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martes, 9 de febrero de 2016

Por una Iglesia sin curas Juan Luis Herrero del Pozo

 Redacción de Atrio

Redes
Juan Luis Herrero del Pozo inició su etapa de reflexión teológica madura –que continúa hoy en soledad, por las limitaciones impuestas por la enfermedad– con un artículo provocativo: ¿Por qué son aburridas las eucaristías?. Pareció un artículo escandaloso, que ocasionó entre los salesianos la destitución del equipo de la revista que lo publicó. Pero sus posteriores libros y artículos fueron desarrollando y fundamentando lo que que allí se decía. Parecido es el artículo de José Ramón Pérez Perea, más historiador y sociólogo que teólogo técnico, que tomamos de Redes Cristianas y que mañana comentará otro artículo de José Mª Urío Ruiz que publicó también hace unos días dicho portal. AD.

Por una Iglesia sin curas

José Ramón Pérez Perea

¿Es posible una Iglesia sin clérigos (curas obispos papas)?. Jesús no fue sacerdote, ni consta que instituyera el sacramento del Orden. Más bien criticó a la “casta sacerdotal”, que fueron los que le condenaron. Jesús crea la Comunidad de iguales, en la que se encuentran personas con distintas cualidades (karismas).

Históricamente los cristianos multiplican su número. Aparecen distintos modos de actuar, de pensar, se producen disensiones y van a sentir la necesidad de proteger su unidad, de gobernar la diferente y dispersa Comunidad. Se comienza a establecer poderes de gobierno: unos van a mandar y otros a obedecer, unos a enseñar y otros a aprender.

Los elegidos para el Gobierno tienen que justificar su autoridad recibiendo un “Plus”, que los legitime y diferencie de los demás. Se crea la sacramentalidad: el poder viene de Dios, a través de un Ritual y se traspasa de generación en generación, y se instituye un orden de menos a más (diáconos, sacerdotes, obispos, papas). Con ello, se obliga a la Comunidad a obedecer y bajo la amenaza de la excomunión al disidente: no hay salvación fuera de la Iglesia (de los curas). “Nula salus extra eclesiam” . Se llega a construir, pasados los primeros años, lo que Jesús nunca quiso, la casta Sacerdotal, que tanto había criticado en su tiempo, y en la que se desecha a las mujeres.
Si analizamos de dónde proceden lo poderes sobrenaturales de los clérigos, descubriremos que el Bautismo no es privativo suyo. Cualquier persona – si realiza diversas formalidades – tendrá capacidad de bautizar.
El perdón de los pecados, mediante la confesión individual, tampoco consta en ningún texto de la Escritura. Las recientes investigaciones determinan que el texto de S. Mateo (16,21) no fue pronunciado por Jesús, sino creado posteriormente, para poder justificar el “atar y desatar” de los clérigos. Es la Comunidad la que se reúne, oye y perdona a quien lo pide. La confesión individual se establecerá muchos siglos después.

La Unción de los enfermos, si bien aparece en la Carta de Santiago, no consta que lo fuera por mandato de Jesús. Más bien va en la línea del uso de ungüentos caseros contra las enfermedades y heridas, en un tiempo carente de procedimientos clínicos; a modo de lo que aparece en la parábola del samaritano (Lc. 10,34), no seguidor de Jesús, que cura con aceite y vino (desinfectante) al herido por salteadores.
El Sacramento del matrimonio ni fue instituido por Jesús ni es privilegio de los clérigos. Según la propia doctrina eclesiástica, son los mismos esposos, cuando se aceptan mutuamente, como marido y mujer, los que se constituyen como tales. La tarea del cura se reduce a ser mero testigo, de un contrato creado, en siglos posteriores, para asegurar la propiedad y su transmisión de padres a hijos.

