Cuídense de los falsos profetas. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos? Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. Un árbol bueno no puede dar fruto malo, y un árbol malo no puede dar fruto bueno. Todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. Así que por sus frutos los conocerán. (Mateo 7, 15-20)
Un sábado muy caluroso hace no tanto tiempo una amiga me informó de que en la iglesia más fea de mi ciudad, brutal, demoníacamente fea, se celebraba una ceremonia de sanación que tenía lugar un sábado cada mes. Duraría seis horas porque además de misa y rosario había imposición de manos, bendiciones, sanación y no recuerdo qué más nombres de las diferentes partes. Decidí asistir. Se podía llevar agua, medallas, sobre todo de San Benito, aceite... Habría una bendición específica para cada uno de estos objetos, que con ella adquirirían un valor como de amuletos, de protectores. Mi amiga llevaba mucha agua cada mes y la rociaba por su casa cuando había mal rollo entre sus hermanos.
Mientras buscaba la dirección se me acercó una mujer que me preguntó dónde estaba la Iglesia. Ella también iba a la ceremonia. Era latinoamericana, parlanchina, de ideas fijas y muy firmes, se quejaba de que no tenía dinero ni para comprar un carro de la compra para cargar el agua. Insistía muy vehementemente, de manera obsesiva, en la importancia de llevar aceite y agua porque servían para cosas distintas, no recuerdo cuáles. El aceite para dolores corporales externos y el agua para beber o algo así. Parecía la profesora de magia de Harry Potter explicando los distintos hechizos. Cuán vulnerable es gente con este tipo de mentalidad ante determinado tipo de sujetos sin escrúpulos que saben cómo activar teclas mentales.
Se nos cruzó por la calle el sacerdote que iba a celebrar. Yo no lo conocía pero ella sí. Prorrumpió en exclamaciones de gozo: ¡padre E.....! ¡Padre E.....! " Exclamaba como un niño que se encontrara por la calle ante Messi. Si el padre E. le hubiera dicho que el aceite era para beber y el agua para poner en la piel habría dicho: amén. Si le hubiera dicho cualquier otra cosa también. Es lo que tienen los ídolos. Pero él no le dijo nada. Pasó de largo con sonrisa de suficiencia satisfecha, de ídolo que se relame ante las dosis de admiración que le dispensan.
Una vez dentro comprobé que había bastante público semejante a la mujer que me encontré, la mayoría. Aunque también había españolas y algunas de extracto social muy distinto al de la mujer que entró conmigo. Y la inmensa mayoría, latinoamericanas o españolas, eran mujeres.
Las distintas fases de las distintas ceremonias se fueron sucediendo de una manera muy pesada. Los cánticos tenían algo de mantras de ritual de "un mundo feliz" de Aldous Huxley. Faltaba la administración de soma. Podían estar minutos y minutos y minutos cantando la misma frase. Nada que ver con Taizé, carecía de la belleza elevadora de la música de Taizé. Era más bien como la cadencia de percusión que se tocaría a los remeros de una galera. Con un efecto hipnótico, mareante, atontador. Unido al insoportable calor que hacía en esa cripta bajo tierra.
Después del rosario y antes de la misa el padre E. dirigió una de sus amonestaciones en tono colérico a sus sumisos feligreses: "Las preces se las decís a mi ayudante para que las anote, pero las preces cuestan 10 euros cada una y con eso no se cubren ni los gastos de venir hasta aquí". Y esto último lo decía en un tono muy enfadado como si estuviera en una conversación con alguien que le hubiera hecho alguna objeción, pero estaba hablando solo él. En general parecía bastante despectivo hacia sus seguidores, exasperado por esa gente.
Tenía varias ayudantes que vendían merchandising de Medjugorje en una mesa. Rosarios, abanicos, medallas... Resultaba insoslayable comprarles algo, aunque solo fuera un abanico, porque el calor era insoportable. Te miraban con cara robótica y desmayada mientras te daban el cambio. Una de ellas estuvo apuntando las peticiones de la gente: por mi abuelo, por las intenciones de la familia Rodríguez etc. así muchas más. Una larga lista. A diez euros cada una. Cling cling. El sonido de la caja. Rico no se hará con eso, pero qué mal estilo. Esas preces no se leyeron en misa sino antes. En misa se leyeron las preces habituales generales y tras ellas solo añadió: y por todo lo leído antes.
Si el obispo hubiera ido de visita, como él trataba de conseguir, habría ido solo a la misa, no a las 6 horas, imagino, y no se habría enterado en absoluto de cómo se manejaba allí el asunto de las preces. Informó a sus feligreses, muy satisfecho, de que se estaba camelando al obispo y ya estaba más receptivo a visitar una de sus ceremonias.
