer su salvación a todo ser humano sin distinción. Abajarse para entrar en el espacio del encuentro. Abajarse para poder mirar de frente la humanidad sin adornos.
El largo relato de Lucas 22, 14-23,-56 nos ayuda a recorrer los últimos momentos de la vida de Jesús, contemplando su proceso de entrega y encuentro renovado con Abba, que en todo momento sostuvo su vida. Jesús actúa en este momento dramático sin victimismos, sabiendo que el horizonte está más allá de su propia persona.
Sentado junto a los hombres y mujeres que le habían acompañado desde Galilea, comparte con ellos y ellas lo que conmueve su alma. Sabe que su enfrentamiento con las autoridades políticas y religiosas ha llevado su vida a un punto sin retorno. Los gestos del pan y el vino compartidos adquieren una densidad inaudita porque en ellos se expresa su entrega y su renuncia, su fidelidad y la gratuidad que brota de su existencia (Lc, 22, 14-23).
Sus compañeros de camino entienden con dificultad lo que está pasando. Siguen soñando con resultados poderosos, con puestos de gobierno. Frente a un Jesús profundamente conmovido y dispuesto a afrontar las consecuencias de su predicación y de sus praxis, sus discípulos sueñan con recibir premios y estatus. Pero el maestro les recuerda que solo es posible seguirle desde abajo y de frente. El Reino de Dios no se conquista, el Reino de Dios se encuentra cuando se sirve la mesa, una mesa sin presidencias ni lugares de honor. Una mesa donde el pan y el vino es de todas y todos, porque todas y todos somos sostenidas/os por el amor y el perdón gratuito de Dios. (Lc 22,24-38).
El camino desde el huerto de los olivos a la cruz es un camino lento. De cerca las mujeres que subieron desde Galilea con él a Jerusalén le acompañan. Ellas resisten a pesar del dolor y el miedo, ellas sienten la derrota, pero saben que nada les apartará del amigo y del maestro que las liberó, las eligió y les invitó a ser sus discípulas y compañeras en el proyecto del Reino. (Lc 23, 49)
Ellas lo observaban todo de cerca, comenta Lucas, no podía hacer más, pero a pesar de la impotencia y el desconsuelo, permanecieron, y su permanencia les hará capaces de ser las primeras testigos de la Resurrección, reactivando su esperanza, sus recuerdos y su fe. (Lc 23, 55-56).