La Eucaristía, como presencia física, de Jesús en las hostias consagradas por los sacerdotes por el mero hecho de la pronunciación de unas palabras míticas, que transforman “milagrosamente” el pan y vino en la persona de Jesús, tantas veces como se quiera y que se guardan por centenares en miles de sagrarios por todo el mundo, no resiste – hoy día – a un mínimo análisis racional.
La presencia eucarística de Jesús ha de entenderse como su presencia cuando sus discípulos se reúnen en Asamblea de iguales, movidos por el amor, en actitud de servicio a los otros (lavatorio de pies). Festejando el acontecimiento del amor sin límites, con un banquete, en el que se ofrece Pan y Vino, como señal de total entrega a los demás. Sólo el Amor hace presente a Jesús.
Desvanecido el carácter sobrenatural, de las acciones clericales, su poder exclusivo de Gobernar cae por su propio peso. La gobernabilidad de las Comunidades ha de recaer en personas, democráticamente elegidas por la propia comunidad, sin Plus alguno de sobrenaturalidad. Basta que sean buenos gestores, honrados, transparentes y sometidos a las decisiones de las Asambleas.
En conclusión:
Es el Pueblo de Dios (Concilio Vaticano II) el que recoge el testigo que Jesús nos pasó. Ya no hay clérigos-laicos, hombres-mujeres, libres-esclavos, que decía s. Pablo (Gal. 3,28). Es el Pueblo de Dios el que es sacerdotal, sin diferencias entre un@s y otr@s.

Superar el clericalismo Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Superar el clericalismo

Con fecha de 8 de Enero ha salido en el portal Redes un artículo que me ha parecido muy interesante, sobre el que quiero hacer un comentario, dejando bien claro desde ya que mi opinión sobre el escrito es muy favorable, y que pienso de manera muy parecida. El artículo se titula “Por una iglesia sin curas”, y su autor es José Ramón Pérez Perea, quien tiene una extensa lista de publicaciones de contenido histórico, sobre la Iglesia española, así como teológico-social.

La tesis central del artículo es bien razonable, y de no difícil argumentación: si durante muchos años, por lo menos hasta la mitad del siglo segundo, la organización de la Iglesia no era clerical, ni poseía la liturgia sacramental que hoy la caracteriza, no es descabellado imaginar la posibilidad de la vuelta a esa situación de mayor desclerización. Como he escrito muchas veces en este blog, (“El Guardián del Areópago”, en la revista 21rs), este fue uno de los principales objetivos del Vaticano II, si bien no lo pretendiera con la fuerza con la que respondió a ese supuesto una buena parte del clero.
No fueron coincidencias algunos de los fenómenos que vivieron, o vivimos, los curas del inmediato pos-concilio, como las salidas de la vida clerical, el abandono de los signos externos clericales, como ropa talar, sotanas, hábitos, o la tendencia a dejar los sobrios y austeros muros monacales, o simplemente religiosos, a la busca vivir entre la gente, en medio del mundo, en pisos, de modo más laical, etc. Estos fenómenos pueden parecer a algunos inconsistentes, de poca entidad y significación. Para mí la Historia de trazos gruesos es el resultado de esas pequeñas cosas de la vida cotidiana. Como aprendimos de historiadores como Johan Huizinga, en obras como “El ocaso de la Edad Media”, y otros historiadores que limpiaron la Historiografía de los oropeles y ropajes de los personajes, hechos, situaciones y anecdotario imponentes y solemnes de reyes, papas, gobernantes y grandes batallas, para describir cómo la gente compraba o comía, o se lavaba, o se divertía.
Insisto: no quitemos importancia a los pequeños gestos anticlericales, que mucha gente interpretaba como suicidas, ya que los curas que vivimos esa época la veíamos como una aurora luminosa, anunciadora de tiempos de libertad y creatividad. Me tocó estudiar Teología en los años gloriosos, contemporáneos, o inmediatamente posteriores, a la gran Asamblea conciliar. Y fue con la luz que rápidamente comenzó a irradiar el Concilio cuando descubrí lo que he llamado, en este blog, “la gran traición”, y la gran tragedia, de cómo, cuando el autor del artículo que comento, en los mismos años, la Iglesia comienza a olvidar el Evangelio y se “religiosiza”, hasta llegar a imitar uno de los elementos más característicos de las religiones paganas: la necesidad de un estamento burocrático clerical.
Y la organización jerárquica de la Iglesia, más dedicada al poder que al servicio, comete, como ya he escrito varias veces, la suprema traición: aceptar, contra toda la enseñanza del Nuevo Testamento, (NT), la denominación de sacerdotes para los diferentes ministerios, más entendidos en la Iglesia de los dos primeros siglos como carismas para el servicio que como sacerdotes, o intermediarios, como en las religiones paganas, entre Dios, y los hombres. Y nunca lo podía entender así la Iglesia por una razón poderosa, que después ha sido relegada al olvido y al desprecio: porque el único que en la comunidad de los seguidores de Jesús, Éste es el único que puede ejercer ese ministerio eterno y único.
Ni Jesús, ni Pedro, ni Pablo, ni Lucas, ni Timoteo, ni Tito, ni Mateo, ni Juan, ni ninguno de los “servidores” de la comunidad como epíscopos o presbíteros, denominados y en la forma latina, fueron nunca curas, ni se sintieron parte de una casta clerical y sacerdotal, al modo de la tribu hebrea dedicada a ese ministerio, o de las organizaciones de las religiones paganas. Y si en la época más auténtica y evangélica de la Iglesia ésta se pudo mantener sin curas, -¡y cómo!, hasta admirar y convertir a las gentes del Imperio-, la Iglesia actual podrá prevalecer también, del mismo modo. Cambiando, eso sí, todo el sentido de la eclesiología, y, sobre todo, del espíritu Canónico actual. Y este último es el verdadero problema, más que las trabas teológicas o bíblicas, que son, o inexistentes, o actuarían a favor de ese cambio.