Y por fin llegó la parte de la sanación en la cual él camina entre los bancos y va imponiendo las manos a los asistentes mientras murmura unas palabras que no se entienden y con una expresión siniestra y hostil escupe sobre tu cabeza. En internet ya había leído advertencias para la gente que pueda mirar esto con ojos mínimamente analíticos o cuestionadores. Trataban de disuadir de esto infundiendo temor a hacerlo. In situ él repite ese paso disuasorio para los nuevos. Ese: "no vayas a mirar con ojos analíticos, racionales, cuestionadores... No se te ocurra." Explica que unas personas se caen y otras no porque unas personas son más sensibles al Espíritu que otras.
Típica maniobra de manipulación mental: si cuestionas es porque eres malo, es porque careces de determinadas virtudes. Si piensas por ti mismo, si ejerces el pensamiento crítico, serás demonizado, estigmatizado, tendrás menos valor... Si haces lo que quiero serás de mis favoritos porque tendrás unas dotes especiales y serás visto como algo especial y mejor. La sumisión da puntos, la reflexión, pensamiento crítico, los quita.
Podemos caer en la tentación de pensar que estos trucos solo valen con gente muy sencilla o muy simple como la mujer que describí al inicio. Pero lo cierto es que todos tenemos sesgos cognitivos muy fuertes y que quienes buscan manipular mentes los conocen perfectamente, por instinto o por estudio. El sesgo de creer aquello que queremos y necesitamos creer es muy fuerte y muy peligroso. El sesgo de no diferenciarnos de los demás, de no ser el único que se sale de la fila, es fortísimo. Y alguien quizá piense: yo no soy tan simple como esa señora y no creería en este tipo. No, en este quizá no, pero en otro más sutil, refinado, elaborado, sí. Todo el mundo se ha construido o dejado construir ídolos falsos con gente que apenas conoce, solo por los medios, o apenas personalmente y esos ídolos sirven para manipular nuestras mentes. Todo el mundo los tiene. Yo los tenía y costó desmontarlos uno a uno. Cuesta quitar las vendas de los ojos. No somos conscientes de ello y nos urge reflexionar sobre cómo nos instalan ídolos en el cerebro y de qué manera los convertimos en intocables y somos incapaces de aceptar quiénes son realmente. Y esos ídolos nos empujan hacia determinadas conductas que convienen a quienes fabrican los ídolos. Y tampoco nos damos cuenta.
Cuando el padre E. empieza a imponer las manos es fácil darse cuenta de que sus ayudantes se colocan tras los que reciben la imposición en posición de recogerles para depositarles en el suelo donde quedarán un rato. Y es fácil darse cuenta de que lo hacen con los que van a caer. Con los que no van a caer no se colocan en posición de recogida. Porque saben de antemano quién va a caer y quién no. Es decir, quién se va a tirar y quién no. Nadie cae bruscamente como para hacerse daño, todos se dejan caer lentamente y se colocan en el suelo en una postura cómoda. Sólo se dejan caer los que tienen un espacio en el suelo donde permanecer cómodamente tumbados. Los ayudantes que van acompañándole en su periplo de imposición son parte del teatrillo y saben muy bien a quién tienen que sujetar por detrás y a quién no porque no se va a dejar caer. Los conocidos de todos los meses se colocan de entrada en posición estratégica para poder dejarse caer. Los nuevos no.
Cuando ya ha impuesto las manos a todos vuelve al altar recorriendo el pasillo central desde atrás con el Santísimo alzado sobre su cabeza estirando bien los brazos como Sergio Ramos alzaría la Copa de Europa para ser aclamado por sus fans. Su sonrisa maligna no transmite exaltación del Espíritu, ni celebración del poder del Altísimo sino arrogancia que se congratula sobre el poder mental que tiene sobre esas personas. Se siente una rock star. Eso es lo que transmite. En todo momento. En 6 horas no sorprendí en él ni un gesto, frase, tono que transmitiera sinceridad, fe, amor al prójimo, afán de ayudar. Solo arrogancia, astucia, malicia, avaricia, ira, burla, desdén, control escudriñante de cada persona presente en esa sala... Amortiguados por la declamación neutra, rutinaria, de palabras rituales.
Te escudriña con la mirada. Es notorio que desde el principio quiere saber exactamente quiénes están presentes, quiénes conoce, quiénes son nuevos... Y no es un afán de acogida. Si eres nueva te tiene fichada desde el principio. Y si comulgas en la mano te fulmina con la mirada. Su mirada no es paternal, amable, sino acechante e inquietante como un águila.
Cuando bendice agua, aceite, medallas... en varias etapas, cada cosa con su bendición, pregunta a sus fans: ¿habéis comprado muchas medallas para bendecir? Cuando el coro responde: siiiiii, sonríe de nuevo con malicia satisfecha, astuta, avariciosa. Se relame. Cling, cling. Hay que hacer caja, con las preces no basta.
Me voy espeluznada. He conocido muchos sacerdotes en mi vida. Ninguno así. Y me voy con el temor de pensar qué hará en un despacho a solas con una persona mentalmente subyugada, quien en público es tan descarado.
Cuidar a la Iglesia es cuidar a sus ovejas, sobre todo a las más desguarnecidas. Protegerlas de los lobos. Eso haría Cristo. Sean buenos pastores.
Blanca Albaida
Religión Digital
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