CELEBRAMOS UNA MUERTE, NO CABE MAYOR ATREVIMIENTO


col fraymarcos
Lc 22,14- 23,56
La liturgia de este domingo es desconcertante. Empieza celebrando una entrada “triunfal”, y termina recordando una muerte. Es difícil armonizar estos dos aspectos de la vida de Jesús. Podríamos decir que ni el triunfo fue triunfo, ni la muerte fue muerte. Los evangelistas plantean la subida a Jerusalén como resumen de su actividad. La muerte se considera como la meta de su vida. En la vida de Jesús se vuelve a escenificar el Éxodo, paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. Allí iba a dejar patente el amor incondicional de Dios.
Jesús fracasó estrepitosamente porque la salvación que él ofreció no coincidía con la que esperaban los judíos. Jesús pretendió llevarlos a la plenitud de su verdadero ser. Ellos solo querían salvar sus intereses, su ego. Nosotros seguimos en la misma dinámica. Dios “quiere” para nosotros lo mejor. Ni siquiera quiere lo menos bueno. Y nosotros, estamos tan pegados a nuestra contingencia, que seguimos creyendo que nuestra plenitud está en asegurar nuestra individualidad. No hay que entender la voluntad de Dios como venida de fuera. Lo que Dios quiere de cada uno es también la exigencia más profunda de nuestro verdadero ser.
El fracaso humano de Jesús nos invita a reflexionar sobre el sentido de las limitaciones humanas. Si nuestro primer objetivo es evitar el dolor a toda costa y buscar el máximo placer posible, nunca podremos aceptar la predicación de Jesús. Él confió completamente en Dios, pero Dios no lo libró del dolor ni de la muerte. ¿Cómo podemos interpretar este aparente abandono extremo de Jesús por parte de Dios? Sería la clave de nuestro acercamiento a su pasión y muerte. Sería la clave también para interpretar el dolor humano y tratar de darle el sentido, que escapa a la mayoría de los mortales y está más allá de toda sensiblería.
Es un disparate pensar que Dios exigió, planeó, quiso o permitió la muerte de Jesús. Peor aún si la consideramos condición para perdonar nuestros pecados. La muerte de Jesús no fue voluntad de Dios, sino fruto de la imbecilidad humana. Fue el pecado del mundo, el poder y el afán de someter a los demás, lo que hizo inaceptable el mensaje de Jesús. Lo que Dios esperaba de Jesús fue su fidelidad, es decir, que una vez que tuvo experiencia de lo que Dios era, no dejara de manifestarlo a cualquier precio. La muerte de Jesús no fue un accidente; fue la consecuencia de su vida. Una vez que vivió como vivió, era lógico que lo eliminaran.
Dios no está solamente en la resurrección, está siempre en el hombre mortal, también en el dolor y en la muerte. Si no sabemos encontrarlo ahí, seguiremos pensando como los hombres, no como Dios. Es una lección que no acabamos de aprender. Seguimos asociando el amor de Dios con todo lo placentero, lo agradable, lo que me satisface. El dolor, el sacrificio, el esfuerzo lo seguimos asociando a castigo de Dios, es decir a ausencia de Dios. Las celebraciones de Semana Santa nos tienen que llevar a la conclusión contraria. Dios está siempre en nosotros, pero necesitamos descubrirlo también en el dolor y la limitación.
Los textos de la Pasión no son una crónica de sucesos, sino teología narrativa que no tienen como objetivo informarnos sino el trasmitir la vivencia sobre la muerte de Jesús de los primeros cristianos. Aunque hay grandes diferencias entre los cuatro evangelios, el relato de la pasión es la parte en que más coinciden los cuatro. Esto se debe a que fue el primer relato que se redactó por escrito, seguramente, como catequesis. Por eso quedó fijado muy pronto en sus rasgos generales, que reflejan después los evangelistas con su propia peculiaridad. Dentro del marco recibido por la tradición, cada uno le da su propio matiz.
La pasión de Lc tiene una clara tendencia catequética. Aunque utiliza la narración de Mc u otra más antigua que ya utilizó el mismo Mc, le da un toque de humanización muy significativo. Suaviza mucho la relación de los que están alrededor de Jesús con su persona. No todo es negativo. Incluso los paganos quedan de alguna manera justificados. Hay en el relato muchos personajes que están con Jesús y pretenden ayudarle. El mismo Jesús se relaciona con algunos con total comprensión y como ayudándoles a entender lo que está pasando. Lc elimina los elementos negativos y presenta una pasión más humana.
Para nosotros hoy, lo verdaderamente importante no es la muerte física de Jesús ni los sufrimientos que padeció. A través de lo que conocemos de la historia humana, miles de personas, antes y después de Jesús, han padecido sufrimientos mucho mayores y más prolongados de los que sufrió él. Lo importante de Jesús en ese trance fue su actitud inquebrantable de vivir hasta sus últimas consecuencias lo que predicó. Para nosotros, lo importante es descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para él, para los discípulos y para nosotros.
¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo por parte de los jefes religiosos a su enseñanza y a su persona. No debemos pensar en un rechazo gratuito y malévolo. Los sacerdotes, los escribas, los fariseos, no eran depravados que se opusieron a Jesús porque era buena persona. Eran gente religiosa que pretendían ser fieles a la voluntad de Dios, que para ellos estaba definida, de manera absoluta y exclusiva, en la Ley de Moisés. Para ellos, defender la Ley y el templo era defender al mismo Dios.
Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo y le apartaba de la religión judía. La respuesta no era sencilla. Por una parte percibían que Jesús iba contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del antiprofe­ta. Pero por otra parte, la cercanía a los que sufren y los signos que hacía eran una muestra de que Dios estaba con él. El desconcierto de los discípulos, ante la muerte de Jesús, tiene mucho que ver con esa confrontación de sus representantes religiosos. ¿A quién debían hacer caso, a los representantes legítimos de Dios, o a Jesús, a quien los sacerdotes consideraban blasfemo?
¿Por qué murió? No podemos saber la actitud de Jesús ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco. Se dio cuenta de que los jefes religiosos querían eliminarlo. Jesús debió tener razones muy poderosas para seguir diciendo lo que tenía que decir a pesar de que eso le acarrearía la muerte. Sabía que el pueblo no le entendía y dejaría de seguirle. Pero también sabía que los jefes religiosos no se iban a conformar con ignorarlo. Sabiendo eso, Jesús tomo la decisión de ir a Jerusalén. Que le importara más ser fiel, a sí mismo y a Dios, que salvar la vida es lo decisivo. Eso era lo que Dios esperaba de él y eso es lo que hizo.
¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Para sus seguidores fue el revulsivo que les llevó al descubrimiento del verdadero Jesús. Durante su vida lo siguieron como amigo, maestro, profeta, pero descubrieron el significado profundo de Jesús. A ese descubrimiento no podían llegar a través de lo que oían y lo que veían; se necesitaba un proceso de maduración interior. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización y a descubrir, en aquél Jesús de Nazaret, al Señor, Mesías, Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Si queremos entender la muerte de Jesús, tenemos que seguir ese mismo camino de la vivencia interior.