Cuaresma hoy día: ¿qué sentido? José Luís Remirez- Bayona

Tantas y tantas cuaresmas en nuestro haber vividas como una obligación inexplicada e incomprendida: no comer carne o, simplemente, no comer, mortificación, sacrificio, privación. Visto así, no era una perspectiva que nos exaltase ni el cuerpo ni el alma. Y dejemos de lado aquellas indulgencias que, mediante pago, permitían aligerar esa carga impuesta al fiel. Y, sin embargo, el mensaje de la cuaresma es muy profundo y, por favor, no seamos críticos con una Iglesia, hija de su historia, que, en su momento, no ha sabido trasmitirlo en toda su pureza y su belleza interior. Pero ha intentado, e intenta, transmitirlo. La cuaresma es la preparación a vivir los misterios esenciales de la Pascua, la Pasión y la Resurrección. Es esa preparación interior, que se puede manifestar exteriormente de maneras muy diversas., pero eso no es lo esencial.

La cuaresma es, en la vida de cada día, ir, humildemente, tratando de vivir esos misterios de la pasión y de la resurrección : ¿qué acontecimiento, pequeño, puede cada uno transformar yendo un poquito más allá de sí mismo, muriendo un poco al ego y resucitar en ese mundo pascual del DON, de la sana relación consigo mismo y con el otro, sin nada esperar a cambio? Nada de hazañas, sino esa misericordia cotidiana en lo más ordinario de la vida. Si con Él morimos, viviremos con Él.

Ante la detención de los dos integrantes de Títeres desde Abajo CNT-AIT

 

CNT-1 de Mayo
El viernes 5 de Febrero dos integrantes de la compañía Títeres desde Abajo fueron detenidos en el transcurso de su última obra, “La Bruja y Don Cristóbal”, bajo la acusación de enaltecimiento del terrorismo. En la actuación del 5 de Febrero en Madrid parte del público asistente se sintió molesta con la obra, y lejos de limitarse a una cuestión estética o de criterios, llamaron a la policía que acudió y procedió a detener a los integrantes de Títeres desde Abajo, que habían tenido que interrumpir la obra por la acción de los descontentos. Inmediatamente se disparan las alarmas del poder: no solo eran artistas críticos, también eran anarquistas. En un auto judicial que podía pasar a los anales del despropósito legal, la Audiencia Nacional decide encarcelar a las personas detenidas “por enaltecimiento del terrorismo”. El partido de la señora Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, no tarda en anunciar a los medios. ··· Ver noticia ···

Comunidades Cristianas de Base de México al Papa Francisco

 

Comunidad de base3
Hermano Francisco:
Esperamos con gozo tu visita a nuestro Pueblo Mexicano. Te esperamos como el Mensajero de la MISERICORDIA Y DE LA PAZ. Estaremos atentos a tus mensajes que siempre nos inspiran a vivir el compromiso de trabajar para que el Reino de Dios acontezca en el mundo en el que vivimos.
Son muchas las heridas que como pueblo mexicano tenemos. Las que más nos duelen son la pobreza de la mayoría, el 75%, y la violencia que ha sumido en el dolor a tantos hogares, que han perdido a uno o varios miembros de su familia. Tenemos la esperanza de que con nuestras pequeñas acciones vayamos construyendo una sociedad en la que vivamos la fraternidad y la justicia. En eso estamos comprometidos. ··· Ver noticia ···

Muerte feliz José Arregui, teólogo




José Arregui1Estos días he releído el último libro de H. Küng, aún no traducido al español, un texto breve del año 2014 con el que a sus 86 años, aquejado por un Párkinson progresivo, quiso coronar su vida y toda su obra. El título constituye más que un mero testamento vital, es un programa de vida: “Muerte feliz”.
¿Contradicción? Más bien, paradoja de la vida, que solo puede ser feliz dándose. Paradoja de la muerte que se hace donación y se vuelve decisión, expresión, culminación de la vida. La muerte puede ser feliz, pues la vida que se da no muere. ¿Te parece un juego de palabras vacío? Para H. Küng es el horizonte que ilumina su vida entera incluida la muerte. Sabe de lo que habla, pues a ello ha consagrado sus inagotables energías físicas, emocionales, intelectuales, espirituales.