Meditación
La verdadera Vida está ya en mí.
Lo único que tengo que hacer es descubrirla.
Toda “muerte” (entrega, servicio) es signo de Vida.
Todo egoísmo (opresión, dominio) es signo de “muerte”.
La Vida-Amor es el fundamento de mi ser.
No la encontraré en lo superficial y accidental.


La eucaristía: sacramento de la no-dualidad y del compromiso (II)


Victorino Pérez Prieto

Victorino Prieto
Concluía mi post anterior hablando de la necesidad de recuperar la eucaristía como “movimiento de igualdad y comunión que Cristo hace fermentar en el mundo y en la historia, verdadero remedio para la crisis del mundo”, que decía Arturo Paoli; como “memoria subversiva” de la entrega amorosa del Dios encarnado. Pero también como encuentro privilegiado con el Misterio de Dios, escondido en el mundo y en el encuentro con los hermanos. Hoy quiero continuar reflexionando sobre como la eucaristía es un “encuentro de hermanos”, pero es más que eso.
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La Iglesia de base, contra Reig Plá: “Su actitud es anticristiana y antievangélica”


Reig Pla
Evaristo Villar (Redes Cristianas), Jesús López (Foro Curas Madrid y +), Emi Robles (Proconcil) y Raúl Peña (CRISMHOM), opinan sobre las ‘terapias restaurativas’ promovidas por el obispo de Alcalá y defendidas por la CEE
“Lo de los cursos del obispado de Alcalá, con ese enfoque culpabilizador y de revertir lo que tratan como una perversión, quebrando la identidad (si se demuestra ese enfoque) es erróneo e inadmisible, a nivel ético y – probablemente- a nivel legal”
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Papa Francisco: No hay feminismo sin protesta


Consuelo Vélez


La entrevista que le hizo el periodista español Jordi Évole al Papa Francisco el pasado 31 de marzo ha dado mucho de qué hablar en “positivo”. El Papa respondió con la naturalidad y espontaneidad que lo caracterizan. Hablaron sobre muchos temas sin prisa, de manera cercana, humana y evangélica. Cada tema tratado merecería un comentario pero quiero referirme al tema de las mujeres, precisamente porque ya había comentado -en otro escrito-, la desafortunada frase del Papa de que “Todo feminismo es un machismo con falda”.
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