Muerte feliz: eso significa “eutanasia” en su origen y etimología, aunque los nazis degradaron su sentido al utilizarlo para designar sus prácticas de exterminio, de muerte infeliz. Muerte feliz o eutanasia significa morir sin tristeza y sin dolor, o con el mínimo de tristeza y de dolor inevitable. Morir en plena conciencia. Despedirse serenamente de los seres queridos. Asumir sin angustia la pena de la separación; en la pena hay consuelo, en la angustia no; la pena no impide la felicidad, la angustia sí.
Morir en profundo asentimiento a toda la vida, aceptándolo todo, diciendo sí a todo, también a las heridas sufridas y, lo que es mucho más difícil, a las heridas infligidas: no he sido perfecto, lo siento, pero a esto he llegado, y así está bien; me gustaría que muchas cosas hubieran sido mejores, pero está bien como está; digo sí a todo, sin justificar nada. Decir: “Mi obra está acabada: ahí os la dejo”. Y no hace falta que sea una “gran obra”, como la de Hans Küng, ni nadie puede medir la grandeza de la obra por el tamaño o el número o la calidad de los libros escritos, ni por el éxito logrado, o el influjo ejercido. Coronar la vida humildemente. Morir en paz.
Pues bien, como creyente pensador y humanista, afirma Küng: en el momento en que mi vida ya no posee para mí calidad humana suficiente, puedo y debo elegir esa “muerte feliz”, digna, bella, buena. Muerte hermana, no enemiga. Hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir. Y yo puedo, debo decidirlo responsablemente. “El ser humano tiene el derecho a morir cuando no tiene ninguna esperanza de seguir llevando lo que según su entender es una existencia humana”. Rehusar prolongar indefinidamente la vida temporal forma parte del arte de vivir y de la fe en la vida eterna. Ya se había pronunciado en el mismo sentido hace 20 años, en 1995, en otro libro (Morir dignamente, Trotta 1997) escrito en colaboración con su amigo y colega Walter Jens.
Asistimos a un cambio radical de paradigma. La legislación social de los diversos países –con contadas excepciones como Holanda o Suiza– adolece todavía de un gran retraso respecto de la opinión social. Y el retraso es más grande en el caso de la jerarquía eclesial. Sostener, como sostiene, que solo es lícita la “ayuda pasiva” (desconectar un aparato de alimentación o de respiración, por ejemplo) no deja de ser una ficción. ¿Hay tanta diferencia entre desconectar un aparato y proporcionar una dosis mayor de morfina que me llevará a la muerte o al descanso final? La jerarquía eclesiástica corre el riesgo de volver a equivocarse, como se equivocó a propósito de los métodos de contracepción o de fecundación llamados “artificiales”.
Elegir la muerte de manera humana es la forma final de elegir la vida de manera humana. Y la humanidad no está definida ni dictada por una divinidad exterior ni representada por ninguna religión. El creyente debiera una muerte feliz como definitiva donación confiada de sí a la Realidad primera y última, como tránsito a la Realidad profunda, a la Realidad Fontal, a la Vida sin origen ni fin. Decir que no podemos elegir la muerte porque no somos dueños de la vida es una máxima tramposa. No somos dueños de la vida ni de la muerte, pero somos responsables de la vida y, por lo tanto, también de la muerte, y aquí no es decisiva la distinción entre creyente e increyente. No solo podemos, sino que debemos elegir responsablemente –digo responsablemente– cuándo y cómo morir, sin otro límite que nuestro bienestar y el bienestar común, empezando por el de las personas más allegadas. Y los médicos y las personas más próximas debieran poder atender la demanda de quien libremente les pide –o de quien libremente hubiera dejado expresada esa demanda– una ayuda para bien morir.
Es una exigencia del cuidado de la vida, y no hay otro mandato divino ni otra divinidad que la Vida, el Cuidado, la Bondad y el Buen Vivir.
(Publicado en DEIA y los Diarios del Grupo Noticias el 7 de febrero de 2016)